tag:blogger.com,1999:blog-18793969244015850062024-02-08T05:12:31.701-08:00Misterio AbiertoLITERATURA: Misterio Abierto.Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.comBlogger207125tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-26113830458568292522012-05-29T09:39:00.001-07:002012-05-29T09:46:45.006-07:00Misterio de Simon Boccanegra.Ayer, lunes 28, funcion de Simon Boccanegra en la Staatsoper de Berlin, con Placido Domingo (Simon Boccanegra), Anja Harteros (Maria Boccanegra / Amelia Grimaldi), Kwangchul Youn (Jacopo Fiesco), Fabio Sartori (Gabriele Adorno), Hanno Müller-Brachmann (Paolo Albiani).<br />
Todos sin excepcion estuvieron fantasticos, al igual que Barenboim en el podio.<br />
<br />
Cual es el misterio de esta opera?<br />
Sin duda uno de ellos es el personaje de Fiesco, quien ademas se lleva la musica mas bonita, Il lacerato spirito en el Prologo, y todo el tercer acto.<br />
Quitamos esta pieza del rompecabezas, y lo que nos queda es una trama descabellada llena de golpes de efecto a la manera de Il Trovatore, o algo parecido a I due Foscari, con un protagonista, su antagonista malo malisimo, y una pareja de jovenes luchando por su amor (salpimentado todo con conflictos paterno-filiales).<br />
<br />
Fiesco es lo que ningun esquema de melodrama podia prever.<br />
Ese momento en el que Fiesco, tras enterarse por Paolo del envenenamiento de Simon, confiesa: he estado toda mi vida buscando vendetta, pero jamas habria querido un destino asi para ti... Es un momento enorme, gigante. Es el inicio, de hecho, de la escena mas grande que Verdi jamas compuso, donde el melodrama se hunde y asistimos a la agonia de un hombre, rodeado por todos los suyos, los que jugaron un papel en su vida, tambien el enemigo, tambien los fantasmas del pasado tan lejano, a los que el se va acercando, a los que da la mano con su ultima palabra, en cuya morada entra, mientras la musica llega por oleadas como un mar,<br />
Ogni letizia in terra<br />
È menzognero incanto,<br />
D'interminato pianto<br />
Fonte è l'umano cor.<br />
porque efectivamente, aunque su hija repita una y otra vez "no moriras, padre", lo cierto es que el padre muere, los padres mueren, de interminable llanto fuente es el humano corazon. Los padres y los hijos, ahi esta Fiesco, no lo olvidemos, quien ya en el prologo tiene que llorar la muerte de Maria.<br />
La consolacion de esta opera es que Gabriele y Amelia tendran la oportunidad de vivir lo que sus padres no pudieron, luz latente que ilumina las lagrimas del final.Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-11075247141039640352012-05-28T04:23:00.000-07:002012-05-29T12:29:55.275-07:00FLAUBERT: Diccionario de ideas recibidas“Achille (Aquiles) Añadir “el de los pies ligeros”; esto hace creer que se ha leído a Homero.”<br />
“Architectes (Arquitectos) Todos imbéciles. Siempre olvidan la escalera de las casas” <br />
“Artistes (Artistas) Todos farsantes. Ensalzar su desinterés. Ganan sumas enormes pero las tiran por la ventana. A menudo invitados a cenar fuera. Mujer artista no puede ser más que una ramera. Lo que hacen no se puede llamar trabajo”<br />
“Avocats (Abogados) Demasiados abogados en la Cámara. Tienen el juicio deformado. Decir de un abogado que habla mal: “Sí, pero está fuerte en derecho.”<br />
“Beethoven. No pronuncien Bitoven. No quedarse pasmado, sin embargo, cuando ejecutan una de sus obras.”<br />
“Bergers (Pastores) Todos brujos. Tienen la especialidad de hablar con la Santísima Virgen” <br />
“Censure (Censura) Útil, por más que se diga”<br />
“Chanteur (Cantor) Se toma todas las mañanas un huevo fresco para aclararse la voz. El tenor tiene siempre una voz encantadora y suave, el barítono un órgano simpático y bien timbrado, y el bajo un chorro de voz potente”<br />
“Concupiscence (Concupiscencia) Palabra de cura para expresar los deseos carnales”<br />
“Courtisane (Ramera) Es un mal necesario. Salvaguardia de nuestras hijas y de nuestras hermanas mientras haya solteros. Deberían ser expulsadas sin piedad. No se puede salir con su mujer sin verlas en el bulevar. Siempre son hijas del pueblo corrompidas por señoritos ricos.”<br />
“Cygne (Cisne) Canta antes de morir. Con su ala puede romper el muslo de un hombre. El cisne de Cambrai no era un ave, sino un hombre llamado Fénelon. El cisne de Mantua es Virgilio. El cisne de Pesaro es Rossini.”<br />
“Dilettante (Aficionado) Hombre rico, abonado a la Ópera”<br />
“Dôme (Cúpula) Forma arquitectónica. Extrañarse de que aguante sola. Citar dos: la de los Inválidos y la de San Pedro de Roma”<br />
“Époque (La nötre) (Época, la nuestra) Denigrarla. Quejarse de que no es poética. Llamarle época de transición, de decadencia”<br />
“Fonctionnaire (Funcionario) Inspira respeto cualquiera que sea la función que desempeña” <br />
“Garde-côte (Guardacostas) No emplear nunca esta expresión hablando de los senos de una mujer” <br />
“Hierogliphes (Jeroglíficos) Antigua lengua de los egipcios, inventada por los sacerdotes para ocultar sus secretos criminales. ¡Y decir que hay gente que los entiende! Después de todo, ¿no será una broma?”<br />
“Hostilités (Hostilidades) Las hostilidades son como las ostras, se abren. “Las hostilidades están abiertas” Parece que no hay más que sentarse a la mesa” <br />
“Illusions (Ilusiones) Aparentar que se tienen muchas, quejarse de haberlas perdido”<br />
“Imbéciles (Imbéciles) Los que no piensan como vosotros”<br />
“Incapacité (Incapacidad) Siempre notoria. Cuanto más incapaz, más ambicioso hay que ser”<br />
“Insciption (Inscripción) Siempre cuneiforme” <br />
“Italiens (Italianos) Todos músicos. Todos traidores”<br />
“Jansénisme (Jansenismo) No se sabe lo que es, pero es muy chic hablar de él”<br />
“Jeune fille (Chica) Articular esta palabra tímidamente. Todas las chicas son pálidas y frágiles, siempre puras. Evitarles toda clase de libros, las visitas a los museos, los teatros y sobre todo el Jardín Botánico, al lado de los monos” <br />
“Liberté (Libertad) ¡Oh libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”<br />
“Littérature (Literatura) Ocupación de ociosos”<br />
“Livre (Libro) Cualquiera que sea, siempre demasiado largo”<br />
“Machiavélisme (Maquiavelismo) Palabra que sólo se debe pronunciar temblando”<br />
“Magistrature (Magistratura) Bella carrera para casarse. Magistrados todos pederastas” <br />
“Mandoline (Mandolina) Indispensable para seducir a las españolas”<br />
“Musicien (Músico) Lo propio del verdadero músico es no componer ninguna música, no tocar ningún instrumento y despreciar a los virtuosos”<br />
“Musique (Música) Hace pensar en un montón de cosas. Suaviza las costumbres. Ej: La Marsellesa”<br />
“Obscénité (Obscenidad) Todas las palabras científicas derivadas del griego o del latín ocultan una obscenidad” <br />
“Offenbach. Al oír su nombre hay que cruzar dos dedos de la mano derecha para protegerse del mal de ojo. Muy parisino. Bien predispuesto”<br />
“Omega. Segunda letra del alfabeto griego, puesto que siempre se dice alfa y omega”<br />
“Optimiste (Optimista) Equivalente de imbécil”<br />
“Orchestre (Orquesta) Imagen de la sociedad: cada uno tiene su participación y hay un director”<br />
“Paganini. Nunca afinaba su violín. Célebre por la longitud de sus dedos.”<br />
“Pédéraste (Pederasta) Enfermedad que afecta a todos los hombres de cierta edad.”<br />
“Penser (Pensar) Penoso; las cosas que nos fuerzan a ello están generalmente dejadas de lado”<br />
“Poète (Poeta) Sinónimo noble de bobo”<br />
“Prêtres (Sacerdotes) Debían castrarlos. Se acuestan con sus criadas y tienen con ellas hijos a los que llaman sobrinos. Es igual. Sin embargo los hay buenos”<br />
“Priapisme (Priapismo) Culto de la Antigüedad” <br />
“Principes (Principios) Siempre indiscutibles. No se puede decir ni su naturaleza ni su número. No importa, son sagrados.”<br />
“Richesse (Riqueza) Lo reemplaza todo, incluso la consideración”<br />
“Savants (Sabios) Burlarse de ellos. Para ser sabio, no hace falta más que memoria y trabajo”<br />
“Seville (Sevilla) Célebre por su barbero. Ver Sevilla y morir”<br />
“Temps (Tiempo) Eterno tema de conversación. Causa universal de las enfermedades”<br />
“Terre (Tierra) Decir las cuatro esquinas de la tierra, puesto que es redonda” <br />
“Treize (Trece) Evitar ser trece a la mesa, trae mala suerte. Los descreídos no deben nunca olvidarse de bromear: “¿Qué importa eso? Comeré por dos”. O bien, si hay señoras, preguntar si una de ellas no está encinta”<br />
“Visage (Cara) Espejo del alma. Entonces, hay gente que tiene el alma bien fea”<br />
“Wagner. Burlarse cuando se escucha su nombre, y bromear sobre la música del porvenir.”Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-73628465821988800272012-05-25T15:44:00.003-07:002012-05-25T15:44:53.637-07:00"La Casa del Sol y el misterio del tiempo", de Einojuhani Rautavaara."El final del invierno de 1987 fue excepcionalmente frío.<br />Una
mañana, vi que los rododendros del jardín se habían helado. Poco
después, leyendo el periódico, me enteré de que dos viejas damas,
habitantes de Littoinen, en las cercanías de Turku, habían muerto de
frío. Se trataba de una familia antaño muy pudiente que en 1917 había
escapado de la revolución rusa para emigrar a Littoinen con todos sus
mayordomos, criadas y preceptores. Allí compraron una casa, a la que
pusieron el nombre de Solgården (Casa del sol).<br /><br />La familia no era rusa: medio alemana, medio inglesa. En casa, se hablaba el inglés o el francés: eran europeos! <br />Pero en la Finlandia de los años 20, uno no podía prescindir del sueco o del finés.<br />John
Thiess, el padre, no conocía esas lenguas. No encontró trabajo ni pudo
fundar una empresa. Poco tiempo después, se vieron obligados a vender
las joyas de la familia. John Thiess acabó pegándose un tiro en la
cabaña de madera de la casa. Su hijo Victor, tras diversas tentativas,
se encontró en el mismo callejón sin salida y se colgó de un manzano del
jardín. Tras la muerte "natural" de la madre y el suicidio de la
hermana mayor, sólo quedaron las gemelas Eleanor e Irene. El personal de
servicio las había abandonado mucho antes de que se quedaran sin
dinero. No obstante, las hermanas continuaron viviendo hasta 1987 en esa
casa que se iba cayendo - alejadas del mundo, extrañas damas fantasmas
que los habitantes del pueblo llamaban Noora y Riina.<br /><br />....................<br /><br /><br />Al
carecer de criados, no tenían la menor idea de cómo deshacerse de las
basuras y los restos. Poniéndose sus guantes blancos, cogían las
cáscaras de patatas y las espinas del pescado y los arrojaban a las
habitaciones vecinas (para gran regocijo de las ratas). Una vez cada 10
años recibían visita (por ejemplo, de familiares de Inglaterra). Era
imposible recibirlos sin que un lacayo los anunciara. Y por ello
contrataron a un muchacho del pueblo, al que dieron un cursillo
acelerado de ayuda de cámara.<br /><br />........................<br /><br />Se ha dicho que <em>La casa del sol</em>
es una ópera sobre el exilio, donde se sigue el destino de los
individuos y no el de las masas anónimas de las informaciones de prensa.
La vejez es también un tema esencial, y esa mezcla extraña y aterradora
de lo trágico y lo cómico en la vida humana. El subtítulo es, en
efecto, "tragedia bufa". Es también una ópera femenina, si se la compara
con mis obras precedentes...<br />[...]<br />Finalmente, podemos considerar <em>La casa del sol</em>
como un homenaje irónico a un periodo de la cultura europea que a
principios del siglo pasado aún era real y que hoy día no es más que un
sueño.Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-43250670319746886472012-05-21T01:41:00.001-07:002012-05-21T01:41:34.514-07:00MAURICE SCEVE: Délie : objet de plus haute vertu<center><big>A SA DELIE.</big></center>
<br />
<br />
<div class="poem">
Non de Venus les ardentz eſtincelles,<br />
Et moins les traictz, deſquelz Cupido tire :<br />
Mais bien les mortz, qu’en moy tu renouelles<br />
Ie t’ay voulu en ceſt Oeuure deſcrire.<br />
<dl><dd>Ie ſçay aſſes que tu y pourras lire</dd></dl>
Mainte erreur, meſme en ſi durs Epygrammes :<br />
Amour (pourtant) les me voyant eſcrire<br />
En ta faueur, les paſſa par ſes flammes.<br />
</div>
<br />
<br />
<center><small>SOUFFRIR NON SOUFFRIR.</small></center>
<span><span class="pagenum" id="5" title="Page:Scève_-_Délie,_1862.djvu/29"></span></span><br />
<center>DELIE. — 1.</center>
<br />
<div class="poem">
<span style="font-size: 0; line-height: 0;"><br /></span><span style="background: transparent; display: block; float: left; height: 5.65em; left: 0; margin-right: .25em; margin: 0; min-width: 5.65em; overflow: hidden; position: relative; top: 0;"><span style="display: block; font-family: serif; font-size: 4.52em; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: bold; height: 1.25em; left: 0; line-height: 1.25; margin: 0 auto; min-width: 1.25em; overflow: hidden; position: absolute; text-align: center; text-indent: 0; vertical-align: top;">L</span></span>’<i>OEIL trop ardent en mes ieunes erreurs</i><br />
<i>Girouettoit, mal cault, a l’impourueue :</i><br />
<i>Voicy (ô paour d’agreables terreurs)</i><br />
<i>Mon Baſiliſque auec ſa poingnant’ veue</i><br />
<i>Perçant Corps, Cœur, & Raiſon deſpourueue,</i><br />
<i>Vint penetrer en l’Ame de mon Ame.</i><br />
<dl><dd><i>Grand fut le coup, qui ſans tranchante lame</i></dd></dl>
<i>Fait, que viuant le Corps, l’Eſprit deſuie,</i><br />
<i>Piteuſe hoſtie au conſpect de toy, Dame,</i><br />
<i>Conſituée Idole de ma vie.</i><br />
</div>
<br />
<center>II.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Le Naturant par ſes haultes Idées</i><br />
<i>Rendit de ſoy la Nature admirable.</i><br />
<i>Par les vertus de ſa vertu guidées</i><br />
<i>S’eſuertua en œuure eſmerueillable.</i><br />
<dl><dd><i>Car de tout bien, voyre es Dieux deſirable,</i></dd></dl>
<i>Parfeit vn corps en ſa parfection,</i><br />
<i>Mouuant aux Cieulx telle admiration,</i><br />
<i>Qu’au premier œil mon ame l’adora,</i><br />
<i>Comme de tous la delectation,</i><br />
<i>Et de moy ſeul fatale Pandora.</i><br />
</div>
<br />
<center>III.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Ton doulx venin, grace tienne, me fit</i><br />
<i>Idolatrer en ta diuine image</i><br />
<i>Dont l’œil credule ignoramment meffit</i><br />
<i>Pour non preueoir a mon futur dommage.</i><br />
<dl><dd><i>Car te immolãt ce mien cœur pour hõmage</i></dd></dl>
</div>
<span><span class="pagenum" id="6" title="Page:Scève_-_Délie,_1862.djvu/30"></span></span>
<div class="poem">
<i>Sacrifia auec l’Ame la vie.</i><br />
<dl><dd><i>Doncques tu fus, ô liberté rauie.</i></dd></dl>
<i>Donnée en proye a toute ingratitude :</i><br />
<i>Doncques eſpere auec deceue enuie</i><br />
<i>Aux bas Enfers trouuer béatitude.</i><br />
</div>
<br />
<center>IV.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Voulant tirer le hault ciel Empirée</i><br />
<i>De ſoy a ſoy grand’ ſatisfaction,</i><br />
<i>Des neuf Cieulx à l’influence empirée</i><br />
<i>Pour clorre en toy leur operation.</i><br />
<i>Ou ſe parfeit ta decoration :</i><br />
<i>Non toutesfoys ſans licence des Graces,</i><br />
<i>Qui en tes mœurs affigent tant leurs faces,</i><br />
<i>Que quand ie vien a odorer les fleurs</i><br />
<i>De tous tes faictz, certes, quoy que tu faces,</i><br />
<i>Ie me diſſoulz en ioyes, & en pleurs.</i><br />
</div>
<br />
<center>V.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Ma Dame ayant l’arc d’Amour en ſon poing</i><br />
<i>Tiroit a moy, pour a ſoy m’ attirer :</i><br />
<i>Mais ie gaignay aux piedz, & de ſi loing,</i><br />
<i>Qu’elle ne ſceut oncques droit me tirer.</i><br />
<dl><dd><i>Dont me voyant ſain, & ſauf retirer,</i></dd></dl>
<i>Sans auoir faict a mon corps quelque breſche :</i><br />
<i>Tourne, dit elle, a moy, & te deſpeſche.</i><br />
<i>Fuys tu mon arc, ou puiſſance, qu’il aye ?</i><br />
<dl><dd><i>Ie ne fuys point, dy ie, l’arc, ne la fleſche :</i></dd></dl>
<i>Mais l’œil, qui feit a mon cœur ſi grand’ playe.</i><br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="7" title="Page:Scève_-_Délie,_1862.djvu/31"></span></span><br />
<center>VI.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Libre viuoit en l’Auril de mon aage,</i><br />
<i>De cure exempt ſoubz celle adoleſcence,</i><br />
<i>Ou l’œil, encor non expert de dommage,</i><br />
<i>Se veit ſurpris de la doulce preſence,</i><br />
<i>Qui par ſa haulte, & diuine excellence</i><br />
<i>M’eſtonna l’Ame, & le ſens tellement,</i><br />
<i>Que de ſes yeulx l’archier tout bellement</i><br />
<i>Ma liberté luy à toute aſſeruie :</i><br />
<i>Et des ce iour continuellement</i><br />
<i>En ſa beaulté giſt ma mort, & ma vie.</i><br />
</div>
<br />
<center>VII.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Celle beaulté, gui embellit le Monde</i><br />
<i>Quand naſquit celle en qui mourant ie vis,</i><br />
<i>A imprimé en ma lumiere ronde</i><br />
<i>Non ſeulement ſes lineamentz vifz :</i><br />
<i>Mais tellement tient mes eſprits rauiz,</i><br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="8" title="Page:Scève_-_Délie,_1862.djvu/32"></span></span>
<div class="poem">
<i>En admirant ſa mirable merueille,</i><br />
<i>Que preſque mort, ſa Deité m’eſueille,</i><br />
<i>En la clarté de mes deſirs funebres,</i><br />
<i>Ou plus m’allume, & plus, dont m’eſmerueille,</i><br />
<i>Elle m’abyſme en profondes tenebres.</i><br />
</div>
<br />
<center>VIII.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Ie me taiſois ſi pitoyablement,</i><br />
<i>Que ma Déeſſe ouyt plaindre mon taire.</i><br />
<i>Amour piteux vint amyablement</i><br />
<i>Remedier au commun noſtre affaire.</i><br />
<dl><dd><i>Veulx tu, dit il, Dame, luy ſatisfaire ?</i></dd></dl>
<i>Gaigne le toy d’vn las de tes cheueulx.</i><br />
<i>Puis qu’il te plaict, dit elle, ie le veulx.</i><br />
<i>Mais qui pourroit ta requeſte eſcondire ?</i><br />
<i>Plus font amantz pour toy, que toy pour eulx.</i><br />
<i>Moins reciproque a leurs craintif deſdire.</i><br />
</div>
<br />
<center>IX.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Non de Paphos, delices de Cypris,</i><br />
<i>Non d’Hemonie en ſon Ciel temperée :</i><br />
<i>Mais de la main trop plus digne fut pris,</i><br />
<i>Par qui me fut liberté eſperée.</i><br />
<dl><dd><i>Ià hors deſpoir de vie exaſperée</i></dd></dl>
<i>Ie nourriſſois mes penſées haultaines,</i><br />
<i>Quand i’apperceus entre les Mariolaines</i><br />
<i>Rougir l’OEillet : Or, dy ie, ſuis ie ſeur</i><br />
<i>De veoir en toy par ces prœuues certaines</i><br />
<i>Beaulté logée en amere doulceur,</i><br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="9" title="Page:Scève_-_Délie,_1862.djvu/33"></span></span><br />
<center>X.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Suaue odeur : Mais le gouſt trop amer</i><br />
<i>Trouble la paix de ma doulce penſée,</i><br />
<i>Tant peult de ſoy le delicat aymer,</i><br />
<i>Que raiſon eſt par la craincte offenſée.</i><br />
<dl><dd><i>Et toutesfois voyant l’Ame incenſée</i></dd></dl>
<i>Se rompre toute, ou giſt l’affection :</i><br />
<i>Lors au peril de ma perdition</i><br />
<i>I’ay eſprouué, que la paour me condamne.</i><br />
<dl><dd><i>Car grand beaulté en grand parfection</i></dd></dl>
<i>M’à faict gouſter Aloes eſtre Manne.</i><br />
</div>
<br />
<center>XI.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>De l’Occean l’Adultaire obſtiné</i><br />
<i>N’eut point tourné vers l’Orient ſa face,</i><br />
<i>Que ſur Clytie Adonis ià cliné</i><br />
<i>Perdit le plus de ſa nayue grace.</i><br />
<dl><dd><i>Quoy que du tẽps tout grand oultrage face,</i></dd></dl>
<i>Les ſeches fleurs en leur odeur viuront :</i><br />
<i>Prœuue pour ceulz, qui le bien pourſuyuront</i><br />
<i>De non mourir, mais de reuiure encore.</i><br />
<dl><dd><i>Ses vertus donc, qui ton corps ne ſuyuront,</i></dd></dl>
<i>Dès l’Indien s’eſtendront iuſqu’au More.</i><br />
</div>
<br />
<center>XII.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Ce lyen d’or, raiz de toy mon Soleil,</i><br />
<i>Qui par le bras t’aſſeruit Ame, & Vie,</i><br />
<i>Detient ſi fort auec la veue l’œil,</i><br />
<i>Que ma penſée il t’à toute rauie,</i><br />
<i>Me demonſtrant, certes, qu ’il me conuie</i><br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="10" title="Page:Scève_-_Délie,_1862.djvu/34"></span></span>
<div class="poem">
<i>A me ſtiller tout ſoubz ton habitude.</i><br />
<dl><dd><i>Heureux ſeruice en libre ſeruitude.</i></dd></dl>
<i>Tu m’apprens donc eſtre trop plus de gloire,</i><br />
<i>Souffrir pour vne en ſa manſuetude,</i><br />
<i>Que d’auoir eu de toute aultre victoire.</i><br />
</div>
<br />
<center>XIII.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>L’œil, aultresfois ma ioyeuſe lumiere,</i><br />
<i>En ta beaulté fut tellement deceu,</i><br />
<i>Que de fontaine eſtendu en ryuiere.</i><br />
<i>Veut reparer le mal par luy conceu.</i><br />
<dl><dd><i>Car telle ardeur le cœur en à receu,</i></dd></dl>
<i>Que le corps vif eſl ià reduict en cendre :</i><br />
<i>Dont l’œil piteux fait ſes ruiſſeaulx deſcendre</i><br />
<i>Pour la garder d’eſtre du vent rauie,</i><br />
<i>Affin que moyſte aux os ſe puiſſe prendre,</i><br />
<i>Pour ſembler corps, ou vmbre de ſa vie.</i><br />
</div>
<br />
<center>XIV.</center>
<br />
<div class="poem">
<i>Elle me tient par ces cheueulx lyé,</i><br />
<i>Et ie la tien par ceulx là meſmes priſe.</i><br />
<i>Amour ſubtil au noud s’eſt allié</i><br />
<i>Pour ſe deuaincre vne ſi ferme priſe :</i><br />
<i>Combien qu’ailleurs tendiſt ſon entrepriſe,</i><br />
<i>Que de vouloir deux d’vn feu tourmenter.</i><br />
<dl><dd><i>Car (& vray eſt) pour experimenter</i></dd></dl>
<i>Dedans la foſſe à mys & Loup, & Chieure,</i><br />
<i>Sans ſe pouoir l’vn l’aultre contenter,</i><br />
<i>Sinon reſpondre a mutuelle fiebure.</i><br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="11" title="Page:Scève_-_Délie,_1862.djvu/35"></span></span>
<div style="margin: 1em auto; text-align: center;">
<b>XV.</b></div>
Toy seule as fait, que ce vil Siècle auare.<br />
Et aueuglé de tout sain jugement,<br />
Contre l’utile ardemment se prépare<br />
Pour l’esbranler à meilleur changement :<br />
Et plus ne hayt l’honneste estrangement,<br />
Commençant jà à chérir la vertu.<br />
Aussi par toy ce grand Monstre abatu,<br />
Qui l’Univers de son odeur infecte,<br />
T’adorera soubz tes piedz combatu.<br />
Comme qui es entre toutes parfaite.Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-5927417507262616762012-05-21T01:33:00.002-07:002012-05-21T01:36:18.949-07:00RAYMOND ROUSSEL: Comment j’ai écrit certains de mes livresJe me suis toujours proposé d’expliquer de quelle façon j’avais écrit certains de mes livres <i>(Impressions d’Afrique, Locus Solus, l’Étoile au Front</i> et <i>la Poussière de Soleils).</i><br />
Il s’agit d’un procédé très spécial. Et, ce procédé, il me semble
qu’il est de mon devoir de le révéler, car j’ai l’impression que des
écrivains de l’avenir pourraient peut-être l’exploiter avec fruit.<br />
Très jeune j’écrivais déja des contes de quelques pages en employant ce procédé.<br />
Je choisissais deux mots presque semblables (faisant penser aux métagrammes). Par exemple <i>billard</i> et <i>pillard.</i> Puis j’y ajoutais des mots pareils mais pris dans deux sens différents, et j’obtenais ainsi deux phrases presque identiques.<br />
En ce qui concerne <i>billard</i> et <i>pillard</i> les deux phrases que j’obtins furent celles-ci :<br />
1° <i>Les lettres du blanc sur les bandes du vieux billard…</i><br />
2° <i>Les lettres du blanc sur les bandes du vieux pillard.</i><br />
Dans la première, « lettres » était pris dans le sens de « signes
typographiques », « blanc » dans le sens de « cube de craie » et
« bandes » dans le sens de « bordures ».<br />
Dans la seconde, « lettres » était pris dans le sens de « missives »,
« blanc » dans le sens d’ « homme blanc » et « bandes » dans le sens de
« hordes guerrières ».<br />
Les deux phrases trouvées, il s’agissait d’écrire un conte pouvant commencer par la première et finir par la seconde.<br />
Or c’était dans la résolution de ce problème que je puisais tous mes matériaux.<br />
Dans le conte en question il y avait un <i>blanc</i> (un explorateur) qui, sous ce titre « Parmi les noirs », avait publié sous forme de <i>lettres</i> (missives) un livre où il était parlé des <i>bandes</i> (hordes) d’un pillard (roi nègre).<br />
Au début on voyait quelqu’un écrire avec un <i>blanc</i> (cube de craie) des <i>lettres</i> (signes typographiques) sur les <i>bandes</i>
(bordures) d’un billard. Ces lettres, sous une forme cryptographique,
composaient la phrase finale : « Les lettres du blanc sur les bandes du
vieux pillard », et le conte tout entier reposait sur une histoire de
rébus basée sur les récits épistolaires de l’explorateur.<br />
Je montrerai tout à l’heure qu’il y avait dans ce conte toute la
genèse de mon livre « Impressions d’Afrique » écrit une dizaine d’années
plus tard.<br />
On trouvera trois exemples très clairs de ce procédé de création basé sur deux phrases presque semblables à sens différent<br />
1° Dans <i>Chiquenaude,</i> un conte qui a paru chez Alphonse Lemerre vers 1900.<br />
2° Dans <i>Nanon,</i> un conte qui a paru dans le <i>Gaulois du Dimanche</i> vers 1907.<br />
3° Dans <i>Une page du Folklore brelon,</i> un conte qui a paru dans le Gaulois du Dimanche vers 1908.<br />
En ce qui concerne la genèse d’<i>Impressions d’Afrique,</i> elle consiste donc dans un rapprochement entre le mot <i>billard</i> et le mot <i>pillard.</i> Le pillard, c’est Talou ; les bandes, ce sont ses hordes guerrières ; le blanc, c’est Carmichaël (le mot <i>lettres</i> n’a pas été conservé).<br />
Amplifiant ensuite le procédé, je cherchai de nouveaux mots se rapportant au mot <i>billard,</i>
toujours pour les prendre dans un sens autre que celui qui se
présentait tout d’abord, et cela me fournissait chaque fois une création
de plus.<br />
Ainsi <i>queue</i> de billard me fournit la robe à traîne de Talou.
Une queue de billard porte parfois le chiffre (initiales) de son
propriétaire ; de là le chiffre (numéro) marqué sur ladite traîne.<br />
Je cherchai un mot à ajouter au mot <i>bandes</i> et je pensai à des bandes vieilles où l’on aurait fait des <i>reprises</i> (sens d’ouvrage à l’aiguille). Et le mot <i>reprises,</i> dans son sens musical, me fournit la Jéroukka, cette épopée que chantent les <i>bandes</i> (hordes guerrières) de Talou, et dont la musique consiste dans des <i>reprises</i> continuelles d’un court motif.<br />
Cherchant un mot à ajouter au mot <i>blanc,</i> je pensai à la <i>colle</i> qui fixe le papier à la base du cube de craie. Et le mot <i>colle</i>
pris dans le sens (qu’il a en argot de collège) de consigne ou de
retenue, me fournit les trois heures de consigne infligées au <i>blanc</i> (Carmichaël) par Talou.<br />
Abandonnant dès lors le domaine du mot <i>billard,</i> je continuai suivant la même méthode. Je choisissais un mot puis le reliais à un autre par la préposition <i>à ;</i>
et ces deux mots, pris dans un sens autre que le sens primitif, me
fournissaient une création nouvelle. (C’est d’ailleurs cette préposition
<i>à</i> qui m’avait servi pour ce dont je viens de parler : queue à
chiffre, bandes à reprises, blanc à colle.) Je dois dire que ce premier
travail était difficile et me prenait déjà beaucoup de temps.<br />
Je vais citer des exemples :<br />
Je prenais le mot <i>palmier</i> et décidais de le considérer dans deux sens : le sens de <i>gâteau</i> et le sens d’<i>arbre.</i> Le considérant dans le sens de <i>gâteau,</i> je cherchais à le marier par la préposition <i>à</i>
avec un autre mot susceptible lui-même d’être pris dans deux sens
différents ; j’obtenais ainsi (et c’était là, je le répète, un grand et
long travail) un <i>palmier</i> (gâteau) à <i>restauration</i> (restaurant où l’on sert des gâteaux) ; ce qui me donnait d’autre part un <i>palmier</i> (arbre) à <i>restauration</i>
(sens de rétablissement d’une dynastie sur un trône). De là le palmier
de la place des Trophées consacré à la restauration de la dynastie des
Talou.<br />
Voici d’autres exemples :<br />
1° <i>Roue</i> (sens de roue de voiture) à <i>caoutchouc</i> (matière élastique) ; 2° <i>roue</i> (sens de personne orgueilleuse qui fait la roue) à <i>caoutchouc</i>
(arbre). D’où le caoutchouc de la place des Trophées où Talou vient
faire la roue en posant le pied sur le cadavre de son ennemi.<br />
1° <i>Maison</i> (édifice) à <i>espagnolettes</i> (poignées de fenêtre) ; 2° <i>maison</i> (sens de maison souveraine) à <i>espagnolettes</i> (petites Espagnoles). D’où les deux jeunes jumelles espagnoles dont descend la race des Talou-Yaour.<br />
1° <i>Baleine</i> (mammifère marin) à <i>îlot</i> (petite île) ; 2° <i>baleine</i> (lamelle) à <i>ilote</i> (esclave spartiate ) ; 1° <i>duel</i> (combat à deux) à <i>accolade</i> (deux adversaires se réconciliant après le duel et se donnant l’accolade sur le terrain) ; 2<sup style="font-size: 70%; line-height: 1;">e</sup> <i>duel</i> (temps de verbe grec) à <i>accolade</i> (signe typographique) ; 1° <i>mou</i> (individu veule) à <i>raille</i> (ici je pensai à un collégien paresseux que ses camarades raillent pour son incapacité) ; 2° <i>mou</i> (substance culinaire) à <i>rail</i>
(rail de chemin de fer). Ces trois derniers accouplements de mots m’ont
donné la statue de l’ilote, faite en baleines de corset, roulant sur
des rails en mou de veau et portant sur son socle une inscription
relative au duel d’un verbe grec.<br />
1° <i>Revers</i> (revers d’habit) à <i>marguerite</i> (fleur que l’on met à une boutonnière, à un revers d’habit) ; 2° <i>revers</i> (défaite militaire) à <i>Marguerite</i> (nom de femme) ; d’où la bataille du Tez perdue par Yaour costumé en Marguerite de Faust.<br />
1° <i>Métier</i> (profession) à <i>aubes</i> (aurores). J’ai pensé à un métier qui force à se lever de grand matin ; 2° <i>métier</i> (à tisser) à <i>aubes</i> (palettes de roue hydraulique) ; d’où le métier à tisser installé sur le Tez.<br />
1° <i>Cercle</i> (rond) à <i>rayons</i> (traits géométriques) ; 2° <i>cercle</i> (club) à <i>rayons</i> (rayons de gloire) ; d’où le Club des Incomparables.<br />
1° <i>Veste</i> (vêtement) à <i>brandebourgs</i> (passementeries) ; 2° <i>veste</i> (insuccès) à <i>Brandebourg</i> (Électeurs de Brandebourg) ; d’où la conférence de Juillard (ici j’ai abandonné le sens d’insuccès).<br />
1° <i>Parquet</i> (plancher) à <i>chevilles</i> (chevilles de pied) ; 2° <i>parquet</i> (d’agents de change) à <i>chevilles</i> (de vers) ; d’où la petite Bourse où les ordres doivent être écrits en vers.<br />
1° <i>Étalon</i> (mètre étalon) à <i>platine</i> (métal. On sait que le mètre étalon est en platine) ; 2° <i>étalon</i> (cheval) à <i>platine</i> (langue en argot) ; d’où le cheval présenté sur la scène des Incomparables.<br />
1° <i>Dominos</i> (personnes qui portent un domino) à <i>révérences</i> (saluts) ; 2° <i>dominos</i> (d’un jeu de dominos) à <i>révérences</i> (prêtres) ; 1° <i>cure</i> (cure d’eau) à <i>réussite</i> (guérison) ; 2° <i>cure</i> (habitation) à <i>réussite</i>
(de cartes) ; d’où le travail exécuté par le clown Whirligig ; en ce
qui concerne la tour qu’il édifie avec des sous, ma mémoire me fait
défaut quant au mot qui m’a servi de point de départ ; le second mot
devait être <i>tourbillon</i> (une tour faite en billon).<br />
1° <i>Tronc</i> (d’église) à <i>ouverture</i> (fente par où l’on met l’argent) ; 2° <i>tronc</i> (homme-tronc) à <i>ouverture</i> (d’opéra) ; d’où l’homme-orchestre Tancrè de Boucharessas.<br />
1° <i>Postillons</i> (cavaliers) à <i>raccourci</i> (chemin plus court) ; 2° <i>postillons</i> (gouttes de salive) à <i>raccourci</i> (décapité) ; d’où le nain Philippo.<br />
1° <i>Paravent</i> (meuble) à <i>jour</i> (trou existant dans un paravent) ; 2° <i>paravent</i> (femme servant de paravent) à <i>jour</i> (jour de réception) ; d’où Djizmé qui sert de paravent et a des jours de réception.<br />
1° <i>Natte</i> (tresse qu’une femme fait avec ses cheveux) à <i>cul</i> (j’ai pensé à une natte très longue) ; 2° <i>natte</i> (tissu de jonc) à <i>culs</i> (culs-de-lampe) ; d’où la natte pleine de petits dessins que Naïr donne à Djizmé.<br />
1° <i>Favori</i> (touffe de barbe) à <i>collet</i> (d’habit) ; 2° <i>favori</i> (amant) à <i>collet</i> (piège) ; d’où Naïr, amant de Djizmé, dont le pied se prend dans un collet.<br />
1° <i>Louche</i> (grosse cuiller) à <i>envie</i> (envie que la soupe fait à un gourmand) ; 2° <i>louche</i> (personne qui louche) à <i>envie</i> (tache sur la peau) ; d’où Sirdah qui louche et a une envie sur le front.<br />
1° <i>Melon</i> (fruit) à <i>pincée</i> (de sel) ; 2° <i>melon</i> (chapeau) à <i>pincée</i> (mot écrit sur le chapeau melon) ; d’où le chapeau de Naïr.<br />
1° <i>Suède</i> (pays) à <i>capitale</i> (ville) : 2° <i>suède</i> (gant de suède) à <i>capitale</i> (lettre) ; d’où le gant de Djizmé où se trouve marquée une lettre.<br />
1° <i>Jardinière</i> (meuble) à <i>œillets</i> (fleurs) ; 2° <i>jardinière</i> (femme qui jardine) à <i>œillets</i>
(trous à lacet) ; d’où Rul qui travaille comme esclave dans le
Béhuliphruen et subit un supplice où figurent des œillets de corset.<br />
1° <i>Mollet</i> (partie de la jambe) à <i>gras</i> (gras du mollet) ; 2° <i>mollet</i> (œuf mollet) à <i>gras</i> (fusil Gras) ; d’où l’exercice de tir de Balbet.<br />
1° <i>Toupie</i> (jouet) à <i>coup de fouet</i> (coup de fouet que l’enfant donne à la toupie appelée sabot) ; 2° <i>toupie</i> (vieille femme) à <i>coup de fouet</i> (douleur soudaine) ; d’où Olga Tcherwonenkoff foudroyée en scène par un coup de fouet.<br />
1° <i>Dragon</i> (bête fabuleuse) à <i>élan</i> (un dragon prenant son élan) ; 2° <i>dragon</i> (femme d’aspect peu séduisant — même genre que toupie) à <i>élan</i> (animal) ; d’où l’élan Sladki appartenant à Olga Tcherwonenkoff.<br />
1° <i>Pistolet</i> (arme) à <i>canon</i> (tube) ; 2° <i>pistolet</i> (homme drôle) à <i>canon</i> (morceau de musique) ; d’où le chanteur Ludovie.<br />
1° <i>Sabot</i> (chaussure) à <i>degrés</i> (d’un escalier) ; 2° <i>sabot</i> (instrument de musique) à <i>degrés</i> (d’un thermomètre) ; d’où l’instrument de musique de Bex.<br />
1° <i>Aiguillettes</i> (morceaux de viande) à <i>canard</i> (comestible) ; 2° <i>aiguillettes</i> (d’uniforme) à <i>canards</i> (notes de musique) ; d’où les aiguillettes musicales de Louise Montalescot.<br />
1° <i>Théorie</i> (livre) à <i>renvois</i> (indications typographiques) ; 2° <i>théorie</i> (groupe de personnes) à <i>renvois</i> (éructations) ; d’où la danse — la Luenn’ chétuz — exécutée par les femmes de Talou.<br />
1° <i>Phalange</i> (de doigt) à <i>dé</i> (à coudre) ; 2° <i>phalange</i> (troupe) à <i>dé</i> (à jouer) ; d’où la troupe des fils de Talou et leur dé à jouer.<br />
1° <i>Marquise</i> (dame) à <i>illusions</i> (une marquise ayant gardé des illusions) ; 2° <i>marquise</i> (toit en saillie) à <i>illusions</i> (mirages) ; d’où la marquise sous laquelle Séil-Kor voit défiler toutes sortes d’images.<br />
1° <i>Loup</i> (animal) à <i>griffes</i> (ongles) ; 2° <i>loup</i> (masque) à <i>griffes</i> (signatures) ; d’où le masque de Séil-Kor.<br />
1° <i>Fraise</i> (fruit) à <i>nature</i> (la belle nature) ; 2° <i>fraise</i> (col plissé) à <i>nature</i> (le journal <i>la Nature</i>) ; d’où la fraise de Séil-Kor.<br />
1° <i>Feuille</i> (végétale) à <i>tremble</i> (arbre) ; 2° <i>feuille</i> (de papier) à <i>tremble</i> (verbe) ; d’où la toque de Séil-Kor taillée dans une feuille de papier.<br />
1° <i>Marine</i> (forces navales) à <i>torpille</i> (engin) ; 2° <i>marine</i> (robe bleu marine) à <i>torpille</i> (poisson) ; d’où l’accident arrivé à Nina en robe bleu marine.<br />
1° <i>Boléro</i> (corsage) à <i>remise</i> (rabais fait sur le prix d’un corsage) ; 2° <i>boléro</i> (danse) à <i>remise</i> (abri pour voiture) ; d’où le boléro dansé par Séil-Kor et Nina.<br />
1° <i>Tulle</i> (tissu léger) à <i>pois</i> (pois d’une voilette) ; 2° <i>Tulle</i> (ville) à <i>pois</i> (large point) ; d’où la carte de la Corrèze où Tulle est marqué par un pois.<br />
1° <i>Martingale</i> (bande d’étoffe) à <i>tripoti</i> (substance à polir les boutons d’une martingale) ; 2° <i>martingale</i> (système de jeu) à <i>Tripoli</i> (ville) ; d’où la martingale dont use Séil-Kor au casino de Tripoli.<br />
1° <i>Mousse</i> (jeune marin) à <i>avant</i> (d’un navire) ; 2° <i>mousse</i> (végétal) à <i>Avent</i> (religion) ; d’où le lit de mousse où Nina dort pendant la première nuit de l’Avent.<br />
1° <i>Quinte</i> (musique) à <i>résolution</i> (musique) ; 2° <i>quinte</i> (de toux) à <i>résolution</i> (d’analyse de catéchisme) ; d’où la quinte de toux qui secoue Nina pendant qu’elle prend une résolution.<br />
1° <i>Pratique</i> (acheteur) à <i>monnaie</i> (argent) ; 2° <i>pratique</i> (petit instrument de fer blanc) à <i>Monnaie</i> (théâtre de la Monnaie à Bruxelles) ; d’où la pratique de Cuijper.<br />
1° <i>Guitare</i> (titre d’une poésie de Victor hugo) à <i>vers</i> (poésie) ; 2° <i>guitare</i> (instrument — que j’ai remplacé par cithare) à <i>ver</i> (de terre) ; d’où le ver de Skarioffszky.<br />
1° <i>Meule</i> (champs) à <i>bottes</i> (de foin) ; 2° <i>meule</i> (de rémouleur) à <i>bottes</i> (escrime) ; d’où l’appareil de La Billaudière-Maisonnial.<br />
1° <i>Portée</i> (musique) à <i>barres</i> (de mesure) ; 2° <i>portée</i> (de chats) à <i>barres</i> (jeu) ; d’où les chats qui jouent aux barres.<br />
1° <i>Plante</i> (végétal) à <i>faux</i> (de faucheur) ; 2° <i>plante</i> (de pied) à <i>faux</i> (de faussaire) ; d’où le supplice subi par Mossem.<br />
1° <i>Arlequin</i> (personnage carnavalesque) à <i>salut</i> (salutation) ; 2° <i>arlequin</i> (mets) à <i>Salut</i> (office religieux) ; d’où l’arlequin servi au zouave au moment du Salut.<br />
1° <i>Châtelaine</i> (dame) à <i>morgue</i> (air hautain) ; 2° <i>châtelaine</i> (chaîne à bijoux) à <i>morgue</i> (lieu à exposer les cadavres) ; d’où le cadavre à châtelaine dans l’épisode du zouave.<br />
1° <i>Crachat</i> (flaque de salive) à <i>delta</i> (formé par le crachat comme par un fleuve) ; 2° <i>crachat</i> (décoration) à <i>delta</i> (lettre grecque) ; d’où l’ordre du Delta.<br />
Mais je ne puis tout citer ; je m’en tiendrai donc là en ce qui
concerne la création basée sur l’accouplement de deux mots pris dans
deux sens différents.<br />
Le procédé évolua et je fus conduit à prendre une phrase quelconque,
dont je tirais des images en la disloquant, un peu comme s’il se fût agi
d’en extraire des dessins de rébus.<br />
Je prends un exemple, celui du conte <i>Le Poète et ta Moresque</i>
(page 121 et page 253). Là je me suis servi de la chanson « J’ai du bon
tabac ». Le premier vers : « J’ai du bon tabac dans ma tabatière » m’a
donné : « Jade tube onde aubade en mat (objet mat) a basse tierce. » On
reconnaîtra dans cette dernière phrase tous les éléments du début du
conte.<br />
La suite : « Tu n’en auras pas » m’a donné : « Dune en or a pas (a
des pas). » D’où le poète baisant des traces de pas sur une dune. —
« J’en ai du frais et du tout râpé » m’a donné : « Jaune aide orfraie
édite oracle paie. » D’où l’épisode chez le Chinois. — « Mais ce n’est
pas pour ton fichu nez » m’a donné : « Mets sonne et bafoue, don riche
humé. » D’où le mets à sonnerie que hume Schahnidjar.<br />
Je continuai le conte avec la chanson « Au clair de la lune ».<br />
1° « Au clair de la lune mon ami Pierrot » ; 2° « Eau glaire (cascade
d’une couleur de glaire) de là l’anémone à midi négro. » D’où l’épisode
dans l’éden éclairé par le soleil de midi.<br />
Quant à la façon dont j’usai des autres vers de la chanson, ma
mémoire est en défaut. Je ne me rappelle nettement que ceci : « Ma
chandelle est… » me donna « Marchande zélée ».<br />
Voici un autre exemple de l’application du procédé évolué :<br />
1° « Napoléon premier empereur » ; 2° « Nappe ollé ombre miettes
hampe air heure. » D’où les danseuses espagnoles montées sur la table et
l’ombre des miettes visible sur la nappe — puis l’horloge à vent du
pays de Cocagne : hampe (du drapeau) air (vent) (pages 95, 96 et 97). —
Quant à l’anecdote sur le prince de Conti, mes souvenirs sont moins
précis ; un mot a dû servir de point de départ et ce mot me manque ;
ceci seulement me reste : 1° « … à jet continu » ; 2° « … à geai Conti
nu » (page 97).<br />
J’usais de n’importe quoi. Ainsi on voyait partout à ce moment une
réclame pour je ne sais quel appareil nommé « Phonotypia » ; cela me
donna « fausse note tibia », d’où le Breton Lelgoualch (page 66).<br />
Je me servis même du nom et de l’adresse de mon cordonnier :
« Hellstern, 5, place Vendôme », dont je fis « Hélice tourne zinc plat
se rend (devient) dôme » (Voir pages 127 et 128). Le chiffre cinq avait
été pris au hasard ; je ne crois pas qu’il était exact.<br />
J’avais vu dans un album de Caran d’Ache une très amusante série de dessins intitulée « Variations sur le thème <i>Patientez un peu</i> ».
L’un d’eux, portant pour titre particulier « Antichambre
ministérielle », montrait un pauvre homme attendant (depuis fort
longtemps, on le devinait à sa mine), assis non loin d’un huissier. J’en
tirai Ceci : 1° « <i>Patience</i> (se rapportant à l’attente) à antichambre ministérielle » ; 2° « <i>Patience</i>
(à astiquer) à entiche ambre mine hystérique (mine qui se précipite
vers… ambre, qui s’entiche de…) ». D’où l’appareil décrit de la page 45 à
la page 53.<br />
Les tableaux vivants (pages 75 et suivantes) sont construits sur des vers du <i>Napoléon II</i> de Victor Hugo. Mais ici il y a dans ma mémoire beaucoup de lacunes qui m’obligeront a’ mettre des points de suspension.<br />
<br />
1° Oh revers oh leçon quand l’enfant de cet homme<br />
2° Or effet herse oh le son . . . . . . séton<br />
1° Eut reçu pour hochet la couronne de Rome<br />
2° Ursule brochet lac Huronne drome (hippodrome)<br />
1° Quand on l’eut revêtu d’un nom qui retentit<br />
2° Carton hure œuf fétu . . . . . . . . .<br />
1° Quand on eut pour sa soif posé devant la France<br />
2° . . . . . pourchasse oie rose aide vent. . .<br />
1° Un vase tout rempli du vin de l’espérance<br />
2° sept houx rampe lit . . . . Vesper<br />
<br />
D’où les « Ensorcelés du lac Ontario » et « Haendel écrivant sur sa rampe ».<br />
Voici ce que je retrouve encore en fouillant dans ma mémoire :<br />
1° « Rideau cramoisi » (titre d’une nouvelle de Barbey d’Aurevilly) ; 2° « Rit d’ocre à moisi » (Voir page 112).<br />
1° « Les Inconséquences de monsieur Drommel » (titre d’un livre de
Cherbuliez) ; 2° « Raisin qu’un Celte hante démon scie Eude Rome elle »
(Voir pages 114 et 115).<br />
1° « Charcutier » ; 2° « char qu’ut y est » (Voir page 106). 1°
« Valet de pied » ; 2° « Va laide pie » (Voir page 26). Ces deux mots
avaient été amenés, avec la préposition « à », par deux mots initiaux
que j’ai oubliés.<br />
Dans l’épisode de Fogar je me rappelle avoir employé « Mane Thecel
Pharès » dont j’ai fait « manette aisselle phare » ; d’où le phare à
manette qu’allume Fogar. Je me rappelle aussi que le mot <i>Lupus</i> (loup) était venu du mot <i>Lupus</i> (maladie).<br />
<br />
Ce procédé, en somme, est parent de la rime. Dans les deux cas il y a création imprévue due à des combinaisons phoniques.<br />
C’est essentiellement un procédé poétique.<br />
Encore faut-il savoir l’employer. Et de même qu’avec des rimes on
peut faire de bons ou de mauvais vers, on peut, avec ce procédé, faire
de bons ou de mauvais ouvrages.<br />
<i>Locus Solus</i> a été écrit ainsi. Mais là je ne me suis plus
guère servi que du procédé évolué. C’est-à-dire que je tirais une suite
d’images de la dislocation d’un texte quelconque, comme dans les
exemples d’<i>Impressions d’Afrique</i> que j’ai cités en dernier. Une fois, le procédé y reparaît dans sa forme primitive avec le mot <i>demoiselle</i> considéré dans deux sens différents ; encore le second mot a-t-il subi une dislocation qui se rattache au procédé évolué :<br />
1° <i>Demoiselle</i> (jeune fille) à <i>prétendant ;</i> 2° <i>demoiselle</i> (hie) à <i>reître en dents.</i><br />
Je me trouvais donc en face de ce problème : l’exécution d’une
mosaïque par une hie. D’où l’appareil si compliqué décrit pages 35 et
suivantes. C’était d’ailleurs le propre du procédé de faire surgir des
sortes d’<i>équations de faits</i> (suivant une expression employée par Robert de Montesquiou dans une étude sur mes livres) qu’il s’agissait de résoudre <i>logiquement.</i> (On a fait beaucoup de jeux de mots sur <i>Locus Solus ; Loufocus Solus, Cocus Solus, Blocus Solus ou les bâtons dans les Ruhrs, Lacus Salus</i> (à propos du <i>Lac Salé</i> de Pierre Benoit), <i>Locus Coolus, Coolus Solus</i> (à propos d’une pièce de Romain Coolus), <i>Gugus Solus, Locus Saoulus</i>, etc. Il y en a un qui manque et qui, il me semble, méritait d’être fait, c’est <i>Logicus Solus.</i>)<br />
Je sais que j’ajoutai à <i>prétendant</i> des mots dont je tirai tout ce qui se rapporte au reître ; je ne me souviens que du premier : <i>prétendant refusé,</i> dont je fis <i>rêve usé</i> (rêve flou) ; d’où le rêve du reître.<br />
Je me rappelle aussi que je me suis servi de plusieurs vers de mon poème <i>la Source</i> (du volume <i>la Vue</i>). Mais ceci seulement est resté précis dans mon souvenir :<br />
<br />
Elle commence tôt sa tournée asticote<br />
Ailé coma . . Saturne Élastique hotte<br />
<br />
Avec un parti pris de rudesse ses gens<br />
<i>Ave</i> cote part type rit des rues d’essai sauge. En<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>(type des rues rit d’essai sauge)</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
Qui tous seraient<br />
Qui toux sert<br />
<br />
On trouvera dans l’épisode du coq Mopsus (pages 430 et suivantes) : <i>ailé</i> (le coq ailé) <i>coma</i> (immobile comme dans le coma) ; Saturne (mis en communication avec Saturne) ; puis la hotte élastique, l’<i>ave</i> ; puis (fin de la page 441) le rire provoqué chez Noël par Mopsus offrant une fleur de sauge à Faustine.<br />
Le dé orné des inscriptions « L’ai-je eu, l’ai-je, l’aurai-je » vient du mot <i>déluge</i> (dé l’eus-je). Ici je mis « l’ai-je eu » au lieu de « l’eus-je », craignant que <i>dé l’eus-je</i> ne laissât transparaître le procédé.<br />
Je ne me rappelle rien d’autre touchant <i>Locus Solus.</i><br />
Comme je l’ai dit, mes deux livres l’<i>Étoile au Front</i> et la <i>Poussière de Soleils</i> sont construits d’après ce même procédé. Je me rappelle notamment que, dans l’<i>Étoile au Front,</i>
les mots « singulier » et « pluriel » m’ont donné « Saint Jules » et
« pelure » dans l’épisode du pape saint Jules. (On pourrait d’ailleurs
trouver dans mes papiers quelques feuilles où se trouve l’explication
très claire de la façon dont j’ai écrit l’<i>Étoile au Front</i> et la <i>Poussière de Soleils.</i> On pourrait trouver aussi un épisode écrit tout de suite après <i>Locus Solus</i>
et interrompu par la mobilisation de 1914 où il est question notamment
de Voltaire et d’un site plein de lucioles ; ce manuscrit mériterait
peut-être d’être publié.)<br />
Il va sans dire que mes autres livres la <i>Doublure,</i> la <i>Vue</i> et <i>Nouvelles Impressions d’Afrique</i> sont absolument étrangers au procédé.<br />
Est également construit d’après le procédé un début de livre dont la
composition existe à l’imprimerie Lemerre, 6, rue des Bergers (un
épisode ayant Cuba pour théâtre).<br />
Étrangères au procédé sont les poésies « l’Inconsolable » et « Têtes
de carton du Carnaval de Nice » ainsi que la poésie « Mon Âme » écrite à
dix-sept ans et publiée dans le <i>Gaulois</i> du 12 juillet 1897.<br />
Il ne faut pas chercher de rapports entre le livre « la Doublure » et le conte « Chiquenaude » ; il n’y en a aucun.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
*<sup>*</sup>*</div>
Je voudrais signalcr ici une curieuse crise que j’eus à l’âge de dix-neuf ans, alors que j’écrivais la <i>Doublure.</i>
Pendant quelques mois j’éprouvai une sensation de gloire universelle
d’une intensité extraordinaire. Le docteur Pierre Janet, qui m’a soigné
pendant de longues années, a fait une description de cette crise dans le
premier volume de son ouvrage <i>De l’Angoisse à l’Extase</i> (pages 132 et suivantes) ; il m’y désigne sous le nom de Martial, choisi à cause du Marhal Canterel de <i>Locus Solus.</i><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
*<sup>*</sup>*</div>
Je voudrais aussi, dans ces notes, rendre hommage à l’homme d’incommensurable génie que fut Jules Verne.<br />
Mon admiration pour lui est infinie.<br />
Dans certaines pages du <i>Voyage au centre de la terre,</i> de <i>Cinq Semaines en ballon,</i> de <i>Vingt mille lieues sous les mers,</i> de <i>De la Terre à la Lune</i> et de <i>Autour de la Lune,</i> de l’<i>Île mystérieuse,</i> d’<i>Heclor Servadac,</i> il s’est élevé aux plus hautes cimes que puisse atteindre le verbe humain.<br />
J’eus le bonheur d’être reçu une fois par lui à Amiens où je faisais
mon service militaire et de pouvoir serrer la main qui avait écrit tant
d’œuvres immortelles.<br />
Ô maître incomparable, soyez béni pour les heures sublimes que j’ai
passées toute ma vie à vous lire et à vous relire sans cesse.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
*<sup>*</sup>*</div>
<br />
Il faut encore que je parle ici d’un fait assez curieux. J’ai
beaucoup voyagé. Notamment en 1920-21 j’ai fait le tour du monde par les
Indes, l’Australie, la Nouvelle-Zélande, les archipels du Pacifique, la
Chine, le Japon et l’Amérique. (Pendant ce voyage je fis une halte
assez longue à Tahiti, où je retrouvai encore quelques personnages de
l’admirable livre de Pierre Loti.) Je connaissais déjà les principaux
pays de l’Europe, l’Égypte et tout le nord de l’Afrique, et plus tard je
visitai Constantinople, l’Asie-Mineure et la Perse. Or, de tous ces
voyages, je n’ai jamais rien tiré pour mes livres. Il m’a paru que la
chose méritait d’être signalée tant elle montre clairement que chez moi
l’imagination est tout.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
*<sup>*</sup>*</div>
Quelques courtes notes biographiques termineront cet ouvrage.<br />
Je fus élevé avec ma sœur Germaine, plus tard duchesse d’Elchingen,
puis princesse de la Moskowa à partir du 21 octobre 1928, date où mourut
sans laisser d’enfants le frère aîné de mon beau-frère, Napoléon Ney,
prince de la Moskowa, marié à S. A. I. la princesse Eugénie Bonaparte,
descendante directe du roi Joseph et de Lucien Bonaparte. Fait curieux :
presque tous les noms de l’Empire se trouvaient réunis dans la famille
de mon beau-frère : son demi-frère était prince d’Essling et duc de
Rivoli ; sa sœur aînée avait épousé S. A. le prince Murat, prétendant au
trône de Naples ; ses autres sœurs étaient : la princesse Eugène Murat,
la duchesse de Camastra, la duchesse d’Albuféra et la duchesse de
Fezensac. De plus, mon neveu et unique héritier Michel Ney, duc
d’Elchingen et futur prince de la Moskowa, épousa, le 26 février 1931, M<sup style="font-size: 70%; line-height: 1;">lle</sup>
Hélène La Caze, petite-fille, par sa mère, de Ferdinand de Lesseps et
petite-nièce de Napoléon III et de l’impératrice Eugénie. À son mariage
je fus témoin avec le prince Murat.<br />
Notre frère aîné Georges, mort en 1901, était déjà presque un jeune homme quand nous n’étions encore que des enfants.<br />
J’ai gardé de mon enfance un souvenir délicieux. Je puis dire que j’ai connu là plusieurs années d’un bonheur parfait.<br />
Ma mère adorait la musique et, me trouvant doué pour cet art, elle me
fit quitter à treize ans le lycée pour le Conservatoire, après avoir
triomphé d’une légère résistance de mon père.<br />
J’entrai dans la classe de piano de Louis Diémer et j’obtins un second puis un premier accessit.<br />
Vers seize ans j’essayais de composer des mélodies dont je faisais
les vers moi-même. Les vers venaient toujours facilement, mais la
musique restait rebelle. Un jour, à dix-sept ans, je pris le parti
d’abandonner la musique pour ne plus faire que des vers ; ma vocation
venait de se décider.<br />
À partir de ce moment une fièvre de travail s’empara de moi. Je
travaillai, pour ainsi dire, nuit et jour pendant de longs mois, au bout
desquels j’écrivis la <i>Doublure,</i> dont la composition a coïncidé avec la crise décrite par Pierre Janet.<br />
Quand la <i>Doublure</i> parut, le 10 juin 1897, son insuccès me
causa un choc d’une violence terrible. J’eus l’impression d’être
précipité jusqu’à terre du haut d’un prodigieux sommet de gloire. La
secousse alla jusqu’à provoquer chez moi une sorte de maladie de peau
qui se traduisit par une rougeur de tout le corps et ma mère me fit
examiner par notre médecin, croyant que j’avais la rougeole. De ce choc
résulta surtout une effroyable maladie nerveuse dont je souffris pendant
bien longtemps.<br />
Je me remis au travail, mais d’une façon plus sage que lors de ma
grande crise de surmenage. Pendant quelques années ce fut de la
prospection. Aucune de mes œuvres ne me satisfit, sauf <i>Chiquenaude</i> que je publiai vers 1900.<br />
À vingt-cinq ans j’écrivis la <i>Vue.</i> Ce poème parut dans le <i>Gaulois du Dimanche</i> et y fut remarqué par certains lettrés. Une allusion y fut même faite dans le <i>Sire de Vergy,</i>
une opérette qu’on jouait alors aux Variétés : un des personnages, je
ne sais plus lequel, regardait dans un porte-plume, qu’apportait Éve La
Vallière, une vue représentant la bataille de Tolbiac.<br />
Après la <i>Vue,</i> j’écrivis encore le <i>Concert</i> et la <i>Source,</i> puis ce fut de nouveau la prospection pendant plusieurs années, au cours desquelles je publiai seulement (dans le <i>Gaulois du Dimanche)</i> l’<i>Inconsolable</i> et <i>Têtes de Carton du Carnaval de Nice.</i>
Cette prospection n’allait pas sans me causer des tourments et il m’est
arrivé de me rouler par terre dans des crises de rage, en sentant que
je ne pouvais parvenir à me donner les sensations d’art auxquelles
j’aspirais.<br />
Enfin, vers trente ans, j’eus l’impression d’avoir trouvé ma voie par les combinaisons de mots dont j’ai parlé. J’écrivis <i>Nanon, Une Page du Folklore breton</i> puis <i>Impressions d’Afrique.</i><br />
<i>Impressions d’Afrique</i> parut en feuilleton dans le <i>Gaulois du Dimanche</i> et y passa tout à fait inaperçu.<br />
De même, quand cette œuvre parut en librairie, nul n’y fit attention.
Seul, Edmond Rostand, à qui j’en avais envoyé un exemplaire, la comprit
du premier coup, se passionna pour elle et en parla à tous, allant
jusqu’à en lire des fragments à haute voix à ses familiers. Il me disait
souvent : « Il y aurait une pièce extraordinaire à tirer de votre
livre. » Ces paroles m’influencèrent. En outre je souffrais d’être
incompris et je pensai que par le théâtre j’atteindrais peut-être plus
facilement le public que par le livre.<br />
Je tirai donc d’<i>Impressions d’Afrique</i> une pièce que je fis jouer au théâtre Fémina d’abord, au théâtre Antoine ensuite.<br />
Ce fut plus qu un insuccès, ce fut un tollé. On me traitait de fou,
on « emboîtait » les acteurs, on jetait des sous sur la scène, des
lettres de protestation étaient adressées au directeur.<br />
Une tournée faite en Belgique, en Hollande et dans le nord de la France ne fut pas plus heureuse.<br />
Pendant ce temps j’écrivais <i>Locus Solus.</i><br />
Comme <i>Impressions d’Afrique</i> l’ouvrage parut en feuilleton dans le <i>Gaulois du Dimanche</i> et, de même, y passa tout à fait inaperçu.<br />
En librairie, résultat nul.<br />
De nouveau je voulus recourir au théâtre et je demandai à Pierre Frondaie de tirer de <i>Locus Solus</i> une pièce que je fis jouer avec grand luxe au théâtre Antoine.<br />
À la première il y eut un tumulte indescriptible. Ce fut une
bataille, car cette fois, si presque toute la salle était contre moi,
j’avais du moins un groupe de très chauds partisans.<br />
L’affaire fit beaucoup de bruit et je fus connu du jour au lendemain.<br />
Mais, loin d’être un succès, ce fut un scandale. Car, à part le petit
groupe favorable dont j’ai parlé, tout le monde était ameuté contre
moi.<br />
Suivant l’expression d’un journaliste, ce fut « une levée de
stylographes ». De nouveau on me traita de fou, de mystificateur ; toute
la critique poussa des cris d’indignation.<br />
Mais enfin un résultat était désormais acquis : le titre d’un de mes
ouvrages était célèbre. Dans toutes les revues théâtrales, cette
année-là, il y eut une scène sur <i>Locus Solus,</i> et deux revues s’en inspirèrent pour leur titre : <i>Cocus Solus</i> (qui, plus heureuse que ma pièce, sa marraine, dépassa la centième) et <i>Blocus Solus ou les bâtons dans les Ruhrs.</i><br />
Pensant que l’incompréhension du public venait peut-être du fait que
je ne lui avais jusqu’alors présenté au théâtre que des adaptations de
livres, je résolus de composer un ouvrage spécialement pour la scène.<br />
J’écrivis l’<i>Étoite au Front</i> que je fis représenter au
Vaudeville. Nouveau tumulte, nouvelle bataille, mais où mes partisans
étaient cette fois beaucoup plus nombreux. Au troisième acte
l’effervescence devint telle qu’il fallut, au milieu d’une scène,
baisser le rideau pour ne le relever qu’au bout d’un certain temps.<br />
Pendant le second acte, un de mes adversaires ayant crié à ceux qui
applaudissaient : « Hardi la claque », Robert Desnos lui répondit :
« Nous sommes la claque et vous êtes la joue. » Le mot eut du succès et
fut cité par divers journaux. (Remarque amusante, en intervertissant l’<i>l</i> et le <i>j</i> on obtient : « Nous sommes la claque et vous êtes jaloux », phrase qui n’eût sans doute pas manqué d’une certaine justesse.)<br />
Cette fois encore la critique fut déchaînée contre moi, et, comme
toujours, on parla de folie ou de mystification. On appela la pièce
« l’Araignée sous le front » et des journalistes interviewèrent mes
acteurs pour savoir si j’écrivais mes pièces sérieusement ou si mon but
était de me moquer du monde. J’appris qu’à la fin d’une des
représentations un groupe d’étudiants avait, pendant quelque temps,
guetté ma sortie pour me huer.<br />
Cependant le nombre de mes partisans grossissait sans cesse.<br />
Après l’<i>Étoile au Front</i> j’ écrivis la <i>Poussière de Soleils</i> que je fis représenter à la Porte-Saint-Martin.<br />
On s’arracha les places pour la première et l’affluence y fut énorme.
Beaucoup ne venaient que pour avoir le plaisir d’assister à une séance
houleuse et d’y jouer leur rôle. Cependant la représentation fut calme.
Une fois pourtant, à un début de manifestation hostile, un de mes
partisans cria : « Silence les idiots ! »<br />
La pièce ne fut pas comprise ; et à quelques exceptions près les articles de presse furent détestables.<br />
Une série de représentations donnée un peu plus tard à la Renaissance
ne fut guère heureuse. Quand le rideau tombait, des gens criaient
ironiquemunt « l’auteur… l’auteur… » Toutefois, à chacuue de mes
manifestations, je voyais des gens nouveaux se rallier à moi.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
*<sup>*</sup>*</div>
Pour écrire l’<i>Étoile au Front</i> et la <i>Poussière de Soleils</i> j’avais interrompu la composition d’un ouvrage en vers commencé en 1915.<br />
À cette époque je m’étais remis à la poésie, abandonnée depuis bien dus années, et l’ouvrage en question n’était autre que les <i>Nouvelles Impressions d’Afrique,</i> que je n’achevai qu’en 1928.<br />
On ne saurait croire, en effet, quel temps immense exige la composition de vers de ce genre.<br />
Je vais essayer d’en donner une idée.<br />
Les <i>Nouvelles Impressions d’Afrique</i> devaient contenir une
partie descriptive. Il s’agissait d’une minuscule lorgnette-pendeloque,
dont chaque tube, large de deux millimètres et fait pour se coller
contre l’œil, renfermait une photographie sur verre, l’un colle des
bazars du Caire, l’autre celle d’un quai de Louqsor.<br />
Je fis la description en vers de ces deux photographies. (C’était, en somme, un recommencement exact de mon poème <i>la Vue.</i>)<br />
Ce premier travail achevé, je repris l’œuvre dès son début pour la
mise au point des vers. Mais au bout d’un certain temps j’eus
l’impression qu’une vie entière ne suffirait pas à cette mise au point
et je renonçai à poursuivre ma tâche. Le tout m’avait pris cinq années
de travail. Si l’on retrouve le manuscrit dans mes papiers, peut-être
intéressera-t-il, tel qu’il est, certains de mes lecteurs.<br />
Or, si, des treize ans et demi qui s’écoulèrent de l’hiver de 1915 à
l’automne de 1928, je retranche les cinq ans dont je viens de parler,
plus le temps que je mis à écrire l’<i>Étoile au Front</i> et la <i>Poussière de Soleils,</i> le constate qu’il m’a fallu sept ans pour composer les <i>Nouvelles Impressions d’Afrique</i> telles que je les ai présentées au public.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
*<sup>*</sup>*</div>
En terminant cet ouvrage je reviens sur le sentiment douloureux que
j’éprouvai toujours en voyant mes œuvres se heurter à une
incompréhension hostile presque générale.<br />
(Il ne fallut pas moins de vingt-deux ans pour épuiser la première édition d’<i>Impressions d’Afrique.</i>)<br />
Je ne connus vraiment la sensation du succès que lorsque je chantais
on m’accompagnant au piano et surtout par de nombreuses imitations que
je faisais d’acteurs ou de personnes quelconques. Mais là, du moins, le
succès était énorme et unanime.<br />
Et je me réfugie, faute de mieux, dans l’espoir que j’aurai peut-être
un peu d’épanouissement posthume à l’endroit de mes livres.<br />
<div style="-moz-column-count: 1; -webkit-column-count: 1; column-count: 1;">
<ol class="references">
<li id="cite_note-3">
</li>
</ol>
</div>
<br />Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-53482031893790378172012-05-21T01:27:00.001-07:002012-05-21T01:27:39.844-07:00RAYMOND ROUSSEL: ChiquenaudeLes vers de la doublure dans la pièce du <i>Forban talon rouge</i>, avaient été composés par moi.
C’est vous dire qu’un intérêt tout particulier m’attirait, ce soir-là, à la grande féerie de mes amis Gauffre et Flambeau.<br />
Un voyage m’avait empêché d’assister à la première, et dès mon retour
je voulais voir l’effet que produisaient les quelques rimes dues à ma
collaboration. <span><span class="pagenum" id="2" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/9"></span></span><br />
Par malheur l’illustre Cadran venait de tomber malade. Un inconnu le doublait dans le personnage de Méphistophélès.<br />
Tout le long de son rôle, Méphisto ne cessait d’avoir des duels dont
il sortait toujours vainqueur, grâce à son costume en grosse étoffe
écarlate ; cette étoffe était fée et l’épée la plus solidement trempée
ne pouvait parvenir à l’entamer. Pourtant les voyages, les fatigues et
les intempéries finissaient par l’user à la longue. Heureusement
Méphisto en avait une réserve en enfer, et quand un endroit menaçait de
se déchirer, il mettait un morceau. Le costume gardait ainsi
éternellement sa vertu magique.<br />
Méphisto se savait si bien invulnérable, qu’avant de se battre il ne manquait pas de réciter joyeusement une ode victorieuse.<br />
C’est cette ode que mes chers Gauffre et Flambeau m’avaient demandé d’écrire. La voici telle que je m’en souviens :<br />
<br />
<div class="poem">
<dl><dd>
<dl><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Quel est l’insensé qui se flatte</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>De percer l’étoffe écarlate</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Dont je suis tout entier vêtu ?</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>À te voir mon cœur se dilate</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>De joie ! Ignorant, ne sais-tu</i></span></dd></dl>
</dd></dl>
</div>
<span><span class="pagenum" id="3" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/10"></span></span>
<div class="poem">
<br />
<dl><dd>
<dl><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Que mieux que l’épaisse cuirasse</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>D’un batailleur de vieille race</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Portant une plume au chapeau,</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Cette étoffe sans nulle trace</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>De trous me protège la peau ?</i></span></dd></dl>
</dd></dl>
<span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><br /></span><br />
<dl><dd>
<dl><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Ne sais-tu que pour rendre l’âme</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Sous ce drap plus ardent que flamme,</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>II me faudrait mourir de faim ?</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Mais que jamais aucune lame</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Ne sera cause de ma fin ?</i></span></dd></dl>
</dd></dl>
<span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><br /></span><br />
<dl><dd>
<dl><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>J’ai beau jeu pour être intrépide ;</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Essaye une botte rapide</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Et si je me trompe en parant</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Tu verras mon rire insipide</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Demeurer, car aucun parent</i></span></dd></dl>
</dd></dl>
<span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><br /></span><br />
<dl><dd>
<dl><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>À moi, pas même le plus proche,</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Ne sentira son cœur de roche</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Attendri par un récent deuil</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Grâce à ton fer… car s’il m’accroche</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Pendant l’espace d’un clin d’œil,</i></span></dd></dl>
</dd></dl>
<span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><br /></span><br />
<dl><dd>
<dl><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>II se brisera comme verre</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Sur mon costume. Persévère</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Maintenant, audacieux fol,</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Dans ton projet, et je t’enferre</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Comme une mouche sur le sol.</i></span></dd></dl>
</dd></dl>
</div>
<br />
D’habitude, l’adversaire était fort troublé par ces paroles. Mais la honte l’emportait sur la peur <span><span class="pagenum" id="4" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/11"></span></span>et
il se battait quand même. Infailliblement son épée se brisait sur le
complet magique du diable qui le tuait ensuite avec un éclat de rire.<br />
La lorgnette aux yeux, je suivais attentivement de ma baignoire les
péripéties de l’action, et jusqu’au milieu du troisième acte Méphisto
avait toujours été vainqueur, et mes strophes n’avaient pas eu à mentir.
Mais ici tout allait changer.<br />
Le héros du drame était un certain Panache, grand coureur de filles
et grand spadassin. Il n’hésitait pas à occire un brave gentilhomme pour
lui voler sa bourse, mais il ne le frappait pas en traître, par
derrière ; il l’attaquait bien en face et lui laissait le temps de tirer
l’épée pour se défendre. Cette délicatesse, jointe à une galanterie
sans bornes avec les femmes, lui faisait mériter le surnom qui servait
de titre à la féerie.<br />
Panache avait pour marraine une vieille fée, nommée Chiquenaude,
méchante comme la peste, mais qui adorait son filleul. À l’aide d’un
miroir magique elle suivait tous ses faits et gestes et se tenait prête à
lui porter secours à l’heure du danger.<br />
Or, certain soir, Méphisto, passant devant la <span><span class="pagenum" id="5" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/12"></span></span>maison de Panache, apercevait sur le seuil la belle Foire, maîtresse idolâtrée du spadassin.<br />
Comme Panache devait être occupé toute la nuit par un assassinat
important, Foire voyant un beau seigneur habillé de rouge, et le
trouvant à son goût, n’hésitait pas à l’accueillir, afin qu’il remplaçât
son amant absent.<br />
Méphisto faisait son entrée dans le réduit du bandit. Partout c’était
un fouillis bizarre d’objets volés ; sur les murs, les épées des
victimes de Panache formaient de nombreux trophées.<br />
Méphisto et Foire étaient vite aux bras l’un de l’autre. Ils
soupaient gaiement tous les deux, et, le repas fini, Méphisto légèrement
aviné devenait très audacieux… Si audacieux que Foire l’entraînait
doucement vers une large alcôve au fond de laquelle un grand lit
semblait fait pour des gens heureux. Les rideaux de l’alcôve se
refermaient sur eux et la pénombre envahissait la scène.<br />
Bientôt une vieille femme entrait à pas de loup en s’appuyant sur un bâton. C’était Chiquenaude.<br />
En regardant dans son miroir magique la chambre de son filleul
bien-aimé, elle venait de voir le souper coupable et, furieuse de
l’affront <span><span class="pagenum" id="6" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/13"></span></span>fait au courageux bandit, elle avait résolu de l’avertir et de l’exhorter à la vengeance.<br />
Mais elle avait connaissance de la grosse étoffe fée dont le diable
était habillé et de son pouvoir merveilleux. Elle avait donc cherché un
moyen de combattre ce pouvoir et l’avait trouvé.<br />
La sorcière racontait tout cela sur le devant de la scène d’une voix chevrotante et sourde.<br />
« Où sont-ils, maintenant ? » disait-elle après avoir terminé son histoire.<br />
Et elle se dirigeait vers l’alcôve en marchant sur la pointe des
pieds. Du doigt elle écartait légèrement les rideaux et jetait un coup
d’œil à travers la fente.<br />
« Oh !… » murmurait-elle scandalisée, en revenant vers le milieu de la scène.<br />
Puis sa vieille face avait un affreux sourire.<br />
« Ils sont si… occupés, disait-elle en minaudant, que je vais pouvoir prendre les vêtements magiques sans qu’ils me voient. »<br />
Elle retournait vers l’alcôve et, cette fois, passant son maigre bras
entre les deux rideaux elle tirait à elle le complet charbon ardent de
Méphisto.<br />
« Voilà donc ce drap qui rend invulnérable <span><span class="pagenum" id="7" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/14"></span></span>quiconque
en est vêtu, déclamait-elle avec rage, ce drap plus résistant qu’une
cuirasse ou qu’une cotte de maille… Nous verrons bien si ceci n’en
viendra pas à bout. »<br />
À ces mots elle sortait de dessous son manteau un coupon de vieille flanelle grenat toute sale et tout usée.<br />
Elle avait posé les habits du diable sur une table et pendant qu’elle
dépliait sa flanelle elle s’adressait tout bas d’étranges
félicitations.<br />
« Comme j’ai bien fait de ne mettre ni camphre ni poivre… À présent
voici la flanelle toute mangée et le contact seul suffira, j’en suis
sûre.<br />
En effet, la flanelle était partout criblée de petits trous qui
prouvaient l’absence de poivre et de camphre dont parlait la vieille
fée.<br />
« Et maintenant, à moi, génies de la couture, commandait Chiquenaude, accourez tous… obéissez… »<br />
Ceci était l’occasion d’un gracieux ballet.<br />
Des danseuses et des danseurs sortaient de partout pendant que la
scène s’éclairait. Les uns arrivaient par la grande cheminée, les autres
par l’armoire dont ils ouvraient brusquement les portes, plusieurs
surgissaient du plancher. Tous <span><span class="pagenum" id="8" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/15"></span></span>et
toutes avaient à la main une aiguille gigantesque de la dimension d’une
canne, à laquelle pendait une aiguillée de soie rouge aussi grosse
qu’une corde. En dansant ils agitaient mollement leur aiguille et la
soie les enveloppait ainsi qu’un souple ruban.<br />
Bientôt des enfants se joignaient à eux ; tout leur torse était
enfermé dans une grosse bobine de la même soie, et l’on ne voyait sortir
que leur tête blonde, leurs jambes et leurs bras roses.<br />
Chiquenaude, après avoir tourné à l’envers le fameux costume, s’était retirée au fond du théâtre.<br />
Sur un signe de son doigt les génies se mettaient à défiler en
sautillant devant elle. De ses vieilles mains elle leur tendait l’étoffe
fée et la flanelle ; et chacun en passant feignait de faire un point
avec son aiguille géante.<br />
M<sup style="font-size: 70%; line-height: 1;">lle</sup> Fusée, le premier
sujet, exécutait de vrais prodiges. Elle avait pour cavalier l’élégant
Crinière, et à eux deux ils abattaient toute la besogne. Fusée, par
exemple, tournait sur les pointes et à chaque tour elle donnait un coup
d’aiguille dans l’ouvrage.<br />
Puis elle enlaçait son bras gauche au bras gauche de Crinière. Ils tournaient ensemble et <span><span class="pagenum" id="9" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/16"></span></span>chacun, à tour de rôle, faisait un point dans l’étoffe.<br />
D’autres fois Crinière soutenait Fusée par la taille. Celle-ci, ne
posant qu’une seule pointe à terre, levait la jambe en l’air et cousait
nonchalamment pendant que l’orchestre nuançait une lente mélodie.<br />
De temps à autre le défilé général recommençait.<br />
À la fin, Chiquenaude, satisfaite des génies, les congédiait en étendant les bras.<br />
Aussitôt Crinière saisissait Fusée par la taille et l’emmenait
tendrement. Les autres disparaissaient par où ils étaient venus et les
enfants-bobines se mêlaient à la déroute.<br />
L’obscurité se faisait de nouveau et Chiquenaude restait seule.<br />
Elle regardait avec une joie méchante le costume rouge remis à l’endroit maintenant.<br />
« Étoffe fée tu as vécu, murmurait-elle ; si avant une heure tu ne
tombes pas en ruines, je ne veux plus m’appeler Chiquenaude. »<br />
Regagnant sans bruit l’alcôve, elle ouvrait une troisième fois les rideaux.<br />
« Ils se sont endormis ; » ricanait-elle. <span><span class="pagenum" id="10" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/17"></span></span><br />
Et elle remettait le costume à sa place.<br />
« À présent courons vite chercher Panache, s’écriait-elle ; grâce au
miroir magique je saurai bien le trouver et le ramener avant le jour. »<br />
Faisant un geste de menace vers l’alcôve elle sortait d’un pas chancelant.<br />
Trois heures du matin sonnaient bientôt, très lentement, dans quelque clocher voisin.<br />
Foire, éveillée sans doute au bruit de la cloche, écartait les
rideaux de l’alcôve et apparaissait dans un charmant déshabillé bleu de
ciel.<br />
« Déjà trois heures, » se disait-elle en réfléchissant.<br />
Ensuite, se retournant vers le lit elle éveillait Méphisto par ces tendres paroles :<br />
« Mon bien-aimé, lève-toi, l’heure s’avance et l’on peut nous surprendre. »<br />
Encore tout engourdie de sommeil elle se détirait et venait s’asseoir
à une toilette encombrée de fards, de poudres et de parfums. Un rayon
de lune glissant par la fenêtre venait doucement éclairer son visage.
L’orchestre préludait par quelques accords et Foire, un miroir à la
main, chantait une lente et voluptueuse mélodie.<br />
Elle célébrait l’amour, les baisers, la jeunesse <span><span class="pagenum" id="11" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/18"></span></span>et
la beauté. Mais l’air, d’abord langoureux, devenait peu à peu plus
expansif, plus enflammé ; Foire, posant son miroir sur la toilette, se
levait et phrasait à pleine voix un passage entraînant et passionné ;
Méphisto qui venait de sortir de l’alcôve complètement rhabillé
s’avançait encore légèrement gris et mêlait sa voix à la sienne ; la
calme mélodie du début finissait par un éclatant duo d’amour et sur les
mots « je t’aime » Foire se jetait au cou de Méphisto qui la gardait
serrée contre son cœur. Un affreux blasphème tirait soudain les amants
de leur extase.<br />
Panache venait d’entrer conduit par Chiquenaude.<br />
« Lui !… déjà !… criait Foire foudroyée. »<br />
Chiquenaude ricanait tout bas.<br />
« Traître, hurlait Panache, j’aurais le droit de te tuer comme un
chien sans te donner le temps de te défendre ; mais il me répugne d’agir
ainsi et c’est dans un duel régulier que je me vengerai ; tire ton épée
comme je tire la mienne et croisons le fer à l’instant. »<br />
Méphisto tirait l’épée en éclatant de rire… Ne se savait-il pas invulnérable !…<br />
Tandis que Panache parlait, Chiquenaude était <span><span class="pagenum" id="12" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/19"></span></span>allée
prendre une épée à l’une des panoplies accrochées aux murs. Puis,
s’approchant de la rampe, elle avait tiré de sa poche un flacon bleu
foncé.<br />
« Ceci est un poison sans remède, » disait-elle sournoisement.<br />
Et sans que les autres la voient, elle trempait la pointe de l’épée
jusqu’au fond du flacon qu’elle jetait ensuite par la fenêtre.<br />
Justement Panache et Méphisto étaient sur le point d’engager le combat.<br />
« Arrêtez, messeigneurs, criait Chiquenaude en se mettant entre eux
deux, vos épées ne sont point égales ; la tienne est bien plus longue,
Panache, et il serait indigne de toi de combattre avec un tel avantage :
En voici une de la même taille que celle de ton adversaire ; c’est
celle-là qu’il faut prendre. »<br />
Toujours scrupuleux, Panache jetait loin de lui l’épée trop longue, et acceptait celle que lui tendait sa marraine.<br />
À la vue de ce manège, si inutile à ses yeux, Méphisto recommençait à
rire. Il prenait une pose fanfaronne et, le poing sur la hanche,
déclamait d’un bout à l’autre son ode victorieuse : <span><span class="pagenum" id="13" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/20"></span></span><br />
<div class="poem">
<dl><dd>
<dl><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Quel est l’insensé qui se flatte</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>De percer l’étoffe écarlate</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Dont je suis tout entier vêtu ?…</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><span style="letter-spacing: 0.3em;">. . . . . . . . . . .</span></span></dd></dl>
</dd></dl>
</div>
<br />
Chiquenaude s’amusait bien ! Elle affectait de tendre l’oreille en se
faisant avec sa main un cornet acoustique. Cependant, Panache,
attentif, écoutait son ennemi. La poésie terminée, il se prenait à
réfléchir, car il ne doutait pas que Méphisto n’eût dit vrai.<br />
« Aurais-tu peur, Panache ? » insinuait Chiquenaude.<br />
Ces mots faisaient bondir Panache.<br />
« Moi ?… peur ?… marraine… Est-ce bien cela que tu me demandes ?… Regarde seulement et tu vas être fière de moi. »<br />
Les deux rivaux tombaient en garde et les épées se touchaient.<br />
D’abord Panache ne faisait que parer, car Méphisto, plein de
confiance, se fendait sans cesse à tort et à travers. Mais le bandit
agacé se mettait à son tour à faire des attaques et forçait l’autre à
reculer. Méphisto s’amusait à parer pour montrer son adresse ; puis,
énervé d’être obligé de rompre ainsi, il finissait par ne plus
s’inquiéter <span><span class="pagenum" id="14" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/21"></span></span>des
bottes qu’il savait impuissantes contre lui et recommençait son jeu
imprudent ; dès lors il était perdu. Décidé à ne pas reculer d’une ligne
Panache tenait bon, et soudain en parant un coup droit il enfonçait son
épée dans la cuisse de Méphisto. Le malheureux fléchissait aussitôt.<br />
« Malédiction !… » gémissait-il faiblement. Et il tombait mort. Le poison avait eu un effet instantané.<br />
Sans perdre de temps à regarder sa victime, Panache raccrochait à la
panoplie l’épée du combat, puis il ramassait la sienne pour la remettre
au fourreau. Il s’avançait alors vers Foire, et la saluant
profondément :<br />
« Madame, disait-il, après les événements de cette nuit j’ai
l’honneur de vous faire mes adieux. Je ne m’abaisserai pas jusqu’à
emporter les richesses que j’ai accumulées ici. Ces richesses je vous
les donne, elles sont à vous. Pour moi j’irai recommencer ma fortune
ailleurs. C’est ainsi que j’agis avec les femmes. »<br />
II s’inclinait de nouveau et sortait la tête haute.<br />
Foire, éperdue, se jetait à genoux pour le retenir et l’appelait avec désespoir. Mais il continuait <span><span class="pagenum" id="15" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/22"></span></span>son
chemin sans même se retourner, et la pauvre enfant, brisée par trop
d’émotions, chancelait sur ses genoux et tombait évanouie.<br />
Au milieu du silence, Chiquenaude regardait le cadavre de Méphisto.
Au bout de quelques instants elle le prenait sous les bras et l’enlevait
assez facilement. Le remplaçant de Cadran était cependant grand et bien
bâti. Malgré tout, la sorcière parvenait à l’asseoir sur une chaise et
laissait le haut du corps s’appuyer sur la toilette de Foire.<br />
Le rayon de lune éclairait ainsi le mort tout entier.<br />
Ivre de joie, la vieille fée examinait la blessure fatale. L’épée, en
traversant toute la cuisse, avait laissé deux trous dans le drap.<br />
Mettant l’ongle dans un de ces trous, Chiquenaude tirait doucement.
Et sans aucun effort elle arrachait tout un large carré d’étoffe.
C’était un de ces morceaux neufs que le diable rajoutait parfois quand
l’usure l’y obligeait. L’épée, en le rencontrant, l’avait traversé aussi
facilement qu’une partie plus fragile.<br />
Triomphante, la sorcière montrait le carré cramoisi en élevant la main. Et l’on pouvait juger <span><span class="pagenum" id="16" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/23"></span></span>de l’épaisseur de ce drap, plus résistant que le fer et l’acier.<br />
En dessous était apparue, sur la jambe de Méphisto, la vieille
flanelle toute délabrée que Fusée, Crinière et les autres avaient cousue
avec leurs grandes aiguilles. Et Chiquenaude contemplait quelque temps
l’endroit de la blessure.<br />
« La flanelle a fait son œuvre, » disait-elle sourdement.<br />
Puis, revenant au morceau, elle se mettait à le déchirer de toutes
ses forces. Alors, comme éveillés par les secousses, des papillons
minuscules s’envolaient en quantité dans tous les sens.<br />
Et la sorcière récitait d’une voix ironique :<br />
<br />
<div class="poem">
<dl><dd>
<dl><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Quel est l’insensé qui se flatte</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>De percer l’étoffe écarlate</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><i>Dont je suis tout entier vêtu ?…</i></span></dd><dd><span style="font-size: 90%; line-height: normal;"><span style="letter-spacing: 0.3em;">. . . . . . . . . . .</span></span></dd></dl>
</dd></dl>
</div>
<br />
Quand il ne lui restait plus rien dans les mains, elle ramassait les
lambeaux pour les déchiqueter de nouveau et les réduire en miettes ; et
l’ode victorieuse lui revenait sans faute à la mémoire. La dernière
strophe finie elle partait <span><span class="pagenum" id="17" title="Page:Roussel - Chiquenaude, 1900.djvu/24"></span></span>d’un grand éclat de rire, qui laissait voir sa mâchoire édentée.<br />
Elle montrait du doigt la nuée de petits papillons qui s’envolait
toujours dans le rayon de lune, et toute secouée par son hilarité elle
s’écriait en se tenant les côtes :<br />
« Les vers de la doublure dans la pièce du fort pantalon rouge !… »Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-2245410703969408832012-05-21T01:24:00.001-07:002012-05-21T01:24:42.434-07:00RAYMOND ROUSSEL: La Doublure (1896)<dl><dd>
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<dl><dd><b>I</b></dd></dl>
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</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<br />
<div class="poem">
Le décor renaissance est une grande salle<br />
Au château du vieux comte. Une portière sale<br />
Sert d’entrée. Un vieillard, en beaux habits de deuil<br />
Et l’air grave, est assis sur le bord d’un fauteuil<br />
À dossier haut. Il met sa main sur une table<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="2" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/15"></span></span>
<div class="poem">
Auprès de lui, disant :<br />
<br />
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<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>
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<dl><dd>« C’est là le véritable</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
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</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
Moyen ; quoi qu’il en soit, je ferai jusqu’au bout<br />
Mon devoir ; vous pouvez vous retirer. »<br />
<br />
<dl><dd>
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<dl><dd>Debout,</dd></dl>
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</dd></dl>
À trois pas de la rampe, en écuyer, l’épée<br />
Nue en main, de profil, la poitrine drapée<br />
Dans un grand manteau brun, une jambe en dehors,<br />
Gaspard est immobile. Il réplique :<br />
<br />
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<dl><dd>« Pour lors,</dd></dl>
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</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
Monseigneur, si tels sont vos vœux, il ne me reste<br />
Qu’à remettre l’épée au fourreau. »<br />
<br />
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<dl><dd>D’un grand geste</dd></dl>
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</dd></dl>
Exagéré, levant sa main gantée en l’air,<br />
Il abaisse la lame en lançant un éclair,<br />
Puis cherche à la rentrer ; mais il remue et tremble,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="3" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/16"></span></span>
<div class="poem">
Ses mains ne peuvent pas faire toucher ensemble,<br />
La pointe, avec le haut du fourreau noir en cuir,<br />
Qui tournent tous les deux en paraissant se fuir.<br />
Gaspard, très rouge avec sa fraise qui l’engonce,<br />
Rage et devient nerveux. Une fois il enfonce<br />
La pointe à faux, voulant quand même aller trop fort,<br />
Et la pique à côté de l’ouverture, au bord<br />
En cuivre du fourreau. Le moment semble immense ;<br />
Dans la salle, partout attentive, on commence<br />
À chuchoter et puis à rire ; plusieurs fois<br />
Gaspard repique au bord. Tout en haut une voix<br />
Crie :<br />
<br />
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<dl><dd>« Il est donc bouché ton fourreau ? »</dd></dl>
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<br />
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<dl><dd>Ça redouble,</dd></dl>
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</dd></dl>
Et devant ce gros rire augmentant qui le trouble,<br />
Gaspard exaspéré, sans forces, se retient<br />
De tout abandonner pour sortir. Il parvient<br />
Juste, à trouver enfin l’orifice ; bien vite<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="4" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/17"></span></span>
<div class="poem">
Il enfonce le fer entier. Mais on profite<br />
De la chose, au public, pour faire de nouveau<br />
Du bruit. On applaudit ; les cris « bis » et « bravo »<br />
Se mêlent aux coups sourds des cannes. L’avanie<br />
Énorme qu’on lui fait, et toute l’ironie<br />
Qu’il sent dans ce succès, atterrent Gaspard. Tant<br />
Que le tumulte dure, impassible il attend,<br />
Les bras croisés. L’épée à son flanc se balance,<br />
Miroitant par endroits.<br />
<br />
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<dl><dd>Enfin quand le silence</dd></dl>
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</dd></dl>
Après assez longtemps se rétablit partout,<br />
Le vieux comte, resté calme, se met debout ;<br />
Et Gaspard, dénouant ses bras avec emphase,<br />
Commence, en reprenant assurance, une phrase<br />
Entortillée et longue, affirmant que jamais<br />
Personne ne saura le sombre secret. Mais<br />
Avant de terminer sa tirade il s’embrouille,<br />
Et sur plusieurs serments successifs qu’il bredouille,<br />
Parlant de son honneur, de son nom, et du sort<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="5" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/18"></span></span>
<div class="poem">
Qui l’attend au prochain lever du jour, il sort<br />
Par la portière, avec tout un nouveau tapage<br />
D’ironiques rappels.<br />
<br />
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<dl><dd>Grande, une femme en page,</dd></dl>
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</dd></dl>
Dans un costume tout en velours noir et bleu,<br />
Qui sans être ajusté, dessine encore un peu<br />
Sa taille longue, est près d’entrer ; la plume blanche<br />
De son chapeau frissonne. Un poing sur une hanche,<br />
Elle maintient, chacun par sa laisse, deux grands<br />
Lévriers ; derrière elle, un tas de figurants<br />
Causent très bas ; l’un d’eux tripote sa cuirasse<br />
Qui, pour lui, semble trop étroite et l’embarrasse.<br />
Gaspard, sans s’arrêter, tourne ; là-bas au fond,<br />
Deux escaliers de bois très courts, tout usés, font<br />
Les deux pendants ; il va vite à celui de droite,<br />
Et trouvant la largeur des marches trop étroite,<br />
Il les monte dès les premières deux par deux.<br />
Les figurants font un cliquetis autour d’eux ;<br />
Un gros rouge étudie un grand geste de haine<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="6" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/19"></span></span>
<div class="poem">
Du bras droit ; à travers le décor, sur la scène,<br />
On entend le vieillard qui parle, encore seul,<br />
Jurant « par le tombeau de son illustre aïeul<br />
Le duc Louis, le grand batailleur, dont il porte<br />
Le nom très glorieux et fameux ».<br />
<br />
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<dl><dd>Une porte</dd></dl>
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</dd></dl>
Est là sur un palier, massive, tout en fer ;<br />
Gaspard, en arrivant au bout du nombre impair<br />
Des marches, va dessus et du bras il la pousse ;<br />
Puis pour passer il la maintient avec son pouce,<br />
Et sort en la cognant du pied sans le vouloir.<br />
Là, presque tout de suite, à gauche d’un couloir<br />
Au fond duquel on voit le cadran d’une horloge,<br />
Il se trouve devant la porte de la loge<br />
Numéro vingt. Il entre et referme très fort<br />
Avec rage ; la clé, de l’autre côté, sort<br />
De la serrure, tombe en résonnant, puis saute<br />
Avant de se poser tout à fait. Gaspard ôte<br />
Vite, en tirant les doigts nerveusement, ses gants<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="7" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/20"></span></span>
<div class="poem">
Gris, terminés par deux grands poignets élégants ;<br />
Puis avec ses doigts nus, il enlève sa fraise<br />
Qui le gêne. Et tombant alors sur une chaise<br />
Capitonnée, et d’où sort un peu de coton<br />
Par une déchirure, il saisit son menton,<br />
Le coude sur la cuisse, et murmure à voix basse,<br />
Le regard angoissé tout perdu dans l’espace,<br />
Dirigé fixement en bas, vers le milieu<br />
De la porte : « Mon Dieu… mon Dieu… mon Dieu… mon Dieu… ! »<br />
L’esprit, dans une crise aiguë, en proie au doute.<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
*<sup>*</sup>*</div>
<br />
<br />
La loge est encombrée et petite ; elle est toute<br />
En longueur ; à main gauche en entrant, un côté<br />
Long, est plein de pendoirs ; un pantalon crotté<br />
Pendant au premier, a, sauf une seule patte,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="8" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/21"></span></span>
<div class="poem">
Ses bretelles en place ; on voit une cravate ;<br />
Une chemise au col traversé d’un bouton<br />
De nacre, cache presque en entier un veston.<br />
En face, à l’autre mur, une longue tablette,<br />
Pleine de fards divers et d’objets de toilette,<br />
Est en désordre ; auprès du couvercle d’un pot<br />
De pommade, un flacon d’huile montre un dépôt<br />
Jaunâtre, plus foncé que le reste. Une coupe<br />
En gros verre, a beaucoup de poudre qu’une houppe<br />
Surmonte. Des ciseaux aux tranchants écartés<br />
Sont couverts de reflets cassés et de clartés ;<br />
Le dessus d’un des deux tranchants forme une lime<br />
Étroite, avec son bord ; un peu de rouille abîme<br />
Une des pointes dont l’acier n’est plus ardent.<br />
Un peigne est moitié gros, moitié fin ; une dent<br />
Manque du côté fin. Sur le mur une glace<br />
Assez grande, a dans un de ses coins une place<br />
Plus claire, qui paraît une tache en dessous ;<br />
Une lettre avec un timbre bleu de trois sous<br />
Est enfoncée un peu sous le bois qui la serre<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="9" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/22"></span></span>
<div class="poem">
Fort, en cachant son coin d’en bas, contre le verre ;<br />
D’une grosse écriture elle est adressée à<br />
Monsieur Gaspard Lenoir, au Théâtre de la<br />
République, Paris. Le coin de l’enveloppe,<br />
En haut, a le portrait d’un hôtel de l’Europe ;<br />
Deux endroits sur les toits compliqués sont ôtés,<br />
Déchirés en ouvrant. Au mur des deux côtés<br />
De la glace sont deux bec de gaz ; sous la flamme,<br />
Sur un blanc de faïence on lit une réclame<br />
Qu’on voit partout ; le bec de gauche fait plus clair<br />
Que l’autre, dont la clef n’est pas très droite ; en l’air,<br />
Une haleine du gaz, transparente, s’élève<br />
Du verre, en faisant faire une frisure brève<br />
Au mur qui paraîtrait, lui, trembloter. Plus loin<br />
Une tablette très petite prend le coin<br />
Près de la porte ; auprès d’une épaisse cuvette,<br />
Toute propre et pliée en long, une serviette<br />
Dépasse de très peu le bord ; un savon vert,<br />
Dans une savonnière, est encore couvert<br />
De mousse desséchée ; en arrière une éponge<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="10" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/23"></span></span>
<div class="poem">
Est à même le bois.<br />
<br />
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<dl><dd>
<dl><dd>
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<dl><dd>
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<dl><dd>Gaspard toujours se ronge,</dd></dl>
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</dd></dl>
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</dd></dl>
</dd></dl>
Dans tout l’ébranlement du doute qu’il ressent.<br />
À la fin, il se lève avec force, en poussant,<br />
Après avoir enflé sa poitrine, un immense<br />
Soupir ; il tire fort son manteau, puis commence<br />
À se déshabiller avec mauvaise humeur<br />
Et hâte d’en finir.<br />
<br />
<br />
<center>*<sup>*</sup>*</center>
<br />
<br />
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<dl><dd>Là-bas une rumeur</dd></dl>
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Arrivant du côté de la scène, pareille<br />
À des bravos confus, lui fait prêter l’oreille.<br />
C’est la pièce qui vient de finir. Plusieurs fois<br />
On rappelle un acteur ; ensuite un bruit de voix<br />
S’approche, et la clameur devient soudain plus forte,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="11" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/24"></span></span>
<div class="poem">
Au moment où l’on pousse, avec un coup, la porte<br />
En fer de l’escalier plein de monde ; ce sont<br />
Les figurants sortant de scène, qui s’en vont<br />
Avec leur cliquetis. Le deuxième qui passe<br />
S’arrête quelque temps à la porte et ramasse,<br />
Faisant un bruit de fer continuel, la clé ;<br />
Il s’approche d’un pas ; après avoir raclé<br />
Du bout pointu le bord de l’ouverture, il pousse<br />
La clé dedans. Un autre, en passant plus loin, tousse<br />
Deux ou trois fois, et lance avec bruit un crachat.<br />
Un autre imite un long miaulement de chat,<br />
Puis fait claquer ses doigts en disant : « Viens donc ! » comme<br />
S’il appelait le gros noir d’en bas qui se nomme<br />
Moustapha, mais que tous appellent plus Noiraud,<br />
Et qu’on rencontre assez souvent, marchant en haut.<br />
Un pas marche tout près, et la porte est cognée<br />
D’un choc sec et vibrant, comme par la poignée<br />
D’une épée ; à la fin la lourde porte bat,<br />
Et tous les figurants dans leur bruit de combat,<br />
Pareil au cliquetis sans règle d’une troupe<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="12" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/25"></span></span>
<div class="poem">
Débandée au repos, s’éloignent.<br />
<br />
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<dl><dd>Mais un groupe</dd></dl>
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Nouveau, de cinq ou six seulement, en retard,<br />
Causant et se cognant de tous les côtés, part<br />
Encore par la porte. Ils marchent pour rejoindre<br />
Les autres. Sans penser, Gaspard comprend le moindre<br />
De leurs détours au fond du couloir familier<br />
Pour lui. Tous les premiers, déjà, dans l’escalier<br />
De bois, craquant sans cesse, et menant à l’étage<br />
Qui leur est réservé, se perdent davantage.<br />
<br />
<br />
<center>*<sup>*</sup>*</center>
<br />
<br />
Gaspard a déjà mis, chacun sur son pendoir,<br />
Son large manteau brun et le pourpoint tout noir<br />
Qu’il avait, sans changer, tout au long de la pièce ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="13" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/26"></span></span>
<div class="poem">
Le reste est pêle-mêle, en tas, sur une espèce<br />
De fauteuil long et clair ; et surmontant le tout,<br />
Son chapeau, dont la boucle en acier se découd.<br />
Ses bottes noires sont près du mur, côte à côte ;<br />
L’une est un peu moins raide ; elle se tient moins haute.<br />
<br />
Il remet ses souliers ; il est en pantalon,<br />
En gilet de flanelle ; un blanchâtre galon,<br />
Tout recroquevillé, finit ses courtes manches<br />
Sur le haut de ses bras. Pendantes sur ses hanches,<br />
Ses bretelles, sans plis, se montrent à l’envers ;<br />
Ses souliers, qu’il finit de mettre, sont couverts,<br />
Surtout sur le rebord des semelles, de boue ;<br />
La poitrine penchée et les bras longs, il noue<br />
Le cordon du deuxième. Ensuite, se levant,<br />
Il prend la chaise en main, et la pose devant<br />
La glace ; en s’asseyant, un instant il accroche<br />
Les bretelles au coin du dossier. Il rapproche<br />
Avec vivacité, de deux coups promps et secs<br />
Qui font plonger un peu la flamme, les deux becs.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="14" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/27"></span></span>
<div class="poem">
Et levant ses deux mains qu’il met près de sa nuque,<br />
En entraînant sa barbe il ôte sa perruque<br />
Blonde, qu’il pose là, sur un court champignon.<br />
Cela fait ressortir son air sombre et grognon ;<br />
Il est brun ; sa coiffure en brosse qui moutonne<br />
Sur le haut de la tête et rase en bas, lui donne<br />
Tout de suite, par sa régularité, l’air<br />
Plus mâle et moins paré que le blond frisé clair<br />
D’auparavant. Rasé complètement, il semble<br />
Trente ans.<br />
<br />
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<dl><dd>Mais, regardant un des deux feux qui tremble</dd></dl>
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</dd></dl>
</dd></dl>
Moins haut que l’autre, avec un doigt il le remet,<br />
En recouchant la clé très doite, à son sommet,<br />
Sans que du reste dans la loge il y paraisse<br />
Beaucoup. Puis enfonçant son index dans la graisse<br />
D’un pot, il se l’étale, afin d’ôter le fard<br />
De sa figure ; mais tout le temps il lui part<br />
Quelque soupir ou bien un haussement d’épaule<br />
Muets.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="15" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/28"></span></span>
<div class="poem">
<br />
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<center>*<sup>*</sup>*</center>
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<dl><dd>Depuis un mois, il double dans ce rôle</dd></dl>
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Important, d’écuyer près du vieux comte veuf,<br />
Dans la pièce à très long succès de Charles Neuf,<br />
Litert, le créateur, pas assez gentilhomme,<br />
Selon lui, dans le geste et les allures. Comme<br />
Toujours, il s’était mis à l’avance au travail<br />
Avec ardeur, cherchant jusqu’au moindre détail<br />
Chaque intonation de voix et chaque pose,<br />
En tâchant de donner au dialogue en prose,<br />
L’enflure et la rondeur emphatique des vers.<br />
Puis il avait joué, tout à fait à l’envers<br />
De Litert, espérant soulever un délire<br />
De bravos, par endroits, et croyant déjà lire<br />
Aux Théâtres, dans tous les journaux, que Lenoir<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="16" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/29"></span></span>
<div class="poem">
S’était vu révéler dans l’acte du manoir.<br />
Mais, une fois de plus, toutes ses espérances<br />
Avaient, le soir venu, fait place à des souffrances<br />
De déboire ; tous les grands passages d’éclat<br />
Sur lesquels il comptait étaient tombés à plat.<br />
Pourtant sa foi n’était quand même pas partie ;<br />
Et chaque soir, malgré toute l’antipathie<br />
Obstinée, et le froid malveillant qu’il sentait<br />
Dans ce public pourtant indulgent, il s’était<br />
Repris d’espoir, enflant la parole et le geste<br />
Pour forcer le succès, toujours en vain du reste.<br />
Mais jamais il n’avait reçu comme ce soir<br />
Un tel affront.<br />
<br />
<br />
<center>*<sup>*</sup>*</center>
<br />
<br />
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<dl><dd>
<dl><dd>Avec le coin d’un vieux mouchoir</dd></dl>
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</dd></dl>
Fendu dans sa longueur presque entière, il s’essuie<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="17" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/30"></span></span>
<div class="poem">
Pour la dernière fois. De son doigt il appuie<br />
Assez fort sur la peau, pour en laisser le moins<br />
Possible ; déjà gras aussi, les autres coins<br />
Du mouchoir sont tachés de son fard.<br />
<br />
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<dl><dd>Il achève</dd></dl>
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</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
Le tour de sa figure, et, reculant, se lève<br />
Pour aller se laver à la cuvette, sans<br />
Avoir quitté son air toujours soucieux. Dans<br />
La cuvette elle-même, un pot de porcelaine<br />
Est court ; il verse, et quand elle est à moitié pleine,<br />
Avec un clapotis il met le pot en bas,<br />
Sous la tablette, auprès du mur, ne trouvant pas<br />
De place en haut ; il prend ensuite son éponge,<br />
Et de sa main aux doigts écartés, il la plonge ;<br />
Puis se baisse et se lave aussi vite qu’il peut.<br />
En finissant, il tient sa figure, d’où pleut<br />
Tout un ruissellement, par-dessus la cuvette,<br />
Et, de deux doigts, prenant par un coin la serviette,<br />
Il la secoue, afin de la déplier, fort,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="18" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/31"></span></span>
<div class="poem">
Par saccades ; le bout qu’il tient, ainsi, se tord<br />
Un peu ; de ses deux doigts, pour le poids, il la presse<br />
Solidement, ayant peu de prise. Il se dresse<br />
À présent, et commence à s’essuyer avec<br />
Les deux mains, en cherchant parfois un endroit sec<br />
Quand la place devient mouillée et trop ancienne ;<br />
Il est assez bien fait, d’une taille moyenne,<br />
Et beaucoup de largeur d’épaules, plutôt grand.<br />
Il remet la serviette à sa place, puis prend<br />
En fouillant après un pendoir, dont il s’approche,<br />
Une montre à la chaîne épaisse, dans la poche<br />
Entre-bâillée au poids qui tire, d’un gilet<br />
Tout pareil au veston ; voyant l’heure qu’il est,<br />
Il s’apprête à finir de se rhabiller vite,<br />
Car ce soir, vers minuit, Roberte, qui profite<br />
De l’absence de Paul en voyage aujourd’hui,<br />
Doit venir le rejoindre en cachette chez lui,<br />
Où, dit-elle, elle croit se sentir disparue<br />
Pour toujours, dans sa chambre étroite de la rue<br />
Alibert.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="19" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/32"></span></span>
<div class="poem">
<br />
C’est un an avant, l’hiver dernier, Qu’un soir elle l’a vu faire un
palefrenier, Doublant aussi Litert, dans un grand mélodrame, Où son faux
témoignage entortillait la trame. La pièce en huit tableaux avait fait
quelque bruit, Et par hasard, pendant un temps, avait conduit Un peu de
public mieux parmi la multitude Très grossière, qui seule encombre
d’habitude Les places bon marché de ce théâtre-ci. Litert était tombé
malade, et c’est ainsi Que Roberte de Blou, dans la pénombre noire Qui
la cachait pour lui, d’une étroite baignoire Avait du premier coup
ressenti quelque élan Vers lui, puis combiné, lentement, tout un plan.
Dès sa première entrée, elle s’était de suite Sentie avec ardeur,
attirée et séduite<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="20" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/33"></span></span>
<div class="poem">
Par sa figure, à l’air vil, hypocrite et bas,<br />
Et la précaution timide de son pas,<br />
Quand, au commencement, à [’improviste, en mise<br />
Du matin, pantalon simplement et chemise,<br />
En chaussons, comme ayant laissé sur le pavé<br />
De la cour, ses sabots, il était arrivé<br />
Dans la chambre du crime, et semblant correspondre<br />
Avec l’autre valet, s’était mis à répondre<br />
De son air doucereux et faux de scélérat,<br />
Aux questions du gros et calme magistrat,<br />
Pour le mettre, en mentant, sur une piste fausse.<br />
Dans le cours de la pièce, ensuite, toute grosse<br />
De complications, sous des aspects divers<br />
Il s’échappait toujours. Puis enfin découverts<br />
Tous les deux, lui, l’auteur du crime, et sa complice,<br />
Par les ruses sans fin de l’agent de police<br />
Qui les savait les vrais assassins du vieillard,<br />
Attablés dans un noir bouge, où « café-billard »<br />
Se lisait à l’envers, tout au fond, à l’entrée,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="21" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/34"></span></span>
<div class="poem">
Sur un treillis faisant une porte vitrée,<br />
Laissant voir des maisons peintes comme horizon,<br />
Il s étaient emmenés, après lutte, en prison.<br />
<br />
Roberte, en le voyant en rôdeur de barrières<br />
Dire, en ricanant, des paroles ordurières<br />
Avec des airs voyous, sans cesse avait senti<br />
En elle s’aviver un amour perverti,<br />
Que n’avaient fait qu’accroître et le crime et la fange.<br />
<br />
A peine quelques jours après, par un échange<br />
De lettres, augmenté par un premier refus<br />
De lui, tout méfiant d’abord, ils s’étaient vus.<br />
<br />
Et depuis ce temps-là leur amour est le même ;<br />
Lui, tout de suite épris de ses grands yeux noirs, l’aime<br />
Pour son visage mat, fin, pour le joli bruit<br />
Que fait son rire aux dents blanches, qui l’a séduit,<br />
Le charme gracieux et la délicatesse<br />
De son corps à la peau blanche, la petitesse<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="22" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/35"></span></span>
<div class="poem">
De ses mains, pour la force aussi de son parfum.<br />
Parfois quelque bijou nouveau donné par l’un<br />
Ou par l’autre, une bague énorme ou quelque broche<br />
Qu’il ne lui connaît pas, font, sans qu’il lui reproche<br />
Jamais rien, la douleur d’un de ses rendez-vous,<br />
En excitant en lui des haines de jaloux<br />
Qu’il n’aurait pas osé lui dire, et qu’il redoute.<br />
Il aurait tant voulu l’avoir pour lui seul, toute<br />
A lui, mais il sent bien qu’il n’a guère le droit<br />
D’exiger rien, que c’est lui-même qui lui doit<br />
Tout. Souvent, lorsqu’elle est plus libre, elle préfère<br />
Au luxe surchargé partout, à l’atmosphère<br />
Chaude, au clinquant doré de son appartement<br />
Où l’on peut être, aussi, surpris à tout moment,<br />
Les murs et le parquet froids de sa chambre nue<br />
Où depuis quelque temps elle n’est pas venue.<br />
Mais pour se rattraper, disait-elle aujourd’hui<br />
Dans un mot en papier parfumé qu’elle lui<br />
Écrivait, elle s’en faisait toute une fête<br />
De revenir ce soir !<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="23" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/36"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Gaspard met sur sa tête,<br />
L’enfonçant par le bord ensuite, un chapeau mou.<br />
Son paletot lui vient au-dessus du genou,<br />
Râpé quoique plucheux, et sentant l’économe.<br />
Puis il prend une canne en bois brun, dont la pomme<br />
A rayures faisant une courbe, en argent,<br />
Est toute cabossée. Après, se dirigeant<br />
Vers la porte, il regarde un peu, voir s’il ne laisse<br />
Rien traîner ; il revient vers les deux gaz qu’il baisse<br />
Beaucoup, jusqu’au moment où le feu devient vert.<br />
Puis il sort et s’éloigne en laissant grand ouvert.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="24" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/37"></span></span><br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
II</div>
<br />
<br />
<br />
<div class="poem">
<span style="font-variant: small-caps;">Rue</span> Alibert, au fond de la chambre, la porte<br />
Dont la patère en cuivre, à deux branches, supporte<br />
Le manteau de Gaspard, est fermée au loquet.<br />
Faisant se hérisser des ombres au parquet,<br />
Sur le bord d’une table, une seule bougie<br />
Donne un tremblottement à sa flamme élargie<br />
D’en haut. Du papier bleu plissé dans le flambeau<br />
La cale. Plein de clairs reflets, un lavabo<br />
Est adossé devant la porte condamnée<br />
De la chambre voisine. Ornant la cheminée,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="25" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/38"></span></span>
<div class="poem">
Une pendule dont on voit le balancier<br />
Est arrêtée ; un homme est en train de scier<br />
Un tronc d’arbre dessus ; le sujet est en bronze<br />
Doré ; fixes, les deux aiguilles au chiffre onze,<br />
L’une sur l’autre, font très peu d’angle ; un seul trou<br />
A droite du cadran, assez en bas, par où<br />
L’on introduit la clé pour remonter, est sombre ;<br />
Le bout de fer carré, seul, luit un peu dans l’ombre ;<br />
Au milieu le nom d’un horloger ne se lit<br />
Que de tout près, très fin.<br />
Prenant un coin, un lit<br />
Sans rideaux, dont aucune étoffe ne recouvre<br />
Les barreaux et les pieds de fer peint en rouge, ouvre<br />
Diagonalement ses draps déjà tout prêts.<br />
En mince étoffe à fleurs, se rejoignant de près,<br />
Les rideaux mal fermés, là-bas, de la fenêtre,<br />
Laissent un intervalle étroit, par où pénètre,<br />
Mettant sur les carreaux un filet de clarté<br />
Qui va s’élargissant, en bas, plus écarté,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="26" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/39"></span></span>
<div class="poem">
La lumière de la bougie ; elle s’apaise<br />
A présent.<br />
<br />
Près de la table, sur une chaise,<br />
Le visage plus calme et gai qu’à son départ,<br />
Tenant sur ses genoux sa Roberte, Gaspard<br />
Sourit. Mince dans sa robe en dentelle noire,<br />
Qu’égayent la ceinture et le col haut, en moire<br />
Rouge, elle est ravissante ; et ses cheveux d’un blond<br />
Clair, ondulés partout d’une grande vague, ont<br />
Par endroits les reflets cuivre de la teinture.<br />
Une épingle, à la tête en perle, à sa ceinture<br />
Miroite ; le profil régulier de ses traits<br />
Est fin ; sous des sourcils longs, ses yeux noirs sont très<br />
Expressifs et changeants, parfois plus ou moins sombres.<br />
A la flamme tremblant de nouveau, leurs deux ombres<br />
Frémissent sur le mur en atteignant le bord<br />
Du plafond.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="27" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/40"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Quand il est arrivé, tout d’abord Après une première et fiévreuse
embrassade, Gaspard avait repris son air sombre et maussade ; Et ne
pouvant dans sa douleur se contenir, Il avait raconté tout ; et le
souvenir Des effets qu’il avait forcés, toujours avide De succès, tous
tombés encore dans le vide, N’avait fait qu’augmenter sa honte et son
dégoût. Ces bravos de la fin, et ces rires surtout Qu’il entendait
encore, au passage tragique De sa sortie, alors que d’un geste énergique
Il essayait d’entrer au fourreau, mais en vain, La lame qui bougeait,
ces rires de la fin Avivaient sa colère et rallumaient sa rage.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="28" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/41"></span></span>
<div class="poem">
Roberte avait voulu lui redonner courage<br />
En le complimentant, pour lui rendre l’orgueil<br />
De son talent, parlant, demain, d’un autre accueil<br />
Du public… Puis l’idée alors d’un coup de tête<br />
L’avait prise soudain ; elle se disait prête<br />
A partir tout de suite en voyage avec lui,<br />
Tous les deux seuls, pour fuir du même coup l’ennui<br />
De cet hiver qui bat son plein, si triste et sombre<br />
Avec ces jours entiers passés dans la pénombre,<br />
Et ce temps gris, tantôt glacial, tantôt mou ;<br />
Il s s’en iraient là-bas, au Midi, n’importe où !<br />
Songeur sur le moment, lui presque tout de suite<br />
S’était fait à l’idée extrême d’une fuite<br />
Soudaine, sans rien faire, en laissant tout en plant,<br />
Le théâtre et la pièce avec ; et contemplant<br />
Roberte, il s’était vu réaliser son rêve<br />
De l’avoir à lui, toute, au lieu de l’heure brève<br />
Qu’ils ont même parfois tant de peine à pouvoir<br />
Combiner tous les deux ensemble, pour se voir.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="29" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/42"></span></span>
<div class="poem">
Et maintenant c’était affaire décidée.<br />
Il s allaient s’échapper sans rien dire. L’idée<br />
De ce brusque départ l’avait ragaillardi ;<br />
Il s iraient se chauffer au soleil du Midi,<br />
Sur la côte ; chez elle, elle avait une somme<br />
Qu’elle reviendrait prendre ! en étant économe,<br />
On pourrait voyager assez longtemps ainsi<br />
Tous les deux, librement, quand il aurait aussi<br />
Pris, dans divers endroits, tout l’argent qui lui reste<br />
Des sommes qu’il a pu tirer de son modeste<br />
Gain, depuis très longtemps qu’il en met de côté.<br />
<br />
Tout en parlant il a très doucement ôté<br />
De son col, en mettant ses deux mains, une broche<br />
En croissant, un cadeau de lui ; puis il l’approche<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="30" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/43"></span></span>
<div class="poem">
De la flamme, pour voir, à son éclat, l’effet<br />
Des pierres aux couleurs sombres ; puis il défait,<br />
Sur l’épaule de la robe, des boutonnières<br />
Faites rien que d’un gros fil ; après les dernières,<br />
Sa main en descendant recommence plus bas<br />
Sur le côté de son corsage, sous son bras<br />
Qu’elle lève en riant, complaisante et docile,<br />
Voulant lui rendre la besogne plus facile ;<br />
Il déboutonne avec ses deux mains, et quand tout<br />
Le côté de la taille est défait jusqu’au bout,<br />
Il cherche par derrière, en tâtonnant, l’attache<br />
Du col, qu’on ne voit pas sous le chou qui la cache ;<br />
L’agrafe semble avoir un écart trop étroit,<br />
Et pendant un instant il reste maladroit<br />
Pour la faire partir ; de près il dévisage<br />
Roberte en souriant. Le devant du corsage<br />
Tombe alors de travers en entraînant avec<br />
Tout le col, que Gaspard enfin a d’un coup sec<br />
Ouvert, forçant afin que l’agrafe s’en aille ;<br />
Dessous on voit comme un double corsage en faille<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="31" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/44"></span></span>
<div class="poem">
Avec un rang serré de boutons au milieu,<br />
Comme un cache-corset tout noir dont il tient lieu.<br />
Roberte met ses mains en haut pour le défaire ;<br />
Mais Gaspard, les ôtant tout doucement, préfère<br />
Le déboutonner, lui ; pendant qu’il est en haut,<br />
Elle s’y met aussi par en bas, et bientôt<br />
Lorsque les deux côtés sont ouverts sur le ventre,<br />
Leurs mains, en remuant, se rejoignent au centre<br />
Toujours fermé du rang de boutons, dont il vient<br />
Pendant ce temps d’ouvrir le haut ; c’est lui qui tient<br />
A défaire les trois derniers boutons ; il ouvre<br />
Alors les deux côtés tout à fait, et découvre<br />
Ainsi, le satin bleu de ciel de son corset ;<br />
Puis il écarte sa chemise qu’un lacet<br />
Étroit, bleu, formant un grand nœud au milieu, fronce ;<br />
Ensuite dans l’espace entr’ouvert il enfonce<br />
Sa figure, pour la baiser entre les seins ;<br />
Sur sa poitrine à la peau blanche des dessins<br />
Compliqués sont formés d’un côté par des veines ;<br />
Son corset par devant a ses agrafes pleines<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="32" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/45"></span></span>
<div class="poem">
<br />
De reflets sur leur cuivre étincelant, plat ; lui<br />
Reste ainsi quelque temps immobile, enfoui<br />
Dans la chemise au même endroit ; puis il varie<br />
La place, et maintenant par toute une série<br />
De baisers caressants, il monte vers son cou ;<br />
Il arrive, et choisit à droite une place où<br />
De nouveau très longtemps, immobile, il s’arrête<br />
En la serrant toujours plus fort ; elle se prête,<br />
Heureuse, à ses désirs muets qu’elle comprend<br />
D’instinct, obéissant à son bras en cambrant<br />
Son corps sous son étreinte ; à présent il la couche<br />
Sur lui, se renversant sur sa chaise ; sa bouche<br />
Se tend en avant vers la sienne, comme pour<br />
L’attirer, puis s’y colle ; elle alors à son tour<br />
Lui rendant son baiser, de ses deux bras l’enlace<br />
Les deux yeux à moitié fermés, et toute lasse,<br />
En se laissant aller sur lui de tout son poids.<br />
Le dossier de la chaise a craqué plusieurs fois.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="33" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/46"></span></span><br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
III</div>
<br />
<br />
<br />
<div class="poem">
A Nice, cette après-midi, dans l’avenue<br />
De la Gare, une foule énorme et biscornue<br />
Fête le dernier jour qu’on ait de carnaval :<br />
C’est le mardi-gras même. Un soleil estival<br />
Égaye tout l’aspect remuant de la foule<br />
En costumes voyants ; sur les trottoirs on foule<br />
A chaque pas qu’on fait, un peu des confettis<br />
Qu’on lance constamment, et qui tout aplatis<br />
Sous les semelles font une poudre de plâtre,<br />
Qui couvre les souliers d’une couche blanchâtre.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="34" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/47"></span></span>
<div class="poem">
Sur la chaussée, aussi très grouillante, des chars<br />
Se succédant parfois à de trop courts écarts,<br />
Laissent se mélanger ensemble leurs musiques.<br />
Sur les masques en fils de fer fins, des physiques<br />
Cachant complètement le visage, sont peints ;<br />
Tous sont pareils d’un teint rose cru, tous empreints<br />
De la même laideur ridicule, impassible,<br />
Avec de froids regards, d’un sérieux risible.<br />
<br />
Là, Gaspard et Roberte, au sein du mouvement,<br />
Se guettant pour ne pas se perdre, lentement,<br />
Sur le trottoir de gauche en allant vers la place<br />
Masséna, vont parmi l’immense populace<br />
Que, toute costumée, on ne distingue pas<br />
Du reste, si ce n’est en observant en bas<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="35" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/48"></span></span>
<div class="poem">
Les pieds, dont la chaussure est plus ou moins grossière.<br />
Gaspard a dans la main, couverte de poussière<br />
Blanche, une large pelle arrondie en fer-blanc.<br />
Gonflé de confettis, son sac lui pèse au flanc,<br />
Pendant en bandoulière après son épaule. Elle<br />
A, pour projeter ses confettis, une pelle<br />
Plus légère, avec un flexible manche en bois ;<br />
Quand elle veut lancer, retenant de deux doigts<br />
Le haut de l’armature en fer-blanc, elle tâche<br />
De viser aussi bien que possible, puis lâche<br />
Du bout de ses deux doigts tout crispés le sommet<br />
De l’armature ; et son pouce qui comprimait<br />
A l’autre main le manche en sens opposé, lance<br />
Ainsi les confettis, sans grande violence<br />
Du reste. Elle n’a qu’un domino blanc, uni<br />
Avec un capuchon dont le bord est garni<br />
Ainsi que le pourtour, ouvert sur la poitrine<br />
Et rejoint sur le cou, bordant sa pèlerine,<br />
De jaune. Une ceinture, en la même couleur<br />
Jaune peu foncé, pince avec des plis l’ampleur<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="36" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/49"></span></span>
<div class="poem">
De l’étoffe grossière et dure sur la taille.<br />
Son sac, depuis qu’elle est en plein dans la bataille,<br />
Ne s’est à peu près pas encore dégrossi.<br />
Gaspard a le pierrot banal, tout blanc aussi,<br />
Blouse et gros pantalon, de la forme commune<br />
Pour tout le carnaval à peu près, avec une<br />
Collerette très large, en un tulle ayant l’air<br />
Raide et dur à la fois, du même jaune clair,<br />
Assorti tout à fait à celui de Roberte,<br />
De ton ; il a la tête entièrement couverte,<br />
Les oreilles aussi, d’un bonnet phrygien<br />
En lainage tout rouge, et qui ne laisse rien<br />
Passer, que la figure ; un feutre blanc, de forme<br />
Pointue, orné de trois boutons de taille énorme,<br />
En carton, recouverts de jaune aussi, cousus<br />
Devant, en ligne droite, est posé par-dessus<br />
Le bonnet phrygien. Il a, de même qu’elle,<br />
Un masque métallique en grille, par laquelle,<br />
A l’inverse de tous les autres, sans avoir<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="37" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/50"></span></span>
<div class="poem">
De peinture qui rende opaque, l’on peut voir<br />
Leurs figures pour les reconnaître au passage ;<br />
Les deux masques n’ont pas même de faux visage<br />
Moulé, tout simplement bombés. Elle, pour mieux<br />
Se garantir du plâtre, en dessous, sur les yeux,<br />
A mis un voile bleu, fin, encore plus trouble,<br />
Car elle l’a plié, par précaution, double,<br />
Et qui lui va du front jusqu’au milieu du nez.<br />
<br />
Depuis une quinzaine ils se sont démenés<br />
Avec ce carnaval, voulant aller à toutes<br />
Les fêtes. Chaque soir, c’étaient soit des redoutes,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="38" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/51"></span></span>
<div class="poem">
Soit des bals composés rien que de deux couleurs.<br />
Il s ont aussi pris part aux batailles de fleurs,<br />
Par un beau temps. Ayant cru bien faire, pour l’une<br />
D’abord, ils avaient pris des places de tribune ;<br />
Mais ils étaient restés trop debout, tout au fond,<br />
Pour lancer leurs bouquets jusqu’aux voitures, dont<br />
Les séparait devant, en pente, trop de monde.<br />
Aussi se souvenant de ça, pour la seconde,<br />
Avec un grand panier de fleurs, ils avaient pris<br />
Une victoria, dont le grand cheval gris<br />
Très clair partout, avait la croupe toute blanche.<br />
Pour la première fois avant-hier dimanche<br />
On avait craint, pour la fête des confettis,<br />
Un mauvais temps. Pourtant ils s’était repentis<br />
De n’y pas être allés ; pas une seule goutte<br />
N’avait plu malgré les gros nuages, de toute<br />
L’après-midi. Du reste en voyant aujourd’hui<br />
Que tout noircissement du ciel s’était enfui<br />
Pendant la nuit, avec un grand vent de tempête,<br />
Ils ont voulu remplir ce dernier jour de fête,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="39" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/52"></span></span>
<div class="poem">
Et s’en aller à pied, tous les deux, prendre pan<br />
Complètement à la bataille.<br />
<br />
La plupart<br />
Des hommes sont dans des pierrots de même forme<br />
Que celui de Gaspard, mais avec une énorme<br />
Variété dans les couleurs ; beaucoup aussi<br />
Ont de longs dominos à capuchon, ainsi<br />
Que ceux des femmes.<br />
<br />
Là, tout à coup un gros homme<br />
Recouvert jusqu’aux pieds d’un domino vert-pomme,<br />
Ayant tout de travers entre son capuchon<br />
Un masque peint, avec, comme faite au bouchon<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="40" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/53"></span></span>
<div class="poem">
Et retroussée en crocs épais, une moustache<br />
Ridicule, et des yeux bleus tout ternes, s’attache<br />
En lui parlant de près, derrière, à gauche, aux pas<br />
De Roberte impassible, et qui n’écoute pas<br />
Les bêtises et les farces qu’il lui débite,<br />
Sous l’air très sérieux du masque, en parlant vite<br />
Avec un ton aigu qui déguise sa voix ;<br />
Il s’obstine à rester, sans répondre aux renvois<br />
De Gaspard lui lançant sa pelle toute pleine<br />
Juste dans la figure ; il se détourne à peine,<br />
Continuant toujours du même ton pointu<br />
Un tas d’insanités, disant maintenant : « tu »<br />
A Roberte qui rit en éloignant la tête ;<br />
Puis faisant un salut brusque, il s’éloigne en quête<br />
De quelque autre personne à relancer.<br />
Là-bas,<br />
Marchant joyeusement en se donnant le bras<br />
Avec des masques peints toujours pareils, un groupe<br />
De pierrots arrivant chante. Le premier coupe<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="41" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/54"></span></span>
<div class="poem">
La foule de ses bras durs d’homme corpulent ;<br />
Il écarte les gens vite, en les bousculant,<br />
Sans que jamais d’ailleurs personne ne se fâche<br />
A cette gaîté. Mais soudain le dernier lâche<br />
La bande, restant là ; son compagnon surpris<br />
Le suit de son regard pour voir ce qui l’a pris<br />
De rester de la sorte en arrière sans cause.<br />
L’autre se baisse, il prend d’une main quelque chose<br />
Par terre ; en revenant, comme pour rire, il court<br />
Les genoux raides, pas pliés, d’un pas très lourd<br />
Et gauche ; en rejoignant le groupe, il se ressoude<br />
Avec l’avant-dernier qui lui tendait son coude<br />
En marchant ; il lui fait regarder ce qu’il tient<br />
A la main.<br />
Mais, sur la chaussée, à présent, vient Lentement un grand char. Un
mannequin grotesque De figure avec un nez rouge, gigantesque De taille,
représente, assis, un rémouleur. Un habit à grand col en linge, de
couleur<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="42" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/55"></span></span>
<div class="poem">
Brune, culotte courte et bas clairs, le déguise<br />
En ancien artisan. Attentif il aiguise<br />
Des énormes ciseaux en carton, avec soin,<br />
Imitant mal l’éclat du fer, même de loin,<br />
Malgré leurs reflets peints ; son corps plié se penche<br />
Vers l’énorme établi, sous lequel une planche<br />
S’abaisse et se relève actionnant son pied<br />
Sur elle ; l’escabeau sur lequel il s’assied<br />
Est lui-même élevé déjà de plusieurs mètres,<br />
Atteignant à peu près jusqu’au bas des fenêtres<br />
Pleines, pour la plupart, de monde, d’entresol.<br />
Devant, un des deux coins immenses de son col<br />
Est cassé. Mais voilà qu’il s’arrête de faire<br />
Aller son pied de bas en haut ; la grande paire<br />
De ciseaux vient d’avoir ainsi que tout son bras<br />
Une secousse ; c’est, tout près, un embarras<br />
Mouvant de cavalcade ; un groupe d’hommes peste<br />
Devant le char ; assez longtemps ainsi l’on reste<br />
Immobile ; ça met par derrière en retard<br />
Des mascarades qui se tassent. L’on repart<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="43" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/56"></span></span>
<div class="poem">
Enfin, en remettant en ordre l’anicroche ;<br />
Le pied du rémouleur recommence ; il s’approche<br />
Et l’on voit maintenant beaucoup plus en détail<br />
Sa figure et sa main en carton, au travail ;<br />
Il reste un centimètre à peu près comme espace<br />
De la meule à la lame énorme qu’il repasse<br />
Mal, au lieu d’appuyer le tranchant des ciseaux<br />
Fort, de son gros bras creux qu’on devine sans os.<br />
Imitant de la pierre, et poreuse, la meule<br />
Donne l’impression de tourner toute seule<br />
Lentement, et de faire, elle-même, plutôt<br />
Aller le gros mollet léger de bas en haut,<br />
A l’aide de la planche où le soulier s’appuie.<br />
Autour du char, sans cesse, on entend une pluie<br />
Blanche, rapide et forte aussi, de confettis<br />
Tomber ; ce sont tous les figurants, assortis<br />
Au grand costume brun du rémouleur lui-même<br />
Qui la jettent partout ; ils ont tous un emblème,<br />
Soit des ciseaux de forme étrange, grands ouverts,<br />
Soit deux couteaux à bout arrondi, de couverts,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="44" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/57"></span></span>
<div class="poem">
Croisés, qui sont brodés en argent sur l’étoffe<br />
De la poitrine ; un d’eux répond à l’apostrophe<br />
D’un gros pierrot masqué, qui tout en bas le suit<br />
Sur la chaussée, et dans la foule, et tout le bruit<br />
Lui parle d’une voix qu’il déguise et l’intrigue ;<br />
L’autre, d’en haut tout en répondant, est prodigue<br />
En jets de confettis, que le pierrot d’en bas<br />
Essaye de lui rendre aussi, mais ne peut pas<br />
Envoyer juste, avec ses mains trop éloignées,<br />
En puisant dans son sac, sans la pelle, à poignées.<br />
<br />
Sur le trottoir, on vient d’avoir un peu d’effroi,<br />
A cause d’un moment subit de désarroi<br />
Mis dans la marche en droit chemin, d’une analcade ;<br />
Le premier âne tout essoufflé, que saccade<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="45" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/58"></span></span>
<div class="poem">
Son cavalier, tapant aussi du talon, dur,<br />
S’entête absolument à se diriger sur<br />
Le trottoir ; un pierrot le prenant par la rêne,<br />
Le caresse d’abord sur le front puis l’entraîne<br />
Fort ; un autre lui bat la croupe avec la main,<br />
Et l’analcade alors se remet en chemin.<br />
Ce sont des hommes mis en toilettes de femmes<br />
Bizarres ; de côté sur leurs selles de dames<br />
Il s sont tout maladroits, semblant se tenir mal<br />
Sur l’unique étrier qui leur est anormal.<br />
Tous ont la même robe en une étoffe verte,<br />
Brillante, laissant voir leurs cous, assez ouverte ;<br />
Leurs gants verts sont très courts, sans couvrir leurs bras nus ;<br />
Des chapeaux longs, étroits, à rubans biscornus,<br />
Semblent les déguiser en des charges d’anglaises<br />
Sous le papier de leurs ombrelles japonaises.<br />
Et comme à des enfants on voit des caoutchoucs<br />
Noirs, plus ou moins serrés, qui, passés sous leurs cous<br />
Mal rasés, tiennent bien enfoncés sur leurs crânes<br />
Aux cheveux coupés courts, leurs grands chapeaux. Les ânes<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="46" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/59"></span></span>
<div class="poem">
Ont à la tête, verts et jaunes, des pompons<br />
Dont certains manquent.<br />
<br />
Là, criant : « Bonbons, bonbons,<br />
Bonbons ! » avec un fort accent de la Provence,<br />
Un marchand dont la table, étroite et longue, avance<br />
Sur le bord du trottoir, verse des confettis<br />
Dans des sacs en papier ; les sacs les plus petits<br />
Sur la table, font la première des rangées,<br />
Puis d’autres par derrière, alignent, étagées,<br />
Leurs sacs de plus en plus gros et grands ; les derniers<br />
Sont à peu près le double en tous sens des premiers.<br />
Sur la chaussée, allant vite, un retardataire<br />
De l’analcade des Anglaises, solitaire,<br />
Trotte parmi des chars à bancs et des landaus ;<br />
L’homme, voulant aller au galop, pique au dos<br />
L’âne du bout assez pointu de son ombrelle,<br />
Pour rejoindre plus vite, au loin, la ribambelle<br />
Des grands chapeaux étroits.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="47" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/60"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Émergeant àdemi<br />
De la foule, montrant son goulot court parmi<br />
Les voitures, venant par ici, se promène<br />
En balançant avec une démarche humaine,<br />
Un immense flacon bleu de pharmacien ;<br />
Le carton dont il est fait imite assez bien<br />
Les reflets miroitants et les ombres du verre<br />
Bleu foncé, presque opaque aussi, qu’il cherche à faire ;<br />
Mais il ternit de plus en plus. Sur le bouchon<br />
Étroit, formant le haut d’un cœur, un capuchon<br />
De peau se serre avec une ficelle rouge,<br />
Après laquelle pend un cachet rond qui bouge,<br />
En dessous du rebord saillant du gros goulot.<br />
Une étiquette qui se lit de bas en haut<br />
Fait en spirale un tour complet, et le bout, même,<br />
Croise un peu l’autre en en commençant un deuxième<br />
Allant vers le bouchon ; sur le papier, de loin<br />
On ne distingue pas les lettres ; dans le coin<br />
Seulement, on y voit un peu d’une écriture<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="48" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/61"></span></span>
<div class="poem">
Rouge, donnant l’aspect de quelque signature<br />
Avec un grand paraphe étrange et compliqué<br />
Et que l’on reconnaît exactement calqué,<br />
Dans sa mémoire, avec chaque boucle analogue,<br />
Sur les flacons aussi tout pareils, de la drogue<br />
Célèbre, qui depuis assez longtemps se vend<br />
Partout.<br />
<br />
L’homme s’approche et n’a plus rien devant<br />
Lui, comme encombrement quelconque, qui le masque ;<br />
Et malgré les cahots de sa marche fantasque,<br />
Les mots sur le flacon déjà se font assez<br />
Distincts pour n’en plus être, à présent, effacés.<br />
Sur une autre étiquette à la forme arrondie<br />
De la bouteille même, on lit la parodie<br />
Des cas juste opposés dans lesquels l’élixir<br />
Doit également bien et toujours réussir.<br />
Il se rapproche encore, et l’œil alors découvre<br />
Une entaille très sombre, en rectangle, qui s’ouvre<br />
Juste sur l’étiquette, au milieu ; c’est le trou<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="49" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/62"></span></span>
<div class="poem">
Qu’on ne soupçonne pas, d’abord, de loin, par où<br />
L’homme enfermé, dont seul, en dessous, par l’espace<br />
De la bouteille au sol, le bas des jambes passe,<br />
Peut, pour se diriger parmi la foule, voir.<br />
Justement à l’instant il vient de recevoir<br />
Des confettis en plein dans la face ; il s’arrête<br />
Sur le coup, tout saisi, pendant qu’on voit sa tête<br />
Vite se reculer entre l’obscurité<br />
Intérieure, et là quelque temps agité,<br />
Il se frotte les yeux comme quand on s’éveille,<br />
Avec ses poings serrés, pendant que la bouteille<br />
Semble se reposer dans tout le mouvement<br />
Qui va la dépasser ; l’homme au bout d’un moment<br />
Repart, en remettant les yeux à l’ouverture,<br />
Et de nouveau l’on voit avec désinvolture<br />
Se balancer, de droite à gauche, le flacon.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="50" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/63"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Gaspard, sans y penser, passant sous un balcon<br />
Long et rempli de gens tout costumés, essuie,<br />
Crépitant sourdement sur son feutre, une pluie<br />
De confettis ; plusieurs les lui lancent très fort,<br />
Recommençant ensuite en le visant ; d’abord<br />
D’un premier mouvement instinctif, sous l’averse<br />
Qu’il ne s’attendait pas à sentir, il renverse<br />
En arrière la nuque, en remontant les os<br />
Des épaules qu’il hausse et ceux de tout son dos ;<br />
Après, levant les yeux, il regarde le monde<br />
Èpars sur le balcon ; mais avant qu’il réponde<br />
Aux confettis qu’il a tout à l’heure reçus,<br />
Une nouvelle grêle, en lui tombant dessus,<br />
Le force à rebaisser rapidement la tête ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="51" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/64"></span></span>
<div class="poem">
Puis sans en avoir l’air, en dessous, il apprête<br />
Sa pelle qu’il remplit la plus lourde qu’il peut,<br />
Dans le fond de son sac, sous l’averse qui pleut<br />
Toujours ; et choisissant un court moment de trêve,<br />
Sans que l’on ait rien vu, soudain il se relève,<br />
Et visant avec force, au hasard, dans le tas<br />
Il leur jette, en laissant dans l’air tout un plâtras,<br />
Sa grosse pelletée ; et rejoignant bien vite<br />
Roberte qui regarde en riant, il évite<br />
Tout juste, en échappant à peine d’un instant,<br />
Encore une autre pluie énorme, qu’il entend<br />
Tomber sur le trottoir avec un bruit de grêle.<br />
Au loin, venant vers eux, un gamin sale bêle<br />
Au nez de tous les gens qu’il croise, en se frayant<br />
Lestement un passage ; il est poudreux, n’ayant<br />
Rien pour se garantir, qu’une tête de chèvre<br />
En carton, qu’il maintient des mains, et dont la lèvre<br />
Inférieure, ouverte et basse, laisse voir,<br />
Découpant leurs petits triangles sur le noir<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="52" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/65"></span></span>
<div class="poem">
Intérieur, des dents toutes de même taille ;<br />
Mal faite par lui-même, une assez large entaille<br />
Aux bords irréguliers et tout gris, dans le cou<br />
De la tête, lui laisse un espace par où<br />
De ses yeux éveillés, remuants, il se guide<br />
Adroitement. Le bord de la tête, rigide,<br />
Sur ses épaules pèse et fait faire des plis<br />
A l’étoffe ; on croirait voir un torticolis<br />
Formant contraste avec tout le corps qui gambade<br />
Et qui fait, pour marcher, comme une galopade,<br />
En repartant toujours du même pied, sans rien<br />
Changer ; ses vêtements, brun foncé, de vaurien<br />
Ont, à plusieurs endroits, des traces mouchetées<br />
Blanches, qu’on reconnaît faites de pelletées<br />
De confettis. Il est maintenant sur le point<br />
De se croiser avec Roberte ; il la rejoint<br />
Tranquille, d’un pas calme à présent, sans paraître<br />
Vouloir lui faire rien de drôle ; il attend d’être<br />
A deux pas seulement d’elle, encore plus près<br />
Que ça, même, voulant lui faire peur exprès,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="53" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/66"></span></span>
<div class="poem">
Pour lui bêler, alors, très fort en plein visage,<br />
De la voix féminine encore de son âge,<br />
En lui criant, pour rire, après, qu’il la connaît ;<br />
Roberte, à tout hasard, qui justement tenait<br />
Tout debout, dans sa main, sa pelle toute prête,<br />
Le vise pendant qu’il s’en va ; c’est sur la tête<br />
Que les confettis vont tomber les plus nombreux,<br />
Faisant sur le carton un bruit sonore et creux ;<br />
Roberte se prépare à replonger sa pelle ;<br />
Mais le gamin, là-bas, se moque encore d’elle,<br />
En tâtant doucement, comme s’il avait mal,<br />
Les endroits touchés dont sa tête d’animal<br />
Est plus ou moins blanchie ; et d’une voix pleurarde<br />
Il bêle de nouveau fort, pendant qu’il regarde<br />
Roberte, retournant la tête en se sauvant<br />
Et se cognant avec tout le monde.<br />
<br />
En avant,<br />
Sous la voûte que l’on enfile, des arcades<br />
Qui finissent au loin, maintenant les façades<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="54" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/67"></span></span>
<div class="poem">
De toutes les maisons, rétrécissant partout<br />
Le trottoir de leurs gros piliers carrés, au bout<br />
Qu’ils ont encore à faire, alors, de l’avenue,<br />
Le grouillement du monde, énorme, et la cohue<br />
Des masques se parlant et se battant, ont l’air<br />
Si compacts, sous le jour un peu moins fort et clair<br />
Du plafond, que Gaspard propose de descendre<br />
Du trottoir, maintenant trop encombré, pour prendre<br />
Par le milieu de la chaussée où, justement,<br />
On ne sait pas pourquoi, règne, pour le moment,<br />
Des deux côtés, comme une espèce d’accalmie.<br />
<br />
Au loin, se rapprochant, la physionomie<br />
Très ridicule exprès, d’une tête en carton<br />
Reposant sur les deux épaules d’un piéton,<br />
Domine avec son grand chapeau les quelques masques<br />
Qui marchent ; l’homme, avec des allures fantasques.<br />
Trébuche tout le temps, comme étant pris d’alcool ;<br />
C’est entre les deux coins très écartés du col,<br />
A travers un grand trou carré, sous une pomme<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="55" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/68"></span></span>
<div class="poem">
D’Adam proéminente et saillante, que l’homme<br />
A sa tête réelle et voit ; il est vêtu<br />
D’un banal habit noir dont le gilet pointu<br />
Ouvert très bas découvre un plastron de chemise<br />
Tuyauté sur son bord ; et complétant la mise<br />
Du gommeux, une fleur rouge sur le revers<br />
De l’habit tire l’œil. Posé tout de travers,<br />
En dégageant le front de la figure énorme,<br />
Et défoncé partout, un chapeau haut de forme<br />
Au poil dans l’autre sens inspire un aspect vieux ;<br />
Tout frisés sous ses bords, des sortes de cheveux<br />
Mal collés avec des espaces, roux carotte,<br />
Recouvrent en très clair la tête que cahote,<br />
De bas en haut, le pas constamment zigzagué<br />
De l’homme qui fait voir un air joyeux et gai<br />
Fixe, sur le visage immense où rien ne bouge ;<br />
Le nez est tout enflé, presque du même rouge<br />
Que les lèvres qui font, en riant, un écart<br />
Sombre, orné d’une dent seulement. Le regard<br />
Terne ne fixe rien, souriant, immobile<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="56" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/69"></span></span>
<div class="poem">
Dans le vague ; au milieu, du noir fait la pupille,<br />
Entouré tout d’abord d’un premier cercle bleu<br />
Puis de blanc, mais le tout sans vision ni feu ;<br />
L’homme paraît avoir une poitrine étroite<br />
Sous cette grosse tête ; il tient dans la main droite<br />
Par le fond, en serrant ses doigts, un vrai cruchon<br />
En grès jaune, à liqueur, au goulot sans bouchon,<br />
Qu’il bouge sans paraître attacher d’importance<br />
Au soi-disant liquide empli dedans ; une anse<br />
En haut est juste assez grande pour que le doigt<br />
Puisse encore y passer. De temps en temps il boit<br />
En portant le goulot du cruchon à la bouche<br />
Ouverte en souriant de la tête ; il n’y touche<br />
Qu’en élevant son bras presque tendu très haut<br />
Pour attraper la lèvre à tâtons ; le goulot<br />
Très court et très étroit entre tout à fait juste<br />
Dans l’écart que les deux lèvres font ; il déguste<br />
Lentement à longs traits goulus le soi-disant<br />
Contenu qu’il paraît avaler, en croisant<br />
A chaque pas ses pieds et ses jambes qu’il cogne<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="57" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/70"></span></span>
<div class="poem">
Dans sa marche toujours maladroite d’ivrogne ;<br />
En finissant de boire, il berce dans ses bras,<br />
Le serrant tendrement avec des airs béats,<br />
Le cruchon comme pour faire voir comme il l’aime.<br />
Parfois en trébuchant il tourne sur lui-même<br />
Pour que, probablement, le monde puisse voir<br />
Appliqué sur son dos, cousu dans l’habit noir,<br />
Un écriteau carré ; mais il tourne trop vite<br />
Et marche encore un peu trop loin pour qu’on profite<br />
Du moment pour saisir ce que l’on voit écrit<br />
Sur la toile brillante, en un gros manuscrit.<br />
Un pierrot en passant le vise avec sa pelle<br />
Au chapeau qu’il attrape assez bien, puis l’appelle :<br />
« Hé, dis donc, là-bas, vieux pochard, » l’apostrophant<br />
Sous son masque en couleurs, sur un ton bon enfant<br />
Qu’il croit approprié, prenant pour de la vraie<br />
Bonne humeur la figure épanouie et gaie<br />
De la tête au sourire incessant, et le pas<br />
Qui n’est qu’étudié. L’homme ne répond pas<br />
Aux farces du pierrot qui maintenant le raille<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="58" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/71"></span></span>
<div class="poem">
Sur son mauvais chapeau, puis sur sa haute taille Avec qui ses bras courts ne sont pas en rapport, A ce qu’il dit.<br />
Gaspard a marché tout d’abord Au milieu ; maintenant tous deux sont très
à droite, A côté du trottoir, longeant la file étroite D’arcades.<br />
<br />
Des Chinois vont n’importe comment Sur leurs ânes parés ; tout seuls
pour le moment Il s peuplent la chaussée entièrement déserte De sujets
et de chars ; ils dépassent Roberte Assez vite ; l’un d’eux tousse fort,
étouffant.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="59" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/72"></span></span>
<div class="poem">
Habillé d’un pierrot rouge et noir, un enfant<br />
Court vers eux, maintenant parmi le tulle raide,<br />
Noir, de sa collerette, une figure laide<br />
Rose cru, faite par son masque en fil de fer,<br />
Toujours avec ce teint voyant et ce même air<br />
Bête ; son autre main sur son sac, il l’empêche<br />
De lui battre au côté pendant qu’il se dépêche.<br />
Il arrive devant eux. Roberte consent<br />
A s’écarter un peu ; très vite, en bondissant,<br />
Il s’approche en gardant toujours la tête basse<br />
Dans le vent de la course ; en un instant il passe<br />
Toujours pressé, sans rien regarder, entre eux deux ;<br />
Roberte, en se tournant, sous le masque hideux<br />
Derrière, voit un peu de sa joue enfantine.<br />
Sous les arcades, là, le monde qui piétine<br />
Fait tout un bruit de pas traînassants et de voix<br />
Basses ou par moments plus fortes. Quelquefois<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="60" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/73"></span></span>
<div class="poem">
Gaspard, entre l’écart de deux piliers, attrape<br />
Un lot de confettis égarés qui le tape<br />
Comme une forte grêle au long de son chapeau,<br />
Ou bien l’atteint encore, en lui cinglant la peau,<br />
Aux mains ; et sans savoir, déjà par habitude,<br />
Il regarde parmi toute la multitude<br />
Celui qui l’a frappé, par derrière et devant,<br />
Et sans l’avoir trouvé, lançant le plus souvent<br />
Sur quelqu’un qu’il choisit au hasard, il riposte<br />
Quand même.<br />
<br />
<br />
Un homme, là, s’arrête et les accoste,<br />
Regagnant avec eux la place Masséna<br />
D’où justement il vient ; comme coiffure il n’a<br />
Qu’un bonnet phrygien ; un caoutchouc trop flasque<br />
Fait par derrière un nœud pour serrer mieux son masque<br />
Peint, d’un rose partout aussi cru comme ton ;<br />
Un endroit est pincé tout au bout du menton<br />
Ainsi que par deux doigts. Après le bonnet rouge<br />
Dont la pointe retombe à droite, tremble et bouge,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="61" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/74"></span></span>
<div class="poem">
Pendant à plusieurs fils tirés et longs, au bout<br />
De la pointe qu’il orne et dont il se découd,<br />
Un léger grelot vide et cabossé, de cuivre.<br />
L’homme exhorte Roberte à venir, à le suivre<br />
Par là-bas, lui donnant quelque nouveau prénom<br />
Affreux à chaque phrase ; elle lui répond : « Non,<br />
Non, non, » faisant de droite à gauche aller sa tête ;<br />
Mais lui sans se lasser continue et s’entête,<br />
Lui disant qu’il ne faut pas faire d’embarras<br />
Avec un vieux copain, en lui tendant son bras<br />
Épais avec sa manche enflée en grosse toile<br />
Très plissée. Il lui parle ensuite de son voile<br />
Double, lui demandant : « Veux-tu le partager<br />
Avec moi ? » protestant qu’il craint fort le danger<br />
Des confettis, jurant après de le lui rendre ;<br />
Puis il paraît alors ne pas du tout comprendre,<br />
Puisqu’il compte ce soir le redonner, comment<br />
Elle le lui refuse encore, et, la nommant<br />
Tout à coup d’un nouveau prénom encore pire<br />
Que les autres d’avant, et qui la force à rire,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="62" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/75"></span></span>
<div class="poem">
Il se met, en prenant des larmes dans sa voix,<br />
A dire que c’est mal d’oublier autrefois<br />
Et leur ancien amour, sur un ton de reproche<br />
Grotesque et désolé ; puis, tirant de sa poche<br />
Un mouchoir à carreaux bleus, il essuie avec,<br />
Le promenant de l’un à l’autre, le coin sec<br />
Des yeux peints au regard sérieux et tout terne<br />
De son masque qu’aucun air triste ne consterne ;<br />
Après, continuant à gémir, il étend<br />
Son mouchoir sur sa main droite, puis imitant<br />
Le bruit fort et vibrant de quelqu’un qui se mouche<br />
En soufflant durement au travers de sa bouche,<br />
Il pince fort le masque au nez, dans son mouchoir.<br />
Puis il dit en avoir ainsi jusqu’à ce soir<br />
A pleurer de la sorte et recommence à geindre<br />
De son ton larmoyant, ayant l’air de se plaindre<br />
A Roberte qui rit, de quelque trahison<br />
Ancienne en ajoutant qu’il va boire un poison,<br />
Et qu’on peut être sûr qu’il ne sera pas lâche<br />
Pour l’avaler ; enfin il s’écarte et les lâche,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="63" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/76"></span></span>
<div class="poem">
Recommençant un bruit semblable en se mouchant,<br />
Et prenant à témoin quelqu’un, qu’on est méchant<br />
Pour lui, qu’il est bien triste et qu’on ne lui témoigne<br />
Qu’indifférence à lui si gentil. Il s’éloigne<br />
Dans l’autre sens, faisant tout ce bout de chemin<br />
Pour la deuxième fois. Roberte, de la main,<br />
Semblant heureuse enfin d’en être dépêtrée,<br />
Lui fait adieu d’un signe ironique.<br />
A l’entrée<br />
De l’avenue, accroît sans cesse un embarras<br />
Tumultueux, formant un étrange fatras<br />
De masques, de couleurs et de chevaux. Un juge<br />
A la calotte noire émerge du grabuge ;<br />
Il se remue un peu sur place, montrant hors<br />
De la cohue au moins la moitié de son corps ;<br />
Sur sa figure au nez long on voit des lunettes ;<br />
Il a les gestes secs, courts des marionnettes,<br />
Semblant n’avoir pour corps maigre qu’un long bâton<br />
Supportant simplement sa tête de carton,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="64" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/77"></span></span>
<div class="poem">
En dessous de sa robe ample et noire qui flotte<br />
Avec beaucoup de plis, tombant droits ; sa calotte<br />
Est mise sur l’oreille ; au bout du nez il a<br />
Une verrue énorme et rouge. Mais voilà<br />
Qu’un grand char important plein de monde s’approche,<br />
Arrivant augmenter encore l’anicroche ;<br />
Il ralentit et puis s’arrête, prisonnier<br />
Dans la foule. Un immense et large cuisinier<br />
S’y tient debout, vêtu d’une casaque blanche ;<br />
Son gigantesque bras tout raide, dont la manche<br />
Retrousse jusqu’au coude en carton rose dur<br />
Imitant bien la peau, tient immobile sur<br />
Un fourneau, le couvercle ouvert d’une marmite.<br />
Quelque chose enfermé dans le fourneau n’imite<br />
Pas mal le flamboiement intérieur du feu<br />
Absent ; l’on aperçoit, reluisant quelque peu,<br />
Un reflet rouge cuivre à travers l’interstice<br />
Laissé par une porte étroite, en fer factice,<br />
Au côté du fourneau par endroits mal noirci.<br />
Tout en haut des enfants, en cuisiniers aussi,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="65" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/78"></span></span>
<div class="poem">
Dansaient, levant beaucoup la jambe, tout à l’heure,<br />
En faisant une ronde, eux tous, intérieure<br />
Dans la marmite. Mais arrêtant leurs ébats,<br />
Maintenant tous penchés, ils regardent en bas<br />
Sur le bord qui leur vient à peu près à la taille.<br />
Un d’eux montre du doigt un point dans la bataille.<br />
Grossissant l’embarras, sans cesse de nouveaux<br />
Venus, en se tassant, s’arrêtent. Deux chevaux<br />
Attelés au timon brillant d’une voiture<br />
Particulière, font enfin une ouverture<br />
Dans la foule, et sortant les premiers, vont au trot<br />
Sur la chaussée alors partout libre. En pierrot<br />
Lui-même et bien masqué, le cocher les rassemble,<br />
Les fouettant tous les deux du même coup. Il semble<br />
Qu’un des maîtres traînés soit venu se jucher<br />
Sur le siège, par goût, pour faire le cocher ;<br />
Car il paraît bien là, lui, pour son propre compte,<br />
Dans son costume, avec son masque que surmonte<br />
Un feutre blanc montrant trois boutons bleus, ainsi<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="66" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/79"></span></span>
<div class="poem">
Que les pierrots qui sont en voiture. D’ici<br />
Un instant on pourrait presque être pris au piège<br />
Du masque, en le croyant vrai. Derrière le siège,<br />
De dos, on voit bouger en parlant le chapeau<br />
D’un pierrot, sous lequel on ne voit pas de peau<br />
A cause du bonnet phrygien rouge. Assises<br />
A même la capote en arrière, indécises<br />
A les voir, discutant des mains, deux femmes sont<br />
Côte à côte, les pieds aux coussins. Elles ont<br />
Sur leurs masques pareils des chapeaux gigantesques<br />
A bords très compliqués et de formes grotesques ;<br />
Autour de la calotte, en grande quantité,<br />
Du tulle paraissant de grosse qualité<br />
S’enroule par devant, formant un chou qui bouffe<br />
Sans grâce, avec raideur ; le tout est d’un esbrouffe<br />
Excentrique et voyant, exprès de mauvais goût.<br />
Un petit pierrot blanc et bleu se tient debout,<br />
Les coudes appuyés, penché sur la portière ;<br />
La voiture au dedans est blanche tout entière,<br />
Banquettes et dossiers ; l’on a, pour être sûr<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="67" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/80"></span></span>
<div class="poem">
Qu’il ne soit pas sali par les confettis, sur<br />
Le drap capitonné mis une toile blanche.<br />
<br />
Gaspard est occupé de secouer la manche<br />
De son costume épais pour en faire sortir<br />
Des confettis ; il croit, agacé, les sentir<br />
Assez en bas déjà sans les ravoir ; il passe<br />
Alors, tout replié, dans le très mince espace<br />
Laissé sur son poignet serré, son second doigt,<br />
Puis il retire ainsi, tassés au même endroit,<br />
Des confettis qu’il jette à terre par saccades.<br />
Tous deux sont arrivés à la fin des arcades.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="68" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/81"></span></span>
<div class="poem">
Le char du cuisinier, après ce long retard<br />
Du grand encombrement qui subsiste, repart<br />
Maintenant seulement ; et Roberte s’arrête,<br />
Voulant le regarder partir. La grosse tête<br />
Joyeuse, sous le blanc de l’immense bonnet,<br />
Lui rappelle d’ici quelqu’un qu’elle connaît ;<br />
Un rire satisfait plisse la grande joue.<br />
A présent la musique, en recommençant, joue<br />
Une sorte de basse ou de rythme sans air,<br />
Qui ne donne qu’un bruit faible dans le plein air.<br />
En haut les marmitons, sous l’immense couvercle<br />
Toujours levé sur eux, recommencent leur cercle<br />
En se donnant le bras, changeant assez souvent<br />
De côté dans leur ronde ; ils sautent en levant<br />
Très haut, l’une après l’autre, en travers, chaque jambe.<br />
L’étincellement d’or comme du feu, qui flambe<br />
Au fond du fourneau, n’est qu’une boule en papier<br />
Métallique, cuivré, qui cherche à copier,<br />
Par ses reflets brisés et chiffonnés, la braise.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="69" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/82"></span></span>
<div class="poem">
Le cuisinier a l’air d’attiser la fournaise<br />
Sur laquelle là-haut l’ample marmite bout,<br />
A l’aide d’une tige en vrai fer dont un bout<br />
Dans sa main est en bois, et dont l’autre, tout rouge,<br />
Comme par la chaleur du papier cuivré, bouge,<br />
Appuyé sous la grille, à cause du cahot<br />
Que le char donne au bras très raide. Mais là-haut,<br />
Soudain, les marmitons viennent de disparaître<br />
En plongeant d’un seul coup, afin de ne pas être<br />
Atteints par le couvercle énorme et ténébreux<br />
Qui depuis un moment s’abaisse un peu sur eux.<br />
Il s se sont arrêtés, puis engloutis ensemble<br />
En le voyant. La main du cuisinier, qui tremble<br />
Aux cahots, tombe ainsi que de son propre poids<br />
Et ferme tout à fait le couvercle ; les doigts<br />
D’un des gamins, crispés aux bords de la marmite,<br />
Ne se sont enlevés qu’à l’extrême limite<br />
Pour rentrer dedans juste au moment d’être pris.<br />
Le cuisinier les tient quelque temps assombris<br />
Dans la nuit du couvercle ; il continue à rire,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="70" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/83"></span></span>
<div class="poem">
Comme heureux en pensant qu’ils sont en train de frire.<br />
La musique s’entend, toujours sourde. Bientôt<br />
Le couvercle remonte et s’arrête aussi haut<br />
Qu’avant ; les marmitons, vite, en une seconde<br />
Se sont tous relevés, puis ils refont leur ronde<br />
Déhanchée en riant et se donnant le bras ;<br />
Il s changent de côté presque aussitôt.<br />
En bas,<br />
Sur le plancher du char, recouvert en parties<br />
De minces paillassons, des femmes travesties<br />
Ont un costume, blanc aussi, de pâtissier.<br />
Une d’elles touchant à la boucle d’acier<br />
Qui brille à son genou, remet dedans, bien plate,<br />
En la tirant du bout avec ses doigts, la patte<br />
De sa culotte courte en velours jaune clair,<br />
Dans laquelle des bas entrent, couleur de chair ;<br />
Elle a de fins souliers mordorés ; tout le reste<br />
Du costume est pareil aux marmitons ; la veste<br />
Blanche est très ajustée ; en haut, sous son bonnet<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="71" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/84"></span></span>
<div class="poem">
Plus grand et fantaisie aussi, l’on reconnaît<br />
Par la grosseur de tête et, de plus, à la nuque,<br />
Par un léger écart, que c’est une perruque<br />
A cheveux courts et non ses vrais cheveux qu’elle a.<br />
En bas, sur la chaussée assez libre, voilà<br />
Qu’au son de la musique entraînante des couples<br />
Se mettent à tourner avec lourdeur, peu souples,<br />
Ayant l’étoffe en plus de leurs déguisements<br />
Sous lesquels on leur sent autant de vêtements<br />
Quand même, à leur grosseur lente, que d’habitude.<br />
Au milieu, dominant toujours la multitude,<br />
L’immense juge, maigre, et que l’on ne voit plus<br />
Que de dos, fait sans cesse alentour des saluts<br />
Très raides, d’une pièce, en croisant tous les masques.<br />
Et pendant qu’il remue ainsi, ses grands bras flasques<br />
Battent dans tous les sens, se cognant à son corps ;<br />
Des bouts de doigts tout plats, en carton, passent hors<br />
Des manches. Chaque fois qu’en marchant il s’incline,<br />
On voit pointer un peu derrière, à son échine,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="72" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/85"></span></span>
<div class="poem">
Une bosse arrondie et juste à la hauteur<br />
Où doit être la tête exacte du porteur.<br />
Les jambes sont beaucoup trop courtes pour la taille.<br />
<br />
Gaspard attend toujours que Roberte s’en aille<br />
En regardant aussi ; quand le grand char est loin,<br />
Elle finit enfin par s’écarter du coin<br />
Du trottoir, et cherchant des yeux Gaspard, se tourne.<br />
Par ici tout un flot pour le moment s’enfourne,<br />
Allant dans l’avenue, encore tout tassé<br />
Par l’arrêt un moment causé dans le tracé<br />
Du parcours. Là, Gaspard, qui regardait comme elle,<br />
S’amuse, sans penser, du bout de sa semelle<br />
A déblayer un rail du tramway tout rempli<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="73" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/86"></span></span>
<div class="poem">
De confettis intacts ; il sort de son oubli<br />
Quand Roberte, en passant auprès de lui, le touche<br />
De la main.<br />
Un nouveau facétieux s’abouche Avec elle. A présent, la place Masséna
S’étend toute grouillante au-devant d’eux. Il n’a Comme déguisement rien
qu’une pèlerine A capuchon, avec un masque qu’enfarine Un jet de
confettis, sûr envoyé très fort. Il admire Roberte, et lui dit qu’elle a
tort De ne pas consentir à ce qu’il la conduise Au café boire un peu
tous les deux ; il déguise Sa voix, tout simplement en lui parlant du
nez. Roberte lui répond qu’elle a bu bien assez Au déjeuner, portant les
yeux sur les deux manches Faites d’un taffetas noir à rayures blanches
De son manteau, sans voir qu’il l’a mis à l’envers Tout d’abord ; dans
son dos ce sont des carreaux verts Et noirs entrecoupant une flanelle
beige ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="74" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/87"></span></span>
<div class="poem">
Voyant qu’elle regarde, il lui dit qu’il protège<br />
De la sorte l’endroit de son beau pardessus ;<br />
Ensuite voyant deux espaces décousus<br />
Sur sa manche, assez près tous deux, à la couture,<br />
Il introduit ensemble un doigt dans l’ouverture<br />
De chaque, en déclarant que ce n’est presque rien,<br />
Et que, sans plaisanter, Roberte devrait bien,<br />
Si véritablement elle était bonne fille,<br />
Aller chercher chez elle, en courant, son aiguille<br />
Avec une bobine et lui refaire un point.<br />
GaspaYd, qui justement, derrière, les rejoint,<br />
S’introduit entre eux deux et de la main écarte<br />
L’homme, sans obtenir tout de suite qu’il parte ;<br />
Il feint de se débattre avec rage, et prétend<br />
Que c’est une infamie, une horreur, en traitant,<br />
De sa voix déguisée et toujours nasillarde,<br />
Que dans sa soi-disant colère il rend criarde,<br />
Gaspard de polisson et de vil ravisseur,<br />
Prenant tous à témoin que Roberte est sa sœur,<br />
Et qu’il ne souffre pas qu’un homme la convoite<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="75" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/88"></span></span>
<div class="poem">
Impunément ainsi.<br />
<br />
Maintenant, sur la droite,<br />
Des arcades plus loin espacent de nouveau<br />
Leurs gros piliers carrés. Dépassant le niveau<br />
Des têtes de la foule aux masques toujours drôles<br />
A voir, un pierrot bleu porte sur ses épaules<br />
Un enfant paraissant content d’être à cheval ;<br />
Le petit est aussi vêtu de carnaval ;<br />
Par derrière ils ont l’air de se confondre ensemble ;<br />
La tête du pierrot ne se voit pas ; il semble<br />
Que leur groupe est un seul grand être continu,<br />
Un géant dont le haut du corps est trop menu.<br />
Loin, de l’autre côté qui termine la place,<br />
Des arcades aussi s’alignent, face à face,<br />
Avec les autres ; presque au milieu d’elles deux,<br />
Se rapprochant plutôt du côté plus loin d’eux<br />
Que l’autre, le mouvant défilé continue<br />
En les croisant de loin, allant vers l’avenue<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="76" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/89"></span></span>
<div class="poem">
De la Gare. A présent se succèdent plusieurs<br />
Hommes vêtus en coqs ; ils causent des frayeurs<br />
Aux gens, en abaissant à chaque pas leur tête,<br />
Sur laquelle remue et tremblote une crête,<br />
Tout en les menaçant, dans la figure, avec<br />
La pointe grosse et peu piquante du grand bec<br />
Peint en marron qui fait, surtout d’assez loin, comme<br />
Une large visière à leur figure d’homme ;<br />
Leur crête un peu plus fort tremble à chaque cahot<br />
Que donne leur pas sec, car ils lèvent très haut,<br />
Avec des airs pincés et lents de haute école,<br />
Leurs jambes qui n’ont rien qu’un maillot noir qui colle,<br />
Taché de plâtras blanc aux pieds ; tous les deux pas<br />
Il s lèvent tour à tour et rebaissent leurs bras,<br />
De la sorte, faisant battre de grandes ailes<br />
En plumes de plusieurs couleurs, et sous lesquelles<br />
On aperçoit parfois, dans des moments subits,<br />
Quand elles sont en l’air, un peu de leurs habits,<br />
Mais avec une extrême et vive promptitude.<br />
Dans l’ensemble, à côté de la similitude<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="77" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/90"></span></span>
<div class="poem">
Des coqs mêmes, le seul visage différent<br />
De chaque homme, qu’on voit sous le gros bec, surprend ;<br />
Le premier a la face assez pleine et rougeaude ;<br />
Le deuxième a des yeux d’expression nigaude,<br />
Il se retourne et parle à celui qui le suit,<br />
Tout en marchant ; un autre a le menton qui fuit ;<br />
Un, petit, montre, allant mal avec sa figure,<br />
Un nez très retroussé, tout aplati, qui jure<br />
Avec, tout alentour, son visage très plein ;<br />
Un grand dégingandé montre un nez aquilin<br />
Qui, sur tout le plumage environnant, détache<br />
Sa silhouette. Un gros a beaucoup de moustache ;<br />
Et le dernier, moins vif dans sa marche, a l’air vieux.<br />
Dans les têtes des coqs, de côté, de gros yeux<br />
Immobiles et rond, marrons et noirs, en verre,<br />
Par leur expression peuvent assez bien faire<br />
En très grand le regard fixe et froid d’un vrai coq.<br />
Gaspard, qui les regarde, est poussé, par le choc<br />
De quelqu’un qui le heurte en courant, dans la foule.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="78" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/91"></span></span>
<div class="poem">
<br />
On entend imiter un gloussement de poule ;<br />
C’est un pierrot qui met ses mains en porte-voix<br />
Sur son masque, en visant les coqs, là-bas.<br />
<br />
Parfois<br />
Quand elle voit quelqu’un assez à sa portée,<br />
Roberte, vivement, lance la pelletée<br />
Qu’elle tient toujours prête et, de suite, levant<br />
Son coude très en l’air, elle le met devant<br />
Sa figure, voulant éviter la réponse<br />
Qui vient toujours.<br />
<br />
Gaspard, sans s’arrêter, renfonce<br />
Son chapeau qui tient mal sur son masque bombé<br />
Et qui, l’instant d’avant, était presque tombé,<br />
Parti tout de travers à la forte secousse<br />
De l’homme qui courait si vite. Avec son pouce<br />
A gauche et tous ses doigts à droite, sur son front<br />
Il recolle le haut de son masque, trop rond<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="79" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/92"></span></span>
<div class="poem">
De forme ; après, levant son autre main, il baisse,<br />
En l’écartant, le bord de son feutre, puis laisse<br />
Le masque qui se bombe, empêchant le chapeau,<br />
En avant, de toucher par son cuir à sa peau ;<br />
Il ne se sent plus rien, maintenant, qui le gêne<br />
Sur le haut de la tête. En arrière, il promène<br />
Ses mains sur le pourtour du bonnet phrygien<br />
Sous lequel il a chaud, pour constater si rien<br />
N’a remonté, passant hors de la cbllerette.<br />
Après ces quelques pas d’une marche distraite,<br />
Il retourne la tête et s’aperçoit qu’il a<br />
Un peu laissé derrière, à quelques pas de là,<br />
Roberte ; et s’arrêtant lui-même, il la regarde<br />
Qui se bat en riant, gaîment, et qui s’attarde<br />
Avec un couple vert ; l’homme, donnant le bras<br />
A la femme qui marche avec lui, ne peut pas<br />
Lancer bien de sa main gauche chaque poignée<br />
Qu’il puise dans son sac, sur Roberte éloignée<br />
De lui suffisamment et qu’il essaye en vain<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="80" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/93"></span></span>
<div class="poem">
De lasser en visant toujours plus fort ; enfin<br />
Après un dernier jet cinglant, elle fait mine<br />
De partir tout de bon, mais comme une gamine,<br />
N’en voulant pas avoir, elle, le démenti,<br />
Elle se tourne et jette en l’air un confetti<br />
Tout seul sur eux, avec les doigts, puis court rejoindre<br />
Gaspard qui lui sourit.<br />
<br />
<br />
Tout là-bas vient de poindre<br />
Un nouveau char parmi l’ensemble permanent<br />
Qui défile sans cesse. Il paraît au tournant,<br />
Formant un angle droit, du quai Saint-Jean-Baptiste.<br />
Une immense nourrice en bonnet de batiste,<br />
Avec un tuyautage énorme autour, mais sans .<br />
La couronne dessus, ni les deux grands rubans<br />
Qui pendent dans le dos, domine. Son visage<br />
Sourit ; sur sa poitrine excessive, un corsage<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="81" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/94"></span></span>
<div class="poem">
Bleu foncé fait bomber un seul rang de boutons ;<br />
Un col droit empesé lui donne deux mentons ;<br />
Sous le gros tuyauté du bonnet, une raie,<br />
Courte pour sa largeur, fait avec de la vraie<br />
Chevelure en des crins quelconques, deux bandeaux<br />
Plats et tirés ; elle a sur elle des cadeaux ;<br />
D’abord l’éclat doré de deux boucles d’oreilles<br />
Qui scintillent au plein soleil, toutes pareilles,<br />
Comme forme et façon, à ce qu’est en plus grand<br />
Une broche brillant un peu moins et qui prend<br />
Devant, en y laissant encore un peu d’espace,<br />
Les deux côtés du col autour duquel dépasse<br />
En faisant ressortir son linge de très peu,<br />
L’autre col dont le blanc tranche net sur le bleu.<br />
Sur son corsage pend une chaîne de montre<br />
Dont le double côté, constamment se rencontre<br />
Et se cogne aux cahots que lui donne le char ;<br />
Elle semble un article à dix sous d’un bazar ;<br />
Son bâton est passé dans une boutonnière,<br />
Et le tout paraît mis en hâte, de manière<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="82" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/95"></span></span>
<div class="poem">
A pouvoir s’enlever d’un seul coup, aussitôt,<br />
Du corsage qu’on doit défaire quand il faut,<br />
Pour apaiser ses pleurs, que le nourrisson tette.<br />
Très brillantes aussi, faisant gros sur sa tête,<br />
Et plantant leur aiguille à fond des deux côtés<br />
De son bonnet, auprès des zigzags tuyautés,<br />
Deux épingles se font remarquer ; une boule<br />
Grosse forme leur tête ; un tube qui s’enroule<br />
Sur une sphère semble être tout leur travail ;<br />
Par leur dimension on les voit en détail.<br />
La nourrice paraît ne pas faire de geste<br />
Articulé. Marchant devant elle, il ne reste<br />
Déjà plus qu’une assez longue procession<br />
D’hommes tout verts portant avec précaution<br />
Sur leur tête, grandeur nature, une citrouille.<br />
Sur la figure un fard vert tendre les barbouille.<br />
La citrouille leur vient aux yeux comme un chapeau<br />
Trop large de pourtour. Leur costume vert d’eau<br />
A la coupe à peu près d’un habit de soirée<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="83" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/96"></span></span>
<div class="poem">
A très longs pans ; la taille en avant est serrée<br />
Par des boutons en cuivre et larges, qui sont mis ;<br />
Leurs souliers sont brillants d’un étrange vernis<br />
Vert aussi, qui malgré la poussière chatoie<br />
Sous une poudre blanche. Il s ont des bas de soie<br />
Plus ou moins bien tirés, de la même couleur ;<br />
Une culotte courte étrécit son ampleur<br />
A leurs genoux auxquels une boucle étincelle.<br />
Quelques-uns en marchant ont sans cesse le zèle<br />
De faire, allant de droite à gauche, avec leurs bras<br />
Des amabilités et de grands embarras,<br />
En envoyant avec leur grosse tête ronde<br />
De beaux saluts, prudents pourtant, à tout le monde.<br />
Un d’eux entre autres fait de la main des bonjours<br />
A Roberte assez près maintenant du parcours,<br />
Il a son autre main dans le fond de sa poche.<br />
Le grand char derrière eux tout de suite s’approche<br />
Apportant tout un grand brouhaha triomphal.<br />
Tout d’abord, costumés, deux hommes à cheval<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="84" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/97"></span></span>
<div class="poem">
Conduisent deux par deux un attelage à quatre ;<br />
Une femme à l’avant du char s’amuse à battre<br />
De la tête le rythme accentué de l’air<br />
Qu’on joue, en fermant presque un œil avec un air<br />
Ironique ; elle appuie un poing sur une hanche ;<br />
Lui tombant jusqu’aux pieds, une ample robe blanche<br />
Lui donne bien.l’aspect d’un immense bébé ;<br />
Elle tient dans la main un biberon bombé<br />
Gros comme une bouteille et lourd, aux trois quarts vide,<br />
Au fond duquel du lait ou quelque autre liquide<br />
Blanc, l’imitant, remue. Entré dans son bonnet<br />
En coulisse, un étroit ruban rouge au sommet<br />
De sa tête s’amasse et forme une bouffette.<br />
Elle mâche, en bougeant ses lèvres, sa bavette.<br />
Derrière elle, nombreux, tous en bébés aussi,<br />
Hommes et femmes font arriver jusqu’ici<br />
Des confettis, puisant à même, à pleine pelle,<br />
Sur le côté du char, dans une ribambelle<br />
Sans interruption d’auges blanches en bois.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="85" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/98"></span></span>
<div class="poem">
La nourrice, le bras levé, tient dans deux doigts<br />
Tout à fait refermés de crainte qu’il ne sorte<br />
Et pouvant se couler dans l’espace, une sorte<br />
De cordon divisé plus tard en plusieurs bouts<br />
Qui partent d’un endroit et s’enroulent aux cous<br />
De vrais enfants, ceux-là, pourtant moins en bas âge<br />
Que ceux qu’ils veulent faire ; ils ont tous le visage<br />
Encadré d’un bonnet au tuyautage dur ;<br />
Il s dansent tous ensemble et séparément sur<br />
L’épais marbre imité d’une immense commode<br />
A grands tiroirs égaux et d’une vieille mode<br />
Avec sa forme lourde et grosse, en acajou.<br />
Chacun d’eux dans la main brandit quelque joujou<br />
Trop grand, qui fait du bruit, soit un polichinelle,<br />
Soit un hochet très gros, entouré de flanelle.<br />
La nourrice a devant sa jupe un tablier<br />
En linge et que l’on voit encore se plier<br />
Un peu, comme au retour récent du blanchissage ;<br />
Sa jupe est tout à fait pareille à son corsage<br />
Et jusque sur le sol tombe partout très droit<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="86" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/99"></span></span>
<div class="poem">
En battant sur le bas de ses jambes étroit ;<br />
Et même quelquefois, lorsque le char tressaute<br />
Un peu plus, on la sent se balancer fort, faute<br />
Dessous, de l’épaisseur absente des jupons.<br />
Le char vient de passer. Derrière, un des poupons<br />
Avec un bonnet blanc et rose, un homme obèse,<br />
Tout petit et trapu, semble mal à son aise<br />
Dans son soulier orné, comme aux enfants, d’un chou ;<br />
Son second doigt a l’air d’y chercher un caillou<br />
Quelconque ; auprès de lui de sa main gauche libre<br />
Il se tient fermement, pour garder l’équilibre,<br />
En serrant bien, après une chaise en osier<br />
D’un des musiciens ; le fragile dossier<br />
Tremblotte sous sa main dure qui s’y cramponne<br />
De tout son poids. De loin, dans l’orchestre, un trombone<br />
Étincelant, à gauche, et plus à droite, un cor,<br />
L’un et l’autre au soleil, mettent deux reflets d’or<br />
Attirant le regard, au milieu de l’ensemble<br />
Des joueurs tout en blanc, et dont l’aspect ressemble<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="87" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/100"></span></span>
<div class="poem">
Tout à fait à celui des autres figurants,<br />
Représentant aussi, sous leurs bonnets, de grands<br />
Enfants au biberon, en robe longue comme<br />
Les autres, allant mal à leur figure d’homme.<br />
Soufflant à pleins poumons et tout rouge, l’un d’eux,<br />
Celui précisément du trombone, est hideux,<br />
Et le petit cordon du bonnet qui se noue<br />
Sous son menton a l’air de l’étrangler. La joue<br />
D’un autre est mal rasée. Avec son grand profil<br />
A moustache, aux traits forts et d’un aspect viril,<br />
Un long musicien très maigre est ridicule.<br />
<br />
Du monde, derrière eux, en les poussant, recule<br />
Sur Gaspard et Roberte inattentifs, en train<br />
De regarder partir le char. Un tambourin,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="88" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/101"></span></span>
<div class="poem">
Avec un bruit de cuivre et de lamelles, roule<br />
Tout droit sur son pourtour, au milieu de la foule ;<br />
Mais un soulier qu’il touche en passant compromet<br />
Son équilibre, et près de Gaspard il se met<br />
A tourner sur lui-même ; on peut, du regard, suivre<br />
Le chemin flou que font les lamelles de cuivre<br />
En tournoyant ainsi, pas vite, à leur éclat ;<br />
Le tambourin finit par se poser à plat,<br />
Et l’on entend alors les lamelles se taire ;<br />
C’est le côté tendu qui touche sur la terre.<br />
Un cavalier là-bas, auquel il appartient,<br />
Remue, en Espagnol ; c’est de lui que provient<br />
Le trouble dont ils ont ressenti la poussée ;<br />
Les sourcils rapprochés, la face courroucée,<br />
Il ne sait plus que faire et, se tenant debout<br />
Sur ses étriers courts, ne peut venir à bout<br />
De son âne tout noir qui tournaille sur place<br />
Sans jamais ralentir ni presser, quoiqu’il fasse<br />
Pour lui tourner le front dans l’autre sens ; le mors,<br />
A force de tirer sur la rêne, pend hors<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="89" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/102"></span></span>
<div class="poem">
De la mâchoire ; il’ fait de rapides ruades<br />
Qui reculent les gens. Mais un des camarades<br />
Qui l’attendent là-bas en désordre, descend<br />
Lestement de son âne arrêté ; puis laissant<br />
Au voisin son tambour et sa bride, il enfonce<br />
Son chapeau dont le bord un rapide instant fronce<br />
De gros plis sur son front ; ensuite, vite il court<br />
Vers l’autre ; les glands clairs dont son veston très court<br />
Est garni tout autour, au-dessus de sa taille<br />
Sur laquelle s’enroule une ceinture paille,<br />
Tremblotent aux cahots ; il vient de prendre exprès,<br />
Pendant que l’âne allait tout en rond, le plus près<br />
Possible de son mors tout de travers, la rêne,<br />
Et de toute sa force, en tirant, il entraîne<br />
L’âne qui maintenant s’éloigne à reculons,<br />
Malgré tous ses efforts et malgré les talons<br />
Du cavalier rageant toujours et qui les entre<br />
Le plus fort qu’il le peut dans le poil de son ventre.<br />
A la fin le nouvel Espagnol, voyant bien<br />
Que ce n’est pas ainsi qu’on aura le moyen<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="90" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/103"></span></span>
<div class="poem">
Vrai, tâche d’essayer autre chose ; il fait signe<br />
A l’autre d’arrêter ses talons qu’il désigne<br />
Du doigt ; alors après un moment de repos<br />
Pour le laisser souffler, quand il juge à propos<br />
De le faire partir, de la main il caresse<br />
Au côté du cou, l’âne inquiet qui redresse,<br />
Se méfiant toujours, toutes deux en avant,<br />
Comme avec intérêt, en les bougeant souvent<br />
Mais assez peu, de droite à gauche, ses oreilles.<br />
Il ne les garde pas, d’ailleurs, toujours pareilles,<br />
Ni dans le même sens pour la direction<br />
Qu’elles ont en changeant d’orientation.<br />
Devant lui maintenant l’Espagnol, qu’il regarde<br />
Avec anxiété, se décide, puis garde<br />
Toujours tout près du mors la rêne dans la main<br />
Gauche ; après, mesurant d’un regard le chemin<br />
Qu’il lui faut parcourir pour arriver au groupe<br />
Mouvant de l’analcade, il pousse par la croupe<br />
En renversant un peu de ses poils à rebours<br />
L’âne, en le dirigeant par la tête, toujours<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="91" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/104"></span></span>
<div class="poem">
A l’aide de la rêne, à côté de la bouche ;<br />
L’âne redevenant mauvais comme avant, couche<br />
Les oreilles encore, et marche de côté ;<br />
Le cavalier dit : « Ça, c’est de la nouveauté,<br />
Par exemple. » Pendant tout ce temps un gros masque<br />
Étant venu chercher le grand tambour de basque,<br />
Le rend au cavalier qui lui répond : « Merci. »<br />
Après, derrière l’âne allant se mettre aussi<br />
Pour le faire avancer enfin, à la rescousse,<br />
Il se joint aux efforts de l’Espagnol et pousse<br />
Sur la croupe, le corps penché, de ses deux bras ;<br />
Et l’âne alors finit par faire quelques pas ;<br />
On le pousse plus fort et maintenant il trotte<br />
Très bien ; en rejoignant l’analcade il se frotte<br />
Contre un autre âne ; l’homme attend un peu pour voir<br />
S’il se calme, et retourne ensuite à l’âne noir<br />
Et blanc qu’il a quitté tout à l’heure et qui joue<br />
Tranquillement avec son mors, puis qui secoue<br />
Sa tête, grandement, après, de bas en haut ;<br />
L’homme met l’étrier à son pied ; aussitôt<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="92" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/105"></span></span>
<div class="poem">
S’aidant du cou de l’âne il se retrouve en selle ;<br />
Il reprend son tambour de basque sous l’aisselle<br />
Bien serrée et qui s’ouvre au contact de celui<br />
D’entre ses compagnons de l’analcade, à qui<br />
Il avait confié son âne tout à l’heure.<br />
En avant on repart enfin ; un âne effleure<br />
Un autre âne en passant, qui reste le dernier ;<br />
Puis il trotte et se met en avant, le premier,<br />
Faisant lever le nez tout à coup du deuxième<br />
En le touchant avec sa croupe. On voit le même<br />
Costume aux tons voyants et très clairs, espagnol<br />
A tous les cavaliers encore en tas ; d’un col<br />
Empesé, rabattu, noire, en satin, étroite,<br />
Une cravate sort et tombe toute droite<br />
Jusque dans la ceinture, en coupant le plastron ;<br />
Leurs courts vestons sont tous sur le même patron,<br />
Arrivant au-dessus de la taille où tremblote<br />
L’ensemble remuant des glands clairs ; la culotte<br />
Est rose vif, les bas très lisses sont d’un blanc<br />
A reflets. Deux d’entre eux sont sur le même rang<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="93" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/106"></span></span>
<div class="poem">
Encore ; l’un avance un peu ; l’autre, immobile,<br />
Attend qu’il soit passé pour se mettre à la file ;<br />
Certains trop éloignés prennent un trot léger,<br />
D’autres tardent plutôt afin de ménager<br />
Leur distance.<br />
<br />
Roberte, en le touchant, appelle Gaspard qui, malheureux, à quelques
mètres d’elle, En regardant partout, inquiet, la cherchait. Il s
reprennent leur marche. Il s sont presque au crochet Du parcours.
Maintenant, arrivant de la gauche, Un mannequin commence à tourner ; il
chevauche Un autre mannequin, immense aussi, vêtu Comme d’un maillot
rouge, et semblant courbatu De se tenir ainsi par terre, à quatre
pattes,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="94" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/107"></span></span>
<div class="poem">
Effondré sur ses bras, avec ses omoplates<br />
Ressortant dans son dos, haut. C’est le carnaval<br />
Lui-même, tout joyeux, qui s’avance à cheval<br />
Sur le diable éreinté ; sa face épanouie<br />
Porte une expression heureuse et réjouie,<br />
Très rouge ; par-dessus le crin ébouriffé<br />
De ses cheveux, il est, sur l’oreille, coiffé<br />
Assez comiquement d’une espèce de toque<br />
Avec un ruban noir dont le nœud a sa coque<br />
Gauche beaucoup plus grande et qui se tient en l’air<br />
De côté ; son costume en laine, jaune clair<br />
Tout uni, semble avoir à peu près, en énorme,<br />
Avec sa blouse large à ceinture, la forme<br />
Des vêtements tout faits qu’on met aux écoliers ;<br />
En longueur à de courts espaces réguliers,<br />
Des plis à deux côtés ont la place aussi grande<br />
Que l’intervalle entre eux ; on croit voir une bande<br />
D’étoffe, qu’on aurait mise là pour garnir,<br />
Et qu’on ne dirait pas, des yeux, appartenir,<br />
En trouvant son aspect indépendant, au reste,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="95" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/108"></span></span>
<div class="poem">
Pourtant du ton pareil tout à fait de la veste<br />
Au grand col rabattu. Collés sur ses mollets<br />
Gigantesques, ses bas très gros sont violets.<br />
Il paraît tout joyeux de voir la courbature<br />
Du diable ; il a la main passée à sa ceinture<br />
Très lâche sur sa taille et large, jaune, en cuir.<br />
Le diable malheureux et ployé semble fuir<br />
Sous ce poids colossal et calme qui l’écrase ;<br />
Les reins cambrés, touchant à terre presque, il rase<br />
De son ventre le sol, ayant l’air de marcher,<br />
Une main en avant sur le large plancher<br />
Du char ; il tourne un peu vers la gauche sa tête<br />
A qui des cornes d’or donnent un air de bête ;<br />
Il semble qu’il gémisse à l’effort qu’il lui faut<br />
Faire, tournant ses yeux d’un air humble et penaud<br />
Vers son vainqueur ; sa bouche à la longue barbiche<br />
Paraît grincer des dents ; un énorme pois chiche<br />
Se remarque au milieu du côté de son nez<br />
Tout crochu, mince, grand et tombant, presque assez<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="96" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/109"></span></span>
<div class="poem">
Allongé pour qu’en bas son bout recourbe touche<br />
A son menton crochu lui-même, si la bouche<br />
En grinçant n’avait pas un suffisant écart.<br />
Sous des sourcils qui font des pointes, son regard<br />
Terne, dans le milieu, montre une tache bleue<br />
A côté d’un point noir. Par derrière une queue<br />
En étoffe traînant par terre sous son corps<br />
Fait beaucoup de détours et va pendre en dehors<br />
Du char qui maintenant ayant tourné s’éloigne.<br />
Un pierrot saute après la queue ; il ne l’empoigne<br />
Que du bout des doigts, puis, retombe sans l’avoir<br />
Descendue un peu plus.<br />
<br />
A gauche l’on peut voir De la place à présent, où Roberte qui semble<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="97" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/110"></span></span>
<div class="poem">
Très contente se trouve, en ligne tout l’ensemble<br />
Remuant et grouillant tout de son long, du quai<br />
Saint-Jean-Baptiste. Alors Roberte au coup d’œil gai<br />
Des masques et des chars venant à leur rencontre<br />
S’arrête et, retenant Gaspard, elle lui montre<br />
L’aspect du défilé général en disant :<br />
<br />
« Regarde, on peut en voir une masse à présent. »<br />
Au plein soleil l’ensemble à certains points miroite ;<br />
Plusieurs chars espacés sur la ligne très droite<br />
D’un bout à l’autre, et courbe un peu, du défilé<br />
Sont séparés par tout un flot bariolé<br />
De sujets plus petits. Une tête de vache<br />
N’est déjà plus très loin, blanche avec une tache<br />
Jaune et longue prenant tout le milieu du front ;<br />
Parfois le char, glissant sans cahots, interrompt<br />
Le bruit que l’on commence à pouvoir bien entendre,<br />
De la grande clochette au gros son, qu’on voit pendre<br />
A son cou, son anneau passé dans un collier<br />
D’épais cuir noir. Plus loin un char en escalier<br />
Scintille ; chaque marche est très large ; un grand nombre<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="98" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/111"></span></span>
<div class="poem">
De figurants, bougeant dans tous les sens, l’encombre.<br />
Assis en haut, un grand et mince mannequin<br />
En costume ordinaire à carreaux d’arlequin,<br />
Une jambe croisée, est plein de nonchalance ;<br />
Bouche ouverte, il a l’air de chanter en silence<br />
En tenant par le manche une guitare en bois<br />
Grossier, et sur laquelle, immobiles, ses doigts<br />
Semblent accompagner une muette aubade.<br />
Un figurant, les mains sur la rampe, gambade<br />
Des talons. L’arlequin a sur le front son loup<br />
Relevé laissant voir ses sourcils.<br />
<br />
Tout à coup<br />
Gaspard en pleine joue attrape une potée<br />
Forte de confettis ; encore à sa portée,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="99" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/112"></span></span>
<div class="poem">
Un homme en capuchon et domino s’enfuit<br />
Par derrière ; Gaspard très vite le poursuit<br />
Voulant diminuer l’écart qui les sépare<br />
Avant de le frapper ; en courant il prépare<br />
Sa pelle dans son sac presque vide ; il la sort<br />
Pleine encore une fois, et sur l’homme, très fort,<br />
Visant en même temps le plus juste possible<br />
A l’endroit qu’il suppose être le plus sensible<br />
Dans le cou, lance tout ; aussitôt, malgré lui,<br />
L’homme en ralentissant fait un mouvement qui<br />
Fait plaisir à Gaspard voyant que la secousse<br />
A bien produit l’effet qu’il voulait. Il rebrousse<br />
Chemin, sans écouter derrière lui la voix<br />
De l’homme qui lui dit : « Merci bien. » Cette fois<br />
Il court pour retourner vers Roberte, moins vite ;<br />
Ici, passant un peu plus à gauche, il évite<br />
Le corps, blanc de plâtras dans le dos, d’un gamin<br />
Qui vient de s’étaler, juste sur son chemin<br />
En travers, dans la foule, en se battant pour rire<br />
Avec son compagnon qui maintenant le tire<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="100" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/113"></span></span>
<div class="poem">
Par les pieds, pour qu’il reste à terre ; ils ont tous deux Des
masques sans couleur, transparents comme ceux Qu’ont Gaspard et Roberte,
avec rien qui recouvre Leurs habits de voyous.<br />
Ensuite Gaspard s’ouvre Avec assez de peine un passage au milieu D’un
groupe de gens verts qui se disent adieu ; Un gros à domino prend la
main d’une femme Au grand chapeau grotesque, en l’appelant Madame, Et
lui montre un chemin du bras, qu’il lui décrit Pour qu’on puisse, dit-il
se revoir ; elle rit Aux éclats sous son masque au lieu de lui
répondre ; En lui disant, Madame, il vient de la confondre, Ne
réfléchissant pas au masque peint qu’elle a, Avec une autre femme
arrêtée aussi, là, Ayant un gros chapeau tout pareil, impossible. Le
gros rit à son tour sous son masque impassible Du même rose cru
toujours ; justement dans La bouche rouge, en blanc, sont peintes
quelques dents ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="101" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/114"></span></span>
<div class="poem">
Il va vers l’autre femme au grand chapeau, qui cause,<br />
Et s’arrêtant de rire il dit la même chose,<br />
De nouveau lui parlant d’un endroit tout là-bas<br />
Avec plusieurs chemins qu’il indique du bras<br />
Et répète que c’est pour que l’on se retrouve ;<br />
La femme, en faisant oui de la tête, l’approuve.<br />
Gaspard rejoint Roberte ; elle attend, souriant,<br />
Et lui demande alors s’il s’est montré brillant<br />
Dans son coup, et s’il a tout de suite eu la chance<br />
De pouvoir accomplir sans tarder sa vengeance ;<br />
Il lui fait voir au fond de son sac qu’il n’a plus<br />
Du tout de confettis. Alors, irrésolus,<br />
Il s regardent partout autour ; lui, de la tête<br />
Indiquant un marchand devant qui l’on s’arrête<br />
Sous la première arcade, ici, du casino,<br />
Il s vont de ce côté tous deux.<br />
<br />
Sans domino<br />
Une femme traverse en relevant sa jupe ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="102" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/115"></span></span>
<div class="poem">
Elle court ; inquiète, elle se préoccupe<br />
Des confettis, tâchant d’avance de les voir ;<br />
Elle ne cesse avec tout ça d’en recevoir,<br />
Tout le monde la prend pour but, quoi qu’elle fasse ;<br />
De la main elle tient un masque sur sa face<br />
Laissant le caoutchouc tout à l’intérieur.<br />
Un pierrot voulant lui causer une frayeur<br />
S’arrête en la voyant passer et fait le geste<br />
De préparer sa pelle : un instant son bras reste<br />
Menaçant, immobile ; en croyant le danger<br />
Proche, la femme lève un bras pour protéger<br />
Sa figure ; toujours le pierrot la menace<br />
Et cherchant tout de même à l’atteindre, finasse.<br />
Il relève son bras puis le baisse, faisant<br />
Semblant de la guetter avec soin, soi-disant<br />
Pour la surprendre avec quelque moyen perfide ;<br />
Tout à coup il brandit très fort sa pelle vide<br />
Et la vise ; elle a fait un brusque soubresaut<br />
En relevant son coude encore un peu plus haut ;<br />
Ensuite, en ne sentant rien, elle se hasarde<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="103" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/116"></span></span>
<div class="poem">
A le baisser avec lenteur ; elle regarde<br />
Le pierrot dont le masque à l’air stupide, aux yeux<br />
Froids, se moque plus d’elle avec le sérieux<br />
Ironique et le grand calme de sa figure,<br />
Que ne pourrait le faire aucune vraie injure.<br />
<br />
Gaspard a pris le bras de Roberte en marchant ;<br />
Il s arrivent devant la table du marchand<br />
De confettis ; très grosse, une femme qui l’aide,<br />
Avec sa jupe bleue et son jersey noir, laide<br />
Et sale, a ses cheveux, en tas, dans un filet.<br />
Le marchand est en bras de chemise, en gilet ;<br />
A ses manchettes, seul, un gros bouton de nacre<br />
Est passé dans les deux fentes .<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="104" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/117"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Tout blanc, un fiacre<br />
S’arrête en se frottant au trottoir ; le cocher<br />
Est en domino jaune ; il se met à chercher<br />
Sous son siège une chose au fin fond de son coffre ;<br />
Il se lève sans rien avoir trouvé, puis offre<br />
A Gaspard, pour le jour tout entier, pour dix francs,<br />
Sa voiture, faisant valoir les coussins blancs<br />
Ainsi que le dossier, tendus ; Gaspard refuse<br />
De la tête et dit non.<br />
<br />
A deux pas, Roberte use<br />
Déjà les confettis neufs dont son sac est plein ;<br />
En regardant Gaspard, un sourire malin<br />
Égayant son visage, elle est en embuscade<br />
Derrière le pilier de la première arcade<br />
Au coin ; elle se met tout de suite à couvert<br />
Après avoir lancé.<br />
<br />
Gaspard tient grand ouvert<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="105" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/118"></span></span>
<div class="poem">
Sur la table, à présent, son sac ; le marchand verse<br />
Dedans, des sacs en gros papier dont il disperse<br />
Le contenu qui coule ainsi jusqu’au plâtras,<br />
En formant sur la table, en pointe, un large tas<br />
Reposant sur le sac en étoffe. La table<br />
En bois blanc dont un pied, par ici, n’est pas stable,<br />
Finit par basculer fatalement au poids<br />
D’un nouveau sac versé ; Gaspard, qui sent le bois<br />
Du pied toucher le bord de sa semelle, l’ôte ;<br />
Le pied, tombant alors sur le sol même, saute<br />
Une première fois à moitié, tout d’abord,<br />
De sa hauteur d’avant, puis de moins en moins fort<br />
Pour se poser enfin tout à fait.<br />
Gaspard paie,<br />
Après avoir tiré son vieux porte-monnaie<br />
Assez péniblement d’une poche, en dessous<br />
De son pierrot gênant ses mains, avec cent sous.<br />
Le marchand examine et place dans sa bouche<br />
La pièce en ne l’entrant qu’un peu, sans qu’elle touche<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="106" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/119"></span></span>
<div class="poem">
Ses lèvres, la serrant fortement dans ses dents.<br />
Il sort beaucoup de sous d’une poche et, dedans,<br />
Farfouille en y cherchant du doigt des pièces blanches ;<br />
Il en déniche ; on voit s’écarter sur ses hanches<br />
L’étoffe vieille, à plis, des poches dont il vient<br />
De sortir à l’instant ses mains ; elle se tient<br />
Raide encore, gardant l’impression et bombe.<br />
Son doigt pousse trop fort un gros sou noir qui tombe ;<br />
Il se baisse en fermant la main et le reprend ;<br />
Alors se rapprochant de Gaspard il lui rend<br />
Sa monnaie.<br />
<br />
Un moment après Gaspard recule<br />
En entraînant son sac, et la table bascule<br />
De nouveau sur ses pieds en hésitant un peu.<br />
Roberte continue, ici, toujours son jeu ;<br />
Elle vise quelqu’un, du pilier, puis se cache<br />
Assez vite après ça pour que l’autre ne sache<br />
Pas du tout, regardant tout autour, d’où ça part.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="107" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/120"></span></span>
<div class="poem">
Elle vient d’échanger soudain avec Gaspard<br />
Un coup d’œil, et tous deux se remettent en route<br />
Côte à côte. A présent ils ont encore toute<br />
La grande place du Casino devant eux.<br />
<br />
Un tout jeune pierrot, en faisant le boiteux,<br />
Commence à se traîner près de Roberte ; il masse,<br />
Tout en marchant, sa cuisse, avec une grimace<br />
Sous son masque, à travers lequel on voit aussi,<br />
Sans peinture. Il fait voir son pied droit, raccourci,<br />
Dit-il, par accident ; il continue à feindre<br />
Beaucoup d’infirmité ; puis commençant à geindre,<br />
Il fait à chaque pas : « Holà ! » mais sans bagout<br />
Comique ni gaieté ; le faux accent surtout<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="108" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/121"></span></span>
<div class="poem">
Traînant et nasillard qu’il se donne est stupide<br />
Et lourd, et son parler n’est pas assez rapide<br />
Avec les mots venant mal, pour être amusant ;<br />
Gaspard lui dit : « Finis, veux-tu, ta soi-disant<br />
Maladie et va-t’en au galop. » Il affirme<br />
De nouveau qu’il est bien réellement infirme<br />
Et pour le leur prouver montre son pied trop court.<br />
Puis, partant tout à coup d’un rire bête, il court,<br />
Semblant ne plus penser à sa jambe trop basse ;<br />
Sa manche qu’il agite est trop longue, et dépasse,<br />
En leur faisant adieu, sur sa main, de beaucoup ;<br />
Il donne, après cela, sans raison, un grand coup<br />
Des deux poings dans le dos d’un pierrot ; il échappe<br />
Au coup de pied que l’autre allonge, et qui n’attrape<br />
Malgré la violence, en ne l’atteignant pas<br />
Lui-même, que la blouse en relevant le bas,<br />
Avec beaucoup de plis en courbes, de l’étoffe ;<br />
Le boiteux se retourne alors, puis apostrophe<br />
Le pierrot, lui criant : « Parole, c’est assez<br />
Réussi. » Des deux mains il fait un pied de nez<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="109" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/122"></span></span>
<div class="poem">
Sur son masque, puis file.<br />
<br />
Un homme qui plaisante<br />
Mieux que lui, s’approchant aimablement, présente<br />
A Roberte, en marchant, un vieux sac de bonbons<br />
En papier bleu de ciel, disant qu’ils sont très bons<br />
Et tout frais de six mois et qu’il faut qu’elle en goûte<br />
Au moins un ; mais le sac bleu de ciel la dégoûte,<br />
Tout sale et chiffonné, car il tire à sa fin ;<br />
Elle répond : « Merci beaucoup, je n’ai pas faim. »<br />
Il retire le sac aussitôt et s’excuse<br />
Mille fois, puis le tend à Gaspard qui refuse<br />
A son tour ; il lui dit qu’il a le plus grand tort ;<br />
Et plongeant ses deux doigts dans le sac, il en sort<br />
Ensemble, tout collés, cinq ou six sucres d’orge ;<br />
Puis le sac refermé dans les doigts, à sa gorge<br />
Avec son pouce il prend le bas du masque peint<br />
Ridicule, qu’il a, toujours du même teint<br />
Rose vif tout uni, qu’on voit à tout le monde ;<br />
Courte sur son menton, une barbiche blonde,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="110" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/123"></span></span>
<div class="poem">
Et le haut de sa joue, à côté, dépourvu<br />
De toute barbe, font un visage imprévu<br />
Auquel on n’aurait pas pu songer à s’attendre,<br />
On ne sait trop pourquoi, tout à l’heure, à l’entendre,<br />
Quand on ne connaissait que le son de sa voix.<br />
Tenant son masque en l’air, il avale à la fois<br />
Les cinq ou six bonbons toujours collés qu’il croque ;<br />
Et bientôt il reprend le visage baroque<br />
Du masque, qui paraît être bien mieux le sien ;<br />
Il croque sourdement, toujours, enfonçant bien<br />
Le masque que sa barbe obstinément repousse ;<br />
La main droite levée, il se frotte le pouce<br />
Et le deuxième doigt qu’il se sent tout poissés.<br />
Malgré Gaspard qui rit en lui disant : « Assez,<br />
Assez ! » il recommence alors son bavardage<br />
A Roberte. Il reprend : « Je suis encore d’âge,<br />
Comme vous avez pu voir, à me marier, »<br />
Ajoutant qu’il est beau, qu’il veut bien parier,<br />
Avant six mois d’ici, que Roberte l’épouse ;<br />
Qu’ils iront tous les deux s’installer à Toulouse,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="111" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/124"></span></span>
<div class="poem">
Où sa famille habite, et que pour tout le moins<br />
Gaspard pourra venir être un de leurs témoins ;<br />
Que s’il est bien gentil, s’il assiste à leur noce,<br />
Il pourra lui donner, après, dans son négoce,<br />
Une part ; qu’on aura bien de quoi le loger<br />
Dans la boutique. « Car, dit-il, c’est horloger<br />
Que je suis. » Il leur dit, en donnant l’orthographe,<br />
Un nom invraisemblable et long. Puis il dégrafe<br />
Sur sa poitrine un peu de son grand domino ;<br />
Soudain Roberte dit, lui voyant un anneau<br />
Au quatrième doigt, qu’il oubliait sa femme<br />
Et que, probablement, il veut être bigame ;<br />
Mais vite il lui répond que non, non, qu’il est veuf,<br />
Et qu’il s’occupera de s’en avoir un neuf<br />
Pour elle. « Je bannis pour toujours la mémoire<br />
De l’autre, ajoute-t-il, car, vous pouvez m’en croire,<br />
Elle était beaucoup moins douce qu’une brebis. »<br />
Sa main a disparu, fouillant dans ses habits ;<br />
En attendant il parle à Roberte d’un proche<br />
Parent à lui, très vieux ; puis il sort d’une poche,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="112" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/125"></span></span>
<div class="poem">
Après avoir remis dans une autre le sac<br />
Bleu de ciel, au milieu d’un énorme tic-tac<br />
Que l’on entend malgré le plein air, une montre<br />
Très grosse, toute noire, en acier ; il y montre<br />
A Roberte, du doigt, prenant sur le pourtour,<br />
Deux cadrans très petits, dont l’un marque le jour,<br />
L’aiguille horizontale ; à l’autre, on voit la date.<br />
Il veut absolument que Roberte constate<br />
Que le bout de l’aiguille est bien sur le mardi ;<br />
Elle dit : « En effet. » Il répond : « Tiens, pardi,<br />
Ça n’a jamais bougé, c’est mon plus grand chef-d’œuvre,<br />
Car c’est moi, vous savez, qui l’ai faite. » Il manœuvre<br />
Un bouton très petit en le poussant avec<br />
L’ongle de son index ; l’aiguille d’un coup sec<br />
Vient de sauter d’un cran, à présent elle marque<br />
Mercredi ; de son doigt il en fait la remarque,<br />
Disant le mécanisme inouï, sans défaut.<br />
Mais soudain il se sauve en s’écriant qu’il faut<br />
Tout de suite cesser la fête, à l’instant même,<br />
Qu’on est à mercredi, qu’on est dans le carême,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="113" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/126"></span></span>
<div class="poem">
Qu’on s’est trompé d’un jour, qu’il va rester à jeun<br />
Quarante jours, autant de nuits, et que chacun<br />
Doit revenir chez soi pour se mettre en prière.<br />
Roberte, retournant la tête par derrière,<br />
Lui crie en souriant : « Adieu, mon fiancé. »<br />
<br />
Un maigre et grand pierrot auquel elle a lancé<br />
Des confettis, croyant recevoir la riposte,<br />
Au lieu de ça, s’avance auprès d’elle et l’accoste ;<br />
Il se met à la suivre en chantant sur un ton<br />
Lent et prétentieux de voix de baryton ;<br />
Son masque sans couleur laisse voir ses gencives<br />
Qu’il découvre en faisant des mines expressives,<br />
Et secouant la tête avec des embarras,<br />
Marquant chaque nuance en même temps des bras ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="114" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/127"></span></span>
<div class="poem">
Il demande à Roberte, en enflant, de le suivre<br />
En sa chaumière ; il dit que son cœur las est ivre<br />
De ses yeux bleus, si grands, si purs, dont les regards<br />
Brillent comme du feu, puis Comme des poignards ;<br />
Ensuite il parle très piano de ses charmes ;<br />
Mais à force d’enfler l’expressioli, des larmes<br />
Finissent par mouiller tout le bord de ses yeux<br />
Quand il dit que les longs accents mélodieux<br />
De sa lyre sont vains ; pour les sécher il cligne<br />
Vite. Roberte, avec sa figure maligne,<br />
Fait doucement la moue et sa tête dit « non »,<br />
Lorsque après un grand son de tête sur « Ninon »<br />
Il lui reprend : « Veux-tu me suivre en ma chaumière ? »<br />
En l’appelant : « Enfant aux cheveux de lumière. »<br />
Il reparle bientôt de son regard divin<br />
Qui lui réchauffe l’âme, et là, sur une fin<br />
De phrase, assez longtemps, au milieu d’un grand geste<br />
Des bras qu’il fait tomber à ses côtés, il reste,<br />
Diminuant les mots : « pour goûter le bonheur. »<br />
Il respire beaucoup et reprend en mineur,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="115" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/128"></span></span>
<div class="poem">
Les sourcils relevés, d’une voix assourdie,<br />
Avec précaution la même mélodie ;<br />
Quand il lui dit : « Enfant charmante aux yeux d’azur »<br />
Roberte, en demandant s’il est vraiment bien sûr<br />
De ne pas se tromper, tourne la tête et darde<br />
Avec force, en riant, pendant qu’il la regarde,<br />
Chantant toujours, ses yeux vers lui, faisant bien voir<br />
De son doigt à quel point au contraire il est noir,<br />
Ce regard si divin, ajoutant que sous l’ombre<br />
Du voile il doit paraître encore bien plus sombre ;<br />
Mais l’autre, les sourcils levés, ne répond pas ;<br />
Il poursuit sa chanson et sur le mot « trépas »<br />
Qu’auprès d’elle, dit-il, partout, toujours, il brave,<br />
Il garde assez longtemps, et fort, un son très grave<br />
Qu’il cherche à nuancer expressif et tremblant.<br />
Pour s’en débarrasser, Roberte fait semblant<br />
De vouloir préparer sa pelle à son adresse,<br />
En disant : « Tu vas voir à quel point ta tendresse<br />
Excessive est déjà réciproque, et combien<br />
Mon amour est plus grand encore que le tien. »<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="116" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/129"></span></span>
<div class="poem">
Mais lui, sans s’émouvoir, lentement continue<br />
Sa mélodie. Après l’ample note tenue<br />
Sur « trépas » tout à l’heure, il a repris son air<br />
En majeur. Tout à coup sur une note en l’air<br />
Piano, qu’il a prise un peu trouble, de tête,<br />
Roberte qui tenait toujours sa pelle prête,<br />
Avec, sur le sommet de l’armature, un doigt,<br />
Le manche comprimé déjà du pouce droit,<br />
La lâche d’une main et, pour rire, se bouche<br />
L’oreille en grimaçant d’un côté de la bouche<br />
Pendant qu’elle fait : « Aïe ! » en fronçant un sourcil.<br />
L’autre termine enfin. Il dit : « C’est pas gentil<br />
De ne pas avoir mieux écouté ma romance. »<br />
Il demande s’il faut qu’il la lui recommence<br />
Pour qu’elle écoute mieux que ça cette fois-ci ;<br />
Roberte lui répond : « Ah la la ! non, merci, »<br />
Et qu’elle trouverait bien meilleur qu’il s’en aille<br />
Sans adieux. Il se met à lui pincer la taille.<br />
Mais Gaspard, qui depuis longtemps ne se contient<br />
Qu’à regret, à cela, par exemple, intervient.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="117" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/130"></span></span>
<div class="poem">
Il dit que ça suffit et qu’il serait bien aise<br />
Que la plaisanterie, enfin, bonne ou mauvaise,<br />
Cessât, car il commence à trouver agaçant<br />
Qu’on l’accompagne ainsi, d’un ton bref et cassant ;<br />
L’autre fait un salut profond, plein d’ironie,<br />
Et dit que, sa chanson d’amour étant finie,<br />
Il va quitter, hélas ! des gens si comme il faut.<br />
Il parle en découvrant toujours ses dents d’en haut<br />
S’entre-croisant beaucoup dans sa mâchoire étroite ;<br />
Il ajoute d’un air faux qu’il a l’âme droite<br />
Et qu’il respectera désormais la vertu<br />
De madame. Il s’éloigne en reprenant : « Veux-tu<br />
Me suivre en ma chaumière ? » avec un ton encore<br />
Plus poseur et la voix plus tremblante et sonore.<br />
Sa chanson dans le bruit environnant se perd<br />
A l’endroit piano qui vient.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="118" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/131"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Là-bas, le vert<br />
Domine, on ne sait pas pourquoi, comme nuance<br />
Dans le flot de couleurs que fait une affluence<br />
De masques rassemblés et formant un grand rond<br />
Mouvant et murmurant que, sur la gauche, rompt<br />
Avant sa fin, et droit complètement, la ligne<br />
Des arcades ; Roberte, à Gaspard, fait un signe<br />
Étonné, lui disant : « Je donnerais deux sous<br />
Pour savoir ce que c’est. » Il lui montre en dessous<br />
Se distinguant très bien par moments dans le centre<br />
De la foule, à travers les pieds nombreux, le ventre<br />
D’un cheval étalé par terre, dont les flancs<br />
Battent vite. Debout sur un long char à bancs,<br />
Une bande de gens suivent des yeux le drame<br />
Qui les tient arrêtés. Chaque homme et chaque femme<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="119" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/132"></span></span>
<div class="poem">
A son costume fait dans une étoffe à fleurs<br />
De mauvais goût, allant plutôt comme couleurs<br />
Avec ce qu’il faudrait pour faire la tenture<br />
D’une chambre ; ils ont tous des masques à peinture.<br />
Un homme ridicule avec son capuchon,<br />
Une jambe debout, l’autre à califourchon<br />
Sur un dossier, attend patiemment et cause<br />
A côté d’une femme ; on sait qu’il parle à cause<br />
Seulement de ses bras, aux mouvements qu’il fait,<br />
Et le masque impassible est toujours d’un effet<br />
Drôle à côté du corps qui bouge. A sa mimique<br />
On voit que l’homme oublie en parlant le comique<br />
Que lui donne son masque à l’air silencieux<br />
Justement incliné de travers, dont les yeux<br />
Dans le vague, sont morts.<br />
Mais voici qu’on recule ;<br />
Les gens des premiers rangs poussent ; l’on se bouscule, C’est le cheval
qui fait peur en se relevant Lourdement sous de grands coups de fouet.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="120" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/133"></span></span>
<div class="poem">
<br />
En avant,<br />
Assez loin, un nouveau grand char carnavalesque<br />
Défile, allant de droite à gauche ; un gigantesque<br />
Soldat, les yeux moitié fermés, comme assoupi,<br />
Tient un litre de vin énorme ; son képi<br />
A le fond de travers, cabossé ; la visière<br />
Sans reflets, toute mate est mise par derrière ;<br />
Roberte avec le doigt montre à Gaspard son nez<br />
Rouge, nommant quelqu’un qui lui ressemble assez,<br />
Dit-elle ; le grand char lentement continue<br />
A gauche ; le soldat en petite tenue<br />
Soutient le fond du litre avec le pantalon<br />
Rouge semblant collé sur sa cuisse ; un galon<br />
Met sur sa manche bleue, en angle, un grand trait jaune.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="121" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/134"></span></span>
<div class="poem">
De son air endormi, tranquillement il trône<br />
Sur le bord d’un tonneau, semblant se trouver bien.<br />
Affolé dans un grand bruit, un malheureux chien<br />
Court de tous les côtés, perdu dans la cohue ;<br />
En le voyant passer on le suit, on le hue ;<br />
Courant après depuis quelque temps, deux petits<br />
Pierrots lancent des mains, sur lui, des confettis ;<br />
Tout penaud, en courant, il tient basse sa queue<br />
En panache qu’il serre ; une ficelle bleue<br />
Assez large qu’on voit, en travers, se plier<br />
Dans sa longueur, lui fait un modeste collier<br />
Comme ornement, elle a, du reste, l’air ancienne<br />
Et chiffonnée. Il est d’une grosseur moyenne ;<br />
Avec sa tête longue on dirait un renard ;<br />
Quelqu’un lui crie : « Allons, dépêche-toi, traînard,<br />
Ou je te prends, » pendant que très vite il se sauve,<br />
Mais en changeant de sens tout le temps. Son poil fauve<br />
Est long ; il se rapproche à présent, à moitié<br />
Ahuri, comme fou ; Roberte en a pitié<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="122" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/135"></span></span>
<div class="poem">
Et l’appelle : « Viens donc, » avec une voix tendre,<br />
En faisant de la main le geste de lui tendre<br />
Quelque chose de bon dans le bout de ses doigts ;<br />
Mais justement quelqu’un imitant des abois,<br />
Baissé vers lui, dans ses oreilles, l’effarouche,<br />
Et malgré les appels qu’en avançant la bouche<br />
En rond, Roberte aspire, entrecoupés, il fuit<br />
Loin.<br />
<br />
L’air de la chaumière en ce moment poursuit<br />
Gaspard qui, sans penser, doucement le fredonne ;<br />
Mais Roberte lui dit : « Ah ça, non ! je t’ordonne,<br />
S’il te plaît, d’oublier pour toujours cet air-là. »<br />
Il continue encore en souriant, pour la<br />
Taquiner, quelque temps, puis finit par se taire<br />
En toussant.<br />
<br />
Devant eux, des pieds poussent par terre, La promenant avec de bizarres circuits Et se la renvoyant l’un à l’autre, depuis<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="123" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/136"></span></span>
<div class="poem">
Pas mal de temps déjà sans la perdre, une vieille<br />
Armature de pelle en fer-blanc, et pareillle<br />
A celle de Roberte ; elle se traîne sans<br />
Le long manche de bois qu’elle a perdu ; les gens<br />
Par chaque coup de pied qu’ils donnent, qui diffère<br />
Comme direction pour chacun, lui font faire<br />
Un chemin constamment différent et trompeur.<br />
Roberte vient, pendant un instant, d’avoir peur,<br />
Prise depuis longtemps de l’envie enfantine<br />
De la pousser avec le bout de sa bottine<br />
A son tour elle aussi, qu’elle ne vienne pas<br />
Près d’elle ; mais un choc la ramène à dix pas<br />
En avant justement, sur la gauche ; Roberte<br />
S’en approche aussitôt ; elle est toute couverte<br />
D’une poussière blanche enlevant son éclat ;<br />
On voit à son métal écrasé, tout à plat<br />
Même au fond à la place où l’on sent qu’est plus dure<br />
Sa forme, ainsi qu’au large écart de la soudure<br />
En angle qui depuis le bas ne rejoint plus,<br />
Qu’on a dû bien des fois déjà marcher dessus.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="124" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/137"></span></span>
<div class="poem">
Roberte, mal, lui donne un coup de sa semelle,<br />
Et faisant quelques pas la retrouve comme elle<br />
Était avant, tournant vers son pied le côté<br />
Où se trouve le tube étroit du manche ôté ;<br />
Alors, en s’appliquant mieux, elle recommence,<br />
Et la lance si fort qu’elle fait un immense<br />
Trajet ; en la voyant se glisser de travers<br />
Sautillante et rapide encore, juste vers<br />
Un groupe arrêté là depuis une minute,<br />
Roberte, sans penser, instinctivement lutte,<br />
Ses coudes resserrés, courbant en deux son corps,<br />
Une jambe levée, et faisant des efforts<br />
Avec une grimace énorme de la bouche,<br />
Pour tâcher d’empêcher que la pelle les touche ;<br />
En la voyant sauter soudain sur un caillou<br />
Elle serre plus fort encore son genou<br />
Sur sa cuisse, montant son épaule à sa tête,<br />
Les poings crispés ; la pelle exactement s’arrête<br />
Avant de se cogner derrière le talon<br />
D’un des pierrots du groupe, en blanc, dont un galon<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="125" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/138"></span></span>
<div class="poem">
Bleu borde en bas la blouse ; une grosse gamine<br />
Du groupe aussi, la prend par terre et l’examine,<br />
La tournant dans ses mains, puis la plante debout,<br />
L’enfonçant par le tube encore rond, au bout<br />
De son cinquième doigt qui lui fait comme un manche ;<br />
Après, prenant un pli de sa robe, elle penche<br />
Avec son doigt la pelle en avant comme pour<br />
Lui faire dire à tous ceux qui passent : bonjour ;<br />
Pendant ce temps, tirant sa robe, elle salue<br />
Elle-même, toujours ensemble. Elle est joufflue,<br />
Et sous son masque sans couleur un voile bleu<br />
Lui couvre la figure. Elle change de jeu,<br />
S’accroupit sur ses pieds, et par terre ramasse<br />
Dans le creux de sa main du plâtras qu’elle tasse<br />
Dans l’intérieur tout cassé, tout aplati<br />
De la pelle ; trouvant, entier, un confetti<br />
Qui fait sortir un peu dans le plâtras, intacte,<br />
Sa boule minuscule et dure, elle contracte,<br />
Après avoir entré le confetti dedans,<br />
Levant pendant cela son regard sur les gens,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="126" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/139"></span></span>
<div class="poem">
Son pouce qui devient blanc, contre la phalange<br />
Du milieu, de l’index. Ensuite elle mélange<br />
La poussière obtenue entre ses doigts ainsi,<br />
Dans la pelle, avec tout le plâtras fin aussi.<br />
Après elle remet la pelle toute droite,<br />
Et la poudre formant une cascade étroite<br />
Bombée, aérienne et transparente, part<br />
Lentement, en passant par le bas de l’écart,<br />
Juste à l’angle à partir duquel elle s’amasse<br />
En pente douce unie.<br />
<br />
Une femme dépasse,<br />
Grande et forte, Roberte, en la touchant de près,<br />
Et même la cognant du coude, comme exprès ;<br />
Mais elle se retourne aussitôt et s’excuse,<br />
En disant que vraiment elle est toute confuse,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="127" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/140"></span></span>
<div class="poem">
Avec l’accent anglais, sur un ton larmoyant.<br />
Son masque est sans couleur, et Roberte en voyant<br />
Son teint rasé, découvre alors que c’est un homme.<br />
Il marche à côté d’elle en disant qu’il se nomme<br />
Depuis le jour de sa naissance, Antonia,<br />
Qu’il est danseuse ; alors prenant son tibia<br />
Dans sa main droite il met sa main gauche très haute,<br />
En dressant son poignet à chaque pas, et saute<br />
Pendant quinze ou vingt pas de suite à cloche-pied<br />
Sans poser du tout l’autre à terre, ainsi qu’il sied,<br />
Dit-il, à son métier de première danseuse !<br />
Il se montre, en disant d’une grande faiseuse,<br />
Sa robe qu’il s’est fait envoyer de Paris,<br />
Nommant très fort, mais comme à son oreille, un prix<br />
Ridiculement gros à Roberte ; sa jupe,<br />
Bien trop large pour lui, dont il se préoccupe,<br />
Plein d’affectation, ayant soin que le bas<br />
Qu’il relève à deux mains ne se salisse pas,<br />
Dure, avec des reflets, est faite d’une espèce<br />
D’étoffe qu’il prétend valoir au moins par pièce<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="128" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/141"></span></span>
<div class="poem">
Mille francs, toute noire, avec d’énormes pois<br />
Rouges rayés en large ; il parle de son poids<br />
Et, prenant un grand pli dans sa main, il la donne<br />
A peser à Roberte, et dit : « C’est de la bonne<br />
Qualité, n’est-ce pas ? » Puis il montre l’effet<br />
Gracieux de son beau corsage en pointe, fait<br />
D’une étoffe tout autre en gros lainage mauve.<br />
Roberte en regardant lui dit qu’il est donc chauve,<br />
D’avoir cette perruque impossible, à bandeaux,<br />
Dont les cheveux frisés lui tombent dans le dos ;<br />
Mais il s’écrie avec son accent qu’on l’insulte<br />
Horriblement, que c’est sa chevelure inculte<br />
Qu’il porte, en la laissant friser au naturel ;<br />
Et que du reste il n’a rien qui ne soit réel,<br />
En frappant à ces mots sur sa poitrine énorme<br />
Que le coup fait bouger en dérangeant la forme ;<br />
Puis il dit, se cambrant, que tout le monde sait<br />
Qu’il n’est aucunement serré dans son corset.<br />
Un masque lui criant en passant : « Hé ! la blonde !<br />
Il fait une figure en long et pudibonde<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="129" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/142"></span></span>
<div class="poem">
Qu’il détourne, et levant vers l’imposteur sa main,<br />
Immobile, il reprend qu’assurément demain<br />
Il se verra forcé d’envoyer son corsage<br />
Pour toute une semaine au moins au dégraissage<br />
Tellement on le pince à la taille aujourd’hui.<br />
Gaspard espère bien se dépêtrer de lui’,<br />
Agacé de ce long bavardage insipide,<br />
En faisant sans rien dire un tournant très rapide,<br />
Puisqu’on arrive au bout, vers les nouveaux jardins :<br />
Il fait signe à Roberte ; ils font trois pas soudains<br />
A droite ; Antonia pleurniche qu’on le laisse<br />
Et qu’on ne le prend donc que pour une drôlesse ;<br />
Puis en se décidant, il court et les rejoint.<br />
Il dit, toujours avec l’accent, qu’il ne peut point<br />
Rester seulette ainsi, qu’on voudrait le séduire<br />
Et qu’ils devraient tous deux aller le reconduire<br />
A travers tous ces gens, chez lui, là-haut, là-haut,<br />
Au cinquième, voulant retrouver au plus tôt,<br />
Pour la tranquilliser sur lui, sa pauvre mère<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="130" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/143"></span></span>
<div class="poem">
Qui doit être inquiète, appelant « ma commère »<br />
Roberte, en pleurnichant qu’il n’a plus de soutien,<br />
Hélas ! Roberte dit : « Écoutez, je veux bien<br />
Vous ramener chez vous, et je serais ravie<br />
D’y rester un peu, mais, comme j’ai très envie<br />
D’avoir votre perruque, en lissant ce bandeau<br />
Mieux, il faudra qu’après vous m’en fassiez cadeau. »<br />
Ajoutant qu’elle voit bien qu’il ne s’y résigne<br />
Qu’à regret. Mais alors, comme avant, il s’indigne<br />
Et crie à l’infamie en déclarant qu’on peut,<br />
Du reste, incontinent constater si l’on veut,<br />
En promenant son doigt simplement dans la raie<br />
Des bandeaux, que c’est bien, sans contredit, sa vraie<br />
Peau. Roberte prétend qu’il a les cheveux bruns<br />
En dessous, et pour voir, lui tire quelques-uns<br />
Des blonds ; mais il se met à hurler qu’on lui tire<br />
Ses beaux cheveux frisés, qu’il souffre le martyre,<br />
Appuyant sur plusieurs endroits endoloris<br />
La paume de sa main ; et jusque dans les cris<br />
De douleur insensés et déchirants qu’il pousse,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="131" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/144"></span></span>
<div class="poem">
Il imite l’accent anglais. Puis il retrousse<br />
Sa jupe des deux mains au-dessus du genou,<br />
Et se met à s’enfuir en avant comme un fou,<br />
En projetant exprès ses pieds dans la poussière ;<br />
Des dents de broderie économe et grossière<br />
Ornent en bas son propre et large pantalon ;<br />
<br />
Il se retourne et dit qu’il court jusqu’à Toulon,<br />
Voulant vérifier par lui-même les chiffres<br />
Kilométriques.<br />
<br />
Là, plusieurs joueurs de fifres, En costume marin fantaisie, et tout
blanc, Sont debout côte à côte et droits sur un seul rang, A l’avant
d’un grand char en forme de galère ; La coque, avec de faux hublots, est
toute claire :<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="132" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/145"></span></span>
<div class="poem">
De larges zigzags d’or sur un fond bleu de ciel.<br />
Espacés sur le grand pont artificiel,<br />
Des sortes de marins dansent la matelote ;<br />
Il s ont le mollet rose avec une culotte<br />
Bleu clair ; leur blouse blanche a dans le dos un col<br />
Carré de matelot ; ils frappent sur le sol<br />
En même temps avec la semelle, et leurs gestes<br />
Se font toujours assez ensemble, quoique lestes ;<br />
Des femmes avec eux sont mises à peu près<br />
Pareil : culotte bleue et bas roses proprets,<br />
Grand col semblable au dos des mêmes blouses blanches<br />
Qui, serrant à leur taille, exagèrent les hanches ;<br />
Mais au lieu des toquets qu’ont tous leurs compagnons,<br />
Des bonnets de coton bleus cachent leurs chignons.<br />
Devant, le haut d’un corps de femme fait la proue.<br />
A l’arrière, tenant la gigantesque roue<br />
Fixe d’un gouvernail, un immense homard<br />
Avec de vagues traits humains, l’air goguenard,<br />
Semble, serrant ses deux grandes pinces d’un rouge<br />
Vif, diriger la roue en frime qui ne bouge<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="133" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/146"></span></span>
<div class="poem">
Pas. Un des matelots se penchant hors du pont,<br />
La main à son oreille, écoute, puis répond,<br />
Sans pouvoir dans le bruit pointu se faire entendre,<br />
Aux questions d’un homme en domino vert tendre ;<br />
Il répète sa phrase une deuxième fois,<br />
Encadrant de ses mains sa bouche, en porte-voix ;<br />
On l’entend dans le bruit qui scande : « Je m’en moque<br />
Comme de l’an quarante. » A moitié de la coque<br />
Qui semble s’y plonger tout du long, un rebord<br />
Large d’un demi-mètre et tout uni ressort<br />
En imitant la mer, avec un peu de mousse<br />
Par-ci par-là. Sans rien faire, une femme en mousse,<br />
En culotte, en tricot et bonnet de coton<br />
Rayés, appuie au fond de sa main son menton,<br />
Le coude à son genou, l’autre main à la taille,<br />
Le pied au bastingage, en l’air ; puis elle bâille<br />
Longtemps ; en finissant elle frotte la peau<br />
De sa figure avec sa main. Un long drapeau<br />
Tricolore frissonne aux cahots, à l’arrière.<br />
Joyeux, sur la musique entraînante et guerrière<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="134" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/147"></span></span>
<div class="poem">
Des fifres, des pierrots et des femmes, en bas,<br />
Marchent par rangs de cinq ou six, marquant le pas<br />
Avec le sérieux de leur masque à l’air bête.<br />
Roberte marque un peu le rythme avec la tête,<br />
Puis regardant Gaspard qui lui demande si<br />
Elle ne se sent pas fatiguée, elle aussi<br />
Fait répéter la phrase au milieu du vacarme ;<br />
Elle répond : « Non, non, pas du tout. »<br />
<br />
Un gendarme,<br />
Dont la tête en carton qu’on voit rire très fort,<br />
A le cou tout roidi, fait faire sans effort,<br />
Du bras, des moulinets rapides à la fausse<br />
Lame terne de son grand sabre. Avec sa grosse<br />
Moustache et son gros nez, on l’a fait le plus laid<br />
Possible ; de la main gauche, par le collet<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="135" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/148"></span></span>
<div class="poem">
Il soulève, tout flasque, une espèce d’alphonse<br />
Semblant tout en chiffons, dont la casquette enfonce<br />
Cachant complètement les yeux, au nez, et dont<br />
Les jambes et les bras, comme désossés, vont<br />
Et viennent en tous sens ; la figure s’affaisse<br />
En avant ; le gendarme, en ce moment, le laisse,<br />
En abaissant le bras, toucher des pieds le sol ;<br />
Du collet par lequel il le tient, sort un col<br />
Blanc, en linge empesé, très large, dont les pointes<br />
S’arrondissent devant, hautes et très disjointes.<br />
Le gendarme relève, après ce court repos,<br />
Son bras, puis il se tourne en tous sens ; dans le dos<br />
Allant bien, en drap bleu foncé de l’uniforme,<br />
On lit, sur un fond blanc, en écriture énorme<br />
Et violette : « Je soutiens un souteneur. »<br />
En passant, de son air d’intense bonne humeur,<br />
Il menace en riant l’alphonse avec son sabre.<br />
Un cheval, recevant des confettis, se cabre<br />
Et recule, malgré toute la volonté<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="136" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/149"></span></span>
<div class="poem">
Du cavalier lâchant la bride ; il est monté<br />
Par un gendarme aussi ; toute la cavalcade,<br />
A côté, représente une étrange brigade<br />
De gendarmes ayant de différents faux nez.<br />
Le cheval dont les flancs saignent, éperonnés,<br />
Se cabre encore haut par moments et recule ;<br />
En le voyant venir, du monde se bouscule.<br />
Sur deux coups d’éperon, plus violent il part,<br />
Après s’être lancé de côté d’un écart,<br />
En avant, au galop ; le gendarme lui scie<br />
Alors la bouche avec sa bride raccourcie<br />
Le plus possible, raide et tendue, et qu’il tient<br />
A pleines mains, les poings serrés fort. Il parvient<br />
A l’arrêter ; Roberte, alors, dit : « Il est brave. »<br />
Le cheval, essoufflé, reste immobile et bave,<br />
Et bientôt plus calmé, retourne au petit trot<br />
Vers les autres, faisant écarter un pierrot<br />
Arrêté ; de la main le gendarme à l’épaule<br />
Le caresse en tapant doucement ; son nez drôle<br />
Retroussé comme avec un air spirituel<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="137" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/150"></span></span>
<div class="poem">
Aux narines d’un noir d’espace, sous lequel<br />
Pend, noire, une moustache avec une barbiche,<br />
A, sur un des côtés, un horrible pois chiche ;<br />
La moustache, qu’on sent mal collée au carton,<br />
Et la barbiche, ont l’air d’être comme en coton.<br />
L’aspect farceur et gai du nez retroussé jure<br />
Avec le sérieux calme de la figure,<br />
Et surtout n’était pas tout à l’heure en rapport<br />
Avec l’œil attentif, occupé, sous l’effort<br />
Qu’il faisait constamment dans le moment critique.<br />
Un Anglais colossal et mince, flegmatique,<br />
A grands favoris blonds, habillé d’un ulster<br />
Boutonné sur deux rangs, à carreaux, jaune clair,<br />
Marche, malgré son air calme, d’un pas allègre ;<br />
Il ressemble au long juge et paraît aussi maigre,<br />
Semblant n’avoir pour corps qu’un grand porte-manteau<br />
Au bout duquel sa tête est mise ; un écriteau<br />
D’une grande écriture un peu moindre que celle<br />
Du gendarme, remue aux bouts d’une ficelle<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="138" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/151"></span></span>
<div class="poem">
Que deux nœuds font tenir dans deux trous, mise autour<br />
Du cou ; les lettres sont en découpage, à jour,<br />
Sur l’étoffe ; en voyant sa figure idiote,<br />
Gaspard, en riant, dit : « C’est un compatriote,<br />
Si j’en crois son accent de notre Antonia. »<br />
Roberte rit : « C’est juste. »<br />
<br />
Une victoria<br />
Marche dans le parcours, au dedans, toute blanche ;<br />
Un enfant, sur le siège, en se tournant se penche<br />
Vers l’intérieur, puis de la tête fait oui,<br />
Et se remet de face ; il est tout enfoui<br />
Dans une collerette un peu trop grande et dure,<br />
Rouge et noire, en pierrot rouge. Dans la voiture,<br />
A gauche d’une femme, un homme, en pierrot tout<br />
Rouge aussi, se levant un peu, se met debout ;<br />
Puis il pose une jambe au marchepied, et garde<br />
L’autre à l’intérieur ; il se penche et regarde<br />
Comme pour découvrir quelque chose en avant ;<br />
Il se retourne et parle à la femme, souvent,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="139" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/152"></span></span>
<div class="poem">
Pour reporter après, au loin, le regard terne<br />
De son masque ; il se tient auprès de la lanterne,<br />
Au court tuyau de fer justement tout tordu,<br />
Avec la main ; son bras, solidement tendu,<br />
Frémit aux chocs de la voiture qui cahote ;<br />
Sa main gauche s’agrippe au coin de la capote ;<br />
Il a la collerette en tulle rouge et noir<br />
Tout pareil à celui de l’enfant. Pour mieux voir<br />
Et reposer son bras gauche, à présent il lâche<br />
Le coin de la capote, et le bras ballant tâche<br />
De se pencher encore un peu plus en dehors ;<br />
Il fait plier plus bas, de nouveau, les ressorts ;<br />
On voit toujours qu’il cherche, en avant, quelque chose ;<br />
Il retourne la tête, en ce moment, et cause,<br />
En faisant, cette fois, des gestes de son bras,<br />
Avec la femme assise et qui ne bouge pas ;<br />
Pendant qu’il parle ainsi, son masque imperturbable<br />
Garde son imbécile expression, semblable,<br />
Avec son rose cru qui veut faire la peau ;<br />
On voit trois boutons noirs larges sur son chapeau<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="140" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/153"></span></span>
<div class="poem">
Rouge. Son sac s’écarte, en bougeant, de son ventre,<br />
Pendant à son épaule. Enfin, pourtant, il rentre,<br />
Laissant se rehausser un peu le marchepied ;<br />
Puis, lâchant aussi la lanterne, il se rassied,<br />
Et fait encore « non » plusieurs fois de la tête<br />
A la femme à côté, dont le masque à l’air bête<br />
Porte, peints sur le front, quelques frisons hideux,<br />
Très fins, avec beaucoup d’espace au milieu d’eux ;<br />
Roberte, en les voyant, ne peut pas ne pas rire<br />
Soudain, et de son doigt se met à les décrire<br />
A Gaspard, tout distrait, qui ne les a pas vus,<br />
Dessinant de l’index leurs crochets peu touffus,<br />
En en riant toujours, sur le haut de son masque.<br />
Assez loin d’eux, là-bas, marche, coiffé d’un casque<br />
Continuant sa tête en carton, un pompier ;<br />
Le casque est presque terne, imité d’un papier<br />
Doré mat, simplement. Dans la main il balance,<br />
En grinçant, le tenant nonchalamment par l’anse,<br />
Et sans précaution, un assez large seau ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="141" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/154"></span></span>
<div class="poem">
Il se baisse parfois, puis à quelque ruisseau<br />
Imaginaire semble un peu l’emplir par terre ;<br />
Après, levant les bras haut, il s’y désaltère<br />
A la bouche en carton par laquelle il y voit ;<br />
Semblant vider le seau, jusqu’au fond il le boit ;<br />
Puis l’abaisse en gardant une bouche entr’ouverte,<br />
Et le replonge au soi-disant ruisseau. Roberte,<br />
Trop loin pour pouvoir bien lire sur l’écriteau,<br />
En le voyant toujours qui ramasse cette eau,<br />
Ne comprend pas du tout le sens ; il continue<br />
A boire.<br />
<br />
Tous deux vont entrer dans l’avenue Des Phocéens, d’où sort le défilé,
nombreux Et différent ; à droite, ils laissent derrière eux<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="142" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/155"></span></span>
<div class="poem">
La place parcourue, immense, qui fourmille<br />
De masques remuants.<br />
<br />
Là, toute une famille<br />
Installée en ayant mis bout à bout plusieurs<br />
Tables, vend, en criant que ce sont les meilleurs,<br />
Des confettis ; la voix d’une femme domine ;<br />
Par devant, accroupie à terre, une gamine<br />
Puise entre ses genoux, avec sa pelle, au fond<br />
D’un très grand sac de toile à moitié vide, dont<br />
Les bords sont enroulés tout autour ; de sa pelle,<br />
Elle remplit après un sac en papier qu’elle<br />
Tient dans son autre main par le fond, dont les bords<br />
Sont complètement droits, pas chiffonnés ; son corps<br />
Semble maigre et chétif ; un peigne bleu turquoise,<br />
Formant un demi-rond, relève à la chinoise,<br />
Réguliers et serrés devant, ses cheveux roux ;<br />
Par moments secouant quelque geste, une toux<br />
Lui part, sans étonner de son aspect étique ;<br />
Plat mais entortillé par endroits, l’élastique<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="143" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/156"></span></span>
<div class="poem">
Usé qui fait tenir son masque transparent<br />
En grille sans couleur non plus et bombé, rend<br />
Derrière, la rondeur de ses cheveux plus lisse ;<br />
Un de ses bas épais, d’un bleu plutôt clair, glisse,<br />
Mal tiré, tout rayé de plis ; un large trou<br />
S’ouvre sur le côté du bas gauche, par où<br />
L’on voit se détacher un endroit de peau pâle.<br />
La femme dont la voix domine, dans un châle<br />
Noir, un peu déchiré par devant, dont les coins<br />
Croisés sont épinglés à la taille, a les poings<br />
Pareillement posés tous les deux sur les hanches,<br />
Où le dessus des doigts a mis des taches blanches<br />
De plâtras ; elle cherche à trouver des clients<br />
Au passage, en parlant. Près d’elle deux pliants<br />
Sont posés l’un sur l’autre, ouverts, l’étoffe contre<br />
L’étoffe que celui du dessus seul ne montre<br />
Qu’à l’envers en dressant, là sans vernis, en l’air<br />
Le sommet de ses pieds en bois d’un jaurie clair ;<br />
Leur taille exactement pareille les rend stables.<br />
En passant à côté de la suite des tables,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="144" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/157"></span></span>
<div class="poem">
Roberte fait aller sa tête plusieurs fois<br />
Dans les deux sens, voulant dire « non » à la voix<br />
De la femme qui fait voir avec insistance<br />
Sa marchandise, et dit qu’avant peu de distance,<br />
En se battant encore, elle se trouverait<br />
A court sans en avoir un, et qu’elle devrait<br />
Acheter un de ces beaux sacs de papier jaune<br />
Pas cher.<br />
<br />
Un homme arrive en demandant l’aumône, Tendant avec la main gauche un
vieux chapeau mou Tout défoncé, couvert de taches ; son genou, Avec un
pantalon plein de reprises, porte Plié tout droit, le pied en l’air, sur
une sorte De jambe de bois, ronde en haut et mince en bas ; Son
chapeau, de la taille ordinaire, n’est pas Fait pour aller avec sa tête
colossale En carton ? dont la face est répugnante et sale ; En travers
un épais et large bandeau noir, Comme si de son œil peint il pouvait y
voir<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="145" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/158"></span></span>
<div class="poem">
En trichant, par dessous, tout de même, s’écarte<br />
Un peu sur son grand nez de juif ; une pancarte<br />
Pend comme un écriteau passé de mendiant<br />
Par devant, avec : « Mon dernier expédient »<br />
Signé par une main qui saurait mal écrire<br />
D’un nom depuis longtemps célèbre et qui fait rire<br />
Des gens se le montrant du doigt. Tout en lambeaux,<br />
Ses habits ont pourtant l’air d’avoir été beaux<br />
Autrefois, conservant comme une vague trace<br />
D’élégance et de coupe en dessous de leur crasse.<br />
Quand il passe à côté de Gaspard, il lui tend<br />
Le bras, en secouant son chapeau dégoûtant<br />
Comme pour implorer ; mais Gaspard l’interpelle,<br />
Et tenant justement toute prête sa pelle<br />
Il dit : « Ce sont les deux rôles intervertis »<br />
Pendant qu’il verse vite un tas de confettis<br />
Lourd dans l’intérieur tout cabossé du feutre<br />
Sans coiffe, en ajoutant qu’au moins il n’est pas pleutre<br />
Comme lui, que d’ailleurs maintenant qu’il le tient<br />
Pour de bon cette fois enfin, il le prévient<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="146" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/159"></span></span>
<div class="poem">
Qu’il s’en va sans gâcher le temps le faire prendre<br />
Et coffrer, et qu’alors il faudra bien lui rendre<br />
D’une façon quelconque, avec les intérêts<br />
Qu’on fera calculer pour cela tout exprès<br />
Par des gens du métier, les deux billets de mille<br />
Qu’il a perdus par lui juste avant qu’il ne file,<br />
Et qu’on l’obligera du reste à marcher droit<br />
Quand il sera sous clef dans un cachot étroit<br />
Et sans aucun espoir de fuite qui le berce ;<br />
Mais l’autre sans répondre à tout cela renverse<br />
Son chapeau, secouant pour bien jeter dehors<br />
Tous les confettis ; puis il en frotte les bords<br />
Autour avec sa manche, en haussant les épaules,<br />
Sans paraître penser du tout aux choses drôles<br />
De sa figure sale avec son gros bandeau ;<br />
Gaspard reprend : « Si tu n’aimes pas mon cadeau,<br />
J’enverrai ton habit chez une teinturière<br />
Et je paierai la note à la place. »<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="147" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/160"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Derrière<br />
Roberte,marche un homme étrangement couvert<br />
D’un domino rosâtre et d’un capuchon vert<br />
Qui semblent accouplés ensemble par mégarde ;<br />
Il la dépasse, à gauche, un peu, puis la regarde<br />
De côté fixement quelques instants, des yeux<br />
Froids de son masque peint drôle et silencieux,<br />
Ayant au front aussi des frisons ridicules<br />
Espacés, terminés par des crocs minuscules.<br />
Soudain il dit pardi, bien sûr, qu’il la connaît,<br />
En regardant toujours Roberte, et que ce n’est<br />
Pas la première fois, ça non, qu’il la rencontre ;<br />
Puis faisant faire un tour à son doigt il lui montre<br />
Son masque rose et rond, en lui demandant si<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="148" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/161"></span></span>
<div class="poem">
Elle de son côté croit le remettre aussi ;<br />
Robertc lui répond qu’en effet, que peut-être<br />
Elle pense à présent vraiment le reconnaître ;<br />
Il la prie en levant la main d’attendre un peu,<br />
Car en cherchant il tient à lui dire, parbleu,<br />
Lui-même, sans secours, comment elle se nomme ;<br />
Lui s’appelle César ; il se déclare un homme<br />
Vraiment de premier ordre et des plus comme il faut :<br />
« Mais malheureusement, je n’ai qu’un seul défaut,<br />
Ajoute-t-il, c’est d’être infiniment modeste, »<br />
Affirmant qu’avant tout dans la vie il déteste<br />
Chez lui bien plus que chez tous les autres, le moi,<br />
Qu’il met tout son bonheur dans le divin émoi<br />
Que le regard de deux beaux yeux noirs lui procure,<br />
Même sous le rideau d’une voilette obscure ;<br />
En terminant il a mis une intention<br />
Très forte dans le ton et dans l’inflexion<br />
De sa voix qu’il a faite étrange et maniérée<br />
En donnant à son corps toute une simagrée,<br />
Se dandinant un peu. Quelquefois, de tout près,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="149" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/162"></span></span>
<div class="poem">
Roberte dans le noir peut entrevoir ses traits<br />
Véritables, très peu visibles, qu’on devine<br />
Par derrière à travers la trame peinte et fine<br />
En fils de fer du masque ; il lui semble qu’il a<br />
Les regards enfoncés plus loin, très au delà<br />
De ceux du masque, avec même fait pour la bouche,<br />
Et que son nez pointu, mince et très long, seul touche<br />
Dans l’autre nez très plat et large de contour ;<br />
Mais presque tout de suite, avec un autre jour,<br />
C’est la première face, en dessus, féminine,<br />
Qui redevient opaque et de nouveau domine.<br />
Il lui fait remarquer qu’excepté la couleur<br />
Avec aussi, peut-être, une plus grande ampleur<br />
De taille, leur costume après tout est le même ;<br />
Il se prétend ravi du hasard, disant : « J’aime<br />
Moins la forme épaissie et flottante du mien,<br />
Je le voudrais serré mieux, allant aussi bien<br />
Que le vôtre, à la taille. » Ensuite il lui demande<br />
Si véritablement elle se sent gourmande<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="150" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/163"></span></span>
<div class="poem">
Depuis qu’elle reçoit partout des confettis ;<br />
Racontant que lui-même il a des appétits<br />
Pour ces variétés de pastilles de menthe,<br />
Tout à fait inouïs, et qu’il ne s’alimente,<br />
Les arrosant d’un vin quelconque, rien qu’avec<br />
Eux, en les écrasant sur un peu de pain sec,<br />
Mangeant ainsi depuis midi de l’avant-veille.<br />
Il se frotte en disant : « Je m’en trouve à merveille,<br />
Et ma femme, que vous vous rappelez, prétend<br />
Qu’elle ne m’a jamais connu si bien portant. »<br />
Maintenant il s’informe avec inquiétude,<br />
En parlant du grand air, de la similitude<br />
Qui lui prend tant de temps toujours de ses frisons,<br />
Assurant qu’il ressent sur son front les frissons<br />
Continuels de ses cheveux au moindre souffle.<br />
<br />
Un char représentant une immense pantoufle<br />
S’approche avec beaucoup de musique. Un fond bleu<br />
Foncé porte devant, comme ornement, un peu<br />
D’un mélange de deux couleurs qui la varie.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="151" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/164"></span></span>
<div class="poem">
Le tout semble imiter une tapisserie<br />
Bien faite soi-disant, sur un monumental<br />
Canevas ; une boucle imitant du métal<br />
Est cousue au milieu d’une très grande patte ;<br />
La semelle a très peu de talon, presque plate<br />
Et fine par rapport à la taille.<br />
<br />
César,<br />
En montrant de la main à Roberte le char<br />
Qui vient avec le faux reflet blanc métallique<br />
De la boucle sans faire illusion, explique<br />
Que depuis quelque temps la pauvre Cendrillon,<br />
En se voyant pousser au pied un durillon,<br />
Avait dû tout à coup augmenter sa pointure,<br />
Et que ce soulier n’est que la miniature<br />
Du sien, qu’il tient ce fait vrai de son essayeur<br />
Lui-même. Sur un banc long, à l’intérieur<br />
Du soulier, circulaire autour, une rangée<br />
De joueurs avec leur archet, est mélangée<br />
Partout d’un homme puis d’une femme, vêtus<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="152" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/165"></span></span>
<div class="poem">
En tziganes ; leur veste, à brandebourgs pointus,<br />
Noirs, faisant des dessins courbés, est toute rouge.<br />
Sur leur tête un bonnet mis sur l’oreille, où bouge<br />
Un gland, forme le même alignement partout.<br />
Au fond, un mannequin gigantesque debout,<br />
Vêtu pareil avec sur sa veste hongroise,<br />
Devant, tout un fouillis de brandebourgs qui croise,<br />
Une culotte bleue et le bonnet, a l’air<br />
De diriger l’orchestre ; il tient son bras en l’air<br />
Sans bouger en serrant une longue baguette,<br />
Noire, étroite, en bois peint, que personne ne guette.<br />
Sa culotte qu’on voit ressortir de très peu<br />
Sur le bord du soulier est très claire, d’un bleu<br />
Ciel, visible à travers les têtes, clair et tendre ;<br />
Il a l’air de pencher l’oreille pour entendre<br />
Mieux. César faisant voir à Roberte le gland<br />
De son bonnet hongrois, observe qu’il est grand<br />
Comme ceux des plus gros cordons de ses sonnettes ;<br />
Puis, sérieusement que, trêve de sornettes,<br />
Cet orchestre est vraiment bien mauvais à son gré,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="153" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/166"></span></span>
<div class="poem">
Qu’on ne sent pas d’ensemble en écoutant, malgré<br />
Tout le mal très sincère, il est vrai, que se donne<br />
Le chef là-haut ; alors en marchant il fredonne,<br />
En battant de son bras comme avec un bâton<br />
Le rythme ; il dit : « Voyez, c’est faux comme un jeton,<br />
Ça ne peut m’échapper, moi qui suis virtuose. »<br />
Il se met à parler des choses qu’il compose,<br />
Une cantate en sol, des fragments d’opéra,<br />
Un scherzo pour hautbois et flûte, et caetera :<br />
« Je m’y connais très bien, vous pouvez être sûre<br />
Que s’ils sont alignés tous dans cette chaussure,<br />
C’est que l’orchestre joue en effet comme un pied. »<br />
Approuvant cet endroit, du reste qui lui sied<br />
Fort bien, en s’expliquant lui-même sans pancarte<br />
D’aucun genre. Gaspard, pour tâcher qu’il s’écarte,<br />
Lui dit avec le bras levé que justement<br />
La musique du char s’arrête en ce moment,<br />
Et que puisqu’il prétend être assez fort pour rendre<br />
L’ensemble plus parfait, il devrait aller prendre<br />
La place et le bâton défectueux du chef.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="154" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/167"></span></span>
<div class="poem">
Mais César lui répond sur un ton sec et bref<br />
Qu’il ne le connaît pas, que, ma parole, il semble<br />
Le prendre pour quelqu’un d’autre qui lui ressemble,<br />
Lequel autre ne doit certes pas être mal ;<br />
Qu’il croyait cependant être assez peu banal<br />
De tête pour ne pas avoir un seul sosie<br />
Si parfait, en Europe, en Afrique, en Asie<br />
Pas plus qu’en Amérique, et qu’il voit, désormais,<br />
Qu’il lui faudra, s’il tient à ce que plus jamais<br />
Il ne puisse arriver une chose pareille,<br />
S’attacher un grelot sonore à chaque oreille,<br />
Plus une cloche à gros battant au bout du nez,<br />
Et que si tout cela n’est pas encore assez,<br />
Il vissera sur sa grosse caisse une paire<br />
De cymbales, sortant toujours avec pour faire<br />
Encore plus de bruit et qu’on sache de loin,<br />
Avant même qu’il ait déjà tourné le coin<br />
De la rue et qu’il soit visible, qu’il arrive ;<br />
Qu’il sera même bon avec ça qu’il s’écrive<br />
Sur les mains, sur le front et sur le nez, son nom<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="155" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/168"></span></span>
<div class="poem">
En français, allemand et anglais, car sinon<br />
Il pourrait exposer sa femme à l’adultère,<br />
Si l’autre est comme lui, beau. Pour le faire taire,<br />
Lui demandant s’il va parler jusqu’à demain<br />
Matin sans arrêter, Roberte, de sa main<br />
Qu’elle applique dessus, feint de fermer la bouche<br />
Du masque ; mais il crie au meurtre, qu’on lui bouche<br />
La respiration, qu’on vienne, qu’on commet<br />
Un assassinat ; puis bruyamment il se met<br />
A répéter un bruit de baisers, disant vite<br />
Entre chacun, en bouts de phrases, qu’il profite<br />
Quand même de la chose, et qu’en grand amoureux<br />
Il est content s’il meurt en lui baisant le creux<br />
De la main ; que sa peau fine et rosée embaume,<br />
Qu’il ne sait pas s’il rêve et que, près de la paume<br />
A peine dessinée, en long, elle a surtout<br />
Une fossette plus douce, que son sang bout,<br />
Que tout son corps frissonne et que son cœur tressaute<br />
A se rompre ; Roberte en lui faisant : « Chut ! » ôte<br />
Sa main, puis sans penser elle l’ouvre un peu voir<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="156" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/169"></span></span>
<div class="poem">
Et regarde partout la paume pour savoir<br />
Si pour de bon elle a la soi-disant fossette.<br />
<br />
Une femme au milieu du cortège époussète<br />
Avec un plumeau rouge et vert un gros poupon<br />
Nègre ; elle est habillée en matin ; son jupon<br />
Laisse voir des bas blancs et noirs ; sa camisole<br />
Flotte ; sa grande tête en carton se désole.<br />
Au milieu, les deux bouts de ses sourcils en l’air<br />
Et l’angoisse de ses regards lui donnent l’air<br />
D’implorer en passant tous ceux qu’elle rencontre ;<br />
Quelquefois, s’arrêtant de frotter, elle montre<br />
L’enfant de tous côtés comme pour faire voir<br />
Avec terreur dans la foule qu’il est tout noir,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="157" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/170"></span></span>
<div class="poem">
Puis dans ses bras le berce un instant pour qu’il dorme ;<br />
Il a, très en avant, une bouche difforme<br />
Faisant deux bourrelets d’un rouge vif, lippus,<br />
Montrant de grandes dents, et les cheveux crépus<br />
Avec, pris dans le nez, un anneau d’or immense ;<br />
La femme en le tenant d’une main recommence,<br />
Sur tout son corps, en long, en large, à le frotter<br />
Vite, de son plumeau, semblant vouloir ôter<br />
Avec entêtement et désespoir la couche<br />
Noire dont il est fait tout entier, sauf la bouche.<br />
Un écriteau sur son corsage est en hauteur ;<br />
On y lit : « Le nouveau-né dénonciateur »<br />
Entrecoupé sur cinq lignes, serrant ses lettres<br />
D’imprimerie, en long de plusieurs centimètres.<br />
Quand elle est assez près pour qu’il lise, César<br />
Dit que c’est très bien fait à son humble avis, car<br />
Lorsqu’on avait connu d’un peu trop près un nègre,<br />
Il fallait s’arranger après pour rester maigre ;<br />
Que son air repentant ne saurait amoindrir<br />
Sa faute, et ne pourra jamais, lui, l’attendrir,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="158" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/171"></span></span>
<div class="poem">
Qu’après tout elle n’a que ce qu’elle mérite,<br />
Qu’il reste impitoyable et qu’il la déshérite<br />
Et la renie au nom de sa famille pour<br />
Le déshonneur public que son hideux amour<br />
A rejeté sur eux tous, car Roberte ignore<br />
Peut-être, l’ayant vu si peu de temps encore,<br />
Qu’il n’est autre que son propre frère jumeau.<br />
L’homme avec le très long manche de son plumeau,<br />
Pendant que César dit : « Foule-toi donc la rate,<br />
Voilà ce qu’elle fait au lieu de frotter, » gratte,<br />
Le relevant avec plusieurs rides, son front,<br />
En passant par la bouche ouverte presque en rond<br />
Et grande, accentuant l’expression amère<br />
De la tête. César dit : « Hélas ! pauvre mère,<br />
Elle est à plaindre, c’est pour toujours qu’elle part. »<br />
La femme recommence à frotter le poupard,<br />
Tenant le manche par le bout ; quand il la croise<br />
César se détournant dit : « Arrière, Françoise !<br />
Je ne veux plus te voir, oh ! je te reconnais<br />
Parfaitement, mais c’est fini nous deux, tu n’es<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="159" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/172"></span></span>
<div class="poem">
Plus ma sœur. » Ajoutant qu’il ne veut pour jumelle Que d’une femme
honnête et non d’une comme elle Qui foule ses serments aux pieds.<br />
<br />
A cet endroit<br />
La route fait à gauche un angle presque droit ;<br />
César en s’écriant : « Dieu que c’est beau ! » fait halte,<br />
Puis arrêtant Roberte avec la main, s’exalte,<br />
Lui faisant admirer par des gestes l’effet<br />
Splendide, magnifique et sublime que fait<br />
Dans son flot de couleurs diverses cette foule<br />
De masques ressortant tout au fond sur la houle<br />
Si bleue et si jolie et calme de la mer.<br />
Puis il repart, disant avec un geste amer<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="160" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/173"></span></span>
<div class="poem">
Qu’il était tout à fait né pour être un artiste<br />
Et que certainement en le faisant dentiste<br />
Les siens s’étaient trompés complètement de but ;<br />
Que s’il avait l’argent pour s’acheter un luth,<br />
Au lieu de regarder toujours quelque mâchoire<br />
Il ferait des rondeaux et des chansons à boire.<br />
« Si vous tenez vraiment à me faire un cadeau,<br />
C’est un luth qu’il faudra me donner. »<br />
<br />
Un landau<br />
Blanc à l’intérieur, traîné par une paire<br />
De chevaux gris, s’approche ; une femme pour faire<br />
La place à deux pierrots installés dans le fond<br />
Est assise dans la capote même. Il s vont<br />
Au pas. Le cocher a comme eux tous un costume<br />
Avec un masque peint vert ; mais l’on s’accoutume<br />
A la fin à les voir tous sur le siège ainsi<br />
Costumés et masqués. Sur le devant aussi<br />
Une femme est assise en l’air entre deux hommes<br />
En pierrot. César dit qu’ils sont bien économes<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="161" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/174"></span></span>
<div class="poem">
De leurs confettis tous ces gens-là, que, parbleu,<br />
Dans un petit moment on va bien voir un peu<br />
S’ils entendent garder tout pour sucrer leur tasse<br />
De café ; puis entrant ses mains dedans, il tasse<br />
Dans son sac en levant de ses doigts l’autre coin<br />
Les confettis d’un seul côté ; puis avec soin<br />
Après l’avoir emplie, il en tire sa pelle<br />
Et, quand le landau passe, à voix sourde il appelle<br />
La femme assise en haut derrière : « Ohé ! là-bas. »<br />
Elle tourne la tête, il dit : « Non, bouge pas.<br />
Ah ! tu vas voir, attends un peu que je te guette. »<br />
Puis ayant l’air de la viser très dur, il jette<br />
Ses confettis de bas en haut, fort, de façon<br />
A les faire tomber après tout droit sur son<br />
Capuchon ; ayant vu sa menace, elle appuie<br />
Avec crainte sa main sur sa joue et la pluie<br />
Douce qu’elle reçoit la surprend ; à son tour<br />
Elle enfonce, en tassant tout dans un seul coin pour<br />
La remplir mieux, sa pelle entre son sac, puis lance<br />
Ses confettis avec le plus de violence<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="162" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/175"></span></span>
<div class="poem">
Et de précision directe qu’elle peut<br />
Dans sa position de travers ; le tout pleut<br />
Par derrière, pendant qu’il s’en va, sur la tête<br />
De César qui s’écrie : « Oh ! mais quelle tempête,<br />
Jamais on n’aurait cru qu’il tomberait de l’eau<br />
Cette après-midi, car il faisait vraiment beau<br />
Tout à l’heure. » Il raconte à présent à Roberte<br />
Que cette demoiselle a pour petit nom : Berthe,<br />
Qu’il la connaît très bien et lui dit : « tu », qu’il est<br />
Impossible de voir quelque chose de laid<br />
Comme elle et que de plus elle est toute petiote,<br />
Que surtout elle a l’air tout à fait idiote,<br />
Avec cette figure inepte, ce regard<br />
Stupide et cette bouche ayant toujours l’écart<br />
D’un sourire imbécile et qu’on ne saurait rendre<br />
Soi-même, à ce point-là niais, feignant de prendre<br />
Son masque peint pour son vrai visage.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="163" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/176"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Là-bas,<br />
Une tête en carton est cahotée au pas<br />
Un peu dansant et très sec de l’homme qui bouge<br />
Les bras en se tournant. Elle a le nez très rouge<br />
Et très gros, comme avec des narines gonflant ;<br />
L’homme fait de son bras gauche un geste plus lent<br />
Et large que de l’autre avec lequel il semble<br />
S’éventer ; maintenant, de tous les deux ensemble<br />
Il s’évente ; bientôt le gauche de nouveau<br />
Fait son grand geste. On lit : « Enrhumé du cerveau »<br />
Sur un large écriteau qui cache sa poitrine,<br />
Tout sur la même ligne, en gros. Chaque narine<br />
Forme un trou noir, profond, qui semble à jour. Il est<br />
Habillé de façon voyante, d’un complet<br />
Jaune clair à carreaux compliqués, symétriques,<br />
Réunissant un tas de couleurs excentriques ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="164" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/177"></span></span>
<div class="poem">
Il a des gants très clairs, jaune citron, en peau ;<br />
Entré dans le ruban de son vaste chapeau<br />
De paille, un écriteau réglé pour qu’on écrive<br />
Droit, porte, comme fait à la plume : « J’arrive<br />
De Paris ».<br />
<br />
César, lui, demande un paletot<br />
De fourrure et plusieurs cache-nez, aussitôt<br />
Qu’il en est assez près pour lire la pancarte ;<br />
Puis en se donnant l’air d’avoir peur, il s’écarte<br />
Avec, dit-il, un grand soin, de la région<br />
Où l’on pourrait avoir de la contagion ;<br />
Car un vieil oncle auquel, il doit dire, il n’emprunte<br />
Jamais, a jadis eu sa grand’mère défunte<br />
D’un gros rhume, ajoutant qu’il ne veut pas, merci,<br />
Mourir comme cela, qu’il croit sentir d’ici,<br />
Par la bouche toujours entr’ouverte, l’haleine<br />
De la tête en carton, brûlante et toute pleine<br />
De principes mauvais, et que s’il s’en allait,<br />
Il ferait trop de peine au monde, car il est<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="165" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/178"></span></span>
<div class="poem">
Aimé de tant de gens ! Qu’en tout cas, s’il succombe,<br />
1I faudra que Roberte aille couvrir sa tombe<br />
Tous les jours, pour le moins deux ou trois fois, de fleurs<br />
Et, naturellement, l’inonder de ses pleurs ;<br />
Qu’il trouverait très bien, même, qu’elle s’enterre,<br />
Se donnant par chagrin une mort volontaire,<br />
Dans son propre tombeau, juste à côté de lui,<br />
En souvenir de leur rencontre d’aujourd’hui,<br />
Avec défense pour toujours qu’on les exhume<br />
Jusqu’à la fin du monde.<br />
<br />
A peine l’homme au rhume Est-il passé de l’air alerte d’un gandin, Que
César, comme s’il avait pris mal soudain, Demandant à Roberte un
mouchoir, éternue Plusieurs fois, lui disant qu’il l’avait prévenue Et
que c’est bien fini, qu’il a l’impression Douloureuse d’avoir pris une
fluxion De poitrine ; qu’hélas ! c’était sa destinée, Voilà tout, qui
voulait qu’il parte cette année,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="166" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/179"></span></span>
<div class="poem">
Qu’il se sent cette fois pour tout de bon perdu, Que c’est le
châtiment dès longtemps attendu, Sévère, c’est certain, mais juste, de
ses fautes, Qu’il sera courageux ; puis il se tient les côtes Pendant
qu’il éternue encore plusieurs fois Exprès, en prolongeant ensuite avec
la voix Tous les éternuements sur une note aiguë.<br />
<br />
En avant maintenant, très grand et très en vue,<br />
Le rémouleur s’avance avec tout son même air<br />
Attentif, se penchant sur sa meule ; la mer<br />
De sa ligne bleuâtre à l’horizon arrive<br />
Pour l’œil jusqu’à son cou plié ; plus bas la rive<br />
Le traverse à mi-corps. César pense qu’il a<br />
Justement dans le fond de cette poche-là<br />
Un couteau dont le bout de la lime se rouille,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="167" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/180"></span></span>
<div class="poem">
Et qu’il va le donner à ce brave homme ; il fouille<br />
Ses habits en ouvrant un peu son domino ;<br />
Mais il ôte sa main, se traitant d’étourneau,<br />
Disant que ce serait vraiment bien inutile<br />
De vouloir s’occuper d’un sujet si futile,<br />
Du moment qu’il est si sûr et certain qu’il doit<br />
Mourir ; que pas un ongle, à présent, d’un seul doigt,<br />
N’aurait le temps de croître assez pour qu’il le lime.<br />
Il parle de l’état d’âme grand et sublime<br />
De l’homme pur qui sait qu’il va bientôt mourir<br />
Et monter au ciel, puis se met à discourir<br />
Sur l’immortalité, l’existence future,<br />
La résurrection de chaque créature<br />
Au jugement dernier… Soudain il s’interrompt<br />
Pour éternuer fort en se tenant le front ;<br />
Il dit : « Ah I là, mon Dieu ! mon Dieu ! » puis il renifle<br />
En faisant des efforts, prétendant que ça siffle<br />
Et disant : « N’est-ce pas ?» quoiqu’on n’entende rien<br />
Du tout, pour faire voir à Roberte combien<br />
Déjà, malgré le temps si doux, son nez s’obstrue.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="168" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/181"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Le grand rémouleur tourne à droite dans la rue<br />
Saint-François de Paule, où l’on voit tourner aussi,<br />
Se croisant avec lui pour venir par ici,<br />
Le flot toujours nouveau du cortège. Un gros homme<br />
En sort en ce moment même ; on lit : « Ça m’assomme »,<br />
Écrit sur un fond blanc carré, semblant en peau,<br />
Et collé par-devant sur son large chapeau<br />
Haut de forme ; à deux mains il tient ouvert un livre<br />
Énorme, avec au centre un grand fermoir en cuivre ;<br />
Du côté gauche, à droite, assez gros, le bouton<br />
Du fermoir est brillant, en boule. Le menton<br />
De la tête est tiré très en bas et la bouche,<br />
Les lèvres retroussant, grande ouverte, se touche<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="169" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/182"></span></span>
<div class="poem">
Presque, en long, en baillant. L’exagération<br />
Ridicule qu’on voit à son expression,<br />
Sur le premier moment, presque toujours fait rire ;<br />
Le texte est à l’envers, il a l’air de s’écrire<br />
Rien que pour le regard, pas en lettres. Parfois<br />
L’homme lève le livre un peu, malgré son poids,<br />
Pour lire, mais bientôt il semble qu’il succombe<br />
A l’ennui de nouveau ; le livre alors retombe<br />
A l’envers ; par moments il le ferme et d’un bras<br />
Il s’étire, pendant qu’un doigt dedans, en bas<br />
Il tient dans le bon sens le livre ; un large titre<br />
Estropié, célèbre, avec « premier chapitre ».<br />
En dessous, est écrit en lettres d’or, très gros,<br />
Visible d’assez loin encore, sur le dos,<br />
Qu’une longue balafre en travers égratigne.<br />
César dit : « Quel crétin ! quel serin ! » Il s’indigne<br />
En révélant qu’il fut le collaborateur,<br />
Sans que personne l’ait jamais su, de l’auteur ;<br />
Il dit : « Cet homme est un idiot, il faut croire<br />
Qu’il s’est réellement décroché la mâchoire ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="170" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/183"></span></span>
<div class="poem">
S’il n’aime pas cela, c’est qu’il n’y comprend rien ;<br />
S’il était seulement un peu grammairien<br />
Il verrait la beauté, la richesse du style. »<br />
Ajoutant que, voilà, la langue est trop subtile<br />
Pour dire quelque chose à ce gros homme-là,<br />
Qui ne doit s’occuper qu’à manger, que s’il a<br />
Par rapport à sa taille une si grosse tête,<br />
Cela ne prouve rien, et qu’il peut être bête<br />
Quand même ; que, du reste, à sa figure on voit<br />
Tout de suite qu’il est stupide, que ce doit<br />
Être tout simplement un pauvre hydrocéphale,<br />
Et qu’en pitié de lui maintenant il ravale<br />
Sa rancune.<br />
<br />
Gaspard, qui s’est pas mal battu<br />
Depuis quelque temps, dit à Roberte : « Veux-tu<br />
Partager avec moi ce qui te reste encore<br />
De confettis ? » Roberte, en disant qu’elle ignore<br />
Ce qu’elle en a, lui tend son sac ouvert ; Gaspard<br />
Y puise pour y prendre à peu près moitié part,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="171" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/184"></span></span>
<div class="poem">
Ressortant chaque fois sa pelle toute pleine<br />
Entre les bords ; tous trois n’avancent plus qu’à peine ;<br />
César de nouveau, seul, se pâme sur l’effet<br />
De la mer. Puis Gaspard s’arrête tout à fait,<br />
Le partage fini, juste devant la rue<br />
Saint-François-de-Paule, et se tourne.<br />
<br />
Un âne rue<br />
En entrant, puis trottine un peu ; car, au tournant,<br />
C’est l’analcade des Anglaises maintenant<br />
Qui passe ; un homme a son ombrelle trop ouverte<br />
Retournée ; un, plus loin, a sous sa robe verte<br />
Un morceau de plissé qui pend.<br />
<br />
Toujours près d’eux César en ce moment leur demande à tous deux<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="172" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/185"></span></span>
<div class="poem">
S’ils vont dans cette rue au milieu d’un tumulte<br />
Pareil ; disant, pour lui, que plus il se consulte<br />
Et plus il a peur d’être en dix pas enfoui<br />
Sous tous ces confettis ; mais Roberte dit : « Oui,<br />
J’y vais. » Il dit que c’est eux que cela regarde,<br />
Qu’en ce cas il s’éloigne et qu’elle prenne garde,<br />
Car un monde semblable est vraiment dangereux,<br />
Qu’on peut être étouffé, qu’il en tremble pour eux<br />
Très fort ; qu’en tous les cas, avant qu’on ne se quitte<br />
Peut-être pour toujours, hélas ! tellement vite<br />
Il veut de tout son cœur leur faire ses adieux ;<br />
Que si malgré son rhume il devenait très vieux,<br />
Il ne les oublierait jamais et qu’il s’excuse<br />
S’il leur a trop parlé, car parfois on l’accuse<br />
Dans sa famille d’être à certains jours bavard ;<br />
Qu’il faut venir chez lui le voir au boulevard<br />
Carabacel, que c’est de la sorte qu’on prouve<br />
L’estime que l’on a pour quelqu’un, qu’on le trouve<br />
Toujours en redingote en velours le jeudi<br />
Dans son plus beau salon toute l’après-midi ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="173" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/186"></span></span>
<div class="poem">
Il tient à donner à Roberte une poignée<br />
De main, répétant, qu’elle une fois éloignée<br />
Ou qu’elle soit sur mer, sur terre, au pôle nord,<br />
Son esprit la suivra toujours jusqu’à sa mort<br />
A lui-même, qu’il croit décidément très proche ;<br />
Que du reste il n’a pas de fiel, qu’il ne reproche<br />
Rien à l’homme enrhumé, qu’il ne cherchera pas<br />
A lui donner, avant de mourir, le trépas,<br />
Qu’il a beaucoup trop peur du purgatoire. Il pousse<br />
Un soupir sanglotant et très long ; puis il tousse<br />
Chétivement et part en chantant : <t mardi-gras,<br="">
T’en vas pas. » Il se tourne en étendant le bras<br />
Et reparle de la fidélité qu’il jure<br />
De leur garder ; mais juste en plein dans la figure<br />
Il reçoit, se taisant avec un soubresaut,<br />
Des confettis ; il dit : « Holà ! ça m’a fait chaud<br />
Dans tout le corps, j’en ai mal jusque dans la plante<br />
Des pieds ; je n’ai jamais reçu si violente<br />
Secousse. »</t><br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="174" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/187"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Des enfants habillés tout en gris Avec sur leurs cheveux des têtes de
souris Débouchent de la rue ; un cordon les attache Entre eux, rouge et
très large ; ils ont une moustache Faite de quelques crins seulement,
grise aussi, Qui leur colle ; leur ventre est d’un gris éclairci, Il s
ont des souliers gris et des bas gris. Un homme En gros chat les
précède ; il tient le cordon comme Si de force il voulait les traîner ;
il a l’air Féroce avec des yeux en verre, brun très clair, Et ses dents
qu’il découvre avec la bouche ouverte Toute grande ; on lui voit la
patte gauche inerte Sans bras, tandis que l’autre a le bras droit
dedans. Tout le temps il se tourne en leur montrant les dents ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="175" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/188"></span></span>
<div class="poem">
Le premier des enfants en avant est tout frêle ;<br />
Ils sont une dizaine et marchent pêle-mêle<br />
Se tournant en tous sens, tantôt à reculons,<br />
Tantôt droit, se cognant parfois sur les talons.<br />
<br />
Roberte en ce moment tourne la tête à droite ;<br />
Semblant juste tenir dans la largeur étroite<br />
Du long pont du Paillon qui paraît presque à sec<br />
D’ici, l’énorme char du cuisinier, avec<br />
Sa musique que l’on entend à peine, passe.<br />
Juste, de la marmite au couvercle, un espace<br />
Reste en ce moment même en laissant.voir un peu<br />
En longueur et toujours plus mince le ciel bleu ;<br />
Le bras du cuisinier au bout d’un instant tombe<br />
Tout à fait, recouvrant du couvercle qui bombe<br />
Les marmitons déjà disparus dans le bas<br />
Du grand récipient.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="176" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/189"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Gaspard prend par le bras Roberte et quand il voit un passage il
l’entraîne Vite. Roberte lit : « J’en aurai la migraine » Sur le dos
d’un vieillard à cheveux blancs qui vient De passer avec sa grosse tête
et qui tient En la montrant partout une très grande ardoise ; En avant
elle voit : « Revenant de Pontoise » Au dos d’un autre, mais très vite,
assez loin d’eux Déjà ; pour le moment ils passent, tous les deux
Courant un peu, devant un jardinier qui fauche, Puis reprennent leur pas
tranquille. Il s sont à gauche De la rue. Encombrant une fenêtre au
coin De droite, un groupe fait un bruit de voix, pas loin De l’angle de
la rue où « Saint François de Paule »<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="177" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/190"></span></span>
<div class="poem">
Se lit en noir.<br />
<br />
Leur pied tout le temps carambole<br />
Sans le vouloir, en les poussant à chaque pas,<br />
Des confettis encore entiers, qui ne sont pas<br />
Ecrasés, récemment lancés et dont la boule<br />
Inégale, légère et raboteuse roule<br />
En déviant, sautant et se cognant, très mal.<br />
Un homme crie, après un sursaut : « Animal ! »<br />
En se tournant vers un pierrot qui par la bouche<br />
Chantante de sa tête en carton dont il louche<br />
Vient de lui jeter des confettis dans les yeux ;<br />
Le pierrot s’arrêtant dit : « Espèce de vieux<br />
Mirliton, tâche donc t’enlever ta pommade<br />
Avant de t’en aller donner ta sérénade,<br />
Tu seras bien plus beau, » faisant allusion,<br />
En regardant la tête, à la cohésion<br />
Par longues mèches qu’a la chevelure rare<br />
Et très foncée, ainsi qu’à la longue guitare<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="178" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/191"></span></span>
<div class="poem">
Que l’autre tient avec ses gestes de vieux beau<br />
A la taille sanglée ; un énorme bobo<br />
Se gonfle, dégoûtant, au milieu de sa joue<br />
Très pâle ; de sa main droite on dirait qu’il joue<br />
Sur sa guitare pour s’accompagner, faisant<br />
Aussi remuer sa main gauche, soi-disant,<br />
Sur les tiges de bois qui remplacent de vraies<br />
Cordes, semblant choisir parmi toutes les raies<br />
Peintes pour indiquer sur le manche où l’on doit<br />
Pour donner tel ou tel son appuyer le doigt ;<br />
L’espace parallèle et noir qui les écarte<br />
A l’aigu devient plus étroit ; une pancarte<br />
Tombe sur son plastron de chemise avec : « Au<br />
Clair de la lune » sur les quelques notes « do<br />
Do do ré mi », faisant ensuite trois ou quatre<br />
Mesures que Roberte en chantant vient de battre<br />
Avec le doigt ; devant, une ample clé de sol<br />
Se recourbe beaucoup ; touchant presque le sol<br />
Par derrière, les deux pans de son habit rouge<br />
Sont pointus ; aux cahots du pas leur pointe bouge ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="179" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/192"></span></span>
<div class="poem">
Un médaillon brillant pend hors de son gilet<br />
Blanc de soirée, ouvert en rond ; sur son mollet<br />
Gauche au bas blanc en soie, un papillon tremblote<br />
Semblant solidement enfoncé ; sa culotte<br />
Noire brille ; un gamin lui crie : « Il s sont bossus<br />
Tes mollets. »<br />
<br />
Des pierrots, tout là-bas, bras dessus<br />
Bras dessous, chantent tous fort : « Auprès de ma blonde »<br />
Assez vite sur l’air connu de tout le monde ;<br />
Un d’eux soudain le chante une octave plus haut<br />
En fausset dominant les autres voix ; il faut,<br />
Là, qu’ils se mettent sur une file à la suite<br />
Du premier qui paraît avoir pris la conduite<br />
De la bande et qui les fait passer au milieu<br />
D’un groupe qui causait, en criant : « Sacredieu !<br />
Vous ne savez donc pas encore qu’on circule,<br />
Vous, hein ? » Toute la bande en courant se bouscule,<br />
Puis, une fois sortis, ils marchent tous de front<br />
De nouveau. Tout à coup ils se mettent en rond<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="180" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/193"></span></span>
<div class="poem">
Et tournent enfermant dans leur cercle une grosse<br />
Femme en domino rouge et vert foncé qui hausse<br />
Les épaules, prenant un gros air mécontent ;<br />
Elle croise les bras et toute rouge attend,<br />
Immobile, ayant l’air de rager, qu’on la laisse<br />
S’en aller ; puis voulant essayer, elle baisse<br />
La tête, pour tâcher de passer sous deux bras ;<br />
Les pierrots aussitôt mettent leur main plus bas<br />
Devant sa tête, afin d’empêcher qu’elle sorte ;<br />
Elle ressaye en vain ; sa figure très forte<br />
De face, a cependant un assez fin profil ;<br />
Le groupe recommence éternellement : « Qu’il<br />
Fait bon, fait bon, fait bon, » sur la phrase pareille<br />
Toujours plus fort ; la femme en se bouchant l’oreille<br />
Grimace avec les yeux ; chaque fois pour finir<br />
Il s disent sans changer rien : « Qu’il fait bon dormir. »<br />
A la fin, au moment où la phrase s’achève<br />
Justement sur « dormir » un d’eux s’arrête et lève<br />
Le bras, laissant passer la femme par-dessous ;<br />
Puis ils repartent tous vite, comme des fous,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="181" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/194"></span></span>
<div class="poem">
En chantant de nouveau fort, sous la ressemblance<br />
De leurs masques tous peints, pareils. Roberte lance<br />
Des confettis, voulant surtout viser l’un d’eux,<br />
Un maigre tout en blanc ; elle en attrape deux’<br />
Dans la figure, étant, là, pas mal éloignée<br />
Encore d’eux ; le blanc lui donne une poignée<br />
De main malgré sa pelle, en lui disant : « Merci, »<br />
Ajoutant que c’était vraiment très réussi.<br />
<br />
A droite, par devant, maintenant la fiole<br />
De pharmacie a l’air tout à fait d’une folle<br />
En dansant avec des allures de dondon ;<br />
On voit se démener, au bout de son cordon<br />
Rouge, le grand cachet semblant en cire ; à chaque<br />
Tour qu’elle fait, on voit, dans le bleu très opaque<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="182" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/195"></span></span>
<div class="poem">
Du faux verre, tourner tout un endroit plus clair<br />
Imitant un reflet immobile.<br />
<br />
D’en l’air<br />
Roberte en regardant le grand flacon, essuie,<br />
Assez forte et semblant la viser, une pluie<br />
De confettis ; bientôt elle lève les yeux,<br />
Et voit à la fenêtre, au premier, un joyeux<br />
Couple qui la regarde ; ils ont tous deux pour masques,<br />
Complètement fermés, des espèces de casques<br />
Comme ils devaient en prendre, eux, d’après le conseil<br />
De Gaspard tout d’abord, en treillis tout pareil<br />
Au leur, mais protégeant, derrière aussi, la tête<br />
Jusqu’aux épaules, tout fermés.<br />
<br />
Roberte apprête<br />
Sa pelle, puis retient, toujours au même endroit<br />
Tout en haut, l’armature avec son second doigt<br />
Gauche tout cramponné ; maintenant elle pousse<br />
Le manche en bois, en sens opposé, de son pouce<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="183" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/196"></span></span>
<div class="poem">
Droit, dont le bout est par la pression pâli<br />
Sous son ongle taillé très en pointe et poli ;<br />
Le manche se recourbe un peu, flexible et souple ;<br />
Roberte, la figure en l’air, vise le couple ;<br />
La femme se retire en arrière en levant<br />
Son coude qu’elle met peureusement devant<br />
Sa figure et ses yeux ; l’homme reste impassible ;<br />
Roberte lance alors le plus juste possible,<br />
Se dressant un peu sur les pieds, ses confettis ;<br />
Il s touchent assez bien ; certains sont ressortis<br />
En se cognant sur la garniture ouvragée<br />
En fer, représentant des fleurs sur la rangée<br />
Assez serrée et très nombreuse des barreaux ;<br />
D’autres, en se tapant sur l’envers des carreaux<br />
Tout grands ouverts, ont fait comme une pétarade ;<br />
Sur le dessus en bois noir de la balustrade<br />
Un est près de tomber tout au bord de l’appui ;<br />
L’homme, immobile, en a pas mal reçu sur lui ;<br />
Quelques-uns ont donné dans la large surface<br />
Que présente son masque au-dessus de sa face ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="184" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/197"></span></span>
<div class="poem">
La femme, reculée assez tôt, n’a rien eu.<br />
<br />
Gaspard qui s’en allait toujours est revenu<br />
Vers Roberte ; il attend qu’elle arrive et rarrange,<br />
Y mettant les deux mains, sa collerette orange ;<br />
Il y glisse son doigt, lentement, tout autour<br />
En l’écartant pas mal de son cou comme pour<br />
La casser et s’y mettre un peu mieux à son aise ;<br />
Roberte, en revenant auprès de lui soupèse<br />
Son sac à peu près vide entièrement, disant<br />
Qu’il faut les ménager un peu plus à présent<br />
Et qu’elle en tous les cas compte en être économe,<br />
Car on ne voit aucun marchand en vue.<br />
<br />
Un homme<br />
A la tête de femme expressive en carton,<br />
A sur le bout du nez un énorme bouton.<br />
Sa figure est un peu, vers la droite, inclinée.<br />
Il est vêtu jusqu’aux pieds d’une matinée<br />
Dont l’étoffe est jaunâtre avec partout des fleurs ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="185" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/198"></span></span>
<div class="poem">
Il fait tourner, avec le geste des coiffeurs,<br />
Un fer soi-disant chaud par une de ses branches<br />
Qui par le bout qu’on tient en main sont toutes blanches,<br />
Surtout auprès du bout opposé qui, tout noir,<br />
A les traces de la flamme ; sous son peignoir<br />
Agrafé par devant sur un rang, une fausse<br />
Poitrine bombe large, exagérée et grosse ;<br />
Très espacés et bien visibles sur son front,<br />
De grands frisons font tous un assez large rond<br />
Irrégulier, chacun dans une papillote<br />
En gros papier jaunâtre, épais, qui l’emmaillote<br />
Sans serrer, en donnant complètement l’effet<br />
De n’avoir rien dedans ; la femme en marchant fait<br />
Un tour sur elle-même ; on voit la faveur bleue<br />
Attachant d’un nœud mince, en bas, la courte queue<br />
De sa coiffure faite en hâte, du matin ;<br />
Les cheveux, en coton quelconque, sont châtain<br />
Foncé ; l’homme fait voir partout, dans sa main gauche<br />
Un écriteau de toile et dont le sens s’ébauche<br />
Pour Roberte, déjà, bien qu’encore assez loin,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="186" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/199"></span></span>
<div class="poem">
Quand elle cherche à voir les lettres avec soin ;<br />
Ce sont des lignes très courtes, d’une écriture<br />
Penchée, et prétendant, à la température<br />
Excessive qu’il fait toujours dans le Midi,<br />
Que le fer ne sera jamais plus refroidi<br />
Si longtemps qu’on le tourne ; en arrivant à lire<br />
Tout, Roberte se met, ouvrant la bouche, à rire,<br />
En découvrant ses dents du dessus, faisant « ho »<br />
Sur un ton grave, et montre à Gaspard l’écriteau ;<br />
Il cherche tout d’abord, puis le trouvant il cligne<br />
Les yeux, mais ne comprend que la première ligne ;<br />
Roberte, en regardant une seconde fois,<br />
Le lit alors d’un bout à l’autre, à haute voix,<br />
Sans peine maintenant que l’homme se rapproche,<br />
Puis regarde Gaspard en disant : « Hein ? » Lui hoche<br />
Affirmativement la tête, en souriant.<br />
<br />
Par terre quelque chose attire l’œil, brillant<br />
Au milieu du plâtras sale, comme une espèce<br />
De pourtour rond, rayé ; c’est le haut d’une pièce<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="187" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/200"></span></span>
<div class="poem">
De dix sous qui dépasse, enfoncée à demi,<br />
Montrant son côté face un peu penché, parmi<br />
La poudre dans laquelle elle entre toute droite ;<br />
Gaspard la voit ; avec la pointe maladroite<br />
De son pied il la touche un peu, pour la ravoir,<br />
Mais la renfonce ; ensuite il ne peut plus la voir,<br />
L’entrant de plus en plus ; à gauche un voyou passe ;<br />
Il l’appelle et lui montre avec le pied l’espace<br />
A fouiller, lui disant qu’il doit trouver dix sous<br />
S’il cherche avec ses doigts comme il faut, là-dessous,<br />
Qu’il est sûr qu’ils sont là, que la couche est épaisse<br />
Et que s’il tient à les empocher, il se baisse ;<br />
Alors l’interrogeant sur l’endroit, le gamin<br />
En s’appuyant sur son genou, de l’autre main<br />
Avec son second doigt allongé, raide, fouille,<br />
En remuant la poudre ; ensuite il s’agenouille<br />
Sur une seule jambe, assis sur son talon,<br />
Cherchant toujours avec le doigt ; son pantalon<br />
Effiloché d’en bas, reprisé, partout sale,<br />
Montre une déchirure en angle, colossale,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="188" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/201"></span></span>
<div class="poem">
Par laquelle ressort, très plié, son genou<br />
Ëcorché ; dégoûtant aussi, son chapeau mou<br />
Dont les bords sont baissés, est tout couvert de taches<br />
Blanches de confettis ; son masque a des moustaches<br />
Larges, se relevant, peintes pas très en noir<br />
Sur le rose toujours très vif, et l’on peut voir,<br />
Quand il se baisse plus, un peu de sa figure<br />
Du côté gauche, avec sa joue assez obscure<br />
Sous le masque où l’on plonge en regardant ; il est,<br />
Par ce qu’on peut juger du peu qu’on en voit, laid,<br />
Avec un peu, déjà, de favori précoce<br />
Sur sa joue assez creuse et qui forme une bosse<br />
Pas mal saillante avec son os très prononcé ;<br />
Tout l’obscurcissement qui s’étale, foncé,<br />
Sur sa peau, provenant de son masque, remue<br />
A tous ses mouvements ; quelqu’un dans la cohue<br />
Venant de le cogner tout à coup assez fort,<br />
Il relève la tête et touche avec le bord<br />
De son chapeau la jambe en gros pantalon rouge<br />
D’un pierrot qui, poussé par un autre, ne bouge<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="189" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/202"></span></span>
<div class="poem">
Plus ; la pièce se trouve enfin dans un endroit<br />
Dont plusieurs fois déjà le gamin, de son doigt,<br />
Venait de s’approcher ; il se lève et regarde<br />
La pièce, puis Gaspard, qui dit oui, qu’il la garde,<br />
Qu’il aille s’amuser beaucoup avec ; il dit<br />
Qu’avec la pièce même et, de plus, le crédit<br />
Qu’après il aura, grâce aux cinquante centimes,<br />
Il va pouvoir payer à ses amis intimes<br />
En allant au prochain grand restaurant, un bock<br />
Pour trinquer avec eux ; mais tout à coup un choc<br />
Qu’il reçoit dans le dos tout en parlant, lui coupe<br />
La voix d’un hoquet ; c’est quelqu’un qui vers un groupe<br />
Arrêté, qui lui fait des signaux de bras, court ;<br />
Puis le voyou s’en va.<br />
<br />
Là-bas, de son pas lourd<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="190" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/203"></span></span>
<div class="poem">
Et titubant, marchant à droite dans la foule,<br />
Le pochard au chapeau haut de forme se soûle<br />
Toujours ; des confettis bougent dans les rebords<br />
Du chapeau ; sous sa tête immobile, son corps,<br />
Au contraire, dans tous les sens tourne et chancelle ;<br />
Il vient de mettre son cruchon sous son aisselle,<br />
Il se frotte le ventre en des airs satisfaits,<br />
Sans cesser de marcher de travers ; ses effets<br />
De soirée ont partout de fortes taches blanches<br />
De confettis, bien plus qu’avant, surtout aux manches.<br />
Il marche pas mal vite, en somme ; à chaque instant<br />
Il se tourne de tous côtés d’un air content,<br />
Comme s’il désirait que tout le monde voie<br />
Sa face épanouie et respirant la joie,<br />
Avec sa bouche ouverte et son regard très gai ;<br />
L’écriteau de son dos a sur deux lignes : « J’ai<br />
Dîné dans le grand monde ». A présent il empoigne<br />
Au milieu, de nouveau, son cruchon et s’éloigne<br />
En dépassant Gaspard et Roberte qui vont<br />
Toujours à gauche dans l’encombrement que font<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="191" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/204"></span></span>
<div class="poem">
Les masques sur les deux longs côtés de la rue.<br />
<br />
En passant on entend la voix lente et bourrue<br />
D’un homme dire avec mauvaise humeur : « Ben quoi !<br />
Est-ce que je vous ai jamais redit ça, moi ?<br />
Il ne faudra bientôt plus vous parler, ma chère ! »<br />
On voit alors au seuil d’une porte cochère,<br />
Une femme en jersey noir dans lequel le gras<br />
Qu’on devine enfonçant et mou de ses gros bras<br />
Se moule ; justement très vite elle les croise ;<br />
Avec des mouvements de la tête elle toise<br />
L’homme qui lui parlait, en disant : « Voyez-vous<br />
Ce malhonnête-là ! C’est drôle, est-ce que nous<br />
Sommes venus pour lui demander quelque chose ?<br />
Il faut toujours qu’il vienne écouter quand on cause ;<br />
Franchement, c’est trop fort ; est-ce qu’on le forçait<br />
A se planter derrière à ne rien dire ? C’est<br />
Vrai. » Puis elle se tait en haussant les épaules ;<br />
En se parlant ainsi durement ils sont drôles,<br />
Avec les masques peints, impassibles qu’ils ont,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="192" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/205"></span></span>
<div class="poem">
Exactement pareils pour tous les deux. Ce sont<br />
Plusieurs gens ayant l’air de la maison, en groupe ;<br />
Une bonne, avec un tablier que découpe<br />
En bas une rangée inégale de dents,<br />
Est assise sur un tabouret, les mains dans<br />
Les larges poches du tablier ; elle écoute<br />
La grosse femme en noir qui maintenant ajoute,<br />
Rassise et s’appuyant sur le dossier craquant<br />
De sa chaise qu’elle a mise plus devant : « Quand<br />
On devrait bien savoir qu’on a l’air aussi bête,<br />
Avec un nez pareil au milieu de sa tête,<br />
Et des yeux aussi clairs que ça tout ahuris,<br />
Sans compter un fouillis pareil de favoris,<br />
On se tait. » L’homme alors lui répond : « Et les vôtres<br />
De favoris, vous les croyez jolis ? » Les autres<br />
Se mettent tous à rire en entendant cela ;<br />
L’homme enchanté de son succès dit : « Ah ! la la. »<br />
La bonne, en se penchant sur son tabouret, pouffe ;<br />
Roberte, en regardant toujours, voit une touffe<br />
Derrière, sous le bord de son masque qui fait<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="193" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/206"></span></span>
<div class="poem">
Comme un favori court à la femme, en effet ;<br />
En passant on entend encore une minute<br />
Continuer, toujours lentement, la dispute.<br />
Là-bas s’avance tout un rang de cure-dents<br />
Immenses ; devant eux encore, un homme, dans<br />
Une sorte de râpe à sucre énorme, approche ;<br />
Simulant le cordon par lequel on l’accroche<br />
Une corde très grosse, en haut, faisant un nœud<br />
Se compliquant et très drôle, mais dont on peut<br />
Facilement, par sa grosseur même, comprendre<br />
L’enlacement, traverse un trou pour aller pendre,<br />
Assez raide et tendu presque droit par le poids<br />
Du nœud, sur le côté du grand manche de bois<br />
Qui continue, en la surmontant, une espèce<br />
De planchette en longueur, immense et très épaisse,<br />
S’appliquant presque juste, en dépassant, au dos<br />
De l’homme qui, mêlé dans l’ensemble, a l’air gros ;<br />
Mais on voit que son corps a beaucoup de place entre<br />
La planche et le fer-blanc arrondi, même au ventre ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="194" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/207"></span></span>
<div class="poem">
La plaque, par devant, imitant du métal<br />
Bon marché, fait assez bien, en monumental,<br />
Le fer-blanc où l’on râpe ; en laissant une marge<br />
Pleine à côté du bois, à distance assez large<br />
L’un de l’autre, des trous très grands montrent leurs bords<br />
Rugueux, irréguliers, retournés en dehors ;<br />
La figure de l’homme est seule qui dépasse<br />
Sans rien qui la protège, au-dessus de l’espace<br />
Plein, sans trous, assez haut, du soi-disant fer-blanc,<br />
Laissé comme une bande avant le premier rang<br />
Des larges trous ; en haut, de face, sur le manche,<br />
En noir sur la couleur jaunâtre presque blanche,<br />
Est écrit en travers et très lisiblement,<br />
En sorte d’imprimé peint : « Le bon placement ».<br />
Les lettres soudent mal, comme sur une caisse<br />
D’emballage ; Roberte, en les lisant, dit : « Qu’est-ce<br />
Que cette râpe à sucre effrayante peut bien<br />
Vouloir dire ? » Gaspard répond : « Peut-être rien. »<br />
Mais Roberte, cherchant toujours, des yeux la guette ;<br />
L’homme fait quelque pas de dos ; une étiquette<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="195" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/208"></span></span>
<div class="poem">
Aussi très grande, avec un encadrement bleu,<br />
Est collée en arrière, en haut du manche, un peu<br />
De travers, ressemblant en grand à toutes celles<br />
Qui sont sur des objets, portant le prix sur elles ;<br />
On lit sur celle-là : « Magasin de fer-blanc »,<br />
Puis plus bas, assez gros, en écriture : « Un franc<br />
Dix, pour gagner un prix de cent francs».<br />
<br />
Après l’homme<br />
Viennent les cure-dents, marchant en file comme<br />
S’ils étaient attachés du premier à la fin ;<br />
Le bout s’effile en haut sans devenir très fin ;<br />
Quelques-uns en ont deux mis l’un sur l’autre, doubles,<br />
Qui les font voir dessous, eux, encore plus troubles ;<br />
Sous l’arrondissement opaque ils sont vêtus<br />
De maillots bleus, aux cols empesés, rabattus ;<br />
Leur perruque de clowns à grand toupet est rousse ;<br />
Dans leur figure ils ont un faux nez qui retrousse,<br />
Est crochu, rond, ou tombe ; un n’a pas de faux nez,<br />
Très laid quand même ; ils sont tous bien échelonnés<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="196" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/209"></span></span>
<div class="poem">
Du plus énorme au plus petit, par rang de taille ;<br />
Tout à la fin ce n’est plus que de la marmaille<br />
Qui marche moins en ligne à présent ; le dernier<br />
Courant de temps en temps a cinq ans ; le premier,<br />
Un grand voûté très maigre, aux longues jambes, porte,<br />
Par son manche rayé blanc et rouge, une sorte<br />
D’affichage en carton, carré, montrant, écrit<br />
Sous l’énorme dessin d’une bouche qui rit :<br />
« Cure-dents extra-fins » ; ensuite : « Pour Anglaises »<br />
Est écrit entre deux très larges parenthèses,<br />
Quoique formé de longs caractères plus gros<br />
Que tout le reste.<br />
<br />
Au loin, à gauche, des pierrots<br />
Et des femmes, joyeux sous le calme physique<br />
Grotesque de leur masque à couleurs, sans musique<br />
Font un quadrille, allant tous n’importe comment,<br />
Se trompant dans un sens quelconque à tout moment,<br />
Ou parfois se cognant au milieu, tous ensemble.<br />
Il s font ce que leur dit une femme qui semble,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="197" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/210"></span></span>
<div class="poem">
En dansant avec eux, savoir ce que l’on doit<br />
Faire, et qui tout le temps leur indique du doigt<br />
Les figures qu’il faut exécuter ; les femmes<br />
Font, à deux, face à face une chaîne des dames,<br />
Puis tournent au retour avec leur cavalier<br />
Lui-même.<br />
<br />
Paraissant gêné dans son soulier,<br />
Un cure-dents, assez grand encore, profite<br />
D’un arrêt qui se fait, brusque, pour chercher vite<br />
Quelque chose, avec son index, dans son pied droit,<br />
Le glissant avec peine entre l’espace étroit<br />
Du soulier bleu ; pendant qu’il le fouille, il sautille<br />
Un peu de temps en temps, puis remue et tortille<br />
Dans un déplacement très court, continuel,<br />
Le pied gauche frottant par terre et sur lequel<br />
Il ne se tient pas bien ; pour garder l’équilibre<br />
Il tend avec la main ballante son bras libre,<br />
Le haussant plus ou moins pour faire contre-poids ;<br />
Sur leurs maillots bleu clair, de près ils ont des pois<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="198" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/211"></span></span>
<div class="poem">
Que l’on ne voyait pas, très gros, d’un bleu plus sombre,<br />
Ayant l’air de former des losanges ; l’encombre<br />
En avant se disperse, et sans avoir ôté<br />
Son caillou, le garçon doit partir ; à côté<br />
De Roberte, en passant, pour rattraper l’avance<br />
Que pendant un moment les grands ont pris, l’enfance<br />
Se met au pas de course ; un des deux derniers tient<br />
Le bras de l’autre, ils vont de front.<br />
<br />
Roberte vient<br />
De recevoir, lancés fort de quelque fenêtre,<br />
Un flot de confettis ; elle croit reconnaître<br />
Sur un balcon, après avoir levé les yeux,<br />
Une amie ; un instant elle regarde mieux<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="199" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/212"></span></span>
<div class="poem">
Et dit : « Mais oui, c’est bien Fanny ! » puis elle crie :<br />
« Bonjour ! » La femme prend une face ahurie,<br />
Semblant ne pas l’avoir sur le premier moment<br />
Reconnue, et se penche en lui disant : « Comment,<br />
C’est toi, bien par exemple, avec une toilette<br />
Pareille, un capuchon semblable et ta voilette,<br />
Ma parole d’honneur, je ne t’aurais jamais<br />
Reconnue et tu m’as toute surprise ; mais<br />
Il faut absolument, entends-tu, que tu montes<br />
Vite sur ce balcon, et que tu me racontes<br />
Ce que tu fais, sans rien dire à personne, ici ;<br />
Je ne te savais pas du tout à Nice. Si<br />
J’avais su, nous aurions fait les fêtes ensemble. »<br />
Puis elle rit, en lui disant qu’elle ressemble<br />
Aux fillettes sortant de leur orphelinat<br />
Avec son capuchon, et qu’un pensionnat<br />
La prendrait. « Viens un peu pour te voir dans la glace.<br />
Du reste nous avons encore de la place,<br />
Monte vite. » Roberte, alors, dit : « Oh ! merci,<br />
Nous aimons mieux marcher. » Fanny dit : « Si, si, si !<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="200" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/213"></span></span>
<div class="poem">
J’y tiens beaucoup, je veux te parler. » Elle insiste,<br />
Disant qu’elle sera bien mieux là, qu’on assiste<br />
Plus agréablement au défilé, d’en haut,<br />
Qu’on lance sans jamais rien recevoir, qu’il faut<br />
Qu’elle lui montre un peu le coup d’œil, qu’elle voie<br />
Cela. Puis d’un dernier geste elle les envoie<br />
Vers la porte, disant qu’elle est sur le palier<br />
A les attendre et qu’ils trouveront l’escalier<br />
Là, sous la voûte au bout de quelques pas, à droite,<br />
En ouvrant une porte à deux battants, étroite,<br />
Avec un paillasson tout usé sur le seuil.<br />
Roberte fait un pas, échangeant un coup d’œil<br />
Avec Gaspard qui sans rien dire l’accompagne,<br />
Et retournant un peu sur ses pas elle gagne<br />
L’entrée ; il lui demande à voix basse qui c’est ;<br />
Elle répond, baissant aussi la voix, qu’il sait,<br />
Que c’est cette petite actrice aux gestes drôles<br />
Qui joue un peu partout, toujours, des bouts de rôles,<br />
Fanny Néret, qu’il la connaît au moins de nom ;<br />
Il répète : « Fanny Néret ? » en disant : « Non, »<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="201" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/214"></span></span>
<div class="poem">
Qu’il ne la connaît pas. La porte est grande ouverte,<br />
Au seuil de la maison dont l’entrée est couverte<br />
De confettis intacts, s’espaçant assez loin<br />
Sous la voûte, tassés quelquefois dans un coin ;<br />
En marchant on les fait rouler, on les écrase,<br />
Un s’enfonce au milieu d’une raie.<br />
<br />
Une phrase<br />
Se distingue parmi le brouhaha que font<br />
Des voix que l’on entend venir, là-bas, au fond,<br />
Confuses dans l’écho sonore de la voûte ;<br />
Et l’on voit déboucher d’un grand escalier, toute<br />
Une bande de gens à masques peints ; les voix<br />
Chantonnent en riant, ou parlent à la fois ;<br />
Il s s’arrêtent en bas ; le conciliabule<br />
Se continue, aussi fort, dans le vestibule<br />
Dont la porte vitrée est grande ouverte ; un gros<br />
Court, en domino vert, écarte deux pierrots<br />
Et, mettant ses deux mains sur leur épaule, saute<br />
Gaîment, comme un fou ; mais, un des deux pierrots s’ôte,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="202" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/215"></span></span>
<div class="poem">
Aussitôt, ayant l’air de le trouver trop lourd<br />
En portant la moitié de son poids ; le gros court,<br />
Faisant un mouvement de jambe involontaire,<br />
Cherche à se rattraper, mais se jette par terre ;<br />
Le bruit des voix et des rires devient plus fort ;<br />
Une femme surtout, de tout son cœur, se tord,<br />
Essayant de parler avec sa voix rieuse<br />
Que dément drôlement la face sérieuse<br />
De son masque affreux dont elle tient le menton ;<br />
Roberte, qui tournait justement le bouton<br />
En cuivre travaillé de la porte vitrée<br />
Aussi, qui donne accès dans la petite entrée<br />
De droite, reste sur le paillasson pendant<br />
Quelques instants avant d’ouvrir, les regardant ;<br />
Le gros, péniblement, maintenant se relève<br />
A moitié, sur le plat de ses mains, puis achève<br />
De se mettre debout en disant : « L’animal ! »<br />
La femme en demandant s’il ne s’est pas fait mal<br />
Rit toujours aux éclats ; il répond : « Au contraire ; »<br />
Ajoutant que vraiment si ça peut la distraire,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="203" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/216"></span></span>
<div class="poem">
Pour la remercier de l’immense intérêt<br />
Qu’elle lui porte si gentiment, il est prêt<br />
A faire de nouveau voir la plaisanterie<br />
Une seconde fois, pour tâcher qu’elle rie<br />
Un peu plus fort et plus franchement que cela ;<br />
Puis il fait en massant ses genoux un « holà »<br />
Qui fait réaugmenter les rires de plus belle ;<br />
Un pierrot en riant se tape avec sa pelle,<br />
D’un geste machinal, sur le gras du mollet ;<br />
Le gros reprend, gardant son sérieux, qu’il est<br />
Profondément touché que son accident puisse<br />
Causer tant de chagrin ; il se frotte la cuisse<br />
En l’abaissant, puis en la levant sous sa main,<br />
Disant qu’elle est bien sûr cassée et que demain,<br />
Si par quelque miracle il est encore en vie,<br />
Ce dont il n’a du reste à présent guère envie,<br />
Il ne manquera pas d’avoir un joli bleu ;<br />
Puis, en s’arrêtant net, il jure : « Sacrebleu !<br />
C’est curieux, voilà-t-y pas que je vois trouble ! *><br />
Et voyant tout le temps le rire qui redouble<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="204" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/217"></span></span>
<div class="poem">
Autour de lui de tous côtés, il s’enhardit,<br />
Continuant, et sent bien que tout ce qu’il dit,<br />
Dans la gaîté qui va toujours croissante, porte.<br />
<br />
Mais Roberte a fini par entr’ouvrir la porte ;<br />
Elle la tire grande en faisant un long bruit<br />
Grinçant, aigu, puis passe, et Gaspard, qui la suit,<br />
Referme ; un escalier prend à gauche, assez sombre ;<br />
Les marches sans tapis luisent ; dans la pénombre<br />
Brille surtout assez fort la boule en cristal<br />
De la rampe, posant sur un rond de métal<br />
Sur lequel un reflet court aussi ; la première<br />
Marche, arrondie au bout, est blanche, tout en pierre ;<br />
Les autres en bombant, moins plates, sont en bois<br />
Brun très foncé. Roberte a pris avec les doigts<br />
Seulement, sans toucher beaucoup, la rampe blanche<br />
Qui lui paraissait sale ; en haut Fanny se penche ;<br />
En les voyant monter elle s’écrie : « Eh bien ? »<br />
Roberte lui répond : « C’est nous ; on n’y voit rien,<br />
Ma chère, il y fait noir comme dans une tombe,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="205" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/218"></span></span>
<div class="poem">
Vois-tu, dans ta maison. » A chaque pas il tombe<br />
De tous leurs vêtements beaucoup de confettis,<br />
Et déjà, sur le bois, on en voit d’aplatis,<br />
Perdus, puis écrasés par d’autres presque à chaque<br />
Marche ; un endroit semblant mal assujetti craque<br />
Quand Roberte est dessus, montant tout près du bord<br />
Étroit, près de la rampe ; il craque un peu plus fort<br />
Quand Gaspard, à son tour, y passe à l’endroit large,<br />
Tout près du mur. Fanny répond : « Oh ! je m’en charge !<br />
Roberte lui faisant voir qu’il ne lui restait<br />
Plus un seul confetti déjà ; Gaspard se tait,<br />
Les regardant, pendant tout le temps nécessaire,<br />
Quand on arrive en haut, pour que Roberte serre<br />
Les deux mains à Fanny dont les vieux gants de peau<br />
Sont tous les deux troués ; il ôte son chapeau<br />
En en faisant tomber cette fois une foule<br />
De confettis qui vont en se cognant ; un roule<br />
Jusqu’au bord, puis se jette en bas, un autre aussi.<br />
Roberte, en lui disant : « Viens un peu par ici, »<br />
Tend un instant la main vers lui, puis le présente<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="206" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/219"></span></span>
<div class="poem">
A Fanny ; devant elle il s’incline et plaisante<br />
Son costume et surtout son bonnet phrygien,<br />
Qu’il s’excuse d’avoir ; Fanny rit : « Et le mien,<br />
De costume, voyons, qu’est-ce que vous en dites ?<br />
Je crois qu’il est aussi drôle. » Elle a de petites<br />
Dents blanches, des sourcils très fins et de grands yeux<br />
Bleus un peu peints, avec des gestes gracieux.<br />
La porte de la chambre à tapis est ouverte ;<br />
Tout en y pénétrant avec Fanny, Roberte,<br />
Avec un grand regard, dit en baissant la voix<br />
Qu’elle lui contera la chose une autre fois.<br />
Assez grande et formant presque un carré, la pièce<br />
Donnant sur le balcon lui-même, est une espèce<br />
De salon tout garni de meubles, mais qui fait<br />
Aussi salle à manger. A gauche un grand buffet,<br />
Contre le mur, est très plein ; une cafetière,<br />
Dedans, fait le pendant d’une chocolatière ;<br />
Entre, sur une assiette, un morceau de pain bis<br />
Est coupé. Sur la table, au centre, un grand tapis<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="207" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/220"></span></span>
<div class="poem">
Traînant presque par terre avec sa longue frange,<br />
Est jaunâtre, formant comme un dessin étrange ;<br />
Sur le bord brille un verre à pied, avec de l’eau.<br />
Sur le mur de la porte, un très petit tableau<br />
Est accroché par un mince anneau ; son gros cadre<br />
Est noir ; il représente, assez mauvais, l’escadre<br />
Échelonnée, avec une mer bleu foncé ;<br />
En avant, et très gros, un premier cuirassé<br />
Suivi d’autres, de plus en plus petits, arrive ;<br />
Dans un des coins, en courbe, on voit un peu de rive.<br />
Un autre tableau fait pendant ; c’est un chevreuil<br />
Tué. Juste en dessous de l’escadre, un fauteuil<br />
En acajou parfois abîmé, d’une forme<br />
Banale, les bras courts et le dossier énorme,<br />
Dont les ressorts font des bosses, est recouvert<br />
D’un velours plus ou moins usé par endroits, vert ;<br />
Dessus, soulevé par un ressort, traîne un livre<br />
Léger, vieux, cartonné, jauni ; des clous de cuivre<br />
Bombés, et dans lesquels se reflète le jour<br />
De la fenêtre, sont alignés tout autour<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="208" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/221"></span></span>
<div class="poem">
Du dossier et des bras ; le même point miroite<br />
Sur chacun, par série. A la cloison de droite,<br />
En face du buffet, un vaste canapé<br />
A son dossier plus haut aux coins ; il est râpé<br />
Et blanchi sur plusieurs grands endroits ; une glace,<br />
Juste au-dessus de lui, tient une grande place ;<br />
Il est en velours vert, avec de l’acajou,<br />
Exactement pareil au grand fauteuil ; un clou<br />
Manque sur un des bras, et dans la bande verte<br />
Tressée en cordons durs, met un trou noir.<br />
<br />
Roberte,<br />
En entrant, tout de suite a regardé partout<br />
L’ameublement et les choses de mauvais goût ;<br />
Sur le fauteuil, le dos du livre porte un titre<br />
Presque effacé ; la glace au fond de chaque vitre<br />
Lui faisant justement vis-à-vis, du buffet<br />
Se reflète, assez sombre. Au bruit que l’on a fait<br />
En entrant d’abord, puis en refermant la porte<br />
Rien qu’en poussant dessus, une femme assez forte<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="209" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/222"></span></span>
<div class="poem">
S’est retournée ; elle est au balcon sur lequel<br />
Un pierrot est plus loin ; elle dit : « Viens, Michel, »<br />
Et devant le pierrot qui suit, elle pénètre<br />
Dans la chambre par la haute porte-fenêtre<br />
Grande ouverte ; Fanny dit alors : « Nous voici. »<br />
Le pierrot et la femme ont tous les deux, ainsi<br />
Que Fanny, tous les trois en rose, comme masques,<br />
Sans chapeau ni bonnet, ces espèces de casques<br />
Protégeant le pourtour de la tête en entier.<br />
Fanny se met alors, vite, à balbutier<br />
Quelques noms, présentant du geste tout le monde ;<br />
Ensuite, sans parler, pendant une seconde<br />
On reste en souriant avec de l’embarras ;<br />
Alors Fanny, prenant Roberte par le bras,<br />
Du côté du balcon tout doucement la pousse ;<br />
Michel, en se rangeant, cogne d’une secousse<br />
La table, en agitant là-bas le verre d’eau ;<br />
Fanny lève le bras, craintive, en faisant : « Ho ! »<br />
Mais, quoique remuant très fort, l’eau ne déborde<br />
Pas ; Fanny dit tout en riant : « Miséricorde !<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="210" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/223"></span></span>
<div class="poem">
Il ne s’en fallait pas de grand’chose, je crois, »<br />
Puis elle sort auprès de Roberte ; les trois<br />
Autres gagnent aussi le balcon ; Fanny montre<br />
Un sac de confettis en toile, appuyé contre<br />
Le mur, encore plein, mais ouvert, dans le coin,<br />
En disant que puisqu’elle en a juste besoin,<br />
A Roberte, et qu’il faut bien se battre, elle en prenne,<br />
Et que ce grand sac-là, c’est elle qui l’étrenne ;<br />
Roberte trouve, entrée, une pelle dedans ;<br />
Elle en met dans son sac, suffisamment, mais sans<br />
L’emplir plus qu’à moitié, puis replante la pelle ;<br />
Ensuite, en le touchant sur le bras, elle appelle<br />
Gaspard, en lui disant d’aller en prendre aussi ;<br />
Il dit d’abord : « Ce n’est pas la peine, merci,<br />
Je n’en ai pas besoin, » puis finit par se rendre<br />
Aux « mais si » de Fanny qui veut, et par en prendre<br />
Deux ou trois fois avec sa pelle à lui, puisqu’on<br />
Y tient. Roberte est là, tout au bout du balcon,<br />
A côté de Fanny, dans le coin, tout à droite ;<br />
Elle a le genou pris dans la distance étroite<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="211" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/224"></span></span>
<div class="poem">
Surtout avec tous ses jupons, de deux barreaux,<br />
Dont un, celui du coin, est le double plus gros.<br />
Fanny, tout en causant, vient d’appeler « Adèle »<br />
La femme qui sourit, placée à côté d’elle ;<br />
Puis vient Michel, et puis Gaspard qui n’est pas loin,<br />
Avec, pourtant, pas mal trop de place, du coin.<br />
<br />
De tout près, dans la rue, on voit la tête immense<br />
Du cuisinier qui passe à présent et commence<br />
A découvrir, avec son geste habituel,<br />
Le couvercle fermé justement, sous lequel<br />
Les marmitons baissés viennent de reparaître ;<br />
Il s se lèvent avec, et finissent par être<br />
Debout ; un d’eux leur donne un ordre avec sa voix<br />
Enfantine ; alors tous se mettent cette fois<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="212" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/225"></span></span>
<div class="poem">
Dans le sens opposé pour tourner, la figure<br />
Dirigée en dehors ; le même moutard jure,<br />
Trouvant qu’on ne fait pas assez vite le rond ;<br />
Le couvercle, d’ici, cache jusqu’à mi-front<br />
Certains ; d’autres plus grands l’ont jusque sur la bouche ;<br />
Un très petit, qu’on voit presque tout entier, louche ;<br />
Il s tournent très serrés, en se donnant le bras,<br />
Parfois croisant les mains. Sur la musique, en bas,<br />
Seule, une femme en grand pâtissier tourne et danse,<br />
En tenant dans sa main, par le bout, semblant dense<br />
Et serré dans son bas couleur chair, son mollet ;<br />
L’autre main est ballante ; on voit très bien qu’elle est<br />
Fatiguée ,et qu’elle a chaud ; mais elle s’obstine<br />
Avec entêtement, sans lâcher sa bottine,<br />
Mordorée ; elle cesse au bruit que font deux sous<br />
En sautant de sa poche.<br />
<br />
En bas, juste en dessous<br />
Du balcon, et parmi la file allant de gauche<br />
A droite, se promène une espèce d’ébauche<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="213" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/226"></span></span>
<div class="poem">
De sculpteur, assez grande, en terre marron clair ;<br />
Elle marche tout droit, pas mal vite ; elle a l’air,<br />
Avec plusieurs volants, de quelque Marguerite<br />
De Faust, baissant les yeux d’une mine hypocrite ;<br />
La robe semble, en long, imiter un pli mou,<br />
Et dessiner un peu, comme en marche, un genou ;<br />
On ne voit presque rien de fait dans la figure,<br />
Sauf les yeux paraissant baissés, et la coiffure<br />
Qui forme sur le front, en courbes, deux bandeaux,<br />
Et, plate partout, fait deux nattes dans le dos,<br />
Jointes par un seul nœud ; dans sa main une espèce<br />
De volume étroit, long, comme un livre de messe,<br />
Dépasse ; son bras gauche, étroit, est appuyé<br />
Sur la hanche.<br />
<br />
En casquette énorme d’employé<br />
De gare, vient, derrière elle, un homme d’équipe<br />
A tête de carton ; il fait voir une pipe<br />
Gigantesque, qu’il tient debout, à pleine main,<br />
Et dont le bout est très courbé.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="214" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/227"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Fanny fait : « Hein ? »<br />
Et Roberte répète un peu plus haut : « Et Charles ?<br />
Il n’est donc pas venu du tout ? Tu ne m’en parles<br />
Pas, on ne le voit pas ; est-ce que c’est fini ?<br />
Je ne suis au courant de rien, tu sais. » Fanny<br />
Dit : « Non, non, pas du tout, mais aujourd’hui, Camille<br />
Et lui sont, tous les deux, dans toute leur famille,<br />
Avec un tas d’amis, sur un grand char à bancs<br />
Qu’ils ont au moins loué, je crois bien, pour cent francs ;<br />
C’est lui qui m’a loué cette fenêtre ; en somme<br />
Je suis restée au moins six mois sans te voir. »<br />
<br />
L’homme<br />
D’équipe passe ; il entre avec beaucoup de soin,<br />
Son énorme tuyau de pipe dans le coin<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="215" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/228"></span></span>
<div class="poem">
De la bouche, assez grande ouverte, de la tête,<br />
Dont le large sourire a l’air content et bête ;<br />
Sa main droite, partout, montre avec bonne humeur<br />
Une plaque de tôle énorme, avec « Fumeur »<br />
Écrit sur le fond noir, en couleur d’or noircie<br />
Et sale, comme ayant les traces de la suie ;<br />
La plaque est très pareille à celles que l’on met<br />
Aux wagons. Il paraît dire : « Ça me permet,<br />
Comme vous pouvez voir, de fumer à ma guise,<br />
Puisque j’ai cette plaque, et sans que ça me nuise, »<br />
Par ses gestes ravis. En face, ils sont un tas<br />
A la fenêtre ; un grand long, crie au fumeur : « T’as<br />
Donc avalé, dis donc, toi, ta locomotive ? »<br />
<br />
A gauche, loin déjà, le cuisinier active<br />
Toujours, l’entassement de son soi-disant feu,<br />
A l’aide de son bras gauche qui tremble un peu<br />
Aux cahots ; du bras droit, pour l’instant, il recouvre<br />
Tous les marmitons ; mais le couvercle s’entr’ouvre<br />
De temps en temps, comme un récipient qui bout ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="216" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/229"></span></span>
<div class="poem">
C’est un des marmitons resté presque debout<br />
Qui, pour rire, parfois lui donne une secousse.<br />
La même femme en grand pâtissier se trémousse ;<br />
Deux autres tournent vite en se donnant un bras,<br />
On ne comprend pas bien le fouillis de leurs bas,<br />
Leurs jambes s’embrouillant toutes quatre, pas nettes.<br />
<br />
Un grand maître d’école a d’énormes lunettes<br />
Vertes, parant sa tête en carton à souhait ;<br />
Il donne tout le temps, violemment, le fouet<br />
A l’imitation grotesque d’un mioche<br />
Comme en chiffons, qui tient un reste de brioche<br />
Dans une main. Il l’a par le bord de son col<br />
De marin, le laissant toucher des pieds le sol<br />
Presque entre chaque coup ; c’est avec une canne<br />
Qu’il le frappe ; la tête à l’air méchant ricane<br />
Fort ; par la bouche on peut voir à l’intérieur<br />
De la tête, changeant de son aspect rieur,<br />
Les regards sérieux de l’homme qui s’occupe<br />
Beaucoup de se guider. Il a presque une jupe<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="217" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/230"></span></span>
<div class="poem">
Cachant jusqu’au mollet au moins son pantalon<br />
Jaune, élégant, uni, clair, qu’un large galon<br />
Noir garnit en hauteur, avec sa redingote<br />
Immense, bleu foncé. Le mioche gigote<br />
Sous les coups qu’il paraît se sentir infliger<br />
Avec ses soubresauts ; le corps est si léger,<br />
Battant et se jetant dans tous les sens, que l’homme<br />
A l’air de le porter sans se fatiguer, comme<br />
S’il était tout en ouate, et parfois il le tient<br />
Longtemps à bras tendu ; le col marin revient<br />
Tout à fait sur le dos de la tête qu’il cache.<br />
Un pierrot lève un peu son masque peint et crache<br />
Vite, puis le remet en place ; on n’aurait pas<br />
Cru, rien qu’en le voyant lui-même, que son bas<br />
De figure qu’on vient d’apercevoir, puisse être<br />
Aussi maigre que ça.<br />
<br />
Là, derrière le maître<br />
D’école qui s’approche en riant et qui n’est<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="218" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/231"></span></span>
<div class="poem">
Qu’à dix pas, une très grosse tête en bonnet<br />
De coton bleu domine un peu tout ; elle est mise,<br />
Mais très peu, de travers, sur un corps en chemise<br />
De nuit, représentant un petit sec, vieillot,<br />
Ayant, pour imiter ses jambes, un maillot<br />
Rose ; il a la figure impatiente ; il porte,<br />
En la tournant partout quelquefois, une porte<br />
Qui semble très légère, et petite, en carton,<br />
Sur laquelle, des deux côtés, sort un bouton<br />
Plat, voulant imiter, mais mal, par sa dorure,<br />
Du cuivre ; sur l’endroit du trou de la serrure,<br />
Réellement à jour on a fait un vrai trou<br />
Ayant la forme, assez bien, d’une clé, par où<br />
L’homme, parfois, pendant quelques instants regarde<br />
En l’appliquant en haut de la tête qui garde<br />
Son air impatient ; il y colle le mieux<br />
Possible, quelquefois pas très bien, un des yeux,<br />
Tantôt l’un, tantôt l’autre ; assez souvent il change<br />
De main ou bien la tient à deux mains ; un losange<br />
Est peint des deux côtés, imitant un carreau<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="219" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/232"></span></span>
<div class="poem">
Dépoli’sur lequel on lit le numéro<br />
Cent. Quand il a fini de regarder il frappe<br />
Visiblement de son troisième doigt, puis tape<br />
Du poing, comme voulant vite se faire ouvrir.<br />
Un pierrot qui le suit vient de le découvrir,<br />
Soulevant un peu sa chemise qu’il écarte ;<br />
Il est tout habillé dessous. Une pancarte<br />
Tout en haut, au-dessus de la porte, a : « Toc, toc »<br />
Des deux côtés.<br />
<br />
Croisant le professeur, un coq,<br />
Le premier, est le seul ayant toujours le zèle<br />
De bien lever la jambe et de battre de l’aile ;<br />
Les autres, le suivant très mal en ce moment,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="220" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/233"></span></span>
<div class="poem">
Vont comme tout le monde et n’importe comment ;<br />
Un se frotte le nez avec une grimace.<br />
<br />
Sur le balcon on vient d’attraper une masse<br />
De confettis lancés d’en bas, fort, et très haut,<br />
Par un pierrot ayant fait sur place un grand saut<br />
Pour les jeter afin qu’ils retombent en grêle ;<br />
Fanny, tout en fouillant entre son sac, le hèle<br />
En lui disant : « Attends un peu, » forçant la voix ;<br />
Tous puisent dans le fo«d de leur sac à la fois,<br />
Puis ressortent leurs mains ou leurs pelles très vite,<br />
Craignant que le pierrot en se sauvant n’évite<br />
Leur riposte ; il est là toujours ; tous tapent dur<br />
Une première fois, puis recommencent sur<br />
Sa tête qu’ils avaient mal attrapée ; il rentre<br />
En croisant ses deux mains dessus, son large ventre,<br />
Et se met à tourner sans cesse en criant : « Hou<br />
La la la la ! » penchant tout de travers son cou,<br />
Levant contre sa tête, à gauche, son épaule ;<br />
Fanny crie : « Oui, c’est ça, va, c’est bien fait, piaule, »<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="221" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/234"></span></span>
<div class="poem">
Lançant toujours. Il crie : « Au secours ! au secours ! »<br />
Faisant, toujours tout raide, en sautillant, des tours<br />
Sur place sans chercher à s’ôter de la douche<br />
De confettis qui tombe et chaque fois le touche,<br />
Lancés avec la main ou la pelle selon<br />
Les coups, plus ou moins fort. Il n’a qu’un pantalon<br />
Ordinaire, de ville, avec la blouse verte<br />
De son pierrot, mal mise en haut et tout ouverte<br />
Au cou ; l’une de ses bottines se ternit<br />
De plâtre, beaucoup plus que son autre ; il finit<br />
Par s’en aller, tournant toujours, très ridicule,<br />
Sur lui-même au milieu des masques qu’il bouscule<br />
Et dont certains, voulant le prendre par le bras,<br />
Cherchent à l’arrêter, mais ne le peuvent pas ;<br />
Au passage, un gros homme en domino qu’il cogne<br />
Assez fort sans cesser de tourner toujours, grogne :<br />
« Allons donc, sacrebleu ! voyons, je n’ai jamais<br />
Vu pareil idiot, quel imbécile ! » mais<br />
L’autre crie alors : « C’est comme ça qu’on se colle<br />
Sur les gens ? » lui donnant tort.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="222" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/235"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Le maître d’école,<br />
En équilibre, tient sa canne sur un doigt<br />
Depuis cinq ou six pas ; c’est de dos qu’on le voit<br />
Maintenant, et sur sa redingote une espèce<br />
De carré blanc d’étoffe, ayant l’air d’une pièce,<br />
Est cousu proprement sur chaque immense pan<br />
Côte à côte, avec : « Pan ! » pour qu’on lise : « Pan ! Pan ! »<br />
Laissant glisser sa canne entre sa main, il fouette<br />
De nouveau le moutard.<br />
<br />
Poussant une brouette,<br />
S’approche, à gauche, un grand et très gros campagnard ;<br />
Sa tête immense a l’air souriant, goguenard,<br />
Avec l’aspect heureux d’un bon propriétaire ;<br />
Dans la brouette on voit un peu de grosse terre<br />
Véritable, noirâtre et par paquets ; il est<br />
Sans veste, en pantalon gris très clair, en gilet<br />
Ouvert par où l’on voit son plastron de chemise ;<br />
Au bout d’une baguette on lit : « Terre promise »<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="223" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/236"></span></span>
<div class="poem">
Sur un écriteau jaune encadré d’un dessin<br />
Formant un fin zigzag ; en dessous : « au voisin »<br />
Est écrit entre deux parenthèses.<br />
<br />
Derrière,<br />
Un homme marche avec une allure guerrière,<br />
N’ayant qu’un très petit bourrelet de cheveux<br />
Et chauve immensément, mais sans avoir l’air vieux ;<br />
La bouche de la tête en carton est ouverte,<br />
Et la rangée, en haut, de ses dents, découverte<br />
Comme s’il chantait fort avec tout son pouvoir ;<br />
Sur l’écriteau de sa poitrine l’on peut voir<br />
Déjà, tout le début, avec un seul dièze,<br />
Commençant par plusieurs rés, de la Marseillaise ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="224" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/237"></span></span>
<div class="poem">
Le premier vers s’aligne en dessous ; on le dit<br />
A l’instant, malgré soi, sur l’air. L’homme brandit<br />
Un drapeau tricolore et dur dans sa main droite,<br />
Paraissant en carton épais ; en haut miroite<br />
Un ornement de cuivre au bout du manche bleu<br />
Très long pour le drapeau ; sur le blanc, au milieu,<br />
Est écrit, commençant par une majuscule,<br />
Et lisible d’ici quand il ne gesticule<br />
Pas trop vite, sur deux lignes : « Je suis chauve hein ? »<br />
Pour faire un calembour avec le mot chauvin ;<br />
Un groupe de pierrots le suit, tapant par terre<br />
Du pied pour imiter comme un pas militaire ;<br />
Il s chantent pour de vrai la Marseillaise en chœur ;.<br />
Le chauve fait du bras gauche un geste vainqueur,<br />
Agitant le drapeau du droit, tenant la hampe<br />
Par le milieu ; soudain il se gratte la tempe<br />
Par la bouche, et refait son geste. Parmi l’air<br />
Assez juste, on entend le timbre un peu plus clair<br />
D’un pierrot plus petit, à voix d’enfant, en rouge,<br />
Criant plus fort que ses compagnons, et qui bouge<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="225" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/238"></span></span>
<div class="poem">
Les bras en gambadant ; ils ont tous l’air de fous<br />
En braillant : « L’étendard sanglant est levé, » sous<br />
Le sérieux de leurs masques peints ; la figure<br />
De l’homme, sans chanter, dans la pénombre obscure<br />
De la bouche, rit. Sur « Abreuve nos sillons »<br />
Le chœur finit ; un seul reprend encore : « Allons,<br />
Enfants de la patrie ! » et les autres ensuite<br />
Reprennent à leur tour, comme sous sa conduite.<br />
Roberte qui, les doigts blancs, se les essuyait,<br />
S’écrie : « On se croirait au quatorze juillet. »<br />
Quand ils passent devant le balcon, elle envoie,<br />
Sans que l’homme au milieu de sa tête la voie,<br />
Des confettis ; tous les chanteurs en ont sur eux<br />
Quelques-uns, mais le reste avec un bruit très creux<br />
Est assez bien tombé sur tout l’immense crâne.<br />
Ayant l’air de vouloir suivre le chœur, un âne<br />
Se voyant dépassé par le dernier pierrot,<br />
Un blanc et vert aux bras maigres, se met au trot ;<br />
Le cavalier, un des chinois, mal à son aise,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="226" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/239"></span></span>
<div class="poem">
Tire dessus, trottant très dur à la française,<br />
En empoignant sa bride élégante, et retient<br />
Le trot qui continue encore, puis parvient<br />
A le faire tenir fixe, pour que le reste<br />
De l’analcade aux tons clairs d’empire céleste<br />
Puisse le rattraper. Formant un ramassis<br />
De nombreuses couleurs et d’or, ils sont assis,<br />
Les deux jambes pendant d’un côté, sur des selles<br />
Formant un peu fauteuil et pareilles à celles<br />
Des tout petits enfants ; les diverses couleurs<br />
De leur robe, pour tous, sont les mêmes. Sous leurs<br />
Sandales d’or ils ont une longue planchette<br />
Accrochée à la selle, en haut. Roberte jette<br />
Des confettis sur eux ; ils tombent sur le sol<br />
Après avoir, en plein, touché le parasol<br />
De l’un ; ils en ont tous, grands, en papier tout rouge<br />
Qu’ils font tourner plus ou moins vite ; un d’eux le bouge<br />
Simplement dans un sens et dans l’autre, sans bien<br />
Le tourner comme il faut ; un autre met le sien,<br />
Le baissant tout à coup, peureux, devant sa face,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="227" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/240"></span></span>
<div class="poem">
Venant de voir quelqu’un, et craignant qu’il le fasse<br />
Vraiment, appuyer fort, en le visant, son doigt<br />
Sur le manche de bois de sa pelle ; on le voit<br />
Un instant tout entier d’en haut ; sur sa calotte<br />
Bleue est un bouton vert ; sa casaque ballotte<br />
Jaune et bleu clair, en soie et faisant des plis, car<br />
Elle devient trop large à la taille.<br />
<br />
Le char<br />
De la nourrice fait une cacophonie<br />
Avec la Marseillaise, à droite, pas finie ;<br />
Voyant ça, les chanteurs n’en braillent que plus fort ;<br />
Le petit pierrot rouge à voix d’enfant se tord<br />
En cessant de chanter, et se tapant la cuisse<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="228" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/241"></span></span>
<div class="poem">
Avec la main, d’un air ravi ; quoiqu’on ne puisse<br />
Voir son expression, ses gestes folichons<br />
La peignent sous son masque. Il s hurlent tous : « Marchons !<br />
Marchons ! qu’un sang impur… » pour dominer le cuivre<br />
Qu’on entend dans le char. L’âne veut toujours suivre<br />
Le chœur de temps en temps, quoiqu’il soit déjà loin,<br />
Retrottant ; le chinois a constamment besoin<br />
D’avoir sa rêne très raide et de prendre garde<br />
Qu’il ne veuille partir devant.<br />
<br />
Fanny regarde<br />
La file allant vers la gauche des hommes verts<br />
Qui précèdent toujours la nourrice, couverts<br />
De leur grande citrouille enfonçant sur leur tête ;<br />
Le premier, entravé par un landau, s’arrête,<br />
Puis les autres aussi presque tous à la fois ;<br />
Un d’eux, de chaque main, prend dans deux de ses doigts<br />
Une basque de son habit vert, puis il danse<br />
En jetant de côté les pieds ; la discordance<br />
Des deux musiques font comme un rythme indécis<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="229" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/242"></span></span>
<div class="poem">
Sur lequel il se règle ; on voit qu’il s’est assis<br />
Par terre ; sa culotte, au fond, est toute blanche ;<br />
Sans le vouloir il cogne un peu contre la hanche<br />
Un gros pierrot qui dit : « Voyons, voyons, voyons,<br />
Voyons, je ne crois pas pourtant que nous soyons<br />
Dans l’eau, nom d’un pétard, espèce de grenouille. »<br />
L’homme vert le salue en ôtant sa citrouille.<br />
Fanny dit : « Oh ! j’ai vu ce nez-là quelque part,<br />
Sûr. » Du reste la file en ce moment repart<br />
Et la nourrice approche ; exprès toute molasse,<br />
Une femme en bébé se tournaillant sur place<br />
Fait ballotter ses bras, dansant sur le plancher.<br />
Fanny dit à Roberte un peu de se pencher<br />
Par-dessus le balcon ; pendant une seconde<br />
Elles restent à voir la quantité de monde,<br />
Presque un rassemblement, là ; Roberte dit : « Oui, »<br />
A Fanny qui lui montre et dit : « C’est inouï,<br />
N’est-ce pas, ce qu’on en voit ; quelle marmelade<br />
Si le balcon tombait. » Là, dans la bousculade<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="230" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/243"></span></span>
<div class="poem">
Le chapeau d’un enfant est à moitié tombé ;<br />
Il le replace bien sur son masque bombé<br />
Sans couleur, vite pour qu’on ne le réprimande<br />
Pas.<br />
<br />
Fanny se relève et maintenant demande<br />
A Roberte : « A propos, où donc demeurez-vous ? »<br />
Roberte dit : « C’est vrai, je ne te dis pas, nous<br />
Sommes dans un hôtel, boulevard Dubouchage,<br />
Assez modeste ; damel il faut bien être sage<br />
Et savoir quelquefois se priver de choisir,<br />
On peut faire durer plus longtemps son plaisir<br />
Ainsi. » Puis en levant le doigt elle lui montre<br />
La nourrice avec sa grosse chaîne de montre,<br />
Disant : « Ohl n’est-ce pas qu’avec ce gros bandeau<br />
Elle ressemble en brun comme deux gouttes d’eau,<br />
Surtout de ce côté, de profil, à Gertrude ? »<br />
Fanny rit en disant : « Peut-être, mais c’est rude<br />
Tout de même pour elle. » Adèle cause avec<br />
Gaspard. Un des poupons tend très fort d’un coup sec<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="231" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/244"></span></span>
<div class="poem">
Son cordon, en tombant soudain sur la commode.<br />
Fanny dit : « Ce serait très joli comme mode<br />
En somme, ces bonnets, c’est tout à fait seyant. »<br />
Dans la musique un cuivre est toujours très bruyant ;<br />
Sur un carnet on voit un gros poupon écrire.<br />
<br />
Tout en bas, une longue analcade pour rire<br />
Marche dans l’autre sens, représentant, debout,<br />
Des écuyers de cirque, identiques d’un bout<br />
A l’autre, en habits bleus où brille le bouton<br />
De cuivre. Les petits ânes sont en carton,<br />
Passés par un grand trou pas très juste, qui bâille<br />
Par derrière et devant, tout autour de leur taille ;<br />
Petites, avec des bottes à revers blancs,<br />
Des jambes sont jusqu’aux cuisses feintes aux flancs<br />
Des faux ânes avec des étriers à roues.<br />
Les écuyers ont tous jusqu’au milieu des joues<br />
De faux favoris noirs s’écartant de leur peau ;<br />
Il s ont, exagéré comme mode, un chapeau<br />
Haut de forme, assez bas et très cintré, gris clair ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="232" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/245"></span></span>
<div class="poem">
Les jambes, commençant juste à la selle, ont l’air<br />
De bien continuer leur corps, comme leurs vraies ;<br />
On voit, se côtoyant toutes proches, deux raies<br />
Jaunes des deux côtés de la couture, à leur<br />
Culotte de cheval de la même couleur<br />
Que l’habit dont les pans s’écartent sur la croupe ;<br />
Trois ensemble, causant derrière, font un groupe ;<br />
Tombant presque à leurs pieds ; à partir du genou,<br />
Transparent, ayant l’air d’être très mince et mou,<br />
Comme une jupe, un grand morceau d’étoffe rouge<br />
Est collé tout autour de chaque âne ; elle bouge<br />
Et frissonne, bordée en bas par un galon,<br />
Laissant voir seulement très peu du pantalon<br />
Ordinaire qu’ils ont et qu’on veut qu’elle cache ;<br />
Il s portent une longue et noirâtre cravache<br />
A mèche rouge avec leurs mains droites qui sont<br />
Ballantes à leur pas ; dans la main gauche ils ont<br />
Leur bride ; un d’eux voulant voir quelque chose touche<br />
A son faux genou droit. Les ânes ont la bouche<br />
Ouverte, laissant voir un rang de grandes dents ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="233" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/246"></span></span>
<div class="poem">
Elle est, ainsi que les naseaux, rouge au dedans.<br />
<br />
Derrière la nourrice, un peu loin, se profile,<br />
Hélant les écuyers au passage, une file<br />
D’hommes en habit rouge à tête de gros chien.<br />
Chacun d’une autre race et se distinguant bien ;<br />
Tous balancent au bout de leurs bras une niche ;<br />
Le premier, moustachu, tout blanc, est un caniche ;<br />
Le deuxième, fronçant le nez d’un air vilain,<br />
Jaune avec le museau tout noir, est un carlin ;<br />
Derrière, une levrette au contraire a l’air douce,<br />
On lui voit sur le cou le début d’une housse,<br />
Elle ouvre son museau très fin et très pointu ;<br />
Un autre a le bout des oreilles rabattu<br />
En avant qui lui donne un air de chien de chasse<br />
Aux yeux brillants, au flair actif et perspicace.<br />
Il est tout noir avec des taches de couleur<br />
Feu.<br />
<br />
Réapparaissant là-bas, le rémouleur,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="234" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/247"></span></span>
<div class="poem">
Venant de faire tout le bout du parcours, tourne<br />
Pour rentrer dans la rue ; il s’arrête et séjourne<br />
Quelque temps en voyant la nourrice qui vient<br />
Vers lui pour s’en aller, elle, à droite, et qui tient<br />
Une trop grande place en largeur pour qu’il puisse<br />
Se croiser avec elle ; immobile sa cuisse,<br />
En bas, commençait juste à remonter en l’air<br />
Pour aiguiser ses grands ciseaux blancs sans éclair.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="235" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/248"></span></span><br />
IV<br />
<div class="poem">
Lorsque tous les deux, vers cinq heures et demie,<br />
Descendent dans la rue, une grande accalmie<br />
Se fait. Le défilé des sujets et des chars<br />
Est terminé ; partout des masques vont épars,<br />
Encore très nombreux et turbulents dans toute<br />
La rue. Il s vont à gauche en sortant de la voûte ;<br />
Roberte, au bout de cinq, six pas, lève les yeux<br />
Vers le balcon, voulant refaire des adieux<br />
A Fanny qu’elle vient de quitter là ; mais elle<br />
Est rentrée, et l’on voit, juste de dos, Adèle<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="236" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/249"></span></span>
<div class="poem">
Qui rentre aussi, suivant probablement Fanny.<br />
<br />
Le jet des confettis est tout à fait fini ;<br />
La foule est maintenant librement dispersée,<br />
Sans rien pour la gêner, sur toute la chaussée ;<br />
Les masques sont ôtés déjà pour la plupart.<br />
Roberte, se mettant à côté de Gaspard,<br />
Lui demande en poussant un soupir s’il ne trouve<br />
Pas que déjà, d’avance, en pensant, on éprouve<br />
Du plaisir à l’idée enfin qu’on va pouvoir<br />
Oter ces vêtements pleins de plâtre, et se voir<br />
Un peu tout simplement, tous les deux, sans costume,<br />
N’ayant plus l’air de fous, et comme de coutume,<br />
En gens sensés ; Gaspard, en riant, dit : « Oh ! si,<br />
Ça, par exemple ! » Puis il lui demande si<br />
Elle ne se sent pas quelque peu fatiguée<br />
De son après-midi, d’avoir été si gaie<br />
Et puis d’être restée aussi longtemps debout<br />
Au balcon ; elle dit : « Non, non, oh ! pas du tout ;<br />
C’est aux bras que j’aurais plutôt de la fatigue,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="237" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/250"></span></span>
<div class="poem">
De tant m’être accoudée. »<br />
<br />
A gauche l’on intrigue<br />
Un gros pierrot en vert. C’est une femme qui<br />
A conservé son masque, et prétend qu’avec lui<br />
Un jour elle est allée en bateau sur le Rhône ;<br />
Qu’il avait même un grand et gros pardessus jaune<br />
Qu’elle croit voir encore. A chaque nouveau nom<br />
Qu’il lui dit, se creusant la tête, elle fait « non »,<br />
Et les inventions qu’il trouve la font rire ;<br />
Elle se met alors à vouloir lui décrire<br />
La couleur de ses yeux, sa bouche, ses cheveux,<br />
Mais l’autre dit : « Non, non, ne dites rien, je veux<br />
Chercher ; vous comprenez, il faut que je devine ;<br />
Je sais déjà que vous avez la taille fine<br />
Et derrière ce masque atroce un son de voix<br />
Ravissant ; m’avez-vous déjà vu plusieurs fois ? »<br />
Elle dit : « Ah ! bien, oui, plusieurs fois, et bien d’autres<br />
Avec, je vous connais, allez, vous et les vôtres. »<br />
Il répond : « Ça, c’est drôle à la fin ; attendez,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="238" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/251"></span></span>
<div class="poem">
C’est vous mademoiselle… attendez, est-ce chez<br />
Mes cousins Darincy-Peck que je vous ai vue<br />
Pour la dernière fois quand nous vous avons eue<br />
Entre nous deux pendant dîner, mon frère et moi ? »<br />
Elle reprend : « J’aurais bien désiré, ma foi,<br />
Dîner de la façon de cette demoiselle, »<br />
Mais déclare qu’hélas ! non, ce n’était pas elle,<br />
Et qu’elle est mariée et madame, d’ailleurs.<br />
Il redemande : « Ainsi, vous m’avez vu plusieurs<br />
Fois ? » Elle dit : « La la, pour ça, je vous le jure,<br />
Vous allez tout à l’heure en faire une figure ! »<br />
Soudain il rit et dit : « Ah ! cette fois, j’y suis !<br />
C’est trop fort, justement je n’y pensais pas. » Puis<br />
Dit un nom et la femme entendant cela pouffe ;<br />
Il dit qu’il ne faut pas surtout qu’elle s’étouffe<br />
Et qu’elle fera mieux de se nommer enfin,<br />
Car il donne sa langue au chat s’il en a faim.<br />
Elle dit : « Ah ! vous qui vouliez tant qu’on vous laisse<br />
Chercher, vous renoncez tout de même. » Elle baisse<br />
Son capuchon orange et blanc ; puis prenant soin<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="239" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/252"></span></span>
<div class="poem">
De ses cheveux, pourtant qui n’en ont pas besoin,<br />
Déjà complètement ébourriffés, elle ôte<br />
Avec précaution, en faisant une haute<br />
Courbe, le caoutchouc assez mou qui revient<br />
Par-devant, sur le nez du masque qu’elle tient<br />
Encore quelque temps appliqué sur sa face<br />
En lui disant : « Alors il faut que je me fasse<br />
Voir ? Vous ne changez pas d’avis ? Eh bien, tenez ! »<br />
Elle ôte, en le tenant dans ses doigts par le nez,<br />
Son masque. Le pierrot dit : « Non, ça c’est trop raide,<br />
Par exemple, » en riant. « Non, vous étiez si laide,<br />
Avec ça, vous savez, ah ! ce n’était que vous ? »<br />
En marchant il s’amuse à lever les genoux<br />
Très haut, en se tapant dessus l’un après l’autre<br />
Avec les bras tout mous. Elle dit : « C’est la vôtre<br />
De figure qui m’a bien fait rire à l’instant. »<br />
Roberte les dépasse assez près ; elle entend<br />
Leurs exclamations durer encore, comme<br />
S’ils étaient tous les deux de vieux amis.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="240" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/253"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Un homme<br />
Habillé tout en femme, en bleu voyant, très gros,<br />
Vient par ici, le bras droit derrière le dos,<br />
Marchant mal dans sa jupe ; il tient à la main une<br />
Perruque à cheveux longs avec des boucles, brune,<br />
Ayant un grand chapeau de femme qui ne peut<br />
S’en ôter, excentrique, orné d’un large nœud.<br />
Ses cheveux bruns coupés très courts partout, en brosse,<br />
Lui donnent tout à fait l’air d’une femme atroce.<br />
Roberte dit de près à Gaspard : « On dirait<br />
Une femme guérie à laquelle on aurait<br />
Coupé les cheveux ras pendant sa maladie ;<br />
Est-il horrible avec cette tête arrondie ! »<br />
Elle ne l’a pas dit assez bas ; il a dû<br />
Comprendre ; comme s’il avait tout entendu<br />
Quand elle finissait sa phrase, il la regarde<br />
Fixement en passant. Gaspard lui dit : « Prends garde, »<br />
Et rit.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="241" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/254"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Les dépassant, deux enfants courent l’un Après l’autre ; celui qui
s’enfuit est très brun Avec un domino dont le capuchon bouge Dans son
dos en courant ; il est déjà tout rouge ; L’autre, en pierrot, le suit,
le masque dans la main, Et crie, en paraissant rager un peu : « Germain,
Rends-moi ça, tu m’entends, Germain, » l’autre s’échappe Par des
détours, pourtant le pierrot le rattrape Un peu de plus en plus ; le
brun, voyant qu’il perd Son avance en tournant la tête, crie :
« Albert ! Écoute, arrêtons-nous, sérieusement, pouce, J’ai quelque
chose à dire, écoute, » puis il pousse Des cris perçants, voyant que
l’autre est à deux pas Derrière ; le pierrot allonge enfin le bras Et
saisit dans sa main son col ; le brun s’arrête Tout essoufflé, riant et
renversant la tête ; Le pierrot met son masque aplati sous son bras ; Le
brun lui dit très fort : « Tu sais, tu ne l’auras Pas, tu peux te
fouiller, tu peux te fouiller, j’ose<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="242" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/255"></span></span>
<div class="poem">
Te le dire, » sa main serre fort quelque chose ;<br />
Il agite son bras, voulant le dégager,<br />
Car le pierrot le tient et dit : « Pas de danger,<br />
Va, malgré tous tes grands gestes, que je te lâche. »<br />
Puis, remontant le bras jusqu’à la main, il tâche<br />
De lui rouvrir, tous, l’un après l’autre, les doigts ;<br />
Il y met les deux mains ; l’autre rit ; plusieurs fois<br />
Il soulève l’index, haut ; mais le brun profite<br />
De ce qu’il en travaille un autre, pour bien vite<br />
Le refermer ; enfin le pierrot introduit<br />
Son doigt, en le tournant, dans sa main, puis s’enfuit<br />
En emportant ce qu’il voulait. L’autre lui crie :<br />
« Il faut recommencer tout ça sans que je rie,<br />
Tu comprends, je perdais toute ma force, moi,<br />
Viens donc. »<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="243" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/256"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Gaspard demande à Roberte : « Pourquoi N’ôtes-tu pas ton voile ? » Elle
dit : « Oui, j’y pense, Je ne sais vraiment pas pourquoi je me dispense
D’y voir clair. » Il répond : « Je vais t’aider, veux-tu ? » Il s
s’arrêtent tous deux. Puis, ayant rabattu Le capuchon, il prend le
masque, puis dénoue La voilette, disant : « C’est que, tu sais, j’avoue
Que je l’avais serrée, en la mettant, très fort, Pour que ça tienne
mieux ; mais j’ai peut-être eu tort, Car je n’arrive plus moi-même à la
défaire ; Ah si, voilà. » Roberte, en s’en ôtant, préfère Qu’il la
garde, disant : « Ah ! ça me semble un peu Drôle, moi, tout à coup, de
ne plus y voir bleu ; Je dois être, dis-moi, joliment bien coiffée ? »
Il lui dit qu’elle n’est pas trop ébouriffée,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="244" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/257"></span></span>
<div class="poem">
Juste un peu seulement, mais que ça ne fait rien,<br />
Avec ces cheveux-là que ça lui va très bien.<br />
Elle remet quand même autour de sa figure<br />
Son capuchon. Il dit : « Non, c’est vrai, je te jure,<br />
Vois-tu, tu n’aurais pas dû le remettre. » Puis,<br />
Y pensant à son tour, il dit : « Vraiment, je suis<br />
Bien bon, moi, de garder toujours mon masque. » Il ôte<br />
Son chapeau dont la pointe est creuse, un peu moins haute,<br />
Comme si l’on avait tronqué de son sommet ;<br />
Puis, la pointe tournée en arrière, il le met<br />
Sous son bras ; il saisit un peu l’étoffe rouge<br />
Du bonnet phrygien à la pointe qui bouge,<br />
Avec le caoutchouc qu’il lâche d’un coup sec<br />
En enlevant le masque ; il met les deux avec,<br />
L’un dans l’autre.<br />
<br />
Quelqu’un là-bas se débarrasse De tous ses confettis en laissant une
trace Blanche dans l’air. Gaspard pense : « Nous pourrions bien Faire
avec nos deux sacs ce qu’il fait pour le sien<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="245" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/258"></span></span>
<div class="poem">
Celui-là, car ce n’est vraiment guère la peine<br />
Que la chambre, après ça, soit complètement pleine<br />
De confettis. » Il met son sac presque à l’envers,<br />
Roberte aussi ; coulant par les bords entr’ ouverts,<br />
Tout ce qui leur restait s’en va ; la grosse pelle<br />
De Gaspard tombe avec toute une ribambelle<br />
De confettis rangés dans son cintre. Gaspard<br />
La ramasse avec sa main libre, puis repart<br />
Dès qu’elle est de nouveau dans son sac, disparue.<br />
Roberte, apercevant à sa gauche la rue<br />
De la Terrasse, dit qu’il faut prendre par là<br />
Pour rentrer à l’hôtel ; Gaspard lui dit qu’elle a<br />
Raison, et tous les deux tournent alors à gauche.<br />
Un gamin en pierrot, déguenillé, chevauche<br />
Un autre en pèlerine à capuchon, très gros,<br />
Qui trotte en le portant comme rien sur son dos.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="246" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/259"></span></span><br />
V<br />
<div class="poem">
Le soir, après dîner, tous les deux, côte à côte, En écoutant la mer
sur la plage moins haute Qu’eux, marchent à peu près tout seuls,
doucement, sur La Promenade des Anglais. Le ciel est pur Et la nuit
presque pas plus fraîche, mais sans lune. Il s ont la mer à gauche ; à
droite, la tribune, Très longue, en fer et bois, qu’on met tous les
hivers Aux batailles de fleurs, et qu’ils voient à l’envers. Tous les
quinze ou vingt pas à peu près, quand on passe En regardant à droite, à
côté d’un espace<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="247" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/260"></span></span>
<div class="poem">
Séparant la tribune en deux, on aperçoit<br />
La route tout d’abord, puis un trottoir, puis soit<br />
Quelque lanterne à flamme hésitante qui brille<br />
Avec un nom quelconque au côté de la grille<br />
Ouverte d’un hôtel, soit le fragment d’un mur<br />
Bas, avec, au-dessus, quelque feuillage obscur.<br />
Quelqu’un, sur le trottoir, là-bas, en passant, tousse.<br />
A gauche, vers la mer, parfois plus ou moins douce,<br />
Une descente en pierre et très courte aboutit<br />
Sur les galets. Parfois, pendant un très petit<br />
Moment, on voit sécher de longues traces blanches<br />
D’écume. Là, plusieurs constructions en planches<br />
Se suivent, d’assez loin, vagues chalets bâtis<br />
Avec d’étroits volets, sur de gros pilotis<br />
Inégaux, se plantant du sommet de la pente<br />
Jusqu’aux galets, ainsi qu’une étrange charpente.<br />
Devant celui-ci sèche un costume de bain<br />
Marron et blanc, ayant la taille d’un bambin,<br />
Faisant un peu ployer une longue ficelle.<br />
Tout au loin, dans la mer, semblant une étincelle,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="248" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/261"></span></span>
<div class="poem">
Un phare fait trembler, sans s’éteindre, son feu.<br />
<br />
Roberte, sans manteau, dans un costume bleu,<br />
Avec, au col, un nœud en foulard jaune paille,<br />
Marche contre Gaspard qui la tient par la taille ;<br />
Son chapeau, très petit, en jais et velours noir,<br />
Traversé d’une longue épingle, laisse voir<br />
Beaucoup de ses cheveux. Gaspard a le costume<br />
D’un marron mélangé, complet, qu’il a coutume<br />
De mettre tous les jours et qui fait le genou,<br />
Sans paletot non plus avec son chapeau mou.<br />
<br />
Après cette journée, ils n’ont pas eu l’envie<br />
D’aller recommencer tous deux la même vie<br />
Encore, parmi tous les masques et le bruit,<br />
Et de se promener dans la fête de nuit<br />
Qui, de nouveau, rassemble, en costumes, tout Nice<br />
Là-bas, et doit finir par un feu d’artifice.<br />
Il s ont voulu plutôt jouir de ce beau soir<br />
Tranquillement.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="249" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/262"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Gaspard lui dit : « Veux-tu t’asseoir ? » Pendant qu’en avançant le
menton il lui montre Un des bancs exposés à gauche, qu’on rencontre
Seuls ou deux à la fois, tous les cinquante pas, Et dont le dossier plat
est mobile d’en bas ; Celui-là, juste, a son dossier en équilibre, Au
milieu, droit ; Gaspard lui fait voir qu’on est libre, Sans se donner de
mal, de le mettre où l’on veut, Qu’on n’a qu’à le pousser du petit
doigt, qu’on peut Aller se reposer et goûter la détente De l’heure en
regardant au loin, si ça la tente, Et surtout qu’elle n’ait pas peur de
prendre mal. Roberte dit : « Vraiment c’est très original, Ces dossiers
complaisants ; mais il faut se connaître, Pour pouvoir s’appuyer deux
ensemble, ou bien être D’accord, sans quoi c’est bien incommode ; ma
foi, Je crois que j’aime autant flâner un peu ; pas toi ? Continuons
encore. » Il lui répond : « C’est comme Tu voudras, moi ça m’est
indifférent en somme. »<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="250" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/263"></span></span>
<div class="poem">
Elle chantonne un peu : « Prom’nons-nous dans les bois, »<br />
Rythmant de son pas lent ; puis reprenant sa voix :<br />
« Hein, qu’on est mieux ici qu’à Paris, tu ne trouves<br />
Pas ? » Il répond : « Oh ! si. » Puis elle : « Tu m’approuves.<br />
Alors, de t’avoir fait planter là ton maudit<br />
Théâtre de malheur où l’on ne t’applaudit<br />
Jamais suffisamment, comme tu le mérites,<br />
Où l’on ne te comprend pas, où tes hypocrites<br />
De camarades sont là tous après toi tant<br />
Qu’ils sont. » Lui : « Sois tranquille ; ah ! je suis trop conten<br />
De ne plus être là dans cette affreuse boîte ;<br />
Va, maintenant c’est bien fini, je ne convoite<br />
Plus avec cette ardeur splendide, aucun succès ;<br />
Je te promets qu’ils sont bien loin les beaux accès<br />
De désespoir farouche et de rage impuissante,<br />
C’est bien fini ; pourvu maintenant que je sente<br />
Ma Roberte tout près de moi, comme ça, là,<br />
Je ne demande plus rien à personne. » Il l’a<br />
Serrée un peu plus fort avec son bras ; il baisse<br />
La tête vers son front, à gauche ; elle se laisse<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="251" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/264"></span></span>
<div class="poem">
Embrasser aux cheveux en disant : « Mon chéri, »<br />
Puis plonge dans le sien son regard attendri.<br />
Ils restent quelque temps de la sorte, en silence ;<br />
Tout doucement pendant qu’il marche il la balance<br />
En la fixant toujours de son regard câlin ;<br />
La bouche tendrement en avant, il dit : « Hein,<br />
Comme on se moque un peu du reste tout de même,<br />
Quand on est tous les deux ensemble et quand on s’aime.<br />
Il serre de nouveau, puis lui donne le bras<br />
En lui lâchant la taille. Il demande : « Tu n’as<br />
Jamais eu de regrets, après, de t’être enfuie<br />
Si vite ainsi ? » Tout en marchant elle s’appuie<br />
Sur lui tous les deux pas ; elle répond : « Jamais…<br />
Jamais… jamais. » Il dit : « Et si tu ne m’aimais<br />
Plus ? » Elle fait : « Voulez-vous bien un peu vous taire,<br />
Monsieur. »<br />
<br />
En ce moment ils trouvent de la terre<br />
Sous leurs pieds, remplaçant tout à coup le sol dur<br />
Très uni, régulier, de larges pierres sur<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="252" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/265"></span></span>
<div class="poem">
L’espèce de bitume à rainures desquelles,<br />
Quoique se posant très lentement, leurs semelles<br />
Faisaient à chaque pas un bruit sec et léger.<br />
<br />
Gaspard reprend : << Tu sais, on croit qu’il va neiger<br />
A Paris, il paraît qu’une nuit la surface<br />
Des bassins a gelé ; je ne crois pas qu’il fasse<br />
Pourtant pendant le jour encore un froid de loup ;<br />
Nous pourrions bien avoir ici le contre-coup<br />
De ça. » Roberte dit : « Oui, ce serait à craindre,<br />
Mais jusqu’à présent nous n’avons pas à nous plaindre.<br />
Il faut dire que sauf deux ou trois jours, depuis<br />
Une bonne quinzaine au moins, même les nuits<br />
Sont très douces aussi, c’est extraordinaire. »<br />
<br />
Il dit : « Je ne suis pas sûr qu’il soit centenaire,<br />
Celui-là, » lui montrant un tout petit palmier<br />
A droite, rabougri, mince. « C’est le premier,<br />
Je suis sûr, que je vois encore aussi grotesque ;<br />
Je crois qu’en essayant il m’arnverait presque<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="253" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/266"></span></span>
<div class="poem">
A l’épaule, en trichant. » Roberte dit : « Au fond,<br />
C’est ridicule, tous ces embarras qu’ils font<br />
En paraissant se croire en plein dans les tropiques,<br />
En transplantant tous leurs palmiers microscopiques ;<br />
Ce sont à peine des mandarines que leurs<br />
Oranges soi-disant ; et les envois de fleurs,<br />
Elles sortent toujours directement des serres,<br />
Et du reste elles sont à peu près aussi chères<br />
Qu’à Paris. » Il répond : « Oh ! bien meilleur marché,<br />
Ça, non. »<br />
<br />
Elle reprend : « On a beaucoup marché Par ici, » lui montrant sur la
terre un peu molle, Humide, on ne comprend trop comment, et qui colle,
Dans tous les sens, beaucoup, là, de traces de pas ; Un talon a de gros
clous carrés ; il dit : « Pas, En ce moment toujours, c’est vraiment
incroyable Comme on voit peu de gens, nous devons être au diable Déjà,
je suis sûr, nous n’avons plus de raisons Pour jamais revenir sur nos
pas, nous causons<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="254" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/267"></span></span>
<div class="poem">
Sans penser que nous nous éloignons. » Il s’arrête<br />
Avec elle un instant et retourne la tête ;<br />
Puis après un coup d’œil il dit : « Ah ! bien non, tiens,<br />
Je nous croyais plus loin que ça. » Puis elle : « Viens<br />
Un peu contre le bord voir à quelle distance<br />
Est la mer à peu près ; ce n’est pas l’assistance<br />
Qui gênera la vue ; écoute un peu, tu crois<br />
Qu’en ayant du sang-froid et qu’en étant adroits<br />
De ses pieds et qu’avec ça l’on invoque l’aide<br />
Du bon Dieu, ce serait tout de même trop raide<br />
Pour qu’on puisse descendre à la plage sans rien<br />
Se casser, là-dessus ? » Il répond : « Je veux bien<br />
Essayer si tu veux, mais tu sais, prends bien garde,<br />
Fais attention, va doucement et regarde<br />
Tout le temps à tes pieds, c’est important, sans quoi<br />
On glisserait très bien ; tiens, au fait, donne-moi<br />
La main, ça vaut beaucoup mieux. » Elle la lui donne<br />
Et se met tout à fait au bord. Elle fredonne<br />
Deux fois, improvisant n’importe quoi. « Je vas<br />
Me flanquer sur le nez. » Il lui dit : « Ne fais pas<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="255" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/268"></span></span>
<div class="poem">
De bêtises, voyons, c’est inutile ; à force<br />
De plaisanter, tu vas prendre une bonne entorse ;<br />
On peut parfaitement tomber, est-ce qu’on sait ? »<br />
Roberte, en commençant à descendre, dit : « C’est<br />
Bien ce que je dis, va, je ne me sens pas fière<br />
Du tout, moi, là-dessus. » Le sol est tout en pierre,<br />
Assez raide, mais très en relief et rugueux,<br />
Ce qui le rend au pied moins difficultueux ;<br />
Et partout formant des rayures sur la pente,<br />
En anneaux inégaux et mal formés, serpente<br />
Une sorte de gros trait plat, comme en ciment,<br />
Entre les pierres. Lui, reprend : « Décidément<br />
Je crois que nous n’allons pas avoir trop de peine<br />
Pour arriver en bas. » Elle dit : « Je suis pleine<br />
De courage, du reste en voilà la moitié<br />
De faite, maintenant, Seigneur, ayez pitié<br />
De nous. » Il recommande encore : a. Ne me lâche<br />
Pas avant d’être en bas surtout, ou je me fâche<br />
Pour de bon. » Elle dit : « Oh ! pour ça, ne crains rien.<br />
D’abord tu me tiens bien, et moi je te tiens bien<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="256" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/269"></span></span>
<div class="poem">
Moi-même ; comme ça, ça fait que si je bute<br />
Et que je fasse avant d’arriver la culbute,<br />
Je ne serai pas seule au moins, et tu me suis. »<br />
Elle ajoute, marchant sur des galets : « J’y suis !<br />
Ah ! c’est bon de sentir sous ses deux pieds, au terme<br />
D’un voyage aussi dur que ça, la terre ferme,<br />
Surtout après avoir eu tant d’émotions ;<br />
Nous nous en sommes bien tirés, hein ? nous étions<br />
Faits, vois-tu, tous les deux, pour habiter la Suisse ;<br />
Mais j’y songe à présent, dis donc, crois-tu qu’on puisse<br />
Remonter aussi bien qu’on descend ? sans cela<br />
Nous serions obligés de passer la nuit là,<br />
Pourtant si nous allions être pris par la lame ? »<br />
Gaspard, se rapprochant d’elle, dit : « Oui, madame,<br />
Certainement, je vous promets que nous pourrons<br />
Remonter, j’en suis sûr, et que nous ne mourrons<br />
Pas ici, cette fois encore, je vous jure. »<br />
Il la fixe, en parlant tout près de sa figure,<br />
Puis, avec ses deux mains, doucement il lui prend<br />
La tête, lui donnant un baiser qu’elle rend<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="257" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/270"></span></span>
<div class="poem">
Long, et qu’elle prolonge, elle, après, sur la bouche ;<br />
Puis il dit, regardant quelques moments la mouche<br />
Qu’elle a là : « Ça vous donne un peu l’air espagnol. »<br />
Du pouce ensuite, à gauche, il écarte son col<br />
En disant : « Qu’il est dur ! vilaine couturière,<br />
Va ! » Puis il met sa bouche, en l’enfonçant, derrière<br />
L’oreille, dans le col, au milieu des cheveux<br />
Follets, en murmurant tout enfoui : « J’en veux,<br />
J’en veux, » et la serrant bien fort avec tendresse.<br />
Il reste très longtemps ainsi, puis se redresse<br />
En la gardant encore un moment contre lui ;<br />
Il dit en la baisant au front : « C’est qu’aujourd’hui<br />
Je n’ai pas eu mon compte avec cette bataille. »<br />
Puis il la prend de son bras gauche par la taille ;<br />
Il l’aide pour marcher, et tous les deux s’en vont<br />
Vers la mer qu’on entend, près, et qui se confond<br />
Avec le ciel. Il dit : « Qu’on est bien ! » pour réponse<br />
Elle lui tend son front à baiser. On enfonce,<br />
En avançant avec peine, dans les galets.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="258" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/271"></span></span>
<div class="poem">
Devant, on voit parfois tout à coup des reflets<br />
Rayer l’enroulement humide de la vague,<br />
Puis disparaître quand elle s’étale, vague<br />
Dans le noir, en faisant un tumulte plus fort<br />
A cet endroit. Bientôt ils s’arrêtent au bord<br />
En voyant miroiter tout humide la trace<br />
De l’eau. Roberte lui tend sa bouche ; il l’embrasse<br />
En la serrant avec ses deux bras, de nouveau,<br />
Longuement et longtemps. Puis ils regardent l’eau,<br />
Écoutant pétiller en se séchant l’écume<br />
Des vagues à leurs pieds mêmes. Roberte hume,<br />
Disant : « C’est drôle, il n’est pas salé du tout, l’air.<br />
De temps en temps on voit, même loin, sur la mer,<br />
Très vite, miroiter un espace de houle ;<br />
Puis tout redevient noir, sombre. La vague roule<br />
Puissamment les galets mouillés, avec un bruit<br />
Qu’on croit cesser parfois, mais qui se reproduit<br />
Au loin, dans un endroit quelconque de la côte,<br />
A droite ou bien à gauche. Une vague plus haute<br />
Les force en ce moment à reculer d’un pas,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="259" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/272"></span></span>
<div class="poem">
Bue entre les galets de suite, pour ne pas<br />
Avoir le bout des pieds atteint.<br />
<br />
Roberte songe<br />
Sans rien dire. Gaspard reprend : « Veux-tu qu’on longe<br />
Le bord ? » Mais elle dit : « Oh ! remontons plutôt.<br />
Ces galets, ça fait mal, nous serons mieux là-haut ;<br />
Tiens, faisons une course en montant, hein ? attrape<br />
Moi. » Relevant un peu sa jupe, elle s’échappe<br />
En courant, vite ; mais elle s’arrête au bout<br />
De quelques pas, faisant : « Aïe ! » et reste debout,<br />
Immobile. Gaspard arrivant dit : « Bécasse,<br />
Pourquoi fais-tu cela ? c’est ainsi qu’on se casse<br />
Quelque chose. » Elle dit en riant : « Ce n’est rien,<br />
Mon pied a tout à fait tourné, mais ça va bien<br />
Maintenant. » Il reprend : « Comment veux-tu qu’on courre<br />
Là-dessus ? » De nouveau tendrement il l’entoure<br />
De ses bras, en joignant, bien serrés, ses dix doigts<br />
Sur sa taille. Il lui dit : « Vous savez, cette fois,<br />
Je ne vous lâche plus jamais, puisque vous êtes<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="260" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/273"></span></span>
<div class="poem">
Aussi peu raisonnable, et puisque vous vous faites<br />
Du mal quand je suis loin. » Presque sans se baisser.<br />
La tenant toute droite il lui met un baiser<br />
Devant, sur les cheveux ; il dit : « Vous êtes belle,<br />
Vous savez. » Tous les deux partent lentement. Elle<br />
Se fait lourde, appuyant contre lui tout son poids ;<br />
Il l’a presse souvent, beaucoup plus fort.<br />
<br />
Deux voix<br />
Parlent en haut, sur la promenade, et deux ombres<br />
Passent en s’agitant, l’une en vêtements sombres<br />
Ordinaires, la canne en main, l’autre en pierrot ;<br />
Le pierrot fait de grands gestes. Puis c’est le trot,<br />
Accompagné de coups de fouet, d’une voiture<br />
Qui passe sur la route au loin. Le trot, lent, dure<br />
Quelque temps ; le cheval, ensuite, allant au pas,<br />
Tourne dans une rue.<br />
<br />
Il s arrivent au bas<br />
De la pente ; elle dit : « Ah ! voilà donc l’horrible<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="261" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/274"></span></span>
<div class="poem">
Ascension enfin, c’est le moment terrible,<br />
Comment allons-nous faire ? il s’agit de gravir<br />
Tout ça, c’est effrayant ; on pourrait se servir<br />
Des mains peut-être, pour monter à quatre pattes ;<br />
Ou bien faisons plutôt comme les acrobates<br />
Dans les cirques : je vais, moi, me mettre à genoux<br />
Sur ton dos, tu seras à quatre pattes, nous<br />
Monterons comme ça, hein ? » Gaspard la regarde<br />
Parler en souriant ; il murmure : « Bavarde ! »<br />
Elle sourit aussi, puis dit : « Je t’aime tant,<br />
Mon Gaspard, je t’adore ; et toi, dis ? » et lui tend,<br />
Le serrant dans ses bras, sa bouche qu’il lui baise<br />
Longtemps. Elle lui dit : « Ah ! pour que je me taise,<br />
Puisque je parle tant, dame, c’est un moyen<br />
Comme un autre. » Gaspard répète : « Qu’on est bien.<br />
<br />
Puis au bout d’un instant il se tourne et la lâche<br />
En lui donnant la main pour monter. Il dit : « Tâche<br />
De bien t’aider de moi surtout, en me suivant. »<br />
Il met déjà son pied sur la pente, en avant ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="262" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/275"></span></span>
<div class="poem">
Mais elle dit : « Attends, attends. » Elle s’occupe<br />
De relever avec sa main droite sa jupe<br />
Un peu sur le devant ; puis elle dit : « Allons. »<br />
Il ajoute : « Tu vas appuyer tes talons<br />
Bien ferme, n’est-ce pas ? Attention, je monte,<br />
Es-tu prête ? » Elle dit : « Va, je suis prête. » Il compte,<br />
Lui secouant trois fois la main : « Une, deux, trois, »<br />
Et part. Roberte dit : « Toi, qu’est-ce que tu crois<br />
Qu’elle peut bien avoir de hauteur, cette côte<br />
Terrible ?» Il dit : « Je pense à peu près qu’elle est haute<br />
De trois mètres, peut-être un peu plus, je ne sais. »<br />
Elle dit : « Je vais bien ; si je te dépassais<br />
Avant que nous soyons en haut, ce serait drôle,<br />
Hein ? » Elle se dépêche un instant et le frôle,<br />
Gardant toujours sa main. Ils posent tous les deux<br />
Le pied en même temps, juste, en haut. Autour d’eux<br />
Tout est désert. Roberte en se mettant à rire<br />
De sa course à la fin, dit : « Mais c’était bien pire<br />
A descendre après tout qu’à monter, on est fou<br />
D’avoir si peur de ça. » Lui, demande : « Par où<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="263" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/276"></span></span>
<div class="poem">
Allons-nous maintenant ? veux-tu qu’on continue<br />
Plus loin ? » Elle répond : « Oh ! bien, elle est connue<br />
Cette route ; ma foi, nous n’avons pas besoin,<br />
Il me semble, c’est vrai, d’aller tellement loin,<br />
Puisque la promenade est tout le temps la même.<br />
Nous l’avons déjà fait plusieurs fois très loin, j’aime<br />
Mieux retourner. » Il dit : « C’est comme tu voudras,<br />
Retournons tous les deux. » Il la prend par le bras<br />
Gauche ; ils vont à pas lents, tout doucement. Adroite<br />
La mer, en s’agitant, de temps en temps miroite<br />
En montrant un sommet de vague, et redevient<br />
Sombre presque aussitôt.<br />
<br />
En marchant, Gaspard tient<br />
Contre lui, de sa main, l’avant-bras de Roberte,<br />
Serrant sur sa poitrine aussi sa main ouverte<br />
Et la lui caressant. Il dit : « Je suis heureux,<br />
Bien heureux. » Puis il la chatouille dans le creux<br />
De la main, effleurant à peine l’épiderme<br />
Des ongles, doucement ; mais elle la referme<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="264" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/277"></span></span>
<div class="poem">
Vite, gardant serré son poing en lui criant :<br />
« Ah ! non, pas ça, dis donc, pas ça, hein ? » en rianr.<br />
Il sourit, et rouvrant sa main, il lui tapote<br />
Dedans, tout doucement. Ensuite il lui tripote<br />
Les doigts l’un après l’autre ; arrivant au petit,<br />
Il le plie en tous sens, puis il l’assujettit<br />
Au quatrième. Ensuite elle-même les noue<br />
Au doigt de sa main droite à lui. Contre sa joue<br />
Il vient d’apercevoir, flottants, quelques cheveux<br />
Formant toute une mèche. Il dit : « Attends, je veux<br />
T’enlever, et remettre à sa place, une mèche<br />
Qui traîne sur ta joue, attends voir. » Il se lèche<br />
Un peu le bout du pouce et du deuxième doigt,<br />
En allongeant la langue à peine. Il dit : « Ça doit<br />
Te gêner, » puis il la réapplique derrière<br />
L’oreille.<br />
Tout le temps, à gauche, une barrière D’étroits morceaux de bois, avec,
au milieu d’eux, De minces fils de fer enlacés deux par deux<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="265" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/278"></span></span>
<div class="poem">
Pour les réunir, court ; elle était là dans toute<br />
La longueur qu’ils ont faite eux-mêmes de la route ;<br />
Une autre est mise en face ; elles sont pour les jours<br />
De batailles de fleurs, défendant le parcours.<br />
Mais tout à coup l’on voit partir une fusée<br />
Dans le calme. Roberte en est tout amusée,<br />
Attendant ce qu’on va bien voir sortir, avec<br />
Anxiété ; bientôt, en faisant un bruit sec<br />
De détonation, dans les airs elle éclate,<br />
Laissant tomber plusieurs astres, rouge écarlate ;<br />
Au loin, l’accompagnant, une grande rumeur<br />
Est arrivée ici, pleine de bonne humeur ;<br />
Une fenêtre, après le bruit, vient d’être ouverte<br />
Sur la route, au premier d’une maison. Roberte<br />
Demande, en s’arrêtant, à Gaspard, s’il ne sait<br />
Pas où cela se tire. Il dit : « Je crois que c’est<br />
Sur le cours. » Maintenant, dans la chambre assez sombre,<br />
Tout un groupe nombreux, en arrivant, encombre<br />
La fenêtre au premier, là-bas, de la maison ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="266" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/279"></span></span>
<div class="poem">
Une voix d’homme dit : « Voyez, j’avais raison, »<br />
Au milieu du murmure, autour, de tout le monde,<br />
A l’apparition brusque d’une seconde<br />
Fusée avec encore une clameur, qui part<br />
Inattendue aussi, surprenante ; très tard,<br />
Montant visiblement plus haut que la première,<br />
Elle fait tout à coup une grande lumière<br />
En parsemant plusieurs étoiles d’un beau blanc<br />
Vif.<br />
<br />
Gaspard reprend : « Si nous montions sur ce banc,<br />
Veux-tu, comme ça si, comme je le présume,<br />
Pour varier un peu, tout à l’heure, on allume<br />
Un soleil quelconque ou des machines en bas,<br />
Nous nous croirons toujours mieux placés, n’est-ce pas. »<br />
Elle dit : « Je ne vois pas le moindre reproche<br />
A faire à ton idée, allons. » Elle s’approche<br />
Du banc, vers le côté de la mer ; il la prend<br />
Par la taille ; elle monte, et lui, se faisant grand,<br />
Sur la pointe des pieds, autant qu’il le peut, l’aide ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="267" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/280"></span></span>
<div class="poem">
En la lâchant il dit : « Oh ! que vous êtes laide<br />
D’avoir été si peu lourde ; dites, pourquoi<br />
Ne pas avoir laissé tout votre poids sur moi ? »<br />
Il monte sur le banc à son tour, tout près d’elle,<br />
Et l’enlace. Là-haut on bouge une chandelle<br />
Derrière, dans la chambre. Elle dit : « Oh ! je suis<br />
Bien. » Il l’embrasse un peu près de la tempe.<br />
<br />
Puis<br />
Une fusée encore, avec du bruit, s’élève<br />
En agitant les gens au premier. Assez brève<br />
Elle éclate très tôt, en pluie énorme d’or,<br />
Qui dure peu.<br />
<br />
Gaspard lui murmure : « Trésor, » Tout bas, en l’embrassant doucement dans l’oreille.<br />
Une fusée à gros astres rouges, pareille<br />
Exactement à la première avec un peu<br />
Plus d’astres même, brille auprès d’un astre bleu<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="268" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/281"></span></span>
<div class="poem">
Tombé d’une autre, seul ; ils vont juste s’éteindre<br />
Quand une autre fusée, avant de les atteindre,<br />
Jette une pluie aux tons différents et changeants<br />
Dans leur ensemble ; en haut, dans la maison, les gens<br />
Se penchent l’un sur l’autre au bord de la fenêtre<br />
Autant qu’il est possible ; ils ont l’air de connaître<br />
Un autre groupe un peu plus loin sur un balcon.<br />
<br />
Gaspard, en n’entendant plus rien, dit : « Je crois qu’on<br />
Doit brûler à présent tout en bas ces espèces<br />
De soleils, de dessins, tu sais, toutes ces pièces<br />
Immobiles ou non qui vomissent du feu. »<br />
Elle répond : « C’est vrai, même je vois un peu<br />
De reflet, sur un mur, là-bas, là-bas, qui danse ;<br />
Quelle cohue on doit y voir, hein, quelle chance,<br />
Tout de même, par un temps pareil, que nous n’y<br />
Soyons pas au lieu d’être ici ; tiens, c’est fini,<br />
Tout est sombre à présent, les pièces sont éteintes,<br />
Elles n’ont pas duré longtemps ; vois-tu les teintes<br />
De lumière là-bas ne sont plus sur le mur,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="269" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/282"></span></span>
<div class="poem">
On ne peut même plus le voir, il est obscur<br />
Tout à fait. »<br />
<br />
Quelque temps on observe une pause<br />
Dans le feu d’artifice. A la fenêtre on cause<br />
Un peu. Roberte dit : « Eh bien, qu’est-ce qu’on a<br />
A ne plus rien tirer, voyons donc. » Puis fait : «Ha ! »<br />
Voyant une fusée énorme qui s’élance<br />
Majestueusement et vomit en silence<br />
Trois étoiles d’un beau jaune qui se font voir<br />
Assez longtemps ; puis tout devient encore noir.<br />
Une autre monte et jette une pluie ample, verte,<br />
Très brillante, éclairant vivement tout. Roberte<br />
Dit, la montrant du doigt : « Regarde donc, ça fait<br />
Sur le premier moment un très drôle d’effet.<br />
On dirait qu’on ouvre un immense parapluie. »<br />
Elle laisse tomber son bras, puis elle appuie<br />
Sa tête sur Gaspard qui la presse plus fort<br />
Un instant, l’embrassant sur les yeux ; puis il mord<br />
Sur son front, la serrant plus encore, une touffe<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="270" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/283"></span></span>
<div class="poem">
De cheveux, en disant : « Attends, que je t’étouffe. »<br />
Il se redresse et dit : « Si nous ne nous étions<br />
Pas rencontrés, pourtant. »<br />
<br />
Des détonations<br />
Éclatent en grand nombre avec des lueurs blanches ;<br />
Des projectiles blancs forment comme les branches<br />
En courbes d’un immense arbrisseau ; fort ils vont<br />
Dans tous les sens, faisant comme une gerbe dont<br />
On ne voit seulement que la moitié qui passe ;<br />
Un peu plus d’un côté, sur une maison basse.<br />
Roberte, en regardant, dit : « Est-ce que c’est ça<br />
Qui serait le bouquet, tout à la fin, déjà ? »<br />
Il lui dit : « Je crois pas, » tout bas, puis en profite<br />
Pour lui baiser l’oreille et les cheveux.<br />
<br />
Très vite<br />
Une fusée en long tire-bouchon s’enfuit ;<br />
Puis sans se ralentir, avec beaucoup de bruit,<br />
En haut, quelques instants elle se subdivise<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="271" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/284"></span></span>
<div class="poem">
En se tournant de tous les côtés qu’elle vise ;<br />
Elle fait des serpents se recroquevillant,<br />
Qui lancent chaque fois au bout un point brillant<br />
S’éteignant tout de suite ; elle a l’air en colère.<br />
Plus calme, une nouvelle en éclatant éclaire<br />
Très vivement le ciel, de ses astres d’un bleu<br />
Foncé, qui planent haut ; tous, sauf un, durent peu ;<br />
Le dernier est toujours là quand une autre sème<br />
Des chenilles restant immobiles au même<br />
Endroit, ne descendant presque pas ; elles sont<br />
De toutes les couleurs, brillant peu ; toutes ont,<br />
Quoique durant beaucoup, bien le temps de s’éteindre<br />
L’une après l’autre avec douceur, avant d’atteindre,<br />
Si ce n’est de leur cendre en poussière, les toits.<br />
<br />
Gaspard, de sa main gauche, en raidissant ses doigts,<br />
Qu’exprès, beaucoup les uns des autres il écarte,<br />
Avant qu’une fusée encore une fois parte,<br />
Cache à Roberte, soi-disant, les yeux, pour voir,<br />
Lui dit-il, si quand même elle pourra savoir<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="272" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/285"></span></span>
<div class="poem">
Comment chaque fusée est faite, sa lumière,<br />
Sa couleur, tout enfin. En voyant la première<br />
Aussi facilement que toujours à travers<br />
Tous ses doigts, elle dit : « Ce sont des choses verts, »<br />
Et demande : « Est-ce bien ? » Il dit : « Oui, » puis il bouge<br />
Ses doigts de droite à gauche. Elle dit : « Ça, c’est rouge, »<br />
En en voyant une autre ensuite : « Est-ce qu’elle est<br />
Bien rouge ? » Il répond : « Oui. » Puis elle : « Violet, »<br />
Il dit : « Oui. » Elle dit : « Ah ! voilà des chenilles !<br />
Encore, tiens, ça fait à la fois deux familles. »<br />
Il répond : « C’est très bien. » Elle dit : « En voilà<br />
Une autre, nous allons voir un peu ce qu’elle a. »<br />
Et lorsque la fusée éclate, elle dit : « Pluie<br />
D’or. » Gaspard reprend : « Hein, comme je vous ennuie,<br />
Comme je suis méchant. » Puis il ôte sa main,<br />
Pendant qu’une fusée éclate à mi-chemin,<br />
Toute courte et manquée. Il dit : « Vous ne vous êtes<br />
Pas trompée une fois ; dites, comment vous faites ? »<br />
Il lui met lentement deux baisers tout pareils<br />
Sur les deux yeux, pendant que de nouveaux soleils<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="273" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/286"></span></span>
<div class="poem">
Tournent en bas, on croit même, ici, les entendre.<br />
Il lui donne plus fort une muette et tendre<br />
Pression ; elle dit en le fixant : « Gaspard,<br />
Gaspard. » Une fusée isolée et qui part<br />
Avant que les soleils soient encore éteints, monte<br />
Excessivement haut, puis s’ouvre ; Gaspard compte<br />
Les astres qu’elle jette et dit : a Six, n’est-ce pas ? »<br />
<br />
Maintenant on entend de nouveau tout en bas<br />
Comme un immense feu qui gagne et qui crépite ;<br />
Une lueur plus vive et très rouge palpite<br />
Là, sur le même bout de mur ; et de nouveau<br />
Une rumeur s’élève, un immense bravo<br />
Qu’on sent vociféré par une grande foule ;<br />
On croit entendre aussi comme un soleil qui roule.<br />
Gaspard, se haussant, dit : « Le voilà, le bouquet. »<br />
A la fenêtre un blond glisse sur le parquet<br />
En voulant se pencher trop, mais il se rattrape.<br />
Très loin, probablement dans la cohue, on frappe<br />
Des mains, avec des cris. La lueur rouge atteint<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="274" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/287"></span></span>
<div class="poem">
Son apogée et reste. Ensuite elle s’éteint<br />
Lentement ; un reflet s’entête au mur et dure<br />
Très longtemps. Sur la route, au pas, une voiture<br />
Marche à sa droite auprès des hôtels ; le cocher<br />
Ne cesse, en conduisant toujours, de se pencher,<br />
Le bras gauche raidi sur son siège, en arrière ;<br />
Son ombre biscornue, en passant la barrière<br />
De bois, avance vite ; elle provient d’un bec<br />
De gaz là-bas.<br />
<br />
Gaspard attend encore avec<br />
Robertc, un peu, puis dit : « Nous pouvons bien descendre<br />
Il s ne doivent plus rien avoir que de la cendre,<br />
Comme feu d’artifice. » Il saute le premier<br />
Et dit : t Tiens, revoilà justement mon palmier<br />
Centenaire tout près de nous ; ça, c’est très drôle. »<br />
Roberte met sa main droite sur son épaule<br />
Et de l’autre prenant sa main, saute à son tour<br />
Par terre ; il la" reçoit en disant : « Mon amour<br />
De Robertc. » Il la prend et contre lui la garde<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="275" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/288"></span></span>
<div class="poem">
Quelque temps sans bouger du tout. Puis il regarde,<br />
Et dit : « Continuons, hein ? du même côté ;<br />
Ça ne t’a pas fait mal au pied d’avoir sauté<br />
Du banc ? tu sais, ton pied a tourné sur la plage. »<br />
Elle dit : <t je="" n’y="" oh !="" pensais="" plus. »="" tapage<br="" un="">
De gens passe très loin, chantant à pleine voix.<br />
Roberte reprend : « Tiens, c’est drôle, je ne vois<br />
Plus personne là-haut, au premier ; ça m’étonne<br />
Qu’ils n’aient pas attendu plus longtemps. » Il dit : « Donne<br />
Moi tes mains et mettons-nous bien vite en chemin. »<br />
Il vient de prendre dans sa main gauche, sa main<br />
Gauche ; lui faisant signe après, dans sa main droite,<br />
Il lui prend sa main droite, et va. La mer miroite<br />
De temps en temps ; il fait calme partout. Parfois<br />
Il s se disent tous deux : « Je t’aime ! » à demi-voix.<br />
Il écarte du pied un gros morceau de verre.<br />
Par moments dans ses mains doucement il lui serre<br />
Les siennes ; tous les deux font ensemble leurs pas<br />
Lents.</t><br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="276" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/289"></span></span>
<div class="poem">
Quelqu’un à leur droite, en ce moment, en bas De la pente, marchant
sur les galets, sifflote Un air ; on sent qu’exprès de son souffle il
tremblote Comme une mandoline un peu, son sifflement Toujours juste. On
entend bientôt, au changement Du bruit que fait son pas tout à coup,
qu’il commence A remonter la pente ; il chante sa romance Depuis
quelques instants ; Roberte qui la sait Cherche à se rappeler, sans
pouvoir, ce que c’est ; Il la chante en fermant la bouche, sans parole ;
Elle cherche : « Voyons, c’est une barcarolle, Je ne connais que ça. »
La tête du chanteur Émerge, puis son corps ; il vient avec lenteur ;
C’est un enfant, un groom d’hôtel ouvrant la porte, Tête nue et petit ;
dans ses deux mains il porte, Les éloignant du corps, des galets, tous
très blancs ; Il a sur sa livrée et par devant trois rangs De boutons
aussi ronds que des boules, en cuivre. Roberte dit tout bas : « Son air
va me poursuivre,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="277" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/290"></span></span>
<div class="poem">
Je suis sûre. » Il traverse en chantant derrière eux,<br />
Puis siffle de nouveau, plus fort, d’un air heureux<br />
Et sans tremblotement ; puis il se tait sur une<br />
Note élevée.<br />
<br />
Il s ont à gauche la tribune<br />
Qui recommence ; allant en même sens, là-bas,<br />
On entend résonner sur le trottoir le pas<br />
D’un homme allant beaucoup plus vite qu’eux, qui longe<br />
Le devant des hôtels ; chaque fois que l’on plonge<br />
Dans un écart de la tribune, on peut le voir,<br />
Un peu plus en avant à chacun, tout en noir,<br />
Avec un chapeau gris ; bientôt il les dépasse,<br />
On cesse de le voir, soudain, dans un espace,<br />
Et l’on n’aperçoit plus personne nulle part.<br />
<br />
Il s avancent toujours très lentement. Gaspard<br />
Lui dit en souriant : « Il faut bien qu’on se taise<br />
De temps en temps aussi, n’est-ce pas ? » Il lui baise<br />
La main gauche à plusieurs reprises. Puis lâchant<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="278" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/291"></span></span>
<div class="poem">
Sa main droite pendant qu’elle redit le chant :<br />
« Prom’nons-nous dans les bois, » il la prend par la taille,<br />
Conservant sa main gauche. Au loin un groupe braille ;<br />
On entend un cheval immobile hennir,<br />
Loin aussi, par là-bas. Lui, sans la prévenir<br />
Pour la faire tourner complètement, la pousse<br />
Du bras droit, lentement, par une étreinte douce<br />
Pendant qu’en pressant sa main gauche, il la retient<br />
Toujours sans lui parler, la regardant. Il vient,<br />
Lui, de s’arrêter là, mais sans qu’elle comprenne<br />
Encore ce qu’il veut ; maintenant il l’entraîne<br />
Plus fort, en la faisant tourner autour de lui,<br />
En lui donnant toujours son bras pour point d’appui ;<br />
Et presque sans savoir comment, elle se trouve<br />
Dans le sens opposé. Lui, longuement la couve<br />
Du regard, sans parler, en gardant son même air.<br />
Il s repartent avec, à leur gauche, la mer.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="279" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/292"></span></span><br />
VI<br />
<div class="poem">
Par ce dimanche soir de la fin juin, la foire<br />
De Neuilly bat son plein, mettant dans la nuit noire<br />
Son vaste enfantement de tapage et de feux.<br />
Dans le large et très long espace, entre les deux<br />
Côtés élevés face à face, interminables,<br />
Avec tous les attraits, les tirs imaginables,<br />
La foule endimanchée et murmurante va<br />
Lentement, avec un immense brouhaha,<br />
Et s’arrête partout en flânant. Une boule<br />
En métal rouge, avec un court fil de fer, roule,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="280" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/293"></span></span>
<div class="poem">
Portant des points brillants sur elle, dans un coin ;<br />
Un enfant court après et la ramasse. Au loin<br />
On entend taper fort sur une casserole,<br />
Puis une aigre voix d’homme avec une parole<br />
Monotone, pressée, entame un boniment<br />
Qu’on n’entend pas ; cela dure indéfiniment.<br />
Dans la foule s’avance une grosse famille<br />
Trapue ; un peu derrière une petite fille<br />
Très grosse aussi s’arrête en face d’un gamin<br />
Joufflu ; chacun prenant par un bout dans la main,<br />
En serrant, une forte, étroite et mince bande<br />
De papier rouge, tire ; une flamme assez grande<br />
Jaillit avec un bruit d’arme à feu du pétard ;<br />
Il s courent rattraper leurs parents. Quelque part,<br />
A coups prompts, réguliers, cessant parfois, on cloue.<br />
Assez loin, s’entendant le plus, un orgue joue,<br />
Recommençant toujours, pas très long, le même air ;<br />
Il semble qu’on le tourne assez vite. D’en l’air<br />
Tombe à profusion une clarté produite<br />
Sur tout le champ de foire entier, par une suite<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="281" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/294"></span></span>
<div class="poem">
D’ensembles lumineux de boules aux tons chauds<br />
Multicolores tous, et pareils à des hauts<br />
D’arc de triomphe ; ils font une lumière vive ;<br />
On voit des deux côtés, avec la perspective,<br />
Leur long alignement étincelant qui fait,<br />
En se rapetissant jusqu’au dernier, l’effet<br />
De s’entrer l’un dans l’autre en lignes parallèles,<br />
D’un dessin tout pareil, plus petit, sur lesquelles<br />
L’éclat donne au sein des boules de la pâleur<br />
Par l’éblouissement vif, à chaque couleur.<br />
Là-bas, au pont touchant la Seine, un disque énorme<br />
Tourne assez vite, très lumineux ; il transforme<br />
L’assemblage de ses divers tons, très souvent,<br />
Se voyant au milieu de partout, et trouvant,<br />
Par des combinaisons différentes sans cesse<br />
Et nouvelles toujours, une grande richesse<br />
De couleurs se fondant dans leur ensemble ; pour<br />
Le moment, assez large, on lui voit tout autour,<br />
Du vert, avec, au centre, une teinte rougeâtre.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="282" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/295"></span></span>
<div class="poem">
<br />
A gauche, quand on va vers la Seine, un théâtre,<br />
Où monte un escalier très large de bois blanc,<br />
Est long ; une pancarte avec dessus : « Un franc »,<br />
Est placée à l’entrée, au fond, dans une sorte<br />
D’alcôve rouge, avec, à gauche, comme porte,<br />
Rien qu’une draperie à gros plis et qui prend<br />
Le côté de l’alcôve au devant aussi grand<br />
Juste que l’escalier ; la draperie est rouge<br />
Aussi, comme en velours grossier ; elle ne bouge<br />
Pas ; le large escalier d’abord aboutit sur<br />
Un long plain-pied de bois. Tout du long, comme mur,<br />
Une toile est partout recouverte d’espèces<br />
De peintures ; ce sont plusieurs scènes de pièces,<br />
Chacune dans un grand encadrement en o.<br />
A côté de l’alcôve, à gauche, un piano<br />
Est ouvert, semblant vieux ; les touches sont jaunâtres ;<br />
Les touches noires sont seulement très noirâtres,<br />
Trop vieilles ; le couvercle a l’air mal essuyé.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="283" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/296"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Là, de l’autre côté de l’alcôve, appuyé<br />
Juste en face de la draperie où l’on entre,<br />
Les pieds croisés, les mains rejointes sur le ventre,<br />
Gaspard, avec un air paresseux de dégoût,<br />
Tout seul, reste immobile en regardant partout ;<br />
On voit sur sa figure une grande amertume<br />
Dans ses sourcils froncés. Il est dans un costume<br />
Tout rouge avec un peu de noir, de Méphisto ;<br />
Atteignant seulement sa taille, un court manteau<br />
Sans manches lui descend derrière les épaules<br />
Sans venir par devant du tout ; il a de drôles<br />
De bas, complètement rouges, et des souliers<br />
Rouges, à boucle noire, en pointe, singuliers ;<br />
Il a de vastes gants, aussi du même rouge,<br />
Rayés trois fois de noir sur le dessus. Il bouge<br />
La tête ; il est coiffé, tout rouge, d’un chapeau<br />
Étroit à plume noire ; écartant de sa peau<br />
Un peu, sur une tempe, une perruque rousse<br />
Avec de l’or, lui fait la tête grosse. Il pousse<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="284" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/297"></span></span>
<div class="poem">
Lentement un soupir et se croise les bras<br />
En s’appuyant toujours de son épaule.<br />
<br />
En bas<br />
De l’escalier il passe une foule de monde<br />
Allant dans les deux sens ; une femme qui gronde,<br />
Lui secouant un peu le poignet, un enfant<br />
A grand col rabattu touchant mal, lui défend<br />
De rester en arrière, et dit : « Il faut qu’il fasse<br />
Des bêtises toujours, c’est drôle. »<br />
<br />
Juste en face,<br />
Éclairé par plusieurs lampes en haut, un tir<br />
Est assez peu profond, large ; on entend partir<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="285" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/298"></span></span>
<div class="poem">
Des coups nombreux que font plusieurs tireurs ; un homme<br />
Pose sa carabine et montre du doigt, comme<br />
Si pour changer un peu maintenant il voulait,<br />
Au lieu de carabine, avoir un pistolet ;<br />
Puis il reprend, changeant d’avis, sa carabine ;<br />
Une femme l’attend avec une bambine<br />
Qui se bouche les deux oreilles de ses doigts<br />
Tout le temps, en serrant plus fort toutes les fois<br />
Qu’un coup part ; tout au fond s’alignent des poupées<br />
De plâtre à grosse forme ; et des pipes, coupées<br />
Quelquefois, mais souvent encore entières, font<br />
Des cercles, leurs tuyaux au centre, sur le fond<br />
Noir du mur tout couvert aussi de cibles. Quatre<br />
OEufs tournent au plafond ; un coup vient d’en abattre<br />
Un ; on ne le voit pas tomber ; le fil de fer<br />
Continue à tourner sans rien.<br />
<br />
Il fait très clair<br />
A gauche du tir dans une longue boutique<br />
Où l’on voit, arrêtée, une seule pratique,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="286" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/299"></span></span>
<div class="poem">
Une femme nu-tête en châle ; des quinquets<br />
Sont pendus au plafond, très vifs ; des tourniquets<br />
Sont espacés de loin en loin, et chacun porte,<br />
Formés en pyramide, attachés, toute sorte<br />
D’objets ; on fait tourner l’avant-dernier avec<br />
Une espèce de bruit monotone, très sec,<br />
Que font les dents de fer proches du pourtour, contre<br />
Une lame en métal, souple ; la femme montre,<br />
En étendant le bras droit, quelque chose sur<br />
Une planchette, au fond, s’allongeant sur le mur ;<br />
La marchande regarde où son doigt lui désigne,<br />
Puis en levant les bras elle dérange un cygne<br />
En porcelaine avec un bec jaune très grand,<br />
Et le posant plus loin, par derrière, elle prend<br />
Une poupée en rouge et noir, en villageoise ;<br />
Elle lui tire un peu sa jupe.<br />
<br />
Gaspard croise<br />
Ses pieds dans l’autre sens ; toujours il se soutient<br />
L’épaule sur le mur. Du regard il revient<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="287" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/300"></span></span>
<div class="poem">
Plusieurs fois sur le tir ; juste au centre un œuf saute<br />
Sur un jet d’eau ; le coup d’un gros pistolet l’ôte,<br />
Et le jet d’eau, très fin et rapide, qui n’est<br />
Plus entravé par la coque qui retenait<br />
Son élan, fait alors sa courbe tout entière.<br />
<br />
En face, dans l’alcôve, un instant, la portière<br />
Se gonfle comme avec un léger courant d’air,<br />
Mais elle redevient aussitôt droite.<br />
<br />
L’air<br />
Toujours pareil de l’orgue, assez loin, continue ;<br />
Avec une cadence à la fin trop connue,<br />
Il finit et reprend sans cesse. Tout à coup<br />
Son vacarme est couvert par un orgue beaucoup<br />
Plus près, et qui se met à faire un bruit énorme ;<br />
Un homme, devant lui, sur une plate-forme<br />
Le tourne ; fort, il crie un ordre, enflant la voix<br />
Dans le bruit ; tout autour de gros chevaux de bois<br />
Sont souvent deux de front ; un enfant en chevauche<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="288" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/301"></span></span>
<div class="poem">
Un déjà, trottant sans bouger. Il s sont à gauche<br />
De la longue boutique aux tourniquets. En haut<br />
Des lampes font un fort éclairage. Bientôt<br />
Du monde arrive en masse. Une femme s’installe<br />
En s’aidant d’un gros homme en marron ; elle étale<br />
Sa jupe sur la croupe et se met à crier,<br />
Car l’homme en lui mettant le pied dans l’étrier<br />
Lui pince le mollet. Une femme inquiète<br />
Reste, en parlant, debout auprès d’une fillette<br />
Qui vient de s’installer, vite, à califourchon,<br />
En mettant dans son dos le tout petit manchon<br />
Blanc qui lui pend au cou ; la femme renouvelle<br />
Plusieurs gestes prudents. Tournant la manivelle<br />
Vite, l’homme surveille un peu tout ; l’orgue fait<br />
Des sons entrecoupés, hachés, donnant l’effet<br />
De sortir bousculés et secs, de se poursuivre ;<br />
Devant on voit beaucoup étinceler le cuivre<br />
Des larges pavillons de trompette que font<br />
Des sortes de tuyaux touffus, sombres au fond<br />
Dans leur milieu ; sans cesse une foule hâtive<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="289" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/302"></span></span>
<div class="poem">
S’installe. On croit entendre une locomotive<br />
Siffler soudain ; un maigre enfant vient d’avoir peur,<br />
Tournant la tête ; c’est la machine à vapeur<br />
Qui siffle avec de la fumée ; elle commence<br />
A faire aller en rond, bientôt vite, l’immense<br />
Et lourde course ; on voit des cavaliers sur tout<br />
Le cercle vite empli par la foule ; debout<br />
Sur ses deux étriers, un enfant sur sa bride<br />
Se cramponne très fort ; la rapidité ride<br />
La mince étoffe bleu clair du pan d’un foulard<br />
De femme, qui dépasse en arrière du quart.<br />
Des sortes de traîneaux, de voitures sans roues<br />
Finissant en avant en pointe, par des proues,<br />
Tiennent de temps en temps la place des chevaux.<br />
On croirait d’abord voir toujours des gens nouveaux,<br />
Puis on les reconnaît, venant aux mêmes places<br />
Pareils. Sauf à l’endroit pris par l’orgue, des glaces<br />
En polygone sont au milieu, tout autour,<br />
Et pourraient faire croire à de l’espace à jour ;<br />
Aux soudures de chaque un peu de reflet tremble<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="290" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/303"></span></span>
<div class="poem">
De haut en bas au verre épais, verdâtre ; il semble<br />
Que des autres chevaux de bois, tout pareils, font<br />
Une ronde dedans, filant très vite, et vont<br />
Dans la direction contraire, à la rencontre<br />
Des vrais. Toutes les fois que l’orgue se remontre<br />
Au tournant, son tapage alors devient plus fort ;<br />
Il va très vite là ; parfois sur un accord<br />
Brusque et sec il se tait pendant une seconde<br />
Et reprend aussitôt son air. Beaucoup de monde<br />
Les regarde tourner en s’arrêtant en bas.<br />
L’enfant debout sur ses étriers ne veut pas<br />
Se rasseoir. Une femme a ses doigts sur sa tempe.<br />
En l’air, on peut des yeux suivre une seule lampe<br />
Dans sa course, en voulant la séparer du rond<br />
Lumineux que produit par son tournoiement prompt<br />
L’ensemble continu, tourbillonnant, de toutes,<br />
Ininterrompu presque. On peut avoir des doutes<br />
Rapides sur le sens des vrais chevaux de bois<br />
En regardant longtemps dans les glaces, parfois.<br />
Un homme tenant bien fort sa bride se penche<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="291" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/304"></span></span>
<div class="poem">
En arrière et bientôt touche la croupe blanche,<br />
Dure, de son cheval ; mais tout de suite il perd<br />
Par le vent son chapeau de paille à ruban vert,<br />
Que le cheval d’après, pendant qu’il tombe, effleure.<br />
<br />
Gaspard remet ses deux pieds comme tout à l’heure.<br />
<br />
Là, du monde s’arrête à chaque instant, devant<br />
Une table à tapis bleu posée en plein vent<br />
Sur le passage, tout près du théâtre, à droite<br />
De l’escalier ; elle est tout en longueur, étroite ;<br />
Assez au bord, au bout le plus loin, un bougeoir<br />
En cuivre a sur son bord, en bas, un éteignoir ;<br />
Encore longue et très épaisse une chandelle<br />
Y vacille en fumant fort, avec autour d’elle<br />
Une espèce de vase en verre, haut, pour la<br />
Garantir du plein air ; le feu, malgré cela,<br />
Se couche, atteignant presque au bord du vase, comme<br />
S’il n’avait rien. Debout contre la table un homme,<br />
Son installation à même sur le sol,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="292" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/305"></span></span>
<div class="poem">
Dans un habit voyant de velours noir à col<br />
Blanc, élégant, très grand et mou, tout en batiste,<br />
A des cheveux châtains, longs, ondulés, d’artiste ;<br />
Mais à sa face large et ridée au teiat brun,<br />
Et surtout à ses mains, on voit qu’il est commun.<br />
D’une voix enrouée et sourde il dit la bonne<br />
Aventure à la foule ; en ce moment il donne<br />
Deux tubes de cristal baroques, tout remplis<br />
De renflements partout, de tournants et de plis,<br />
Dans les mains d’une femme ; il les tend par la boule<br />
Qui les termine en bas, et la chaleur refoule<br />
Aussitôt dans la main droite un liquide vert<br />
Qui, chaque fois qu’il trouve un endroit plus ouvert,<br />
Bouillonne, dans la main gauche un liquide rouge,<br />
Qui, dans un renflement qu’il vient de trouver, bouge<br />
En tous sens ; l’homme alors, prétendant qu’il voit clair<br />
Le caractère dans les tubes qu’il a l’air<br />
D’examiner avec grand soin, se met à dire<br />
A la femme des tas de choses qui font rire<br />
Ses deux enfants auprès d’elle, qui sont ravis ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="293" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/306"></span></span>
<div class="poem">
De la foule arrêtée écoute.<br />
<br />
Vis-à-vis,<br />
Là-bas, auprès da tir, plus à droite, une espèce<br />
De grande plate-forme en carré, très épaisse<br />
S’étale sur le sol même, tout en plancher<br />
Sonore et poussiéreux ; ne cessant de marcher<br />
De long en large un homme, avec une sacoche<br />
En bandoulière, a la main droite dans sa poche ;<br />
Devant, la plate-forme est libre ; sur les trois<br />
Autres côtés, un long au fond, deux plus étroits<br />
Latéraux, sont des murs très bas que l’on dépasse ;<br />
On y voit, séparés chacun par un espace<br />
Deux fois grand comme lui, des sortes de hublots<br />
Sombres pour le moment à l’intérieur, clos,<br />
Et dans chacun desquels se regarde une vue.<br />
L’homme parfois se met à crier : « La revue<br />
De l’année, entrez voir, messieurs, mesdames, » puis<br />
Il énumère avec rapidité des bruits<br />
Célèbres et récents : le crime de Vaucluse<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="294" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/307"></span></span>
<div class="poem">
Et l’exécution ; l’accident d’une écluse ;<br />
L’aspect des lieux après le grand déraillement<br />
De la ligne Paris-Bordeaux ; le tremblement<br />
De terre dans le Nord ; la scène du cadavre<br />
Trouvé dans un wagon à la gare du Havre,<br />
La confrontation, l’aveu ; le million<br />
Volé par un garçon de recette à Lyon ;<br />
Le naufrage de la Christine ; le sinistre<br />
D’Orléans, l’arrivée en hâte du ministre,<br />
Les victimes ; tout un village incendié<br />
Dans les Vosges à deux heures de Saint-Dié ;<br />
Deux maisons d’un endroit où la Loire déborde.<br />
Devant, s’étendent deux moitiés de grosse corde,<br />
Chacune se courbant sur deux piquets de fer,<br />
Également distants deux à deux ; une a l’air,<br />
Celle à gauche, d’avoir sa courbe un peu plus basse ;<br />
L’homme l’a fait bouger en marchant ; un espace<br />
Est juste entre les deux pour passer au milieu.<br />
Dans la foule, une femme, ici, dit : « Ah ! grand Dieu ! »<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="295" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/308"></span></span>
<div class="poem">
En riant, « non vraiment, est-ce que c’est possible ?»<br />
<br />
En face un des garçons du tir glisse une cible<br />
Qu’il entre en remuant, dans le cadre sans bord<br />
En haut, juste adapté de taille, d’un support<br />
Branlant, quand il y touche, un peu, fait d’une tige<br />
En fer noir.<br />
<br />
Une femme, en s’arrêtant, oblige,<br />
Pour qu’il ne traîne plus ses souliers, un gamin<br />
Aux pieds blancs de poussière, à lui donner la main,<br />
En disant : « Tu deviens insupportable, George, »<br />
Et l’entraîne avec elle ; il suce un sucre d’orge<br />
Tout jaune dont le bout est déjà très pointu.<br />
<br />
Tout à coup l’orgue des chevaux de bois s’est tu ;<br />
Ça vient de s’arrêter ; une femme très laide<br />
Fait des manières pour descendre ; un homme l’aide<br />
En lui donnant les deux mains ; elle prend un soin<br />
Ridicule en sautant, puis rebondit. Au loin<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="296" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/309"></span></span>
<div class="poem">
L’orgue qu’on entendait sans cesse tout à l’heure Joue encore son air.<br />
<br />
Une gamine pleure<br />
En passant, se laissant emmener par le bras ;<br />
Son grand chapeau de paille au ruban crème, gras,<br />
Pend dans son dos, sur ses cheveux, à l’élastique<br />
Étiré de son cou.<br />
<br />
Dans la longue boutique<br />
La marchande, là-bas, remet un beau paquet<br />
Bien fait, à deux soldats, puis lance un tourniquet.<br />
<br />
Un gros homme, en passant, cause avec une bonne<br />
A tablier à qui, tranquillement, il donne<br />
Le bras ; à voir, tous deux ne doivent pas venir<br />
De loin, tout naturels ; sans cesser de tenir<br />
Avec son bras celui de la bonne qu’il garde<br />
Serré, l’homme se tourne un instant et regarde<br />
Derrière, à quelques pas ; puis il appelle un chien<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="297" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/310"></span></span>
<div class="poem">
Qui reste à se gratter, en disant : « Veux-tu bien<br />
Arriver, polisson, tu gratteras tes puces<br />
Une autre fois. »<br />
<br />
Là-bas sont des montagnes russes,<br />
A gauche, loin ; en bas, un enfant très content<br />
Qu’on l’y mène, gambade et chantonne. On entend<br />
Le bruit des wagonnets parfois une seconde<br />
Parmi les autres bruits un peu moins forts. Du monde<br />
Se voit sur l’escalier à toutes les hauteurs,<br />
Montant et descendant.<br />
<br />
Là, ce sont des lutteurs<br />
Installés à côté du théâtre, à sa droite,<br />
De front ; un escalier donne sur une étroite<br />
Estrade ressemblant au long plain-pied d’ici,<br />
En plancher blanc avec la même rampe aussi.<br />
Un lutteur sort avec son paletot, nu-tête,<br />
En maillot ; il descend trois marches, puis s’arrête,<br />
Appuyé sur la rampe ; il caresse un grand chien<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="298" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/311"></span></span>
<div class="poem">
Jaune qui le suivait.<br />
<br />
Un gros collégien<br />
A la figure rouge, égayée et comique,<br />
Avec son képi trop derrière et sa tunique<br />
Trop étroite pour lui dont sa grosseur tend, dur,<br />
L’étoffe avec des plis, en passant monte sur<br />
L’escalier en faisant tout du long la première<br />
Marche, incommodément ; on voit de la lumière<br />
De deux couleurs, un point rougeâtre et deux points verts<br />
Alignés sur chacun tout pareils, en travers,<br />
Le point rouge au milieu, dans ses boutons de cuivre<br />
Brillants, au reflet net ; il se hâte pour suivre,<br />
En tenant par la main sa mère, ses parents<br />
Marchant plus aisément que lui, guère plus grands<br />
Quand il a la hauteur en plus, lui, de la marche ;<br />
Le père, blanc, a la barbe d’un patriarche ;<br />
La mère a des gants bruns de fil, trop larges.<br />
Deux<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="299" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/312"></span></span>
<div class="poem">
Amis s’écartent pour laisser passer entre eux<br />
Un couple se tenant la taille, qui les croise.<br />
Une femme s’arrête et dit : « Viens donc, Françoise,<br />
Voyons, il faut toujours, toi, que tu sois ailleurs. »<br />
Une grande fille en bas blancs la joint.<br />
<br />
Plusieurs,<br />
Se suivant dans la foule, assez loin, marchent vite ;<br />
Le premier, se frayant un passage, profite<br />
De toute occasion pour se glisser devant<br />
Les gens ; il se retourne, inquiet, très souvent<br />
Pour voir s’il ne faut pas peut-être qu’il attende<br />
Les autres ; mais chacun suit bien.<br />
<br />
Toute une bande<br />
Arrive près de la plate-forme, là-bas ;<br />
Sans faire, pour monter dessus, un plus grand pas,<br />
Il s entrent tour à tour ; une femme s’accroche<br />
Un instant au piquet droit ; l’homme à la sacoche<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="300" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/313"></span></span>
<div class="poem">
Leur montre, en leur parlant, les hublots de la main.<br />
<br />
Un homme, lentement, porte un petit gamin<br />
A cheval sur ses deux épaules ; l’enfant bâille ;<br />
L’homme a dans une main son gros chapeau de paille,<br />
Et de l’autre, abaissant encore le bas bleu,<br />
Il tient l’enfant par son mollet ; il baisse un peu<br />
La tête en relevant les sourcils au contraire ;<br />
Une femme, tenant un autre petit frère<br />
Par la main, marche auprès de lui, son gant ôté<br />
A la main droite, elle est grosse et rouge.<br />
<br />
A côté,<br />
A gauche du théâtre, ici, l’on vient d’entendre<br />
Commencer tout à coup une expressive et tendre<br />
Mélodie au contour banal ; un violon<br />
La nuance beaucoup, enflant très fort selon<br />
Les endroits ; le son porte assez malgré l’espace.<br />
Une harpe lui fait toute seule une basse<br />
Lente, banale aussi, très régulière. L’air<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="301" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/314"></span></span>
<div class="poem">
S’entend à quelques pas du théâtre, en plein air,<br />
Sous le feuillage à la toiture assez épaisse,<br />
Mis sur des fils de fer espacés, d’une espèce<br />
De long café ; quelqu’un dit : « Qu’est-ce que tu bois ? »<br />
En entrant, sans qu’on l’ait vu.<br />
<br />
Les chevaux de bois<br />
Sont repartis avec une foule nouvelle.<br />
On ne voit pas le même homme à la manivelle<br />
De l’orgue ; celui-là, cette fois, est gaucher.<br />
Un enfant fait un peu le geste de faucher<br />
De ses deux mains avec sa bride ; il se remue<br />
Des jambes tout le temps, fort ; il est tête nue,<br />
Les cheveux envolés.<br />
<br />
Gaspard, d’un air distrait, Regarde de tous les côtés sans intérêt,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="302" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/315"></span></span>
<div class="poem">
Sans paraître non plus penser à quelque chose<br />
Et promenant ses yeux de la foule qui cause<br />
Aux baraques, partout. A la fin, pris d’ennui,<br />
Il tourne, en soupirant, la tête autour de lui,<br />
Sans savoir ; et les bras toujours croisés ensuite,<br />
En se poussant un peu d’un coup d’épaule il quitte<br />
Sa place ; puis, faisant à droite quelques pas,<br />
Il arrive devant la portière ; du bras<br />
Il l’écarte d’abord ; en passant elle essuie<br />
Son genou ; maintenant de sa main qu’il appuie<br />
A sa droite, il la tient complètement en l’air.<br />
Dans la salle assez haute, en longueur, il fait clair ;<br />
A ses pieds mêmes trois marches hautes, sans rampe.<br />
Descendent ; devant lui, sur la scène, une rampe<br />
Éclaire, relevé de son quart, un rideau<br />
Souple représentant un immense jet d’eau<br />
Dans un parc ; en-dessous le plancher de la scène<br />
Se voit, complètement vide ; une odeur malsaine<br />
De monde et de tabac circule, car on a<br />
Tout à l’heure, devant salle comble, déjà<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="303" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/316"></span></span>
<div class="poem">
Une première fois joué toute la pièce,<br />
Une pièce très courte en un acte, une espèce<br />
De grosse farce à cinq personnages, vieux jeu<br />
Avec, s’entremêlant au dialogue, un peu<br />
De féerie ; un instant le rideau qui frissonne<br />
Se balance. Garpard, en ne voyant personne,<br />
Regarde sans savoir pourquoi ; puis il attend<br />
Là, comme ne sachant pas quoi faire, un instant.<br />
Enfin, lâchant sa main, il se retourne et laisse<br />
La draperie aller ; sans bruit elle se baisse<br />
Et reprend ses anciens plis tout en ondoyant.<br />
<br />
Gaspard avance un peu sur l’estrade, et voyant<br />
Traîner avec les deux pieds en l’air une chaise,<br />
A gauche, un peu plus loin que l’escalier, mauvaise<br />
Comme paille, il la prend par un des pieds d’abord,<br />
Puis saisit le dossier, et la posant au bord<br />
Pour ainsi dire, très en avant de l’estrade,<br />
Et le dossier tourné contre la balustrade,<br />
Il s’y met à cheval, croisant sur le dossier<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="304" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/317"></span></span>
<div class="poem">
Très plat et droit qu’il sent un peu les lui scier<br />
Ses bras qu’il a serrés bien fort ; puis il allonge<br />
Son pied droit tout à fait sur le plancher, et songe<br />
De nouveau, le regard dans le vague.<br />
<br />
Depuis<br />
Six semaines déjà tous liens sont détruits<br />
Entre Roberte et lui ; tous les deux sans ressources<br />
Presque, après avoir fait encore plusieurs courses,<br />
Allant et revenant sur tout le littoral,<br />
Avaient vu qu’il faudrait en finir ; leur moral<br />
A tous deux n’avait plus été bientôt le même ;<br />
Sans doute, lui, parfois, doit s’avouer qu’il l’aime<br />
Encore ; il se surprend des jours à la chérir<br />
De nouveau, mais il compte à force s’en guérir.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="305" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/318"></span></span>
<div class="poem">
C’est un jour, à Menton, soudain, qu’elle est partie ;<br />
Le soir ils devaient faire encore une partie,<br />
Car ils n’avaient jamais rien eu de grave entre eux ;<br />
Il était sorti seul prendre pour tous les deux<br />
Assez loin de l’hôtel des places au théâtre ;<br />
Il la voyait toujours, dans sa robe rougeâtre,<br />
Celle qu’il aimait tant et qui faisait si bien<br />
Ressortir son teint mat, et n’ayant l’air de rien<br />
Quand il était parti, l’embrassant. Tout de suite<br />
En rentrant il s’était aperçu de sa fuite<br />
Et, courageux, longtemps sur le grand canapé,<br />
Calme, il avait songé ; puis s’était occupé,<br />
S’attendant après tout à cette fin normale,<br />
Se croyant sans regrets, de renvoyer sa malle<br />
Qu’en partant elle avait laissée, éparse, là.<br />
Sans cesse il se disait : « C’est ainsi que cela<br />
Devait être. » Il avait tout l’argent nécessaire<br />
Et plus pour revenir. Mais bientôt la misère<br />
Au bout de quelques jours à peine l’avait pris<br />
Après son retour rue Alibert, à Paris.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="306" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/319"></span></span>
<div class="poem">
Il n’avait pas voulu voir de nouveau personne<br />
De ses rares amis dont aucun ne soupçonne<br />
Même son arrivée. Ensuite il avait fait<br />
Argent de tout, prenant jusqu’au dernier effet,<br />
Jusqu’au dernier objet quelconque qu’il pût vendre.<br />
Après, il avait dû chaque jour se défendre<br />
Quelque chose, d’abord la viande, puis le vin.<br />
Et toute la journée il s’en allait en vain<br />
De théâtre en théâtre, en tâchant qu’on l’engage<br />
Pour n’importe quel prix, avec tout son bagage<br />
De genres ; tous les jours il en faisait plusieurs.<br />
Rien. Lenoir ? il n’était pas connu ; puis, d’ailleurs,<br />
Encombrement partout ; partout même demande<br />
Par bien d’autres ; pour lui, rien qui le recommande.<br />
Il ne se lassait pas quand même. Tout, depuis,<br />
Alors n’avait plus fait qu’aller de mal en pis.<br />
Et c’est déjà de tous côtés couvert de dettes<br />
S’accumulant toujours et l’épouvantant, faites<br />
Chez plusieurs fournisseurs différents tour à tour,<br />
Qu’il avait, par hasard, dans un journal, un jour,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="307" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/320"></span></span>
<div class="poem">
Vu, l’esprit sous le coup encore d’un déboire<br />
Reçu dans un théâtre infime, que la foire<br />
De Neuilly quelques jours après devait ouvrir ;<br />
A la soudaine idée alors d’y découvrir<br />
Un bout de rôle dans un théâtre ambulant,<br />
Il s’était révolté tout d’abord, reculant<br />
Avec tout son pouvoir devant cette pensée<br />
Lui paraissant alors tout à fait insensée<br />
De se faire forain, de tomber aussi bas ;<br />
Il n’y songerait plus, non, il ne voulait pas.<br />
Plus d’une heure il avait soutenu cette lutte<br />
Avec lui-même, sans pouvoir sonder sa chute,<br />
Se refusant à croire encore ; puis songeant<br />
Toujours à sa ruine excessive, à l’argent<br />
Qu’il fallait rendre, à sa position extrême,<br />
Aux refus essuyés sans cesse, le jour même,<br />
Après s’être longtemps, de nouveau, recueilli,<br />
Il s’était dirigé d’un bon pas vers Neuilly.<br />
Arrivé dans la foire encore toute pleine<br />
De grands préparatifs inachevés, à peine<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="308" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/321"></span></span>
<div class="poem">
Au tiers de l’avenue il avait vu parmi<br />
Plusieurs marteaux, encore assez mal affermi,<br />
Ce théâtre, et semblant commander tout le monde,<br />
La patronne, une grosse et forte femme blonde,<br />
En pèlerine, avec un grand tablier bleu,<br />
Parlant à haute voix en tous sens, au milieu<br />
Des autres, marchant sur l’estrade déjà telle<br />
Qu’on la voit là. Gaspard s’était approché d’elle,<br />
Puis avait demandé : « Je voudrais savoir si<br />
L’on n’aurait pas besoin de quelque acteur ici. »<br />
Tout de suite elle avait répondu qu’oui ; tout juste<br />
Elle cherchait quelqu’un pour remplacer Auguste.<br />
Puis ils avaient parlé quelque temps tous les deux<br />
Avec toujours le bruit des marteaux autour d’eux.<br />
A la fin elle avait dit qu’il revienne, qu’elle<br />
S’occuperait de la voiture dans laquelle<br />
Il coucherait ; Gaspard alors était parti<br />
Angoissé, murmurant tout seul, anéanti<br />
Et ne pouvant se faire encore à cette idée<br />
Que cette vie était maintenant décidée,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="309" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/322"></span></span>
<div class="poem">
Qu’il était seul au monde et sans aucun appui,<br />
Nulle part. Il était rentré vite chez lui,<br />
Puis il avait erré dans sa chambre, dans l’ombre<br />
Qui commençait, sans rien allumer, laissant sombre.<br />
Et dès le lendemain même, devant quitter<br />
Sa chambre pour toujours, afin de s’acquitter,<br />
Il s’était occupé de vendre tout le reste<br />
De son mobilier ; puis à la somme modeste<br />
Obtenue, il avait pu rajouter l’argent<br />
De son lit, le dernier jour, en déménageant,<br />
Et tout payer ainsi.<br />
<br />
L’existence plus dure<br />
Encore avait alors commencé. La voiture De saltimbanques pour toute
chambre et maison ; Il n’avait pas encore assez de liaison Ni de vie
avec tous les autres de la troupe Pour pouvoir bien souvent se mêler à
leur groupe, Presque toujours tout seul et pensif, à l’écart, Voulant
faire le plus possible vie à part.<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="310" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/323"></span></span>
<div class="poem">
Cet amour, cet oubli de tout avec Roberte,<br />
Ce départ furieux, auront été sa perte.<br />
Maintenant cette vie épouvantable, c’est<br />
Peut-être pour toujours qu’il la mène, qui sait<br />
Quand il pourra jamais reprendre sa carrière,<br />
Et si son nouveau sort n’est pas une barrière<br />
Infranchissable, presque, à tout espoir déjà,<br />
Et s’il ne lui faudra pas toujours comme ça<br />
Toute sa vie entière errer de foire en foire.<br />
Pourtant il n’a jamais pu renoncer à croire<br />
Sincèrement encore à sa vocation,<br />
Il aime trop son art, trop à la passion<br />
Pour ne pas, chaque fois qu’il y pense, y conclure.<br />
Souvent tous les tourments de l’ancienne doublure,<br />
Cherchant toujours en vain le succès, à tout prix,<br />
Au plus profond de sa misère l’ont repris.<br />
Il sent bien, même ici, la froideur unanime<br />
Du public pour lui, dans le bout de pantomime<br />
Introduit dans la pièce, et qu’il fait de son mieux.<br />
Renfonçant son dégoût, avec des effets d’yeux<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="311" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/324"></span></span>
<div class="poem">
Etudiés. Parfois, malgré le temps, la honte<br />
Avec un flot de sang rapide lui remonte<br />
En bouillonnant dans son visage jusqu’au front,<br />
Quand il se représente avec rage l’affront<br />
Du soir terrible alors que de sa main crispée<br />
Il ne parvenait pas à rentrer son épée<br />
Dans le fourreau, piquant toujours à faux le bout,<br />
Pendant que grandissaient les rires.<br />
<br />
Malgré tout<br />
Quelquefois reprenant son courage, il espère,<br />
Voyant un changement insensé qui s’opère<br />
Inattendu, trop beau, le faisant en finir<br />
Avec i-ci ; puis fait des rêves d’avenir.<br />
<br />
Mais là-bas, tout au fond de l’estrade, à sa droite,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="312" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/325"></span></span>
<div class="poem">
La patronne, sortant par une porte étroite<br />
Qui va dans la coulisse, avance par ici ;<br />
Un peigne paraissant en plomb, blanc, mais noirci,<br />
Ciselé, qu’un zigzag comme une enjolivure<br />
Surmonte, est planté droit et haut dans sa coiffure<br />
Excentrique et surtout commune, de gala ;<br />
Par-dessus sa toilette exagérée elle a,<br />
Tenant par une agrafe au cou, sa pèlerine<br />
Qui, s’écartant devant, laisse voir sa poitrine<br />
Décolletée ; on voit jusqu’au coude ses bras<br />
Nus ; sous sa robe un peu courte elle a de fins bas<br />
Clairs, bleu de ciel ; sa robe aussi très claire, bleue,<br />
Forme derrière, sans toucher terre, une queue.<br />
L’étoffe en soie a, gros et très larges, des pois<br />
Bleu plus sombre. Elle tient un tourniquet de bois<br />
En forme de petit drapeau, par son court manche,<br />
Dans la main droite ; elle a l’autre main sur la hanche,<br />
A plat ; apercevant Gaspard, elle dit : « Ha ;<br />
Précisément je vous cherchais, vous êtes là. »<br />
Elle reste devant l’escalier. Derrière elle<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="313" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/326"></span></span>
<div class="poem">
Est ensuite sorti par la porte, tout grêle,<br />
Avec un nez en l’air, pointu, tout maigrelet<br />
Une espèce de pitre à gifles, de valet<br />
Louis quinze, en costume assez court, en tricorne<br />
Noir sans galon, ayant l’air d’un comique morne ;<br />
Il a sous son veston brun un tablier blanc<br />
Dont un coin se relève attaché sur le flanc ;<br />
Sa culotte est pareille à son court veston, brune,<br />
En lainage ; ses bas sont d’un vert pâle, prune.<br />
Contre le piano, prenant un tabouret<br />
Plat et dur comme si rien ne le rembourrait<br />
Sous son dessus de cuir collé presque, il l’éloigne,<br />
Puis l’élance en tournant, attendant qu’il rejoigne,<br />
En enfonçant sa vis complètement, le pied ;<br />
Il crache promptement à sa gauche et s’assied,<br />
Puis il ouvre de la musique qu’il apporte,<br />
Un cahier relié, vieux. Là-bas à la porte<br />
De la coulisse, un grand, en Louis quinze aussi,<br />
Le milieu de sa joue assez peinte, grossi<br />
Par un sifflotement qu’on n’entend pas, s’appuie,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="314" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/327"></span></span>
<div class="poem">
En promenant partout un regard qui s’ennuie,<br />
Au côté de la porte ; il est tout en velours<br />
Vert ; bordant son habit, un galon à glands lourds<br />
Tremblote ; chaque gland paraît une émeraude<br />
En poire ; la patronne, en le voyant, dit : « Claude<br />
Ne vient donc pas ?» Il dit : « Pas encore, il remet,<br />
Je crois, un peu de colle en bas de son plumet. »<br />
La patronne répond : « C’est encore assez bête ;<br />
Si ça sèche… »<br />
<br />
Gaspard avait tourné la tête ;<br />
Il porte de nouveau ses regards devant lui,<br />
Les bras toujours croisés au dossier ; aujourd’hui<br />
Peut-être encore plus crûment que d’habitude,<br />
Il a le sentiment de cette solitude<br />
Complète dans laquelle il se trouve parmi<br />
Ces gens qui ne l’ont pas encore pour ami,<br />
Dont le contact, au reste, à chaque instant le froisse ;<br />
En les voyant il sent s’augmenter son angoisse,<br />
Et la réflexion longue de son malheur<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="315" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/328"></span></span>
<div class="poem">
Lui cause tout à coup une immense douleur,<br />
Un dégoût de sa vie en la trouvant abjecte ;<br />
Son regard, se voilant, abondamment s’humecte,<br />
Il murmure très bas : «Mon Dieu !… mon Dieu !… mon Dieu !.<br />
<br />
La patronne se tourne et dit : « Allez, Mathieu. »<br />
Alors en s’agitant au piano, le pitre<br />
Tourne vite une page et cogne le pupitre<br />
Un peu sur le couvercle en la mettant à plat ;<br />
Ensuite avec un son vieux ayant trop d’éclat,<br />
Il se met à jouer avec rythme une sorte<br />
De valse assez dansante à la basse très forte ;<br />
Les notes durent trop ; à la longue elles font<br />
Un brouhaha dont tout se mêle et se confond,<br />
Comme si la pédale y restait. La patronne,<br />
En faisant aller son tourniquet qui ronronne<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="316" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/329"></span></span>
<div class="poem">
Très fort d’un bruit de bois, dit en criant : « Venez,<br />
Mesdames et messieurs, on commence, menez<br />
Tous vos enfants voir Les Transes de la Marquise,<br />
Montez vite pour vous placer à votre guise,<br />
Ce n’est pas cher, l’entrée est seulement d’un franc ;<br />
Venez et vous pourrez vous mettre au premier rang. »<br />
Parfois son tourniquet, pendant une seconde,<br />
Fait seul son bruit sec, puis elle reprend. Du monde<br />
Monte déjà ; Gaspard tourne la tête et voit<br />
Ignace, la sacoche entr’ouverte, et qui doit<br />
Être entré depuis peu de temps par la portière<br />
Ouverte maintenant, à droite tout entière,<br />
Se tassant sous la tringle où son poids est pendu<br />
Par des anneaux ; Gaspard n’avait rien entendu<br />
Pendant son arrivée au milieu du tapage<br />
Du piano. Mathieu tourne encore une page ;<br />
Une tache jaunâtre, assez brillante, a lui<br />
Sur le papier. Gaspard regarde devant lui<br />
Comme avant ; une femme en pliant une écharpe<br />
S’arrête, pour s’aider de son genou. La harpe,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="317" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/330"></span></span>
<div class="poem">
A côté, fait plusieurs mesures qu’on entend<br />
Malgré le piano ; le violon attend,<br />
Puis, après le début de la harpe, commence<br />
Doucement, avec une expression immense,<br />
Très lentement, un chant religieux et doux ;<br />
Dans le fond du café, loin, on entend la toux<br />
Violente et sans fin de quelqu’un qui s’étrangle.<br />
La patronne, criant toujours, se range à l’angle<br />
De l’escalier, à droite ; elle n’arrête pas<br />
De faire pivoter son tourniquet. Là-bas<br />
Les chevaux de bois vont très vite, de plus belle ;<br />
Gaspard voit une femme en bleu qu’il se rappelle<br />
Tout à l’heure avoir vue à l’avant-dernier tour ;<br />
En haut on voit tourner tellement fort le jour<br />
Des lampes, qu’on ne peut plus en détacher une<br />
En la suivant ; plutôt grande, une femme brune<br />
Est bien faite et posée avec grâce, un genou<br />
Assez haut, très plié ; le grand nœud rouge, mou<br />
De son chapeau de paille à grande forme, tremble ;<br />
L’orgue est toujours tourné par le gaucher et semble,<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="318" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/331"></span></span>
<div class="poem">
Chaque fois que Mathieu va plus fort, assourdi ;<br />
Le gaucher fait l’effet qu’on doit être étourdi<br />
De tourner près du centre en étant à sa place ;<br />
A chaque tour, très vite on remarque une glace<br />
Qui fait un mince éclair avec un long défaut<br />
Dans son verre, en biais et presque droit. Il faut<br />
Prêter attention à gauche pour entendre<br />
La harpe accompagner l’air religieux, tendre,<br />
Que chante avec beaucoup d’âme le violon ;<br />
Un enfant fait sauter sous sa main un ballon.<br />
La patronne, en mettant parfois des différences<br />
Dans ses phrases, répète : « On commence Les Transes<br />
De la Marquise, entrez, mesdames et messieurs. »<br />
Gaspard regarde, en haut, les étoiles aux cieux.<br />
</div>
1896. <span><span class="pagenum" id="np" title="Page:Roussel_-_La_Doublure,_1897.djvu/332"></span></span>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-63385801894217793232012-05-19T10:36:00.002-07:002012-05-19T10:40:29.570-07:00MARCEL SCHWOB: La Croisade des enfants<i>Circa idem tempus pueri sine rectore sine duce de universis omnium
regionum villis et civitatibus versus transmarinas partes avidis
gressibus cucurrerunt, et dum quaereretur ab ipsis quo currerent,
responderunt : Versus Jherusalem, quaerere terram sanctam… Adhuc quo
devenerint ignoratur. Sed plurimi redierunt, a quibus dum quaereretur
causa cursus, dixerunt se nescire. Nudae etiam mulieres circa idem
tempus nihil loquentes per villas et civitates cucurrerunt....</i><br />
<br />
<i> </i> <span class="pagenum" id="73" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/81"></span><br />
<br />
<center>RÉCIT DU GOLIARD</center>
Moi, pauvre Goliard, clerc misérable errant par les bois et les
routes pour mendier, au nom de Notre-Seigneur, mon pain quotidien, j’ai
vu un spectacle pieux et entendu les paroles des petits enfants. Je sais
que ma vie n’est point très sainte, et que j’ai cédé aux tentations
sous les tilleuls du chemin. Les frères qui me donnent du vin voient
bien que je suis peu accoutumé à en boire. Mais je n’appartiens pas à la
secte de ceux qui mutilent. Il y a des méchants qui crèvent les yeux
aux petits, et leur scient les jambes et leur lient les mains, afin de
les exposer et d’implorer la pitié. Voilà pourquoi j’ai eu peur en
voyant tous ces enfants. Sans doute, Notre-Seigneur les défendra. Je
parle au hasard, car <span class="pagenum" id="74" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/82"></span>je
suis rempli de joie. Je ris du printemps et de ce que j’ai vu. Mon
esprit n’est pas très fort. J’ai reçu la tonsure de clergie à l’âge de
dix ans, et j’ai oublié les paroles latines. Je suis pareil à la
sauterelle : car je bondis, de-ci, de-là, et je bourdonne, et parfois
j’ouvre des ailes de couleur, et ma tête menue est transparente et vide.
On dit que saint Jean se nourrissait de sauterelles dans le désert. Il
faudrait en manger beaucoup. Mais saint Jean n’était point un homme fait
comme nous.<br />
Je suis plein d’adoration pour saint Jean, car il était errant et
prononçait des paroles sans suite. Il me semble qu’elles devraient être
plus douces. Le printemps aussi est doux, cette année. Jamais il n’y a
eu tant de fleurs blanches et roses. Les prairies sont fraîchement
lavées. Partout le sang de Notre-Seigneur étincelle sur les haies.
Notre-Seigneur Jésus est couleur de lys, mais son sang est vermeil.
Pourquoi ? Je ne sais. Cela doit être en quelque parchemin. Si j’eusse
été expert dans les lettres, j’aurais du parchemin, et j’écrirais
dessus. Ainsi je mangerais très bien tous les soirs. J’irais dans les
couvents prier <span class="pagenum" id="75" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/83"></span>pour
les frères morts et j’inscrirais leurs noms sur mon rouleau. Je
transporterais mon rouleau des morts d’une abbaye à l’autre. C’est une
chose qui plaît à nos frères. Mais j’ignore les noms de mes frères
morts. Peut-être que Notre-Seigneur ne se soucie point non plus de les
savoir. Tous ces enfants m’ont paru n’avoir pas de noms. Et il est sûr
que Notre-Seigneur Jésus les préfère. Ils emplissaient la route comme un
essaim d’abeilles blanches. Je ne sais pas d’où ils venaient. C’étaient
de tout petits pèlerins. Ils avaient des bourdons de noisetier et de
bouleau. Ils avaient la croix sur l’épaule ; et toutes ces croix étaient
de maintes couleurs. J’en ai vu de vertes, qui devaient être faites
avec des feuilles cousues. Ce sont des enfants sauvages et ignorants.
Ils errent vers je ne sais quoi. Ils ont foi en Jérusalem. Je pense que
Jérusalem est loin, et Notre-Seigneur doit être plus près de nous. Ils
n’arriveront pas à Jérusalem. Mais Jérusalem arrivera à eux. Comme à
moi. La fin de toutes choses saintes est dans la joie. Notre-Seigneur
est ici, sur cette épine rougie, et sur ma bouche, et dans ma pauvre
parole. Car je pense à lui et <span class="pagenum" id="76" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/84"></span>son
sépulcre est dans ma pensée. Amen. Je me coucherai ici au soleil. C’est
un endroit saint. Les pieds de Notre-Seigneur ont sanctifié tous les
endroits. Je dormirai. Jésus fasse dormir le soir tous ces petits
enfants blancs qui portent la croix. En vérité, je le lui dis. J’ai
grand sommeil. Je le lui dis, en vérité, car peut-être qu’il ne les a
point vus, et il doit veiller sur les petits enfants. L’heure de midi
pèse sur moi. Toutes choses sont blanches. Ainsi soit-il. Amen.<br />
<br />
<br />
<br />
<span class="pagenum" id="77" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/85"></span><br />
<br />
<center>RÉCIT DU LÉPREUX</center>
Si vous voulez comprendre ce que je vais vous dire, sachez que j’ai
la tête couverte d’un capuchon blanc et que je secoue un cliquet de bois
dur. Je ne sais plus quel est mon visage, mais j’ai peur de mes mains.
Elles courent devant moi comme des bêtes écailleuses et livides. Je
voudrais les couper. J’ai honte de ce qu’elles touchent. Il me semble
qu’elles font défaillir les fruits rouges que je cueille et les pauvres
racines que j’arrache paraissent se flétrir sous elles. <i>Domine ceterorum, libera me !</i>
Le Sauveur n’a pas expié mon péché blême. Je suis oublié jusqu’à la
résurrection. Comme le crapaud scellé au froid de la lune dans une
pierre obscure, je demeurerai enfermé dans ma gangue hideuse quand les <span class="pagenum" id="78" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/86"></span>autres se lèveront avec leur corps clair. <i>Domine ceterorum, fac me liberum : leprosus sum</i>.
Je suis solitaire et j’ai horreur. Mes dents seules ont gardé leur
blancheur naturelle. Les bêtes s’effraient, et mon âme voudrait fuir. Le
jour s’écarte de moi. Il y a douze cent et douze années que leur
Sauveur les a sauvées, et il n’a pas eu pitié de moi. Je n’ai pas été
touché avec la lance sanglante qui l’a percé. Peut-être que le sang du
Seigneur des autres m’aurait guéri. Je songe souvent au sang : je
pourrais mordre avec mes dents ; elles sont candides. Puisqu’Il n’a
point voulu me le donner, j’ai l’avidité de prendre celui qui lui
appartient. Voilà pourquoi j’ai guetté les enfants qui descendaient du
pays de Vendôme vers cette forêt de la Loire. Ils avaient des croix et
ils étaient soumis à Lui. Leurs corps étaient Son corps et Il ne m’a
point fait part de son corps. Je suis entouré sur terre d’une damnation
pâle. J’ai épié pour sucer au cou d’un de Ses enfants du sang innocent. <i>Et caro nova fiet in die irae</i>.
Au jour de terreur, ma chair sera nouvelle. Et derrière les autres
marchait un enfant frais aux cheveux rouges. Je le marquai ; <span class="pagenum" id="79" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/87"></span>je
bondis subitement ; je lui saisis la bouche de mes mains affreuses. Il
n’était vêtu que d’une chemise rude ; ses pieds étaient nus et ses yeux
restèrent placides. Et il me considéra sans étonnement. Alors, sachant
qu’il ne crierait point, j’eus le désir d’entendre encore une voix
humaine et j’ôtai mes mains de sa bouche, et il ne s’essuya pas la
bouche. Et ses yeux semblaient ailleurs.<br />
— Qui es-tu ? lui dis-je.<br />
— Johannes le Teuton, répondit-il.<br />
Et ses paroles étaient limpides et salutaires.<br />
— Où vas-tu donc ? dis-je encore.<br />
Et il répondit :<br />
— À Jérusalem, pour conquérir la Terre sainte.<br />
Alors je me mis à rire, et je lui demandai :<br />
— Où est Jérusalem ?<br />
Et il répondit :<br />
— Je ne sais pas.<br />
Et je dis encore :<br />
— Qu’est-ce que Jérusalem ?<br />
Et il répondit :<br />
— C’est Notre-Seigneur. <span class="pagenum" id="80" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/88"></span><br />
Alors, je me mis à rire de nouveau et je demandai :<br />
— Qu’est-ce que ton Seigneur ?<br />
Et il me dit :<br />
— Je ne sais pas ; il est blanc.<br />
Et cette parole me jeta dans la fureur et j’ouvris mes dents sous mon
capuchon et je me penchai vers son cou frais et il ne recula point, et
je lui dis :<br />
— Pourquoi n’as-tu pas peur de moi ?<br />
Et il dit :<br />
— Pourquoi aurais-je peur de toi, homme blanc ?<br />
Alors de grandes larmes m’agitèrent, et je m’étendis sur le sol, et je baisai la terre de mes lèvres terribles, et je criai :<br />
— Parce que je suis lépreux !<br />
Et l’enfant teuton me considéra, et dit limpidement :<br />
— Je ne sais pas.<br />
Il n’a pas eu peur de moi ! Il n’a pas eu peur de moi ! Ma
monstrueuse blancheur est semblable pour lui à celle de son Seigneur. Et
j’ai pris <span class="pagenum" id="81" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/89"></span>une poignée d’herbe et j’ai essuyé sa bouche et ses mains. Et je lui ai dit :<br />
— Va en paix vers ton Seigneur blanc, et dis-lui qu’il m’a oublié.<br />
Et l’enfant m’a regardé sans rien dire. Je l’ai accompagné hors du
noir de cette forêt. Il marchait sans trembler. J’ai vu disparaître ses
cheveux rouges au loin dans le soleil. <i>Domine infantium, libera me !</i>
Que le son de mon cliquet de bois parvienne jusqu’à toi, comme le son
pur des cloches ! Maître de ceux qui ne savent pas, délivre-moi !<br />
<br />
<br />
<span class="pagenum" id="82" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/90"></span><br />
<br />
<center>RÉCIT DU PAPE INNOCENT III</center>
Loin de l’encens et des chasubles, je puis très facilement parler à
Dieu dans cette chambre dédorée de mon palais. C’est ici que je viens
penser à ma vieillesse, sans être soutenu sous les bras. Pendant la
messe, mon cœur s’élève et mon corps se roidit ; le scintillement du vin
sacré emplit mes yeux, et ma pensée est lubrifiée par les huiles
précieuses ; mais en ce lieu solitaire de ma basilique, je peux me
courber sous ma fatigue terrestre. <i>Ecce homo</i> ! Car le Seigneur ne
doit point entendre vraiment la voix de ses prêtres à travers la pompe
des mandements et des bulles ; et sans doute ni la pourpre, ni les
joyaux, ni les peintures ne lui agréent ; mais dans cette petite cellule
il a peut-être pitié <span class="pagenum" id="83" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/91"></span>de
mon balbutiement imparfait. Seigneur, je suis très vieux, et me voici
vêtu de blanc devant toi, et mon nom est Innocent, et tu sais que je ne
sais rien. Pardonne-moi ma papauté, car elle a été instituée, et je la
subis. Ce n’est pas moi qui ai ordonné les honneurs. J’aime mieux voir
ton soleil par cette vitre ronde que dans les reflets magnifiques de mes
verrières. Laisse-moi gémir comme un autre vieillard et tourner vers
toi ce visage pâle et ridé que je soulève à grand-peine hors des flots
de la nuit éternelle. Les anneaux glissent le long de mes doigts
amaigris, comme les derniers jours de ma vie s’échappent.<br />
Mon Dieu ! je suis ton vicaire ici, et je tends vers toi ma main
creuse, pleine du vin pur de ta foi. Il y a de grands crimes. Il y a de
très grands crimes. Nous pouvons leur donner l’absolution. Il y a de
grandes hérésies. Il y a de très grandes hérésies. Nous devons les punir
impitoyablement. À cette heure où je m’agenouille, blanc, dans cette
cellule blanche dédorée, je souffre d’une forte angoisse, Seigneur, ne
sachant point si les crimes et les hérésies sont du pompeux domaine de
ma papauté ou du petit cercle de jour dans lequel un <span class="pagenum" id="84" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/92"></span>vieil
homme joint simplement ses mains. Et aussi, je suis troublé en ce qui
touche ton Sépulcre. Il est toujours entouré par des infidèles. On n’a
point su le leur reprendre. Personne n’a dirigé ta croix vers la Terre
sainte ; mais nous sommes plongés dans la torpeur. Les chevaliers ont
déposé leurs armes et les rois ne savent plus commander. Et moi,
Seigneur, je m’accuse et je frappe ma poitrine : je suis trop faible et
trop vieux.<br />
Maintenant, Seigneur, écoute ce chuchotement chevrotant qui monte
hors de cette petite cellule de ma basilique et conseille-moi. Mes
serviteurs m’ont apporté d’étranges nouvelles depuis les pays de
Flandres et d’Allemagne jusqu’aux villes de Marseille et de Gênes. Des
sectes ignorées vont naître. On a vu courir par les cités des femmes
nues qui ne parlaient point. Ces muettes impudiques désignaient le ciel.
Plusieurs fous ont prêché la ruine sur les places. Les ermites et les
clercs errants sont pleins de rumeurs. Et je ne sais par quel sortilège
plus de sept mille enfants ont été attirés hors des maisons. Ils sont
sept mille sur la route portant la croix et le bourdon. Ils n’ont point à
manger ; ils n’ont point <span class="pagenum" id="85" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/93"></span>d’armes ;
ils sont incapables et ils nous font honte. Ils sont ignorants de toute
véritable religion. Mes serviteurs les ont interrogés. Ils répondent
qu’ils vont à Jérusalem pour conquérir la Terre sainte. Mes serviteurs
leur ont dit qu’ils ne pourraient traverser la mer. Ils ont répondu que
la mer se séparerait et se dessécherait pour les laisser passer. Les
bons parents, pieux et sages, s’efforcent de les retenir. Ils brisent
les verrous pendant la nuit et franchissent les murailles. Beaucoup sont
fils de nobles et de courtisanes. C’est grand-pitié. Seigneur, tous ces
innocents seront livrés aux naufrages et aux adorateurs de Mahomet. Je
vois que le Soudan de Bagdad les guette de son palais. Je tremble que
les mariniers ne s’emparent de leurs corps pour les vendre.<br />
Seigneur, permettez-moi de vous parler selon les formules de la
religion. Cette croisade des enfants n’est point une œuvre pie. Elle ne
pourra gagner le Sépulcre aux chrétiens. Elle augmente le nombre des
vagabonds qui errent sur la lisière de la foi autorisée. Nos prêtres ne
peuvent point la protéger. Nous devons croire que le Malin possède ces
pauvres créatures. Elles vont <span class="pagenum" id="86" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/94"></span>en
troupeau vers le précipice comme les porcs sur la montagne. Le Malin
s’empare volontiers des enfants, Seigneur, comme vous savez. Il se donna
figure, jadis, d’un preneur de rats, pour entraîner aux notes de la
musique de son pipeau tous les petits de la cité de Hamelin. Les uns
disent que ces infortunés furent noyés dans la rivière de Weser ; les
autres, qu’il les enferma dans le flanc d’une montagne. Craignez que
Satan ne mène tous nos enfants vers les supplices de ceux qui n’ont
point notre foi. Seigneur, vous savez qu’il n’est pas bon que la
croyance se renouvelle. Sitôt qu’elle parut dans le buisson ardent, vous
la fîtes enfermer dans un tabernacle. Et quand elle se fut échappée de
vos lèvres sur le Golgotha, vous ordonnâtes qu’elle fût enclose dans les
ciboires et dans les ostensoirs. Ces petits prophètes ébranleront
l’édifice de votre Église. Il faut le leur défendre. Est-ce au mépris de
vos consacrés, qui usèrent dans votre service leurs aubes et leurs
étoles, qui résistèrent durement aux tentations pour vous gagner, que
vous recevrez ceux qui ne savent ce qu’ils font ? Nous devons laisser
venir à vous les petits enfants, <span class="pagenum" id="87" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/95"></span>mais
sur la route de votre foi. Seigneur, je vous parle selon vos
institutions. Ces enfants périront. Ne faites pas qu’il y ait sous
Innocent un nouveau massacre des Innocents.<br />
Pardonne-moi maintenant, mon Dieu, pour t’avoir demandé conseil sous
la tiare. Le tremblement de la vieillesse me reprend. Regarde mes
pauvres mains. Je suis un homme très âgé. Ma foi n’est plus celle des
tout petits. L’or des parois de cette cellule est usé par le temps.
Elles sont blanches. Le cercle de ton soleil est blanc. Ma robe est
blanche aussi, et mon cœur desséché est pur. J’ai dit selon ta règle. Il
y a des crimes. Il y a de très grands crimes. Il y a des hérésies. Il y
a de très grandes hérésies. Ma tête est vacillante de faiblesse :
peut-être qu’il ne faut ni punir ni absoudre. La vie passée fait hésiter
nos résolutions. Je n’ai point vu de miracle. Éclaire-moi. Est-ce un
miracle ? Quel signe leur as-tu donné ? Les temps sont-ils venus ?
Veux-tu qu’un homme très vieux, comme moi, soit pareil dans sa blancheur
à tes petits enfants candides ? Sept mille ! Bien que leur foi soit
ignorante, puniras-tu l’ignorance de sept mille innocents ? <span class="pagenum" id="88" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/96"></span>Moi
aussi, je suis Innocent. Seigneur, je suis innocent comme eux. Ne me
punis pas dans mon extrême vieillesse. Les longues années m’ont appris
que ce troupeau d’enfants ne <i>peut</i> pas réussir. Cependant,
Seigneur, est-ce un miracle ? Ma cellule reste paisible, comme en
d’autres méditations. Je sais qu’il n’est point besoin de t’implorer,
pour que tu te manifestes ; mais moi, du haut de ma très grande
vieillesse, du haut de ta papauté, je te supplie. Instruis-moi, car je
ne sais pas. Seigneur, ce sont tes petits innocents. Et moi, Innocent,
je ne sais pas, je ne sais pas.<br />
<br />
<br />
<span class="pagenum" id="89" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/97"></span><br />
<br />
<center>RÉCITS DE TROIS PETITS ENFANTS</center>
Nous trois, Nicolas qui ne sait point parler, Alain et Denis, nous
sommes partis sur les routes pour aller vers Jérusalem. Il y a longtemps
que nous marchons. Ce sont des voix blanches qui nous ont appelés dans
la nuit. Elles appelaient tous les petits enfants. Elles étaient comme
les voix des oiseaux morts pendant l’hiver. Et d’abord nous avons vu
beaucoup de pauvres oiseaux étendus sur la terre gelée, beaucoup de
petits oiseaux dont la gorge était rouge. Ensuite nous avons vu les
premières fleurs et les premières feuilles et nous en avons tressé des
croix. Nous avons chanté devant les villages, ainsi que nous avions
coutume de faire pour l’an nouveau. Et tous les enfants couraient vers
nous. Et nous <span class="pagenum" id="90" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/98"></span>avons
avancé comme une troupe. Il y avait des hommes qui nous maudissaient,
ne connaissant point le Seigneur. Il y avait des femmes qui nous
retenaient par les bras et nous interrogeaient, et couvraient nos
visages de baisers. Et puis il y a eu de bonnes âmes qui nous ont
apporté des écuelles de bois, du lait tiède et des fruits. Et tout le
monde avait pitié de nous. Car ils ne savent point où nous allons et ils
n’ont point entendu les voix.<br />
Sur la terre il y a des forêts épaisses, et des rivières, et des
montagnes, et des sentiers pleins de ronces. Et au bout de la terre se
trouve la mer que nous allons traverser bientôt. Et au bout de la mer se
trouve Jérusalem. Nous n’avons ni gouvernants ni guides. Mais toutes
les routes nous sont bonnes. Quoique ne sachant point parler, Nicolas
marche comme nous, Alain et Denis, et toutes les terres sont pareilles,
et pareillement dangereuses aux enfants. Partout il y a des forêts
épaisses, et des rivières, et des montagnes, et des épines. Mais partout
les voix seront avec nous. Il y a ici un enfant qui s’appelle Eustace,
et qui est né avec ses yeux fermés. Il garde les bras <span class="pagenum" id="91" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/99"></span>étendus
et il sourit. Nous ne voyons rien de plus que lui. C’est une petite
fille qui le mène et qui porte sa croix. Elle s’appelle Allys. Elle ne
parle jamais et ne pleure jamais ; elle garde les yeux fixés sur les
pieds d’Eustace, afin de le soutenir quand il trébuche. Nous les aimons
tous les deux. Eustace ne pourra pas voir les saintes lampes du
Sépulcre. Mais Allys lui prendra les mains, afin de lui faire toucher
les dalles du tombeau.<br />
Oh ! que les choses de la terre sont belles ! Nous ne nous souvenons
de rien, parce que nous n’avons jamais rien appris. Cependant nous avons
vu de vieux arbres et des rochers rouges. Quelquefois nous passons dans
de longues ténèbres. Quelquefois nous marchons jusqu’au soir dans des
prairies claires. Nous avons crié le nom de Jésus dans les oreilles de
Nicolas, et il le connaît bien. Mais il ne sait pas le dire. Il se
réjouit avec nous de ce que nous voyons. Car ses lèvres peuvent s’ouvrir
pour la joie, et il nous caresse les épaules. Et ainsi ils ne sont
point malheureux : car Allys veille sur Eustace et nous, Alain et Denis,
nous veillons sur Nicolas.<br />
On nous disait que nous rencontrerions dans <span class="pagenum" id="92" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/100"></span>les
bois des ogres et des loups-garous. Ce sont des mensonges. Personne ne
nous a effrayés ; personne ne nous a fait de mal. Les solitaires et les
malades viennent nous regarder, et les vieilles femmes allument des
lumières pour nous dans les cabanes. On fait sonner pour nous les
cloches des églises. Les paysans se lèvent des sillons pour nous épier.
Les bêtes aussi nous regardent et ne s’enfuient point. Et depuis que
nous marchons, le soleil est devenu plus chaud, et nous ne cueillons
plus les mêmes fleurs. Mais toutes les tiges peuvent se tresser en mêmes
formes, et nos croix sont toujours fraîches. Ainsi nous avons grand
espoir, et bientôt nous verrons la mer bleue. Et au bout de la mer bleue
est Jérusalem. Et le Seigneur laissera venir à son tombeau tous les
petits enfants. Et les voix blanches seront joyeuses dans la nuit.<br />
<br />
<br />
<span class="pagenum" id="93" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/101"></span><br />
<br />
<center>RÉCIT DE FRANÇOIS LONGUEJOUE, CLERC</center>
<i>Aujourd’hui, quinzième du mois de septembre, l’année après
l’incarnation de notre Seigneur douze cent et douze, sont venus en
l’officine de mon maître Hugues Ferré plusieurs enfants qui demandent à
traverser la mer pour aller voir le saint Sépulcre. Et pour ce que ledit
Ferré n’a point assez de nefs marchandes dans le port de Marseille, il
m’a commandé de requérir maître Guillaume Porc, afin de compléter le
nombre. Les maîtres Hugues Ferré et Guillaume Porc mèneront les nefs
jusqu’en Terre sainte pour l’amour de Notre-Seigneur J.-C. Il y a
présentement épandus autour de la cité de Marseille plus de sept mille
enfants dont aucuns parlent des langages barbares. Et</i> <span class="pagenum" id="94" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/102"></span><i>Messieurs
les échevins, craignant justement la disette, se sont réunis en la
maison de ville, où, après délibération, ils ont mandé nosdits maîtres
afin de les exhorter et supplier d’envoyer les nefs en grande diligence.
La mer n’est pas de présent bien favorable à cause des équinoxes, mais
il est à considérer qu’une telle affluence pourrait être dangereuse à
notre bonne ville, d’autant que ces enfants sont tous affamés par la
longueur de la route et ne savent ce qu’ils font. J’ai fait crier aux
mariniers sur le port, et équiper les nefs. Sur l’heure de vêpres, on
pourra les tirer dans l’eau. La foule des enfants n’est point dans la
cité, mais ils parcourent la grève en amassant des coquilles pour signes
de voyage et on dit qu’ils s’étonnent des étoiles de mer et pensent
qu’elles soient tombées vivantes du ciel afin de leur indiquer la route
du Seigneur. Et de cet événement extraordinaire, voici ce que j’ai à
dire : premièrement, qu’il est à désirer que maîtres Hugues Ferré et
Guillaume Porc conduisent promptement hors de notre cité cette
turbulence étrangère ; secondement, que l’hiver a été bien rude, d’où la
terre</i> <span class="pagenum" id="95" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/103"></span><i>est
pauvre cette année, ce que savent assez messieurs les marchands ;
troisièmement, que l’Église n’a été nullement avisée du dessein de cette
horde qui vient du Nord, et qu’elle ne se mêlera pas dans la folie
d’une armée puérile (</i>turba infantium<i>). Et il convient de louer
maîtres Hugues Ferré et Guillaume Porc, autant pour l’amour qu’ils
portent à notre bonne ville que pour leur soumission à Notre-Seigneur,
envoyant leurs nefs et les convoyant par ce temps d’équinoxe, et en
grand danger d’être attaquées par les infidèles qui écument notre mer
sur leurs felouques d’Alger et de Bougie.</i><br />
<br />
<i> </i> <span class="pagenum" id="96" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/104"></span><br />
<br />
<br />
<center>RÉCIT DU KALANDAR</center>
Gloire à Dieu ! Loué soit le Prophète qui m’a permis d’être pauvre et
d’errer par les villes en invoquant le Seigneur ! Trois fois bénis
soient les saints compagnons de Mohammed qui instituèrent l’ordre divin
auquel j’appartiens ! Car je suis semblable à Lui lorsqu’il fut chassé à
coups de pierres hors de la cité infâme que je ne veux point nommer, et
qu’il se réfugia dans une vigne où un esclave chrétien eut pitié de
lui, et lui donna du raisin, et fut touché par les paroles de la foi au
déclin du jour. Dieu est grand ! J’ai traversé les villes de Mossoul, et
de Bagdad, et de Basrah, et j’ai connu Sala-ed-Din (Dieu ait son âme)
et le sultan son frère Seïf-ed-Din, et j’ai contemplé le Commandeur des
Croyants. Je <span class="pagenum" id="97" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/105"></span>vis
très bien d’un peu de riz que je mendie et de l’eau qu’on me verse dans
ma calebasse. J’entretiens la pureté de mon corps. Mais la plus grande
pureté réside dans l’âme. Il est écrit que le Prophète, avant sa
mission, tomba profondément endormi sur le sol. Et deux hommes blancs
descendirent à droite et à gauche de son corps et se tinrent là. Et
l’homme blanc à gauche lui fendit la poitrine avec un couteau d’or, et
en tira le cœur, d’où il exprima le sang noir. Et l’homme blanc à droite
lui fendit le ventre avec un couteau d’or, et en tira les viscères
qu’il purifia. Et ils remirent les entrailles en place, et dès lors le
Prophète fut pur pour annoncer la foi. C’est là une pureté surhumaine
qui appartient principalement aux êtres angéliques. Cependant les
enfants aussi sont purs. Telle fut la pureté que désira engendrer la
devineresse quand elle aperçut le rayonnement autour de la tête du père
de Mohammed et qu’elle tenta de se joindre à lui. Mais le père du
Prophète s’unit à sa femme Aminah, et le rayonnement disparut de son
front, et la devineresse connut ainsi qu’Aminah venait de concevoir un
être pur. <span class="pagenum" id="98" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/106"></span>Gloire
à Dieu, qui purifie ! Ici, sous le porche de ce bazar, je puis me
reposer, et je saluerai les passants. Il y a de riches marchands
d’étoffes et de joyaux qui se tiennent accroupis. Voici un caftan qui
vaut bien mille dinars. Moi, je n’ai point besoin d’argent, et je suis
libre comme un chien. Gloire à Dieu ! Je me souviens, maintenant que je
suis à l’ombre, du commencement de mon discours. Premièrement, je parle
de Dieu, hors lequel il n’y a pas de Dieu, et de notre Saint Prophète,
qui révéla la foi, car c’est l’origine de toutes les pensées, soit
qu’elles sortent de la bouche, soit qu’elles aient été tracées à l’aide
du calame. En second lieu, je considère la pureté dont Dieu a doué les
saints et les anges. En troisième lieu, je réfléchis à la pureté des
enfants. En effet, je viens de voir un grand nombre d’enfants chrétiens
qui ont été achetés par le Commandeur des Croyants. Je les ai vus sur la
grand-route. Ils marchaient comme un troupeau de moutons. On dit qu’ils
viennent du pays d’Égypte, et que les navires des Francs les ont
débarqués là. Satan les possédait et ils tentaient de traverser la mer
pour se rendre à Jérusalem. Gloire à Dieu. <span class="pagenum" id="99" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/107"></span>Il
n’a pas été permis qu’une si grande cruauté fût accomplie. Car ces
pauvres enfants seraient morts en route, n’ayant ni aides ni vivres. Ils
sont tout à fait innocents. Et à leur vue je me suis jeté à terre, et
j’ai frappé la terre du front en louant le Seigneur à voix haute. Voici
maintenant quelle était la disposition de ces enfants. Ils étaient vêtus
de blanc, et ils portaient des croix cousues sur leurs vêtements. Ils
ne paraissaient point savoir où ils se trouvaient, et ne semblaient pas
affligés. Ils gardent les yeux dirigés constamment au loin. J’ai
remarqué l’un d’eux qui était aveugle et qu’une petite fille tenait par
la main. Beaucoup ont des cheveux roux et des yeux verts. Ce sont des
Francs qui appartiennent à l’empereur de Rome. Ils adorent faussement le
prophète Jésus. L’erreur de ces Francs est manifeste. D’abord, il est
prouvé par les livres et les miracles qu’il n’y a point d’autre parole
que celle de Mohammed. Ensuite, Dieu nous permet journellement de le
glorifier et de quêter notre vie, et il ordonne à ses fidèles de
protéger notre ordre. Enfin, il a refusé la clairvoyance à ces enfants
qui sont partis d’un <span class="pagenum" id="100" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/108"></span>pays
lointain, tentés par Iblis, et il ne s’est point manifesté pour les
avertir. Et s’ils n’étaient tombés heureusement entre les mains des
Croyants, ils auraient été saisis par les Adorateurs du Feu et enchaînés
dans des caves profondes. Et ces maudits les auraient offerts en
sacrifice à leur idole dévoratrice et détestable. Loué soit notre Dieu
qui fait bien tout ce qu’il fait et qui protège même ceux qui ne le
confessent point. Dieu est grand ! J’irai maintenant demander ma part de
riz dans la boutique de cet orfèvre, et proclamer mon mépris des
richesses. S’il plaît à Dieu, tous ces enfants seront sauvés par la foi.<br />
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<br />
<center>RÉCIT DE LA PETITE ALLYS</center>
Je ne peux plus bien marcher, parce que nous sommes dans un pays
brûlant, où deux méchants hommes de Marseille nous ont emmenés. Et
d’abord nous avons été secoués sur la mer dans un petit jour noir, au
milieu des feux du ciel. Mais mon petit Eustace n’avait point de frayeur
parce qu’il ne voyait rien et que je lui tenais les deux mains. Je
l’aime beaucoup, et je suis venue ici à cause de lui. Car je ne sais pas
où nous allons. Il y a si longtemps que nous sommes partis. Les autres
nous parlaient de la ville de Jérusalem, qui est au bout de la mer, et
de Notre-Seigneur qui serait là pour nous recevoir. Et Eustace
connaissait bien Notre-Seigneur Jésus, mais il ne savait point ce qu’est
Jérusalem, ni une ville, <span class="pagenum" id="102" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/110"></span>ni
la mer. Il s’est enfui pour obéir à des voix et il les entendait toutes
les nuits. Il les entendait dans la nuit à cause du silence, car il ne
distingue pas la nuit du jour. Et il m’interrogeait sur ces voix, mais
je ne pouvais rien lui dire. Je ne sais rien, et j’ai seulement de la
peine à cause d’Eustace. Nous marchions près de Nicolas, et d’Alain, et
de Denis ; mais ils sont montés sur un autre navire, et tous les navires
n’étaient plus là quand le soleil a reparu. Hélas ! que sont-ils
devenus ? Nous les retrouverons quand nous arriverons près de
Notre-Seigneur. C’est encore très loin. On parle d’un grand roi qui nous
fait venir, et qui tient en sa puissance la ville de Jérusalem. En
cette contrée tout est blanc, les maisons et les vêtements, et le visage
des femmes est couvert d’un voile. Le pauvre Eustace ne peut pas voir
cette blancheur, mais je lui en parle, et il se réjouit. Car il dit que
c’est le signe de la fin. Le Seigneur Jésus est blanc. La petite Allys
est très lasse, mais elle tient Eustace par la main, afin qu’il ne tombe
pas, et elle n’a pas le temps de songer à sa fatigue. Nous nous
reposerons ce soir, et Allys dormira, comme de <span class="pagenum" id="103" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/111"></span>coutume,
près d’Eustace, et si les voix ne nous ont point abandonnés, elle
essaiera de les entendre dans la nuit claire. Et elle tiendra Eustace
par la main jusqu’à la fin blanche du grand voyage, car il faut qu’elle
lui montre le Seigneur. Et assurément le Seigneur aura pitié de la
patience d’Eustace, et il permettra qu’Eustace le voie. Et peut-être
alors Eustace verra la petite Allys.<br />
<br />
<br />
<span class="pagenum" id="104" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/112"></span><br />
<br />
<br />
<center>RÉCIT DU PAPE GRÉGOIRE IX</center>
Voici la mer dévoratrice, qui semble innocente et bleue. Ses plis
sont doux et elle est bordée de blanc, comme une robe divine. C’est un
ciel liquide et ses astres sont vivants. Je médite sur elle, de ce trône
de rochers où je me suis fait apporter hors de ma litière. Elle est
véritablement au milieu des terres de chrétienté. Elle reçoit l’eau
sacrée où l’Annonciateur lava le péché. Sur ses bords se penchèrent
toutes les saintes figures, et elle a balancé leurs images
transparentes. Grande ointe mystérieuse, qui n’a ni flux ni reflux,
berceuse d’azur, insérée sur l’anneau terrestre comme un joyau fluide,
je t’interroge avec mes yeux. Ô mer Méditerranée, rends-moi mes
enfants ! Pourquoi les as-tu pris ? <span class="pagenum" id="105" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/113"></span><br />
Je ne les ai point connus. Ma vieillesse ne fut pas caressée par
leurs haleines fraîches. Ils ne vinrent pas me supplier de leurs tendres
bouches entrouvertes. Seuls, semblables à de petits vagabonds, pleins
d’une foi furieuse et aveugle, ils s’élancèrent vers la Terre promise et
ils furent anéantis. D’Allemagne et de Flandres, et de France et de
Savoie et de Lombardie, ils vinrent vers tes flots perfides, mer sainte,
bourdonnant d’indistinctes paroles d’adoration. Ils allèrent jusqu’à la
cité de Marseille ; ils allèrent jusqu’à la cité de Gênes. Et tu les
portas dans des nefs sur ton large dos crêtelé d’écume ; et tu te
retournas, et tu allongeas vers eux tes bras glauques, et tu les as
gardés. Et les autres, tu les as trahis, en les menant vers les
infidèles ; et maintenant ils soupirent dans les palais d’Orient,
captifs des adorateurs de Mahomet.<br />
Autrefois, un orgueilleux roi d’Asie te fit frapper de verges et
charger de chaînes. Ô mer Méditerranée ! qui te pardonnera ? Tu es
tristement coupable. C’est toi que j’accuse, toi seule, faussement
limpide et claire, mauvais mirage du ciel ; je t’appelle en justice
devant le trône du <span class="pagenum" id="106" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/114"></span>Très-Haut,
de qui relèvent toutes choses créées. Mer consacrée, qu’as-tu fait de
nos enfants ? Lève vers Lui ton visage céruléen ; tends vers Lui tes
doigts frissonnants de bulles ; agite ton innombrable rire pourpré ;
fais parler ton murmure, et rends-Lui compte.<br />
Muette par toutes tes bouches blanches qui viennent expirer à mes
pieds sur la grève, tu ne dis rien. Il y a dans mon palais de Rome une
antique cellule dédorée, que l’âge a faite candide comme une aube. Le
pontife Innocent avait coutume de s’y retirer. On prétend qu’il y médita
longtemps sur les enfants et sur leur foi, et qu’il demanda au Seigneur
un signe. Ici, du haut de ce trône de rochers, parmi l’air libre, je
déclare que ce pontife Innocent avait lui-même une foi d’enfant, et
qu’il secoua vainement ses cheveux lassés. Je suis beaucoup plus vieux
qu’Innocent ; je suis le plus vieux de tous les vicaires que le Seigneur
a placés ici-bas, et je commence seulement à comprendre. Dieu ne se
manifeste point. Est-ce qu’il assista son fils au jardin des Oliviers ?
Ne l’abandonna-t-il pas dans son angoisse suprême ? Ô folie puérile que
<span class="pagenum" id="107" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/115"></span>d’invoquer
son secours ! Tout mal et toute épreuve ne réside qu’en nous. Il a
parfaite confiance en l’œuvre pétrie par ses mains. Et tu as trahi sa
confiance. Mer divine, ne t’étonne point de mon langage. Toutes choses
sont égales devant le Seigneur. La superbe raison des hommes ne vaut pas
plus au prix de l’infini que le petit œil rayonné d’un de tes animaux.
Dieu accorde la même part au grain de sable et à l’empereur. L’or mûrit
dans la mine aussi impeccablement que le moine réfléchit dans le
monastère. Les parties du monde sont aussi coupables les unes que les
autres, lorsqu’elles ne suivent pas les lignes de la bonté ; car elles
procèdent de Lui. Il n’y a point à ses yeux de pierres, ni de plantes,
ni d’animaux, ni d’hommes, mais des créations. Je vois toutes ces têtes
blanchissantes qui bondissent au-dessus de tes vagues, et qui se fondent
dans ton eau ; elles ne jaillissent qu’une seconde sous la lumière du
soleil, et elles peuvent être damnées ou élues. L’extrême vieillesse
instruit l’orgueil et éclaire la religion. J’ai autant de pitié pour ce
petit coquillage de nacre que pour moi-même. <span class="pagenum" id="108" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/116"></span><br />
Voilà pourquoi je t’accuse, mer dévoratrice, qui as englouti mes
petits enfants. Souviens-toi du roi asiatique par qui tu fus punie. Mais
ce n’était pas un roi centenaire. Il n’avait pas subi assez d’années.
Il ne pouvait point comprendre les choses de l’univers. Je ne te punirai
donc pas. Car ma plainte et ton murmure viendraient mourir en même
temps aux pieds du Très-Haut, comme le bruissement de tes gouttelettes
vient mourir à mes pieds. Ô mer Méditerranée ! je te pardonne et je
t’absous. Je te donne la très sainte absolution. Va-t’en et ne pèche
plus. Je suis coupable comme toi de fautes que je ne sais point. Tu te
confesses incessamment sur la grève par tes mille lèvres gémissantes, et
je me confesse à toi, grande mer sacrée, par mes lèvres flétries. Nous
nous confessons l’un à l’autre. Absous-moi et je t’absous. Retournons
dans l’ignorance et la candeur. Ainsi soit-il.<br />
<br />
Que ferai-je sur la terre ? Il y aura un monument expiatoire, un
monument pour la foi qui ne sait pas. Les âges qui viendront doivent
connaître notre piété, et ne point désespérer. Dieu <span class="pagenum" id="109" title="Page:Schwob - La Lampe de Psyché, 1906.djvu/117"></span>mena
vers lui les petits enfants croisés, par le saint péché de la mer ; des
innocents furent massacrés ; les corps des innocents auront leur asile.
Sept nefs se noyèrent au récif du Reclus ; je bâtirai sur cette île une
église des Nouveaux Innocents et j’y instituerai douze prébendaires. Et
tu me rendras les corps de mes enfants, mer innocente et consacrée ; tu
les porteras vers les grèves de l’île ; et les prébendaires les
déposeront dans les cryptes du temple ; et ils allumeront, au-dessus,
d’éternelles lampes où brûleront de saintes huiles, et ils montreront
aux voyageurs pieux tous ces petits ossements blancs étendus dans la
nuit.Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-74886380647945044952012-05-19T07:22:00.002-07:002012-05-19T07:22:12.656-07:00COCTEAU: Le Coq et l’Arlequin<div align="center">
<big><b>DÉDICACE</b> à</big><br />
<big><b>Georges AURIC</b></big><br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="6" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/6"></span></span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
Mon cher Ami,</div>
<br />
J’admire les Arlequins de Cézanne et de Picasso mais je n’aime pas Arlequin. Il porte un loup et un costume <i>de toutes les</i> <i>couleurs</i>. Après avoir renié au chant du coq, il se cache. C’est un coq de la nuit.<br />
Par contre j’aime le vrai coq, <i>profondément</i> <i>bariolé</i>. Le coq dit Cocteau deux fois et habite <i>sa</i> ferme.<br />
Si je n’eusse dédié « Le Cap de Bonne-Espérance » à Garros captif, je
dédierais ces notes à Garros évadé d’Allemagne. Mais vous êtes mon
second ami <i>évadé</i> <i>d’Allemagne</i>. Je vous les offre parce
qu’un musicien de votre âge annonce la richesse, la grâce d’une
génération qui ne cligne plus de l'œil, qui ne se masque pas, ne renie <span><span class="pagenum" id="7" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/7"></span></span>pas, ne se cache pas, ne craint ni d’aimer ni de défendre ce qu’elle aime.<br />
Le paradoxe et l’éclectisme lui sont choses haïssables. Elle méprise leur <i>sourire</i>, leur élégance flétrie. Elle redoute aussi l’énorme. C’est ce que j’appelle <i>s’évader d’Allemagne</i>.<br />
Vive le Coq ! à bas l’Arlequin !<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
J. C.</div>
<br />
<br />
<dl><dd>
<dl><dd><i>19 mars 1918.</i></dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<br />
<br />
<small>Arlequin signifie encore : mets composé de restes divers (Larousse).</small> <span><span class="pagenum" id="9" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/9"></span></span>En
tète des livres il conviendrait d’établir un lexique spécial grâce
auquel, assignant sa valeur à chaque terme, on éviterait bien des
malentendus de vocabulaire.<br />
Presque tous les malentendus viennent des quiproquos de vocabulaire.<br />
Le mot <small>SIMPLICITÉ</small> qui se rencontre souvent au cours de ces notes mérite qu’on le détermine un peu.<br />
Il ne faut pas prendre <i>simplicité</i> pour le synonyme de <i>pauvreté</i>,
ni pour un recul. La simplicité progresse au même titre que le
raffinement et la simplicité de nos musiciens modernes n’est plus celle
de nos clavecinistes.<br />
La simplicité qui arrive en réaction d’un raffinement relève de ce raffinement; elle dégage, elle condense la richesse acquise.<br />
Ce livre ne parle d’aucune école existante, mais d’une école que rien
ne fait pressentir, sinon les prémices de quelques jeunes, l’effort des
peintres, et la fatigue de nos oreilles <sup>1</sup>.<br />
1. J’ajoute SOCRATE de Satie, que je ne connaissais pas encore au moment où j’écrivais ces lignes. <span><span class="pagenum" id="11" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/11"></span></span><br />
<ul>
<li>L’art c’est la science faite chair.</li>
</ul>
<ul>
<li>Le musicien ouvre la cage aux chiffres, le dessinateur émancipe la géométrie.</li>
</ul>
<ul>
<li>Une œuvre d’art doit satisfaire toutes les muses — c’est ce que j’appelle : Preuve par 9.</li>
</ul>
<ul>
<li>Un chef-d’œuvre est une partie d’échecs gagnée échec et mat.</li>
</ul>
<ul>
<li>UN JEUNE HOMME NE DOIT PAS ACHETER DE VALEURS SURES.</li>
</ul>
<ul>
<li>Ces univers inconnus que nous visitons sans cesse sur des pieds
inconnus, ne les confondez pas avec le domaine du rêve. Nous ne sommes
pas des rêveurs. Nous sommes des explorateurs réalistes.</li>
</ul>
<ul>
<li>LE TACT DANS L’AUDACE, C’EST DE SAVOIR <i>JUSQU’OÙ ON</i></li>
</ul>
<i>PEUT ALLER TROP LOIN</i>. <span><span class="pagenum" id="12" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/12"></span></span><br />
<ul>
<li>Il faut perdre un préjugé baudelairien; Baudelaire est un bourgeois.
La bourgeoisie est la grande souche de France; tous nos artistes en
sortent. Peut-être qu’ils s’en affranchissent, mais elle leur permet de
construire dangereusement sur une base cossue.</li>
</ul>
<ul>
<li>Il y a une maison, une lampe, une soupe, du feu, du vin, des pipes, derrière toute œuvre importante de chez nous.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’instinct demande à être dressé par la méthode, mais l‘instinct
seul nous aide à découvrir une méthode qui nous soit propre et grâce à
laquelle nous pouvons dresser notre instinct.</li>
</ul>
<ul>
<li>Le rossignol <i>chante mal</i>.</li>
</ul>
<ul>
<li>Parmi les comédiens, il y a les prestidigitateurs et cela nous amuse, mais on ne leur pardonne que si le tour a lieu.</li>
</ul>
Mettre un lapin dans un chapeau et sortir des cages, voilà qui est
bon; mais mettre un lapin et sortir un lapin,... ce mauvais
prestidigitateur voudrait-il se faire prendre pour un artiste? <span><span class="pagenum" id="13" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/13"></span></span><br />
<ul>
<li><i>Familles royales.</i> — Le sens de la hiérarchie permet seul de
juger sainement. Il y a parmi les œuvres qui ne nous touchent pas des
œuvres qui comptent ; on peut sourire du Faust de Gounod, c’est un
chef-d’œuvre ; on peut être rebelle à l’esthétique de Picasso, mais
reconnaître sa valeur intrinsèque. Ce sens de la qualité apparente les
artistes les plus contradictoires.</li>
<li>Cent ans après, tout fraternise ; mais il faut d’abord s’être beaucoup battu pour gagner sa place au paradis des créateurs.</li>
<li>Un artiste peut ouvrir, en tâtonnant, une porte secrète et ne jamais comprendre que cette porte cachait un</li>
</ul>
monde.<br />
<ul>
<li>C’est ainsi que si l’homme qui passe pour le pontife d’une école
parce qu’il la décida, hausse un jour les épaules et la renie avec un
clin d’œil paternel, cela ne</li>
</ul>
discrédite en rien cette école.<br />
<ul>
<li>La source désapprouve presque toujours l'itinéraire du fleuve. <span><span class="pagenum" id="14" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/14"></span></span></li>
<li>L’artiste, c’est le vrai riche. Il roule en automobile. Le public
suit en omnibus. Comment s’étonnerait-on qu’il suive à distance.</li>
</ul>
<ul>
<li>LA VITESSE D’UN CHEVAL EMBALLÉ NE COMPTE PAS.</li>
<li>Méfiez-vous de Monsieur Prudhomme qui marche sur les mains.</li>
</ul>
<ul>
<li>LORSQU’UNE ŒUVRE SEMBLE EN AVANCE SUR SON ÉPOQUE,</li>
</ul>
C’EST SIMPLEMENT QUE SON ÉPOQUE EST EN RETARD SUR ELLE.<br />
<ul>
<li>Un artiste ne saute pas de marches; s’il en saute, c’est du temps perdu, car il faut les remonter après.</li>
</ul>
<ul>
<li>Un artiste qui recule ne trahit pas. Il se trahit.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’émotion qui résulte d’une œuvre d’art ne compte vraiment que si elle n’est pas obtenue par un chantage sentimental.</li>
</ul>
<ul>
<li>En art, toute valeur qui se prouve est vulgaire. <span><span class="pagenum" id="15" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/15"></span></span></li>
<li>Méprise l’homme qui veut qu’on l’applaudisse, et méprise l’homme qui souhaite qu’on le siffle.</li>
<li>IL FAUT ÊTRE UN HOMME VIVANT ET UN ARTISTE POSTHUME.</li>
<li>La vérité est <i>trop nue</i> ; elle n’excite pas les hommes.</li>
<li>Un scrupule sentimental qui nous empêche de dire toute la vérité en
fait une Vénus qui se cache le sexe avec la main. Or la vérité montre
son sexe avec sa main.</li>
<li>Satie disait : « Je veux faire une pièce pour chiens et j’ai mon décor. <i>Le rideau se lève sur un os</i>. »</li>
</ul>
Pauvres chiens ! c’est leur première pièce. Ensuite on leur donnera des spectacles plus difficiles, <i>mais on reviendra toujours à l’os</i>.<br />
<ul>
<li>Tout « Vive Un Tel !» comporte un : « A bas Un Tel ! » Il faut avoir
le courage de cet « A bas Un Tel ! » sous peine d’éclectisme. <span><span class="pagenum" id="16" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/16"></span></span></li>
<li>L’éclectisme, c’est la mort de l’amour et de l’injustice. Or en art, la justice, c’est <i>une certaine</i> injustice.</li>
<li>Il est dur de nier, surtout des œuvres nobles. Mais toute affirmation profonde nécessite une négation profonde.</li>
<li>Beethoven est fastidieux lorsqu’il développe, Bach pas, parce que
Beethoven fait du développement de forme, et Bach du développement
d’idée.</li>
</ul>
Beethoven dit : « Ce porte-plume a une plume neuve — il y a une plume
neuve à ce porte-plume — neuve est la plume de ce porte-plume » ou
« Marquise, vos beaux yeux... » Bach dit : « Ce porte-plume a une plume
neuve pour que je la trempe dans l’encre et que j’écrive, etc... » ou
« Marquise, vos beaux yeux me font mourir d’amour, et cet amour,
etc... » Voilà toute la différence.<br />
<ul>
<li>On est quelquefois tenu de soutenir qui on réprouve. Comment ne pas
défendre Strauss, par exemple, contre ceux qui l’attaquent par simple
germanophobisme, ou en faveur de Puccini. <span><span class="pagenum" id="17" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/17"></span></span>17</li>
</ul>
<ul>
<li>Un certain retour à l’éclectisme dégage l’art de toute prostitution.
Le pire drame pour un artiste, c’est d’être admiré par malentendu.</li>
</ul>
<ul>
<li>Il y a le moment où toute œuvre en route profite du prestige de l’ébauche. « N’y touchez plus ! » s’écrie l’amateur.</li>
</ul>
C’EST ALORS QUE LE VRAI ARTISTE ESSAIE SA CHANCE.<br />
<ul>
<li>Nous avons tous un épiderme sensible aux tziganes et aux marches militaires.</li>
</ul>
<ul>
<li>Sens. — L’oreille <i>réprouve</i> mais <i>supporte</i> certaines musiques ; transportons-les dans le domaine du nez, elles nous obligeraient à fuir.</li>
</ul>
<ul>
<li>La mauvaise musique méprisée par les beaux esprits est bien agréable. Ce qui est désagréable, c’est leur bonne musique.</li>
</ul>
<ul>
<li>Prenez garde à la peinture, disent certaines pancartes. J’ajoute : Prenez garde à <i>la musique</i>.</li>
</ul>
<ul>
<li>Attention ! soyez bien sur vos <span><span class="pagenum" id="18" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/18"></span></span> 18</li>
</ul>
gardes, car seule parmi tous les arts, la musique vous tourne autour.<br />
<ul>
<li>Il faut que le musicien guérisse la musique de ses enlacements, de
ses ruses, de ses tours de cartes, qu’il l'oblige le plus possible à <i>rester en face de l'auditeur</i>.</li>
</ul>
<ul>
<li>UN POÈTE A TOUJOURS TROP DE MOTS DANS SON VOCABULAIRE,</li>
</ul>
UN PEINTRE TROP DE COULEURS SUR SA PALETTE, UN MUSICIEN TROP DE NOTES SUR SON CLAVIER.<br />
<ul>
<li>IL FAUT S'ASSE0IR D’ABORD, ON PENSE APRÈS.</li>
</ul>
<ul>
<li>Que cet axiome ne serve pas d’excuse aux <i>assis</i>. Un vrai artiste est toujours en rumeur.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’abus de pédales n’existe pas qu’en musique. Presque tous les
idiomes ont des pédales, mais la langue française est un piano sans
pédales.</li>
</ul>
<ul>
<li>Un handicap de pittoresque dispose mal envers les musiciens et l’exotisme principalement. <span><span class="pagenum" id="19" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/19"></span></span>19</li>
</ul>
<br />
<ul>
<li>La sculpture si négligée à cause du mépris de la forme et de la masse en faveur du flou, est sans doute un des arts</li>
</ul>
les plus nobles. D’abord, c’est le seul qui nous oblige à lui tourner autour.<br />
<ul>
<li>Cet oiseleur et cet épouvantail, c’est un chef d’orchestre.</li>
</ul>
<ul>
<li>Dans le créateur, il y a nécessairement un homme et une femme, et la femme est presque toujours insupportable.</li>
</ul>
<ul>
<li>Le public interroge. Il faut répondre par des œuvres, non par des manifestes.</li>
</ul>
<ul>
<li>LE BEAU A L’AIR FACILE. C’EST CE QUE LE PUBLIC MÉPRISE.</li>
</ul>
<ul>
<li>Même quand tu blâmes, ne t’occupe que de la première qualité.</li>
</ul>
<ul>
<li>Une opinion saine est toujours prise pour une opinion littéraire.</li>
</ul>
<ul>
<li>Ce qui fait l’optimisme de pessimistes tels que nous, c’est l’intuition que l’œuvre d’art collabore à des équilibres.</li>
</ul>
<ul>
<li>Je travaille à ma table de bois, sur <span><span class="pagenum" id="20" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/20"></span></span></li>
</ul>
<br />
ma chaise de bois, avec mon porte-plume de bois, ce qui ne m’empêche pas
d’être responsable, dans une certaine mesure, du cours des astres.<br />
<ul>
<li>Un rêveur est toujours un mauvais poète.</li>
</ul>
<ul>
<li>Si tu te rases la tête, ne garde pas une mèche pour le dimanche.</li>
</ul>
<ul>
<li>Tu me dis venir de droite à gauche par amour, et tu n’as changé que de costume. Il fallait aussi changer de peau.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’important n’est pas de surnager légèrement, c’est de disparaître lourdement en propageant des ondes légères.</li>
</ul>
<ul>
<li>On ferme les yeux des morts avec douceur ; c’est aussi avec douceur qu’il faut ouvrir les yeux des vivants. <span><span class="pagenum" id="21" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/21"></span></span></li>
</ul>
<ul>
<li>Relisons LE CAS WAGNER de Nietzsche. Jamais des choses plus légères et plus profondes n’ont été dites. Quand</li>
</ul>
Nietzsche loue Carmen, il loue la franchise que notre génération
cherche au music-hall. Il est regrettable qu’il oppose à Wagner une
œuvre artiste et inférieure à l’œuvre de Wagner sur le plan artiste. Ce
qui balaye la musique impressionniste c’est, par exemple , une certaine
danse américaine que j’ai vue au Casino de Paris<sup>1</sup>.<br />
<ul>
<li>A Londres, on donne Wagner ; à Paris, <i>on regrette secrètement Wagner.</i></li>
</ul>
<ul>
<li>Défendre Wagner parce que Saint-Saëns l’attaque est trop simple. Il faut</li>
</ul>
<br />
<small><i>1. Voilà comment était cette danse :</i></small><br />
<small><i>Le band américain l’accompagnait sur les banjos et dans</i> de grosses pipes de nickel. A droite de la petite troupe <i>en habit noir il y avait un barman de bruits . sous une</i> pergola dorée, chargée de grelots, de tringles, de <i>planches, de trompes de motocyclette. Il en fabriquait</i> des cocktails, mettant parfois un zeste de cymbale, se <i>levant, se dandinant et souriant aux anges.</i></small><br />
<small><i>M. Pilcer, en frac, maigre et maquillé de rouge et</i> mademoiselle Gaby Deslys, grande poupée de ventriloque, <i>la figure de porcelaine, les cheveux de maïs, la</i> <span><span class="pagenum" id="22" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/22"></span></span></small><br />
crier « A bas Wagner l v avec Saint-Saéns. C’est la véritable bravoure.<br />
<ul>
<li>Nietzsche redoutait certains « <small>ET</small> » :Gœthe et
Schiller par exemple, ou Schiller et Gœthe, pire encore. Que dirait-il
de voir répandu le culte Nietzsche et Wagner... Wagner <i>et</i> Nietzsche plutôt!</li>
</ul>
<ul>
<li>Il y a des œuvres longues qui sont courtes. L’œuvre de Wagner est une œuvre longue qui est longue, <i>une œuvre en étendue</i>, parce que l’ennui semble à ce vieux dieu une drogue utile pour obtenir l’hébétement des fidèles.</li>
</ul>
Il en est ainsi des magnétiseurs qui hypnotisent en public. La bonne
passe qui endort est généralement très courte et très simple, mais ils
l’accompagnent de vingt passes postiches qui frappent la foule.<br />
La foule est séduite par le mensonge ; elle est déçue par la vérité trop simple, trop nue, trop peu <i>inconvenante</i>.<br />
<small><i>robe en plumes d’autruche, dansaient sur cet</i> ouragan de rythmes et de tambour une sorte de catastrophe <i>apprivoisée qui les laissait tout ivres et myopes sous</i> <i>une douche de six projecteurs contre avions.</i> <i>La salle applaudissait debout, déracinée de sa</i> mollesse par cet extraordinaire numéro qui est a la folie <i>d’Offenbach ce que le tank peut êtres une calèche de 70.</i></small> <span><span class="pagenum" id="23" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/23"></span></span><br />
<ul>
<li>Strauss prenant au tragique la spirituelle Salomé d’Oscar Wilde, voila un exemple-type de la balourdise allemande.</li>
</ul>
<ul>
<li>Je ne me dresse pas contre la musique moderne allemande. Schoenberg
est un maître; tous nos musiciens et Stravinsky lui doivent quelque
chose, mais Schoenberg est surtout un musicien de tableau noir.</li>
</ul>
<ul>
<li>Le public allemand a un estomac solide. Il y entasse des nourritures
hétérogènes qu’il absorbe respectueusement et qu’il ne digère pas.</li>
</ul>
En France, on rejette la nourriture, mais il y a quatre ou cinq
estomacs qui choisissent et qui digèrent mieux que nulle part au monde.<br />
<ul>
<li>Socrate disait: « Quel est cet homme qui mange du pain comme si c’était de la bonne chère, et la bonne chère comme</li>
</ul>
si c’était du pain ? »<br />
Réponse : le mélomane allemand.<br />
<ul>
<li>L’opposition de la masse aux élites stimule le génie individuel. C’est le cas on France. L’Allemagne moderne meurt <span><span class="pagenum" id="24" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/24"></span></span></li>
</ul>
d’approbation, d’attention, d’application, d’une vulgarisation scolaire de la culture aristocratique.<br />
<ul>
<li>L’Allemagne offre le type d’une démocratie intellectuelle, la France d’une monarchie.</li>
</ul>
<ul>
<li>Chez nous un jeune musicien rencontre tout de suite la lutte,
c’est-à- dire le stimulant. En Allemagne, il trouve des oreilles. Plus
elles sont longues plus elles écoutent. On l’adopte, on l’académise. Il
est coulé.</li>
</ul>
<ul>
<li>Il faut s’entendre sur le malentendu de « l’influence allemande ».</li>
</ul>
La France, insouciante, avait ses poches remplies de graines et en
laissait tomber autour d’elle ; l`allemand ramassait les graines, les
emportait en Allemagne, les plantait dans un terrain chimique d’où
poussait un monstre fleur sans odeur. Quoi d’étonnant à ce que
l’instinct maternel nous fît reconnaître la pauvre fleur abîmée et nous
conseillât de lui rendre sa forme et son parfum véritables.<br />
<ul>
<li>L’Allemagne, qui ne connaît pas <span><span class="pagenum" id="25" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/25"></span></span></li>
</ul>
l’indigestion, répandait, éclairait les recherches obscures de nos
jeunes artistes, puisque, disait-elle, la France conservatrice les
laisse mourir de faim. Outre que cela est exact et normal, puisqu’il
faut le temps qu’une patrie digère la nourriture nouvelle, la tentation
allemande était dangereuse pour des jeunes hommes sans public. Leurs
théories arrivaient donc chez nous par l’entremise allemande, et de
plus, camouflées comme tout ce que l’Allemagne emprunte. Quoi de plus
suspect au premier abord, avouons-le. <span><span class="pagenum" id="26" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/26"></span></span><br />
<ul>
<li><i>Satie contre Satie</i>. — Le culte de Satie est difficile, parce
qu’un des charmes de Satie, c’est justement le peu de prise qu’il offre à
la déification. On lui a reproché d’avoir envoyé à un critique des
cartes grossières; je le lui reproche aussi. Avouerai-je que j’ai reçu
de Satie des cartes analogues en pleine collaboration, au plus fort de
notre amitié?</li>
</ul>
Le parfum de la rose est obtenu par quelques-unes des essences qui
sentent le plus mauvais du monde. J’ai pensé que le ton de ces cartes
entrait dans la combinaison chimique de Satie et je les ai brûlées sans
rien dire. Mais, pour cela, me direz-vous, il faut reconnaître le parfum
de la rose.<br />
<ul>
<li>On se demande souvent pourquoi Satie affuble ses plus belles œuvres
de titres bouffons qui déroutent le public le moins hostile. Outre que
ces titres protègent son œuvre des personnes en proie au sublime et
autorisent à rire ceux qui n’en ressentent pas la valeur, ils
s’expliquent par l’abus debussyste des titres précieux. Sans doute
faut-il voir là une <span><span class="pagenum" id="27" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/27"></span></span></li>
</ul>
mauvaise humeur de bonne humeur, une malice contre les « Lunes
descendant sur le temple qui fut », les « Terrasses des audiences du
Clair de lune » et les « Cathédrales englouties ».<br />
<ul>
<li>Le public est choqué par le charmant ridicule des titres et des notations de Satie, mais il respecte le formidable</li>
</ul>
ridicule du livret de Parsifal.<br />
<ul>
<li>Le même public accueille les titres les plus cocasses de François
Couperin : « Le tic-toc choc ou Les Maillotins », « Les culbutes
Ixcxbxnxs », « Les Coucous bénévoles », « Les Calotins et Calotines ou
la pièce a trétous », « Les vieux galants et les Trésorières
surannées ».</li>
</ul>
<ul>
<li>Les musiciens impressionnistes coupèrent la poire en douze et
donnèrent à chacun des douze morceaux un titre de poème. Alors, Satie
composa douze poèmes et intitula le tout : « Morceaux en forme de
poire. »</li>
</ul>
<ul>
<li>Satie a connu le dégoût de Wagner en pleine Wagnérie, au cœur même de la Rose-Croix. Il prévint Debussy contre <span><span class="pagenum" id="28" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/28"></span></span></li>
</ul>
Wagner. « Attention, lui disait-il, un arbre du décor ne se convulse
pas parce qu’un personnage entre en scène. » C`est toute l’esthétique de
Pelléas.<br />
<ul>
<li>Debussy a dévié, parce que de l’embûche allemande, il est tombé dans
le piège russe. De nouveau, la pédale fond le rythme, crée une sorte de
climat flou, propice aux <i>oreilles myopes</i>. Satie reste intact.
Écoutez les Gymnopédies d’une ligne et d’une mélancolie si nettes.
Debussy les orchestre, les brouille, enveloppe d’un nuage l’architecture
exquise. De plus en plus, Debussy s’écarte du point de départ posé par
Satie et entraîne tout le monde à sa suite. La grosse brume trouée
d’éclairs de Bayreuth devint le léger brouillard neigeux taché du soleil
impressionniste. Satie parle d’Ingres; Debussy transpose Claude Monet à
la russe.</li>
</ul>
Or, tandis que Debussy épanouissait délicatement sa grâce féminine,
promenant Stéphane Mallarmé dans « le Jardin de l’Infante », Satie
continuait sa petite route classique. Il nous arrive aujourd’hui, jeune
entre les jeunes, trouvant enfin sa place, après vingt ans de travail
modeste. <span><span class="pagenum" id="29" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/29"></span></span><br />
<ul>
<li>Quand je dis « le piège russe », « l’influence russe », je ne veux pas dire par là que je dédaigne la musique russe.</li>
</ul>
La musique russe est admirable parce qu’elle est la musique russe. La
musique française russe ou la musique française allemande est forcément
bâtarde, même si elle s’inspire d’un Moussorgsky, d’un Stravinsky, d’un
Wagner, d’un Schoen- berg. Je demande une musique française de France.<br />
<ul>
<li><i>Petite œuvre.</i> — IL Y A DES CEUVRES DONT TOUTE L’IMPORTANCE EST EN PROFONDEUR — PEU IMPORTE LEUR <i>ORIFICE</i>.</li>
</ul>
<ul>
<li>La plus petite œuvre de Satie est petite comme un trou de serrure, Tout change si on approche son œil.</li>
</ul>
En musique la ligne c’est la mélodie. Le retour au dessin entraînera
nécessairement un retour à la mélodie. La profonde originalité d’un
Satie donne aux jeunes musiciens un enseignement qui n’implique pas
l’abandon de leur origi- <span><span class="pagenum" id="30" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/30"></span></span>
nalité propre. Wagner, Stravinsky et même Debussy, sont de belles
pieuvres. Qui s’approcbe d’eux a du mal pour se dépêtrer de leurs
tentacules; Satie montre une route blanche où chacun marque librement <i>ses</i> empreintes.<br />
<ul>
<li>Satie regarde peu les peintres et ne lit pas les poètes, mais il
aime à vivre où la vie grouille ; il a l’instinct de la bonne auberge ;
il profite d’une température.</li>
</ul>
<ul>
<li>Debussy intronise le climat Debussy une fois pour toutes. Satie se
transforme. Chaque œuvre intimement liée à l’œuvre précédente se détache
pourtant d’elle et vit d’une vie propre. C’est une pâte originale, une
surprise, — une déception pour ceux qui veulent qu’on piétine sur place.</li>
</ul>
<ul>
<li>Satie est le contraire d’un improvisateur. On dirait que son œuvre
est toute faite d’avance et qu’il la dégage note par note,
méticuleusement.</li>
</ul>
<ul>
<li>Satie enseigne la plus grande audace à notre époque : être simple. N’a-t-il pas donné la preuve qu‘il pourrait raffiner <span><span class="pagenum" id="31" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/31"></span></span>plus que personne? Or, il déblaie, il dégage, il dépouille le rythme. Est-ce de nouveau la musique sur qui, disait</li>
</ul>
Nietzsche, « l’esprit danse », après la musique « dans quoi l’esprit nage » .<br />
<ul>
<li>Ni la musique dans quoi on nage, ni la musique sur qui on danse : DE LA MUSIQUE SUR LAQUELLE ON MARCHE.</li>
</ul>
<ul>
<li>De la musique avant toute chose... Et pour cela préfère le pair...
Plus lourd et moins soluble dans l’air... Avec tout en lui qui pèse et
qui pose.</li>
</ul>
Il faut surtout que tu n’ailles point... Choisir tes mots avec
quelque méprise... Rien de moins cher que la chanson grise... Où
l’imprécis au précis se joint.<br />
<ul>
<li>L’impressionniste redoutait le plan nu, le vide, le silence. Le
silence n’est pas nécessairement un trou ; il faut employer le silence
et non un bouche-trou de murmures.</li>
</ul>
<ul>
<li><i>L’0mbre noire.</i> — Le silence noir. Pas le silence <i>violet</i>, succédané des <i>ombres violettes.</i> <span><span class="pagenum" id="32" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/32"></span></span></li>
<li><i>Jouvence</i>. — Rien n’anémie plus que de se laisser flotter
longuement dans un bain tiède. Assez de musiques où on se laisse flotter
longuement.</li>
</ul>
<ul>
<li>Assez de nuages, de vagues, d’aquariums, d’ondines et de parfums la nuit; il `nous faut une musique sur la terre, <small>UNE MUSIQUE DE TOUS LES JOURS.</small></li>
</ul>
<ul>
<li>Assez de hamacs, de guirlandes, de gondoles ; je veux qu’on me bâtisse une musique où j’habite comme dans une maison.</li>
</ul>
<ul>
<li>Un ami me raconte qu’au retour de New York les maisons de Paris
peuvent se prendre dans la main. Votre Paris, ajoutait-il, est beau
parce qu’il est construit à <i>mesure d’homme.</i></li>
</ul>
Notre musique doit être construite à mesure d’homme.<br />
<ul>
<li>La musique n’est pas toujours gondole, coursier, corde raide. Elle est aussi quelquefois chaise.</li>
</ul>
<ul>
<li>Une Sainte Famille n’est pas nécessairement une Sainte Famille ;
c’est aussi une pipe, un litre, un jeu de cartes, un paquet de tabac. <span><span class="pagenum" id="33" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/33"></span></span></li>
<li>Au milieu des perturbations du goût français et de l’exotisme, le
café-concert reste assez intact malgré l’influence anglo—américaine. On y
conserve une certaine tradition qui, pour être crapuleuse, n’en est pas
moins de race. C’est sans doute là qu’un jeune musicien pourrait
reprendre le fil perdu dans le labyrinthe germano-slave.</li>
</ul>
<ul>
<li>LE CAFÉ-CONCERT EST SOUVENT PUR; LE THÉATRE TOUJOURS CORROMPU.</li>
</ul>
<ul>
<li>Certains chefs-d’œuvre du théâtre ne sont pas du « théâtre » au sens
propre du mot, mais bien des symphonies scéniques sans aucune
concession décorative.</li>
</ul>
Citons l’exemple de Boris Godounow.<br />
<ul>
<li>Écartons-nous du théâtre. Je regrette d’en avoir subi la tentation et d’y avoir entraîné deux maîtres.</li>
</ul>
(Il est bien entendu que je ne le regrette pas à cause du scandale ;
la pleine réalisation de mon idée eût suscité le même scandale. Mais
nous évoluons ici dans une atmosphère ou le public en retard de cent <span><span class="pagenum" id="34" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/34"></span></span>ans ne saurait entrer enligne de compte.)<br />
« Alors, pourquoi faites—vous des œuvres de théâtre? » C’est justement
l’intériorité du théâtre d’être tenu, pour vivre, à des réussites
immédiates.<br />
<ul>
<li>Lorsque je dis de certains spectacles de cirque ou de music-hall que
je les préfère à tout ce qui se donne au théâtre, je ne veux pas dire
que je les préfère à tout</li>
</ul>
ce qui pourrait se donner au théâtre.<br />
<ul>
<li>Le music-hall, le cirque, les orchestres américains de nègres, tout cela féconde un artiste au même titre que la</li>
</ul>
vie. Se servir des émotions que de tels spectacles éveillent ne
revient pas à faire de l‘art d’après l’art. Ces spectacles ne sont pas
de l’art. Ils excitent comme les machines, les animaux, les paysages, le
danger.<br />
<ul>
<li>Cette force de vie qui s’exprime sur une scène de music-hall démode
au premier coup d’œil toutes nos audaces. Cela vient de ce que l’art est
lent, circonspect dans ses plus aveugles révolutions. Ici, pas de
scrupule, on saute les marches. <span><span class="pagenum" id="35" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/35"></span></span></li>
<li><i>Grosse nourriture qui rend la marche légère</i>. — On s’est beaucoup moqué d’un aphorisme de moi, cité dans un article du <i>Mercure de France</i> :
« L’artiste doit avaler une locomotive et rendre une pipe. » Je voulais
dire par la que ni le peintre ni le musicien ne doivent se servir du
spectacle des machines pour mécaniser leur art, mais de l’exaltation
mesurée que provoque en eux le spectacle des machines pour exprimer tout
autre objet plus intime.</li>
</ul>
<ul>
<li>Les machines et les bâtisses américaines ressemblent à l’art grec,
en ce sens que l’utilit6 leur confère une sécheresse et une grandeur
dépouillées de superflu.</li>
</ul>
Mais ce n’est pas de l’art. Le rôle de l’art consiste a saisir le
sens de l’époque et a puiser dans le spectacle de cette sécheresse
pratique un antidote contre la beauté de l’inutile qui encourage le
superflu.<br />
<ul>
<li>On peut espérer bientôt un orchestre sans la caresse des cordes. Un riche orphéon de bois,de cuivres et de batterie.</li>
</ul>
<ul>
<li>Il ne nous déplairait pas de substi- <span><span class="pagenum" id="36" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/36"></span></span>tuer au culte de sainte Cécile celui de saint Polycarpe.</li>
</ul>
<ul>
<li>Il serait beau qu’un musicien composât pour un orgue mécanique, véritable usine à sons. On entendrait <i>bien employées</i> les richesses que cet appareil prodigue accidentellement <i>autour</i> des rengaines.</li>
</ul>
<ul>
<li>J’aimerais que ce musicien pensât aux manèges à vapeur où des Pégase
Louis XIV en ripolin se cabrent dans un berlingot royal de lumières, de
miroirs, de velours et d’or.</li>
</ul>
<ul>
<li><i>D’une certaine recherche acrobatique</i>.- Nos musiciens ont
évité le torrent Wagner sur une corde raide mais, pas plus que le
torrent, la corde ra1de ne peut être considérée comme un moyen de
locomotion honnête. ON RÉCLAME DU PAIN MUSICAL.</li>
</ul>
<ul>
<li>Depuis dix ans, Chardin, Ingres, Manet, Cézanne dirigent la peinture d’Europe et l’étranger vient mettre chez nous</li>
</ul>
ses dons ethniques à leur école. Or, je vous l’annonce, la musique française va influencer le monde. <span><span class="pagenum" id="37" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/37"></span></span><br />
<ul>
<li>Avec « PARADE », j’ai essayé de faire une bonne œuvre, mais tout ce
qui touche au théâtre devient corrompu. Le luxe du cadre familier au
seul directeur d’Europe ayant eu l’audace intéressée de nous prendre,
les circonstances et la fatigue me rendirent irréalisable un spectacle
qui, tel quel, n’en reste pas moins, à mes yeux, une lucarne ouverte sur
ce que devrait être le théâtre contemporain.</li>
</ul>
<ul>
<li>La partition de « PARADE » devait servir de fond musical à des
bruits suggestifs, tels que sirènes, machines à écrire, aéroplanes,
dynamos, mis là comme ce que Georges Braque appelle si justement des
« faits ». Difficultés matérielles et hâte des répétitions empêchèrent
la mise au point de ces bruits. Nous les supprimâmes presque tous. C’est
dire que l`œuvre fut jouée incomplète et <i>sans son bouquet</i>. Notre
« PARADE » était si loin de ce que j’eusse souhaité, que je n’allai
jamais la voir dans la salle,m’astreignant à tendre moi-même, de la
coulisse, les pancartes portant le numéro de chaque Tour. Le « Pas des <span><span class="pagenum" id="38" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/38"></span></span>Managers »,
entre autres, répété sans les carcasses de Picasso, perdait toute sa
force lyrique une fois les carcasses mises sur les danseurs.</li>
</ul>
<ul>
<li>Le cheval, sorte de Pégase tonnant, répété par les deux danseurs
sans costume, devint le cannasson de Charlot une fois revêtu de la
housse absurde faite en hâte par le cartonnier la veille du spectacle.
Nous la laissâmes parce qu’il était trop tard et que nous pensions
naïvement qu’elle provoquerait un bon rire, <i>le rire de Guignol</i>.</li>
</ul>
<ul>
<li>Un jour que je regardais le guignol Anatole aux Champs Élysées, un
chien entre en scène, une tête de chien grosse à elle seule comme deux
personnages. « Regarde le monstre », dit une mère. ’ « Ce n’est pas un
monstre, c’est un chien » , dit le petit garçon.</li>
</ul>
<ul>
<li>Au théâtre, les hommes retrouvent la férocité des enfants, mais ils ont perdu leur clairvoyance.</li>
</ul>
<ul>
<li>Écœuré de flou, de fondu, de superflu, des garnitures, des passe-passe mo- <span><span class="pagenum" id="39" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/39"></span></span>dernes, et souvent tenté par une technique dont il connaît les moindres ressources, Satie se privait volontairement</li>
</ul>
pour « tailler en plein bois », demeurer simple, net, lumineux. Mais le public exècre la franchise.<br />
<ul>
<li>Chaque nouvelle œuvre de Satie est un exemple de renoncement.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’opposition que fait Erik Satie consiste en un retour à la
simplicité. C’est, du reste, la seule opposition possible à une époque
de raffinement extrême. La bonne foi des critiques de « PARADE » qui ont
cru que l’orchestre en était un charivari ne peut donc s’expliquer que
par un phénomène de suggestion. Le mot « cubisme » prononcé à tort (pour
ne pas en perdre l’habitude), leur a <i>suggéré</i> un orchestre.
Sinon, la partition toute simple de « PARADE » rend inexplicable une
colère que l’audace polyphonique du « SACRE DU PRINTEMPS » par exemple,
légitimait en quelque sorte.</li>
</ul>
<ul>
<li>Les musiciens impressionnistes ont cru que l’orchestre de « PARADE » était pauvre parce qu’il était sans sauce. <span><span class="pagenum" id="40" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/40"></span></span></li>
<li>La partition à quatre mains de « PARADE » est, d’un bout à l’autre,
un chef—d’œuvre d’architecture ; c’est ce que ne peuvent comprendre les
oreilles habituées au vague et aux frissons. Une fugue se déhanche et
donne naissance au rythme même de la tristesse des foires. Puis,
viennent les trois danses. Leurs nombreux motifs, distincts les uns des
autres, comme des objets, se suivent sans développement et ne
s’enchevêtrent pas. Une unité métronomique préside à chacune de ces
énumérations qui superposent la simple silhouette du rôle et les
rêveries qu’il suscite. Il y a dans le chinois, la petite américaine et
les acrobates, des nostalgies inconnues jusqu’à ce jour avec des moyens
d’expression d’une si grosse loyauté. Jamais de sortilèges, de reprises,
de caresses louches, de fièvres, de miasmes. Jamais Satie ne « remue le
marais ». C’est la poésie de l’enfance rejointe par un maître
technicien.</li>
</ul>
<ul>
<li>A « PARADE », le public prenait la transposition du music-hall pour du mauvais music-hall. <span><span class="pagenum" id="41" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/41"></span></span></li>
<li>Tellement habitué aux grâces incongrues des ballets d’opéra, le
public a pris pour des grimaces des danses motivées par la gesticulation
familière de la vie.</li>
</ul>
Dans « Parade » j’ai essayé de hausser jusqu’au style de la danse les
gestes d’un illusionniste de music-hall, des petites filles d’une race
qui nous émerveille dans les films américains, et des gymnastes de
cirque. Chaque danse représente deux mois de travail. « Une farce
d’atelier », dirent les journaux les moins sévères.<br />
<ul>
<li>On ne voudra pas croire, un jour, ce que fut la presse de
« PARADE ». Un journal m`a même accusé « d’hystérie érotique ». En
général, on prenait la scène du naufrage et du tremblement
cinématographique de la danse américaine pour des spasmes de delirium
tremens.</li>
</ul>
<ul>
<li>Rien n’est plus drôle que le préjugé du sublime. On pense au tableau de Balestrieri.</li>
</ul>
Pour la plupart des artistes, une œuvre ne saurait être belle sans une intrigue de mysticisme, d’amour ou d’ennui. Le bref, <span><span class="pagenum" id="42" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/42"></span></span>le
gai, le triste sans idylle, sont suspects. L’élégance hypocrite du
Chinois, la mélancolie des paquebots de la Petite Fille, la niaiserie
touchante des Acrobates, tout cela, qui est resté lettre morte pour le
public de a parade », lui aurait plu, si l'acrobate avait aimé la petite
fille et avait été tué par le chinois jaloux, tué à son tour par la
femme de l’acrobate, ou toute autre des trente-six combinaisons
dramatiques.<br />
<ul>
<li>LA TRADITION SE TRAVESTIT D’ÉPOQUE EN EPOQUE, MAIS LE</li>
</ul>
PUBLIC CONNAIT MAL SON REGARD ET NE LA RETROUVE JAMAIS SOUS SES MASQUES.<br />
<ul>
<li>Il y a un <i>utile</i> et un <i>inutile</i> en art. La majorité du public ne ressent pas cela, envisageant l’art comme une distraction.</li>
</ul>
<ul>
<li>Ce n’est pas <i>panem et circenses</i> qu`il faudrait dire, mais <i>circenses panis sunt</i> ou plutôt <i>quidam circenses panis sunt</i>. <span><span class="pagenum" id="43" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/43"></span></span></li>
<li>Ce qui excite le rire de foule n’est pas fatalement beau ni neuf,
mais ce qui est beau et neuf excite fatalement le rire de foule.</li>
</ul>
<ul>
<li>« Ce que le public te reproche, cultive-le, c’est Toi. »</li>
</ul>
Enfoncez—vous bien cette idée dans la tète. Il faudrait écrire ce conseil comme une réclame du Jubol.<br />
En effet le public aime à « reconnaitre ». Il déteste qu’on le
dérange. La surprise le choque. Le pire sort d’une œuvre c’est qu’on ne
lui reproche rien — qu’on n’oblige pas son auteur à une attitude
d’opposition.<br />
<ul>
<li>Lorsque Baudelaire a défendu Wagner, il faisait de l’<i>opposition aristocratique</i>.
Il n’y avait pas d’autre attitude possible. La seule chose qu’on puisse
dire, c’est qu’il est dommage que certaines époques puissent mettre
leurs grands hommes en mauvaise posture.</li>
</ul>
<ul>
<li><i>Maldonne</i>. — Ingres, le révolutionnaire par excellence — Delacroix le rapin type. Ingres, la main, Delacroix, la patte. <span><span class="pagenum" id="44" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/44"></span></span></li>
</ul>
Le recul accuse de plus en plus le riche bazar Delacroix,
l’architecture de Ingres. La grimace de certains jeunes devant le
classicisme de Satie et son respect pour la Schola me fait penser à
cette maldonne étrange. Prendre garde à une musique Delacroix ; ne
jamais oublier que Ingres n’avait pas son public. Il voyait son public
chez Delacroix et restait en pleine gloire un grand audacieux méconnu.<br />
<ul>
<li>Le public, rompu aux surcharges, méconnaît les œuvres dépouillées.</li>
</ul>
<ul>
<li>Auprès du public musicien, le dépouillement passe pour du vide, et le bouche-trou pour de la prodigalité.</li>
</ul>
<ul>
<li>Plus un art est à l’origine d’une longue période, plus il est plein, dense, clos comme l’œuf, et plus il facilite les</li>
</ul>
supercheries de surface.<br />
<ul>
<li>Le public n’aime pas les profondeurs dangereuses ; il aime mieux les surfaces. C’est pourquoi dans une expression d’art</li>
</ul>
qui lui demeure encore suspecte il inclinerait plutôt en faveur des supercheries. <span><span class="pagenum" id="45" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/45"></span></span><br />
<ul>
<li>LE PUBLIC N’ADOPTE HIER QUE COMME UNE ARME POUR FRAPPER SUR MAINTENANT.</li>
</ul>
<ul>
<li>Indolence du public. Fauteuil et ventre du public. Le public est pret à adopter n’importe quel nouveau jeu</li>
</ul>
pourvu qu’on ne change plus une fois qu’il en connaît les règles. La
haine contre le créateur c’est la haine contre celui qui change les
regles du jeu.<br />
<ul>
<li><i>Publics</i>. — Ceux qui défendent aujourd’hui en se servant d’hier, et qui pressentent demain (1 pour cent).</li>
</ul>
Ceux qui défendent aujourd’hui en détruisant hier et qui nieront demain (4 pour cent).<br />
Ceux qui nient aujourd’hui pour défendre hier, leur aujourd’hui (10 pour cent).<br />
Ceux qui s’imaginent qu’aujourd‘hui est une erreur et donnent rendez-vous pour après-demain (12 pour cent).<br />
Ceux d’avant-hier qui adoptent hier pour prouver qu’aujourd'hui sort des limites permises (20 pour cent). <span><span class="pagenum" id="46" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/46"></span></span>
Ceux qui n’ont pas encore compris que l'art est continu et s’imaginent
que l’art s’est arrêté hier pour reprendre peut-être demain (60 pour
cent).<br />
Ceux qui ne constatent ni avant-hier, ni hier, ni aujourd’hui (100 pour cent).<br />
<ul>
<li>Il y a des gens qui passent pour très intelligents, mais qui ne font
que s’incliner vers les bonnes choses. La tête s’en approche, et ils
restent enracinés ailleurs.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’œuvre ébauchée flatte le public parce qu’il y trouve de quoi faire. Il déteste une œuvre achevée contre laquelle</li>
</ul>
il se cogne et dont il se sent piteusement exclu.<br />
<ul>
<li>Les beaux esprits ont découvert le mot « stylisation » pour désigner tout ce qui manque de style.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’EXTRÊME LIMITE DE LA SAGESSE, VOILA CE QUE LE PUBLIC BAPTISE FOLIE.</li>
</ul>
<ul>
<li>A Paris, tout le monde veut être acteur ; personne ne se résigne à être spectateur. On se bouscule sur la scène</li>
</ul>
et la salle reste vide. <span><span class="pagenum" id="47" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/47"></span></span><br />
<ul>
<li>« Pourquoi faites-vous ainsi ? » demande le public. a Parce que vous ne feriez pas ainsi », répond le créateur.</li>
</ul>
<ul>
<li>Plaire et valoir. — Si un artiste cède aux propositions de paix du public, il est vaincu.</li>
</ul>
<ul>
<li>Le danger du cas WAGNER, c’est qu’un imbécile vous le brandisse. Il y a des vérités qu’on ne peut dire qu’après</li>
</ul>
avoir obtenu le droit de les dire.<br />
<ul>
<li>« Regarde, disait une dame à son mari, devant une des cathédrales de Claude Monet, c’est du futurisme. » Et</li>
</ul>
elle ajouta : « On dirait une glace en train de fondre. » Ici, cette
dame avait raison, mais elle n`avait pas obtenu le droit de le dire.<br />
<ul>
<li>Il existe une mode profonde comme il en existe une frivole. Un musicien doit subir cette mode ou la créer selon son</li>
</ul>
souffle. Tout chef-d’œuvre étant <i>une mode se démode</i> et retrouve longtemps après un équilibre éternel. C'est en général à sa période démodée que le chef-d’œuvre touche le public. <span><span class="pagenum" id="48" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/48"></span></span><br />
<ul>
<li>En art, l’anecdote n’est rien, <i>sauf pour l'artiste</i>.
« Achèterons-nous un Venise ou un pot de fleurs ? » se demandait un
couple. Cette anecdote vous fait rire, mais presque tout le monde pense
ainsi.</li>
</ul>
<ul>
<li>Une phrase du public : « Je ne vois pas ce que cela représente. »</li>
</ul>
<ul>
<li>Le public veut comprendre d’abord, sentir ensuite.</li>
</ul>
<ul>
<li>Montrez-moi une belle œuvre de votre école, et je serai convaincu. Ainsi parle M. de La Palisse.</li>
</ul>
<ul>
<li>Une chute fait rire. Le mécanisme de la chute entre our beaucoup dans le rire qui accueille une œuvre nouvelle. Le</li>
</ul>
public n’ayant pas suivi la courbe qui mène à cette œuvre trébuohe
d’où il en était resté à ce qu’il regarde, écoute. Il y a donc chute et
rire.<br />
<ul>
<li>Une petite phrase bien rapide et bien pleine traverse les cerveaux en séton. Dix minutes après, il n’y paraît plus.</li>
</ul>
<ul>
<li>S’il faut choisir un crucifié, la foule sauve toujours Barabbas. <span><span class="pagenum" id="49" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/49"></span></span></li>
<li>Écouter avec toute sa peau c’est la façon des biches craintives ; je préfère écouter <i>de toutes mes oreilles</i>.</li>
</ul>
<ul>
<li><i>Bien sensible</i>. —— La musique jetait sainte Douceline dans des extases extraordinaires. Un jour, à la promenade :</li>
</ul>
« Comme ce bouvreuil chante bien ! » dit-elle, et elle s’évanouit.<br />
<br />
DESSIN ICI <span><span class="pagenum" id="50" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/50"></span></span><br />
<ul>
<li>La ressemblance est une force objective qui résiste à toutes les
transmutations subjectives. Ne pas confondre la ressemblance et
l’analogie.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’artiste a le sentiment de la réalité ne doit avoir peur d’étre
lyrique. Le monde objectif conserve sa puissance dans son œuvre quelles
que soient les métamorphoses que le lyrisme lui fasse subir.</li>
</ul>
<ul>
<li>Notre esprit digère bien. L’objet profondément assimilé se mue en
force et provoque un réalisme supérieur à la simple copie infidèle. Ne
pas confondre une toile de Picasso avec un arrangement décoratif. Ne pas
confondre PARADE avec une improvisation.</li>
</ul>
<ul>
<li>LA RÉALITÉ SEULE MOTIVE L’ŒUVRE D’ART IMPORTANTE.</li>
</ul>
<ul>
<li>Un artiste original ne <i>peut pas</i> copier. Il n’a donc qu’à copier pour être original.</li>
</ul>
<ul>
<li>Si les oiseaux reconnaissent le raisin, il y a deux grappes de raisin. Une <span><span class="pagenum" id="51" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/51"></span></span>bonne qui se mange et une mauvaise qui ne se mange pas.</li>
</ul>
<ul>
<li>Un art qui pousse la qualité pure au détriment de l’anecdote ne chatouille jamais les grosses cordes sensibles.</li>
</ul>
<ul>
<li>NE FAITES PAS DE L’ART D’APRÈS L’ART.</li>
</ul>
<ul>
<li>La musique est le seul art dont la foule admette qu‘il ne représente
pas quelque chose. Et pourtant, la belle musique est la musique
ressemblante.</li>
</ul>
<ul>
<li>Toute bonne musique est <i>ressemblante</i>. La bonne musique émeut par cette ressemblance mystérieuse avec les objets et les sentiments qui l’ont motivée.</li>
</ul>
<ul>
<li>Si le musicien ne part pas <i>d’une idée</i>, sa musique est nulle. Mais qu’il parte d‘une certaine idée et que son plus sérieux admirateur y trouve une <i>autre idée</i>, cela ne retire rien à la valeur de l’œuvre ni au prix de l’admiration.</li>
</ul>
<ul>
<li>La ressemblance, en musique, ne consiste pas en une représentation, mais en une puissance de vérité masquée. <span><span class="pagenum" id="52" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/52"></span></span></li>
<li><i>Architecte</i>. — On peut blâmer la couleur des chambres, peu
importe si ta maison est solidement construite, sans rien qui manque du
haut en bas.</li>
</ul>
<ul>
<li>On s’est trop longtemps habitué au charme du seul échafaudage. Nous
autres, architectes, nous démolissons l’échafaudage une fois la maison
construite.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’impressionnisme vient de tirer son joli feu d’artifice â la fin
d’une longue fête. C’est â nous de bourrer les pétards d’une autre fête.</li>
</ul>
<ul>
<li>On ne blâme pas une époque, on se félicite de n’en avoir pas été.</li>
</ul>
<ul>
<li>Mettre en garde contre une décadence n’est pas nier la valeur individuelle de ses artistes.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’impressionnisme est un contrecoup de Wagner. Les derniers roucoulements de l’orage.</li>
</ul>
<ul>
<li>L’école impressionniste substitue le soleil â la lumière et la sonorité au rythme.</li>
</ul>
<ul>
<li>Debussy a joué en français, mais il a mis la pédale russe. <span><span class="pagenum" id="53" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/53"></span></span></li>
<li>Le jeu latin se joue sans mettre les pédales ; le romantisme enfonce les pédales. Pédale Wagner ; Debussy pédale.</li>
</ul>
<ul>
<li>Naturellement Wagner, c’est très bien. Debussy, c’est très bien; on
ne parle que des choses très bien. Il est inutile de dire que
Saint-Saéns, Bruneau, Charpentier, c’est très mal.</li>
</ul>
<ul>
<li>« Autour d’un Picasso et d’un Braque, autour d’un Stravinsky et d’un
Satie, que de farceurs qui les discréditent ! » Ainsi juge
l’impressionniste. Sans doute oublie-t—il le salon d’automne, et le
cheveu en quatre de Mélisande.</li>
</ul>
<ul>
<li>Pelléas, c’est encore de la musique à écouter la figure dans les
mains. Toute musique à écouter dans les mains est suspecte. Wagner,
c’est le type de la musique qui s’écoute dans les mains.</li>
</ul>
<ul>
<li>On ne peut pas se perdre dans le brouillard Debussy comme dans la brume Wagner, mais on y attrape du mal.</li>
</ul>
<ul>
<li>Le théâtre corrompt tout et même un Stravinsky. Je voudrais que ce paragraphe n’atteignît en rien notre amitié <span><span class="pagenum" id="54" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/54"></span></span>fidèle;
mais il est utile de mettre nos jeunes compatriotes en garde contre les
cariatides d’Opéra, ces grosses sirènes d’or déviant même un si
formidable équipage. Je considère le SACRE DU PRINTEMPS comme un
chef-d’œuvre mais je découvre dans l’atmosphère créée par son exécution,
une complicité religieuse entre adeptes, cet hypnotisme de Bayreuth.
Wagner a voulu le théâtre; Stravinsky s’y trouve entraîné par les
circonstances. Il y a une marge. Mais s’i1 compose malgré le théâtre, le
théâtre ne lui en donne pas moins des microbes. Stravinsky nous
empoigne par d’autres moyens que Wagner; il ne nous fait pas de passes ;
il ne nous plonge pas dans la pénombre; il nous cogne en mesure sur la
tète et dans le cœur. Comment nous défendre ? Nous serrons les
mâchoires. Nous ressentons les crampes d‘un arbre qui pousse par
saccades avec toutes ses branches. Il y a dans la hâte même de cette
sublime croissance quelque chose de théâtral. Je ne sais pas si je me
fais bien comprendre: Wagner nous cuisine à la longue; Stravinsky ne
nous laisse pas le <span><span class="pagenum" id="55" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/55"></span></span>temps
de dire « ouf ! », mais l’un et l’autre agissent sur nos nerfs. Ce sont
des musiques d’entrailles; des pieuvres qu’il faut fuir ou qui vous
mangent. C’est la faute</li>
</ul>
du théâtre. Il y a du mysticisme théâtral dans LE SACRE. Ne serait-ce pas de la musique qui s’écoute dans les mains ?<br />
<ul>
<li>Quand j’ai écrit LE POTOMAK je n’y voyais goutte dans mes malaises ;
Stravinsky m’a aidé à en sortir comme une boîte de cheddite dégage le
minerai. Sorti de mon noir, je le regarde avec le reste.</li>
</ul>
<ul>
<li>Stravinsky vous désenlise un homme ; mais il n’est pas encore de la
race des architectes. Son œuvre ne s’échafaude pas — elle pousse. <span><span class="pagenum" id="56" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/56"></span></span></li>
<li>D’une certaine attitude frivole. — Si tu te sens la vocation de
missionnaire, ne te cache pas la tète comme l’autruche ; va chez les
nègres et remplis tes poches</li>
</ul>
de pacotille.<br />
<ul>
<li><i>Nègres</i>. — C’est en distribuant beaucoup de pacotille et en
imitant beaucoup le phonographe, que tu apprivoiseras les nègres et que
tu pourras te faire entendre.</li>
</ul>
En substituant peu à peu ta voix au phonographe, le métal brut aux verroteries bariolées.<br />
<ul>
<li>On nous demande trop de miracles ; je m’estime déjà bien heureux si j’ai fait entendre un aveugle.</li>
</ul>
<ul>
<li>NOUS ABRITONS UN ANGE QUE NOUS CHOQUONS SANS CESSE. NOUS DEVONS ETRE GARDIENS DE CET ANGE.</li>
</ul>
<ul>
<li>Abrite bien ta vertu de faire des miracles car « s’ils savaient que
tu es missionnaire, ils t’arracheraient la langue et les ongles ».
(Secteur calme.) <span><span class="pagenum" id="57" title="Page:Cocteau - Le Coq et l’Arlequin.djvu/57"></span></span></li>
</ul>
Et l’ange du Secteur calme dit :<br />
<div class="poem">
Car si jamais ton regard me dénonce<br />
il y aura un grand malaise dans la chambre.<br />
Il se pousseront du coude<br />
et se feront des signes<br />
par-dessus les cartes<br />
et les journaux du soir.<br />
Prétexte une migraine, un vertige<br />
un mal d’homme<br />
fournis une excuse <i>ayant cours</i><br />
et nou qui donne<br />
à sentir ma présence<br />
caril ne faut jamais qu‘on te prenne<br />
en flagrant délit<br />
avec moi.<br />
</div>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-11001048515970707962012-05-19T04:45:00.002-07:002012-05-19T04:48:55.064-07:00NERVAL: Promenades et SouvenirsI.
<br />
LA BUTTE MONTMARTRE<br />
Il est véritablement difficile de trouver à se loger dans Paris. — Je
n’en ai jamais été si convaincu que depuis deux mois. Arrivé
d’Allemagne, après un court séjour dans une villa de la banlieue, je me
suis cherché un domicile plus assuré que les précédents, dont l’un se
trouvait sur la place du Louvre et l’autre dans la rue du Mail. — Je ne
remonte qu’à six années. — Évincé du premier avec vingt francs de
dédommagement, que j’ai négligé, je ne sais pourquoi, d’aller toucher à
la Ville, j’avais trouvé dans le second ce qu’on ne trouve plus guère au
centre de Paris : une vue sur deux ou trois arbres occupant un certain
espace, qui permet à la fois de respirer et de se délasser l’esprit en
regardant autre chose qu’un échiquier de fenêtres noires, où de jolies
figures n’apparaissent que par exception. — Je respecte la vie intime de
mes voisins, et ne suis pas de ceux qui examinent avec des longues-vues
le galbe d’une femme qui se couche, ou surprennent à l’œil nu les
silhouettes particulières aux incidents et accidents de la vie
conjugale. — J’aime mieux tel horizon « à souhait pour le plaisir des
yeux », comme dirait Fénelon, où l’on peut jouir, soit d’un lever, soit
d’un coucher de soleil, mais plus particuliè <span class="pagenum" id="371" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/383"></span>rement
du lever. Le coucher ne m’embarrasse guère : je suis sûr de le
rencontrer partout ailleurs que chez moi. Pour le lever, c’est
différent : j’aime à voir le soleil découper des angles sur les murs, à
entendre au dehors des gazouillements d’oiseaux, fût-ce de simples
moineaux francs… Grétry offrait un louis pour entendre une chanterelle,
je donnerais vingt francs pour un merle ; les vingt francs que la ville
de Paris me doit encore !<br />
J’ai longtemps habité Montmartre ; on y jouit d’un air très pur, de
perspectives variées, et l’on y découvre des horizons magnifiques, soit
« qu’ayant été vertueux, l’on aime à voir lever l’aurore », qui est très
belle du côté de Paris, soit qu’avec des goûts moins simples, on
préfère ces teintes pourprées du couchant, où les nuages déchiquetés et
flottants peignent des tableaux de bataille et de transfiguration
au-dessus du grand cimetière, entre l’arc de l’Étoile et les coteaux
bleuâtres qui vont d’Argenteuil à Pontoise. — Les maisons nouvelles
s’avancent toujours, comme la mer diluvienne qui a baigné les flancs de
l’antique montagne, gagnant peu à peu les retraites où s’étaient
réfugiés les monstres informes reconnus depuis par Cuvier. — Attaqué
d’un côté par la rue de l’Empereur, de l’autre par le quartier de la
mairie, qui sape les après montées et abaisse les hauteurs du versant de
Paris, le vieux mont de Mars aura bien bientôt le sort de la butte des
Moulins, qui, au siècle dernier, ne montrait guère un front moins
superbe. — Cependant, il nous reste encore un certain nombre de coteaux
ceints d’épaisses haies vertes, que l’épine-vinette décore tour à tour
de ses fleurs violettes et de ses baies pourprées.<br />
Il y a là des moulins, des cabarets et des tonnelles, des élysées
champêtres et des ruelles silencieuses, bordées de chaumières, de
granges et de jardins touffus, des plaines vertes coupées de précipices,
où les sources filtrent dans la glaise, détachant peu à peu certains
îlots de verdure où s’ébattent des chèvres, qui broutent l’acanthe
suspendue aux rochers ; des petites filles à l’œil fier, au pied
montagnard, les surveillent en jouant entre <span class="pagenum" id="372" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/384"></span>elles.
On rencontre même une vigne, la dernière du cru célèbre de Montmartre,
qui luttait, du temps des Romains, avec Argenteuil et Suresnes. Chaque
année, cet humble coteau perd une rangée de ses ceps rabougris, qui
tombent dans une carrière. — Il y a dix ans, j’aurais pu l’acquérir au
prix de trois mille francs… On en demande aujourd’hui trente mille.
C’est le plus beau point de vue des environs de Paris.<br />
Ce qui me séduisait dans ce petit espace abrité par les grands arbres
du Château des Brouillards, c’était d’abord ce reste de vignoble lié au
souvenir de saint Denis, qui, au point de vue des philosophes, était
peut-être le second Bacchus, et qui a eu trois corps dont l’un a été
enterré à Montmartre, le second à Ratisbonne et le troisième à Corinthe.
— C’était ensuite le voisinage de l’abreuvoir, qui, le soir, s’anime du
spectacle de chevaux et de chiens que l’on y baigne, et d’une fontaine
construite dans le goût antique, où les laveuses causent et chantent
comme dans un des premiers chapitres de Werther.<br />
Avec un bas-relief consacré à Diane et peut-être deux figures de
naïades sculptées en demi-bosse, on obtiendrait, à l’ombre des vieux
tilleuls qui se penchent sur le monument, un admirable lieu de retraite,
silencieux ses heures, et qui rappellerait certains points d’étude de
la campagne romaine. Au-dessus se dessine et serpente la rue des
Brouillards, qui descend vers le chemin des Bœufs, puis le jardin du
restaurant Gaucher, avec ses kiosques, ses lanternes et ses statues
peintes… La plaine Saint-Denis a des lignes admirables, bornées par les
coteaux de Saint-Ouen et de Montmorency, avec des reflets de soleil ou
des nuages qui varient à chaque heure du jour. A droite est une rangée
de maisons, la plupart fermées pour cause de craquements dans les murs.<br />
C’est ce qui assure la solitude relative de ce site ; car les chevaux
et les bœufs qui passent, et même les laveuses, ne troublent pas les
méditations d’un sage, et même s’y associent. — La vie bourgeoise, ses
intérêts et ses relations vulgaires, lui donnent seuls l’idée de
s’éloigner le plus possible des grands centres d’activité. <span class="pagenum" id="373" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/385"></span>
Il y a à gauche de vastes terrains, recouvrant l’emplacement d’une
carrière éboulée, que la commune a concédés à des hommes industrieux qui
en ont transformé l’aspect. Ils ont planté des arbres, créé des champs
où verdissent la pomme de terre et la betterave, où l’asperge montée
étalait naguère ses panaches verts décorés de perles rouges.<br />
On descend le chemin et l’on tourne gauche. Là sont encore deux ou
trois collines vertes, entaillées par une route qui plus loin comble des
ravins profonds, et qui tend à rejoindre un jour la rue de l’Empereur
entre les buttes et le cimetière. On rencontre là un hameau qui sent
fortement la campagne, et qui a renoncé depuis trois ans aux travaux
malsains d’un atelier de poudrette. — Aujourd’hui, l’on y travaille les
résidus des fabriques de bougies stéariques. — Que d’artistes repoussés
du prix de Rome sont venus sur ce point étudier la campagne romaine et
l’aspect des marais Pontins ! Il y reste même un marais animé par des
canards, des oisons et des poules.<br />
Il n’est pas rare aussi d’y trouver des haillons pittoresques sur les
épaules des travailleurs. Les collines, fendues çà et là, accusent le
tassement du terrain sur d’anciennes carrières ; mais rien n’est plus
beau que l’aspect de la grande butte, quand le soleil éclaire ses
terrains d’ocre rouge veinés de plâtre et de glaise, ses roches dénudées
et quelques bouquets d’arbres encore assez touffus, où serpentent des
ravins et des sentiers.<br />
La plupart des terrains et des maisons éparses de cette petite vallée
appartiennent à de vieux propriétaires, qui ont calculé sur l’embarras
des Parisiens à se créer de nouvelles demeures et sur la tendance qu’ont
les maisons du quartier Montmartre à envahir, dans un temps donné, la
plaine Saint-Denis. C’est une écluse qui arrête le torrent ; quand elle
s’ouvrira, le terrain vaudra cher.- Je regrette d’autant plus d’avoir
hésité, il y a dix ans, à donner trois mille francs du dernier vignoble
de Montmartre.<br />
Il n’y faut plus penser. Je ne serai jamais propriétaire : <span class="pagenum" id="374" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/386"></span>et pourtant que de fois, au 8 ou au 15 de chaque trimestre (près de Paris, du moins), j’ai chanté le refrain de M. Vautour :<br />
<div class="poem">
<br />
<i>Quand on n’a pas de quoi payer son terme</i><br />
<i>Il faut avoir une maison à soi</i> !</div>
<br />
J’aurais fait faire dans cette vigne une construction si légère !…
Une petite villa dans le goût de Pompéi avec un impluvium et une cella,
quelque chose comme la maison du poète tragique. Le pauvre Laviron, mort
depuis sur les murs de Rome, m’en avait dessiné le plan. A dire le vrai
pourtant, il n’y a pas de propriétaires aux buttes de Montmartre. On ne
peut asseoir légalement une propriété sur des terrains minés par des
cavités peuplées dans leurs parois de mammouths et de mastodontes. La
commune concède un droit de possession qui s’éteint au bout de cent ans…
On est campé comme les Turcs ; et les doctrines les plus avancées
auraient peine à contester un droit si fugitif où l’hérédité ne peut
longuement s’établir.<br />
<br />
<br />
II<br />
LE CHÂTEAU DE SAINT-GERMAIN<br />
J’ai parcouru les quartiers de Paris qui correspondent à mes
relations, et n’ai rien trouvé qu’à des prix impossibles, augmentés par
les conditions que formulent les concierges. Ayant rencontré un seul
logement au-dessous de trois cents francs, on m’a demandé si j’avais un
état pour lequel il fallût du jour. — J’ai répondu, je crois, qu’il m’en
fallait pour l’état de ma santé.<br />
— C’est, m’a dit le concierge, que la fenêtre de la chambre s’ouvre sur un corridor qui n’est pas bien clair.<br />
Je n’ai pas voulu en savoir davantage, et j’ai même négligé de visiter <span class="pagenum" id="375" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/387"></span>une cave à louer, me souvenant d’avoir vu à Londres cette même inscription, suivie de ces mots : « Pour un gentleman seul. »<br />
Je me suis dit :<br />
— Pourquoi ne pas aller demeurer à Versailles ou à Saint-Germain ? La
banlieue est encore plus chère que Paris ; mais, en prenant un
abonnement du chemin de fer, on peut sans doute trouver des logements
dans la plus déserte ou dans la plus abandonnée de ces deux villes. En
réalité, qu’est-ce qu’une demi-heure de chemin de fer, le matin et le
soir ? On a là les ressources d’une cité, et l’on est presque à la
campagne. Vous vous trouvez logé par le fait rue Saint-Lazare, n°130. Le
trajet n’offre que de l’agrément, et n’équivaut jamais, comme ennui ou
comme fatigue, une course d’omnibus.<br />
Je me suis trouvé très heureux de cette idée, et j’ai choisi
Saint-Germain, qui est pour moi une ville de souvenirs. Quel voyage
charmant ! Asnières, Chatou, Nanterre et le Pecq ; la Seine trois fois
repliée, des points de vue d’îles vertes, de plaines, de bois, de
chalets et de villas ; à droite, les coteaux de Colombes, d’Argenteuil
et de Carrières ; à gauche, le mont Valérien, Bougival, Luciennes et
Marly ; puis la plus belle perspective du monde : la terrasse et les
vieilles galeries du château de Henri IV, couronnées par le profil
sévère du château de François Ier.<br />
J’ai toujours aimé ce château bizarre, qui, sur le plan, a la forme
d’un D gothique, en l’honneur, dit-on, du nom de la belle Diane. — Je
regrette seulement de n’y pas voir ces grands toits écaillés d’ardoises,
ces clochetons à jour où se déroulaient des escaliers en spirale, ces
hautes fenêtres sculptées s’élançant d’un fouillis de toits anguleux qui
caractérisent l’architecture valoise. Des maçons ont défiguré, sous
Louis XVIII, la face qui regarde le parterre. Depuis, l’on a transformé
ce monument en pénitencier, et l’on a déshonoré l’aspect des fossés et
des ponts antiques par une enceinte de murailles couvertes d’affiches.
Les hautes fenêtres et les balcons dorés, les terrasses où ont paru tour
à tour les beautés <span class="pagenum" id="376" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/388"></span>blondes
de la cour des Valois et de la cour des Stuarts, les galants chevaliers
des Médicis et les Écossais fidèles de Marie Stuart et du roi Jacques,
n’ont jamais été restaurés ; il n’en reste rien que le noble dessin des
baies, des tours et des façades, que cet étrange contraste de la brique
et de l’ardoise, s’éclairant des feux du soir ou des reflets argentés de
la nuit, et cet aspect moitié galant, moitié guerrier, d’un château
fort qui, en dedans, contenait un palais splendide dressé sur un
montagne, entre une vallée boisée où serpente un fleuve et un parterre
qui se dessine sur la lisière d’une vaste forêt.<br />
Je revenais là, comme Ravenswood au château de ses pères ; j’avais eu
des parents parmi les hôtes de ce château, — il y a vingt ans déjà ; —
d’autres, habitants de la ville ; en tout, quatre tombeaux… Il se mêlait
encore à ces impressions de souvenir d’amour et de fêtes remontant à
l’époque des Bourbons ; — de sorte que je fus tout à tour heureux et
triste tout un soir !<br />
Un incident vulgaire vint m’arracher à la poésie de ces rêves de
jeunesse. La nuit étant venue, après avoir parcouru les rues et les
places, et salué des demeures aimées jadis, donné un dernier coup d’œil
aux côtes de l’étang de Mareil et de Chambourcy, je m’étais enfin reposé
dans un café qui donne sur la place du Marché. On me servit une chope
de bière. Il y avait au fond trois cloportes ; — un homme qui a vécu en
Orient est incapable de s’affecter d’un pareil détail.<br />
— Garçon ! dis-je, il est possible que j’aime les cloportes ; mais,
une autre fois, si j’en demande, je désirerais qu’on me les servît à
part.<br />
Le mot n’était pas neuf, s’étant déjà appliqué à des cheveux servis
sur une omelette ; mais il pouvait encore être goûté à Saint-Germain.
Les habitués, bouchers ou conducteurs de bestiaux, le trouvèrent
agréable.<br />
Le garçon me répondit imperturbablement :<br />
— Monsieur, cela ne doit pas vous étonner ; on fait en ce moment des réparations au château, et ces insectes se réfugient <span class="pagenum" id="377" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/389"></span>dans les maisons de la ville. Ils aiment beaucoup la bière et y trouvent leur tombeau.<br />
— Garçon, lui dis-je, vous êtes plus beau que nature ; et votre
conversation me séduit… Mais est-il vrai que l’on fasse des réparations
au château ?<br />
— Monsieur vient d’en être convaincu.<br />
— Convaincu, grâce à votre raisonnement ; mais êtes-vous sûr du fait en lui-même ?<br />
— Les journaux en ont parlé.<br />
Absent de France pendant longtemps, je ne pouvais contester ce
témoignage. Le lendemain, je me rendis au château pour voir où en était
la restauration. Le sergent-concierge me dit, avec un sourire qui
n’appartient qu’à un militaire de ce grade :<br />
— Monsieur, seulement pour raffermir les fondations du château, il faudrait neuf millions ; les apportez-vous ?<br />
Je suis habitué à ne m’étonner de rien.<br />
— Je ne les ai pas sur moi, observai-je ; mais cela pourrait encore se trouver !<br />
— Eh bien, dit-il, quand vous les apporterez, nous vous ferons voir le château.<br />
J’étais piqué ; ce qui me fit retourner à Saint-Germain deux jours après. J’avais trouvé l’idée.<br />
— Pourquoi, me disais-je, ne pas faire une souscription ? La France
est pauvre ; mais il viendra beaucoup d’Anglais l’année prochaine pour
l’exposition des Champs-Élysées. Il est impossible qu’ils ne nous aident
pas à sauver de la destruction un château qui a hébergé plusieurs
générations de leurs reines et de leurs rois. Toutes les familles
jacobites y ont passé. — La ville encore est à moitié pleine d’Anglais ;
j’ai chanté tout enfant les chansons du roi Jacques et pleuré Marie
Stuart en déclamant les vers de Ronsard et de du Bellay… La race des
King-Charles emplit les rues comme une preuve vivante encore des
affections de tant de races disparues… Non ! me dis-je, les Anglais ne
refuseront pas de s’associer une souscription <span class="pagenum" id="378" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/390"></span>doublement nationale. Si nous contribuons par des monacos, ils trouveront bien des couronnes et des guinées !<br />
Fort de cette combinaison, je suis allé la soumettre aux habitués du
Café du Marché. Ils l’ont accueillie avec enthousiasme, et, quand j’ai
demandé une chope de bière sans cloportes, le garçon m’a dit :<br />
— Oh ! non, monsieur, plus aujourd’hui !<br />
Au château, je me suis présenté la tête haute. Le sergent m’a
introduit au corps de garde, où j’ai développé mon idée avec succès, et
le commandant, qu’on a averti, a bien voulu permettre que l’on me fît
voir la chapelle et les appartements des Stuarts, fermés aux simples
curieux. Ces derniers sont dans un triste état, et, quant aux galeries,
aux salles antiques et aux chambres des Médicis, il est impossible de
les reconnaître depuis des siècles, grâce aux sculptures, aux
maçonneries et aux faux plafonds qui ont approprié ce château aux
convenances militaires.<br />
Que la cour est belle, pourtant ! ces profils sculptés, ces arceaux,
ces galeries chevaleresques, l’irrégularité même du plan, la teinte
rouge des façades, tout cela fait rêver aux châteaux d’Écosse et
d’Irlande, à Walter Scott et à Byron. On a tant fait pour Versailles et
tant pour Fontainebleau. Pourquoi donc ne pas relever ce débris précieux
de notre histoire ? La malédiction de Catherine de Médicis, jalouse du
monument construit en l’honneur de Diane, s’est continuée sous les
Bourbons. Louis XIV craignait de voir la flèche de Saint Denis ; ses
successeurs ont tout fait pour Saint-Cloud et Versailles. Aujourd’hui,
Saint-Germain attend encore le résultat d’une promesse que la guerre a
peut-être empêché de réaliser.<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<span class="pagenum" id="379" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/391"></span>III<br />
UNE SOCIÉTÉ CHANTANTE<br />
Ce que le concierge m’a fait voir avec le plus d’amour, est une série
de petites loges qu’on appelle les cellules, où couchent quelques
militaires du pénitencier. Ce sont de véritables boudoirs ornés de
peintures à fresque représentant des paysages. Le lit se compose d’un
matelas de crin soutenu par des élastiques ; le tout très propre et très
coquet, comme une cabine d’officier de vaisseau.<br />
Seulement, le jour y manque, comme dans la chambre qu’on m’offrait à
Paris, et l’on ne pourrait pas y demeurer ayant un état pour lequel il
faudrait du jour. « — J’aimerais, dis-je au sergent, une chambre moins
bien décorée et plus près des fenêtres. — Quand on se lève avant le
jour, c’est bien indifférent ! me répondit-il. » je trouvai cette
observation de la plus grande justesse.<br />
En repassant par le corps de garde, je n’eus qu’à remercier le
commandant de sa politesse, et le sergent ne voulut accepter aucune
buona mano.<br />
Mon idée de souscription anglaise me trottait dans la tête, et
j’étais bien aise d’en essayer l’effet sur des habitants de la ville ;
de sorte qu’allant dîner au pavillon de Henri IV, d’où l’on jouit de la
plus admirable vue qui soit en France, dans un kiosque ouvert sur un
panorama de dix lieues, j’en fis part à trois Anglais et à une Anglaise,
qui en furent émerveillés, et trouvèrent ce plan très conforme à leurs
ides nationales. — Saint-Germain a cela de particulier, que tout le
monde s’y connaît, qu’on y parle haut dans les établissements publics,
et que l’on peut même s’y entretenir avec des dames anglaises sans leur
être présenté. On s’ennuierait tellement sans cela ! Puis <span class="pagenum" id="380" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/392"></span>c’est une population à part, classée, il est vrai, selon les conditions, mais entièrement locale.<br />
Il est très rare qu’un habitant de Saint-Germain vienne à Paris ;
certains d’entre eux ne font pas ce voyage une fois en dix ans. Les
familles étrangères vivent aussi là entre elles avec la familiarité qui
existe dans les villes d’eaux. Et ce n’est pas l’eau, c’est l’air pur
que l’on vient chercher à Saint-Germain. Il y a des maisons de santé
charmantes, habitées par des gens très bien portants, mais fatigués du
bourdonnement et du mouvement insensés de la capitale. La garnison, qui
tait autrefois de gardes du corps, et qui est aujourd’hui de cuirassiers
de la garde, n’est pas étrangère peut-être la résidence de quelques
jeunes beautés, filles ou veuves, qu’on rencontre à cheval ou à âne sur
la route des Loges ou du château du Val. Le soir, les boutiques
s’éclairent rue de Paris et rue au Pain ; on cause d’abord sur la porte,
on rit, on chante même. — L’accent des voix est fort distinct de celui
de Paris ; les jeunes filles ont la voix pure et bien timbrée, comme
dans les pays de montagnes. En passant dans la rue de l’Église,
j’entendis chanter au fond d’un petit café. J’y voyais entrer beaucoup
de monde et surtout des femmes. En traversant la boutique, je me trouvai
dans une grande salle toute pavoise de drapeaux et de guirlandes avec
les insignes maçonniques et les inscriptions d’usage. — J’ai fait partie
autrefois des Joyeux et des Bergers de Syracuse ; je n’étais donc pas
embarrassé de me présenter.<br />
Le bureau était majestueusement établi sous un dais orné de draperies
tricolores, et le président me fit le salut cordial qui se doit à un
visiteur. Je me rappellerai toujours qu’aux Bergers de Syracuse, on
ouvrait généralement la séance par ce toast : « Aux Polonais !… et à ces
dames ! » Aujourd’hui, les Polonais sont un peu oubliés. — Du reste,
j’ai entendu de fort jolies chansons dans cette réunion, mais surtout
des voix de femmes ravissantes. Le Conservatoire n’a pas terni l’éclat
de ces intonations pures et naturelles, de ces trilles empruntés <span class="pagenum" id="381" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/393"></span>au
chant du rossignol ou du merle, ou n’a pas faussé avec les leçons du
solfège ces gosiers si frais et si riches en mélodie. Comment se fait-il
que ces femmes chantent si juste ? Et pourtant tout musicien de
profession pourrait dire chacune d’elles : « Vous ne savez pas
chanter. » Rien n’est amusant comme les chansons que les jeunes filles
composent elles-mêmes, et qui font, en général, allusion aux trahisons
des amoureux ou aux caprices de l’autre sexe. Quelquefois, il y a des
traits de raillerie locale qui échappent au visiteur étranger. Souvent
un jeune homme et une jeune fille se répondent comme Daphnis et Chloé,
comme Myrtil et Sylvie. En m’attachant à cette pensée, je me suis trouvé
tout ému, tout attendri, comme à un souvenir de la jeunesse… C’est
qu’il y a un âge — âge critique, comme on le dit, pour les femmes, — où
les souvenirs renaissent si vivement, où certains dessins oubliés
reparaissent sous la trame froissée de la vie ! On n’est pas assez vieux
pour ne plus songer à l’amour, on n’est plus assez jeune pour penser
toujours à plaire. — Cette phrase, je l’avoue, est un peu Directoire. Ce
qui l’amène sous ma plume, c’est que j’ai entendu un ancien jeune homme
qui, ayant décroché du mur une guitare, exécuta admirablement la
vieille romance de Garat :<br />
<div class="poem">
<br />
<i>Plaisir d’amour ne dure qu’un moment</i>…<br />
<i>Chagrin d’amour dure toute la vie</i> !</div>
<br />
Il avait les cheveux frisés à l’incroyable, une cravate blanche, une
épingle de diamant sur son jabot, et des bagues à lacs d’amour. Ses
mains étaient blanches et fines comme celles d’une jolie femme. Et, si
j’avais été femme, je l’aurais aimé, malgré son âge ; car sa voix allait
au cœur.<br />
Ce brave homme m’a rappelé mon père, qui, jeune encore, chantait avec
goût des airs italiens, à son retour de Pologne. Il y avait perdu sa
femme, et ne pouvait s’empêcher de pleurer, en s’accompagnant de la
guitare, aux paroles d’une romance <span class="pagenum" id="382" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/394"></span>qu’elle avait aimée, et dont j’ai toujours retenu ce passage :<br />
<div class="poem">
<br />
<i>Mamma mia</i>, <i>medicate</i><br />
<i>Questa piaga</i>, <i>per pietà</i> !<br />
<i>Melicerto fu l’arciero</i><br />
<i>Perchè pace in cor non ho</i> !</div>
<br />
Malheureusement, la guitare est aujourd’hui vaincue par le piano,
ainsi que la harpe ; ce sont là des galanteries et des grâces d’un autre
temps. Il faut aller à Saint-Germain pour retrouver, dans le petit
monde paisible encore, les charmes effacés de la société d’autrefois.<br />
Je suis sorti par un beau clair de lune, m’imaginant vivre en 1827,
époque où j’ai quelque temps habité Saint-Germain. Parmi les jeunes
filles présentes à cette petite fête, j’avais reconnu des yeux
accentués, des traits réguliers, et, pour ainsi dire, classiques, des
intonations particulières au pays, qui me faisaient rêver à des
cousines, à des amies de cette époque, comme si dans un autre monde
j’avais retrouvé mes premières amours. Je parcourais au clair de lune
ces rues et ces promenades endormies. J’admirais les profils majestueux
du château, j’allais respirer l’odeur des arbres presque effeuillés la
lisière de la forêt, je goûtais mieux cette heure l’architecture de
l’église, où repose l’épouse de Jacques II, et qui semble un temple
romain.<br />
Vers minuit, j’allai frapper à la porte d’un hôtel où je couchais
souvent, il y a quelques années. Impossible d’éveiller personne. Des
bœufs défilaient silencieusement, et leurs conducteurs ne purent me
renseigner sur les moyens de passer la nuit. En revenant sur la place du
Marché, je demandai au <span class="pagenum" id="383" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/395"></span>factionnaire
s’il connaissait un hôtel où l’on pût recevoir un Parisien relativement
attardé. — « Entrez au poste, on vous dira cela », me répondit-il.<br />
Dans le poste, je rencontrai de jeunes militaires qui me dirent : —
« C’est bien difficile ! On se couche ici à dix heures ; mais
chauffez-vous un instant. » On jeta du bois dans le poêle ; je me mis à
causer de l’Afrique et de l’Asie. Cela les intéressait tellement, que
l’on réveillait pour m’écouter ceux qui s’étaient endormis. Je me vis
conduit à chanter des chansons arabes et grecques, car la société
chantante m’avait mis dans cette disposition. Vers deux heures, un des
soldats me dit : — « Vous avez bien couché sous la tente… Si vous
voulez, prenez place sur le lit de camp. » On me fit un traversin avec
un sac de munition, je m’enveloppai de mon manteau, et je m’apprêtais à
dormir quand le sergent rentra et dit : — « Où est-ce qu’ils ont encore
ramassé cet homme-là ? — C’est un homme qui parle assez bien, dit un des
fusiliers ; il a été en Afrique.<br />
— S’il a été en Afrique, c’est différent, dit le sergent ; mais on
admet quelquefois ici des individus qu’on ne connaît pas ; c’est
imprudent… Ils pourraient enlever quelque chose !<br />
— Ce ne serait pas les matelas, toujours ! murmurai-je.<br />
— Ne faites pas attention, me dit l’un des soldats : c’est son
caractère ; et puis il vient de recevoir une politesse… ça le rend
grognon. »<br />
J’ai dormi fort bien jusqu’au point du jour ; et, remerciant ces
braves soldats ainsi que le sergent, tout à fait radouci, je m’en allai
faire un tour vers les coteaux de Mareil pour admirer les splendeurs du
soleil levant.<br />
Je le disais tout à l’heure, — mes jeunes années me reviennent, — et
l’aspect des lieux aimés rappelle en moi le sentiment des choses
passées. Saint-Germain, Senlis et Dammartin, <span class="pagenum" id="384" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/396"></span>sont
les trois villes qui, non loin de Paris, correspondent à mes souvenirs
les plus chers. La mémoire de vieux parents morts se rattache
mélancoliquement à la pensée de plusieurs jeunes filles dont l’amour m’a
fait poète, ou dont les dédains m’ont fait parfois ironique et songeur.<br />
J’ai appris le style en écrivant des lettres de tendresse ou
d’amitié, et, quand je relis celles qui ont été conservées, j’y retrouve
fortement tracée l’empreinte de mes lectures d’alors, surtout de
Diderot, de Rousseau et de Sénancourt. Ce que je viens de dire
expliquera le sentiment dans lequel ont été écrites les pages suivantes.
Je m’étais repris à aimer Saint-Germain par ces derniers beaux jours
d’automne. Je m’établis à l’Ange Gardien, et, dans les intervalles de
mes promenades, j’ai tracé quelques souvenirs que je n’ose intituler
Mémoires, et qui seraient plutôt conçus selon le plan des promenades
solitaires de Jean-Jacques. Je les terminerai dans le pays même où j’ai
été élevé, et où il est mort.<br />
<br />
<br />
IV<br />
JUVENILIA<br />
Le hasard a joué un si grand rôle dans ma vie, que je ne m’étonne pas
en songeant à la façon singulière dont il a présidé à ma naissance.
C’est, dira-t-on, l’histoire de tout le monde. Mais tout le monde n’a
pas occasion de raconter son histoire.<br />
Et, si chacun le faisait, il n’y aurait pas grand mal : l’expérience de chacun est le trésor de tous.<br />
Un jour, un cheval s’échappa d’une pelouse verte qui bordait l’Aisne,
et disparut bientôt entre les halliers ; il gagna la région sombre des
arbres et se perdit dans la forêt de Compiègne. Cela se passait vers
1770.<br />
Ce n’est pas un accident rare qu’un cheval échappé à travers une
forêt. Et cependant, je n’ai guère d’autre titre à l’existence. Cela <span class="pagenum" id="385" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/397"></span>est probable du moins, si l’on croit à ce que Hoffmann appelait l’enchaînement des choses.<br />
Mon grand-père était jeune alors. Il avait pris le cheval dans
l’écurie de son père, puis il s’était assis sur le bord de la rivière,
rêvant à je ne sais quoi, pendant que le soleil se couchait dans les
nuages empourprés du Valois et du Beauvoisis.<br />
L’eau verdissait et chatoyait de reflets sombres, des bandes
violettes striaient les rougeurs du couchant. Mon grand-père, en se
retournant pour partir, ne trouva plus le cheval qui l’avait amené. En
vain il le chercha, l’appela jusqu’à la nuit. Il lui fallut revenir à la
ferme.<br />
Il était d’un naturel silencieux ; il évita les rencontres, monta à
sa chambre et s’endormit, comptant sur la Providence et sur l’instinct
de l’animal, qui pouvait bien lui faire retrouver la maison.<br />
C’est ce qui n’arriva pas. Le lendemain matin, mon grand-père
descendit de sa chambre et rencontra dans la cour son père, qui se
promenait à grands pas. Il s’était aperçu déjà qu’il manquait un cheval à
l’écurie. Silencieux comme son fils, il n’avait pas demandé quel était
le coupable : il le reconnut en le voyant devant lui.<br />
Je ne sais ce qui se passa. Un reproche trop vif fut cause sans doute
de la résolution que prit mon grand-père. Il monta à sa chambre, fit un
paquet de quelques habits, et, à travers la forêt de Compiègne, il
gagna un petit pays situé entre Ermenonville et Senlis, près des étangs
de Châalis, vieille résidence carlovingienne. Là, vivait un de ses
oncles, qui descendait, dit-on, d’un peintre flamand du XVIIe siècle. Il
habitait un ancien pavillon de chasse aujourd’hui ruiné, qui avait fait
partie des apanages de Marguerite de Valois. Le champ voisin, entouré
de halliers qu’on appelle les bosquets, était situé sur l’emplacement
d’un ancien camp romain et a conservé le nom du dixième des Césars. On y
récolte du seigle dans les parties qui ne sont pas couvertes de granits
et de bruyères. Quelquefois, on y a rencontré, en traçant, des pots
étrusques, des médailles, <span class="pagenum" id="386" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/398"></span>des épées rouillées ou des images informes de dieux celtiques.<br />
Mon grand-père aida le vieillard à cultiver ce champ, et fut
récompensé patriarcalement en épousant sa cousine. Je ne sais pas au
juste l’époque de leur mariage ; mais, comme il se maria avec l’épée,
comme aussi ma mère reçut le nom de Marie Antoinette avec celui de
Laurence, il est probable qu’ils furent mariés un peu avant la
Révolution.<br />
Aujourd’hui, mon grand-père repose, avec sa femme et sa plus jeune
fille, au milieu de ce champ qu’il cultivait jadis. Sa fille aînée est
ensevelie bien loin de là, dans la froide Silésie, au cimetière
catholique polonais de Gross-Glogaw. Elle est morte à vingt-cinq ans des
fatigues de la guerre, d’une fièvre qu’elle gagna en traversant un pont
chargé de cadavres, où sa voiture manqua d’être renversée. Mon père,
forcé de rejoindre l’armée à Moscou, perdit plus tard ses lettres et ses
bijoux dans les flots de la Bérésina.<br />
Je n’ai jamais vu ma mère, ses portraits ont été perdus ou volés ; je
sais seulement qu’elle ressemblait à une gravure du temps, d’après
Prudhon ou Fragonard, qu’on appelait <i>la Modestie</i>.<br />
La fièvre dont elle est morte m’a saisi trois fois, à des époques qui
forment dans ma vie des divisions singulières, périodiques. Toujours, à
ces époques, je me suis senti l’esprit frappé des images de deuil et de
désolation qui ont entouré mon berceau. Les lettres qu’écrivait ma mère
des bords de la Baltique, ou des rives de la Sprée ou du Danube,
m’avaient été lues tant de fois ! Le sentiment du merveilleux, le goût
des voyages lointains, ont été sans doute pour moi le résultat de ces
impressions premières, ainsi que du séjour que j’ai fait longtemps dans
une campagne isolée au milieu des bois. Livré souvent aux soins des
domestiques et des paysans, j’avais nourri mon esprit de croyances
bizarres, de légendes et de vieilles chansons. Il y avait là de quoi
faire un poète, et je ne suis qu’un rêveur en prose.<br />
J’avais sept ans, et je jouais, insoucieux, sur la porte de mon <span class="pagenum" id="387" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/399"></span>oncle,
quand trois officiers parurent devant la maison ; l’or noirci de leurs
uniformes brillait à peine sous leurs capotes de soldat. Le premier
m’embrassa avec une telle effusion, que je m’écriai :<br />
— Mon père !… tu me fais mal !<br />
De ce jour, mon destin changea.<br />
Tous trois revenaient du siège de Strasbourg. Le plus âgé, sauvé des
flots de la Bérésina glacée, me prit avec lui pour m’apprendre ce qu’on
appelait mes devoirs. J’étais faible encore, et la gaieté de son plus
jeune frère me charmait pendant mon travail. Un soldat qui les servait
eut l’idée de me consacrer une partie de ses nuits. Il me réveillait
avant l’aube et me promenait sur les collines voisines de Paris, me
faisant déjeuner de pain et de crème dans les fermes ou dans les
laiteries.<br />
<br />
<br />
V<br />
PREMIÈRES ANNÉES<br />
Une heure fatale sonna pour la France ; son héros, captif lui-même au
sein d’un vaste empire, voulut réunir dans le champ de Mai l’élite de
ses héros fidèles. Je vis ce spectacle sublime dans la loge des
généraux. On distribuait aux régiments des étendards ornés d’aigles
d’or, confiés désormais à la fidélité de tous.<br />
Un soir, je vis se dérouler sur la grande place de la ville une
immense décoration qui représentait un vaisseau en mer. La nef se
mouvait sur une onde agitée, et semblait voguer vers une tour qui
marquait le rivage. Une rafale violente détruisit l’effet de cette
représentation. Sinistre augure, qui prédisait à la patrie le retour des
étrangers.<br />
Nous revîmes les fils du Nord, et les cavales de l’Ukraine rongèrent
encore une fois l’écorce des arbres de nos jardins. Mes sœurs du hameau
revinrent à tire-d’aile, comme des colombes plaintives, et m’apportèrent
dans leurs bras une <span class="pagenum" id="388" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/400"></span>tourterelle aux pieds roses, que j’aimais comme une autre sœur.<br />
Un jour, une des belles dames qui visitaient mon père me demanda un
léger service : J’eus le malheur de lui répondre avec impatience. Quand
je retournai sur la terrasse, la tourterelle s’était envolée.<br />
J’en conçus un tel chagrin, que je faillis mourir d’une fièvre
purpurine qui fit porter à l’épiderme tout le sang de mon cœur. On crut
me consoler en me donnant pour compagnon un jeune sapajou rapporté
d’Amérique par un capitaine, ami de mon père. Cette jolie bête devint la
compagne de mes jeux et de mes travaux.<br />
J’étudiais à la fois l’italien, le grec et le latin, l’allemand, l’arabe et le persan. Le <i>Pastor fido</i>, <i>Faust</i>,
Ovide et Anacréon, étaient mes poèmes et mes poètes favoris. Mon
écriture, cultivée avec soin, rivalisait parfois de grâce et de
correction avec les manuscrits les plus célèbres de l’Iram. Il fallait
encore que le trait d’amour perçât mon cœur d’une de ses flèches les
plus brûlantes ! Celle-là partit de l’arc délié du sourcil noir d’une
vierge à l’œil d’ébène, qui s’appelait Héloise. — J’y reviendrai plus
tard.<br />
J’étais toujours entouré de jeunes filles ; — l’une d’elles était ma
tante ; deux femmes de la maison, Jeannette et Fanchette, me comblaient
aussi de leurs soins. Mon sourire enfantin rappelait celui de ma mère,
et mes cheveux blonds, mollement ondulés, couvraient avec caprice la
grandeur précoce de mon front. Je devins épris de Fanchette, et je
conçus l’idée singulière de la prendre pour épouse selon les rites des
aïeux. Je célébrai moi-même le mariage, en figurant la cérémonie au
moyen d’une vieille robe de ma grand-mère que j’avais jetée sur mes
épaules. Un ruban pailleté d’argent ceignait mon front, et j’avais
relevé la pâleur ordinaire des mes joues d’une légère couche de fard. Je
pris à témoin le Dieu de nos pères et la Vierge sainte, dont je
possédais une image, et chacun se prêta avec complaisance ce jeu naïf
d’un enfant. <span class="pagenum" id="389" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/401"></span>
Cependant, j’avais grandi ; un sang vermeil colorait mes joues ;
j’aimais à respirer l’air des forêts profondes. Les ombrages
d’Ermenonville, les solitudes de Morfontaine, n’avaient plus de secrets
pour moi. Deux de mes cousines habitaient par là. J’étais fier de les
accompagner dans ces vieilles forêts, qui semblaient leur domaine.<br />
Le soir, pour divertir de vieux parents, nous représentions les
chefs-d’œuvre des poètes, et un public bienveillant nous comblait
d’éloges et de couronnes. Une jeune fille vive et spirituelle, nommée
Louise, partageait nos triomphes ; on l’aimait dans cette famille, où
elle représentait la gloire des arts.<br />
Je m’étais rendu très fort sur la danse. Un mulâtre, nommé Major,
m’enseignait à la fois les premiers éléments de cet art et ceux de la
musique, pendant qu’un peintre de portraits, nommé Mignard, me donnait
des leçons de dessin. Mademoiselle Nouvelle était l’étoile de notre
salle de danse. Je rencontrai un rival dans un joli garçon nommé
Provost. Ce fut lui qui m’enseigna l’art dramatique : nous représentions
ensemble des petites comédies qu’il improvisait avec esprit.
Mademoiselle Nouvelle était naturellement notre actrice principale et
tenait une balance si exacte entre nous deux, que nous soupirions sans
espoir… Le pauvre Provost s’est fait depuis acteur sous le nom de
Raymond ; il se souvint de ses premières tentatives, et se mit à
composer des féeries, dans lesquelles il eut pour collaborateurs les
frères Cogniard. — Il a fini bien tristement en se prenant de querelle
avec un régisseur de la Gat, auquel il donna un soufflet. Rentré chez
lui, il réfléchit amèrement aux suites de son imprudence, et, la nuit
suivante, se perça le cœur d’un coup de poignard. <span class="pagenum" id="390" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/402"></span><br />
<br />
<br />
VI<br />
HÉLOÏSE<br />
La pension que j’habitais avait un voisinage de jeunes brodeuses.
L’une d’elles, qu’on appelait la Créole, fut l’objet de mes premiers
vers d’amour ; son œil sévère, la sereine placidité de son profil grec,
me réconciliaient avec la froide dignité des études ; c’est pour elle
que je composai des traductions versifiées de l’ode d’Horace <i>A Tyndaris</i>, et d’une mélodie de Byron, dont je traduisais ainsi le refrain :<br />
<div class="poem">
<br />
<i>Dis</i>-<i>moi</i>, <i>jeune fille d’Athènes</i>,<br />
<i>Pourquoi m’as</i>-<i>tu ravi mon cœur</i> ?</div>
<br />
Quelquefois, je me levais dès le point du jour et je prenais la route
de ***, courant et déclamant mes vers au milieu d’une pluie battante.
La cruelle se riait de mes amours errantes et de mes soupirs ! C’est
pour elle que je composai la pièce suivante, imitée d’une poésie de
Thomas Moore :<br />
<div class="poem">
<br />
<i>Quand le plaisir brille en tes yeux</i>,<br />
<i>Pleins de douceur et d’espérance</i>…</div>
<br />
J’échappe à ces amours volages pour raconter mes premières peines.
Jamais un mot blessant, un soupir impur, n’avaient rouillé l’hommage que
je rendais à mes cousines. Héloïse, la première, me fit connaître la
douleur. Elle avait pour gouvernante une bonne vieille Italienne qui fut
instruite de mon amour. Celle-ci s’entendit avec la servante de mon
père pour nous procurer une entrevue. On me fit descendre en secret dans
une chambre où la figure d’Héloise était représentée par un vaste
tableau. Une épingle d’argent perçait le nœud touffu de ses cheveux
d’ébène, et son buste étincelait comme celui d’une reine, pailleté de
tresses d’or sur un fond de soie et de velours. Éperdu, fou d’ivresse,
je m’étais jeté à genoux devant l’image ; une porte s’ouvrit, Héloïse
vint à ma rencontre et me regarda d’un œil souriant. <span class="pagenum" id="391" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/403"></span>Pardon, reine, m’écriai-je, je me croyais le Tasse aux pieds d’Eléonore, ou le tendre Ovide aux pieds de Julie !…<br />
Elle ne put rien me répondre, et nous restâmes tous deux muets dans
une demi-obscurité. Je n’osai lui baiser la main car mon cœur se serait
brisé. — O douleurs et regrets de mes jeunes amours perdues ! que vos
souvenirs sont cruels ! « Fièvres éteintes de l’âme humaine, pourquoi
revenez-vous encore échauffer un cœur qui ne bat plus ? » Héloïse est
mariée aujourd’hui ; Fanchette, Sylvie et Adrienne sont à jamais perdues
pour moi : — le monde est désert. Peuplé de fantômes aux voix
plaintives, il murmure des chants d’amour sur les débris de mon néant !
Revenez pourtant, douces images ; j’ai tant aimé ! j’ai tant souffert !
« Un oiseau qui vole dans l’air a dit son secret au bocage, qui l’a
redit au vent qui passe, — et les eaux plaintives ont répété le mot
suprême : — Amour ! amour ! »<br />
<br />
<br />
VII<br />
VOYAGE AU NORD<br />
Que le vent enlève ces pages écrites dans des instants de fièvre ou
de mélancolie, — peu importe : il en a déjà dispersé quelques-unes, et
je n’ai pas le courage de les récrire. En fait de mémoires, on ne sait
jamais si le public s’en soucie, — et cependant je suis du nombre des
écrivains dont la vie tient intimement aux ouvrages qui les ont fait
connaître. N’est-on pas aussi, sans le vouloir, le sujet de biographies
directes ou déguisées ? Est-il plus modeste de se peindre dans un roman
sous le nom de Lélio, d’Octave ou d’Arthur, ou de trahir ses plus
intimes motions dans un volume de poésies ? Qu’on nous pardonne ces
élans de personnalité, nous qui vivons sous le regard de tous, et qui,
glorieux ou perdus, ne pouvons plus atteindre au bénéfice de
l’obscurité !<br />
Si je pouvais faire un peu de bien en passant, j’essayerais d’appeler quelque attention sur ces pauvres villes délaissées <span class="pagenum" id="392" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/404"></span>dont
les chemins de fer ont détourné la circulation et la vie. Elles
s’asseyent tristement sur les débris de leur fortune passée, et se
concentrent en elles-mêmes, jetant un regard désenchanté sur les
merveilles d’une civilisation qui les condamne ou les oublie.
Saint-Germain m’a fait penser à Senlis, et, comme c’était un mardi, j’ai
pris l’omnibus de Pontoise, qui ne circule plus que les jours de
marché. J’aime à contrarier les chemins de fer, et Alexandre Dumas, que
j’accuse d’avoir un peu brodé dernièrement sur mes folies de jeunesse, a
dit avec vérité que j’avais dépensé deux cents francs et mis huit jours
pour l’aller voir à Bruxelles, par l’ancienne route de Flandre, — et en
dépit du chemin de fer du Nord.<br />
Non, je n’admettrai jamais, quelles que soient les difficultés des
terrains, que l’on fasse huit lieues, ou, si vous voulez, trente-deux
kilomètres, pour aller à Poissy en évitant Saint-Germain, et trente
lieues pour aller à Compiègne en évitant Senlis. Ce n’est qu’en France
que l’on peut rencontrer des chemins si contrefaits. Quand le chemin
belge perçait douze montagnes pour arriver à Spa, nous étions en
admiration devant ces faciles contours de notre principale artère, qui
suivent tour à tour les lits capricieux de la Seine et de l’Oise, pour
éviter une ou deux pentes de l’ancienne route du Nord.<br />
Pontoise est encore une de ces villes, situées sur des hauteurs, qui
me plaisent par leur aspect patriarcal, leurs promenades, leurs points
de vue, et la conservation de certaines mœurs, qu’on ne rencontre plus
ailleurs. On y joue encore dans les rues, on cause, on chante le soir
sur le devant des portes ; les restaurateurs sont des pâtissiers ; on
trouve chez eux quelque chose de la vie de famille ; les rues, en
escaliers, sont amusantes à parcourir ; la promenade tracée sur les
anciennes tours domine la magnifique vallée où coule l’Oise.<br />
De jolies femmes et de beaux enfants s’y promènent. On surprend en
passant, on envie tout ce petit monde paisible qui vit à part dans ses
vieilles maisons, sous ses beaux arbres, au milieu de ces beaux aspects
et de cet air pur. L’église est belle et d’une <span class="pagenum" id="393" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/405"></span>conservation
parfaite. Un magasin de nouveautés parisiennes s’éclaire auprès, et ses
demoiselles sont vives et rieuses comme dans <i>la Fiancée</i> de M.
Scribe… Ce qui fait le charme, pour moi, des petites villes un peu
abandonnées, c’est que j’y retrouve quelque chose du Paris de ma
jeunesse. L’aspect des maisons, la forme des boutiques, certains usages,
quelques costumes… A ce point de vue, si Saint-Germain rappelle 1830,
Pontoise rappelle 1820 ; — je vais plus loin encore retrouver mon
enfance et le souvenir de mes parents.<br />
Cette fois, je bénis le chemin de fer, — une heure au plus me sépare
de Saint-Leu : — le cours de l’Oise, si calme et si verte, découpant au
clair de lune ses îlots de peupliers, l’horizon festonné de collines et
de forêts, les villages aux noms connus qu’on appelle à chaque station,
l’accent déjà sensible des paysans qui montent d’une distance à l’autre,
les jeunes filles coiffées de madras, selon l’usage de cette province,
tout cela m’attendrit et me charme : il me semble que je respire un
autre air ; et, en mettant le pied sur le sol, j’éprouve un sentiment
plus vif encore que celui qui m’animait naguère en repassant le Rhin :
la terre paternelle, c’est deux fois la patrie.<br />
J’aime beaucoup Paris, où le hasard m’a fait naître, — mais j’aurais
pu naître aussi bien sur un vaisseau, — et Paris, qui porte dans ses
armes la <i>bari</i> ou nef mystique des Égyptiens, n’a pas dans ses
murs cent mille Parisiens véritables. Un homme du Midi, s’unissant là
par hasard à une femme du Nord, ne peut produire un enfant de nature
lutécienne. On dira à cela : « Qu’importe ! » Mais demandez un peu aux
gens de province s’il importe d’être de tel ou tel pays.<br />
Je ne sais si ces observations ne semblent pas bizarres ; cherchant à
étudier les autres dans moi-même, je me dis qu’il y a dans
l’attachement à la terre beaucoup de l’amour de la famille. Cette piété
qui s’attache aux lieux est aussi une portion du noble sentiment qui
nous unit à la patrie. En revanche, les cités et les villages se parent
avec fierté des illustrations qui proviennent de leur sol. Il n’y a plus
là division ou jalousie <span class="pagenum" id="394" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/406"></span>locale,
tout se rapporte au centre national, et Paris est le foyer de toutes
ces gloires. Me direz-vous pourquoi j’aime tout le monde dans ce pays,
où je retrouve des intonations connues autrefois, où les vieilles ont
les traits de celles qui m’ont bercé, où les jeunes gens et les jeunes
filles me rappellent les compagnons de ma première jeunesse ? Un
vieillard passe : il m’a semblé voir mon grand-père ; il parle, c’est
presque sa voix ; — cette jeune personne a les traits de ma tante, morte
vingt-cinq ans ; une plus jeune me rappelle une petite paysanne qui m’a
aimé et qui m’appelait son petit mari, — qui dansait et chantait
toujours, et qui, le dimanche au printemps, se faisait des couronnes de
marguerites. Qu’est-elle devenue, la pauvre Célénie, avec qui je courais
dans la forêt de Chantilly, et qui avait si peur des gardes-chasse et
des loups !<br />
<br />
<br />
VIII<br />
CHANTILLY<br />
Voici les deux tours de Saint-Leu, le village sur la hauteur, séparé
par le chemin de fer de la partie qui borde l’Oise. On monte vers
Chantilly en côtoyant de hautes collines de grès d’un aspect solennel,
puis c’est un bout de la forêt ; la Nonette brille dans les prés bordant
les dernières maisons de la ville. — La Nonette ! une des chères
petites rivières où j’ai pêché des écrevisses ; — de l’autre côté de la
forêt coule sa sœur la Thève, où je me suis presque noyé pour n’avoir
pas voulu paraître poltron devant la petite Célénie !<br />
Célénie m’apparaît souvent dans mes rêves comme une nymphe des eaux,
tentatrice naïve, follement enivrée de l’odeur des prés, couronnée
d’ache et de nénuphar, découvrant, dans son rire enfantin, entre ses
joues à fossettes, les dents de perles de la nixe germanique. Et certes,
l’ourlet de sa robe était très souvent mouillé comme il convient à ses
pareilles… Il fallait lui cueillir des fleurs aux bords marneux des
étangs de Commelle, <span class="pagenum" id="395" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/407"></span>ou
parmi les joncs et les oseraies qui bordent les métairies de Coye. Elle
aimait les grottes perdues dans les bois, les ruines des vieux
châteaux, les temples écroulés aux colonnes festonnées de lierre, le
foyer des bûcherons, où elle chantait et racontait les vieilles légendes
du pays ! — madame de Montfort, prisonnière dans sa tour, qui tantôt
s’envolait en cygne, et tantôt frétillait en beau poisson d’or dans les
fossés de son château ; — la fille du pâtissier, qui portait des gâteaux
au comte d’Ory, et qui, forcée à passer la nuit chez son seigneur, lui
demanda son poignard pour ouvrir le nœud d’un lacet et s’en perça le
cœur ; — les moines rouges, qui enlevaient les femmes, et les
plongeaient dans des souterrains ; — la fille du sire de Pontarmé,
éprise du beau Lautrec, et enfermée sept ans par son père, après quoi
elle meurt ; et le chevalier, revenant de la croisade, fait découdre
avec un couteau d’or fin son linceul de fine toile ; elle ressuscite,
mais ce n’est plus qu’une goule affamée de sang… Henri IV et Gabrielle,
Biron et Marie de Loches, et que sais-je encore de tant de récits dont
sa mémoire était peuplée ! Saint Rieul parlant aux grenouilles, saint
Nicolas ressuscitant les trois petits enfants hachés comme chair à pâté
par un boucher de Clermont-sur-Oise. Saint Léonard, saint Loup et saint
Guy ont laissé dans ces cantons mille témoignages de leur sainteté et de
leurs miracles. Célénie montait sur les roches ou sur les dolmens
druidiques, et les racontait aux jeunes bergers. Cette petite Velléda du
vieux pays des Sylvanectes m’a laissé des souvenirs que le temps
ravive. Qu’est-elle devenue ? Je m’en informerai du côté de la
Chapelle-en-Serval ou de Charlepont, ou de Montméliant… Elle avait des
tantes partout, des cousines sans nombre : que de morts dans tout cela !
que de malheureux sans doute dans un pays si heureux autrefois !<br />
Au moins, Chantilly porte noblement sa misère ; comme ces vieux
gentilshommes au linge blanc, à la tenue irréprochable, il a cette fière
attitude qui dissimule le chapeau déteint ou les habits râpés… Tout est
propre, rangé, circonspect ; les voix <span class="pagenum" id="396" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/408"></span>résonnent
harmonieusement dans les salles sonores. On sent partout l’habitude du
respect, et la cérémonie qui régnait jadis au château règle un peu les
rapports des placides habitants. C’est plein d’anciens domestiques
retraités, conduisant des chiens invalides ; — quelques-uns sont devenus
des maîtres, et ont pris l’aspect vénérable des vieux seigneurs qu’ils
ont servis.<br />
Chantilly est comme une longue rue de Versailles.<br />
Il faut voir cela l’été, par un splendide soleil, en passant à grand
bruit sur ce beau pavé qui résonne. Tout est préparé là pour les
splendeurs princières et pour la foule privilégiée des chasses et des
courses. Rien n’est étrange comme cette grande porte qui s’ouvre sur la
pelouse du château et qui semble un arc de triomphe, comme le monument
voisin, qui paraît une basilique et qui n’est qu’une curie. Il y a là
quelque chose encore de la lutte des Condé contre la branche aînée des
Bourbons. — C’est la chasse qui triomphe à défaut de la guerre, et où
cette famille trouva encore une gloire après que Clio eut déchiré les
pages de la jeunesse guerrière du grand Condé, comme l’exprime le
mélancolique tableau qu’il a fait peindre lui-même.<br />
A quoi bon maintenant revoir ce château démeublé qui n’a plus à lui
que le cabinet satirique de Watteau et l’ombre tragique du cuisinier
Vatel se perçant le cœur dans un fruitier ! J’ai mieux aimé entendre les
regrets sincères de mon hôtesse touchant ce bon prince de Condé, qui
est encore le sujet des conversations locales. Il y a dans ces sortes de
villes quelque chose de pareil à ces cercles du purgatoire de Dante
immobilisés dans un seul souvenir, et où se refont dans un centre plus
étroit les actes de la vie passée.<br />
— Et qu’est devenue votre fille, qui était si blonde et gaie ? lui ai-je dit ; elle s’est sans doute mariée ?<br />
— Mon Dieu oui, et, depuis, elle est morte de la poitrine…<br />
J’ose à peine dire que cela me frappa plus vivement que les <span class="pagenum" id="397" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/409"></span>souvenirs
du prince de Condé. Je l’avais vue toute jeune, et certes je l’aurais
aimée, si à cette époque je n’avais eu le cœur occupé d’une autre… Et
maintenant voilà que je pense à la ballade allemande la Fille de
l’hôtesse, et aux trois compagnons, dont l’un disait : « Oh ! si je
l’avais connue, comme je l’aurais aimée ! » — et le second : « je t’ai
connue, et je t’ai tendrement aimée ! » — et le troisième : « je ne t’ai
pas connue… mais je t’aime et t’aimerai pendant l’éternité ! »<br />
Encore une figure blonde qui pâlit, se détache et tombe glacée à
l’horizon de ces bois baignés de vapeurs grises… J’ai pris la voiture de
Senlis, qui suit le cours de la Nonette en passant par Saint-Firmin et
par Courteil ; nous laissons à gauche Saint-Léonard et sa vieille
chapelle, et nous apercevons déjà le haut clocher de la cathédrale. A
gauche est le champ des Raines, où saint Rieul, interrompu par les
grenouilles dans une de ses prédications, leur imposa silence, et, quand
il eut fini, permit à une seule de se faire entendre à l’avenir. Il y a
quelque chose d’oriental dans cette naïve légende et dans cette bonté
du saint, qui permet du moins à une grenouille d’exprimer les plaintes
des autres.<br />
J’ai trouvé un bonheur indicible à parcourir les rues et les ruelles
de la vieille cité romaine, si célèbre encore depuis par ses sièges et
ses combats. « O pauvre ville ! que tu es enviée ! » disait Henri IV. —
Aujourd’hui, personne n’y pense, et ses habitants paraissent peu se
soucier du reste de l’univers. Ils vivent plus à part encore que ceux de
Saint-Germain. Cette colline, aux antiques constructions domine
fièrement son horizon de prés verts bordés de quatre forêts : Halatte,
Apremont, Pontarmé, Ermenonville ; dessinent au loin leurs masses
ombreuses où pointent çà et là les ruines des abbayes et des châteaux.<br />
En passant devant la porte de Reims, j’ai rencontré une de ces
énormes voitures de saltimbanques qui promènent de foire en foire toute
une famille artistique, son matériel et son ménage. Il s’était mis à
pleuvoir, et l’on m’offrit cordialement <span class="pagenum" id="398" title="Page:Nerval - Le Rêve et la Vie, Lévy, 1868.djvu/410"></span>un
abri. Le local était vaste, chauffé par un poêle, éclairé par huit
fenêtres, et six personnes paraissaient y vivre assez commodément. Deux
jolies filles s’occupaient de repriser leurs ajustements pailletés, une
femme encore belle faisait la cuisine et le chef de la famille donnait
des leçons de maintien à un jeune homme de bonne mine qu’il dressait à
jouer les amoureux. C’est que ces gens ne se bornaient pas aux exercices
d’agilité, et jouaient aussi la comédie. On les invitait souvent dans
les châteaux de la province, et ils me montrèrent plusieurs attestations
de leurs talents, signées de noms illustres. Une des jeunes filles se
mit à déclamer des vers d’une vieille comédie du temps au moins de
Montfleury, car le nouveau répertoire leur est défendu. Ils jouent aussi
des pièces à l’impromptu sur des canevas à l’italienne, avec une grande
facilité d’invention et de répliques. En regardant les deux jeunes
filles, l’une vive et brune, l’autre blonde et rieuse, je me mis à
penser à Mignon et Philine dans <i>Wilhelm Meister</i>, et voilà un rêve
germanique qui me revient entre la perspective des bois et l’antique
profil de Senlis. Pourquoi ne pas rester dans cette maison errante à
défaut d’un domicile parisien ? Mais il n’est plus temps d’obéir à ces
fantaisies de la verte bohème ; et j’ai pris congé de mes hôtes, car la
pluie avait cessé.Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-70476117251310174542012-05-19T04:44:00.000-07:002012-05-19T04:44:06.859-07:00NERVAL: Le Christ aux Oliviers<br />
<span><span class="pagenum" id="295" title="Page:Nerval - Les Filles du feu.djvu/323"></span></span>
<div style="font-size: 90%; line-height: 130%; margin-bottom: 0px; margin-left: 190px; text-indent: 0px;">
Dieu est mort ! le ciel est vide…<br />
Pleurez ! enfants, vous n’avez plus de père !</div>
<div style="font-size: 90%; line-height: 130%; margin-bottom: 15px; margin-left: 310px; margin-top: 5px; text-indent: 0px;">
J<small>EAN</small> P<small>AUL</small>.</div>
<div style="text-align: center;">
I</div>
<div class="poem">
<br />
Quand le Seigneur, levant au ciel ses maigres bras,<br />
Sous les arbres sacrés, comme font les poètes,<br />
Se fut longtemps perdu dans ses douleurs muettes,<br />
Et se jugea trahi par des amis ingrats ;<br />
<br />
Il se tourna vers ceux qui l’attendaient en bas<br />
Rêvant d’être des rois, des sages, des prophètes…<br />
Mais engourdis, perdus dans le sommeil des bêtes,<br />
Et se prit à crier : « Non, Dieu n’existe pas ! »<br />
<br />
Ils dormaient. « Mes amis, savez-vous <i>la nouvelle</i> ?<br />
J’ai touché de mon front à la voûte éternelle ;<br />
Je suis sanglant, brisé, souffrant pour bien des jours !<br />
<br />
Frères, je vous trompais : Abîme ! abîme ! abîme !<br />
Le dieu manque à l’autel où je suis la victime…<br />
Dieu n’est pas ! Dieu n’est plus ! » Mais ils dormaient toujours !<br />
</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
II</div>
<div class="poem">
<br />
Il reprit : « Tout est mort ! J’ai parcouru les mondes ;<br />
Et j’ai perdu mon vol dans leurs chemins lactés,<br />
Aussi loin que la vie, en ses veines fécondes,<br />
Répand des sables d’or et des flots argentés :<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="296" title="Page:Nerval - Les Filles du feu.djvu/324"></span></span>
<div class="poem">
<br />
Partout le sol désert côtoyé par des ondes,<br />
Des tourbillons confus d’océans agités…<br />
Un souffle vague émeut les sphères vagabondes,<br />
Mais nul esprit n’existe en ces immensités.<br />
<br />
En cherchant l’œil de Dieu, je n’ai vu qu’une orbite<br />
Vaste, noire et sans fond, d’où la nuit qui l’habite<br />
Rayonne sur le monde et s’épaissit toujours ;<br />
<br />
Un arc-en-ciel étrange entoure ce puits sombre,<br />
Seuil de l’ancien chaos dont le néant est l’ombre,<br />
Spirale engloutissant les Mondes et les Jours !<br />
</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
III</div>
<div class="poem">
<br />
« Immobile Destin, muette sentinelle,<br />
Froide Nécessité !… Hasard qui t’avançant<br />
Parmi les mondes morts sous la neige éternelle,<br />
Refroidis, par degrés, l’univers pâlissant,<br />
<br />
Sais-tu ce que tu fais, puissance originelle,<br />
De tes soleils éteints, l’un l’autre se froissant…<br />
Es-tu sûr de transmettre une haleine immortelle,<br />
Entre un monde qui meurt et l’autre renaissant ?…<br />
<br />
Ô mon père ! est-ce toi que je sens en moi-même ?<br />
As-tu pouvoir de vivre et de vaincre la mort ?<br />
Aurais-tu succombé sous un dernier effort<br />
<br />
De cet ange des nuits que frappa l’anathème ?…<br />
Car je me sens tout seul à pleurer et souffrir,<br />
Hélas ! et, si je meurs, c’est que tout va mourir ! »<br />
</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
IV</div>
<div class="poem">
<br />
Nul n’entendait gémir l’éternelle victime,<br />
Livrant au monde en vain tout son cœur épanché ;<br />
</div>
<span><span class="pagenum" id="297" title="Page:Nerval - Les Filles du feu.djvu/325"></span></span>
<div class="poem">
Mais prêt à défaillir et sans force penché,<br />
Il appela le <i>seul</i> — éveillé dans Solyme :<br />
<br />
« Judas ! lui cria-t-il, tu sais ce qu’on m’estime,<br />
Hâte-toi de me vendre, et finis ce marché :<br />
Je suis souffrant, ami ! sur la terre couché…<br />
Viens ! ô toi qui, du moins, as la force du crime ! »<br />
<br />
Mais Judas s’en allait, mécontent et pensif,<br />
Se trouvant mal payé, plein d’un remords si vif<br />
Qu’il lisait ses noirceurs sur tous les murs écrites…<br />
<br />
Enfin Pilate seul, qui veillait pour César,<br />
Sentant quelque pitié, se tourna par hasard :<br />
« Allez chercher ce fou ! » dit-il aux satellites.<br />
</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
V</div>
<div class="poem">
<br />
C’était bien lui, ce fou, cet insensé sublime…<br />
Cet Icare oublié qui remontait les cieux,<br />
Ce Phaéton perdu sous la foudre des dieux,<br />
Ce bel Atys meurtri que Cybèle ranime !<br />
<br />
L’augure interrogeait le flanc de la victime,<br />
La terre s’enivrait de ce sang précieux…<br />
L’univers étourdi penchait sur ses essieux,<br />
Et l’Olympe un instant chancela vers l’abîme.<br />
<br />
« Réponds ! criait César à Jupiter Ammon,<br />
Quel est ce nouveau dieu qu’on impose à la terre ?<br />
Et si ce n’est un dieu, c’est au moins un démon… »<br />
<br />
Mais l’oracle invoqué pour jamais dut se taire ;<br />
Un seul pouvait au monde expliquer ce mystère :<br />
— Celui qui donna l’âme aux enfants du limon.<br />
</div>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-12453977803979433952012-05-19T04:42:00.002-07:002012-05-19T04:44:16.090-07:00NERVAL: Vers dorés<br />
<center><big><br /></big></center>
<br />
<div style="margin-left: 50%;">
<dl><dd>
<dl><dd><small>Eh quoi ! tout est sensible !</small>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd><small><span style="font-variant: small-caps;">Pythagore</span>.</small></dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</div>
<br />
<div class="poem">
Homme, libre penseur ! te crois-tu seul pensant<br />
Dans ce monde où la vie éclate en toute chose ?<br />
Des forces que tu tiens ta liberté dispose,<br />
Mais de tous tes conseils l’univers est absent.<br />
<br />
Respecte dans la bête un esprit agissant :<br />
Chaque fleur est une âme à la Nature éclose ;<br />
Un mystère d’amour dans le métal repose ;<br />
« Tout est sensible ! » Et tout sur ton être est puissant.<br />
<br />
Crains, dans le mur aveugle, un regard qui t’épie :<br />
À la matière même un verbe est attaché…<br />
Ne la fais pas servir à quelque usage impie !<br />
<br />
Souvent dans l’être obscur habite un Dieu caché ;<br />
Et comme un œil naissant couvert par ses paupières,<br />
Un pur esprit s’accroît sous l’écorce des pierres !</div>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-20856010439008122532012-05-19T04:40:00.004-07:002012-05-19T04:40:54.134-07:00NERVAL: ArtémisLa Treizième revient… C’est encor la première ;<br />
Et c’est toujours la seule, — ou c’est le seul moment :<br />
Car es-tu reine, ô toi ! la première ou dernière ?<br />
Es-tu roi, toi le seul ou le dernier amant ?…<br />
<br />
Aimez qui vous aima du berceau dans la bière ;<br />
Celle que j’aimai seul m’aime encor tendrement :<br />
C’est la mort — ou la morte... Ô délice ! ô tourment !<br />
La rose qu’elle tient, c’est la <i>Rose trémière</i>.<br />
<br />
Sainte napolitaine aux mains pleines de feux,<br />
Rose au cœur violet, fleur de sainte Gudule :<br />
As-tu trouvé ta croix dans le désert des cieux ?<br />
<br />
Roses blanches, tombez ! vous insultez nos dieux,<br />
Tombez, fantômes blancs, de votre ciel qui brûle :<br />
— La sainte de l’abîme est plus sainte à mes yeux !Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-45819759973682885662012-05-19T04:40:00.001-07:002012-05-19T04:40:06.699-07:00NERVAL: HorusLe dieu Kneph en tremblant ébranlait l’univers :<br />
Isis, la mère, alors se leva sur sa couche,<br />
Fit un geste de haine à son époux farouche,<br />
Et l’ardeur d’autrefois brilla dans ses yeux verts.<br />
<br />
« Le voyez-vous, dit-elle, il meurt, ce vieux pervers,<br />
Tous les frimas du monde ont passé par sa bouche,<br />
Attachez son pied tors, éteignez son œil louche,<br />
C’est le dieu des volcans et le roi des hivers !
<span><span class="pagenum" id="293" title="Page:Nerval_-_Les_Filles_du_feu.djvu/321"></span></span>
<br />
<div class="poem">
<br />
L’aigle a déjà passé, l’esprit nouveau m’appelle,<br />
J’ai revêtu pour lui la robe de Cybèle…<br />
C’est l’enfant bien-aimé d’Hermès et d’Osiris ! »<br />
<br />
La déesse avait fui sur sa conque dorée,<br />
La mer nous renvoyait son image adorée,<br />
Et les cieux rayonnaient sous l’écharpe d’Iris.<br />
</div>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-90248808479427538782012-05-19T04:39:00.001-07:002012-05-19T04:39:21.219-07:00NERVAL: Antéros<br />
<br />
<div class="poem">
<br />
Tu demandes pourquoi j’ai tant de rage au cœur<br />
Et sur un col flexible une tête indomptée ;<br />
C’est que je suis issu de la race d’Antée,<br />
Je retourne les dards contre le dieu vainqueur.<br />
<br />
Oui, je suis de ceux-là qu’inspire le Vengeur,<br />
Il m’a marqué le front de sa lèvre irritée,<br />
Sous la pâleur d’Abel, hélas ! ensanglantée,<br />
J’ai parfois de Caïn l’implacable rougeur !<br />
<br />
Jéhovah ! le dernier, vaincu par ton génie,<br />
Qui, du fond des enfers, criait : « Ô tyrannie ! »<br />
C’est mon aïeul Bélus ou mon père Dagon…<br />
<br />
Ils m’ont plongé trois fois dans les eaux du Cocyte,<br />
Et protégeant tout seul ma mère Amalécyte,<br />
Je ressème à ses pieds les dents du vieux dragon.<br />
</div>
<br />
<div class="poem">
<br />
La connais-tu, <span style="font-variant: small-caps;">Dafné</span>, cette ancienne romance,<br />
Au pied du sycomore, ou sous les lauriers blancs,<br />
</div>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-36497353675569068582012-05-19T04:38:00.001-07:002012-05-19T04:38:02.686-07:00NERVAL: DelficaLa connais-tu, <span style="font-variant: small-caps;">Dafné</span>, cette ancienne romance,<br />
Au pied du sycomore, ou sous les lauriers blancs,
<span><span class="pagenum" id="294" title="Page:Nerval_-_Les_Filles_du_feu.djvu/322"></span></span>
<div class="poem">
Sous l’olivier, le myrthe ou les saules tremblants,<br />
Cette chanson d’amour… qui toujours recommence !<br />
<br />
Reconnais-tu le <span style="font-variant: small-caps;">Temple</span>, au péristyle immense,<br />
Et les citrons amers où s’imprimaient tes dents ?<br />
Et la grotte, fatale aux hôtes imprudents,<br />
Où du dragon vaincu dort l’antique semence.<br />
<br />
Ils reviendront, ces dieux que tu pleures toujours !<br />
Le temps va ramener l’ordre des anciens jours ;<br />
La terre a tressailli d’un souffle prophétique…<br />
<br />
Cependant la sibylle au visage latin<br />
Est endormie encor sous l’arc de Constantin :<br />
— Et rien n’a dérangé le sévère portique.<br />
</div>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-60931027317962383582012-05-19T04:37:00.001-07:002012-05-19T04:37:16.787-07:00NERVAL: Myrtho<br />
Je pense à toi, Myrtho, divine enchanteresse,<br />
Au Pausilippe altier, de mille feux brillant,<br />
À ton front inondé des clartés d’Orient,<br />
Aux raisins noirs mêlés avec l’or de ta tresse.<br />
<br />
C’est dans ta coupe aussi que j’avais bu l’ivresse,<br />
Et dans l’éclair furtif de ton œil souriant,<br />
Quand aux pieds d’Iacchus on me voyait priant,<br />
Car la Muse m’a fait l’un des fils de la Grèce.<br />
<br />
Je sais pourquoi là-bas le volcan s’est rouvert…<br />
C’est qu’hier tu l’avais touché d’un pied agile,<br />
Et de cendres soudain l’horizon s’est couvert.<br />
<br />
Depuis qu’un duc normand brisa tes dieux d’argile,<br />
Toujours, sous les rameaux du laurier de Virgile,<br />
Le pâle Hortensia s’unit au Myrthe vert !Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-47500438860225696322012-05-19T04:36:00.001-07:002012-05-19T04:36:37.650-07:00NERVAL: El Desdichado<br />
<br />
<div class="poem">
Je suis le ténébreux, — le veuf, — l’inconsolé,<br />
Le prince d’Aquitaine à la tour abolie :<br />
Ma seule <i>étoile</i> est morte, — et mon luth constellé<br />
Porte le <i>Soleil noir</i> de la <i>Mélancolie</i>.<br />
<br />
Dans la nuit du tombeau, toi qui m’as consolé,<br />
Rends-moi le Pausilippe et la mer d’Italie,<br />
La <i>fleur</i> qui plaisait tant à mon cœur désolé,<br />
Et la treille où le pampre à la rose s’allie.<br />
<br />
Suis-je Amour ou Phébus ?… Lusignan ou Biron ?<br />
Mon front est rouge encor du baiser de la reine ;<br />
J’ai rêvé dans la grotte où nage la syrène…<br />
<br />
Et j’ai deux fois vainqueur traversé l’Achéron :<br />
Modulant tour à tour sur la lyre d’Orphée<br />
Les soupirs de la sainte et les cris de la fée.<br />
</div>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-67285468009142690902012-05-19T04:29:00.000-07:002012-05-19T04:31:52.551-07:00NERVAL: Aurelia (Segunda parte)<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre premier</div>
Une seconde fois perdue !<br />
Tout est fini, tout est passé ! C’est moi maintenant qui dois mourir
et mourir sans espoir ! — Qu’est-ce donc que la mort ? Si c’était le
néant… Plût à Dieu ! Mais Dieu lui-même ne peut faire que la mort soit
le néant.<br />
Pourquoi donc est-ce la première fois, depuis si longtemps, que je songe à <i>lui</i> ?
Le système fatal qui s’était créé dans mon esprit n’admettait pas cette
royauté solitaire… ou plutôt elle s’absorbait dans la somme des êtres :
c’était le dieu de Lucretius, impuissant et perdu dans son immensité.<br />
Elle, pourtant, croyait à Dieu, et j’ai surpris un jour le nom de
Jésus sur ses lèvres. Il en coulait si doucement que j’en ai pleuré. Ô
mon Dieu ! cette larme, — cette larme… Elle est séchée depuis si
longtemps ! Cette larme, mon Dieu ! rendez-la-moi !<br />
Lorsque l’âme flotte incertaine entre la vie et le rêve, entre le désordre de l’esprit et le retour de <span class="pagenum" id="72" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/72"></span>la
froide réflexion, c’est dans la pensée religieuse que l’on doit
chercher des secours ; — je n’en ai jamais pu trouver dans cette
philosophie qui ne nous présente que des maximes d’égoïsme ou tout au
plus de réciprocité, une expérience vaine, des doutes amers ; — elle
lutte contre les douleurs morales en anéantissant la sensibilité ;
pareille à la chirurgie, elle ne sait que retrancher l’organe qui fait
souffrir. — Mais pour nous, nés dans des jours de révolutions et
d’orages, où toutes les croyances ont été brisées — élevés tout au plus
dans cette foi vague qui se contente de quelques pratiques extérieures,
et dont l’adhésion indifférente est plus coupable peut-être que
l’impiété et l’hérésie, — il est bien difficile, dès que nous en sentons
le besoin, de reconstruire l’édifice mystique dont les innocents et les
simples admettent dans leurs cœurs la ligne toute tracée. « L’arbre de
science n’est pas l’arbre de vie ! » Cependant, pouvons-nous rejeter de
notre esprit ce que tant de générations intelligentes y ont versé de bon
ou de funeste ? L’ignorance ne s’apprend pas.<br />
J’ai meilleur espoir de la bonté de Dieu : peut-être touchons-nous à
l’époque prédite où la science, ayant accompli son cercle entier de
synthèse et d’analyse, de croyance et de négation, pourra s’épurer
elle-même et faire jaillir du désordre et des <span class="pagenum" id="73" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/73"></span>ruines
la cité merveilleuse de l’avenir… Il ne faut pas faire si bon marché de
la raison humaine, que de croire qu’elle gagne quelque chose à
s’humilier tout entière, car ce serait accuser sa céleste origine… Dieu
appréciera la pureté des intentions sans doute ; et quel est le père qui
se complairait à voir son fils abdiquer devant lui tout raisonnement et
toute fierté ! L’apôtre qui voulait toucher pour croire n’a pas été
maudit pour cela !<br />
<div align="center">
<hr style="background: black; border: none; display: block; height: 1px; margin-bottom: 0em; margin-top: 0em; width: 8em;" />
</div>
Qu’ai-je écrit là ? Ce sont des blasphèmes. L’humilité chrétienne ne
peut parler ainsi. De telles pensées sont loin d’attendrir l’âme. Elles
ont sur le front les éclairs d’orgueil de la couronne de Satan… Un pacte
avec Dieu lui-même ?… Ô science ! ô vanité !<br />
J’avais réuni quelques livres de cabale. Je me plongeai dans cette
étude, et j’arrivai à me persuader que tout était vrai dans ce qu’avait
accumulé là-dessus l’esprit humain pendant des siècles. La conviction
que je m’étais formée de l’existence du monde extérieur coïncidait trop
bien avec mes lectures pour que je doutasse désormais des révélations du
passé. Les dogmes et les rites des diverses <span class="pagenum" id="74" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/74"></span>religions
me paraissaient s’y rapporter de telle sorte, que chacune possédait une
certaine portion de ces arcanes qui constituaient ses moyens
d’expansion et de défense. Ces forces pouvaient s’affaiblir, s’amoindrir
et disparaître, ce qui amenait l’envahissement de certaines races par
d’autres, nulles ne pouvant être victorieuses ou vaincues que par
l’Esprit.<br />
— Toutefois, me disais-je, il est sûr que ces sciences sont mélangées
d’erreurs humaines. L’alphabet magique, l’hiéroglyphe mystérieux ne
nous arrivent qu’incomplets et faussés <span class="coquille" title="">soit</span>
par le temps, soit par ceux-là mêmes qui ont intérêt à notre
ignorance ; retrouvons la lettre perdue ou le signe effacé, recomposons
la gamme dissonante, et nous prendrons force dans le monde des esprits.<br />
C’est ainsi que je croyais percevoir les rapports du monde réel avec
le monde des esprits. La terre, ses habitants et leur histoire étaient
le théâtre où venaient s’accomplir les actions physiques qui préparaient
l’existence et la situation des êtres immortels attachés à sa destinée.
Sans agiter le mystère impénétrable de l’éternité des mondes, ma pensée
remonta à l’époque où le soleil, pareil à la plante qui le représente,
qui de sa tête inclinée suit la révolution de sa marche céleste, semait
sur la terre les germes féconds des plantes et des <span class="pagenum" id="75" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/75"></span>animaux. Ce n’était autre chose que le <span class="coquille" title="fait">feu</span>
même, qui, étant un composé d’âmes, formulait instinctivement la
demeure commune. L’Esprit de l’Être-Dieu, reproduit et pour ainsi dire
reflété sur la terre, devenait le type commun des âmes humaines, dont
chacune, par suite, était à la fois homme et Dieu. Tels furent les
Éloïm.<br />
<div align="center">
<hr style="background: black; border: none; display: block; height: 1px; margin-bottom: 0em; margin-top: 0em; width: 8em;" />
</div>
Quand on se sent malheureux, on songe au malheur des autres. J’avais
mis quelque négligence à visiter un de mes amis les plus chers, qu’on
m’avait dit malade. En me rendant à la maison où il était traité, je me
reprochais vivement cette faute. Je fus encore plus désolé lorsque mon
ami me raconta qu’il avait été la veille au plus mal. J’entrai dans une
chambre d’hospice, blanchie à la chaux. Le soleil découpait des angles
joyeux sur les murs et se jouait sur un vase de fleurs qu’une religieuse
venait de poser sur la table du malade. C’était presque la cellule d’un
anachorète italien. — Sa figure amaigrie, son teint semblable à
l’ivoire jauni, relevé par la couleur noire de sa barbe et de ses
cheveux, ses yeux illuminés d’un reste de fièvre, peut-être aussi
l’arrangement d’un manteau <span class="pagenum" id="76" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/76"></span>à
capuchon, jeté sur ses épaules, en faisaient pour moi un être à moitié
différent de celui que j’avais connu. Ce n’était plus le joyeux
compagnon de mes travaux et de mes plaisirs ; il y avait en lui un
apôtre. Il me raconta comment il s’était vu, au plus fort des
souffrances de son mal, saisi d’un dernier transport qui lui parut être
le moment suprême. Aussitôt la douleur avait cessé comme par prodige. —
Ce qu’il me raconta ensuite est impossible à rendre : un rêve sublime
dans les espaces les plus vagues de l’infini, une conversation avec un
être à la fois différent et participant de lui-même, et à qui, se
croyant mort, il demandait où était Dieu. — Mais Dieu est partout, lui
répondait son esprit ; il est en toi-même et en tous. Il te juge, il
t’écoute, il te conseille ; c’est toi et <i>moi</i> qui pensons et rêvons ensemble, — et nous ne nous sommes jamais quittés, et nous sommes éternels !<br />
Je ne puis citer autre chose de cette conversation que j’ai peut-être
mal entendue ou mal comprise. Je sais seulement que l’impression en fut
très vive. Je n’ose attribuer à mon ami les conclusions que j’ai
peut-être faussement tirées de ses paroles. J’ignore même si le
sentiment <span class="coquille" title="qu’il">qui</span> en résulte n’est pas conforme à l’idée chrétienne.<br />
— Dieu est avec lui ! m’écriai-je ; mais il n’est plus avec moi ! Ô malheur ! je l’ai chassé de <span class="pagenum" id="77" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/77"></span>moi-même,
je l’ai menacé, je l’ai maudit ! C’était bien lui, ce frère mystique,
qui s’éloignait de plus en plus de mon âme et qui m’avertissait en
vain ! Cet époux préféré, ce roi de gloire, c’est lui qui me juge et me
condamne, et qui emporte à jamais dans son ciel celle qu’il m’eût donnée
et dont je suis indigne désormais !<br />
<br />
<span class="pagenum" id="79" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/79"></span>
<br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre II</div>
Je ne puis dépeindre l’abattement où me jetèrent ces idées. — Je
comprends, me dis-je, j’ai préféré la créature au créateur ; j’ai déifié
mon amour et j’ai adoré, selon les rites païens, celle dont le dernier
soupir a été consacré au Christ. Mais si cette religion dit vrai, Dieu
peut me pardonner encore. Il peut me la rendre si je m’humilie devant
lui ; peut-être son esprit reviendra-t-il en moi ! — J’errais dans les
rues, au hasard, plein de cette pensée. Un convoi croisa ma marche ; il
se dirigeait vers le cimetière où elle avait été ensevelie ; j’eus
l’idée de m’y rendre en me joignant au cortège. — J’ignore, me
disais-je, quel est ce mort que l’on conduit à la fosse ; mais je sais
maintenant que les morts nous voient et nous entendent ; — peut-être
celui-ci sera-t-il content de se voir suivi d’un frère de douleurs, plus
triste qu’aucun de ceux qui l’accompagnent. Cette idée me fit verser
des larmes, et sans doute on crut que j’étais un des meilleurs amis du
défunt. Ô larmes bénies ! depuis longtemps <span class="pagenum" id="80" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/80"></span>votre
douceur m’était refusée !… Ma tête se dégageait, et un rayon d’espoir
me guidait encore. Je me sentais la force de prier, et j’en jouissais
avec transport.<br />
Je ne m’informai pas même du nom de celui dont j’avais suivi le
cercueil. Le cimetière où j’étais entré m’était sacré à plusieurs
titres. Trois parents de ma famille maternelle y avaient été ensevelis ;
mais je ne pouvais aller prier sur leurs tombes, car elles avaient été
transportées depuis plusieurs années dans une terre éloignée, lieu de
leur origine. — Je cherchai longtemps la tombe d’Aurélia, et je ne pus
la retrouver. Les dispositions du cimetière avaient été changées, —
peut-être aussi ma mémoire était-elle égarée… Il me semblait que ce
hasard, cet oubli, ajoutaient encore à ma condamnation. — Je n’osai pas
dire aux gardiens le nom d’une morte sur laquelle je n’avais
religieusement aucun droit… Mais je me souvins que j’avais chez moi
l’indication précise de la tombe, et j’y courus le cœur palpitant, la
tête perdue. Je l’ai dit déjà : j’avais entouré mon amour de
superstitions bizarres. — Dans un petit coffret qui <i>lui</i> avait
appartenu, je conservais sa dernière lettre. Oserai-je avouer encore que
j’avais fait de ce coffret une sorte de reliquaire qui me rappelait de
longs voyages où sa pensée m’avait suivi : une rose cueillie dans les <span class="pagenum" id="81" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/81"></span>jardins
de Schoubrah, un morceau de bandelette rapportée d’Égypte, des feuilles
de laurier cueillies dans la rivière de Beyrouth, deux petits cristaux
dorés, des mosaïques de Sainte-Sophie, un grain de chapelet, que sais-je
encore ?… enfin le papier qui m’avait été donné le jour où la tombe fut
creusée, afin que je pusse la retrouver… Je rougis, je frémis en
dispersant ce fol assemblage. Je pris sur moi les deux papiers, et, au
moment de me diriger de nouveau vers le cimetière, je changeai de
résolution. — Non, me dis-je, je ne suis pas digne de m’agenouiller sur
la tombe d’une chrétienne ; n’ajoutons pas une profanation à tant
d’autres !… Et pour apaiser l’orage qui grondait dans ma tête, je me
rendis à quelques lieues de Paris, dans une petite ville où j’avais
passé quelques jours heureux de ma jeunesse, chez de vieux parents,
morts depuis. J’avais aimé souvent à y venir voir coucher le soleil près
de leur maison. Il y avait là une terrasse ombragée de tilleuls qui
rappelait aussi le souvenir de jeunes filles, de parentes, parmi
lesquelles j’avais grandi. Une d’elles…<br />
Mais opposer ce vague amour d’enfance à celui qui a dévoré ma
jeunesse, y avais-je songé seulement ? Je vis le soleil décliner sur la
vallée qui s’emplissait de vapeurs et d’ombre ; il disparut, baignant de
feux rougeâtres la cime des bois qui <span class="pagenum" id="82" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/82"></span>bordaient
de hautes collines. La plus morne tristesse entra dans mon cœur. —
J’allai coucher dans une auberge où j’étais connu. L’hôtelier me parla
d’un de mes anciens amis, habitant de la ville, qui, à la suite de
spéculations malheureuses, s’était tué d’un coup de pistolet… Le sommeil
m’apporta des rêves terribles. Je n’en ai conservé qu’un souvenir
confus. — Je me trouvais dans une salle inconnue et je causais avec
quelqu’un du monde extérieur, — l’ami dont je viens de parler,
peut-être. Une glace très haute se trouvait derrière nous. En y jetant
par hasard un coup d’œil, il me sembla reconnaître Aurélia. Elle
semblait triste et pensive, et tout à coup, soit qu’elle sortît de la
glace, soit que, passant dans la salle, elle se fût reflétée un instant
auparavant, cette figure douce et chérie se trouva près de moi. Elle me
tendit la main, laissa tomber sur moi un regard douloureux et me dit :
« — Nous nous reverrons plus tard… à la maison de ton ami. »<br />
En un instant, je me représentai son mariage, la malédiction qui nous
séparait… et je me dis : — Est-ce possible ? reviendrait-elle à moi ?
« — M’avez-vous pardonné ? » demandai-je avec des larmes. Mais tout
avait disparu. Je me trouvais dans un lieu désert, une âpre montée semée
de roches, au milieu des forêts. Une maison, qu’il <span class="pagenum" id="83" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/83"></span>me
semblait reconnaître, dominait ce pays désolé. J’allais et je revenais
par des détours inextricables. Fatigué de marcher entre les pierres et
les ronces, je cherchais parfois une route plus douce par les sentes du
bois. — On m’attend là-bas ! pensais-je. Une certaine heure sonna… Je me
dis : « <i>Il est trop tard !</i> » Des voix me répondirent : « <i>Elle est perdue !</i> »<br />
Une nuit profonde m’entourait, la maison lointaine brillait comme
éclairée pour une fête et pleine d’hôtes arrivés à temps. — Elle est
perdue ! m’écriai-je, et pourquoi ?… Je comprends, — elle a fait un
dernier effort pour me sauver ; — j’ai manqué le moment suprême où le
pardon était possible encore. Du haut du ciel, elle pouvait prier pour
moi l’Époux divin… Et qu’importe mon salut même ? L’abîme a reçu sa
proie ! Elle est perdue pour moi et pour tous !… Il me semblait la voir
comme à la lueur d’un éclair, pâle et mourante, entraînée par de sombres
cavaliers… Le cri de douleur et de rage que je poussai en ce moment me
réveilla tout haletant.<br />
— Mon Dieu ! mon Dieu ! pour elle et pour elle seule ! Mon Dieu, pardonnez ! m’écriai-je en me jetant à genoux.<br />
Il faisait jour. Par un mouvement dont il m’est difficile de rendre compte, je résolus aussitôt de <span class="pagenum" id="84" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/84"></span>détruire
les deux papiers que j’avais tirés la veille du coffret : la lettre,
hélas ! que je relus en la mouillant de larmes, et le papier funèbre qui
portait le cachet du cimetière. — Retrouver sa tombe maintenant ? me
disais-je, mais c’est hier qu’il fallait y retourner, — et mon rêve
fatal n’est que le reflet de ma fatale journée !<br />
<br />
<span class="pagenum" id="85" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/85"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre III</div>
La flamme a dévoré ces reliques d’amour et de mort, qui se renouaient
aux fibres les plus douloureuses de mon cœur. Je suis allé promener mes
peines et mes remords tardifs dans la campagne, cherchant dans la
marche et dans la fatigue, l’engourdissement de la pensée, la certitude
peut-être pour la nuit suivante d’un sommeil moins funeste. Avec cette
idée que je m’étais faite du rêve comme ouvrant à l’homme une
communication avec le monde des esprits, j’espérais… j’espérais encore !
Peut-être Dieu se contenterait-il de ce sacrifice. — Ici, je m’arrête ;
il y a trop d’orgueil à prétendre que l’état d’esprit où j’étais fût
causé seulement par un souvenir d’amour. Disons plutôt
qu’involontairement j’en parais les remords plus graves d’une vie
follement dissipée où le mal avait triomphé bien souvent, et dont je ne
reconnaissais les fautes qu’en sentant les coups du malheur. Je ne me
trouvais plus digne même de penser à celle que je tourmentais dans sa
mort après l’avoir <span class="pagenum" id="86" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/86"></span>affligée dans sa vie, n’ayant dû un dernier regard de pardon qu’à sa douce et sainte pitié.<br />
La nuit suivante, je ne pus dormir que peu d’instants. Une femme, qui
avait pris soin de ma jeunesse, m’apparut dans le rêve et me fit
reproche d’une faute très grave que j’avais commise autrefois. Je la
reconnaissais, quoiqu’elle parût beaucoup plus vieille que dans les
derniers temps où je l’avais vue. Cela même me faisait songer amèrement
que j’avais négligé d’aller la visiter à ses derniers instants. Il me
sembla qu’elle me disait : « — Tu n’as pas pleuré tes vieux parents
aussi vivement que tu as pleuré cette femme. Comment peux-tu donc
espérer le pardon ? » Le rêve devint confus. Des figures de personnes
que j’avais connues en divers temps passèrent rapidement devant mes
yeux. Elles défilaient, s’éclairant, pâlissant et retombant dans la nuit
comme les grains d’un chapelet dont le lien s’est brisé. Je vis ensuite
se former vaguement des images plastiques de l’antiquité qui
s’ébauchaient, se fixaient et semblaient représenter des symboles dont
je ne saisissais que difficilement l’idée. Seulement, je crus que cela
voulait dire : « Tout cela était fait pour t’enseigner le secret de la
vie, et tu n’as pas compris. Les religions et les fables, les saints et
les poètes s’accordaient à expliquer l’énigme fatale, <span class="pagenum" id="87" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/87"></span>et
tu as mal interprété… Maintenant, il est trop tard ! » Je me levai
plein de terreur, me disant : — C’est mon dernier jour ! À dix ans
d’intervalle, la même idée que j’ai tracée dans la première partie de ce
récit me revenait plus positive encore et plus <span class="coquille" title="menaçant">menaçante</span>. Dieu m’avait laissé ce temps pour me repentir, et je n’en avais point profité. — Après la visite du <i>convive de pierre</i>, je m’étais rassis au festin !<br />
<br />
<br />
<span class="pagenum" id="89" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/89"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre IV</div>
Le sentiment qui résulta pour moi de ces visions et des réflexions
qu’elles amenaient pendant mes heures de solitude était si triste, que
je me sentais comme perdu. Toutes les actions de ma vie m’apparaissaient
sous leur côté le plus défavorable, et dans l’espèce d’examen de
conscience auquel je me livrais, la mémoire me représentait les faits
les plus anciens avec une netteté singulière. Je ne sais quelle fausse
honte m’empêcha de me présenter au confessionnal : la crainte peut-être
de m’engager dans les dogmes et dans les pratiques d’une religion
redoutable, contre certains points de laquelle j’avais conservé des
préjugés philosophiques. Mes premières années ont été trop imprégnées
des idées issues de la Révolution, mon éducation a été trop libre, ma
vie trop errante, pour que j’accepte facilement un joug qui, sur bien
des points, offenserait encore ma raison. Je frémis en songeant quel
chrétien je ferais si certains principes empruntés au libre examen des
deux derniers siècles, si l’étude encore des diverses <span class="pagenum" id="90" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/90"></span>religions
ne m’arrêtaient sur cette pente. — Je n’ai jamais connu ma mère, qui
avait voulu suivre mon père aux armées, comme les femmes des anciens
Germains ; elle mourut de fièvre et de fatigue dans une froide contrée
de l’Allemagne, et mon père lui-même ne put diriger là-dessus mes
premières idées. Le pays où je fus élevé était plein de légendes
étranges et de superstitions bizarres. Un de mes oncles qui eut la plus
grande influence sur ma première éducation s’occupait, pour se
distraire, d’antiquités romaines et celtiques. Il trouvait parfois, dans
son champ ou aux environs, des images de dieux et d’empereurs que son
admiration de savant me faisait vénérer, et dont ses livres
m’apprenaient l’histoire. Un certain Mars en bronze doré, une Pallas ou
Vénus armée, un Neptune et une Amphitrite sculptés au-dessus de la
fontaine du hameau, et surtout la bonne grosse figure barbue d’un dieu
Pan souriant à l’entrée d’une grotte, parmi les festons de l’aristoloche
et du lierre, étaient les dieux domestiques et protecteurs de cette
retraite. J’avoue qu’ils m’inspiraient alors plus de vénération que les
pauvres images chrétiennes de l’église et les deux saints informes du
portail, que certains savants prétendaient être l’Ésus et le Cernunnos
des Gaulois. Embarrassé au milieu de ces divers symboles, je demandai un
<span class="pagenum" id="91" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/91"></span>jour
à mon oncle ce que c’était que Dieu. « — Dieu, c’est le soleil », me
dit-il. C’était la pensée intime d’un honnête homme qui avait vécu en
chrétien toute sa vie, mais qui avait traversé la Révolution, et qui
était d’une contrée où plusieurs avaient la même idée de la Divinité.
Cela n’empêchait pas que les femmes et les enfants n’allassent à
l’église, et je dus à une de mes tantes quelques instructions qui me
firent comprendre les beautés et les grandeurs du christianisme. Après
1815, un Anglais qui se trouvait dans notre pays me fit apprendre le
Sermon sur la Montagne et me donna un Nouveau Testament… Je ne cite ces
détails que pour indiquer les causes d’une certaine irrésolution qui
s’est souvent unie chez moi à l’esprit religieux le plus prononcé.<br />
Je veux expliquer comment, éloigné longtemps de la vraie route, je
m’y suis senti ramené par le souvenir chéri d’une personne morte, et
comment le besoin de croire qu’elle existait toujours a fait rentrer
dans mon esprit le sentiment précis des diverses vérités que je n’avais
pas assez fermement recueillies en mon âme. Le désespoir et le suicide
sont le résultat de certaines situations fatales pour qui n’a pas foi
dans l’immortalité, dans ses peines et dans ses joies : — je croirai
avoir fait quelque chose de bon et d’utile en énonçant naïvement la <span class="pagenum" id="92" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/92"></span>succession des idées par lesquelles j’ai retrouvé le repos et une force nouvelle à opposer aux malheurs futurs de la vie.<br />
Les visions qui s’étaient succédé pendant mon sommeil m’avaient
réduit à un tel désespoir, que je pouvais à peine parler ; la société de
mes amis ne m’inspirait qu’une distraction vague ; mon esprit,
entièrement occupé de ces illusions, se refusait à la moindre conception
différente ; je ne pouvais lire et comprendre dix lignes de suite. Je
me disais des plus belles choses : « Qu’importe ! cela n’existe pas pour
moi. » Un de mes amis, nommé Georges, entreprit de vaincre ce
découragement. Il m’emmenait dans diverses contrées des environs de
Paris, et consentait à parler seul, tandis que je ne répondais qu’avec
quelques phrases décousues. Sa figure expressive, et presque
cénobitique, donna un jour un grand effet à des choses fort éloquentes
qu’il trouva contre ces années de scepticisme et de découragement
politique et social qui succédèrent à la révolution de Juillet. J’avais
été l’un des jeunes de cette époque, et j’en avais goûté les ardeurs et
les amertumes. Un mouvement se fit en moi ; je me dis que de telles
leçons ne pouvaient être données sans une intention de la Providence et
qu’un esprit parlait sans doute en lui… Un jour, nous dînions sous <span class="pagenum" id="93" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/93"></span>une
treille, dans un petit village des environs de Paris ; une femme vint
chanter près de notre table, et je ne sais quoi, dans sa voix usée mais
sympathique, me rappela celle d’Aurélia. Je la regardai : ses trait
mêmes n’étaient pas sans ressemblance avec ceux que j’avais aimés. On la
renvoya, et je n’osai la retenir, mais je me disais : — Qui sait si <i>son esprit</i> n’est pas dans cette femme ! et je me sentis heureux de l’aumône que j’avais faite.<br />
Je me dis : — J’ai bien mal usé de la vie, mais, si les morts
pardonnent, c’est sans doute à condition que l’on s’abstiendra à jamais
du mal, et qu’on réparera tout celui qu’on a fait. Cela se peut-il ?…
Dès ce moment, essayons de ne plus mal faire, et rendons l’équivalent de
tout ce que nous pouvons devoir. — J’avais un tort récent envers une
personne ; ce n’était qu’une négligence, mais je commençai par m’en
aller m’excuser. La joie que je reçus de cette réparation me fit un bien
extrême ; j’avais un motif de vivre et d’agir désormais, je reprenais
intérêt au monde.<br />
Des difficultés surgirent : des événements inexplicables pour moi
semblèrent se réunir pour contrarier ma bonne résolution. La situation
de mon esprit me rendait impossible l’exécution de travaux convenus. Me
croyant bien portant désormais, on devenait plus exigeant, et, comme
j’avais <span class="pagenum" id="94" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/94"></span>renoncé
au mensonge, je me trouvais pris en défaut par des gens qui ne
craignaient pas d’en user. La masse des réparations à faire m’écrasait
en raison de mon impuissance. Des événements politiques agissaient
indirectement, tant pour m’affliger que pour m’ôter le moyen de mettre
ordre à mes affaires. La mort d’un de mes amis vint compléter ces motifs
de découragement. Je revis avec douleur son logis, ses tableaux qu’il
m’avait montrés avec joie un mois auparavant ; je passai près de son
cercueil au moment où on l’y clouait. Comme il était de mon âge et de
mon temps, je me dis : — Qu’arriverait-il, si je mourais ainsi tout à <span class="coquille" title="coup.">coup ?</span><br />
Le dimanche suivant, je me levai en proie à une douleur morne.
J’allai visiter mon père, dont la servante était malade, et qui
paraissait avoir de l’humeur. Il voulut aller seul chercher du bois à
son grenier, et je ne pus lui rendre que le service de lui tendre une
bûche dont il avait besoin. Je sortis consterné. Je rencontrai dans les
rues un ami qui voulait m’emmener dîner chez lui pour me distraire un
peu. Je refusai, et, sans avoir mangé, je me dirigeai vers Montmartre.
Le cimetière était fermé, ce que je regardai comme un mauvais présage.
Un poète allemand m’avait donné quelques pages à traduire et m’avait
avancé une <span class="pagenum" id="95" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/95"></span>somme sur ce travail. Je pris le chemin de sa maison pour lui rendre l’argent.<br />
En tournant la barrière de Clichy, je fus témoin d’une dispute.
J’essayai de séparer les combattants, mais je n’y pus réussir. En ce
moment, un ouvrier de grande taille passa sur la place même où le combat
venait d’avoir lieu, portant sur l’épaule gauche un enfant vêtu d’une
robe couleur d’hyacinthe. Je m’imaginai que c’était saint Christophe
portant le Christ, et que j’étais condamné pour avoir manqué de force
dans la scène qui venait de se passer. À dater de ce moment, j’errai en
proie au désespoir dans les terrains vagues qui séparent le faubourg de
la barrière. Il était trop tard pour faire la visite que j’avais
projetée. Je revins à travers les rues vers le centre de Paris. Vers la
rue de la Victoire, je rencontrai un prêtre, et, dans le désordre où
j’étais, je voulus me confesser à lui. Il me dit qu’il n’était pas de la
paroisse et qu’il allait en soirée chez quelqu’un ; que, si je voulais
le consulter le lendemain à Notre-Dame, je n’avais qu’à demander l’abbé
Dubois.<br />
Désespéré, je me dirigeai en pleurant vers Notre-Dame de Lorette, où
j’allai me jeter au pied de l’autel de la Vierge, demandant pardon pour
mes fautes. Quelque chose en moi me disait : La Vierge est morte et tes
prières sont inutiles. J’allai me <span class="pagenum" id="96" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/96"></span>mettre
à genoux aux dernières places du chœur, et je fis glisser de mon doigt
une bague d’argent dont le chaton portait gravés ces trois mots arabes :
<i>Allah ! Mohamed ! Ali !</i> Aussitôt plusieurs bougies s’allumèrent
dans le chœur, et l’on commença un office auquel je tentai de m’unir en
esprit. Quand on en fut à l’<i>Ave Maria</i>, le prêtre s’interrompit au
milieu de l’oraison et recommença sept fois sans que je pusse retrouver
dans ma mémoire les paroles suivantes. On termina ensuite la prière, et
le prêtre fit un discours qui me semblait faire allusion à moi seul.
Quand tout fut éteint, je me levai et je sortis, me dirigeant vers les
Champs-Élysées.<br />
Arrivé sur la place de la Concorde, ma pensée était de me détruire. À
plusieurs reprises, je me dirigeai vers la Seine, mais quelque chose
m’empêchait d’accomplir mon dessein. Les étoiles brillaient dans le
firmament. Tout à coup il me sembla qu’elles venaient de s’éteindre à la
fois comme les bougies que j’avais vues à l’église. Je crus que les
temps étaient accomplis, et que nous touchions à la fin du monde
annoncée dans l’Apocalypse de saint Jean. Je croyais voir un soleil noir
dans le ciel désert et un globe rouge de sang au-dessus des Tuileries.
Je me dis : « — La nuit éternelle commence, et elle va être terrible.
Que va-t-il arriver quand les hommes s’apercevront qu’il n’y a plus <span class="pagenum" id="97" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/97"></span>de
soleil ? » Je revins par la rue Saint-Honoré, et je plaignais les
paysans attardés que je rencontrais. Arrivé vers le Louvre, je marchai
jusqu’à la place, et, là, un spectacle étrange m’attendait. À travers
des nuages rapidement chassés par le vent, je vis plusieurs lunes qui
passaient avec une grande rapidité. Je pensai que la terre était sortie
de son orbite et qu’elle errait dans le firmament comme un vaisseau
démâté, se rapprochant ou s’éloignant des étoiles qui grandissaient ou
diminuaient tour à tour. Pendant deux ou trois heures, je contemplai ce
désordre et je finis par me diriger du côté des halles. Les paysans
apportaient leurs denrées, et je me disais : « Quel sera leur étonnement
en voyant que la nuit se prolonge… » Cependant, les chiens aboyaient çà
et là et les coqs chantaient.<br />
Brisé de fatigue, je rentrai chez moi et je me jetai sur mon lit. En
m’éveillant, je fus étonné de revoir la lumière. Une sorte de chœur
mystérieux arriva à mon oreille ; des voix enfantines répétaient en
chœur : « — <i>Christe ! Christe ! Christe !…</i> » Je pensai que l’on
avait réuni dans l’église voisine (Notre-Dame-des-Victoires) un grand
nombre d’enfants pour invoquer le Christ. — Mais le Christ n’est plus !
me disais-je ; ils ne le savent pas encore ! — L’invocation dura environ
une heure. Je me levai enfin et j’allai sous les galeries du <span class="pagenum" id="98" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/98"></span>Palais-Royal.
Je me dis que probablement le soleil avait encore conservé assez de
lumière pour éclairer la terre pendant trois jours, mais qu’il usait de
sa propre substance, et, en effet, je le trouvais froid et décoloré.
J’apaisai ma faim avec un petit gâteau pour me donner la force d’aller
jusqu’à la maison du poète allemand. En entrant, je lui dis que tout
était fini et qu’il fallait nous préparer à mourir. Il appela sa femme
qui me dit : « — Qu’avez-vous ? — Je ne sais, lui dis-je, je suis
perdu. » Elle envoya chercher un fiacre, et une jeune fille me conduisit
à la maison Dubois.<br />
<br />
<span class="pagenum" id="99" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/99"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre V</div>
Là, mon mal reprit avec diverses alternatives. Au bout d’un mois
j’étais rétabli. Pendant les deux mois qui suivirent, je repris mes
pérégrinations autour de Paris. Le plus long voyage que j’aie fait a été
pour visiter la cathédrale de Reims. Peu à peu, je me remis à écrire et
je composai une de mes meilleures nouvelles. Toutefois, je l’écrivis
péniblement, presque toujours au crayon, sur des feuilles détachées,
suivant le hasard de ma rêverie ou de ma promenade. Les corrections
m’agitèrent beaucoup. Peu de jours après l’avoir publiée, je me sentis
pris d’une insomnie persistante. J’allais me promener toute la nuit sur
la colline de Montmartre et y voir le lever du soleil. Je causais
longuement avec les paysans et les ouvriers. Dans d’autres moments, je
me dirigeais vers les halles. Une nuit, j’allai souper dans un café du
boulevard et je m’amusai à jeter en l’air des pièces d’or et d’argent.
J’allai ensuite à la halle et je me disputai avec un inconnu, à qui je
donnai un rude soufflet ; je ne sais comment cela n’eut aucune suite. À
une <span class="pagenum" id="100" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/100"></span>certaine
heure, entendant sonner l’horloge de Saint-Eustache, je me pris à
penser aux luttes des Bourguignons et des Armagnacs, et je croyais voir
s’élever autour de moi les fantômes des combattants de cette époque. Je
me pris de querelle avec un facteur qui portait sur sa poitrine une
plaque d’argent, et que je disais être le duc Jean de Bourgogne. Je
voulais l’empêcher d’entrer dans un cabaret. Par une singularité que je
ne m’explique pas, voyant que je le menaçais de mort, son visage se
couvrit de larmes. Je me sentis attendri, et je le laissai passer.<br />
Je me dirigeai vers les Tuileries, qui étaient fermées, et suivis la
ligne des quais ; je montai ensuite au Luxembourg, puis je revins
déjeuner avec un de mes amis. Ensuite j’allai vers Saint-Eustache, où je
m’agenouillai pieusement à l’autel de la Vierge en pensant à ma mère.
Les pleurs que je versai détendirent mon âme, et, en sortant de
l’église, j’achetai un anneau d’argent. De là, j’allai rendre visite à
mon père, chez lequel je laissai un bouquet de marguerites, car il était
absent. J’allai de là au Jardin des Plantes. Il y avait beaucoup de
monde, et je restai quelque temps à regarder l’hippopotame qui se
baignait dans un bassin. — J’allai ensuite visiter les galeries
d’ostéologie. La vue des monstres qu’elles renferment me fit penser au
déluge, et, <span class="pagenum" id="101" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/101"></span>lorsque
je sortis, une averse épouvantable tombait dans le jardin. Je me dis : —
Quel malheur ! Toutes ces femmes, tous ces enfants, vont se trouver
mouillés !… Puis je me dis : — Mais c’est plus encore ! c’est le
véritable déluge qui commence. L’eau s’élevait dans les rues voisines ;
je descendis en courant la rue Saint-Victor, et, dans l’idée d’arrêter
ce que je croyais l’inondation universelle, je jetai à l’endroit le plus
profond l’anneau que j’avais acheté à Saint-Eustache. Vers le même
moment, l’orage s’apaisa, et un rayon de soleil commença à briller.<br />
L’espoir rentra dans mon âme. J’avais rendez-vous à quatre heures
chez mon ami Georges ; je me dirigeai vers sa demeure. En passant devant
un marchand de curiosités, j’achetai deux écrans de velours couverts de
figures hiéroglyphiques. Il me sembla que c’était la consécration du
pardon des cieux. J’arrivai chez Georges à l’heure précise et je lui
confiai mon espoir. J’étais mouillé et fatigué. Je changeai de vêtements
et me couchai sur son lit. Pendant mon sommeil, j’eus une vision
merveilleuse. Il me semblait que la déesse m’apparaissait, me disant :
« Je suis la même que Marie, la même que ta mère, la même aussi que sous
toutes les formes tu as toujours aimée. À chacune de tes épreuves, j’ai
quitté l’un des masques dont je voile <span class="pagenum" id="102" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/102"></span>mes
traits, et bientôt tu me verras telle que je suis… » Un verger
délicieux sortait des nuages derrière elle, une lumière douce et
pénétrante éclairait ce paradis, et cependant je n’entendais que sa
voix, mais je me sentais plongé dans une ivresse charmante. — Je
m’éveillai peu de temps après et je dis à Georges : — Sortons. Pendant
que nous traversions le pont des Arts, je lui expliquai les migrations
des âmes, et je lui disais : — Il me semble que, ce soir, j’ai en moi
l’âme de Napoléon qui m’inspire et me commande de grandes choses. — Dans
la rue du Coq, j’achetai un chapeau, et, pendant que Georges recevait
la monnaie de la pièce d’or que j’avais jetée sur le comptoir, je
continuai ma route et j’arrivai aux galeries du Palais-Royal.<br />
Là, il me sembla que tout le monde me regardait. Une idée persistante
s’était logée dans mon esprit, c’est qu’il n’y avait plus de morts ; je
parcourais la galerie de Foy en disant : J’ai fait une faute, et je ne
pouvais découvrir laquelle en consultant ma mémoire que je croyais être
celle de Napoléon… « Il y a quelque chose que je n’ai point payé par
ici ! » J’entrai au café de Foy dans cette idée et je crus reconnaître
dans un des habitués le père Bertin des <i>Débats</i>. Ensuite, je traversai le jardin et je pris quelque intérêt à voir <span class="pagenum" id="103" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/103"></span>les
rondes des petites filles. De là, je sortis des galeries et je me
dirigeai vers la rue Saint-Honoré. J’entrai dans une boutique pour
acheter un cigare, et, quand je sortis, la foule était si compacte que
je faillis être étouffé. Trois de mes amis me dégagèrent en répondant de
moi et me firent entrer dans un café pendant que l’un d’eux allait
chercher un fiacre. On me conduisit à l’hospice de la Charité.<br />
Pendant la nuit, le délire augmenta, surtout le matin, lorsque je
m’aperçus que j’étais attaché. Je parvins à me débarrasser de la
camisole de force, et vers le matin, je me promenai dans les salles.
L’idée que j’étais devenu semblable à un dieu et que j’avais le pouvoir
de guérir me fit imposer les mains à quelques malades, et, m’approchant
d’une statue de la Vierge, j’enlevai la couronne de fleurs artificielles
pour appuyer le pouvoir que je me croyais. Je marchai à grands pas,
parlant avec animation de l’ignorance des hommes qui croyaient pouvoir
guérir avec la science seule, et, voyant sur la table un flacon d’éther,
je l’avalai d’une gorgée. Un interne d’une figure que je comparais à
celle des anges voulut m’arrêter, mais la force nerveuse me soutenait,
et, prêt à le renverser, je m’arrêtai, lui disant qu’il ne comprenait
pas quelle était ma mission. Des médecins <span class="pagenum" id="104" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/104"></span>vinrent
alors, et je continuai mes discours sur l’impuissance de leur art. Puis
je descendis l’escalier, bien que n’ayant point de chaussures. Arrivé
devant un parterre, j’y entrai et je cueillis des fleurs en me promenant
sur le gazon.<br />
Un de mes amis était revenu pour me chercher. Je sortis alors du
parterre, et, pendant que je lui parlais, on me jeta sur les épaules une
camisole de force, puis on me fit monter dans un fiacre et je fus
conduit à une maison de santé située hors de Paris. Je compris, en me
voyant parmi les aliénés, que tout n’avait été pour moi qu’illusions
jusque-là. Toutefois, les promesses que j’attribuais à la déesse Isis me
semblaient se réaliser par une série d’épreuves que j’étais destiné à
subir. Je les acceptai donc avec résignation.<br />
La partie de la maison où je me trouvais donnait sur un vaste
promenoir ombragé de noyers. Dans un angle se trouvait une petite hutte
où l’un des prisonniers se promenait en cercle tout le jour. D’autres se
bornaient, comme moi, à parcourir le terre-plein ou la terrasse, bordée
d’un talus de gazon. Sur un mur, situé au couchant, étaient tracées des
figures dont l’une représentait la forme de la lune avec des yeux et
une bouche tracés géométriquement ; sur cette figure on avait peint une
sorte de masque ; le mur de gauche présentait <span class="pagenum" id="105" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/105"></span>divers
dessins de profil dont l’un figurait une sorte d’idole japonaise. Plus
loin, une tête de mort était creusée dans le plâtre ; sur la face
opposée, deux pierres de taille avaient été sculptées par quelqu’un des
hôtes du jardin et représentaient de petits mascarons assez bien rendus.
Deux portes donnaient sur des caves, et je m’imaginai que c’étaient des
voies souterraines pareilles à celles que j’avais vues à l’entrée des
Pyramides.<br />
<br />
<span class="pagenum" id="107" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/107"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre VI</div>
Je m’imaginai d’abord que les personnes réunies dans ce jardin
avaient toutes quelque influence sur les astres, et que celui qui
tournait sans cesse dans le même cercle y réglait la marche du soleil.
Un vieillard, que l’on amenait à certaines heures du jour et qui faisait
des nœuds en consultant sa montre, m’apparaissait comme chargé de
constater la marche des heures. Je m’attribuai à moi-même une influence
sur la marche de la lune, et je crus que cet astre avait reçu un coup de
foudre du Tout-Puissant qui avait tracé sur sa face l’empreinte du
masque que j’avais remarquée.<br />
J’attribuais un sens mystique aux conversations des gardiens et à
celles de mes compagnons. Il me semblait qu’ils étaient les
représentants de toutes les races de la terre et qu’il s’agissait entre
nous de fixer à nouveau la marche des astres et de donner un
développement plus grand au système. Une erreur s’était glissée, selon
moi, dans la combinaison générale des nombres, et de là venaient <span class="pagenum" id="108" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/108"></span>tous
les maux de l’humanité. Je croyais encore que les esprits célestes
avaient pris des formes humaines et assistaient à ce congrès général,
tout en paraissant occupés de soins vulgaires. Mon rôle me semblait être
de rétablir l’harmonie universelle par l’art cabalistique et de
chercher une solution en évoquant les forces occultes des diverses
religions.<br />
Outre le promenoir, nous avions encore une salle dont les vitres
rayées perpendiculairement donnaient sur un horizon de verdure. En
regardant derrière ces vitres la ligne des bâtiments extérieurs, je
voyais se découper la façade et les fenêtres en mille pavillons ornés
d’arabesques, et surmontés de découpures et d’aiguilles, qui me
rappelaient les kiosques impériaux bordant le Bosphore. Cela conduisit
naturellement ma pensée aux préoccupations orientales. Vers deux heures,
on me mit au bain, et je me crus servi par les Walkyries, filles
d’Odin, qui voulaient m’élever à l’immortalité en dépouillant peu à peu
mon corps de ce qu’il avait d’impur.<br />
Je me promenai le soir plein de sérénité aux rayons de la lune, et,
en levant les yeux vers les arbres, il me semblait que les feuilles se
roulaient capricieusement de manière à former des images de cavaliers et
de dames portés par des chevaux <span class="pagenum" id="109" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/109"></span>caparaçonnés.
C’étaient pour moi les figures triomphantes des aïeux. Cette pensée me
conduisit à celle qu’il y avait une vaste conspiration de tous les êtres
animés pour rétablir le monde dans son harmonie première, et que les
communications avaient lieu par le magnétisme des astres, qu’une chaîne
non interrompue liait autour de la terre les intelligences dévouées à
cette communication générale, et les chants, les danses, les regards,
aimantés de proche en proche, traduisaient la même aspiration. La lune
était pour moi le refuge des âmes fraternelles qui, délivrées de leurs
corps mortels, travaillaient plus librement à la régénération de
l’univers.<br />
Pour moi déjà, le temps de chaque journée semblait augmenté de deux
heures ; de sorte qu’en me levant aux heures fixées par les horloges de
la maison, je ne faisais que me promener dans l’empire des ombres. Les
compagnons qui m’entouraient me semblaient endormis et pareils aux
spectres du Tartare, jusqu’à l’heure où pour moi se levait le soleil.
Alors, je saluais cet astre par une prière, et ma vie réelle commençait.<br />
Du moment que je me fus assuré de ce point que j’étais soumis aux
épreuves de l’initiation sacrée, une force invincible entra dans mon
esprit. Je me jugeais un héros vivant sous le regard des <span class="pagenum" id="110" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/110"></span>dieux ;
tout dans la nature prenait des aspects nouveaux, et des voix secrètes
sortaient de la plante, de l’arbre, des animaux, des plus humbles
insectes, pour m’avertir et m’encourager. Le langage de mes compagnons
avait des tours mystérieux dont je comprenais le sens, les objets sans
forme et sans vie se prêtaient eux-mêmes aux calculs de mon esprit ; —
des combinaisons de cailloux, des figures d’angles, de fentes ou
d’ouvertures, des découpures de feuilles, des couleurs, des odeurs et
des sons, je voyais ressortir des harmonies jusqu’alors inconnues. —
Comment, me disais-je, ai-je pu exister si longtemps hors de la nature
et sans m’identifier à elle ? Tout vit, tout agit, tout se correspond ;
les rayons magnétiques émanés de moi-même ou des autres traversent sans
obstacle la chaîne infinie des choses créées ; c’est un réseau
transparent qui couvre le monde, et dont les fils déliés se communiquent
de proche en proche aux planètes et aux étoiles. Captif en ce moment
sur la terre, je m’entretiens avec le chœur des astres, qui prend part à
mes joies et à mes douleurs !<br />
Aussitôt je frémis en songeant que ce mystère même pouvait être
surpris. — Si l’électricité, me dis-je, qui est le magnétisme des corps
physiques, peut subir une direction qui lui impose des lois, à plus
forte raison les esprits hostiles et <span class="pagenum" id="111" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/111"></span>tyranniques
peuvent asservir les intelligences et se servir de leurs forces
divisées dans un but de domination. C’est ainsi que les dieux antiques
ont été vaincus et asservis par des dieux nouveaux ; c’est ainsi, me
dis-je encore, en consultant mes souvenirs du monde ancien, que les
nécromans dominaient des peuples entiers, dont les générations se
succédaient captives sous leur sceptre éternel. Ô malheur ! la Mort
elle-même ne peut les affranchir ! car nous revivons dans nos fils comme
nous avons vécu dans nos pères, — et la science impitoyable de nos
ennemis sait nous reconnaître partout. L’heure de notre naissance, le
point de la terre où nous paraissons, le premier geste, le nom de la
chambre, — et toutes ces consécrations, et tous ces rites qu’on nous
impose, tout cela établit une série heureuse ou fatale d’où l’avenir
dépend tout entier. Mais si déjà cela est terrible selon les seuls
calculs humains, comprenez ce que cela doit être en se rattachant aux
formules mystérieuses qui établissent l’ordre des mondes. On l’a dit
justement : rien n’est indifférent, rien n’est impuissant dans
l’univers ; un atome peut tout dissoudre, un atome peut tout sauver !<br />
Ô terreur ! voilà l’éternelle distinction du bon et du mauvais. Mon
âme est-elle la molécule indestructible, le globule qu’un peu d’air
gonfle, mais <span class="pagenum" id="112" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/112"></span>qui
retrouve sa place dans la nature, ou ce vide même, image du néant qui
disparaît dans l’immensité ? Serait-elle encore la parcelle fatale
destinée à subir, sous toutes ses transformations, les vengeances des
êtres puissants ? Je me vis amené ainsi à me demander compte de ma vie,
et même de mes existences antérieures. En me prouvant que j’étais bon,
je me prouvai que j’avais dû toujours l’être. Et si j’ai été mauvais, me
dis-je, ma vie actuelle ne sera-t-elle pas une suffisante expiation ?
Cette pensée me rassura, mais ne m’ôta pas la crainte d’être à jamais
classé parmi les malheureux. Je me sentais plongé dans une eau froide,
et une eau plus froide encore ruisselait sur mon front. Je reportai ma
pensée à l’éternelle Isis, la mère et l’épouse sacrée ; toutes mes
aspirations, toutes mes prières se confondaient dans ce nom magique, je
me sentais revivre en elle, et parfois elle m’apparaissait sous la
figure de la Vénus antique, parfois aussi sous les traits de la Vierge
des chrétiens. La nuit me ramena plus distinctement cette apparition
chérie, et pourtant je me disais : — Que peut-elle, vaincue, opprimée
peut-être, pour ses pauvres enfants ? Pâle et déchiré, le croissant de
la lune s’amincissait tous les soirs et allait bientôt disparaître ;
peut-être ne devions-nous plus le revoir au ciel ! Cependant, il me
semblait que cet <span class="pagenum" id="113" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/113"></span>astre
était le refuge de toutes les âmes sœurs de la mienne, et je le voyais
peuplé d’ombres plaintives destinées à renaître un jour sur la terre…<br />
Ma chambre est à l’extrémité d’un corridor habité d’un côté par les
fous, et de l’autre par les domestiques de la maison. Elle a seule le
privilège d’une fenêtre, percée du côté de la cour, plantée d’arbres,
qui sert de promenoir pendant la journée. Mes regards s’arrêtent avec
plaisir sur un noyer touffu et sur deux mûriers de la Chine. Au-dessus,
l’on aperçoit vaguement une rue assez fréquentée, à travers des
treillages peints en vert. Au couchant, l’horizon s’élargit ; c’est
comme un hameau aux fenêtres revêtues de verdure ou embarrassées de
cages, de loques qui sèchent, et d’où l’on voit sortir par instant
quelque profil de jeune ou vieille ménagère, quelque tête rose d’enfant.
On crie, on chante, on rit aux éclats ; c’est gai ou triste à entendre,
selon les heures et selon les impressions.<br />
J’ai trouvé là tous les débris de mes diverses fortunes, les restes
confus de plusieurs mobiliers dispersés ou revendus depuis vingt ans.
C’est un capharnaüm comme celui du docteur Faust. Une table antique à
trépied aux têtes d’aigles, une console soutenue par un sphinx ailé, une
commode du dix-septième siècle, une bibliothèque du <span class="pagenum" id="114" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/114"></span>dix-huitième,
un lit du même temps, dont le baldaquin, à ciel ovale, est revêtu de
lampas rouge (mais on n’a pu dresser ce dernier) ; une étagère rustique
chargée de faïences et de porcelaines de Sèvres, assez endommagées la
plupart ; un narguilé rapporté de Constantinople, une grande coupe
d’albâtre, un vase de cristal ; des panneaux de boiseries provenant de
la démolition d’une vieille maison que j’avais habitée sur l’emplacement
du Louvre, et couverts de peintures mythologiques exécutées par des
amis aujourd’hui célèbres ; deux grandes toiles dans le goût de Prudhon,
représentant la Muse de l’histoire et celle de la comédie. Je me suis
plu pendant quelques jours à ranger tout cela, à créer dans la mansarde
étroite un ensemble bizarre qui tient du palais et de la chaumière, et
qui résume assez bien mon existence errante. J’ai suspendu au-dessus de
mon lit mes vêtements arabes, mes deux cachemires industrieusement
reprisés, une gourde de pèlerin, un carnier de chasse. Au-dessus de la
bibliothèque s’étale un vaste plan du Caire ; une console de bambou,
dressée à mon chevet, supporte un plateau de l’Inde vernissé où je puis
disposer mes ustensiles de toilette. J’ai retrouvé avec joie ces humbles
restes de mes années alternatives de fortune et de misère, où se
rattachaient tous les souvenirs de ma vie. <span class="pagenum" id="115" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/115"></span>On avait seulement mis à part un petit tableau sur cuivre, dans le goût du Corrège, représentant <i>Vénus et l’Amour</i>,
des trumeaux de chasseresses et de satyres et une flèche que j’avais
conservée en mémoire des compagnies de l’arc du Valois, dont j’avais
fait partie dans ma jeunesse : les armes étaient vendues depuis les lois
nouvelles. En somme, je retrouvais là à peu près tout ce que j’avais
possédé en dernier lieu. Mes livres, amas bizarre de la science de tous
les temps, histoire, voyages, religions, cabale, astrologie à réjouir
les ombres de Pic de la Mirandole, du sage Meursius et de Nicolas de
Cusa, — la tour de Babel en deux cents volumes, — on m’avait laissé tout
cela ! Il y avait de quoi rendre fou un sage ; tâchons qu’il y ait
aussi de quoi rendre sage un fou.<br />
Avec quelles délices j’ai pu classer dans mes tiroirs l’amas de mes
notes et de mes correspondances intimes ou publiques, obscures ou
illustres, comme les a faites le hasard des rencontres ou des pays
lointains que j’ai parcourus. Dans des rouleaux mieux enveloppés que les
autres, je retrouve des lettres arabes, des reliques du Caire et de
Stamboul. Ô bonheur ! ô tristesse mortelle ! ces caractères jaunis, ces
brouillons effacés, ces lettres à demi froissées, c’est le trésor de mon
seul amour… Relisons… Bien des lettres manquent, bien d’autres <span class="pagenum" id="116" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/116"></span>sont déchirées ou raturées ; voici ce que je retrouve.<br />
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Une nuit, je parlais et chantais dans une sorte d’extase. Un des
servants de la maison vint me chercher dans ma cellule et me fit
descendre à une chambre du rez-de-chaussée, où il m’enferma. Je
continuais mon rêve, et, quoique debout, je me croyais enfermé dans une
sorte de kiosque oriental. J’en sondai tous les angles et je vis qu’il
était octogone. Un divan régnait autour des murs, et il me semblait que
ces derniers étaient formés d’une glace épaisse, au-delà de laquelle je
voyais briller des trésors, des châles et des tapisseries. Un paysage
éclairé par la lune m’apparaissait au travers des treillages de la
porte, et il me semblait reconnaître la figure des troncs d’arbres et
des rochers. J’avais déjà séjourné là dans quelque autre existence, et
je croyais reconnaître les profondes grottes d’Ellorah. Peu à peu un
jour bleuâtre pénétra dans le kiosque et y fit apparaître des images
bizarres. Je crus alors me trouver au milieu d’un vaste charnier où
l’histoire universelle était écrite en traits de sang. Le corps d’une
femme gigantesque
était peint en face de moi ; seulement, ses diverses parties étaient
tranchées comme par le sabre ; d’autres femmes de races diverses et dont
les corps dominaient de plus en plus, présentaient sur les autres murs
un fouillis sanglant de membres et de têtes, depuis les impératrices et
les reines jusqu’aux plus humbles paysannes. C’était l’histoire de tous
les crimes, et il suffisait de fixer les yeux sur tel ou tel point pour
voir s’y dessiner une représentation tragique. — Voila, me disais-je, ce
qu’a produit la puissance déférée aux hommes. Ils ont peu à peu détruit
et tranché en mille morceaux le type éternel de la beauté, si bien que
les races perdent de plus en plus en force et en perfection… Et je
voyais, en effet, sur une ligne d’ombre qui se faufilait par un des
jours de la porte, la génération descendante des races de l’avenir.<br />
Je fus enfin arraché à cette sombre contemplation. La figure bonne et
compatissante de mon excellent médecin me rendit au monde des vivants.
Il me fit assister à un spectacle qui m’intéressa vivement. Parmi les
malades se trouvait un jeune homme, ancien soldat d’Afrique, qui depuis
six semaines se refusait à prendre de la nourriture. Au moyen d’un long
tuyau de caoutchouc introduit dans une narine, on lui faisait couler
dans l’estomac <span class="pagenum" id="118" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/118"></span>une assez grande quantité de semoule ou de chocolat.<br />
Ce spectacle m’impressionna vivement. Abandonné jusque-là au cercle
monotone de mes sensations ou de mes souffrances morales, je rencontrais
un être indéfinissable, taciturne et patient, assis comme un sphinx aux
portes suprêmes de l’existence. Je me pris à l’aimer à cause de son
malheur et de son abandon, et je me sentis relevé par cette sympathie et
par cette pitié. Il me semblait, placé ainsi entre la mort et la vie,
comme un interprète sublime, comme un confesseur prédestiné à entendre
ces secrets de l’âme que la parole n’oserait transmettre ou ne
réussirait pas à rendre. C’était l’oreille de Dieu sans le mélange de la
pensée d’un autre. Je passais des heures entières à m’examiner
mentalement, la tête penchée sur la sienne et lui tenant les mains. Il
me semblait qu’un certain magnétisme réunissait nos deux esprits, et je
me sentis ravi quand la première fois une parole sortit de sa bouche. On
n’en voulait rien croire, et j’attribuais à mon ardente volonté ce
commencement de guérison. Cette nuit-là, j’eus un rêve délicieux, le
premier depuis bien longtemps. J’étais dans une tour, si profonde du
côté de la terre et si haute du côté du ciel, que toute mon existence
semblait devoir se consumer <span class="pagenum" id="119" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/119"></span>à
monter et à descendre. Déjà mes forces s’étaient épuisées, et j’allais
manquer de courage, quand une porte latérale vint à s’ouvrir ; un esprit
se présente et me dit : — Viens, mon frère !… Je ne sais pourquoi il me
vint à l’idée qu’il s’appelait Saturnin. Il avait les traits du pauvre
malade, mais transfigurés et intelligents. Nous étions dans une campagne
éclairée des feux des étoiles ; nous nous arrêtâmes à contempler ce
spectacle, et l’esprit étendit sa main sur mon front comme je l’avais
fait la veille en cherchant à magnétiser mon compagnon ; aussitôt une
des étoiles que je voyais au ciel se mit à grandir, et la divinité de
mes rêves m’apparut souriante, dans un costume presque indien, telle que
je l’avais vue autrefois. Elle marcha entre nous deux, et les prés
verdissaient, les fleurs et les feuillages s’élevaient de terre sur la
trace de ses pas… Elle me dit : « — L’épreuve à laquelle tu étais soumis
est venue à son terme ; ces escaliers sans nombre que tu te fatiguais à
descendre ou à gravir étaient les liens mêmes des anciennes illusions
qui embarrassaient ta pensée, et maintenant rappelle-toi le jour où tu
as imploré la Vierge sainte et où, la croyant morte, le délire s’est
emparé de ton esprit. Il fallait que ton vœu lui fût porté par une âme
simple et dégagée des liens de la terre. Celle-là s’est rencontrée près
de <span class="pagenum" id="120" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/120"></span>toi,
et c’est pourquoi il m’est permis à moi-même de venir et de
t’encourager. » La joie que ce rêve répandit dans mon esprit me procura
un réveil délicieux. Le jour commençait à poindre. Je voulus avoir un
signe matériel de l’apparition qui m’avait consolé, et j’écrivis sur le
mur ces mots : « Tu m’as visité cette nuit. »<br />
<br />
<span class="pagenum" id="121" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/121"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre VII</div>
J’inscris ici, sous le titre de <i>Mémorables</i>, les impressions de plusieurs rêves qui suivirent celui que je viens de rapporter.<br />
<div align="center">
<hr style="background: black; border: none; display: block; height: 1px; margin-bottom: 0em; margin-top: 0em; width: 8em;" />
</div>
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Sur un pic élancé de l’Auvergne a retenti la chanson des pâtres. <i>Pauvre Marie !</i>
reine des cieux ! c’est à toi qu’ils s’adressent pieusement. Cette
mélodie rustique a frappé l’oreille des corybantes. Ils sortent, en
chantant à leur tour, des grottes secrètes où l’Amour leur fit des
abris. — Hosannah ! paix à la terre et gloire aux cieux !<br />
Sur les montagnes de l’Himalaya une petite fleur est née — Ne
m’oubliez pas ! — Le regard chatoyant d’une étoile s’est fixé un instant
sur elle, et une réponse s’est fait entendre dans un doux langage
étranger. — <i>Myosotis !</i> <span class="pagenum" id="122" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/122"></span><br />
Une perle d’argent brillait dans le sable ; une perle d’or étincelait
au ciel… Le monde était créé. Chastes amours, divins soupirs !
enflammez la sainte montagne… car vous avez des frères dans les vallées
et des sœurs timides qui se dérobent au sein des bois !<br />
Bosquets embaumés de Paphos, vous ne valez pas ces retraites où l’on
respire à pleins poumons l’air vivifiant de la patrie. — Là-haut, sur
les montagnes, le monde y vit content ; le rossignol sauvage fait <span class="coquille" title="contentement">mon contentement</span> !<br />
Oh ! que ma grande amie est belle ! Elle est si grande, qu’elle
pardonne au monde, et si bonne quelle m’a pardonné. L’autre nuit, elle
était couchée je ne sais dans quel palais, et je ne pouvais la
rejoindre. Mon cheval alezan-brûlé se dérobait sous moi. Les rênes
brisées flottaient sur sa croupe en sueur, et il me fallut de grands
efforts pour l’empêcher de se coucher à terre.<br />
Cette nuit, le bon Saturnin m’est venu en aide, et ma grande amie a
pris place à mes côtés sur sa cavale blanche caparaçonnée d’argent. Elle
m’a dit : « — Courage, frère ! car c’est la dernière étape. » Et ses
grands yeux dévoraient l’espace, et elle faisait voler dans l’air sa
longue chevelure imprégnée des parfums de l’Yémen.<br />
Je reconnus les traits divins de ***. Nous volions <span class="pagenum" id="123" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/123"></span>au
triomphe, et nos ennemis étaient à nos pieds. La huppe messagère nous
guidait au plus haut des cieux, et l’arc de lumière éclatait dans les
mains divines d’Apollon. Le cor enchanté d’Adonis résonnait à travers
les bois.<br />
Ô Mort ! où est ta victoire, puisque le Messie vainqueur chevauchait
entre nous deux ? Sa robe était d’hyacinthe soufrée, et ses poignets,
ainsi que les chevilles de ses pieds, étincelaient de diamants et de
rubis. Quand sa houssine légère toucha la porte de nacre de la Jérusalem
nouvelle, nous fûmes tous les trois inondés de lumière. C’est alors que
je suis descendu parmi les hommes pour leur annoncer l’heureuse
nouvelle.<br />
Je sors d’un rêve bien doux : j’ai revu celle que j’avais aimée
transfigurée et radieuse. Le ciel s’est ouvert dans toute sa gloire, et
j’y ai lu le mot <i>pardon</i> signé du sang de Jésus-Christ.<br />
Une étoile a brillé tout à coup et m’a révélé le secret du monde des mondes. Hosannah ! paix à la terre et gloire aux cieux !<br />
Du sein des ténèbres muettes, deux notes ont résonné, l’une grave,
l’autre aiguë, — et l’orbe éternel s’est mis à tourner aussitôt. Sois
bénie, ô première octave qui commença l’hymne divin ! Du dimanche au
dimanche, enlace tous les jours dans ton réseau magique. Les monts te
chantent aux <span class="pagenum" id="124" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/124"></span>vallées,
les sources aux rivières, les rivières aux fleuves, et les fleuves à
l’Océan ; l’air vibre, et la lumière brise harmonieusement les fleurs
naissantes. Un soupir, un frisson d’amour sort du sein gonflé de la
terre, et le chœur des astres se déroule dans l’infini ; il s’écarte et
revient sur lui-même, se resserre et s’épanouit, et sème au loin les
germes des créations nouvelles.<br />
Sur la cime d’un mont bleuâtre une petite fleur est née. — Ne
m’oubliez pas ! — Le regard chatoyant d’une étoile s’est fixé un instant
sur elle, et une réponse s’est fait entendre dans un doux langage
étranger. — <i>Myosotis !</i><br />
Malheur à toi, dieu du Nord, — qui brisas d’un coup de marteau la
sainte table composée de sept métaux les plus précieux ! car tu n’as pu
briser la <i>Perle rose</i> qui reposait au centre. Elle a rebondi sous le fer, — et voici que nous nous sommes armés pour elle… Hosannah !<br />
Le <i>macrocosme</i>, ou grand monde, a été construit par art cabalistique ; le <i>microcosme</i>,
ou petit monde, est son image réfléchie dans tous les cœurs. La Perle
rose a été teinte du sang royal des Walkyries. Malheur à toi,
dieu-forgeron qui as voulu briser un monde !<br />
Cependant le pardon du Christ a été aussi prononcé pour toi ! <span class="pagenum" id="125" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/125"></span><br />
Sois donc béni toi-même, ô Thor, le géant, — le plus puissant des
fils d’Odin ! Sois béni dans Héla, ta mère, car souvent le trépas est
doux, — et dans ton frère Loki, et dans ton chien Garnur !<br />
Le serpent qui entoure le Monde est béni lui-même, car il relâche ses
anneaux, et sa gueule béante aspire la fleur d’anxoka, la fleur
soufrée, — la fleur éclatante du soleil !<br />
Que Dieu préserve le divin Balder, le fils d’Odin, et Freya la belle !<br />
<div align="center">
<hr style="background: black; border: none; display: block; height: 1px; margin-bottom: 0em; margin-top: 0em; width: 8em;" />
</div>
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<br /> <br />
<br /> <br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre VIII</div>
Je me trouvais <i>en esprit</i> à Saardam, que j’ai visitée l’année
dernière. La neige couvrait la terre. Une toute petite fille marchait en
glissant sur la terre durcie et se dirigeait, je crois, vers la maison
de Pierre le Grand. Son profil majestueux avait quelque chose de
bourbonien. Son cou, d’une éclatante blancheur, sortait à demi d’une
palatine de plumes de cygne. De sa petite main rose, elle préservait du
vent une lampe allumée et allait frapper à la porte verte de la maison,
lorsqu’une chatte maigre qui en sortait s’embarrassa dans ses jambes et
la fit tomber. — Tiens ! ce n’est qu’un chat ! dit la petite fille en se
relevant. — Un chat, c’est quelque chose ! répondit une voix douce.
J’étais présent à cette scène, et je portais sur mon bras un petit chat
gris qui se mit à miauler. — C’est l’enfant de cette vieille fée ! dit
la petite fille. Et elle entra dans la maison.<br />
Cette nuit, mon rêve s’est transporté d’abord à Vienne. — On sait que sur chacune des places de <span class="pagenum" id="128" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/128"></span>cette ville sont élevées de grandes colonnes qu’on appelle <i>pardons</i>.
Des nuages de marbre s’accumulent en figurant l’ordre salomonique et
supportent des globes où président assises des divinités. Tout à coup, ô
merveille ! je me mis à songer à cette auguste sœur de l’empereur de
Russie, dont j’ai vu le palais impérial à Weimar. — Une mélancolie
pleine de douceur <span class="coquille" title="ne">me</span> fit voir
les brumes colorées d’un paysage de Norvège éclairé d’un jour gris et
doux. Les nuages devinrent transparents et je vis se creuser devant moi
un abîme profond où s’engouffraient tumultueusement les flots de la
Baltique glacée. Il semblait que le fleuve entier de la Néwa, aux eaux
bleues, dût s’engloutir dans cette fissure du globe. Les vaisseaux de
Cronstadt et de Saint-Pétersbourg s’agitaient sur leurs ancres, prêts à
se détacher et à disparaître dans le gouffre, quand une lumière divine
éclaira d’en haut cette scène de désolation.<br />
Sous le vif rayon qui perçait la brume, je vis apparaître aussitôt le
rocher qui supporte la statue de Pierre le Grand. Au-dessus de ce
solide piédestal vinrent se grouper des nuages qui s’élevaient jusqu’au
zénith. Ils étaient chargés de figures radieuses et divines, parmi
lesquelles on distinguait les deux Catherine et l’impératrice sainte
Hélène, accompagnées des plus belles princesses de <span class="pagenum" id="129" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/129"></span>Moscovie
et de Pologne. Leurs doux regards, dirigés vers la France,
rapprochaient l’espace au moyen de longs télescopes de cristal. Je vis
par là que notre patrie devenait l’arbitre de la querelle orientale, et
qu’elles en attendaient la solution. Mon rêve se termina par le doux
espoir que la paix nous serait enfin donnée.<br />
C’est ainsi que je m’encourageais à une audacieuse tentative. Je
résolus de fixer le rêve et d’en connaître le secret. — Pourquoi, me
dis-je, ne point enfin forcer ces portes mystiques, armé de toute ma
volonté, et dominer mes sensations au lieu de les subir ? N’est-il pas
possible de dompter cette chimère attrayante et redoutable, d’imposer
une règle à ces esprits des nuits qui se jouent de notre raison ? Le
sommeil occupe le tiers de notre vie. Il est la consolation des peines
de nos journées ou la peine de leurs plaisirs ; mais je n’ai jamais
éprouvé que le sommeil fût un repos. Après un engourdissement de
quelques minutes, une vie nouvelle commence, affranchie des conditions
du temps et de l’espace, et pareille sans doute à celle qui nous attend
après la mort. Qui sait s’il n’existe pas un lien entre ces deux
existences et s’il n’est pas possible à l’âme de le nouer dès à
présent ?<br />
Dès ce moment, je m’appliquai à chercher le <span class="pagenum" id="130" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/130"></span>sens
de mes rêves, et cette inquiétude influa sur mes réflexions de l’état
de veille. Je crus comprendre qu’il existait entre le monde externe et
le monde interne un lien ; que l’inattention ou le désordre d’esprit en
faussaient seuls les rapports apparents, — et qu’ainsi s’expliquait la
bizarrerie de certains tableaux semblables à ces reflets grimaçants
d’objets réels qui s’agitent sur l’eau troublée.<br />
Telles étaient les inspirations de mes nuits ; mes journées se
passaient doucement dans la compagnie des pauvres malades, dont je
m’étais fait des amis. La conscience que désormais j’étais purifié des
fautes de ma vie passée me donnait des jouissances morales infinies ; la
certitude de l’immortalité et de la coexistence de toutes les personnes
que j’avais aimées m’était arrivée matériellement, pour ainsi dire, et
je bénissais l’âme fraternelle qui, du sein du désespoir, m’avait fait
rentrer dans les voies lumineuses de la religion.<br />
Le pauvre garçon de qui la vie intelligente s’était si singulièrement
retirée recevait des soins qui triomphaient peu à peu de sa torpeur.
Ayant appris qu’il était né à la campagne, je passais des heures
entières à lui chanter d’anciennes chansons de village, auxquelles je
cherchais à donner l’expression la plus touchante. J’eus le bonheur de
voir qu’il les entendait et qu’il répétait certaines parties de ces <span class="pagenum" id="131" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/131"></span>chants.
Un jour, enfin, il ouvrit les yeux un seul instant, et je vis qu’ils
étaient bleus comme ceux de l’Esprit qui m’était apparu en rêve. Un
matin, à quelques jours de là, il tint ses yeux grands ouverts et ne les
ferma plus. Il se mit aussitôt à parler, mais seulement par intervalle,
et me reconnut, me tutoyant et m’appelant frère. Cependant, il ne
voulait pas davantage se résoudre à manger. Un jour, revenant du jardin,
il me dit : « — J’ai soif. » J’allai lui chercher à boire ; le verre
toucha ses lèvres sans qu’il pût avaler. — Pourquoi, lui dis-je, ne
veux-tu pas manger et boire comme les autres ? — C’est que je suis mort,
dit-il ; j’ai été enterré dans tel cimetière, à telle place… — Et
maintenant, où crois-tu être ? — En purgatoire, j’accomplis mon
expiation.<br />
Telles sont les idées bizarres que donnent ces sortes de maladies ;
je reconnus en moi-même que je n’avais pas été loin d’une si étrange
persuasion. Les soins que j’avais reçus m’avaient déjà rendu à
l’affection de ma famille et de mes amis, et je pouvais juger plus
sainement le monde d’illusions où j’avais quelque temps vécu. Toutefois,
je me sens heureux des convictions que j’ai acquises, et je compare
cette série d’épreuves que j’ai traversées à ce qui, pour les anciens,
représentait l’idée d’une descente aux enfers.<br />Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-9151135679716885922012-05-19T04:26:00.001-07:002012-05-19T04:35:17.931-07:00NERVAL: Aurelia (Primera parte)<br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre premier</div>
Le rêve est une seconde vie. Je n’ai pu percer sans frémir ces portes
d’ivoire ou de corne qui nous séparent du monde invisible. Les premiers
instants du sommeil sont l’image de la mort ; un engourdissement
nébuleux saisit notre pensée, et nous ne pouvons déterminer l’instant
précis où le <i>moi</i>, sous une autre forme, continue l’œuvre de
l’existence. C’est un souterrain vague qui s’éclaire peu à peu, et où se
dégagent de l’ombre et de la nuit les pâles figures gravement immobiles
qui habitent le séjour des limbes. Puis le tableau se forme, une clarté
nouvelle illumine et fait jouer ces apparitions bizarres : – le monde
des Esprits s’ouvre pour nous.<br />
Swedenberg appelait ces visions <i>Memorabilia</i> ; il les devait à la rêverie plus souvent qu’au sommeil ; <i>l’Âne d’or</i> d’Apulée, <i>la Divine Comédie</i>
du Dante, sont les modèles poétiques de ces études de l’âme humaine. Je
vais essayer, à leur exemple, de transcrire les impressions d’une
longue maladie qui s’est passée tout entière dans mon esprit ; <span class="pagenum" id="18" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/18"></span>—
et je ne sais pourquoi je me sers de ce terme maladie, car jamais,
quant à ce qui est de moi-même, je ne me suis senti mieux portant.
Parfois, je croyais ma force et mon activité doublées ; il me semblait
tout savoir, tout comprendre ; l’imagination m’apportait des délices
infinies. En recouvrant ce que les hommes appellent la raison,
faudra-t-il regretter de les avoir perdues ?…<br />
Cette <i>Vita nuova</i> a eu pour moi deux phases. Voici les notes qui se rapportent à la première.<br />
<br />
Une dame que j’avais aimée longtemps, et que j’appellerai du nom
d’Aurélia, était perdue pour moi. Peu importent les circonstances de cet
événement qui devait avoir une si grande influence sur ma vie. Chacun
peut chercher dans ses souvenirs l’émotion la plus navrante, le coup le
plus terrible frappé sur l’âme par le destin ; il faut alors se résoudre
à mourir ou à vivre : — je dirai plus tard pourquoi je n’ai pas choisi
la mort. Condamné par celle que j’aimais, coupable d’une faute dont je
n’espérais plus le pardon, il ne me restait qu’à me jeter dans les
enivrements vulgaires ; j’affectai la joie et l’insouciance, je courus
le monde, follement épris de la variété et du caprice : j’aimais surtout
les costumes et les mœurs bizarres des populations lointaines, il me
semblait que je déplaçais <span class="pagenum" id="19" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/19"></span>ainsi les conditions du bien et du mal ; les termes, pour ainsi dire, de ce qui est <i>sentiment</i>
pour nous autres Français. — Quelle folie, me disais-je, d’aimer ainsi
d’un amour platonique une femme qui ne vous aime plus ! Ceci est la
faute de mes lectures : j’ai pris au sérieux les inventions des poètes,
et je me suis fait une Laure ou une Béatrix d’une personne ordinaire de
notre siècle… — Passons à d’autres intrigues et celle-là sera vite
oubliée. — L’étourdissement d’un joyeux carnaval dans une ville d’Italie
chassa toutes mes idées mélancoliques. J’étais si heureux du
soulagement que j’éprouvais, que je faisais part de ma joie à tous mes
amis, et, dans mes lettres, je leur donnais pour l’état constant de mon
esprit ce qui n’était que surexcitation fiévreuse.<br />
Un jour, arriva dans la ville une femme d’une grande renommée qui me
prit en amitié, et qui, habituée à plaire et à éblouir, m’entraîna sans
peine dans le cercle de ses admirateurs. Après une soirée où elle avait
été à la fois naturelle et pleine d’un charme dont tous éprouvaient
l’atteinte, je me sentis épris d’elle à ce point que je ne voulus pas
tarder un instant à lui écrire. J’étais si heureux de sentir mon cœur
capable d’un amour nouveau !… J’empruntais, dans cet enthousiasme
factice, les formules mêmes qui, si peu de temps auparavant, <span class="pagenum" id="20" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/20"></span>m’avaient
servi pour peindre un amour véritable et longtemps éprouvé. La lettre
partie, j’aurais voulu la retenir, et j’allai rêver dans la solitude à
ce qui me semblait une profanation de mes souvenirs.<br />
Le soir rendit à mon nouvel amour tout le prestige de la veille. La dame
se montra sensible à ce que je lui avais écrit, tout en manifestant
quelque étonnement de ma ferveur soudaine. J’avais franchi, en un jour,
plusieurs degrés des sentiments qu’on peut concevoir pour une femme avec
apparence de sincérité. Elle m’avoua que je l’étonnais tout en la
rendant fière. J’essayai de la convaincre ; mais, quoi que je voulusse
lui dire, je ne pus ensuite retrouver dans nos entretiens le diapason de
mon style, de sorte que je fus réduit à lui avouer, avec larmes, que je
m’étais trompé moi-même en l’abusant. Mes confidences attendries eurent
pourtant quelque charme, et une amitié plus forte dans sa douceur
succéda à de vaines protestations de tendresse.<br />
<br />
<span class="pagenum" id="21" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/21"></span>
<br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre II</div>
Plus tard, je la rencontrai dans une autre ville où se trouvait la
dame que j’aimais toujours sans espoir. Un hasard les fit connaître
l’une à l’autre, et la première eut occasion, sans doute, d’attendrir à
mon égard celle qui m’avait exilé de son cœur. De sorte qu’un jour me
trouvant dans une société dont elle faisait partie, je la vis venir à
moi et me tendre la main. Comment interpréter cette démarche et le
regard profond et triste dont elle accompagna son salut ? J’y crus voir
le pardon du passé ; l’accent divin de la pitié donnait aux simples
paroles qu’elle m’adressa une valeur inexprimable, comme si quelque
chose de la religion se mêlait aux douceurs d’un amour jusque-là
profane, et lui imprimait le caractère de l’éternité.<br />
Un devoir impérieux me forçait de retourner à Paris, mais je pris
aussitôt la résolution de n’y rester que peu de jours et de revenir
auprès de mes deux amies. La joie et l’impatience me donnèrent alors une
sorte d’étourdissement qui se compliquait du soin des affaires que
j’avais à terminer. <span class="pagenum" id="22" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/22"></span>Un
soir, vers minuit, je remontais un faubourg où se trouvait ma demeure,
lorsque, levant les yeux par hasard, je remarquai le numéro d’une maison
éclairé par un réverbère. Ce nombre était celui de mon âge. Aussitôt,
en baissant les yeux, je vis devant moi une femme au teint blême, aux
yeux caves, qui me semblait avoir les traits d’Aurélia. Je me dis : —
C’est <i>sa mort</i> ou la mienne qui m’est annoncée ! Mais je ne sais
pourquoi j’en restai à la dernière supposition, et je me frappai de
cette idée, que ce devait être le lendemain à la même heure.<br />
Cette nuit-là, je fis un rêve qui me confirma dans ma pensée. —
J’errais dans un vaste édifice composé de plusieurs salles, dont les
unes étaient consacrées à l’étude, d’autres à la conversation ou aux
discussions philosophiques. Je m’arrêtai avec intérêt dans une des
premières, où je crus reconnaître mes anciens maîtres et mes anciens
condisciples. Les leçons continuaient sur les auteurs grecs et latins,
avec ce bourdonnement monotone qui semble une prière à la déesse <span class="coquille" title="Mnémosine">Mnémosyne</span>.
— Je passai dans une autre salle, où avaient lieu des conférences
philosophiques. J’y pris part quelque temps, puis j’en sortis pour
chercher ma chambre dans une sorte d’hôtellerie aux escaliers immenses,
pleins de voyageurs affairés. <span class="pagenum" id="23" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/23"></span><br />
Je me perdis plusieurs fois dans les longs corridors, et, en
traversant une des galeries centrales, je fus frappé d’un spectacle
étrange. Un être d’une grandeur démesurée — homme ou femme, je ne sais, —
voltigeait péniblement au-dessus de l’espace et semblait se débattre
parmi des nuages épais. Manquant d’haleine et de force, il tomba enfin
au milieu de la cour obscure, accrochant et froissant ses ailes le long
des toits et des balustres. Je pus le contempler un instant. Il était
coloré de teintes vermeilles, et ses ailes brillaient de mille reflets
changeants. Vêtu d’une robe longue à plis antiques, il ressemblait à
l’Ange de la <i>Mélancolie</i> d’Albrecht <span class="coquille" title="Durer">Dürer</span>. — Je ne pus m’empêcher de pousser des cris d’effroi, qui me réveillèrent en sursaut.<br />
Le jour suivant, je me hâtai d’aller voir tous mes amis. Je leur
faisais mentalement mes adieux, et, sans leur rien dire de ce qui
m’occupait l’esprit, je dissertais chaleureusement sur des sujets
mystiques ; je les étonnais par une éloquence particulière, il me
semblait que je savais tout, et que les mystères du monde se révélaient à
moi dans ces heures suprêmes.<br />
Le soir, lorsque l’heure fatale semblait s’approcher, je dissertais
avec deux amis, à la table d’un cercle, sur la peinture et sur la
musique, <span class="pagenum" id="24" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/24"></span>définissant
à mon point de vue la génération des couleurs et le sens des nombres.
L’un d’eux, nommé Paul **, voulut me reconduire chez moi, mais je lui
dis que je ne rentrais pas. « Où vas-tu ? me dit-il. — <i>Vers l’Orient.</i> »
Et pendant qu’il m’accompagnait, je me mis à chercher dans le ciel une
étoile, que je croyais connaître, comme si elle avait quelque influence
sur ma destinée. L’ayant trouvée, je continuai ma marche en suivant les
rues dans la direction desquelles elle était visible, marchant pour
ainsi dire au-devant de mon destin, et voulant apercevoir l’étoile
jusqu’au moment où la mort devait me frapper. Arrivé cependant au
confluent de trois rues, je ne voulus pas aller plus loin. Il me
semblait que mon ami déployait une force surhumaine pour me faire
changer de place ; il grandissait à mes yeux et prenait les traits d’un
apôtre. Je croyais voir le lieu où nous étions s’élever et perdre les
formes que lui donnait sa configuration urbaine : — sur une colline,
entourée de vastes solitudes, cette scène devenait le combat de deux
Esprits et comme une tentation biblique. — Non ! disais-je, je
n’appartiens pas à ton ciel. Dans cette étoile sont ceux qui
m’attendent. Ils sont antérieurs à la révélation que tu as annoncée.
Laisse-moi les rejoindre, car celle que j’aime leur appartient, et c’est
là que nous devons nous retrouver !<br />
<br />
<span class="pagenum" id="25" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/25"></span><br />
<div style="text-align: center;">
CHAPITRE III</div>
Ici a commencé pour moi ce que j’appellerai l’épanchement du songe
dans la vie réelle. À dater de ce moment, tout prenait parfois un aspect
double, — et cela sans que le raisonnement manquât jamais de logique,
sans que la mémoire perdît les plus légers détails de ce qui m’arrivait.
Seulement, mes actions, insensées en apparence, étaient soumises à ce
que l’on appelle illusion, selon la raison humaine…<br />
Cette idée m’est revenue bien des fois, que, dans certains moments
graves de la vie, tel Esprit du monde extérieur s’incarnait tout à coup
en la forme d’une personne ordinaire, et agissait ou tentait d’agir sur
nous, sans que cette personne en eût la connaissance ou en gardât le
souvenir.<br />
Mon ami m’avait quitté, voyant ses efforts inutiles, et me croyant
sans doute en proie à quelque idée fixe que la marche calmerait. Me
trouvant seul, je me levai avec effort et me remis en route dans la
direction de l’étoile sur laquelle je ne cessais de fixer les yeux. Je
chantais en marchant un hymne <span class="pagenum" id="26" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/26"></span>mystérieux
dont je croyais me souvenir comme l’ayant entendu dans quelque autre
existence, et qui me remplissait d’une joie ineffable. En même temps, je
quittais mes habits terrestres et je les dispersais autour de moi. La
route semblait s’élever toujours et l’étoile s’agrandir. Puis je restai
les bras étendus, attendant le moment où l’âme allait se séparer du
corps, attirée magnétiquement dans le rayon de l’étoile. Alors, je
sentis un frisson ; le regret de la terre et de ceux que j’y aimais me
saisit au cœur, et je suppliai si ardemment en moi-même l’Esprit qui
m’attirait à lui, qu’il me sembla que je redescendais parmi les hommes.
Une ronde de nuit m’entourait : — j’avais alors l’idée que j’étais
devenu très grand, — et que, tout inondé de forces électriques, j’allais
renverser tout ce qui m’approchait. Il y avait quelque chose de comique
dans le soin que je prenais de ménager les forces et la vie des soldats
qui m’avaient recueilli.<br />
Si je ne pensais que la mission d’un écrivain est d’analyser
sincèrement ce qu’il éprouve dans les graves circonstances de la vie, et
si je ne me proposais un but que je crois utile, je m’arrêterais ici,
et je n’essayerais pas de décrire ce que j’éprouvai ensuite dans une
série de visions insensées peut-être, ou vulgairement maladives… Étendu
sur un lit de camp, je crus voir le ciel se dévoiler et s’ouvrir <span class="pagenum" id="27" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/27"></span>en
mille aspects de magnificences inouïes. Le destin de l’Âme délivrée
semblait se révéler à moi comme pour me donner le regret d’avoir voulu
reprendre pied de toutes les forces de mon esprit sur la terre que
j’allais quitter… D’immenses cercles se traçaient dans l’infini, comme
les orbes que forme l’eau troublée par la chute d’un corps ; chaque
région, peuplée de figures radieuses, se colorait, se mouvait et se
fondait tour à tour, et une divinité, toujours la même, rejetait en
souriant les masques furtifs de ses diverses incarnations, et se
réfugiait enfin insaisissable dans les mystiques splendeurs du ciel
d’Asie.<br />
Cette vision céleste, par un de ces phénomènes que tout le monde a pu
éprouver dans certains rêves, ne me laissait pas étranger à ce qui se
passait autour de moi. Couché sur un lit de camp, j’entendais que les
soldats s’entretenaient d’un inconnu arrêté comme moi et dont la voix
avait retenti dans la même salle. Par un singulier effet de vibration,
il me semblait que cette voix résonnait dans ma poitrine et que mon âme
se dédoublait pour ainsi dire, — distinctement partagée entre la vision
et la réalité. Un instant, j’eus l’idée de me retourner avec effort vers
celui dont il était question, puis je frémis en me rappelant une
tradition bien connue en Allemagne, qui dit que chaque <span class="pagenum" id="28" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/28"></span>homme a un <i>double</i>,
et que, lorsqu’il le voit, la mort est proche. — Je fermai les yeux et
j’entrai dans un état d’esprit confus où les figures fantasques ou
réelles qui m’entouraient se brisaient en mille apparences fugitives. Un
instant, je vis près de moi deux de mes amis qui me réclamaient, les
soldats me désignèrent ; puis la porte s’ouvrit et quelqu’un de ma
taille, dont je ne voyais pas la figure, sortit avec mes amis que je
rappelais en vain. — Mais on se trompe ! m’écriais-je, c’est moi qu’ils
sont venus chercher et c’est un autre qui sort ! Je fis tant de bruit
que l’on me mit au cachot.<br />
J’y restai plusieurs heures dans une sorte d’abrutissement ; enfin, les deux amis que j’avais <i>cru voir</i>
déjà vinrent me chercher avec une voiture. Je leur racontai tout ce qui
s’était passé, mais ils nièrent être venus dans la nuit. Je dînai avec
eux assez tranquillement ; mais, à mesure que la nuit approchait, il me
sembla que j’avais à redouter l’heure même qui, la veille, avait risqué
de m’être fatale. Je demandai à l’un d’eux une bague orientale qu’il
avait au doigt et que je regardais comme un ancien talisman, et, prenant
un foulard, je la nouai autour de mon cou, en ayant soin de tourner le
chaton, composé d’une turquoise, sur un point de la nuque où je sentais
une douleur. Selon moi, ce point était <span class="pagenum" id="29" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/29"></span>celui
par où l’âme risquerait de sortir au moment où un certain rayon, parti
de l’étoile que j’avais vue la veille, coïnciderait relativement à moi
avec le zénith. Soit par hasard, soit par l’effet de ma forte
préoccupation, je tombai comme foudroyé, à la même heure que la veille.
On me mit sur un lit, et pendant longtemps je perdis le sens et la
liaison des images qui s’offrirent à moi.<br />
Cet état dura plusieurs jours. Je fus transporté dans une maison de
santé. Beaucoup de parents et d’amis me visitèrent sans que j’en eusse
la connaissance. La seule différence pour moi de la veille au sommeil
était que, dans la première, tout se transfigurait à mes yeux ; chaque
personne qui m’approchait semblait changée, les objets matériels avaient
comme une pénombre qui en modifiait la forme, et les jeux de la
lumière, les combinaisons des couleurs se décomposaient, de manière à
m’entretenir dans une série constante d’impressions qui se liaient entre
elles, et dont le rêve, plus dégagé des éléments extérieurs, continuait
la probabilité.<br />
<br />
<span class="pagenum" id="31" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/31"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre IV</div>
Un soir, je crus avec certitude être transporté sur les bords du
Rhin. En face de moi se trouvaient des rocs sinistres dont la
perspective s’ébauchait dans l’ombre. J’entrai dans une maison riante,
dont un rayon du soleil couchant traversait gaiement les contrevents
verts que festonnait la vigne. Il me semblait que je rentrais dans une
demeure connue, celle d’un oncle maternel, peintre flamand, mort depuis
plus d’un siècle. Les tableaux ébauchés étaient suspendus çà et là ;
l’un deux représentait la fée célèbre de ce rivage. Une vieille
servante, que j’appelai Marguerite et qu’il me semblait connaître depuis
l’enfance, me dit : « N’allez-vous pas vous mettre au lit ? car vous
venez de loin, et votre oncle rentrera tard ; on vous réveillera pour
souper. » Je m’étendis sur un lit à colonnes drapé de perse à grandes
fleurs rouges. Il y avait en face de moi une horloge rustique accrochée
au mur, et sur cette horloge un oiseau qui se mit à parler comme une
personne. Et j’avais l’idée que l’âme de mon aïeul était dans cet
oiseau ; mais je ne m’étonnais pas plus de son langage et de <span class="pagenum" id="32" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/32"></span>sa
forme que de me voir comme transporté d’un siècle en arrière. L’oiseau
me parlait de personnes de ma famille vivantes ou mortes en divers
temps, comme si elles existaient simultanément, et me dit : « Vous voyez
que votre oncle avait eu soin de faire <i>son</i> portrait d’avance… maintenant, <i>elle</i>
est avec nous. » Je portai les yeux sur une toile qui représentait une
femme en costume ancien à l’allemande, penchée sur le bord du fleuve et
les yeux attirés vers une touffe de myosotis. — Cependant la nuit
s’épaississait peu à peu, et les aspects, les sons et le sentiment des
lieux se confondaient dans mon esprit somnolent ; je crus tomber dans un
abîme qui traversait le globe. Je me sentais emporté sans souffrance
par un courant de métal fondu, et mille fleuves pareils, dont les
teintes indiquaient les différences chimiques, sillonnaient le sein de
la terre comme les vaisseaux et les veines qui serpentent parmi les
lobes du cerveau. Tous coulaient, circulaient et vibraient ainsi, et
j’eus le sentiment que ces courants étaient composés d’âmes vivantes, à
l’état moléculaire, que la rapidité de ce voyage m’empêchait seule de
distinguer. Une clarté blanchâtre s’infiltrait peu à peu dans ces
conduits et je vis enfin s’élargir, ainsi qu’une vaste coupole, un
horizon nouveau où se traçaient des îles entourées de flots lumineux. Je
me trouvai sur une <span class="pagenum" id="33" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/33"></span>côte
éclairée de ce jour sans soleil, et je vis un vieillard qui cultivait
la terre. Je le reconnus pour le même qui m’avait parlé par la voix de
l’oiseau, et, soit qu’il me parlât, soit que je le comprisse en
moi-même, il devenait clair pour moi que les aïeux prenaient la forme de
certains animaux pour nous visiter sur la terre, et qu’ils assistaient
ainsi, muets observateurs, aux phases de notre existence.<br />
Le vieillard quitta son travail et m’accompagna jusqu’à une maison
qui s’élevait près de là. Le paysage qui nous entourait me rappelait
celui d’un pays de la Flandre française où mes parents avaient vécu et
où se trouvent leurs tombes : le champ entouré de bosquets à la lisière
du bois, le lac voisin, la rivière et le lavoir, le village et sa rue
qui monte, les collines de grès sombre et leurs touffes de genêts et de
bruyères, — image rajeunie des lieux que j’avais aimés. Seulement, la
maison où j’entrai ne m’était point connue. Je compris qu’elle avait
existé dans je ne sais quel temps, et qu’en ce monde que je visitais
alors, le fantôme des choses accompagnait celui du corps.<br />
J’entrai dans une vaste salle où beaucoup de personnes étaient
réunies. Partout je retrouvais des figures connues. Les traits des
parents morts que j’avais pleurés se trouvaient reproduits dans d’autres
qui, vêtus de costumes plus anciens, me faisaient <span class="pagenum" id="34" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/34"></span>le
même accueil paternel. Ils paraissaient s’être assemblés pour un
banquet de famille. Un de ces parents vint à moi et m’embrassa
tendrement. Il portait un costume ancien dont les couleurs semblaient
pâlies, et sa figure souriante, sous ses cheveux poudrés, avait quelque
ressemblance avec la mienne. Il me semblait plus précisément vivant que
les autres, et pour ainsi dire en rapport plus volontaire avec mon
esprit. — C’était mon oncle. Il me fit placer près de lui, et une sorte
de communication s’établit entre nous ; car je ne puis dire que
j’entendisse sa voix ; seulement, à mesure que ma pensée se portait sur
un point, l’explication m’en devenait claire aussitôt, et les images se
précisaient devant mes yeux comme des peintures animées.<br />
— Cela est donc vrai ! disais-je avec ravissement, nous sommes
immortels et nous conservons ici les images du monde que nous avons
habité. Quel bonheur de songer que tout ce que nous avons aimé existera
toujours autour de nous !… J’étais bien fatigué de la vie !<br />
– Ne te hâte pas, dit-il, de te réjouir, car tu appartiens encore au
monde d’en haut et tu as à supporter de rudes années d’épreuves. Le
séjour qui t’enchante a lui-même ses douleurs, ses luttes et ses
dangers. La terre où nous avons vécu est <span class="pagenum" id="35" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/35"></span>toujours
le théâtre où se nouent et se dénouent nos destinées : nous sommes les
rayons du feu central qui l’anime et qui déjà s’est affaibli…<br />
— Eh quoi ! dis-je, la terre pourrait mourir, et nous serions envahis par le néant ?<br />
— Le néant, dit-il, n’existe pas dans le sens qu’on l’entend ; mais
la terre est elle-même un corps matériel dont la somme des esprits est
l’âme. La matière ne peut pas plus périr que l’esprit, mais elle peut se
modifier selon le bien et selon le mal. Notre passé et notre avenir
sont solidaires. Nous vivons dans notre race, et notre race vit en nous.<br />
Cette idée me devint aussitôt sensible, et, comme si les murs de la
salle se fussent ouverts sur des perspectives infinies, il me semblait
voir une chaîne non interrompue d’hommes et de femmes en qui j’étais et
qui étaient moi-même ; les costumes de tous les peuples, les images de
tous les pays apparaissaient distinctement à la fois, comme si mes
facultés d’attention s’étaient multipliées sans se confondre, par un
phénomène d’espace analogue à celui du temps qui concentre un siècle
d’action dans une minute de rêve. Mon étonnement s’accrut en voyant que
cette immense énumération se composait seulement des personnes qui se
trouvaient dans la salle et dont j’avais vu les images se diviser et se
combiner en mille aspects fugitifs. <span class="pagenum" id="36" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/36"></span><br />
— Nous sommes sept, dis-je à mon oncle.<br />
— C’est en effet, dit-il, le nombre typique de chaque famille humaine, et, par extension, sept fois sept, et davantage.<br />
Je ne puis espérer de faire comprendre cette réponse, qui pour
moi-même est restée très obscure. La métaphysique ne me fournit pas de
termes pour la perception qui me vint alors du rapport de ce nombre de
personnes avec l’harmonie générale. On conçoit bien dans le père et la
mère l’analogie des forces électriques de la nature ; mais comment
établir les centres individuels émanés d’eux, — dont ils émanent, comme
une <i>figure</i> animique collective, dont la combinaison serait à la
fois multiple et bornée ? Autant vaudrait demander compte à la fleur du
nombre de ses pétales ou des divisions de sa corolle…, au sol des
figures qu’il trace, au soleil des couleurs qu’il produit.<br />
<br />
<span class="pagenum" id="37" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/37"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre V</div>
Tout changeait de forme autour de moi. L’esprit avec qui je
m’entretenais n’avait plus le même aspect. C’était un jeune homme qui
désormais recevait plutôt de moi les idées qu’il ne me les communiquait…
Étais-je allé trop loin dans ces hauteurs qui donnent le vertige ? Il
me sembla comprendre que ces questions étaient obscures ou dangereuses,
même pour les esprits du monde que je percevais alors… Peut-être aussi
un pouvoir supérieur m’interdisait-il ces recherches. Je me vis errant
dans les rues d’une cité très populeuse et inconnue. Je remarquai
qu’elle était bossuée de collines et dominée par un mont tout couvert
d’habitations. À travers le peuple de cette capitale, je distinguais
certains hommes qui paraissaient appartenir à une nation particulière ;
leur air vif, résolu, l’accent énergique de leurs traits, me faisaient
songer aux races indépendantes et guerrières des pays de montagnes ou de
certaines îles peu fréquentées par les étrangers ; toutefois c’est au
milieu d’une grande ville et d’une population mélangée et <span class="pagenum" id="38" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/38"></span>banale
qu’ils savaient maintenir ainsi leur individualité farouche. Qu’étaient
donc ces hommes ? Mon guide me fit gravir des rues escarpées et
bruyantes où retentissaient les bruits divers de l’industrie. Nous
montâmes encore par de longues séries d’escaliers, au-delà desquels la
vue se découvrit. Çà et là, des terrasses revêtues de treillages, des
jardinets ménagés sur quelques espaces aplatis, des toits, des pavillons
légèrement construits, peints et sculptés avec une capricieuse
patience : des perspectives reliées par de longues traînées de verdures
grimpantes séduisaient l’œil et plaisaient à l’esprit comme l’aspect
d’une oasis délicieuse, d’une solitude ignorée au-dessus du tumulte et
de ces bruits d’en bas, qui là n’étaient plus que murmure. On a souvent
parlé de nations proscrites, vivant dans l’ombre des nécropoles et des
catacombes ; c’était ici le contraire sans doute. Une race heureuse
s’était créé cette retraite aimée des oiseaux, des fleurs, de l’air pur
et de la clarté. — Ce sont, me dit mon guide, les anciens habitants de
cette montagne qui domine la ville où nous sommes en ce moment.
Longtemps ils ont vécu simples de mœurs, aimants et justes, conservant
les vertus naturelles des premiers jours du monde. Le peuple environnant
les honorait et se modelait sur eux. <span class="pagenum" id="39" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/39"></span><br />
Du point où j’étais alors, je descendis, suivant mon guide, dans une
de ces hautes habitations dont les toits réunis présentaient cet aspect
étrange. Il me semblait que mes pieds s’enfonçaient dans les couches
successives des édifices de différents âges. Ces fantômes de
constructions en découvraient toujours d’autres où se distinguait le
goût particulier de chaque siècle, et cela me représentait l’aspect des
fouilles que l’on fait dans les cités antiques, si ce n’est que c’était
aéré, vivant, traversé des mille jeux de la lumière. Je me trouvai enfin
dans une vaste chambre où je vis un vieillard travaillant devant une
table à je ne sais quel ouvrage d’industrie. — Au moment où je
franchissais la porte, un homme vêtu de blanc, dont je distinguais mal
la figure, me menaça d’une arme qu’il tenait à la main ; mais celui qui
m’accompagnait lui fit signe de s’éloigner. Il semblait qu’on eût voulu
m’empêcher de pénétrer dans le mystère de ces retraites. Sans rien
demander à mon guide, je compris par intuition que ces hauteurs et en
même temps ces profondeurs étaient la retraite des habitants primitifs
de la montagne. Bravant toujours le flot envahissant des accumulations
de races nouvelles, ils vivaient là, simples de mœurs, aimants et
justes, adroits, fermes et ingénieux, — et pacifiquement vainqueurs des <span class="pagenum" id="40" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/40"></span>masses
aveugles qui avaient tant de fois envahi leur héritage. Eh quoi ! ni
corrompus, ni détruits, ni esclaves ; purs, quoique ayant vaincu
l’ignorance ; conservant dans l’aisance les vertus de la pauvreté. — Un
enfant s’amusait à terre avec des cristaux, des coquillages et des
pierres gravées, faisant sans doute un jeu d’une étude. Une femme âgée,
mais belle encore, s’occupait du soin du ménage. En ce moment, plusieurs
jeunes gens entrèrent avec bruit, comme revenant de leurs travaux. Je
m’étonnais de les voir tous vêtus de blanc ; mais il paraît que c’était
une illusion de ma vue ; pour la rendre sensible, mon guide se mit à
dessiner leur costume qu’il teignit de couleurs vives, me faisant
comprendre qu’ils étaient ainsi en réalité. La blancheur qui m’étonnait
provenait peut-être d’un éclat particulier, d’un jeu de lumière où se
confondaient les teintes ordinaires du prisme. Je sortis de la chambre
et je me vis sur une terrasse disposée en parterre. Là se promenaient et
jouaient des jeunes filles et des enfants. Leurs vêtements me
paraissaient blancs comme les autres, mais ils étaient agrémentés par
des broderies de couleur rose. Ces personnes étaient si belles, leurs
traits si gracieux, et l’éclat de leur âme transparaissait si vivement à
travers leurs formes délicates, qu’elles inspiraient toutes une <span class="pagenum" id="41" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/41"></span>sorte d’amour sans préférence et sans désir, résumant tous les enivrements des passions vagues de la jeunesse.<br />
Je ne puis rendre le sentiment que j’éprouvai de ces êtres charmants
qui m’étaient chers sans que je les connusse. C’était comme une famille
primitive et céleste, dont les yeux souriants cherchaient les miens avec
une douce compassion. Je me mis à pleurer à chaudes larmes, comme au
souvenir d’un paradis perdu. Là, je sentis amèrement que j’étais un
passant dans ce monde à la fois étranger et chéri, et je frémis à la
pensée que je devais retourner dans la vie. En vain, femmes et enfants
se pressaient autour de moi pour me retenir. Déjà leurs formes
ravissantes se fondaient en vapeurs confuses ; ces beaux visages
pâlissaient, et ces traits accentués, ces yeux étincelants se perdaient
dans une ombre où luisait encore le dernier éclair du sourire…<br />
Telle fut cette vision, ou tels furent du moins les détails
principaux dont j’ai gardé le souvenir. L’état cataleptique où je
m’étais trouvé pendant plusieurs jours me fut expliqué scientifiquement,
et les récits de ceux qui m’avaient vu ainsi me causaient une sorte
d’irritation quand je voyais qu’on attribuait à l’aberration d’esprit
les mouvements ou les paroles coïncidant avec les diverses <span class="pagenum" id="42" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/42"></span>phases
de ce qui constituait pour moi une série d’événements logiques.
J’aimais davantage ceux de mes amis qui, par une patiente complaisance
ou par suite d’idées analogues aux miennes, me faisaient faire de longs
récits des choses que j’avais vues en esprit. L’un d’eux me dit en
pleurant : « N’est-ce pas que c’est vrai qu’il y a un Dieu ? — Oui ! »
lui dis-je avec enthousiasme.<br />
Et nous nous embrassâmes comme deux frères de cette patrie mystique
que j’avais entrevue. — Quel bonheur je trouvai d’abord dans cette
conviction ! Ainsi ce doute éternel de l’immortalité de l’âme qui
affecte les meilleurs esprits se trouvait résolu pour moi. Plus de mort,
plus de tristesse, plus d’inquiétude. Ceux que j’aimais, parents, amis,
me donnaient des signes certains de leur existence éternelle, et je
n’étais plus séparé d’eux que par les heures du jour. J’attendais celles
de la nuit dans une douce mélancolie.<br />
<br />
<span class="pagenum" id="43" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/43"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre VI</div>
Un rêve que je fis encore me confirma dans cette pensée. Je me
trouvai tout à coup dans une salle qui faisait partie de la demeure de
mon aïeul. Elle semblait s’être agrandie seulement. Les vieux meubles
luisaient d’un poli merveilleux, les tapis et les rideaux étaient comme
remis à neuf, un jour trois fois plus brillant que le jour naturel
arrivait par la croisée et par la porte, et il y avait dans l’air une
fraîcheur et un parfum des premières matinées du printemps. Trois femmes
travaillaient dans cette pièce, et représentaient, sans leur ressembler
absolument, des parentes et des amies de ma jeunesse. Il semblait que
chacune eût les traits de plusieurs de ces personnes. Les contours de
leurs figures variaient comme la flamme d’une lampe, et à tout moment
quelque chose de l’une passait dans l’autre ; le sourire, la voix, la
teinte des yeux, de la chevelure, la taille, les gestes familiers,
s’échangeaient comme si elles eussent vécu de la même vie, et chacune
était ainsi un composé <span class="pagenum" id="44" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/44"></span>de toutes, pareille à ces types que les peintres imitent de plusieurs modèles pour réaliser une beauté complète.<br />
La plus âgée me parlait avec une voix vibrante et mélodieuse que je
reconnaissais pour l’avoir entendue dans l’enfance, et je ne sais ce
qu’elle me disait qui me frappait par sa profonde justesse. Mais elle
attira ma pensée sur moi-même, et je me <span class="coquille" title="mis">vis</span>
vêtu d’un petit habit brun de forme ancienne, entièrement tissé à
l’aiguille de fils ténus comme ceux des toiles d’araignées. Il était
coquet, gracieux et imprégné de douces odeurs. Je me sentais tout
rajeuni et tout pimpant dans ce vêtement qui sortait de leurs doigts de
fée, et je les remerciai en rougissant, comme si je n’eusse été qu’un
petit enfant devant de grandes belles dames. Alors l’une d’elles se leva
et se dirigea vers le jardin.<br />
Chacun sait que, dans les rêves, on ne voit jamais le soleil, bien
qu’on ait souvent la perception d’une clarté beaucoup plus vive. Les
objets et les corps sont lumineux par eux-mêmes. Je me vis dans un petit
parc où se prolongeaient des treilles en berceaux chargés de lourdes
grappes de raisins blancs et noirs ; à mesure que la dame qui me guidait
s’avançait sous ces berceaux, l’ombre des treillis croisés variait pour
mes yeux ses formes et ses <span class="pagenum" id="45" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/45"></span>vêtements.
Elle en sortit enfin, et nous nous trouvâmes dans un espace découvert.
On y apercevait à peine la trace d’anciennes allées qui l’avaient jadis
coupé en croix. La culture était négligée depuis longues années, et des
plants épars de clématites, de houblon, de chèvrefeuille, de jasmin, de
lierre, d’aristoloche, étendaient entre des arbres d’une croissance
vigoureuse leurs longues traînées de lianes. Des branches pliaient
jusqu’à terre chargées de fruits, et parmi des touffes d’herbes
parasites s’épanouissaient quelques fleurs de jardin revenues à l’état
sauvage.<br />
De loin en loin s’élevaient des massifs de peupliers, d’acacias et de
pins, au sein desquels on entrevoyait des statues noircies par le
temps. J’aperçus devant moi un entassement de rochers couverts de lierre
d’où jaillissait une source d’eau vive, dont le clapotement harmonieux
résonnait sur un bassin d’eau dormante à demi voilée des larges feuilles
du nénuphar.<br />
La dame que je suivais, développant sa taille élancée dans un
mouvement qui faisait miroiter les plis de sa robe en taffetas
changeant, entoura gracieusement de son bras nu une longue tige de rose
trémière, puis elle se mit à grandir sous un clair rayon de lumière, de
telle sorte que peu à peu le jardin prenait sa forme, et les <span class="pagenum" id="46" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/46"></span>parterres
et les arbres devenaient les rosaces et les festons de ses vêtements ;
tandis que sa figure et ses bras imprimaient leurs contours aux nuages
pourprés du ciel. Je la perdais ainsi de vue à mesure qu’elle se
transfigurait, car elle semblait s’évanouir dans sa propre grandeur.
« Oh ! ne fuis pas ! m’écriai-je… car la nature meurt avec toi ! »<br />
Disant ces mots, je marchais péniblement à travers les ronces, comme
pour saisir l’ombre agrandie qui m’échappait ; mais je me heurtai à un
pan de mur dégradé, au pied duquel gisait un buste de femme. En le
relevant, j’eus la persuasion que c’était <i>le sien</i>… Je reconnus
des traits chéris, et, portant les yeux autour de moi, je vis que le
jardin avait pris l’aspect d’un cimetière. Des voix disaient :
« L’Univers est dans la nuit ! »<br />
<br />
<span class="pagenum" id="47" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/47"></span><br />
<div style="text-align: center;">
CHAPITRE VII</div>
<span class="coquille" title="Le">Ce</span> rêve si heureux à son
début me jeta dans une grande perplexité. Que signifiait-il ? Je ne le
sus que plus tard. Aurélia était morte.<br />
Je n’eus d’abord que la nouvelle de sa maladie. Par suite de l’état
de mon esprit, je ne ressentis qu’un vague chagrin mêlé d’espoir. Je
croyais moi-même n’avoir que peu de temps à vivre, et j’étais désormais
assuré de l’existence d’un monde où les cœurs aimants se retrouvent.
D’ailleurs, elle m’appartenait bien plus dans sa mort que dans sa vie…
Égoïste pensée que ma raison devait payer plus tard par d’amers regrets.<br />
Je ne voudrais pas abuser des pressentiments ; le hasard fait
d’étranges choses ; mais je fus alors préoccupé d’un souvenir de notre
union trop rapide. Je lui avais donné une bague d’un travail ancien dont
le chaton était formé d’une opale taillée en cœur. Comme cette bague
était trop grande pour son doigt, j’avais eu l’idée fatale de la faire
couper pour en diminuer l’anneau ; je ne compris ma faute <span class="pagenum" id="48" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/48"></span>qu’en entendant le bruit de la scie. Il me sembla voir couler du sang…<br />
Les soins de l’art m’avaient rendu à la santé sans avoir encore
ramené dans mon esprit le cours régulier de la raison humaine. La maison
où je me trouvais, située sur une hauteur, avait un vaste jardin planté
d’arbres précieux. L’air pur de la colline où elle était située, les
premières haleines du printemps, les douceurs d’une société toute
sympathique, m’apportaient de longs jours de calme.<br />
Les premières feuilles des sycomores me ravissaient par la vivacité
de leurs couleurs, semblables aux panaches des coqs de Pharaon. La vue,
qui s’étendait au-dessus de la plaine, présentait du matin au soir des
horizons charmants, dont les teintes graduées plaisaient à mon
imagination. Je peuplais les coteaux et les nuages de figures divines
dont il me semblait voir distinctement les formes. — Je voulus fixer
davantage mes pensées favorites et, à l’aide de charbons et de morceaux
de brique que je ramassais, je couvris bientôt les murs d’une série de
fresques où se réalisaient mes impressions. Une figure dominait toujours
les autres : c’était celle d’Aurélia, peinte sous les traits d’une
divinité, telle qu’elle m’était apparue dans mon rêve. Sous ses pieds
tournait une roue, et les dieux lui faisaient cortège. Je parvins à
colorier ce groupe en <span class="pagenum" id="49" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/49"></span>exprimant
le suc des herbes et des fleurs. — Que de fois j’ai rêvé devant cette
chère idole ! Je fis plus, je tentai de figurer avec de la terre le
corps de celle que j’aimais ; tous les matins, mon travail était à
refaire, car les fous, jaloux de mon bonheur, se plaisaient à en
détruire l’image.<br />
On me donna du papier, et pendant longtemps je m’appliquai à
représenter, par mille figures accompagnées de récits, de vers et
d’inscriptions en toutes langues connues, une sorte d’histoire du monde
mêlée de souvenirs d’études et de fragments de songes que ma
préoccupation rendait plus sensible ou qui en prolongeait la durée. Je
ne m’arrêtais pas aux traditions modernes de la création. Ma pensée
remontait au-delà : j’entrevoyais, comme en un souvenir, le premier
pacte formé par les génies au moyen de talismans. J’avais essayé de
réunir les pierres de la <i>Table sacrée</i>, et de représenter à l’entour les sept premiers <i>Éloïm</i> qui s’étaient partagé le monde.<br />
Ce système d’histoire, emprunté aux traditions orientales, commençait
par l’heureux accord des Puissances de la nature, qui formulaient et
organisaient l’univers. — Pendant la nuit qui précéda mon travail, je
m’étais cru transporté dans une planète obscure où se débattaient les
premiers germes de la création. Du sein de l’argile encore <span class="pagenum" id="50" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/50"></span>molle
s’élevaient des palmiers gigantesques, des euphorbes vénéneux et des
acanthes tortillées autour des cactus ; — les figures arides des rochers
s’élançaient comme des squelettes de cette ébauche de création, et de
hideux reptiles serpentaient, s’élargissaient ou s’arrondissaient au
milieu de l’inextricable réseau d’une végétation sauvage. La pâle
lumière des astres éclairait seule les perspectives bleuâtres de cet
étrange horizon ; cependant, à mesure que ces créations se formaient,
une étoile plus lumineuse y puisait les germes de la clarté.<br />
<br />
<span class="pagenum" id="51" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/51"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre VIII</div>
Puis les monstres changeaient de forme, et, dépouillant leurs
premières peaux, se dressaient plus puissants sur des pattes
gigantesques ; l’énorme masse de leurs corps brisait les branches et les
herbages, et, dans le désordre de la nature, ils se livraient des
combats auxquels je prenais part moi-même, car j’avais un corps aussi
étrange que les leurs. Tout à coup une singulière harmonie résonna dans
nos solitudes, et il semblait que les cris, les rugissements et les
sifflements confus des êtres primitifs se modulassent désormais sur cet
air divin. Les variations se succédaient à l’infini, la planète
s’éclairait peu à peu, des formes divines se dessinaient sur la verdure
et sur les profondeurs des bocages, et, désormais domptés, tous les
monstres que j’avais vus dépouillaient leurs formes bizarres et
devenaient hommes et femmes ; d’autres revêtaient, dans leurs
transformations, la figure des bêtes sauvages, des poissons et des
oiseaux.<br />
Qui donc avait fait ce miracle ? Une déesse <span class="pagenum" id="52" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/52"></span>rayonnante guidait dans ces nouveaux <i>avatars</i>
l’évolution rapide des humains. Il s’établit alors une distinction de
races qui, partant de l’ordre des oiseaux, comprenait aussi les bêtes,
les poissons et les reptiles : c’étaient les Dives, les Péris, les
Ondins et les Salamandres ; chaque fois qu’un de ces êtres mourait, il
renaissait aussitôt sous une forme plus belle et chantait la gloire des
dieux. — Cependant, l’un des Éloïm eut la pensée de créer une cinquième
race, composée des éléments de la terre, et qu’on appela les <i>Afrites</i>.
— Ce fut le signal d’une révolution complète parmi les Esprits qui ne
voulurent pas reconnaître les nouveaux possesseurs du monde. Je ne sais
combien de mille ans durèrent ces combats qui ensanglantèrent le globe.
Trois des Éloïm avec les Esprits de leurs races furent enfin relégués au
midi de la terre, où ils fondèrent de vastes royaumes. Ils avaient
emporté les secrets de la divine <i>cabale</i> qui lie les mondes, et
prenaient leur force dans l’adoration de certains astres auxquels ils
correspondent toujours. Ces nécromants, bannis aux confins de la terre,
s’étaient entendus pour se transmettre la puissance. Entouré de femmes
et d’esclaves, chacun de leurs souverains s’était assuré de pouvoir
renaître sous la forme d’un de ses enfants. Leur vie était de mille ans.
De puissants cabalistes les <span class="pagenum" id="53" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/53"></span>enfermaient,
à l’approche de leur mort, dans des sépulcres bien gardés où ils les
nourrissaient d’élixirs et de substances conservatrices. Longtemps
encore ils gardaient les apparences de la vie : puis semblables à la
chrysalide qui file son cocon, ils s’endormaient quarante jours pour
renaître sous la forme d’un jeune enfant qu’on appelait plus tard à
l’empire.<br />
Cependant les forces vivifiantes de la terre s’épuisaient à nourrir
ces familles, dont le sang toujours le même inondait des rejetons
nouveaux. Dans de vastes souterrains, creusés sous les hypogées et sous
les pyramides, ils avaient accumulé tous les trésors des races passées
et certains talismans qui les protégeaient contre la colère des dieux.<br />
C’est dans le centre de l’Afrique, au-delà des montagnes de la Lune
et de l’antique Éthiopie, qu’avaient lieu ces étranges mystères :
longtemps j’y avais gémi dans la captivité, ainsi qu’une partie de la
race humaine. Les bocages que j’avais vus si verts ne portaient plus que
de pâles fleurs et des feuillages flétris ; un soleil implacable
dévorait ces contrées, et les faibles enfants de ces éternelles
dynasties semblaient accablés du poids de la vie. Cette grandeur
imposante et monotone, réglée par l’étiquette et les cérémonies
hiératiques, pesait à tous sans que personne osât s’y soustraire. Les <span class="pagenum" id="54" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/54"></span>vieillards
languissaient sous le poids de leurs couronnes et de leurs ornements
impériaux, entre des médecins et des prêtres, dont le savoir leur
garantissait l’immortalité. Quant au peuple, à tout jamais engrené dans
les divisions des castes, il ne pouvait compter ni sur la vie, ni sur la
liberté. Au pied des arbres frappés de mort et de stérilité, aux
bouches des sources taries, on voyait sur l’herbe brûlée se flétrir des
enfants et des jeunes femmes énervés et sans couleur. La splendeur des
chambres royales, la majesté des portiques, l’éclat des vêtements et des
parures, n’étaient qu’une faible consolation aux ennuis éternels de ces
solitudes.<br />
Bientôt les peuples furent décimés par des maladies, les bêtes et les
plantes moururent et les immortels eux-mêmes dépérissaient sous leurs
habits pompeux. — Un fléau plus grand que les autres vint tout à coup
rajeunir et sauver le monde. La constellation d’Orion ouvrit au ciel les
cataractes des eaux ; la terre, trop chargée par les glaces du pôle
opposé, fit un demi-tour sur elle-même, et les mers, surmontant leurs
rivages, refluèrent sur les plateaux de l’Afrique et de l’Asie ;
l’inondation pénétra les sables, remplit les tombeaux et les pyramides,
et, pendant quarante jours, une arche mystérieuse se promena sur les
mers portant l’espoir d’une création nouvelle. <span class="pagenum" id="55" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/55"></span><br />
Trois des Éloïm s’étaient réfugiés sur la cime la plus haute des
montagnes d’Afrique. Un combat se livra entre eux. Ici, ma mémoire se
trouble et je ne sais quel fut le résultat de cette lutte suprême.
Seulement, je vois encore, sur un pic baigné des eaux, une femme
abandonnée par eux, qui crie les cheveux épars, se débattant contre la
mort. Ses accents plaintifs dominaient le bruit des eaux… Fut-elle
sauvée ? Je l’ignore. Les dieux, ses frères, l’avaient condamnée ; mais
au-dessus de sa tête brillait l’Étoile du soir qui versait sur son front
des rayons enflammés.<br />
L’hymne interrompu de la terre et des cieux retentit harmonieusement
pour consacrer l’accord des races nouvelles. Et, pendant que les fils de
Noé travaillaient péniblement aux rayons d’un soleil nouveau, les
nécromants, blottis dans leurs demeures souterraines, y gardaient
toujours leurs trésors et se complaisaient dans le silence et dans la
nuit. Parfois ils sortaient timidement de leurs asiles et venaient
effrayer les vivants ou répandre parmi les méchants les leçons funestes
de leurs sciences.<br />
Tels sont les souvenirs que je retraçais par une sorte de vague
intuition du passé : je frémissais en reproduisant les traits hideux de
ces races maudites. Partout mourait, pleurait, languissait l’image <span class="pagenum" id="56" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/56"></span>souffrante
de la Mère éternelle. À travers les vagues civilisations de l’Asie et
de l’Afrique, on voyait se renouveler toujours une scène sanglante
d’orgie et de carnage que les mêmes esprits reproduisaient sous des
formes nouvelles.<br />
La dernière se passait à Grenade, où le talisman sacré s’écroulait
sous les coups ennemis des chrétiens et des Maures. Combien d’années
encore le monde aura-t-il à souffrir, car il faut que la vengeance de
ces éternels ennemis se renouvelle sous d’autres cieux ! Ce sont les
tronçons divisés du serpent qui entoure la terre… Séparés par le fer,
ils se rejoignent dans un hideux baiser cimenté par le sang des hommes.<br />
<br />
<span class="pagenum" id="57" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/57"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre IX</div>
Telles furent les images qui se montrèrent tour à tour devant mes
yeux. Peu à peu le calme était rentré dans mon esprit, et je quittai
cette demeure qui était pour moi un paradis. Des circonstances fatales
préparèrent, longtemps après, une rechute qui renoua la série
interrompue de ces étranges rêveries. — Je me promenais dans la
campagne, préoccupé d’un travail qui se rattachait aux idées
religieuses. En passant devant une maison, j’entendis un oiseau qui
parlait selon quelques mots qu’on lui avait appris, mais dont le
bavardage confus me parut avoir un sens : il me rappela celui de la
vision que j’ai racontée plus haut, et je sentis un frémissement de
mauvais augure. Quelques pas plus loin, je rencontrai un ami que je
n’avais pas vu depuis longtemps et qui demeurait dans une maison
voisine. Il me fit voir sa propriété, et, dans cette visite, il me fit
monter sur une terrasse élevée d’où l’on découvrait un vaste horizon.
C’était au coucher du soleil. En descendant les <span class="pagenum" id="58" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/58"></span>marches
d’un escalier rustique, je fis un faux pas, et ma poitrine alla porter
sur l’angle d’un meuble. J’eus assez de force pour me relever et
m’élançai jusqu’au milieu du jardin, me croyant frappé à mort, mais
voulant, avant de mourir, jeter un dernier regard au soleil couchant. Au
milieu des regrets qu’entraîne un tel moment, je me sentais heureux de
mourir ainsi, à cette heure, et au milieu des arbres, des treilles et
des fleurs d’automne. Ce ne fut cependant qu’un évanouissement, après
lequel j’eus encore la force de regagner ma demeure pour me mettre au
lit. La fièvre s’empara de moi ; en me rappelant de quel point j’étais
tombé, je me souvins que la vue que j’avais admirée donnait sur un
cimetière, celui même où se trouvait le tombeau d’Aurélia. Je n’y pensai
véritablement qu’alors ; sans quoi, je pourrais attribuer ma chute à
l’impression que cet aspect m’aurait fait éprouver. — Cela même me donna
l’idée d’une fatalité plus précise. Je regrettai d’autant plus que la
mort ne m’eût pas réuni à elle. Puis, en y songeant, je me dis que je
n’en étais pas digne. Je me représentai amèrement la vie que j’avais
menée depuis sa mort, me reprochant, non de l’avoir oubliée, ce qui
n’était point arrivé, mais d’avoir, en de faciles amours, fait outrage à
sa mémoire. L’idée me vint d’interroger le sommeil : mais <i>son</i> image, qui <span class="pagenum" id="59" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/59"></span>m’était
apparue souvent, ne revenait plus dans mes songes. Je n’eus d’abord que
des rêves confus, mêlés de scènes sanglantes. Il semblait que toute une
race fatale se fût déchaînée au milieu du monde idéal que j’avais vu
autrefois et dont elle était la reine. Le même Esprit qui m’avait
menacé, — lorsque j’entrai dans la demeure de ces familles pures qui
habitaient les hauteurs de la <i>Ville mystérieuse</i>, — passa devant
moi, non plus dans ce costume blanc qu’il portait jadis, ainsi que ceux
de sa race, mais vêtu en prince d’Orient. Je m’élançai vers lui, le
menaçant, mais il se tourna tranquillement vers moi. Ô terreur ! ô
colère ! c’était mon visage, c’était toute ma forme idéalisée et
grandie… Alors, je me souvins de celui qui avait été arrêté la même nuit
que moi et que, selon ma pensée, on avait fait sortir sous mon nom du
corps de garde, lorsque deux amis étaient venus pour me chercher. Il
portait à la main une arme dont je distinguais mal la forme, et l’un de
ceux qui l’accompagnaient dit : « C’est avec cela qu’il l’a frappé. »<br />
Je ne sais comment expliquer que, dans mes idées, les événements
terrestres pouvaient coïncider avec ceux du monde surnaturel, cela est
plus facile à <i>sentir</i> qu’à énoncer clairement. Mais quel était donc cet Esprit qui était moi et en dehors de moi ? Était-ce le <i>Double</i> des légendes, ou ce frère mystique que les Orientaux appellent <i>Ferouër</i> ?
— N’avais-je pas été frappé de l’histoire de ce chevalier qui combattit
toute une nuit dans une forêt contre un inconnu qui était lui-même ?
Quoi qu’il en soit, je crois que l’imagination humaine n’a rien inventé
qui ne soit vrai, dans ce monde ou dans les autres, et je ne pouvais
douter de ce que j’avais <i>vu</i> si distinctement.<br />
Une idée terrible me vint : — L’homme est double, me dis-je. — « Je
sens deux hommes en moi », a écrit un Père de l’Église. — Le concours de
deux âmes a déposé ce germe mixte dans un corps qui lui-même offre à la
vue deux portions similaires reproduites dans tous les organes de sa
structure. Il y a en tout homme un spectateur et un acteur, celui qui
parle et celui qui répond. Les Orientaux ont vu là deux ennemis : le bon
et le mauvais génie. — Suis-je le bon ? suis-je le mauvais ? me
disais-je. En tout cas, <i>l’autre</i> m’est hostile… Qui sait s’il n’y a
pas telle circonstance ou tel âge où ces deux esprits se séparent ?
Attachés au même corps tous deux par une affinité matérielle, peut-être
l’un est-il promis à la gloire et au bonheur, l’autre à l’anéantissement
ou à la souffrance éternelle ? — Un éclair fatal traversa tout <span class="pagenum" id="61" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/61"></span>à
coup cette obscurité… Aurélia n’était plus à moi !… Je croyais entendre
parler d’une cérémonie qui se passait ailleurs, et des apprêts d’un
mariage mystique qui était le mien, et où <i>l’autre</i> allait profiter
de l’erreur de mes amis et d’Aurélia elle-même. Les personnes les plus
chères qui venaient me voir et me consoler me paraissaient en proie à
l’incertitude, c’est-à-dire que les deux parties de leurs âmes se
séparaient aussi à mon égard, l’une affectionnée et confiante, l’autre
comme frappée de mort à mon égard. Dans ce que ces personnes me
disaient, il y avait un sens double, bien que toutefois elles ne s’en
rendissent pas compte, puisqu’elles n’étaient pas <i>en esprit</i> comme
moi. Un instant même, cette pensée me sembla comique en songeant à
Amphitryon et à Sosie. Mais, si ce symbole grotesque était autre chose, —
si, dans d’autres fables de l’antiquité, c’était la vérité fatale sous
un masque de folie ? — Eh bien, me dis-je, luttons contre l’esprit
fatal, luttons contre le dieu lui-même avec les armes de la tradition et
de la science. Quoi qu’il fasse dans l’ombre et la nuit, j’existe, — et
j’ai pour le vaincre tout le temps qu’il m’est donné encore de vivre
sur la terre.<br />
<br />
<span class="pagenum" id="63" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/63"></span><br />
<div style="text-align: center; text-transform: uppercase;">
Chapitre X</div>
Comment peindre l’étrange désespoir où ces idées me réduisirent peu à
peu ? Un mauvais génie avait pris ma place dans le monde des âmes ; —
pour Aurélia, c’était moi-même, et l’esprit désolé qui vivifiait mon
corps, affaibli, dédaigné, méconnu d’elle, se voyait à jamais destiné au
désespoir ou au néant. J’employai toutes les forces de ma volonté pour
pénétrer encore le mystère dont j’avais levé quelques voiles. Le rêve se
jouait parfois de mes efforts et n’amenait que des figures grimaçantes
et fugitives. Je ne puis donner ici qu’une idée assez bizarre de ce qui
résulta de cette contention d’esprit. Je me sentais glisser comme sur un
fil tendu dont la longueur était infinie. La terre, traversée de veines
colorées de métaux en fusion, comme je l’avais vue déjà,
s’éclaircissait peu à peu par l’épanouissement du feu central, dont la
blancheur se fondait avec les teintes cerise qui coloraient les flancs
de l’orbe intérieur. Je m’étonnais de temps en temps de rencontrer de
vastes flaques d’eau, <span class="pagenum" id="64" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/64"></span>suspendues
comme le sont les nuages dans l’air, et toutefois offrant une telle
densité, qu’on pouvait en détacher des flocons ; mais il est clair qu’il
s’agissait là d’un liquide différent de l’eau terrestre, et qui était
sans doute l’évaporation de celui qui figurait la mer et les fleuves
pour le monde des esprits.<br />
J’arrivai en vue d’une vaste plage montueuse et toute couverte d’une
espèce de roseaux de teinte verdâtre, jaunis aux extrémités comme si les
feux du soleil les eussent en partie desséchés, — mais je n’ai pas vu
de soleil plus que les autres fois. — Un château dominait la côte que je
me mis à gravir. Sur l’autre versant, je vis s’étendre une ville
immense. Pendant que j’avais traversé la montagne, la nuit était venue,
et j’apercevais les lumières des habitations et des rues. En descendant,
je me trouvai dans un marché où l’on vendait des fruits et des légumes
pareils à ceux du Midi.<br />
Je descendis par un escalier obscur et me trouvai dans les rues. On
affichait l’ouverture d’un casino, et les détails de sa distribution se
trouvaient énoncés par articles. L’encadrement typographique était fait
de guirlandes de fleurs si bien représentées et coloriées, qu’elles
semblaient naturelles. — Une partie du bâtiment était encore en
construction. J’entrai dans un atelier où je vis des ouvriers qui <span class="pagenum" id="65" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/65"></span>modelaient
en glaise un animal énorme de la forme d’un lama, mais qui paraissait
devoir être muni de grandes ailes. Ce monstre était comme traversé d’un
jet de feu qui l’animait peu à peu, de sorte qu’il se tordait, pénétré
par mille reflets pourprés, formant les veines et les artères et
fécondant pour ainsi dire l’inerte matière, qui se revêtait d’une
végétation instantanée d’appendices fibreux d’ailerons et de touffes
laineuses. Je m’arrêtai à contempler ce chef-d’œuvre, où l’on semblait
avoir surpris les secrets de la création divine. « — C’est que nous
avons ici, me dit-on, le feu primitif qui anima les premiers êtres…
Jadis, il s’élançait jusqu’à la surface de la terre, mais les sources se
sont taries. » Je vis aussi des travaux d’orfèvrerie où l’on employait
deux métaux inconnus sur la terre : l’un rouge qui semblait correspondre
au cinabre, et l’autre bleu d’azur. Les ornements n’étaient ni
martelés, ni ciselés, mais se formaient, se coloraient et
s’épanouissaient comme les plantes métalliques qu’on fait renaître de
certaines mixtions chimiques. « — Ne créerait-on pas aussi des
hommes ? » dis-je à l’un des travailleurs ; mais il me répliqua : « —
Les hommes viennent d’en haut et non d’en bas : pouvons-nous créer
nous-mêmes ? Ici, l’on ne fait que formuler par les progrès successifs
de nos <span class="pagenum" id="66" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/66"></span>industries
une matière plus subtile que celle qui compose la croûte terrestre. Ces
fleurs qui vous paraissent naturelles, cet animal qui semblera vivre,
ne seront que des produits de l’art élevé au plus haut point de nos
connaissances, et chacun les jugera ainsi. »<br />
Telles sont à peu près les paroles qui me furent dites, ou dont je
crus percevoir la signification. Je me mis à parcourir les salles du
casino et j’y vis une grande foule, dans laquelle je distinguai quelques
personnes qui m’étaient connues, les unes vivantes, d’autres mortes en
divers temps. Les premières semblaient ne pas me voir, tandis que les
autres me répondaient sans avoir l’air de me connaître. J’étais arrivé à
la plus grande salle, qui était toute tendue de velours ponceau à
bandes d’or tramé, formant de riches dessins. Au milieu se trouvait un
sofa en forme de trône. Quelques passants s’y asseyaient pour en
éprouver l’élasticité ; mais, les préparatifs n’étant pas terminés, ils
se dirigeaient vers d’autres salles. On parlait d’un mariage et de
l’époux qui, disait-on, devait arriver pour annoncer le moment de la
fête. Aussitôt un transport insensé s’empara de moi. J’imaginai que
celui qu’on attendait était mon <i>double</i> qui devait épouser Aurélia, et je fis un scandale qui sembla consterner l’assemblée. Je me mis à parler avec <span class="pagenum" id="67" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/67"></span>violence,
expliquant mes griefs et invoquant le secours de ceux qui me
connaissaient. Un vieillard me dit : « — Mais on ne se conduit pas
ainsi, vous effrayez tout le monde. » Alors je m’écriai : « — Je sais
bien qu’il m’a frappé déjà de ses armes, mais je l’attends sans crainte
et je connais le signe qui doit le vaincre. »<br />
En ce moment, un des ouvriers de l’atelier que j’avais visité en
entrant parut, tenant une longue barre dont l’extrémité se composait
d’une boule rougie au feu. Je voulus m’élancer sur lui, mais la boule
qu’il tenait en arrêt menaçait toujours ma tête… On semblait autour de
moi me railler de mon impuissance… Alors, je me reculai jusqu’au trône
l’âme pleine d’un indicible orgueil, et je levai le bras pour faire un
signe qui me semblait avoir une puissance magique. Le cri d’une femme,
distinct et vibrant, empreint d’une douleur déchirante, me réveilla en
sursaut ! Les syllabes d’un mot inconnu que j’allais prononcer
expiraient sur mes lèvres… Je me précipitai à terre et je me mis à prier
avec ferveur en pleurant à chaudes larmes. — Mais quelle était donc
cette voix qui venait de résonner si douloureusement dans la nuit ?<br />
Elle n’appartenait pas au rêve ; c’était la voix d’une personne
vivante, et pourtant c’était pour moi la voix et l’accent d’Aurélia… <span class="pagenum" id="68" title="Page:Nerval_-_Aurélia,_Lachenal_&_Ritter,_1985.djvu/68"></span><br />
J’ouvris ma fenêtre ; tout était tranquille, et le cri ne se répéta
plus. — Je m’informai au dehors, personne n’avait rien entendu. — Et
cependant, je suis encore certain que le cri était réel et que l’air des
vivants en avait retenti… Sans doute on me dira que le hasard a pu
faire qu’en ce moment-là une femme souffrante ait crié dans les environs
de ma demeure. — Mais, selon ma pensée, les événements terrestres
étaient liés à ceux du monde invisible. C’est un de ces rapports
étranges dont je ne me rends pas compte moi-même et qu’il est plus aisé
d’indiquer que de définir…<br />
Qu’avais-je fait ? J’avais troublé l’harmonie de l’univers magique où
mon âme puisait la certitude d’une existence immortelle. J’étais maudit
peut-être pour avoir voulu percer un mystère redoutable en offensant la
loi divine ; je ne devais plus attendre que la colère et le mépris !
Les ombres irritées fuyaient en jetant des cris et traçant dans l’air
des cercles fatals, comme les oiseaux à l’approche d’un orage.Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-78843258398508461792012-05-19T04:24:00.002-07:002012-05-19T04:24:38.500-07:00BERLIOZ / NERVAL: La Damnation de Faust<h2>
<span class="mw-headline" id="Premi.C3.A8re_Partie">Première Partie</span></h2>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_I">Scène I</span></h3>
<dl><dd>Plaines de Hongrie.</dd><dd>Faust, seul, dans les champs au lever du soleil.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Le vieil hiver a fait place au printemps ;</dd><dd>La nature s'est rajeunie ;</dd><dd>Des cieux la coupole infinie</dd><dd>Laisse pleuvoir mille feux éclatants.</dd><dd>Je sens glisser dans l'air la brise matinale ;</dd><dd>De ma poitrine ardente un souffle pur s'exhale.</dd><dd>J'entends autour de moi le réveil des oiseaux,</dd><dd>Le long bruissement des plantes et des eaux...</dd><dd>Oh ! qu'il est doux de vivre au fond des solitudes,</dd><dd>Loin de la lutte humaine et loin des multitudes !</dd></dl>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_II">Scène II</span></h3>
<dl><dd>Ronde des paysans.</dd><dd>CHOEUR</dd><dd>Les bergers laissent leurs troupeux ;</dd><dd>Pour la fête ils se rendent beaux ;</dd><dd>Fleurs des champs et rubans sont leur parure ;</dd><dd>Sous les tilleuls, les voilà tous,</dd><dd>Dansant, sautant comme des fous.</dd><dd>Ha ! ha ! ha ! ha ! ha ! ha ! Landerida !</dd><dd>Suivez donc la mesure !</dd><dd>Ha ! ha ! ha ! ha ! ha ! ha ! Landerida !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Quels sont ces cris ? quel est ce bruit lointain ?</dd><dd>CHOEUR</dd><dd>Tra la la la la la ! ha ha !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Ce sont des villageois, au lever du matin,</dd><dd>Qui dansent en chantant sur la verte pelouse.</dd><dd>De leurs plaisirs ma misère est jalouse.</dd><dd>CHOEUR</dd><dd>Ils passent tous comme l'éclair,</dd><dd>Et les robes volaient en l'air ;</dd><dd>Mais bientôt on fut moins agile ;</dd><dd>Le rouge leur montait au front ;</dd><dd>Et l'un sur l'autre dans le rond,</dd><dd>Ha ! ha ! ha ! ha ! ha ! ha ! Landerida !</dd><dd>Tous tombaient à la fidèle.</dd><dd>Ha ! ha ! ha ! ha ! ha ! ha ! Landerida !</dd><dd>Ne me touchez donc pas ainsi !</dd><dd>Paix ! ma femme n'est point ici !</dd><dd>Profitons de la circonstance !</dd><dd>Dehors il l'emmena soudain,</dd><dd>Et tout pourtant allait son train,</dd><dd>Ha ! ha ! ha ! ha ! ha ! ha ! Landerida !</dd><dd>Tra la la la la la ! ha ha !</dd></dl>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_III">Scène III</span></h3>
<dl><dd>Une autre partie de la place.</dd><dd>Une armée qui s'avance.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Mais d'un éclat guerrier les campagnes se parent.</dd><dd>Ah ! les fils du Danube aux combats se préparent !</dd><dd>Avec quel air fier et joyeux</dd><dd>Ils portent leur armure ! et quel feu dans leurs yeux !</dd><dd>Tout cœur frémit à leur chant de victoire ;</dd><dd>Le mien seul reste froid, insensible à la gloire.</dd><dd>Marche hongroise.</dd><dd>Les troupes passent. Faust s'éloigne.</dd></dl>
<h2>
<span class="mw-headline" id="Deuxi.C3.A8me_Partie">Deuxième Partie</span></h2>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_IV">Scène IV</span></h3>
<dl><dd>Nord de l'Allemagne.</dd><dd>Faust seul dans son cabinet de travail.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Sans regrets j'ai quitté les riantes campagnes</dd><dd>Où m'a suivi l'ennui ;</dd><dd>Sans plaisirs je revois nos altières montagnes ;</dd><dd>Dans ma vielle cité je reviens avec lui.</dd><dd>Oh ! je souffre ! et la nuit sans étoiles,</dd><dd>Qui vient d'étendre au loin son silence et ses voiles,</dd><dd>Ajoute encore à mes sombres douleurs.</dd><dd>O terre ! pour moi seul tu n'as donc pas de fleurs !</dd><dd>Par le monde, où trouver ce qui manque à ma vie ?</dd><dd>Je cherchais en vain, tout fuit mon âpre envie !</dd><dd>Allons, il faut finir !...</dd><dd>Mais je tremble... Pourquoi</dd><dd>Trembler devant l'abîme entr'ouvert devant moi ?</dd><dd>O coupe trop longtemps à mes désirs ravie,</dd><dd>Viens, viens, noble cristal, verse le poison</dd><dd>Qui doit illuminer</dd><dd>Ou tuer ma raison.</dd><dd>( Il porte la coupe à ses lèvres. Sons des cloches. Chants religieux dans</dd><dd>l'église voisine. )</dd><dd>Chant de la Fête de Pâques.</dd><dd>CHOEUR</dd><dd>Christ vient de ressuciter !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Qu'entends-je ?</dd><dd>CHOEUR</dd><dd>Quittant du tombeau</dd><dd>Le séjour funeste,</dd><dd>Au parvis céleste</dd><dd>Il monte plus beau.</dd><dd>Vers le gloires immortelles</dd><dd>Tandis qu'il s'élance à grands pas.</dd><dd>Ses disciples fidèles</dd><dd>Languissent ici-bas.</dd><dd>Hélas ! c'est ici qu'il nous laisse</dd><dd>Sous les traits brûlants du malheur.</dd><dd>O divin maître ! ton bonheur</dd><dd>Est cause de notre tristesse.</dd><dd>O divin maître ! tu nous laisses</dd><dd>Sous les traits brûlants du malheur.</dd><dd>FAUST</dd><dd>O souvenirs !</dd><dd>O mon âme tremblante !</dd><dd>Sur l'aile de ces chants vas-tu voler aux cieux !</dd><dd>La foi chancelante</dd><dd>Revient, me ramenant la paix des jours pieux,</dd><dd>Mon heureuse enfance,</dd><dd>La douceur de prier,</dd><dd>La pure jouissante</dd><dd>D'errer et de rêver</dd><dd>Par les vertes prairies,</dd><dd>Aux clartés infinies</dd><dd>D'un soleil de printemps !</dd><dd>O baiser de l'amour céleste</dd><dd>Qui remplissais mon cœur de doux présentiments</dd><dd>Et chassais tout désir funeste !</dd><dd>CHOEUR</dd><dd>Christ vient de ressuciter !...</dd><dd>Mais croyons en sa parole éternelle,</dd><dd>Nous le suivrons un jour</dd><dd>Au céleste séjour</dd><dd>Où sa voix nous appelle.</dd><dd>Hosanna ! Hosanna !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Hélas ! doux chants du ciel, pourquoi dans sa poussière</dd><dd>Réveiller le maudit !</dd><dd>Hymnes de la prière,</dd><dd>Pourquoi soudain venir ébranler mon dessein ?</dd><dd>Vos suaves accords rafraîchissent mon sein.</dd><dd>Chants plus doux que l'aurore</dd><dd>Retentissez encore,</dd><dd>Mes larmes ont coulé, le ciel m'a reconquis.</dd></dl>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_V">Scène V</span></h3>
<dl><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS, apparaissant brusquement.</dd><dd>O pure émotion !</dd><dd>Enfant du saint parvis !</dd><dd>Je t'admire, docteur !</dd><dd>Les pieuses volées</dd><dd>Des ces cloches d'argent</dd><dd>Ont charmé grandement</dd><dd>Tes oreilles troublées !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Qui donc es-tu, toi dont l'ardent regard</dd><dd>Pénètre ainsi que l'éclat d'un poignard,</dd><dd>Et qui, comme la flamme,</dd><dd>Brûle et dévore l'âme ?</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Vraiment pour un docteur, la demande est frivole !</dd><dd>Je suis l'esprit de vie, et c'est moi qui console.</dd><dd>Je te donnerai tout, le bonheur, le plaisir,</dd><dd>Tout ce que peut rêver le plus ardent désir !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Eh bien ! pauvre démon, fais-moi voir tes merveilles.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Certes ! j'enchanterai tes yeux et tes oreilles.</dd><dd>Au lieu de t'enfermer, triste comme le ver</dd><dd>Qui ronge tes bouquins,</dd><dd>Viens, suis-moi, change d'air.</dd><dd>FAUST</dd><dd>J'y consens.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Partons donc pour connaître la vie.</dd><dd>Et laisse le fatras de la philiosophie.</dd><dd>( Ils partent. )</dd></dl>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_VI">Scène VI</span></h3>
<dl><dd>La cave d'Auerbach à Leipzig.</dd><dd>BUVEURS</dd><dd>A boire encor !</dd><dd>Du vin</dd><dd>Du Rhin</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Voici, Faust, un séjour de la folle compagnie.</dd><dd>Ici vins et chansons réjoissent la vie.</dd><dd>Chœur de buveurs.</dd><dd>BUVEURS</dd><dd>Oh ! qu'il fait bon quand le ciel tonne</dd><dd>Rester près d'un bol enflammé,</dd><dd>Et se remplir comme une tonne</dd><dd>Dans un cabaret enfumé !</dd><dd>J'aime le vin et cette eau blonde</dd><dd>Qui fait oublier le chagrin.</dd><dd>Quand ma mère me mit au monde,</dd><dd>J'eus un ivrogne pour parrain.</dd><dd>Oh ! qu'il fait bon quand le ciel tonne...</dd><dd>Qui sait quelque plaisante histoire ?</dd><dd>En riant le vin est meilleur.</dd><dd>A toi, Brander ! Il n'a plus de mémoire !</dd><dd>BRANDER, ivre.</dd><dd>J'en sais une, et j'en suis l'auteur.</dd><dd>BUVEURS</dd><dd>Eh bien donc ! vite !</dd><dd>BRANDER</dd><dd>Puis qu'on m'invite,</dd><dd>Je vais vous chanter de nouveau.</dd><dd>BUVEURS</dd><dd>Bravo ! bravo !</dd><dd>Chanson de Brander.</dd><dd>BRANDER</dd><dd>Certain rate, dans une cuisine</dd><dd>Établi, comme un vrai frater,</dd><dd>S'y traiter si bien que sa mine</dd><dd>Eût fait envie au gros Luther.</dd><dd>Mais un beau jour le pauvre diable,</dd><dd>Empoisonné, sauta dehors</dd><dd>Aussi triste, aussi misérable</dd><dd>Que s'il eût eu l'amour au corps.</dd><dd>BUVEURS</dd><dd>Que s'il eût eu l'amour au corps.</dd><dd>BRANDER</dd><dd>Il courait devant et derrière ;</dd><dd>Il grattait, renifflait, mordait,</dd><dd>Parcourait la maison entière ;</dd><dd>La rage à ses maux ajoutait,</dd><dd>Au point qu'a l'aspect du délire</dd><dd>Qui consumait ses vains efforts,</dd><dd>Les mauvais plaisants pouvaient dire :</dd><dd>Ce rat a bien l'amour au corps</dd><dd>BUVEURS</dd><dd>Ce rat a bien l'amour au corps</dd><dd>BRANDER</dd><dd>Dans le fourneau le pauvre sire</dd><dd>Crut pourtant ses cacher très bien ;</dd><dd>Mais il se trompait, et le pire,</dd><dd>C'est qu'on l'y fut rôtir enfin.</dd><dd>La servante, méchante fille,</dd><dd>De son malheur rit bien alors !</dd><dd>Ah ! disait-elle, comme il grille !</dd><dd>Il a vraiment l'amour au corps.</dd><dd>BUVEURS</dd><dd>Il a vraiment l'amour au corps.</dd><dd>Requiescat in pace. Amen.</dd><dd>BRANDER</dd><dd>Pour l'Amen une fugue ! une fugue, un choral !</dd><dd>Improvisons un morceau magistral !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS, bas à Faust.</dd><dd>Écoute bien ceci ! nous allons voir, Docteur,</dd><dd>La bestialité dans toute sa candeur.</dd><dd>Fugue sur le thème de la Chanson de Brander.</dd><dd>BRANDER ET BUVEURS</dd><dd>Amen.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Vrai dieu ! messieurs, votre fugue est fort belle,</dd><dd>Et telle</dd><dd>Qu'à l'entendre on se croit aux saints lieux.</dd><dd>Souffrez qu'on vous le dise :</dd><dd>Le style en est savant, vraiment religieux ;</dd><dd>On ne saurait exprimer mieux</dd><dd>Les sentiments pieux</dd><dd>Qu'en terminant ses prières l'Église</dd><dd>En un seul mot résume.</dd><dd>Maintenant,</dd><dd>Puis-je à mon tour riposter par un chant</dd><dd>Sur un sujet non moins touchant</dd><dd>Que le vôtre ?</dd><dd>BUVEURS</dd><dd>Ah ça ! mais se moque-t-il de nous ?</dd><dd>Quel est cet homme ?</dd><dd>Oh ! qu'il est pâle et comme</dd><dd>Son poil est roux.</dd><dd>N'importe ! Volontiers ! Autre chanson ! A vous !</dd><dd>Chanson de Méphistophélès.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Une puce gentille</dd><dd>Chez un prince logeait.</dd><dd>Comme sa propre fille,</dd><dd>Le brave homme l'aimait,</dd><dd>Et, l'histoire assure,</dd><dd>A son tailleur un jour</dd><dd>Lui fit prendre mesure</dd><dd>Pour un habit de cour.</dd><dd>L'insecte, plein de joie</dd><dd>Dès qu'il se vit paré</dd><dd>D'or, de velours, de soie,</dd><dd>Et de crois décoré.</dd><dd>Fit venir de province</dd><dd>Ses frères et ses sœurs</dd><dd>Qui, par ordre du prince,</dd><dd>Devinrent grands seigneurs.</dd><dd>Mais ce qui fut bien pire,</dd><dd>C'est que les gens de cour,</dd><dd>Sans en oser rien dire,</dd><dd>Se grattaient tout le jour.</dd><dd>Cruelle politique !</dd><dd>Ah ! plaignons leur destin,</dd><dd>Et, dès qu'une nous pique,</dd><dd>Écrasons-la soudain !</dd><dd>BUVEURS</dd><dd>Bravo ! bravo ! bravo ! ha ! ha !</dd><dd>Oui, écrasons-la soudain !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Assez ! fuyons ces lieux, où la parole est vile,</dd><dd>La joie ignoble et le geste brutal !</dd><dd>N'as-tu d'autres plaisirs, un séjour plus tranquille</dd><dd>A me donner, toi, mon guide infernal ?</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Ah ! ceci te déplaît ? suis-moi !</dd><dd>( Ils partent. )</dd></dl>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_VII">Scène VII</span></h3>
<dl><dd>Bosquets et prairies du bord de l'Elbe.</dd><dd>Air de Méphistophélès.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Voici des roses,</dd><dd>De cette nuit écloses.</dd><dd>Sur ce lit embaumé,</dd><dd>O mon Faust bien-aimée,</dd><dd>Repose !</dd><dd>Dans un voluptueux sommeil</dd><dd>Où glissera sur toi plus d'un baiser vermeil,</dd><dd>Où des fleurs pour ta couche ouvriront leurs corolles,</dd><dd>Ton oreille entendra de divines paroles.</dd><dd>Écoute ! écoute !</dd><dd>Les esprits de la terre et de l'air</dd><dd>Commencent pour ton rêve un suave concert.</dd><dd>Chœur de gnomes et de sylphes.</dd><dd>Songe de Faust.</dd><dd>GNOMES ET SYLPHES</dd><dd>Dors, dors, heureux Faust ;</dd><dd>Bientôt, oui, bientôt, sous un voile</dd><dd>D'or et d'azur, heureux Faust,</dd><dd>Tes yeux vont se fermer,</dd><dd>Au front des cieux va briller ton étoile,</dd><dd>Songes d'amour vont enfin te charmer.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Heureux Faust,</dd><dd>Bientôt, sous un voile</dd><dd>D'or et d'azur,</dd><dd>Tes yeux vont se fermer.</dd><dd>GNOMES ET SYLPHES</dd><dd>De sites ravissants</dd><dd>La campagne se couvre,</dd><dd>Et notre oeil y découvre</dd><dd>Des fleurs, des bois, des champs,</dd><dd>Et d'épaisses feuillées,</dd><dd>Où de tendres amants</dd><dd>Promènent leurs pensées.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Ah ! sur mes yeux déjà s'étend un voile.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Au front des cieux va briller ton étoile.</dd><dd>GNOMES ET SYLPHES</dd><dd>Mais plus loin sont couverts</dd><dd>Les longs rameaux des treilles</dd><dd>De bourgeons, pampres verts,</dd><dd>Et de grappes vermeilles.</dd><dd>Voici ces jeunes amants,</dd><dd>Le long de la vallée,</dd><dd>Voici ces jeunes amants</dd><dd>Oublier les instants</dd><dd>Sous la fraîche feuillée !</dd><dd>Une beauté les suit</dd><dd>Ingénue et pensive ;</dd><dd>A sa paupière luit</dd><dd>Une larme furtive.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Une beauté les suit.</dd><dd>Faust, elle t'aimera.</dd><dd>FAUST, endormi.</dd><dd>Margarita !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS, GNOMES ET SYLPHES</dd><dd>Le lac étend ses flots à l'entour des montagnes ;</dd><dd>Dans les vertes campagnes</dd><dd>Il serpente en ruisseaux.</dd><dd>GNOMES ET SYLPHES</dd><dd>Là, de chants d'allégresse</dd><dd>La rive retentit.</dd><dd>Ha !</dd><dd>D'autres chœurs là sans cesse</dd><dd>La danse nous ravit.</dd><dd>Les uns gaiement s'avancent</dd><dd>Autour des côteaux verts !</dd><dd>Ha !</dd><dd>De plus hardis s'élancent</dd><dd>Au sein des flots amers.</dd><dd>FAUST, rêvant.</dd><dd>Margarita ! ô Margarita !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS, GNOMES ET SYLPHES</dd><dd>Le lac étend ses flots à l'entour des montagnes ;</dd><dd>Dans les vertes campagnes</dd><dd>Il serpente en ruisseaux.</dd><dd>GNOMES ET SYLPHES</dd><dd>Partout l'oiseau timide,</dd><dd>Cherchant l'ombre et le frais,</dd><dd>S'enfuit d'un vol rapide</dd><dd>Au milieu des marais.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Le charme opère ; il est à nous !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Margarita !</dd><dd>GNOMES ET SYLPHES</dd><dd>Tous, pour goûter la vie,</dd><dd>Cherchant dans les cieux</dd><dd>Une étoile chérie</dd><dd>Qui s'alluma pour eux.</dd><dd>Dors, dors, heureux Faust, dors, dors !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>C'est bien, c'est bien, jeunes Esprits, je suis content de vous.</dd><dd>Bercez, bercez son sommeil enchanté.</dd><dd>Ballet des sylphes.</dd><dd>( Les esprits de l'air se balancent quelque temps en silence autour de Faust</dd><dd>endormi et disparaissent peu à peu. )</dd><dd>FAUST, s'éveillant en sursaut.</dd><dd>Margarita !</dd><dd>Qu'ai-je vu ! qu'ai-je vu !</dd><dd>Quelle céleste image ! quel ange</dd><dd>Au front mortel !</dd><dd>Où le trouver ? Vers quel autel</dd><dd>Traîner à ses pieds ma louange !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Eh bien ! il faut me suivre encor</dd><dd>Jusqu'à cette alcôve embaumée</dd><dd>Où repose ta bien-aimée.</dd><dd>A toi seul ce divin trésor !</dd><dd>Des étudiants voici la joyeuse cohorte</dd><dd>Qui va passer devant sa porte ;</dd><dd>Parmi ces jeunes fous, au bruit de leurs chansons,</dd><dd>Vers ta beauté nous parviendrons.</dd><dd>Mais contiens les transports et suis bien mes leçons.</dd></dl>
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<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_VIII">Scène VIII</span></h3>
<dl><dd>Final : Chœur d'étudiants et de soldats marchant vers la ville.</dd><dd>ÉTUDIANTS ET SOLDATS</dd><dd>Villes entourées</dd><dd>De murs et remparts,</dd><dd>Fillettes sucrées,</dd><dd>Aux malins regards,</dd><dd>Victoire certaine</dd><dd>Près de vous m'attend ;</dd><dd>Si grande est la peine,</dd><dd>Le prix est plus grand.</dd><dd>Au son des trompettes,</dd><dd>Les braves soldats</dd><dd>S'élancent aux fêtes</dd><dd>Ou bien aux combats ;</dd><dd>Fillettes et villes</dd><dd>Font les difficiles ;</dd><dd>Bientôt tout se rend.</dd><dd>Chanson d'étudiants.</dd><dd>ÉTUDIANTS</dd><dd>Jam nox stella velamina pandit ;</dd><dd>Nunc, nunc bibendum et amandum est !</dd><dd>Vita brevis fugaxque voluptas.</dd><dd>Gaudeamus igitur, gaudeamus !</dd><dd>Nobis subridente lunâ, per urbem quaerentes puellas eamus !</dd><dd>Ut cras, fortunati Caesares, dicamus :</dd><dd>Veni, vidi, vici !</dd><dd>Gaudeamus igitur !</dd><dd>Chœur de soldats et chanson des étudiants.</dd><dd>ÉTUDIANTS ET SOLDATS</dd><dd>Villes entourées</dd><dd>De murs et remparts,</dd><dd>Fillettes sucrées,</dd><dd>Aux malins regards,</dd><dd>Victoire certaine</dd><dd>Près de vous m'attend ;</dd><dd>Si grande est la peine,</dd><dd>Le prix est plus grand.</dd><dd>Au son des trompettes,</dd><dd>Les braves soldats</dd><dd>S'élancent aux fêtes</dd><dd>Ou bien aux combats ;</dd><dd>Fillettes et villes</dd><dd>Font les difficiles ;</dd><dd>Bientôt tout se rend.</dd><dd>FAUST ET MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Jam nox stella velamina pandit ;</dd><dd>Nunc, nunc bibendum et amandum est !</dd><dd>Vita brevis fugaxque voluptas.</dd><dd>Gaudeamus igitur, gaudeamus !</dd><dd>Nobis subridente lunâ, per urbem quaerentes puellas eamus !</dd><dd>Ut cras, fortunati Caesares, dicamus :</dd><dd>Veni, vidi, vici !</dd><dd>Gaudeamus igitur !</dd></dl>
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<span class="mw-headline" id="Troisi.C3.A8me_Partie">Troisième Partie</span></h2>
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<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_IX">Scène IX</span></h3>
<dl><dd>( Tambours et trompettes sonnant la retraite. )</dd><dd>Air de Faust.</dd><dd>FAUST, le soir dans la chambre de Marguerite.</dd><dd>Merci, doux crépuscule !</dd><dd>Oh ! sois le bienvenu !</dd><dd>Éclaire enfin ces lieux, sanctuaire inconnu,</dd><dd>Où je sens à mon front glisser comme un beau rêve,</dd><dd>Comme le frais baiser d'un matin qui se lève.</dd><dd>C'est de l'amour, j'espère.</dd><dd>Oh ! comme on sent ici</dd><dd>S'envoler le souci !</dd><dd>Que j'aime ce silence, et comme je respire</dd><dd>Un air pur !...</dd><dd>O jeune fille !</dd><dd>O ma charmante !</dd><dd>O ma trop idéale amante !</dd><dd>Quel sentiment j'éprouve en ce moment fatal !</dd><dd>Que j'aime à contempler ton chevet virginal !</dd><dd>Quel air pur je respire !</dd><dd>Seigneur ! Seigneur !</dd><dd>Après ce long martyre,</dd><dd>Que de bonheur !</dd><dd>( Faust, marchant lentement, examine avec une curiosité passionnée l'intérieur</dd><dd>de la chambre de Marguerite. )</dd></dl>
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<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_X">Scène X</span></h3>
<dl><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS, accourant.</dd><dd>Je l'entends !</dd><dd>Sous ces rideaux de soie</dd><dd>Cache-toi.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Dieu ! mon cœur se brise dans la joie !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Profite des instants.</dd><dd>Adieu, modère-toi,</dd><dd>Ou tu la perds.</dd><dd>( Il cache Faust sous les rideaux. )</dd><dd>Bien. Mes follets et moi</dd><dd>Nous allons vous chanter un bel épithalame.</dd><dd>( Il sort. )</dd><dd>FAUST</dd><dd>Oh ! calme-toi, mon âme.</dd></dl>
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<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_XI">Scène XI</span></h3>
<dl><dd>( Entre Marguerite une lampe à la main. Faust caché. )</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Que l'air est étouffant !</dd><dd>J'ai peur comme une enfant.</dd><dd>C'est mon rêve d'hier qui m'a toute troublée...</dd><dd>En songe je l'ai vu... lui... mon futur amant.</dd><dd>Qu'il était beau !</dd><dd>Dieu ! j'étais tant aimée !</dd><dd>Et combien je l'aimais !</dd><dd>Nous verrons-nous jamais</dd><dd>Dans cette vie ?...</dd><dd>Folie !</dd><dd>Le roi de Thulé - Chanson gothique.</dd><dd>MARGUERITE ( elle chante en tressant ses cheveux. )</dd><dd>Autrefois un roi de Thulé,</dd><dd>Qui jusqu'au tombeau fut fidèle,</dd><dd>Reçut, à la mort de sa belle,</dd><dd>Une coupe d'or ciselé.</dd><dd>Comme elle ne le quittait guère,</dd><dd>Dans les festins les plus joyeux,</dd><dd>Toujours une larme légère</dd><dd>A sa vue humectait ses yeux.</dd><dd>Ce prince, à la fin de sa vie,</dd><dd>Lègue ses villes et son or,</dd><dd>Excepté la coupe chérie</dd><dd>Qu'à la main il conserve encor.</dd><dd>Il fait, à sa table royale,</dd><dd>Asseoir ses barons et ses pairs,</dd><dd>Au milieu de l'antique salle</dd><dd>D'un château que baignaient les mers.</dd><dd>Le buveur se lève et s'avance</dd><dd>Auprès d'un vieux balcon doré ;</dd><dd>Il boit, et soudain sa main lance</dd><dd>Dans les flots le vase sacré.</dd><dd>Le vase tombe : l'eau bouillonne,</dd><dd>Puis se calme aussitôt après.</dd><dd>Le vieillard pâlit et frissonne :</dd><dd>Il ne boira plus désormais.</dd></dl>
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<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_XII">Scène XII</span></h3>
<dl><dd>Évocation.</dd><dd>Une rue devant la maison de Marguerite.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Esprits des flammes inconstantes,</dd><dd>Accourez ! j'ai besoin de vous.</dd><dd>Accourez ! accourez !</dd><dd>Follets capricieux, vos lueurs malfaisantes</dd><dd>Vont charmer une enfant et l'amener à nous.</dd><dd>Au nom du Diable, en danse !</dd><dd>Et vous, marquez bien la cadence,</dd><dd>Ménétriers d'enfer, ou je vous éteins tous.</dd><dd>Menuet des follets.</dd><dd>( Les follets exécutent des évolutions et des danses bizarres autour de la</dd><dd>maison de Marguerite. )</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS ( il fait les mouvements d'un homme qui joue de la</dd><dd>vielle. )</dd><dd>Maintenant,</dd><dd>Chantons à cette belle une chanson morale,</dd><dd>Pour la perdre plus sûrement.</dd><dd>Sérénade de Méphistophélès.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Devant la maison</dd><dd>De celui qui t'adore,</dd><dd>Petite Louison,</dd><dd>Que fais-tu dès l'aurore ?</dd><dd>Au signal du plaisir,</dd><dd>Dans la chambre du drille,</dd><dd>Tu peux bien entrer fille,</dd><dd>Mais non fille en sortir.</dd><dd>Devant la maison</dd><dd>De celui qui t'adore,</dd><dd>Petite Louison,</dd><dd>Que fais-tu dès l'aurore ?</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS ET FOLLETS</dd><dd>Que fais-tu ? Ha !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Il te tend les bras :</dd><dd>Près de lui</dd><dd>Tu cours vite.</dd><dd>Bonne nuit, hélas !</dd><dd>Ma petite, bonne nuit.</dd><dd>Près du moment fatal</dd><dd>Fais grande résistance,</dd><dd>S'il ne t'offre d'avance</dd><dd>Un anneau conjugal.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS ET FOLLETS</dd><dd>Il te tend les bras :</dd><dd>Près de lui</dd><dd>Tu cours vite.</dd><dd>Bonne nuit, hélas !</dd><dd>Ma petite, bonne nuit.</dd><dd>Près du moment fatal</dd><dd>Fais grande résistance,</dd><dd>S'il ne t'offre d'avance</dd><dd>Un anneau conjugal.</dd><dd>Ha !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Chut ! disparaissez !</dd><dd>( Les follets s'abîment. )</dd><dd>Silence !</dd><dd>Allons voir roucouler nos tourtereaux.</dd></dl>
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<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_XIII">Scène XIII</span></h3>
<dl><dd>Chambre de Marguerite.</dd><dd>Final : Duo, Trio et Chœur.</dd><dd>MARGUERITE, apercevant Faust.</dd><dd>Grand Dieu !</dd><dd>Que vois-je !... est-ce bien lui ? dois-je croire mes yeux ?...</dd><dd>FAUST</dd><dd>Ange adoré dont la céleste image</dd><dd>Avant de te connaître illuminait mon cœur,</dd><dd>Enfin je t'aperçois, et du jaloux nuage</dd><dd>Qui te cachait encor mon amour est vainqueur.</dd><dd>Marguerite, je t'aime !</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Tu sais mon nom ?</dd><dd>Moi-même</dd><dd>J'ai souvent dit le tien :</dd><dd>( timidement : )</dd><dd>Faust !...</dd><dd>FAUST</dd><dd>Ce nom est le mien ;</dd><dd>Un autre le sera, s'il te plaît davantage.</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>En songe, je t'ai vu tel que je revois.</dd><dd>FAUST</dd><dd>En songe !... tu m'as vu ?</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Je reconnais ta voix,</dd><dd>Tes traits, ton doux langage...</dd><dd>FAUST</dd><dd>Et tu m'aimais ?</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Je t'attendais.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Marguerite adorée !</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Ma tendresse inspirée</dd><dd>Était d'avance à toi.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Marguerite est à moi.</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Mon bien-aimé, ta noble et douce image,</dd><dd>Avant de te connaître, illuminait mon cœur !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Ah ! Ange adoré, dont la céleste image,</dd><dd>Avant de te connaître, illuminait mon cœur !</dd><dd>LES DEUX</dd><dd>Enfin je t'aperçois, et du jaloux nuage</dd><dd>Qui te cachait encor ton/mon amour est vainqueur.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Marguerite, ô tendresse !</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Je ne sais quelle ivresse</dd><dd>Dans ses bras me conduit.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Cède à l'ardente ivresse</dd><dd>Qui vers toi m'a conduit.</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Brûlante enchanteresse</dd><dd>Dans tes bras me conduit.</dd><dd>Quelle langueur s'empare de mon être !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Au vrai bonheur dans mes bras tu vas naître,</dd><dd>Viens, viens, viens, viens...</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Dans mes yeux des pleurs...</dd><dd>Tout s'efface...</dd><dd>Je meurs...</dd><dd>Tout s'efface... ah !</dd><dd>Je meurs...</dd></dl>
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<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_XIV">Scène XIV</span></h3>
<dl><dd>Trio et Chœur.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS, entrant brusquement.</dd><dd>Allons, il est trop tard !</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Quel est cet homme ?</dd><dd>FAUST</dd><dd>Un sot.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Un ami.</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Son regard</dd><dd>Me déchire le cœur.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Sans doute je dérange...</dd><dd>FAUST</dd><dd>Qui t'a permis d'entrer ?</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Il faut sauver cet ange !</dd><dd>Déjà tous les voisins, éveillés par nos chants,</dd><dd>Accourent, désignant la maison aux passants ;</dd><dd>En raillant Marguerite, ils appellent sa mère.</dd><dd>La vieille va venir...</dd><dd>FAUST</dd><dd>Que faire ?</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Il faut partir !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Damnation !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Vous vous verrez demain ; la consolation</dd><dd>Est bien près de la peine.</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Oui, demain, bien-aimé.</dd><dd>Dans la chambre prochaine</dd><dd>Déjà j'entends du bruit.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Adieu donc, belle nuit</dd><dd>A peine commencée !</dd><dd>Adieu, festin d'amour</dd><dd>Que j'étais promis !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Partons, voilà le jour !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Te reverrai-je encor,</dd><dd>Heure trop fugitive,</dd><dd>Où mon âme au bonheur allait enfin s'ouvrir !</dd><dd>VOISINS</dd><dd>Holà ! mère Oppenheim, vois ce que fait ta fille !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>La foule arrive,</dd><dd>Hâtons nous de partir !</dd><dd>VOISINS</dd><dd>L'avis n'est pas hors de saison ;</dd><dd>Un galant est dans ta maison,</dd><dd>Et tu verras dans peu s'accoître ta famille.</dd><dd>Holà ! holà !</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Ciel ! Ciel ! entends-tu ces cris ?</dd><dd>Devant Dieu, je suis morte</dd><dd>Si l'on te trouve ici !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Viens, on frappe à la porte !</dd><dd>FAUST</dd><dd>O fureur !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>O sottise !</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Adieu, adieu, par le jardin</dd><dd>Vous pouvez échapper.</dd><dd>FAUST</dd><dd>O mon ange ! à demain !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>A demain ! à demain !</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>O mon Faust !</dd><dd>Je te donne ma vie.</dd><dd>L'amour s'est emparé de mon âme ravie,</dd><dd>Il m'entraîne, te perdre, c'est mourir.</dd><dd>O mon Faust bien aimé, je te donne ma vie,</dd><dd>O mon Faust !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Je connais donc enfin le prix de la vie,</dd><dd>Le bonheur m'apparaît, il m'appelle et je vais le saisir.</dd><dd>L'amour s'est emparé de mon âme ravie,</dd><dd>Il comblera bientôt mon dévorant désir.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Je puis donc te traîner dans la vie,</dd><dd>Fier esprit !</dd><dd>Le moment approche où je vais te saisir.</dd><dd>Sans combler ton dévorant désir,</dd><dd>L'amour en t'enivrant doublera ta folie.</dd><dd>Je puis donc à mon gré te traîner dans la vie,</dd><dd>Fier esprit !</dd><dd>Le moment approche où je vais te saisir.</dd><dd>VOISINS</dd><dd>Un galant est dans ta maison...</dd></dl>
<h2>
<span class="mw-headline" id="Quatri.C3.A8me_Partie">Quatrième Partie</span></h2>
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<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_XV">Scène XV</span></h3>
<dl><dd>Chambre de Marguerite.</dd><dd>Romance.</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>D'amour l'ardente flamme,</dd><dd>Consume mes beaux jours.</dd><dd>Ah ! la paix de mon âme</dd><dd>A donc fui pour toujours !</dd><dd>Son départ, son absence,</dd><dd>Sont pour moi le cercueil,</dd><dd>Et loin de sa présence,</dd><dd>Tout me paraît en deuil.</dd><dd>Alors ma pauvre tête</dd><dd>Se dérange bientôt,</dd><dd>Mon faible cœur s'arrête,</dd><dd>Puis se glace aussitôt.</dd><dd>Sa marche que j'admire,</dd><dd>Son port si gracieux,</dd><dd>Sa bouche au doux sourire,</dd><dd>Le charme de ses yeux,</dd><dd>Sa voix enchanteresse,</dd><dd>Dont il sait m'embraser,</dd><dd>De sa main, la caresse,</dd><dd>Hélas ! et son baiser,</dd><dd>D'une amoureuse flamme,</dd><dd>Consument mes beaux jours !</dd><dd>Ah ! la paix de mon âme</dd><dd>A donc fui pour toujours !</dd><dd>Je suis à ma fenêtre,</dd><dd>Ou dehors, tout le jour :</dd><dd>C'est pour le voir paraître,</dd><dd>Ou hâter son retour.</dd><dd>Mon cœur bat et se presse</dd><dd>Dès qu'il le sent venir,</dd><dd>Au gré de ma tendresse,</dd><dd>Puis-je le retenir !</dd><dd>O caresses de flamme !</dd><dd>Que je voudrais un jour</dd><dd>Voir s'exhaler mon âme</dd><dd>Dans ses baisers d'amour !</dd><dd>SOLDATS</dd><dd>Au son des trompettes,</dd><dd>Les braves soldats,</dd><dd>S'élancent aux fêtes</dd><dd>Ou bien aux combats.</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Bientôt la ville entière au repos va se rendre.</dd><dd>SOLDATS</dd><dd>Si grande est la peine,</dd><dd>Le prix est plus grand.</dd><dd>Clairons, tambours du soir déjà se font entendre</dd><dd>Avec des chants joyeux,</dd><dd>Comme au soir où l'amour offrit Faust à mes yeux.</dd><dd>ÉTUDIANTS</dd><dd>Jam nox stellata velancina pandit ;</dd><dd>Per urbem quaerentes puellas eamus !</dd><dd>MARGUERITE</dd><dd>Il ne vient pas,</dd><dd>Hélas !</dd></dl>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_XVI">Scène XVI</span></h3>
<dl><dd>Forêts et cavernes.</dd><dd>Invocation à la nature.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Nature immense, impénétrable et fière,</dd><dd>Toi seule donne trève à mon ennui sans fin.</dd><dd>Sur ton sein tout puissant je sens moins ma misère,</dd><dd>Je retrouve ma force, et crois vivre enfin.</dd><dd>Oui, soufflez, ouragans ! Criez, forêts profondes !</dd><dd>Croulez, rochers ! Torrents, précipitez vos ondes !</dd><dd>A vos bruits souverains ma voix aime à s'unir.</dd><dd>Forêts, rochers, torrents, je vous adore !</dd><dd>Mondes, qui scintillez,</dd><dd>Vers vous s'élance le désir</dd><dd>D'un cœur trop vaste et d'une âme alterée</dd><dd>D'un bonheur qui la fuit.</dd></dl>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_XVII">Scène XVII</span></h3>
<dl><dd>Récitatif et chasse.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS, gravissant les rochers.</dd><dd>A la voûtre azurée</dd><dd>Aperçois-tu, dis-moi, l'astre de l'amour constant ?</dd><dd>Son influence, ami, serait fort nécessaire,</dd><dd>Car tu rêves ici, quand cette pauvre enfant,</dd><dd>Marguerite...</dd><dd>FAUST</dd><dd>Tais-toi !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Sans doute il faut me taire,</dd><dd>Tu n'aimes plus !</dd><dd>Pourtant en un cachot traînée,</dd><dd>Et pour un parricide à la mort condamnée...</dd><dd>FAUST</dd><dd>Quoi !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>J'entends des chasseurs qui parcourent les bois.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Achève, qu'as-tu dit ?</dd><dd>Marguerite en prison ?</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Certaine liqueur brune, un innocent poison,</dd><dd>Qu'elle tenait de toi, pour endormir sa mère</dd><dd>Pendants vos nocturnes amours,</dd><dd>A causé tout le mal.</dd><dd>Caressant sa chimère,</dd><dd>T'attendant chaque soir, elle en usait toujours.</dd><dd>Elle en a tant usé que la vieille en est morte.</dd><dd>Tu comprends maintenant.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Feux et tonnerre !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>En sorte</dd><dd>Que son amour pour toi la conduit...</dd><dd>FAUST, avec fureur.</dd><dd>Sauve-la.</dd><dd>Sauve-la, misérable !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Ah ! je suis le coupable !</dd><dd>On vous reconnaît là,</dd><dd>Ridicules humains !</dd><dd>N'importe !</dd><dd>Je suis le maître encor de t'ouvrir cette porte ;</dd><dd>Mais qu'as-tu fais pour moi</dd><dd>Depuis que je te sers ?</dd><dd>FAUST</dd><dd>Qu'exiges-tu ?</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>De toi ?</dd><dd>Rien qu'un signature</dd><dd>Sur ce vieux parchemin.</dd><dd>Je sauve Marguerite à l'instant, si tu jures</dd><dd>Et signes ton serment de me servir demain.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Eh ! que me fait</dd><dd>Demain, quand je souffre à cette heure ?</dd><dd>Donne.</dd><dd>( Il signe. )</dd><dd>Voilà mon nom.</dd><dd>Vers sa sombre demeure</dd><dd>Volons donc maintenant.</dd><dd>O douleur insensée !</dd><dd>Marguerite, j'accours !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>A moi, Vortex ! Giaour !</dd><dd>Sur ces deux noirs chevaux, prompts comme la pensée,</dd><dd>La justice est pressée.</dd><dd>( Ils partent. )</dd></dl>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_XVIII">Scène XVIII</span></h3>
<dl><dd>La course à l'abîme.</dd><dd>Plaines, montagnes et vallées. Faust et Méphistophélès galopant sur deux</dd><dd>chevaux noirs.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Dans mon cœur retentit sa voix désespérée...</dd><dd>O pauvre abandonnée !</dd><dd>PAYSANS, agenouillés devant une croix champêtre.</dd><dd>Sancta Maria, ora pro nobis.</dd><dd>Sancta Magdalena, ora pro nobis.</dd><dd>FAUST</dd><dd>Prends garde à ces enfants, à ces femmes priant</dd><dd>Au pied de cette croix.</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Eh ! qu'importe ! en avant !</dd><dd>PAYSANS</dd><dd>Sancta Margarita...</dd><dd>( cri d'effroi. )</dd><dd>Ah ! ! !</dd><dd>( Les femmes et les enfants se dispersent épouvantés. )</dd><dd>FAUST</dd><dd>Dieux ! un monstre hideux en hurlant nous poursuit !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Tu rêves !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Quel essaim de grands oiseaux de nuit !</dd><dd>Quels cris affreux !... ils me frappent de l'aile !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS, retenant son cheval.</dd><dd>Le glas des trépassés sonne déjà pour elle.</dd><dd>As-tu peur ? retournons !</dd><dd>( Ils s'arrêtent. )</dd><dd>FAUST</dd><dd>Non, je l'entends, courons !</dd><dd>( Les chevaux redouplent de vitesse. )</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS, excitant son cheval.</dd><dd>Hop ! hop ! hop !</dd><dd>FAUST</dd><dd>Regarde, autour de nous, cette ligne infinie</dd><dd>De squelettes dansant !</dd><dd>Avec quel rire horrible ils saluent en passant !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Hop ! pense à sauver sa vie,</dd><dd>Et ris-toi des morts !</dd><dd>Hop ! hop !</dd><dd>FAUST, de plus en plus épouvanté et haletant.</dd><dd>Nos chevaux frémissent,</dd><dd>Leurs crins se hérissent,</dd><dd>Ils brisent leurs mors !</dd><dd>Je vois onduler</dd><dd>Devant nous la terre ;</dd><dd>J'entends le tonnere</dd><dd>Sous nos pieds rouler !</dd><dd>Il pleut du sang ! !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS, d'une voix tonnante.</dd><dd>Cohortes infernales !</dd><dd>Sonnez, sonnez vos trompettes triomphales,</dd><dd>Il est à nous !</dd><dd>( Ils tombent dans un gouffre. )</dd><dd>FAUST</dd><dd>Horreur ! Ah !</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Je suis vainqueur !</dd></dl>
<h3>
<span class="mw-headline" id="Sc.C3.A8ne_XIX">Scène XIX</span></h3>
<dl><dd>Pandaemonium.</dd><dd>DAMNÉS ET DÉMONS</dd><dd>Ha ! Irimiru Karabrao !</dd><dd>Has ! Has ! Has !</dd><dd>LES PRINCES DES TÉNEBRES</dd><dd>De cette âme si fière</dd><dd>A jamais es-tu maître et vainqueur, Méphisto ?</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>J'en suis maître à jamais.</dd><dd>LES PRINCES DES TÉNEBRES</dd><dd>Faust a donc librement</dd><dd>Signé l'acte fatal qui le livre à nos flammes ?</dd><dd>MÉPHISTOPHÉLÈS</dd><dd>Il signa librement.</dd><dd>DAMNÉS ET DÉMONS</dd><dd>Has ! Has !</dd><dd>( Les démons portent Méphistophélès en triomphe. )</dd><dd>Tradioun Marexil fir Trudinxé burudixé !</dd><dd>Fory my Dinkorlitz.</dd><dd>O merikariu Omévixé merikariba.</dd><dd>O merikariu O midara</dd><dd>Caraibo lakinda, merondor Dinkorlitz,</dd><dd>Merondor Dinkorlitz merondor.</dd><dd>Tradioun marexil,</dd><dd>Tradioun burudixé</dd><dd>Trudinxé Caraibo.</dd><dd>Fir omévixé merondor.</dd><dd>Mit aysko, merondor, mit aysko ! Oh !</dd><dd>( Les démons dansent autour de Méphistophélès. )</dd><dd>Diff ! Diff ! me rondor, me rondor aysko !</dd><dd>Has ! Has ! Satan.</dd><dd>Has ! Has ! Belphégor,</dd><dd>Has ! Has ! Méphisto,</dd><dd>Has ! Has ! Kroïx</dd><dd>Diff ! Diff ! Astaroth,</dd><dd>Diff ! Diff ! Belzébuth, Belphéger, Astaroth, Méphisto !</dd><dd>Sat, sat ra yk Irkimour.</dd><dd>Has ! Has ! Méphisto !</dd><dd>Has ! Has ! Irimiru Karabrao !</dd></dl>
<h3>
<span class="mw-headline" id=".C3.89pilogue.">Épilogue.</span></h3>
<dl><dd>Sur la terre.</dd><dd>DAMNÉS ET DÉMONS</dd><dd>Alors l'enfer se tut.</dd><dd>L'affreux bouillonnement de ces grands lacs de flammes,</dd><dd>Les grincements de dents et ses tourmenteurs d'âmes,</dd><dd>Se firent seuls entendre ; et, dans ses profondeurs,</dd><dd>Un mystère d'horreur s'accomplit.</dd><dd>O terreurs !</dd><dd>Dans le ciel.</dd><dd>ESPRITS CÉLESTES</dd><dd>Laus ! Laus ! Laus ! Hosanna ! Hosanna !</dd><dd>Elle a beaucoup aimé, Seigneur !</dd><dd>Margarita !</dd><dd>Apothéose de Marguerite.</dd><dd>ESPRITS CÉLESTES</dd><dd>Remonte au ciel, âme naïve</dd><dd>Que l'amour égara ;</dd><dd>Viens revêtir ta beauté primitive</dd><dd>Qu'une erreur altéra.</dd><dd>Viens, les vierges divines,</dd><dd>Tes sœurs les Séraphimes,</dd><dd>Sauront tarir les pleurs</dd><dd>Que t'arrachent encor les terrestres douleurs</dd><dd>Conservent l'espérance</dd><dd>Et souris au bonheur.</dd><dd>Viens, Margarita, viens !</dd></dl>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-27070838265135788782012-05-17T09:08:00.002-07:002012-05-17T09:08:43.756-07:00LAUTREAMONT: sexto Canto de Maldoror<br />
<big><big><b>CHANT SIXIÈME</b></big></big><br />
<br />
<div align="center">
<hr style="background: black; border: none; display: block; height: 1px; margin-bottom: 0em; margin-top: 0em; width: 6em;" />
</div>
<br />
<br />
Vous, dont le calme enviable ne peut pas faire plus que d’embellir le
faciès, ne croyez pas qu’il s’agisse encore de pousser, dans des
strophes de quatorze ou quinze lignes, ainsi qu’un élève de quatrième,
des exclamations qui passeront pour inopportunes, et des gloussements
sonores de poule cochinchinoise, aussi grotesques qu’on serait capable
de l’imaginer, pour peu qu’on s’en donnât la peine ; mais il est
préférable de prouver par des faits les propositions que l’on avance.
Prétendriez-vous donc que, parce que j’aurais insulté, comme en me
jouant, l’homme, le Créateur et moi-même, dans mes explicables
hyperboles, ma mission fût complète ? Non : la partie la plus importante
de mon travail n’en subsiste pas moins, comme tâche qui reste à faire.
Désormais, les ficelles du roman remueront les trois personnages nommés
plus haut : il leur sera ainsi <span><span class="pagenum" id="282" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/284"></span></span>communiqué
une puissance moins abstraite. La vitalité se répandra magnifiquement
dans le torrent de leur appareil circulatoire, et vous verrez comme vous
serez étonné vous-même de rencontrer, là où d’abord vous n’aviez cru
voir que des entités vagues appartenant au domaine de la spéculation
pure, d’une part, l’organisme corporel avec ses ramifications de nerfs
et ses membranes muqueuses, de l’autre, le principe spirituel qui
préside aux fonctions physiologiques de la chair. Ce sont des êtres
doués d’une énergique vie qui, les bras croisés et la poitrine en arrêt,
poseront prosaïquement (mais, je suis certain que l’effet sera
très-poétique) devant votre visage, placés seulement à quelques pas de
vous, de manière que les rayons solaires, frappant d’abord les tuiles
des toits et le couvercle des cheminées, viendront ensuite se refléter
visiblement sur leurs cheveux terrestres et matériels. Mais, ce ne
seront plus des anathèmes, possesseurs de la spécialité de provoquer le
rire ; des personnalités fictives qui auraient bien fait de rester dans
la cervelle de l’auteur ; ou des cauchemars placés trop au-dessus de
l’existence ordinaire. Remarquez que, par cela même, ma poésie n’en sera
que plus belle. Vous toucherez avec vos mains des branches ascendantes
d’aorte et des capsules surrénales ; et puis des sentiments ! Les cinq
premiers récits n’ont pas été inutiles ; ils étaient le frontispice de
mon ouvrage, le fondement de la construction, <span><span class="pagenum" id="283" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/285"></span></span>l’explication
préalable de ma poétique future : et je devais à moi-même, avant de
boucler ma valise et me mettre en marche pour les contrées de
l’imagination, d’avertir les sincères amateurs de la littérature, par
l’ébauche rapide d’une généralisation claire et précise, du but que
j’avais résolu de poursuivre. En conséquence, mon opinion est que,
maintenant, la partie synthétique de manœuvre est complète et
suffisamment paraphrasée. C’est par elle que vous avez appris que je me
suis proposé d’attaquer l’homme et Celui qui le créa. Pour le moment et
pour plus tard, vous n’avez pas besoin d’en savoir davantage ! Des
considérations nouvelles me paraissent superflues, car elles ne feraient
que répéter, sous une autre forme, plus ample, il est vrai, mais
identique, l’énoncé de la thèse dont la fin de ce jour verra le premier
développement. Il résulte, des observations qui précèdent, que mon
intention est d’entreprendre, désormais, la partie analytique ; cela est
si vrai qu’il n’y a que quelques minutes seulement, que j’exprimai le v
u ardent que vous fussiez emprisonné dans les glandes sudoripares de ma
peau, pour vérifier la loyauté de ce que j’affirme, en connaissance de
cause. Il faut, je le sais, étayer d’un grand nombre de preuves
l’argumentation qui se trouve comprise dans mon théorème ; eh bien, ces
preuves existent, et vous savez que je n’attaque personne, sans avoir
des motifs sérieux ! Je ris à gorge déployée, <span><span class="pagenum" id="284" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/286"></span></span>quand
je songe que vous me reprochez de répandre d’amères accusations contre
l’humanité, dont je suis un des membres (cette seule remarque me
donnerait raison !) et contre la Providence : je ne rétracterai pas mes
paroles ; mais, racontant ce que j’aurai vu, il ne me sera pas
difficile, sans autre ambition que la vérité, de les justifier.
Aujourd’hui, je vais fabriquer un petit roman de trente pages ; cette
mesure restera dans la suite à peu près stationnaire. Espérant voir
promptement, un jour ou l’autre, la consécration de mes théories
acceptée par telle ou telle forme littéraire, je crois avoir enfin
trouvé, après quelques tâtonnements, ma formule définitive. C’est la
meilleure : puisque c’est le roman ! Cette préface hybride a été exposée
d’une manière qui ne paraîtra peut-être pas assez naturelle, en ce sens
qu’elle surprend, pour ainsi dire, le lecteur, qui ne voit pas
très-bien où l’on veut d’abord le conduire ; mais, ce sentiment de
remarquable stupéfaction, auquel on doit généralement chercher à
soustraire ceux qui passent leur temps à lire des livres ou des
brochures, j’ai fait tous mes efforts pour le produire. En effet, il
m’était impossible de faire moins, malgré ma bonne volonté : ce n’est
que plus tard, lorsque quelques romans auront paru, que vous comprendrez
mieux la préface du renégat, à la figure fuligineuse.<br />
<div align="center">
<hr style="background: black; border: none; display: block; height: 1px; margin-bottom: 5em; margin-top: 5em; width: 8em;" />
</div>
<span><span class="pagenum" id="285" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/287"></span></span><br />
Avant d’entrer en matière, je trouve stupide qu’il soit nécessaire
(je pense que chacun ne sera pas de mon avis, si je me trompe) que je
place à côté de moi un encrier ouvert, et quelques feuillets de papier
non mâché. De cette manière, il me sera possible de commencer, avec
amour, par ce sixième chant, la série des poèmes instructifs qu’il me
tarde de produire. Dramatiques épisodes d’une implacable utilité ! Notre
héros s’aperçut qu’en fréquentant les cavernes, et prenant pour refuge
les endroits inaccessibles, il transgressait les règles de la logique,
et commettait un cercle vicieux. Car, si d’un côté, il favorisait ainsi
sa répugnance pour les hommes, par le dédommagement de la solitude et de
l’éloignement, et circonscrivait passivement son horizon borné, parmi
des arbustes rabougris, des ronces et des lambrusques, de l’autre, son
activité ne trouvait plus aucun aliment pour nourrir le minotaure de ses
instincts pervers. En conséquence, il résolut de se rapprocher des
agglomérations humaines, persuadé que parmi tant de victimes toutes
préparées, ses passions diverses trouveraient amplement de quoi se
satisfaire. Il savait que la police, ce bouclier de la civilisation, le
recherchait avec persévérance, depuis nombre d’années, et qu’une
véritable armée d’agents et d’espions était continuellement à ses
trousses. Sans, cependant, parvenir à le rencontrer. Tant son habileté
renversante déroutait, avec un suprême chic, les <span><span class="pagenum" id="286" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/288"></span></span>ruses
les plus indiscutables au point de vue de leur succès, et l’ordonnance
de la plus savante méditation. Il avait une faculté spéciale pour
prendre des formes méconnaissables aux yeux exercés. Déguisements
supérieurs, si je parle en artiste ! Accoutrements d’un effet réellement
médiocre, quand je songe à la morale. Par ce point, il touchait
presqu’au génie. N’avez-vous pas remarqué la gracilité d’un joli
grillon, aux mouvements alertes, dans les égouts de Paris ? Il n’y a que
celui-là : c’était Maldoror ! Magnétisant les florissantes capitales,
avec un fluide pernicieux, il les amène dans un état léthargique où
elles sont incapables de se surveiller comme il le faudrait. État
d’autant plus dangereux qu’il n’est pas soupçonné. Aujourd’hui il est à
Madrid ; demain il sera à Saint-Pétersbourg ; hier il se trouvait à
Pékin. Mais, affirmer exactement l’endroit actuel que remplissent de
terreur les exploits de ce poétique Rocambole, est un travail au dessus
des forces possibles de mon épaisse ratiocination. Ce bandit est,
peut-être, à sept cents lieues de ce pays ; peut-être, il est à quelques
pas de vous. Il n’est pas facile de faire périr entièrement les hommes,
et les lois sont là ; mais, on peut, avec de la patience, exterminer,
une par une, les fourmis humanitaires. Or, depuis les jours de ma
naissance, où je vivais avec les premiers aïeuls de notre race, encore
inexpérimenté dans la tension de mes embûches ; depuis les <span><span class="pagenum" id="287" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/289"></span></span>temps
reculés, placés, au delà de l’histoire, où, dans de subtiles
métamorphoses, je ravageais, à diverses époques, les contrées du globe
par les conquêtes et le carnage, et répandais la guerre civile au milieu
des citoyens, n’ai-je pas déjà écrasé sous mes talons, membre par
membre ou collectivement, des générations entières, dont il ne serait
pas difficile de concevoir le chiffre innombrable ? Le passé radieux a
fait de brillantes promesses à l’avenir : il les tiendra. Pour le
ratissage de mes phrases, j’emploierai forcément la méthode naturelle,
en rétrogradant jusque chez les sauvages, afin qu’ils me donnent des
leçons. Gentlemen simples et majestueux, leur bouche gracieuse ennoblit
tout ce qui découle de leurs lèvres tatouées. Je viens de prouver que
rien n’est risible dans cette planète. Planète cocasse, mais superbe.
M’emparant d’un style que quelques-uns trouveront naïf (quand il est si
profond), je le ferai servir à interpréter des idées qui,
malheureusement, ne paraîtront peut-être pas grandioses ! Par cela même,
me dépouillant des allures légères et sceptiques de l’ordinaire
conversation, et, assez prudent pour ne pas poser… je ne sais plus ce
que j’avais l’intention de dire, car, je ne me rappelle pas le
commencement de la phrase. Mais, sachez que la poésie se trouve partout
où n’est pas le sourire, stupidement railleur, de l’homme, à la figure
de canard. Je vais d’abord me moucher, parce que j’en ai besoin ; et
ensuite, <span><span class="pagenum" id="288" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/290"></span></span>puissamment
aidé par ma main, je reprendrai le porte-plume que mes doigts avaient
laissé tomber. Comment le pont du Carrousel put-il garder la constance
de sa neutralité, lorsqu’il entendit les cris déchirants que semblait
pousser le sac !<br />
<div align="center">
<hr style="background: black; border: none; display: block; height: 1px; margin-bottom: 5em; margin-top: 5em; width: 8em;" />
</div>
<div style="margin: 1em auto; text-align: center;">
<b>I</b></div>
<br />
Les magasins de la rue Vivienne étalent leurs richesses aux yeux
émerveillés. Éclairés par de nombreux becs de gaz, les coffrets d’acajou
et les montres en or répandent à travers les vitrines des gerbes de
lumière éblouissante. Huit heures ont sonné à l’horloge de la Bourse :
ce n’est pas tard ! À peine le dernier coup de marteau s’est-il fait
entendre, que la rue, dont le nom a été cité, se met à trembler, et
secoue ses fondements depuis la place Royale jusqu’au boulevard
Montmartre. Les promeneurs hâtent le pas, et se retirent pensifs dans
leurs maisons. Une femme s’évanouit et tombe sur l’asphalte. Personne ne
la relève : il tarde à chacun de s’éloigner de ce parage. Les volets se
referment avec impétuosité, et les habitants s’enfoncent dans leurs
couvertures. On dirait que la peste asiatique a révélé sa présence.
Ainsi, pendant que la plus grande partie de la ville se prépare à nager
dans les réjouissances des fêtes <span><span class="pagenum" id="289" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/291"></span></span>nocturnes,
la rue Vivienne se trouve subitement glacée par une sorte de
pétrification. Comme un cœur qui cesse d’aimer, elle a vu sa vie
éteinte. Mais, bientôt, la nouvelle du phénomène se répand dans les
autres couches de la population, et un silence morne plane sur l’auguste
capitale. Où sont-ils passés, les becs de gaz ? Que sont-elles
devenues, les vendeuses d’amour ? Rien… la solitude et l’obscurité ! Une
chouette, volant dans une direction rectiligne, et dont la patte est
cassée, passe au-dessus de la Madeleine, et prend son essor vers la
barrière du Trône, en s’écriant : « Un malheur se prépare. » Or, dans
cet endroit que ma plume (ce véritable ami qui me sert de compère) vient
de rendre mystérieux, si vous regardez du côté par où la rue Colbert
s’engage dans la rue Vivienne, vous verrez, à l’angle formé par le
croisement de ces deux voies, un personnage montrer sa silhouette, et
diriger sa marche légère vers les boulevards. Mais, si l’on s’approche
davantage, de manière à ne pas amener sur soi-même l’attention de ce
passant, on s’aperçoit, avec un agréable étonnement, qu’il est jeune !
De loin on l’aurait pris en effet pour un homme mûr. La somme des jours
ne compte plus, quand il s’agit d’apprécier la capacité intellectuelle
d’une figure sérieuse. Je me connais à lire l’âge dans les lignes
physiognomoniques du front : il a seize ans et quatre mois ! Il est beau
comme la rétractilité des serres des oiseaux rapaces ; ou encore, comme
<span><span class="pagenum" id="290" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/292"></span></span>l’incertitude
des mouvements musculaires dans les plaies des parties molles de la
région cervicale postérieure ; ou plutôt, comme ce piège à rats
perpétuel, toujours retendu par l’animal pris, qui peut prendre seul des
rongeurs indéfiniment, et fonctionner même caché sous la paille ; et
surtout, comme la rencontre fortuite sur une table de dissection d’une
machine à coudre et d’un parapluie ! Mervyn, ce fils de la blonde
Angleterre, vient de prendre chez son professeur une leçon d’escrime,
et, enveloppé dans son tartan écossais, il retourne chez ses parents.
C’est huit heures et demie, et il espère arriver chez lui à neuf
heures : de sa part, c’est une grande présomption que de feindre d’être
certain de connaître l’avenir. Quelque obstacle imprévu ne peut-il
l’embarrasser dans sa route ? Et cette circonstance, serait-elle si peu
fréquente, qu’il dût prendre sur lui de la considérer comme une
exception ? Que ne considère-t-il plutôt, comme un fait anormal, la
possibilité qu’il a eue jusqu’ici de se sentir dépourvu d’inquiétude et
pour ainsi dire heureux ? De quel droit en effet prétendrait-il gagner
indemne sa demeure, lorsque quelqu’un le guette et le suit par derrière
comme sa future proie ? (Ce serait bien peu connaître sa profession
d’écrivain à sensation, que de ne pas, au moins, mettre en avant, les
restrictives interrogations après lesquelles arrive immédiatement la
phrase que je suis sur le point de terminer.) Vous avez reconnu le héros
<span><span class="pagenum" id="291" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/293"></span></span>imaginaire
qui, depuis un long temps, brise par la pression de son individualité
ma malheureuse intelligence ! Tantôt Maldoror se rapproche de Mervyn,
pour graver dans sa mémoire les traits de cet adolescent ; tantôt, le
corps rejeté en arrière, il recule sur lui-même comme le boomerang
d’Australie, dans la deuxième période de son trajet, ou plutôt, comme
une machine infernale. Indécis sur ce qu’il doit faire. Mais, sa
conscience n’éprouve aucun symptôme d’une émotion la plus embryogénique,
comme à tort vous le supposeriez. Je le vis s’éloigner un instant dans
une direction opposée ; était-il accablé par le remords ? Mais, il
revint sur ses pas avec un nouvel acharnement. Mervyn ne sait pas
pourquoi ses artères temporales battent avec force, et il presse le pas,
obsédé par une frayeur dont lui et vous cherchent vainement la cause.
Il faut lui tenir compte de son application à découvrir l’énigme.
Pourquoi ne se retourne-t-il pas ? Il comprendrait tout. Songe-t-on
jamais aux moyens les plus simples de faire cesser un état alarmant ?
Quand un rôdeur de barrières traverse un faubourg de la banlieue, un
saladier de vin blanc dans le gosier et la blouse en lambeaux, si, dans
le coin d’une borne, il aperçoit un vieux chat musculeux, contemporain
des révolutions auxquelles ont assisté nos pères, contemplant
mélancoliquement les rayons de la lune, qui s’abattent sur la plaine
endormie, il s’avance tortueusement dans une ligne <span><span class="pagenum" id="292" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/294"></span></span>courbe,
et fait un signe à un chien cagneux, qui se précipite. Le noble animal
de la race féline attend son adversaire avec courage, et dispute
chèrement sa vie. Demain quelque chiffonnier achètera une peau
électrisable. Que ne fuyait-il donc ? C’était si facile. Mais, dans le
cas qui nous préoccupe actuellement, Mervyn complique encore le danger
par sa propre ignorance. Il a comme quelques lueurs, excessivement
rares, il est vrai, dont je ne m’arrêterai pas à démontrer le vague qui
les recouvre ; cependant, il lui est impossible de deviner la réalité.
Il n’est pas prophète, je ne dis pas le contraire, et il ne se reconnaît
pas la faculté de l’être. Arrivé sur la grande artère, il tourne à
droite et traverse le boulevard Poissonnière et le boulevard
Bonne-Nouvelle. À ce point de son chemin, il s’avance dans la rue du
faubourg Saint-Denis, laisse derrière lui l’embarcadère du chemin de fer
de Strasbourg, et s’arrête devant un portail élevé, avant d’avoir
atteint la superposition perpendiculaire de la rue Lafayette. Puisque
vous me conseillez de terminer en cet endroit la première strophe, je
veux bien, pour cette fois, obtempérer, à votre désir. Savez-vous que,
lorsque je songe à l’anneau de fer caché sous la pierre par la main d’un
maniaque, un invincible frisson me passe par les cheveux ? <span><span class="pagenum" id="293" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/295"></span></span><br />
<br />
<div style="margin: 1em auto; text-align: center;">
<b>II</b></div>
<br />
Il tire le bouton de cuivre, et le portail de l’hôtel moderne tourne
sur ses gonds. Il arpente la cour, parsemée de sable fin, et franchit
les huit degrés du perron. Les deux statues, placées à droite et à
gauche comme les gardiennes de l’aristocratique villa, ne lui barrent
pas le passage. Celui qui a tout renié, père, mère, Providence, amour,
idéal, afin de ne plus penser qu’à lui seul, s’est bien gardé de ne pas
suivre les pas qui précédaient. Il l’a vu entrer dans un spacieux salon
du rez-de-chaussée, aux boiseries de cornaline. Le fils de famille se
jette sur un sofa, et l’émotion l’empêche de parler. Sa mère, à la robe
longue et traînante, s’empresse autour de lui, et l’entoure de ses bras.
Ses frères, moins âgés que lui, se groupent autour du meuble, chargé
d’un fardeau ; ils ne connaissent pas la vie d’une manière suffisante,
pour se faire une idée nette de la scène qui se passe. Enfin, le père
élève sa canne, et abaisse sur les assistants un regard plein
d’autorité. Appuyant le poignet sur les bras du fauteuil, il s’éloigne
de son siège ordinaire, et s’avance, avec inquiétude, quoique affaibli
par les ans, vers le corps immobile de son premier-né. Il parle dans une
langue étrangère, et chacun l’écoute dans un recueillement
respectueux : « Qui a mis le garçon dans cet état ? La Tamise brumeuse <span><span class="pagenum" id="294" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/296"></span></span>charriera
encore une quantité notable de limon avant que mes forces soient
complètement épuisées. Des lois préservatrices n’ont pas l’air d’exister
dans cette contrée inhospitalière. Il éprouverait la vigueur de mon
bras, si je connaissais le coupable. Quoique j’aie pris ma retraite,
dans l’éloignement des combats maritimes, mon épée de commodore,
suspendue à la muraille, n’est pas encore rouillée. D’ailleurs, il est
facile d’en repasser le fil. Mervyn, tranquillise-toi, je donnerai des
ordres à mes domestiques, afin de rencontrer la trace de celui que,
désormais, je chercherai, pour le faire périr de ma propre main. Femme,
ôte-toi de là, et va t’accroupir dans un coin ; tes yeux
m’attendrissent, et tu ferais mieux de refermer le conduit de tes
glandes lacrymales. Mon fils, je t’en supplie, réveille tes sens, et
reconnais ta famille ; c’est ton père qui te parle… » La mère se tient à
l’écart, et, pour obéir aux ordres de son maître, elle a pris un livre
entre ses mains, et s’efforce de demeurer tranquille, en présence du
danger que court celui que sa matrice enfanta. « …Enfants, allez vous
amuser dans le parc, et prenez garde, en admirant la natation des
cygnes, de ne pas tomber dans la pièce d’eau… » Les frères, les mains
pendantes, restent muets ; tous, la toque surmontée d’une plume arrachée
à l’aile de l’engoulevent de la Caroline, avec le pantalon de velours
s’arrêtant aux genoux, et les bas de soie rouge, <span><span class="pagenum" id="295" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/297"></span></span>se
prennent par la main, et se retirent du salon, ayant soin de ne presser
le parquet d’ébène que de la pointe des pieds. Je suis certain qu’ils
ne s’amuseront pas, et qu’ils se promèneront avec gravité dans les
allées de platanes. Leur intelligence est précoce. Tant mieux pour eux.
« …Soins inutiles, je te berce dans mes bras, et tu es insensible à mes
supplications. Voudrais-tu relever la tête ? J’embrasserai tes genoux,
s’il le faut. Mais non… elle retombe inerte. » — « Mon doux maître, si
tu le permets à ton esclave, je vais chercher dans mon appartement un
flacon rempli d’essence de térébenthine, et dont je me sers
habituellement quand la migraine envahit mes tempes, après être revenue
du théâtre, ou lorsque la lecture d’une narration émouvante, consignée
dans les annales britanniques de la chevaleresque histoire de nos
ancêtres, jette ma pensée rêveuse dans les tourbières de
l’assoupissement. » — « Femme, je ne t’avais pas donné la parole, et tu
n’avais pas le droit de la prendre. Depuis notre légitime union, aucun
nuage n’est venu s’interposer entre nous. Je suis content de toi, je
n’ai jamais eu de reproches à te faire : et réciproquement. Va chercher
dans ton appartement un flacon rempli d’essence de térébenthine. Je sais
qu’il s’en trouve un dans les tiroirs de ta commode, et tu ne viendras
pas me l’apprendre. Dépêche-toi de franchir les degrés de l’escalier en
spirale, et reviens me trouver avec un visage content. » <span><span class="pagenum" id="296" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/298"></span></span>Mais
la sensible Londonienne est à peine arrivée aux premières marches (elle
ne court pas aussi promptement qu’une personne des classes inférieures)
que déjà une de ses demoiselles d’atour redescend du premier étage, les
joues empourprées de sueur, avec le flacon qui, peut-être, contient la
liqueur de vie dans ses parois de cristal. La demoiselle s’incline avec
grâce en présentant son offre, et la mère, avec sa démarche royale,
s’est avancée vers les franges qui bordent le sofa, seul objet qui
préoccupe sa tendresse. Le commodore, avec un geste fier, mais
bienveillant, accepte le flacon des mains de son épouse. Un foulard
d’Inde y est trempé, et l’on entoure la tête de Mervyn avec les méandres
orbiculaires de la soie. Il respire des sels ; il remue un bras. La
circulation se ranime, et l’on entend les cris joyeux d’un kakatoès des
Philippines, perché sur l’embrasure de la fenêtre. « Qui va là ?… Ne
m’arrêtez point… Où suis-je ? Est-ce une tombe qui supporte mes membres
alourdis ? Les planches m’en paraissent douces… Le médaillon qui
contient le portrait de ma mère, est-il encore attaché à mon cou ?…
Arrière, malfaiteur, à la tête échevelée. Il n’a pu m’atteindre, et j’ai
laissé entre ses doigts un pan de mon pourpoint. Détachez les chaînes
des bouledogues, car, cette nuit, un voleur reconnaissable peut
s’introduire chez nous avec effraction, tandis que nous serons plongés
dans le sommeil. Mon père et ma mère, je vous reconnais, et <span><span class="pagenum" id="297" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/299"></span></span>je
vous remercie de vos soins. Appelez mes petits frères. C’est pour eux
que j’avais acheté des pralines, et je veux les embrasser. » À ces mots,
il tombe dans un profond état léthargique. Le médecin, qu’on a mandé en
toute hâte, se frotte les mains et s’écrie : « La crise est passée.
Tout va bien. Demain votre fils se réveillera dispos. Tous,
allez-vous-en dans vos couches respectives, je l’ordonne, afin que je
reste seul à côté du malade, jusqu’à l’apparition de l’aurore et du
chant du rossignol. » Maldoror, caché derrière la porte, n’a perdu
aucune parole. Maintenant, il connaît le caractère des habitants de
l’hôtel, et agira en conséquence. Il sait où demeure Mervyn, et ne
désire pas en savoir davantage. Il a inscrit dans un calepin le nom de
la rue et le numéro du bâtiment. C’est le principal. Il est sûr de ne
pas les oublier. Il s’avance, comme une hyène, sans être vu, et longe
les côtés de la cour. Il escalade la grille avec agilité, et
s’embarrasse un instant dans les pointes de fer ; d’un bond, il est sur
la chaussée. Il s’éloigne à pas de loup. « Il me prenait pour un
malfaiteur, s’écrie-t-il : lui, c’est un imbécile. Je voudrais trouver
un homme exempt de l’accusation que le malade a portée contre moi. Je ne
lui ai pas enlevé un pan de son pourpoint, comme il l’a dit. Simple
hallucination hypnagogique causée par la frayeur. Mon intention n’était
pas aujourd’hui de m’emparer de lui, car, j’ai d’autres projets
ultérieurs sur cet <span><span class="pagenum" id="298" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/300"></span></span>adolescent
timide. » Dirigez-vous du côté où se trouve le lac des cygnes ; et, je
vous dirai plus tard pourquoi il s’en trouve un de complètement noir
parmi la troupe, et dont le corps, supportant une enclume, surmontée du
cadavre en putréfaction d’un crabe tourteau, inspire à bon droit de la
méfiance à ses autres aquatiques camarades.<br />
<br />
<div style="margin: 1em auto; text-align: center;">
<b>III</b></div>
<br />
Mervyn est dans sa chambre ; il a reçu une missive. Qui donc lui
écrit une lettre ? Son trouble l’a empêché de remercier l’agent postal.
L’enveloppe a les bordures noires, et les mots sont tracés d’une
écriture hâtive. Ira-t-il porter cette lettre à son père ? Et si le
signataire le lui défend expressément ? Plein d’angoisse, il ouvre sa
fenêtre pour respirer les senteurs de l’atmosphère ; les rayons du
soleil reflètent leurs prismatiques irradiations sur les glaces de
Venise et les rideaux de damas. Il jette la missive de côté, parmi les
livres à tranche dorée et les albums à couverture de nacre, parsemés sur
le cuir repoussé qui recouvre la surface de son pupitre d’écolier. Il
ouvre son piano, et fait courir ses doigts effilés sur les touches
d’ivoire. Les cordes de laiton ne résonnèrent point. Cet avertissement
indirect l’engage à reprendre le papier vélin ; mais celui-ci recula,
comme <span><span class="pagenum" id="299" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/301"></span></span>s’il
avait été offensé de l’hésitation du destinataire. Prise à ce piège, la
curiosité de Mervyn s’accroît et il ouvre le morceau de chiffon
préparé. Il n’avait vu jusqu’à ce moment que sa propre écriture. « Jeune
homme, je m’intéresse à vous ; je veux faire votre bonheur. Je vous
prendrai pour compagnon, et nous accomplirons de longues pérégrinations
dans les îles de l’Océanie. Mervyn, tu sais que je t’aime, et je n’ai
pas besoin de te le prouver. Tu m’accorderas ton amitié, j’en suis
persuadé. Quand tu me connaîtras davantage, tu ne te repentiras pas de
la confiance que tu m’auras témoignée. Je te préserverai des périls que
courra ton inexpérience. Je serai pour toi un frère, et les bons
conseils ne te manqueront pas. Pour de plus longues explications,
trouve-toi, après-demain matin, à cinq heures, sur le pont du Carrousel.
Si je ne suis pas arrivé, attends-moi ; mais, j’espère être rendu à
l’heure juste. Toi, fais de même. Un Anglais n’abandonnera pas
facilement l’occasion de voir clair dans ses affaires. Jeune homme, je
te salue, et à bientôt. Ne montre cette lettre a personne. » — « Trois
étoiles au lieu d’une signature, s’écrie Mervyn ; et une tâche de sang
au bas de la page ! » Des larmes abondantes coulent sur les curieuses
phrases que ses yeux ont dévorées, et qui ouvrent à son esprit le champ
illimité des horizons incertains et nouveaux. Il lui semble (ce n’est
que depuis la lecture qu’il vient de terminer) que son père est un peu <span><span class="pagenum" id="300" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/302"></span></span>sévère
et sa mère trop majestueuse. Il possède des raisons qui ne sont pas
parvenues à ma connaissance et que, par conséquent, je ne pourrais vous
transmettre, pour insinuer que ses frères ne lui conviennent pas non
plus. Il cache cette lettre dans sa poitrine. Ses professeurs ont
observé que ce jour-là il n’a pas ressemblé à lui-même ; ses yeux se
sont assombris démesurément, et le voile de la réflexion excessive s’est
abaissé sur la région péri-orbitaire. Chaque professeur a rougi, de
crainte de ne pas se trouver à la hauteur intellectuelle de son élève,
et, cependant, celui-ci, pour la première fois, a négligé ses devoirs et
n’a pas travaillé. Le soir, la famille s’est réunie dans la salle à
manger, décorée de portraits antiques. Mervyn admire les plats chargés
de viandes succulentes et les fruits odoriférants, mais, il ne mange
pas ; les polychrômes ruissellements des vins du Rhin et le rubis
mousseux du champagne s’enchâssent dans les étroites et hautes coupes de
pierre de Bohême, et laissent même sa vue indifférente. Il appuie son
coude sur la table, et reste absorbé dans ses pensées comme un
somnambule. Le commodore, au visage boucané par l’écume de la mer, se
penche à l’oreille de son épouse : « L’aîné a changé de caractère,
depuis le jour de la crise ; il n’était déjà que trop porté aux idées
absurdes ; aujourd’hui il rêvasse encore plus de coutume. Mais enfin, je
n’étais pas comme cela, moi, lorsque j’avais son âge. Fais <span><span class="pagenum" id="301" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/303"></span></span>semblant
de ne t’apercevoir de rien. C’est ici qu’un remède efficace, matériel
ou moral, trouverait aisément son emploi. Mervyn, toi qui goûtes la
lecture des livres de voyages et d’histoire naturelle, je vais te lire
un récit qui ne te déplaira pas. Qu’on m’écoute avec attention ; chacun y
trouvera son profit, moi, le premier. Et vous autres, enfants,
apprenez, par l’attention que vous saurez prêter à mes paroles, à
perfectionner le dessin de votre style, et à vous rendre compte des
moindres intentions d’un auteur. » Comme si cette nichée d’adorables
moutards aurait pu comprendre ce que c’était que la rhétorique ! Il dit,
et, sur un geste de sa main, un des frères se dirige vers la
bibliothèque paternelle, et en revient avec un volume sous le bras.
Pendant ce temps, le couvert et l’argenterie sont enlevés, et le père
prend le livre. À ce nom électrisant de voyages, Mervyn a relève la
tête, et s’est efforcé de mettre un terme à ses méditations hors de
propos. Le livre est ouvert vers le milieu, et la voix métallique du
commodore prouve qu’il est resté capable, comme dans les jours de sa
glorieuse jeunesse, de commander à la fureur des hommes et des tempêtes.
Bien avant la fin de cette lecture, Mervyn est retombé sur son coude,
dans l’impossibilité de suivre plus longtemps le raisonné développement
des phrases passées à la filière et la saponification des obligatoires
métaphores. Le père s’écrie : « Ce n’est pas cela qui l’intéresse ;
lisons autre chose. <span><span class="pagenum" id="302" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/304"></span></span>Lis,
femme ; tu seras plus heureuse que moi, pour chasser le chagrin des
jours de notre fils. » La mère ne conserve plus d’espoir ; cependant,
elle s’est emparée d’un autre livre, et le timbre de sa voix de soprano
retentit mélodieusement aux oreilles du produit de sa conception. Mais,
après quelques paroles, le découragement l’envahit, et elle cesse
d’elle-même l’interprétation de l’œuvre littéraire. Le premier-né
s’écrie : « Je vais me coucher. » Il se retire, les yeux baissés avec
une fixité froide, et sans rien ajouter. Le chien se met à pousser un
lugubre aboiement, car il ne trouve pas cette conduite naturelle, et le
vent du dehors, s’engouffrant inégalement dans la fissure longitudinale
de la fenêtre, fait vaciller la flamme, rabattue par deux coupoles de
cristal rosé, de la lampe de bronze. La mère appuie ses mains sur son
front, et le père relève les yeux vers le ciel. Les enfants jettent des
regards effarés sur le vieux marin. Mervyn ferme la porte de sa chambre à
double tour, et sa main court rapidement sur le papier : « J’ai reçu
votre lettre à midi, et vous me pardonnerez si je vous ai fait attendre
la réponse. Je n’ai pas l’honneur de vous connaître personnellement, et
je ne savais pas si je devais vous écrire. Mais, comme l’impolitesse ne
loge pas dans notre maison, j’ai résolu de prendre la plume, et de vous
remercier chaleureusement de l’intérêt que vous prenez pour un inconnu.
Dieu me garde de ne pas montrer de la reconnaissance pour <span><span class="pagenum" id="303" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/305"></span></span>la
sympathie dont vous me comblez. Je connais mes imperfections, et je ne
m’en montre pas plus fier. Mais, s’il est convenable d’accepter l’amitié
d’une personne âgée, il l’est aussi de lui faire comprendre que nos
caractères ne sont pas les mêmes. En effet, vous paraissez être plus âgé
que moi puisque vous m’appelez jeune homme, et cependant je conserve
des doutes sur votre âge véritable. Car, comment concilier la froideur
de vos syllogismes avec la passion qui s’en dégage ? Il est certain que
je n’abandonnerai pas le lieu qui m’a vu naître, pour vous accompagner
dans les contrées lointaines ; ce qui ne serait possible qu’à la
condition de demander auparavant aux auteurs de mes jours, une
permission impatiemment attendue. Mais, comme vous m’avez enjoint de
garder le secret (dans le sens cubique du mot) sur cette affaire
spirituellement ténébreuse, je m’empresserai d’obéir à votre sagesse
incontestable. À ce qu’il paraît, elle n’affronterait pas avec plaisir
la clarté de la lumière. Puisque vous paraissez souhaiter que j’aie de
la confiance en votre propre personne (vœu qui n’est pas déplacé, je me
plais à le confesser), ayez la bonté, je vous prie, de témoigner, à mon
égard, une confiance analogue, et de ne pas avoir la prétention de
croire que je serais tellement éloigné de votre avis, qu’après demain
matin, à l’heure indiquée, je ne serais pas exact au rendez-vous. Je
franchirai le mur de clôture du parc, car la grille sera fermée, et <span><span class="pagenum" id="304" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/306"></span></span>personne
ne sera témoin de mon départ. À parler avec franchise, que ne ferais-je
pas pour vous, dont l’inexplicable attachement a su promptement se
révéler à mes yeux éblouis, surtout étonnés d’une telle preuve de bonté,
à laquelle je me suis assuré que je ne me serais pas attendu. Puisque
je ne vous connaissais pas. Maintenant je vous connais. N’oubliez pas la
promesse que vous m’avez faite de vous promener sur le pont du
Carrousel. Dans le cas que j’y passe, j’ai une certitude, à nulle autre
pareille, de vous y rencontrer et de vous toucher la main, pourvu que
cette innocente manifestation d’un adolescent qui, hier encore,
s’inclinait devant l’autel de la pudeur, ne doive pas vous offenser par
sa respectueuse familiarité. Or, la familiarité n’est-elle pas avouable
dans le cas d’une forte et ardente intimité, lorsque la perdition est
sérieuse et convaincue ? Et quel mal y aurait-il après tout, je vous le
demande à vous-même, à ce que je vous dise adieu tout en passant,
lorsque après-demain, qu’il pleuve ou non, cinq heures auront sonné ?
Vous apprécierez vous-même, gentleman, le tact avec lequel j’ai conçu ma
lettre ; car, je ne me permets pas dans une feuille volante, apte à
s’égarer, de vous en dire davantage. Votre adresse au bas de la page est
un rébus. Il m’a fallu près d’un quart-d’heure pour la déchiffrer. Je
crois que vous avez bien fait d’en tracer les mots d’une manière
microscopique. Je me dispense de signer et en cela je vous <span><span class="pagenum" id="305" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/307"></span></span>imite :
nous vivons dans un temps trop excentrique, pour s’étonner un instant
de ce qui pourrait arriver. Je serais curieux de savoir comment vous
avez appris l’endroit où demeure mon immobilité glaciale, entourée d’une
longue rangée de salles désertes, immondes charniers de mes heures
d’ennui. Comment dire cela ? Quand je pense à vous, ma poitrine s’agite,
retentissante comme l’écroulement d’un empire en décadence ; car,
l’ombre de votre amour accuse un sourire qui, peut-être, n’existe pas :
elle est si vague, et remue ses écailles si tortueusement ! Entre vos
mains, j’abandonne mes sentiments impétueux, tables de marbre toutes
neuves, et vierges encore d’un contact mortel. Prenons patience
jusqu’aux premières lueurs du crépuscule matinal, et, dans l’attente du
moment qui me jettera dans l’entrelacement hideux de vos bras
pestiférés, je m’incline humblement à vos genoux, que je presse. » Après
avoir écrit cette lettre coupable, Mervyn la porta à la poste et
revient se mettre au lit. Ne comptez pas y trouver son ange gardien. La
queue de poisson ne volera que pendant trois jours, c’est vrai ; mais,
hélas ! la poutre n’en sera pas moins brûlée ; et une balle
cylindro-conique percera la peau du rhinocéros, malgré la fille de neige
et le mendiant ! C’est que le fou couronné aura dit la vérité sur la
fidélité des quatorze poignards. <span><span class="pagenum" id="306" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/308"></span></span><br />
<br />
<div style="margin: 1em auto; text-align: center;">
<b>IV</b></div>
<br />
Je me suis aperçu que je n’avais qu’un œil au milieu du front ! Ô
miroirs d’argent, incrustés dans les panneaux des vestibules, combien de
services ne m’avez-vous pas rendus par votre pouvoir réflecteur !
Depuis le jour où un chat angora me rongea, pendant une heure, la bosse
pariétale, comme un trépan qui perfore le crâne, en s’élançant
brusquement sur mon dos, parce que j’avais fait bouillir ses petits dans
une cuve remplie d’alcool, je n’ai pas cessé de lancer contre moi-même
la flèche des tourments. Aujourd’hui, sous l’impression des blessures
que mon corps a reçues dans diverses circonstances, soit par la fatalité
de ma naissance, soit par le fait de ma propre faute ; accablé par les
conséquences de ma chute morale (quelques-unes ont été accomplies ; qui
prévoira les autres ?) ; spectateur impassible des monstruosités
acquises ou naturelles, qui décorent les aponévroses et l’intellect de
celui qui parle, je jette un long regard de satisfaction sur la dualité
qui me compose… et je me trouve beau ! Beau comme le vice de
conformation congénital des organes sexuels de l’homme, consistant dans
la brièveté relative du canal de l’urètre et la division ou l’absence de
sa paroi inférieure, de telle sorte que ce canal s’ouvre <span><span class="pagenum" id="307" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/309"></span></span>à
une distance variable du gland et au-dessous du pénis ; ou encore,
comme la caroncule charnue, de forme conique, sillonnée par des rides
transversales assez profondes, qui s’élève sur la base du bec supérieur
du dindon ; ou plutôt, comme la vérité qui suit : « Le système des
gammes, des modes et de leur enchaînement harmonique ne repose pas sur
des lois naturelles invariables, mais il est, au contraire, la
conséquence de principes esthétiques qui ont varié avec le développement
progressif de l’humanité, et qui varieront encore ; » et surtout, comme
une corvette cuirassée à tourelles ! Oui, je maintiens l’exactitude de
mon assertion. Je n’ai pas d’illusion présomptueuse, je m’en vante, et
je ne trouverais aucun profit dans le mensonge ; donc, ce que j’ai dit,
vous ne devez mettre aucune hésitation à le croire. Car, pourquoi
m’inspirerais-je à moi-même de l’horreur, devant les témoignages
élogieux qui partent de ma conscience ? Je n’envie rien au Créateur ;
mais, qu’il me laisse descendre le fleuve de ma destinée, à travers une
série croissante de crimes glorieux. Sinon, élevant à la hauteur de son
front un regard irrité de tout obstacle, je lui ferai comprendre qu’il
n’est pas le seul maître de l’univers ; que plusieurs phénomènes qui
relèvent directement d’une connaissance plus approfondie de la nature
des choses, déposent en faveur de l’opinion contraire, et opposent un
formel démenti à la viabilité de l’unité de la puissance. C’est que <span><span class="pagenum" id="308" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/310"></span></span>nous
sommes deux à nous contempler les cils des paupières, vois-tu… et tu
sais que plus d’une fois a retenti, dans ma bouche sans lèvres, le
clairon de la victoire. Adieu, guerrier illustre ; ton courage dans le
malheur inspire de l’estime à ton ennemi le plus acharné ; mais Maldoror
te retrouvera bientôt pour te disputer la proie qui s’appelle Mervyn.
Ainsi, sera réalisée la prophétie du coq, quand il entrevit l’avenir au
fond du candélabre. Plût au ciel que le crabe tourteau rejoigne à temps
la caravane des pèlerins, et leur apprenne en quelques mots la narration
du chiffonnier de Clignancourt !<br />
<br />
<div style="margin: 1em auto; text-align: center;">
<b>V</b></div>
<br />
Sur un banc du Palais-Royal, du côté gauche et non loin de la pièce
d’eau, un individu, débouchant de la rue de Rivoli, est venu s’asseoir.
Il a les cheveux en désordre, et ses habits dévoilent l’action corrosive
d’un dénûment prolongé. Il a creusé un trou dans le sol avec un morceau
de bois pointu, et a rempli de terre le creux de sa main. Il a porté
cette nourriture à la bouche et la rejetée avec précipitation. Il s’est
relevé, et, appliquant sa tête contre le banc, il a dirigé ses jambes
vers le haut. Mais, comme cette situation funambulesque est en dehors
des lois de la pesanteur qui régissent le centre de gravité, il <span><span class="pagenum" id="309" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/311"></span></span>est
retombé lourdement sur la planche, les bras pendants, la casquette lui
cachant la moitié de la figure, et les jambes battant le gravier dans
une situation d’équilibre instable, de moins en moins rassurante. Il
reste longtemps dans cette position. Vers l’entrée mitoyenne du nord, à
côté de la rotonde qui contient une salle de café, le bras de notre
héros est appuyé contre la grille. Sa vue parcourt la superficie du
rectangle, de manière à ne laisser échapper aucune perspective. Ses yeux
reviennent sur eux-mêmes, après l’achèvement de l’investigation, et il
aperçoit, au milieu du jardin, un homme qui fait de la gymnastique
titubante avec un banc sur lequel il s’efforce de s’affermir, en
accomplissant des miracles de force et d’adresse. Mais, que peut la
meilleure intention, apportée au service d’une cause juste, contre les
dérèglements de l’aliénation mentale ? Il s’est avancé vers le fou, l’a
aidé avec bienveillance à replacer sa dignité dans une position normale,
lui a tendu la main, et s’est assis à côté de lui. Il remarque que la
folie n’est qu’intermittente ; l’accès a disparu ; son interlocuteur
répond logiquement à toutes les questions. Est-il nécessaire de
rapporter le sens de ses paroles ? Pourquoi rouvrir, à une page
quelconque, avec un empressement blasphématoire, l’in-folio des misères
humaines ? Rien n’est d’un enseignement plus fécond. Quand même je
n’aurais aucun événement de vrai à vous faire entendre, <span><span class="pagenum" id="310" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/312"></span></span>j’inventerais
des récits imaginaires pour les transvaser dans votre cerveau, Mais, le
malade ne l’est pas devenu pour son propre plaisir ; et la sincérité de
ses rapports s’allie à merveille avec la crédulité du lecteur. « Mon
père était un charpentier de la rue de la Verrerie… Que la mort des
trois Marguerite retombe sur sa tête, et que le bec du canari lui ronge
éternellement l’axe du bulbe oculaire ! Il avait contracté l’habitude de
s’enivrer ; dans ces moments-là, quand il revenait à la maison, après
avoir couru les comptoirs des cabarets, sa fureur devenait presque
incommensurable, et il frappait indistinctement les objets qui se
présentaient à sa vue. Mais, bientôt, devant les reproches de ses amis,
il se corrigea complètement, et devint d’une humeur taciturne. Personne
ne pouvait l’approcher, pas même notre mère. Il conservait un secret
ressentiment contre l’idée du devoir qui l’empêchait de se conduire à sa
guise. J’avais acheté un serin pour mes trois sœurs ; c’était pour mes
trois sœurs que j’avais acheté un serin. Elles l’avaient enfermé dans
une cage, au-dessus de la porte, et les passants s’arrêtaient, chaque
fois, pour écouter les chants de l’oiseau, admirer sa grâce fugitive et
étudier ses formes savantes. Plus d’une fois mon père avait donné
l’ordre de faire disparaître la cage et son contenu, car il se figurait
que le serin se moquait de sa personne, en lui jetant le bouquet des
cavatines aériennes de son talent de vocaliste. Il <span><span class="pagenum" id="311" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/313"></span></span>alla
détacher la cage du clou, et glissa de la chaise, aveuglé par la
colère. Une légère excoriation au genou fut le trophée de son
entreprise. Après être resté quelques secondes à presser la partie
gonflée avec un copeau, il rabaissa son pantalon, les sourcils froncés,
prit mieux ses précautions, mit la cage sous son bras et se dirigea vers
le fond de son atelier. Là, malgré les cris et les supplications de sa
famille (nous tenions beaucoup à cet oiseau, qui était, pour nous, comme
le génie de la maison) il écrasa de ses talons ferrés la boîte d’osier,
pendant qu’une varlope, tournoyant autour de sa tête, tenait à distance
les assistants. Le hasard fit que le serin ne mourut pas sur le coup ;
ce flocon de plumes vivait encore, malgré la maculation sanguine. Le
charpentier s’éloigna, et referma la porte avec bruit. Ma mère et moi,
nous nous efforçâmes de retenir la vie de l’oiseau, prête à s’échapper ;
il atteignait à sa fin, et le mouvement de ses ailes ne s’offrait plus à
la vue, que comme le miroir de la suprême convulsion d’agonie. Pendant
ce temps, les trois Marguerite, quand elles s’aperçurent que tout espoir
allait être perdu, se prirent par la main, d’un commun accord, et la
chaîne vivante alla s’accroupir, après avoir repoussé à quelques pas un
baril de graisse, derrière l’escalier, à côté du chenil de notre
chienne. Ma mère ne discontinuait pas sa tâche, et tenait le serin entre
ses doigts, pour le réchauffer de son haleine. Moi, je <span><span class="pagenum" id="312" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/314"></span></span>courais
éperdu par toutes les chambres, me coignant aux meubles et aux
instruments. De temps à autre, une de mes s urs montrait sa tête devant
le bas de l’escalier pour se renseigner sur le sort du malheureux
oiseau, et la retirait avec tristesse. La chienne était sortie de son
chenil, et, comme si elle avait compris l’étendue de notre perte, elle
léchait avec la langue de la stérile consolation la robe des trois
Marguerite. Le serin n’avait plus que quelques instants à vivre. Une de
mes sœurs, à son tour (c’était la plus jeune) présenta sa tête dans la
pénombre formée par la raréfaction de lumière. Elle vit ma mère pâlir,
et l’oiseau, après avoir, pendant un éclair, relevé le cou, par la
dernière manifestation de son système nerveux, retomber entre ses
doigts, inerte à jamais. Elle annonça la nouvelle à ses s sœurs. Elles
ne firent entendre le bruissement d’aucune plainte, d’aucun murmure. Le
silence régnait dans l’atelier. L’on ne distinguait que le craquement
saccadé des fragments de la cage qui, en vertu de l’élasticité du bois,
reprenaient en partie la position primordiale de leur construction. Les
trois Marguerite ne laissaient écouler aucune larme, et leur visage ne
perdait point sa fraîcheur pourprée ; non… elles restaient seulement
immobiles. Elles se traînèrent jusqu’à l’intérieur du chenil, et
s’étendirent sur la paille, l’une à côté de l’autre ; pendant que la
chienne, témoin passif de leur man uvre, les regardait faire <span><span class="pagenum" id="313" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/315"></span></span>avec
étonnement. À plusieurs reprises, ma mère les appela ; elles ne
rendirent le son d’aucune réponse. Fatiguées par les émotions
précédentes, elles dormaient, probablement ! Elle fouilla tous les coins
de la maison sans les apercevoir. Elle suivit la chienne, qui la tirait
par la robe, vers le chenil. Cette femme s’abaissa et plaça sa tête à
l’entrée. Le spectacle dont elle eut la possibilité d’être témoin, mises
à part les exagérations malsaines de la peur maternelle, ne pouvait
être que navrant, d’après les calculs de mon esprit. J’allumai une
chandelle et la lui présentai ; de cette manière, aucun détail ne lui
échappa. Elle ramena sa tête, couverte de brins de paille, de la tombe
prématurée, et me dit : « Les trois Marguerite sont mortes. » Comme nous
ne pouvions les sortir de cet endroit, car, retenez bien ceci, elles
étaient étroitement entrelacées ensemble, j’allai chercher dans
l’atelier un marteau, pour briser la demeure canine. Je me mis,
sur-le-champ, à l’œuvre de démolition, et les passants purent croire,
pour peu qu’ils eussent de l’imagination, que le travail ne chômait pas
chez nous. Ma mère, impatientée de ces retards qui, cependant, étaient
indispensables, brisait ses ongles contre les planches. Enfin,
l’opération de la délivrance négative se termina ; le chenil fendu
s’entr’ouvrit de tous les côtés ; et nous retirâmes, des décombres,
l’une après l’autre, après les avoir séparées difficilement, les filles
du charpentier. Ma mère <span><span class="pagenum" id="314" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/316"></span></span>quitta
le pays. Je n’ai plus revu mon père. Quant à moi, l’on dit que je suis
fou, et j’implore la charité publique. Ce que je sais, c’est que le
canari ne chante plus. » L’auditeur approuve dans son intérieur ce
nouvel exemple apporté à l’appui de ses dégoûtantes théories. Comme si, à
cause d’un homme, jadis pris de vin, l’on était en droit d’accuser
l’entière humanité. Telle est du moins la réflexion paradoxale qu’il
cherche à introduire dans son esprit ; mais elle ne peut en chasser les
enseignements importants de la grave expérience. Il console le fou avec
une compassion feinte, et essuie ses larmes avec son propre mouchoir. Il
l’amène dans un restaurant, et ils mangent à la même table. Ils s’en
vont chez un tailleur de la fashion et le protégé est habillé comme un
prince. Ils frappent chez le concierge d’une grande maison de la rue
Saint-Honoré, et le fou est installé dans un riche appartement du
troisième étage. Le bandit le force à accepter sa bourse, et, prenant le
vase de nuit au-dessous du lit, il le met sur la tête d’Aghone. « Je te
couronne roi des intelligences, s’écrie-t-il avec une emphase
préméditée ; à ton moindre appel j’accourrai ; puise à pleines mains
dans mes coffres ; de corps et d’âme je t’appartiens. La nuit, tu
rapporteras la couronne d’albâtre à sa place ordinaire, avec la
permission de t’en servir ; mais, le jour, dès que l’aurore illuminera
les cités, remets-la sur ton front, comme le symbole de ta <span><span class="pagenum" id="315" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/317"></span></span>puissance.
Les trois Marguerite revivront en moi, sans compter que je serai ta
mère. » Alors le fou recula de quelques pas, comme s’il était la proie
d’un insultant cauchemar ; les lignes du bonheur se peignirent sur son
visage, ridé par les chagrins ; il s’agenouilla, plein d’humiliation,
aux pieds de son protecteur. La reconnaissance était entrée, comme un
poison, dans le cœur du fou couronné ! Il voulut parler, et sa langue
s’arrêta. Il pencha son corps en avant, et il retomba sur le carreau.
L’homme aux lèvres de bronze se retire. Quel était son but ? Acquérir un
ami à toute épreuve, assez naïf pour obéir au moindre de ses
commandements. Il ne pouvait mieux rencontrer et le hasard l’avait
favorisé. Celui qu’il a trouvé, couché sur le banc, ne sait plus, depuis
un événement de sa jeunesse, reconnaître le bien du mal. C’est Aghone
même qu’il lui faut.<br />
<br />
<div style="margin: 1em auto; text-align: center;">
<b>VI</b></div>
<br />
Le Tout-Puissant avait envoyé sur la terre un de ses archanges, afin
de sauver l’adolescent d’une mort certaine. Il sera forcé de descendre
lui-même ! Mais, nous ne sommes point encore arrivés à cette partie de
notre récit, et je me vois dans l’obligation de fermer ma bouche, parce
que je ne puis pas tout dire à la fois : chaque truc à effet paraîtra
dans son lieu, <span><span class="pagenum" id="316" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/318"></span></span>lorsque
la trame de cette fiction n’y verra point d’inconvénient. Pour ne pas
être reconnu, l’archange avait pris la forme d’un crabe tourteau, grand
comme une vigogne. Il se tenait sur la pointe d’un écueil, au milieu de
la mer, et attendait le favorable moment de la marée, pour opérer sa
descente sur le rivage. L’homme aux lèvres de jaspe, caché derrière une
sinuosité de la plage, épiait l’animal, un bâton à la main. Qui aurait
désiré lire dans la pensée de ces deux êtres ? Le premier ne se cachait
pas qu’il avait une mission difficile à accomplir : « Et comment
réussir, s’écriait-il, pendant que les vagues grossissantes battaient
son refuge temporaire, là où mon maître a vu plus d’une fois échouer sa
force et son courage ? Moi, je ne suis qu’une substance limitée, tandis
que l’autre, personne ne sait d’où il vient et quel est son but final. À
son nom, les armées célestes tremblent ; et plus d’un raconte, dans les
régions que j’ai quittées, que Satan lui-même, Satan, l’incarnation du
mal, n’est pas si redoutable. » Le second faisait les réflexions
suivantes ; elles trouvèrent un écho, jusque dans la coupole azurée
qu’elles souillèrent : « Il a l’air plein d’inexpérience ; je lui
réglerai son compte avec promptitude. Il vient sans doute d’en haut,
envoyé par celui qui craint tant de venir lui-même ! Nous verrons, à
l’œuvre, s’il est aussi impérieux qu’il en a l’air ; ce n’est pas un
habitant de l’abricot terrestre ; il trahit <span><span class="pagenum" id="317" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/319"></span></span>son
origine séraphique par ses yeux errants et indécis. » Le crabe
tourteau, qui, depuis quelque temps, promenait sa vue sur un espace
délimité de la côte, aperçut notre héros (celui-ci, alors, se releva de
toute la hauteur de sa taille herculéenne), et l’apostropha dans les
termes qui vont suivre : « N’essaie pas la lutte et rends-toi. Je suis
envoyé par quelqu’un qui est supérieur à nous deux, afin de te charger
de chaînes, et mettre les deux membres complices de ta pensée dans
l’impossibilité de remuer. Serrer des couteaux et des poignards entre
tes doigts, il faut que désormais cela te soit défendu, crois-m’en ;
aussi bien dans ton intérêt que dans celui des autres. Mort ou vif, je
t’aurai ; j’ai l’ordre de t’amener vivant. Ne me mets pas dans
l’obligation de recourir au pouvoir qui m’a été prêté. Je me conduirai
avec délicatesse ; de ton côté, ne m’oppose aucune résistance. C’est
ainsi que je reconnaîtrai, avec empressement et allégresse, que tu auras
fait un premier pas vers le repentir. » Quand notre héros entendit
cette harangue, empreinte d’un sel si profondément comique, il eut de la
peine à conserver le sérieux sur la rudesse de ses traits hâlés. Mais,
enfin, chacun ne sera pas étonné si j’ajoute qu’il finit par éclater de
rire. C’était plus fort que lui ! Il n’y mettait pas de la mauvaise
intention ! Il ne voulait certes pas s’attirer les reproches du crabe
tourteau ! Que d’efforts ne fit-il pas pour chasser l’hilarité ! Que <span><span class="pagenum" id="318" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/320"></span></span>de
fois ne serra-t-il point ses lèvres l’une contre l’autre, afin de ne
pas avoir l’air d’offenser son interlocuteur épaté ! Malheureusement son
caractère participait de la nature de l’humanité, et il riait ainsi que
font les brebis ! Enfin il s’arrêta ! Il était temps ! Il avait failli
s’étouffer ! Le vent porta cette réponse à l’archange de l’écueil :
« Lorsque ton maître ne m’enverra plus des escargots et des écrevisses
pour régler ses affaires, et qu’il daignera parlementer personnellement
avec moi, l’on trouvera, j’en suis sûr, le moyen de s’arranger, puisque
je suis inférieur à celui qui t’envoya, comme tu l’as dit avec tant de
justesse. Jusque-là, les idées de réconciliation m’apparaissent
prématurées, et aptes à produire seulement un chimérique résultat. Je
suis très-loin de méconnaître ce qu’il y a de censé dans chacune de tes
syllabes ; et, comme nous pourrions fatiguer inutilement notre voix,
afin de lui faire parcourir trois kilomètres de distance, il me semble
que tu agirais avec sagesse, si tu descendais de ta forteresse
inexpugnable, et gagnais la terre ferme à la nage : nous discuterons
plus commodément les conditions d’une reddition qui, pour si légitime
qu’elle soit, n’en est pas moins finalement, pour moi, d’une perspective
désagréable. » L’archange, qui ne s’attendait pas à cette bonne
volonté, sortit des profondeurs de la crevasse sa tête d’un cran, et
répondit : « Ô Maldoror, est-il enfin arrivé le jour où <span><span class="pagenum" id="319" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/321"></span></span>tes
abominables instincts verront s’éteindre le flambeau d’injustifiable
orgueil qui les conduit à l’éternelle damnation ! Ce sera donc moi, qui,
le premier, raconterai ce louable changement aux phalanges des
chérubins, heureux de retrouver un des leurs. Tu sais toi-même et tu
n’as pas oublié qu’une époque existait où tu avais ta première place
parmi nous. Ton nom volait de bouche en bouche ; tu es actuellement le
sujet de nos solitaires conversations. Viens donc… viens faire une paix
durable avec ton ancien maître ; il te recevra comme un fils égaré, et
ne s’apercevra point de l’énorme quantité de culpabilité que tu as,
comme une montagne de cornes d’élan élevée par les Indiens, amoncelée
sur ton cœur. » Il dit, et il retire toutes les parties de son corps du
fond de l’ouverture obscure. Il se montre, radieux, sur la surface de
l’écueil ; ainsi un prêtre des religions quand il a la certitude de
ramener une brebis égarée. Il va faire un bond sur l’eau, pour se
diriger à la nage vers le pardonné. Mais, l’homme aux lèvres de saphir a
calculé longtemps à l’avance un perfide coup. Son bâton est lancé avec
force ; après maints ricochets sur les vagues, il va frapper à la tête
l’archange bienfaiteur. Le crabe, mortellement atteint, tombe dans
l’eau. La marée porte sur le rivage l’épave flottante. Il attendait la
marée pour opérer plus facilement sa descente. Eh bien, la marée est
venue ; elle l’a bercé de ses chants, et l’a mollement <span><span class="pagenum" id="320" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/322"></span></span>déposé
sur la plage : le crabe n’est-il pas content ? Que lui faut-il de
plus ? Et Maldoror, penché sur le sable des grèves, reçoit dans ses bras
deux amis, inséparablement réunis par les hasards de la lame : le
cadavre du crabe tourteau et le bâton homicide ! « Je n’ai pas encore
perdu mon adresse, s’écrie-t-il ; elle ne demande qu’à s’exercer ; mon
bras conserve sa force et mon œil sa justesse. » Il regarde l’animal
inanimé. Il craint qu’on ne lui demande compte du sang versé. Où
cachera-t-il l’archange ? Et, en même temps, il se demande si la mort
n’a pas été instantanée. Il a mis sur son dos une enclume et un
cadavre ; il s’achemine vers une vaste pièce d’eau, dont toutes les
rives sont couvertes et comme murées par un inextricable fouillis de
grands joncs. Il voulait d’abord prendre un marteau, mais c’est un
instrument trop léger, tandis qu’avec un objet plus lourd, si le cadavre
donne signe de vie, il le posera sur le sol et le mettra en poussière à
coups d’enclume. Ce n’est pas la vigueur qui manque à son bras, allez ;
c’est le moindre de ses embarras. Arrivé en vue du lac, il le voit
peuplé de cygnes. Il se dit que c’est une retraite sûre pour lui ; à
l’aide d’une métamorphose, sans abandonner sa charge, il se mêle à la
bande des autres oiseaux. Remarquez la main de la Providence là où l’on
était tenté de la trouver absente, et faites votre profit du miracle
dont je vais vous parler. Noir comme l’aile <span><span class="pagenum" id="321" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/323"></span></span>d’un
corbeau, trois fois il nagea parmi le groupe de palmipèdes, à la
blancheur éclatante ; trois fois, il conserva cette couleur distinctive
qui l’assimilait à un bloc de charbon. C’est que Dieu, dans sa justice,
ne permit point que son astuce pût tromper même une bande de cygnes. De
telle manière qu’il resta ostensiblement dans l’intérieur du lac ; mais,
chacun se tint à l’écart, et aucun oiseau ne s’approcha de son plumage
honteux, pour lui tenir compagnie. Et, alors, il circonscrivit ses
plongeons dans une baie écartée, à l’extrémité de la pièce d’eau, seul
parmi les habitants de l’air, comme il l’était parmi les hommes ! C’est
ainsi qu’il préludait à l’incroyable événement de la place Vendôme !<br />
<br />
<div style="margin: 1em auto; text-align: center;">
<b>VII</b></div>
<br />
Le corsaire aux cheveux d’or, a reçu la réponse de Mervyn. Il suit
dans cette page singulière la trace des troubles intellectuels de celui
qui l’écrivit, abandonné aux faibles forces de sa propre suggestion.
Celui-ci aurait beaucoup mieux fait de consulter ses parents, avant de
répondre à l’amitié de l’inconnu. Aucun bénéfice ne résultera pour lui
de se mêler, comme principal acteur, à cette équivoque intrigue. Mais,
enfin, il l’a voulu. À l’heure indiquée, Mervyn, de la porte de sa
maison, est allé droit devant lui, en <span><span class="pagenum" id="322" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/324"></span></span>suivant
le boulevard Sébastopol, jusqu’à la fontaine Saint-Michel. Il prend le
quai des Grands-Augustins et traverse le quai Conti ; au moment où il
passe sur le quai Malaquais, il voit marcher sur le quai du Louvre,
parallèlement à sa propre direction, un individu, porteur d’un sac sous
le bras, et qui paraît l’examiner avec attention. Les vapeurs du matin
se sont dissipées. Les deux passants débouchent en même temps de chaque
côté du pont du Carrousel. Quoiqu’ils ne se fussent jamais vus, ils se
reconnurent ! Vrai, c’était touchant de voir ces deux êtres, séparés par
l’âge, rapprocher leurs âmes par la grandeur des sentiments. Du moins,
c’eût été l’opinion de ceux qui se seraient arrêtés devant ce spectacle,
que plus d’un, même avec un esprit mathématique, aurait trouvé
émouvant. Mervyn, le visage en pleurs, réfléchissait qu’il rencontrait,
pour ainsi dire à l’entrée de la vie, un soutien précieux dans les
futures adversités. Soyez persuadé que l’autre ne disait rien. Voici ce
qu’il fit : il déplia le sac qu’il portait, dégagea l’ouverture, et,
saisissant l’adolescent par la tête, il fit passer le corps entier dans
l’enveloppe de toile. Il noua, avec son mouchoir, l’extrémité qui
servait d’introduction. Comme Mervyn poussait des cris aigus, il enleva
le sac, ainsi qu’un paquet de linges, et en frappe, à plusieurs
reprises, le parapet du pont. Alors, le patient, s’étant aperçu du
craquement de ses os, se tut. Scène unique, qu’aucun <span><span class="pagenum" id="323" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/325"></span></span>romancier
ne retrouvera ! Un boucher passait, assis sur la viande de sa
charrette. Un individu court à lui, l’engage à s’arrêter, et lui dit :
« Voici un chien, enfermé dans ce sac ; il a la gale : abattez-le au
plus vite. » L’interpellé se montre complaisant. L’interrupteur, en
s’éloignant, aperçoit une jeune fille en haillons qui lui tend la main.
Jusqu’où va donc le comble de l’audace et de l’impiété ? Il lui donne
l’aumône ! Dites-moi si vous voulez que je vous introduise, quelques
heures plus tard, à la porte d’un abattoir reculé. Le boucher est
revenu, et a dit à ses camarades, en jetant à terre un fardeau :
« Dépêchons-nous de tuer ce chien galeux. » Ils sont quatre, et chacun
saisit le marteau accoutumé. Et, cependant, ils hésitaient, parce que le
sac remuait avec force. « Quelle émotion s’empare de moi ? » cria l’un
d’eux en abaissant lentement son bras. « Ce chien pousse, comme un
enfant, des gémissements de douleur, dit un autre ; on dirait qu’il
comprend le sort qui l’attend. » « C’est leur habitude, répondit un
troisième ; même quand ils ne sont pas malades, comme c’est le cas ici,
il suffit que leur maître reste quelques jours absents du logis, pour
qu’ils se mettent à faire entendre des hurlements qui, véritablement,
sont pénibles à supporter. » « Arrêtez !… arrêtez !… cria le quatrième,
avant que tous les bras se fussent levés en cadence pour frapper
résolûment, cette fois, sur le sac. Arrêtez, vous dis-je ; il <span><span class="pagenum" id="324" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/326"></span></span>y
a ici un fait qui nous échappe. Qui vous dit que cette toile renferme
un chien ? Je veux m’en assurer. » Alors, malgré les railleries de ses
compagnons, il dénoua le paquet, et en retira l’un après l’autre les
membres de Mervyn ! Il était presque étouffé par la gêne de cette
position. Il s’évanouit en revoyant la lumière. Quelques moments après,
il donna des signes indubitables d’existence. Le sauveur dit :
« Apprenez, une autre fois, à mettre de la prudence jusque dans votre
métier. Vous avez failli remarquer, par vous-mêmes, qu’il ne sert de
rien de pratiquer l’inobservance de cette loi. » Les bouchers
s’enfuirent. Mervyn, le cœur serré et plein de pressentiments funestes,
rentre chez soi et s’enferme dans sa chambre. Ai-je besoin d’insister
sur cette strophe ? Eh ! qui n’en déplorera les événements consommés !
Attendons la fin pour porter un jugement encore plus sévère. Le
dénoûment va se précipiter ; et, dans ces sortes de récits, où une
passion, de quelque genre qu’elle soit, étant donnée, celle-ci ne craint
aucun obstacle pour se frayer un passage, il n’y a pas lieu de délayer
dans un godet la gomme laque de quatre cents pages banales. Ce qui peut
être dit dans une demi-douzaine de strophes, il faut le dire, et puis se
taire. <span><span class="pagenum" id="325" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/327"></span></span><br />
<br />
<div style="margin: 1em auto; text-align: center;">
<b>VIII</b></div>
<br />
Pour construire mécaniquement la cervelle d’un conte somnifère, il ne
suffit pas de disséquer des bêtises et abrutir puissamment à doses
renouvelées l’intelligence du lecteur, de manière à rendre ses facultés
paralytiques pour le reste de sa vie, par la loi infaillible de la
fatigue ; il faut, en outre, avec du bon fluide magnétique, le mettre
ingénieusement dans l’impossibilité somnambulique de se mouvoir, en le
forçant à obscurcir ses yeux contre son naturel par la fixité des
vôtres. Je veux dire, afin de ne pas me faire mieux comprendre, mais
seulement pour développer ma pensée qui intéresse et agace en même temps
par une harmonie des plus pénétrantes, que je ne crois pas qu’il soit
nécessaire, pour arriver au but que l’on se propose, d’inventer une
poésie tout à fait en dehors de la marche ordinaire de la nature, et
dont le souffle pernicieux semble bouleverser même les vérités
absolues ; mais, amener un pareil résultat (conforme, du reste, aux
règles de l’esthétique, si l’on y réfléchit bien), cela n’est pas aussi
facile qu’on le pense : voilà ce que je voulais dire. C’est pourquoi je
ferai tous mes efforts pour y parvenir ! Si la mort arrête la maigreur
fantastique des deux bras longs de mes épaules, employés à l’écrasement
lugubre de mon <span><span class="pagenum" id="326" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/328"></span></span>gypse
littéraire, je veux au moins que le lecteur en deuil puisse se dire :
« Il faut lui rendre justice. Il m’a beaucoup crétinisé. Que n’aurait-il
pas fait, s’il eût pu vivre davantage ! c’est le meilleur professeur
d’hypnotisme que je connaisse ! » On gravera ces quelques mots touchants
sur le marbre de ma tombe, et mes mânes seront satisfaits ! — Je
continue ! Il y avait une queue de poisson qui remuait au fond d’un
trou, à côté d’une botte éculée. Il n’était pas naturel de se demander :
« Où est le poisson ? Je ne vois que la queue qui remue. » Car,
puisque, précisément, l’on avouait implicitement ne pas apercevoir le
poisson, c’est qu’en réalité il n’y était pas. La pluie avait laissé
quelques gouttes d’eau au fond de cet entonnoir, creusé dans le sable.
Quant à la botte éculée, quelques-uns ont pensé depuis qu’elle provenait
de quelque abandon volontaire. Le crabe tourteau, par la puissance
divine, devait renaître de ses atomes résolus. Il retira du puits la
queue de poisson et lui promit de la rattacher à son corps perdu, si
elle annonçait au Créateur l’impuissance de son mandataire à dominer les
vagues en fureur de la mer maldororienne. Il lui prêta deux ailes
d’albatros, et la queue de poisson prit son essor. Mais elle s’envola
vers la demeure du renégat, pour lui raconter ce qui se passait et
trahir le crabe tourteau. Celui-ci devina le projet de l’espion, et,
avant que le troisième jour fût parvenu à sa fin, il perça la queue du
poisson d’une <span><span class="pagenum" id="327" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/329"></span></span>flèche
envenimée. Le gosier de l’espion poussa une faible exclamation, qui
rendit le dernier soupir avant de toucher la terre. Alors, une poutre
séculaire, placée sur le comble d’un château, se releva de toute sa
hauteur, en bondissant sur elle-même, et demanda vengeance à grands
cris. Mais le Tout-Puissant, changé en rhinocéros, lui apprit que cette
mort était méritée. La poutre s’apaisa, alla se placer au fond du
manoir, reprit sa position horizontale, et rappela les araignées
effarouchées, afin qu’elles continuassent, comme par le passé, à tisser
leur toile à ses coins. L’homme aux lèvres de soufre apprit la faiblesse
de son alliée ; c’est pourquoi, il commanda au fou couronné de brûler
la poutre et de la réduire en cendres. Aghone exécuta cet ordre sévère.
« Puisque, d’après vous, le moment est venu, s’écria-t-il, j’ai été
reprendre l’anneau que j’avais enterré sous la pierre, et je l’ai
attaché à un des bouts du câble. Voici le paquet. » Et il présenta une
corde épaisse, enroulée sur elle-même, de soixante mètres de longueur.
Son maître lui demanda ce que faisaient les quatorze poignards. Il
répondit qu’ils restaient fidèles et se tenaient prêts à tout événement,
si c’était nécessaire. Le forçat inclina sa tête en signe de
satisfaction. Il montra de la surprise, et même de l’inquiétude, quand
Aghone ajouta qu’il avait vu un coq fendre avec son bec un candélabre en
deux, plonger tour à tour le regard dans chacune des parties, et
s’écrier, <span><span class="pagenum" id="328" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/330"></span></span>en
battant ses ailes d’un mouvement frénétique : « Il n’y a pas si loin
qu’on le pense depuis la rue de la Paix jusqu’à la place du Panthéon.
Bientôt, on en verra la preuve lamentable ! » Le crabe tourteau, monté
sur un cheval fougueux, courait à toute bride vers la direction de
l’écueil, le témoin du lancement du bâton par un bras tatoué, l’asile du
premier jour de sa descente sur la terre. Une caravane de pèlerins
était en marche pour visiter cet endroit, désormais consacré par une
mort auguste. Il espérait l’atteindre, pour lui demander des secours
pressants contre la trame qui se préparait, et dont il avait eu
connaissance. Vous verrez quelque lignes plus loin, à l’aide de mon
silence glacial, qu’il n’arriva pas à temps, pour leur raconter ce que
lui avait rapporté un chiffonnier, caché derrière l’échafaudage voisin
d’une maison en construction, le jour où le pont du Carrousel, encore
empreint de l’humide rosée de la nuit, aperçut avec horreur l’horizon de
sa pensée s’élargir confusément en cercles concentriques, à
l’apparition matinale du rhythmique pétrissage d’un sac icosaèdre,
contre son parapet calcaire ! Avant qu’il stimule leur compassion, par
le souvenir de cet épisode, ils feront bien de détruire en eux la
semence de l’espoir… Pour rompre votre paresse, mettez en usage les
ressources d’une bonne volonté, marchez à côté de moi et ne perdez pas
de vue ce fou, la tête surmontée d’un vase de nuit, qui pousse, <span><span class="pagenum" id="329" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/331"></span></span>devant
lui, la main armée d’un bâton, celui que vous auriez de la peine à
reconnaître, si je ne prenais soin de vous avertir, et de rappeler à
votre oreille le mot qui se prononce Mervyn. Comme il est changé ! Les
mains liées derrière le dos, il marche devant lui, comme s’il allait à
l’échafaud, et, cependant, il n’est coupable d’aucun forfait. Ils sont
arrivés dans l’enceinte circulaire de la place Vendôme. Sur
l’entablement de la colonne massive, appuyé contre la balustrade carrée,
à plus de cinquante mètres de hauteur du sol, un homme a lancé et
déroulé un câble, qui tombe jusqu’à terre, à quelques pas d’Aghone. Avec
de l’habitude, on fait vite une chose ; mais, je puis dire que celui-ci
n’employa pas beaucoup de temps pour attacher les pieds de Mervyn à
l’extrémité de la corde. Le rhinocéros avait appris ce qui allait
arriver. Couvert de sueur, il apparut haletant, au coin de la rue
Castiglione. Il n’eut même pas la satisfaction d’entreprendre le combat.
L’individu, qui examinait les alentours du haut de la colonne, arma son
révolver, visa avec soin et pressa la détente. Le commodore qui
mendiait par les rues depuis le jour où avait commencé ce qu’il croyait
être la folie de son fils et la mère, qu’on avait appelée <i>la fille de neige</i>,
à cause de son extrême pâleur, portèrent en avant leur poitrine pour
protéger le rhinocéros. Inutile soin. La balle troua sa peau, comme un
vrille ; l’on aurait pu croire, avec une apparence de logique, que la <span><span class="pagenum" id="330" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/332"></span></span>mort
devait infailliblement apparaître. Mais nous savions que, dans ce
pachyderme, s’était introduite la substance du Seigneur. Il se retira
avec chagrin. S’il n’était pas bien prouvé qu’il ne fût trop bon pour
une de ses créatures, je plaindrais l’homme de la colonne ! celui-ci,
d’un coup sec de poignet, ramène à soi la corde ainsi lestée. Placée
hors de la normale, ses oscillations balancent Mervyn, dont la tête
regarde le bas. Il saisit vivement, avec ses mains, une longue guirlande
d’immortelles, qui réunit deux angles consécutifs de la base, contre
laquelle il coigne son front. Il emporte avec lui, dans les airs, ce qui
n’était pas un point fixe. Après avoir amoncelé à ses pieds, sous forme
d’ellipses superposées, une grande partie du câble, de manière que
Mervyn reste suspendu à moitié hauteur de l’obélisque de bronze, le
forçat évadé fait prendre, de la main droite, à l’adolescent, un
mouvement accéléré de rotation uniforme, dans un plan parallèle à l’axe
de la colonne, et ramasse, de la main gauche, les enroulements
serpentins du cordage, qui gisent à ses pieds. La fronde siffle dans
l’espace ; le corps de Mervyn la suit partout, toujours éloigné du
centre par la force centrifuge, toujours gardant sa position mobile et
équidistante, dans une circonférence aérienne, indépendante de la
matière. Le sauvage civilisé lâche peu à peu, jusqu’à l’autre bout,
qu’il retient avec un métacarpe ferme, ce qui ressemble à tort à une
barre <span><span class="pagenum" id="331" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/333"></span></span>d’acier.
Il se met à courir autour de la balustrade, en se tenant à la rampe par
une main. Cette man uvre a pour effet de changer le plan primitif de la
révolution du câble, et d’augmenter sa force de tension, déjà si
considérable. Dorénavant, il tourne majestueusement dans un plan
horizontal, après avoir successivement passé, par une marche insensible,
à travers plusieurs plans obliques. L’angle droit formé par la colonne
et le fil végétal a ses côtés égaux ! Le bras du renégat et l’instrument
meurtrier sont confondus dans l’unité linéaire, comme les éléments
atomistiques d’un rayon de lumière pénétrant dans la chambre noire. Les
théorèmes de la mécanique me permettent de parler ainsi ; hélas ! on
sait qu’une force, ajoutée à une autre force, engendrent une résultante
composée des deux forces primitives ! Qui oserait prétendre que le
cordage linéaire ne se serait déjà rompu, sans la vigueur de l’athlète,
sans la bonne qualité du chanvre ? Le corsaire aux cheveux d’or,
brusquement et en même temps, arrête sa vitesse acquise, ouvre la main
et lâche le câble. Le contre-coup de cette opération, si contraire aux
précédentes, fait craquer la balustrade dans ses joints. Mervyn, suivi
de la corde, ressemble à une comète traînant après elle sa queue
flamboyante. L’anneau de fer du nœud coulant, miroitant aux rayons du
soleil, engage à compléter soi-même l’illusion. Dans le parcours de sa
parabole, le condamné à mort fend <span><span class="pagenum" id="332" title="Page:Lautreamont - Chants de Maldoror.djvu/334"></span></span>l’atmosphère,
jusqu’à la rive gauche, la dépasse en vertu de la force d’impulsion que
je suppose infinie, et son corps va frapper le dôme du Panthéon, tandis
que la corde étreint, en partie, de ses replis, la paroi supérieure de
l’immense coupole. C’est sur sa superficie sphérique et convexe, qui ne
ressemble à une orange que pour la forme, qu’on voit, à toute heure du
jour, un squelette desséché, resté suspendu. Quand le vent le balance,
l’on raconte que les étudiants du quartier Latin, dans la crainte d’un
pareil sort, font une courte prière : ce sont des bruits insignifiants
auxquels on n’est point tenu de croire, et propres seulement à faire
peur aux petits enfants. Il tient entre ses mains crispées, comme un
grand ruban de vieilles fleurs jaunes. Il faut tenir compte de la
distance, et nul ne peut affirmer, malgré l’attestation de sa bonne vue,
que ce soient là, réellement, ces immortelles dont je vous ai parlé, et
qu’une lutte inégale, engagée près du nouvel Opéra, vit détacher d’un
piédestal grandiose. Il n’en est pas moins vrai que les draperies en
forme de croissant de lune n’y reçoivent plus l’expression de leur
symétrie définitive dans le nombre quaternaire : allez-y voir vous-même,
si vous ne voulez pas me croire.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<small><b>FIN DU SIXIÈME CHANT</b></small></div>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-17136497171017843822012-05-17T09:05:00.001-07:002012-05-17T09:14:46.217-07:00RIMBAUD: Une saison en enfer<br />
<br />
<span id="Jadis.2C_si_je_me_souviens_bien" style="color: black; font-size: 100%;">J</span><span style="color: black;">ADIS; SI JE ME SOUVIENS BIEN,...</span><br />
<br />
<span id="Jadis.2C_si_je_me_souviens_bien" style="color: black; font-size: 100%;"> Jadis, si je me souviens bien</span>, ma vie était un festin où s’ouvraient tous les cœurs, où tous les vins coulaient.<br />
Un soir, j’ai assis la Beauté sur mes genoux. — Et je l’ai trouvée amère. — Et je l’ai injuriée.<br />
Je me suis armé contre la justice.<br />
Je me suis enfui. Ô sorcières, ô misère, ô haine, c’est à vous que mon trésor a été confié !<br />
Je parvins à faire s’évanouir dans mon esprit toute l’espérance
humaine. Sur toute joie pour l’étrangler j’ai fait le bond sourd de la
bête féroce.<br />
J’ai appelé les bourreaux pour, en périssant, mordre la crosse de
leurs fusils. J’ai appelé les fléaux, pour m’étouffer avec le sable, le
sang. Le malheur a été mon dieu. Je me suis allongé dans la boue. Je me
suis séché à l’air du crime. Et j’ai joué de bons tours à la folie.<br />
Et le printemps m’a apporté l’affreux rire de l’idiot.<br />
Or, tout dernièrement m’étant trouvé sur le point de faire le dernier <i>couac !</i> j’ai songé à rechercher la clef du festin ancien, où je reprendrais peut-être appétit.<br />
La charité est cette clef. — Cette inspiration prouve que j’ai rêvé !<br />
« Tu resteras hyène, etc…, » se récrie le démon qui me couronna de si
aimables pavots. « Gagne la mort avec tous tes appétits, et ton égoïsme
et tous les péchés capitaux. » <span class="pagenum" id="2" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/3"></span>Ah !
j’en ai trop pris : — Mais, cher Satan, je vous en conjure, une
prunelle moins irritée ! et en attendant les quelques petites lâchetés
en retard, vous qui aimez dans l’écrivain l’absence des facultés
descriptives ou instructives, je vous détache ces quelques hideux
feuillets de mon carnet de damné.<br />
<br />
<div align="center">
<hr style="background: black; border: none; display: block; height: 1px; margin-bottom: 3em; margin-top: 3em; width: 8em;" />
</div>
<div id="my-ss">
</div>
<div id="ct-popup" style="height: 0px; position: absolute; width: 100%;">
<div style="-ms-filter: alpha(opacity=20); background-color: black; filter: alpha(opacity=20); float: right; opacity: 0.2; width: 0px;">
</div>
<div style="-ms-filter: alpha(opacity=20); background-color: black; filter: alpha(opacity=20); opacity: 0.2; width: 0px;">
</div>
</div>
<div>
<span class="pagenum" id="5" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/6"></span><br />
<div style="text-align: center;">
<br />
<br />
<big><big>MAUVAIS SANG</big></big></div>
<div align="center">
<hr style="background: black; border: none; display: block; height: 1px; margin-bottom: 3em; margin-top: 3em; width: 3em;" />
</div>
<br />
J’ai de mes ancêtres gaulois l’œil bleu blanc, la cervelle étroite, et
la maladresse dans la lutte. Je trouve mon habillement aussi barbare que
le leur. Mais je ne beurre pas ma chevelure.<br />
Les Gaulois étaient les écorcheurs de bêtes, les brûleurs d’herbes les plus ineptes de leur temps.<br />
D’eux, j’ai : l’idolâtrie et l’amour du sacrilège ; — oh ! tous les
vices, colère, luxure, — magnifique, la luxure ; — surtout mensonge et
paresse.<br />
J’ai horreur de tous les métiers. Maîtres et ouvriers, tous paysans,
ignobles. La main à plume vaut la main à charrue. — Quel siècle à
mains ! — Je n’aurai jamais ma main. Après, la domesticité même trop
loin. L’honnêteté de la mendicité me navre. Les criminels dégoûtent
comme des châtrés : moi, je suis intact, et ça m’est égal.<br />
Mais ! qui a fait ma langue perfide tellement, qu’elle ait guidé et
sauvegardé jusqu’ici ma paresse ? Sans me servir pour vivre même de mon
corps, et plus oisif que le crapaud, j’ai vécu partout. Pas une famille
d’Europe que je <span class="pagenum" id="6" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/7"></span>ne
connaisse. — J’entends des familles comme la mienne, qui tiennent tout
de la déclaration des Droits de l’Homme. — J’ai connu chaque fils de
famille !<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
Si j’avais des antécédents à un point quelconque de l’histoire de France !<br />
Mais non, rien.<br />
Il m’est bien évident que j’ai toujours été [de] race inférieure. Je
ne puis comprendre la révolte. Ma race ne se souleva jamais que pour
piller : tels les loups à la bête qu’ils n’ont pas tuée.<br />
Je me rappelle l’histoire de la France fille aînée de l’Église.
J’aurais fait, manant, le voyage de terre sainte ; j’ai dans la tête des
routes dans les plaines souabes, des vues de Byzance, des remparts de
Solyme ; le culte de Marie, l’attendrissement sur le crucifié
s’éveillent en moi parmi mille féeries profanes. — Je suis assis,
lépreux, sur les pots cassés et les orties, au pied d’un mur rongé par
le soleil. — Plus tard, reître, j’aurais bivaqué sous les nuits
d’Allemagne.<br />
Ah ! encore : je danse le sabbat dans une rouge clairière, avec des vieilles et des enfants.<br />
Je ne me souviens pas plus loin que cette terre-ci et le
christianisme. Je n’en finirais pas de me revoir dans ce passé. Mais
toujours seul ; sans famille ; même, quelle langue parlais-je ? Je ne me
vois jamais dans les conseils du Christ ; ni dans les conseils des
Seigneurs, — représentants du Christ.<br />
Qu’étais-je au siècle dernier : je ne me retrouve qu’aujourd’hui. Plus de vagabonds, plus de guerres vagues. La <span class="pagenum" id="7" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/8"></span>race inférieure a tout couvert — le peuple, comme on dit, la raison ; la nation et la science.<br />
Oh ! la science ! On a tout repris. Pour le corps et pour l’âme, — le
viatique, — on a la médecine et la philosophie, — les remèdes de bonnes
femmes et les chansons populaires arrangés. Et les divertissements des
princes et les jeux qu’ils interdisaient ! Géographie, cosmographie,
mécanique, chimie !...<br />
La science, la nouvelle noblesse ! Le progrès. Le monde marche ! Pourquoi ne tournerait-il pas ?<br />
C’est la vision des nombres. Nous allons à l<i>’Esprit</i>. C’est
très-certain, c’est oracle, ce que je dis. Je comprends, et ne sachant
m’expliquer sans paroles païennes, je voudrais me taire.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
Le sang païen revient ! L’Esprit est proche, pourquoi Christ ne
m’aide-t-il pas, en donnant à mon âme noblesse et liberté. Hélas !
l’Évangile a passé ! l’Évangile ! l’Évangile.<br />
J’attends Dieu avec gourmandise. Je suis de race inférieure de toute éternité.<br />
Me voici sur la plage armoricaine. Que les villes s’allument dans le
soir. Ma journée est faite ; je quitte l’Europe. L’air marin brûlera mes
poumons ; les climats perdus me tanneront. Nager, broyer l’herbe,
chasser, fumer surtout ; boire des liqueurs fortes comme du métal
bouillant, — comme faisaient ces chers ancêtres autour des feux.<br />
Je reviendrai, avec des membres de fer, la peau sombre, l’œil
furieux : sur mon masque, on me jugera d’une race forte. J’aurai de
l’or : je serai oisif et brutal. Les femmes <span class="pagenum" id="8" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/9"></span>soignent ces féroces infirmes retour des pays chauds. Je serai mêlé aux affaires politiques. Sauvé.<br />
Maintenant je suis maudit, j’ai horreur de la patrie. Le meilleur, c’est un sommeil bien ivre, sur la grève.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
On ne part pas. — Reprenons les chemins d’ici, chargé de mon vice, le
vice qui a poussé ses racines de souffrance à mon côté, dès l’âge de
raison — qui monte au ciel, me bat, me renverse, me traîne.<br />
La dernière innocence et la dernière timidité. C’est dit. Ne pas porter au monde mes dégoûts et mes trahisons.<br />
Allons ! La marche, le fardeau, le désert, l’ennui et la colère.<br />
À qui me louer ? Quelle bête faut-il adorer ? Quelle sainte image
attaque-t-on ? Quels cœurs briserai-je ? Quel mensonge dois-je tenir ? —
Dans quel sang marcher ?<br />
Plutôt, se garder de la justice. — La vie dure, l’abrutissement
simple, — soulever, le poing desséché, le couvercle du cercueil,
s’asseoir, s’étouffer. Ainsi point de vieillesse, ni de dangers : la
terreur n’est pas française.<br />
— Ah ! je suis tellement délaissé que j’offre à n’importe quelle divine image des élans vers la perfection.<br />
Ô mon abnégation, ô ma charité merveilleuse ! ici-bas, pourtant !<br />
<i>De profundis Domine</i>, suis-je bête !<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<span class="pagenum" id="9" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/10"></span><br />
Encore tout enfant, j’admirais le forçat intraitable sur qui se
referme toujours le bagne ; je visitais les auberges et les garnis qu’il
aurait sacrés par son séjour ; je voyais avec <i>son idée</i> le ciel
bleu et le travail fleuri de la campagne ; je flairais sa fatalité dans
les villes. Il avait plus de force qu’un saint, plus de bon sens qu’un
voyageur — et lui, lui seul ! pour témoin de sa gloire et de sa raison.<br />
Sur les routes, par des nuits d’hiver, sans gîte, sans habits, sans
pain, une voix étreignait mon cœur gelé : « Faiblesse ou force : te
voilà, c’est la force. Tu ne sais ni où tu vas ni pourquoi tu vas, entre
partout, réponds à tout. On ne te tuera pas plus que si tu étais
cadavre. » Au matin j’avais le regard si perdu et la contenance si
morte, que ceux que j’ai rencontrés <i>ne m’ont peut-être pas vu.</i><br />
Dans les villes la boue m’apparaissait soudainement rouge et noire,
comme une glace quand la lampe circule dans la chambre voisine, comme un
trésor dans la forêt ! Bonne chance, criais-je, et je voyais une mer de
flammes et de fumée au ciel ; et, à gauche, à droite, toutes les
richesses flambant comme un milliard de tonnerres.<br />
Mais l’orgie et la camaraderie des femmes m’étaient interdites. Pas
même un compagnon. Je me voyais devant une foule exaspérée, en face du
peloton d’exécution, pleurant du malheur qu’ils n’aient pu comprendre,
et pardonnant ! — Comme Jeanne d’Arc ! — « Prêtres, professeurs,
maîtres, vous vous trompez en me livrant à la justice. Je n’ai jamais
été de ce peuple-ci ; je n’ai jamais été chrétien ; je suis de la race
qui chantait dans le supplice ; je ne comprends pas les lois ; je n’ai
pas le sens moral, je suis une brute : vous vous trompez… »<br />
Oui, j’ai les yeux fermés à votre lumière. Je suis une bête, un
nègre. Mais je puis être sauvé. Vous êtes de faux nègres, vous
maniaques, féroces, avares. Marchand, tu es nègre ; magistrat, tu es
nègre ; général, tu es nègre ; <span class="pagenum" id="10" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/11"></span>empereur,
vieille démangeaison, tu es nègre : tu as bu d’une liqueur non taxée,
de la fabrique de Satan. — Ce peuple est inspiré par la fièvre et le
cancer. Infirmes et vieillards sont tellement respectables qu’ils
demandent à être bouillis. — Le plus malin est de quitter ce continent,
où la folie rôde pour pourvoir d’otages ces misérables. J’entre au vrai
royaume des enfants de Cham.<br />
Connais-je encore la nature ? me connais-je ? — <i>Plus de mots.</i>
J’ensevelis les morts dans mon ventre. Cris, tambour, danse, danse,
danse, danse ! Je ne vois même pas l’heure où, les blancs débarquant, je
tomberai au néant.<br />
Faim, soif, cris, danse, danse, danse, danse !<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
Les blancs débarquent. Le canon ! Il faut se soumettre au baptême, s’habiller, travailler.<br />
J’ai reçu au cœur le coup de la grâce. Ah ! je ne l’avais pas prévu !<br />
Je n’ai point fait le mal. Les jours vont m’être légers, le repentir
me sera épargné. Je n’aurai pas eu les tourments de l’âme presque morte
au bien, où remonte la lumière sévère comme les cierges funéraires. Le
sort du fils de famille, cercueil prématuré couvert de limpides larmes.
Sans doute la débauche est bête, le vice est bête ; il faut jeter la
pourriture à l’écart. Mais l’horloge ne sera pas arrivée à ne plus
sonner que l’heure de la pure douleur ! Vais-je être enlevé comme un
enfant, pour jouer au paradis dans l’oubli de tout le malheur !<br />
Vite ! est-il d’autres vies ? — Le sommeil dans la richesse est
impossible. La richesse a toujours été bien public. L’amour divin seul
octroie les clefs de la science. <span class="pagenum" id="11" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/12"></span>Je vois que la nature n’est qu’un spectacle de bonté. Adieu chimères, idéals, erreurs.<br />
Le chant raisonnable des anges s’élève du navire sauveur : c’est
l’amour divin. — Deux amours ! je puis mourir de l’amour terrestre,
mourir de dévouement. J’ai laissé des âmes dont la peine s’accroîtra de
mon départ ! Vous me choisissez parmi les naufragés ; ceux qui restent
sont-ils pas mes amis ?<br />
Sauvez-les !<br />
La raison m’est née. Le monde est bon. Je bénirai la vie. J’aimerai
mes frères. Ce ne sont plus des promesses d’enfance. Ni l’espoir
d’échapper à la vieillesse et à la mort. Dieu fait ma force, et je loue
Dieu.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
L’ennui n’est plus mon amour. Les rages, les débauches, la folie,
dont je sais tous les élans et les désastres, — tout mon fardeau est
déposé. Apprécions sans vertige l’étendue de mon innocence.<br />
Je ne serais plus capable de demander le réconfort d’une bastonnade.
Je ne me crois pas embarqué pour une noce avec Jésus-Christ pour
beau-père.<br />
Je ne suis pas prisonnier de ma raison. J’ai dit : Dieu. Je veux la
liberté dans le salut : comment la poursuivre ? Les goûts frivoles m’ont
quitté. Plus besoin de dévouement ni d’amour divin. Je ne regrette pas
le siècle des cœurs sensibles. Chacun a sa raison, mépris et charité :
je retiens ma place au sommet de cette angélique échelle de bon sens.<br />
Quant au bonheur établi, domestique ou non... non, je ne peux pas. Je suis trop dissipé, trop faible. La vie fleurit <span class="pagenum" id="12" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/13"></span>par
le travail, vieille vérité : moi, ma vie n’est pas assez pesante, elle
s’envole et flotte loin au-dessus de l’action, ce cher point du monde.<br />
Comme je deviens vieille fille, à manquer du courage d’aimer la mort !<br />
Si Dieu m’accordait le calme céleste, aérien, la prière, — comme les
anciens saints. — Les saints ! des forts ! les anachorètes, des artistes
comme il n’en faut plus !<br />
Farce continuelle ! Mon innocence me ferait pleurer. La vie est la farce à mener par tous.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
Assez ! voici la punition. — <i>En marche !</i><br />
Ah ! les poumons brûlent, les tempes grondent ! la nuit roule dans mes yeux, par ce soleil ! le cœur… les membres…<br />
Où va-t-on ? au combat ? Je suis faible ! les autres avancent. Les outils, les armes… le temps !…<br />
Feu ! feu sur moi ! Là ! ou je me rends. — Lâches ! — Je me tue ! Je me jette aux pieds des chevaux !<br />
Ah !…<br />
— Je m’y habituerai.<br />
Ce serait la vie française, le sentier de l’honneur !<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
</div>
<div>
<span class="pagenum" id="15" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/16"></span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span id="NUIT_DE_L.E2.80.99ENFER" style="color: black; font-size: 100%;">NUIT DE L’ENFER</span></div>
<br />
<div style="text-align: center;">
—</div>
J’ai avalé une fameuse gorgée de poison. — Trois fois béni soit le
conseil qui m’est arrivé ! — Les entrailles me brûlent. La violence du
venin tord mes membres, me rend difforme, me terrasse. Je meurs de soif,
j’étouffe, je ne puis crier. C’est l’enfer, l’éternelle peine ! Voyez
comme le feu se relève ! Je brûle comme il faut. Va, démon !<br />
J’avais entrevu la conversion au bien et au bonheur, le salut.
Puis-je décrire la vision, l’air de l’enfer ne souffre pas les hymnes !
C’était des millions de créatures charmantes, un suave concert
spirituel, la force et la paix, les nobles ambitions, que sais-je ?<br />
Les nobles ambitions !<br />
Et c’est encore la vie ! — Si la damnation est éternelle ! Un homme
qui veut se mutiler est bien damné, n’est-ce pas ? Je me crois en enfer,
donc j’y suis. C’est l’exécution du catéchisme. Je suis esclave de mon
baptême. Parents, vous avez fait mon malheur et vous avez fait le vôtre.
Pauvre innocent ! L’enfer ne peut attaquer les païens. — C’est la vie
encore ! Plus tard, les délices de la <span class="pagenum" id="16" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/17"></span>damnation seront plus profondes. Un crime, vite, que je tombe au néant, de par la loi humaine.<br />
Tais-toi, mais tais-toi !… C’est la honte, le reproche, ici : Satan
qui dit que le feu est ignoble, que ma colère est affreusement sotte. —
Assez !… Des erreurs qu’on me souffle, magies, parfums faux, musiques
puériles. — Et dire que je tiens la vérité, que je vois la justice :
j’ai un jugement sain et arrêté, je suis prêt pour la perfection…
Orgueil. — La peau de ma tête se dessèche. Pitié ! Seigneur, j’ai peur.
J’ai soif, si soif ! Ah ! l’enfance, l’herbe, la pluie, le lac sur les
pierres, <i>le clair de lune quand le clocher sonnait douze</i>… le diable est au clocher, à cette heure. Marie ! Sainte-Vierge !… — Horreur de ma bêtise.<br />
Là-bas, ne sont-ce pas des âmes honnêtes, qui me veulent du bien…
Venez… J’ai un oreiller sur la bouche, elles ne m’entendent pas, ce sont
des fantômes. Puis, jamais personne ne pense à autrui. Qu’on n’approche
pas. Je sens le roussi, c’est certain.<br />
Les hallucinations sont innombrables. C’est bien ce que j’ai toujours
eu : plus de foi en l’histoire, l’oubli des principes. Je m’en tairai :
poëtes et visionnaires seraient jaloux. Je suis mille fois le plus
riche, soyons avare comme la mer.<br />
Ah ça ! l’horloge de la vie s’est arrêtée tout à l’heure. Je ne suis
plus au monde. — La théologie est sérieuse, l’enfer est certainement <i>en bas</i> — et le ciel en haut. — Extase, cauchemar, sommeil dans un nid de flammes.<br />
Que de malices dans l’attention dans la campagne… Satan, Ferdinand,
court avec les graines sauvages… Jésus marche sur les ronces purpurines,
sans les courber… Jésus marchait sur les eaux irritées. La lanterne
nous le montra debout, blanc et des tresses brunes, au flanc d’une vague
d’émeraude…<br />
Je vais dévoiler tous les mystères : mystères religieux <span class="pagenum" id="17" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/18"></span>ou naturels, mort, naissance, avenir, passé, cosmogonie, néant. Je suis maître en fantasmagories.<br />
Écoutez !…<br />
J’ai tous les talents ! — Il n’y a personne ici et il y a quelqu’un :
je ne voudrais pas répandre mon trésor. — Veut-on des chants nègres,
des danses de houris ? Veut-on que je disparaisse, que je plonge à la
recherche de l’<i>anneau ?</i> Veut-on ? Je ferai de l’or, des remèdes.<br />
Fiez-vous donc à moi, la foi soulage, guide, guérit. Tous, venez, —
même les petits enfants, — que je vous console, qu’on répande pour vous
son cœur, — le cœur merveilleux ! — Pauvres hommes, travailleurs ! Je ne
demande pas de prières ; avec votre confiance seulement, je serai
heureux.<br />
— Et pensons à moi. Ceci me fait peu regretter le monde. J’ai de la
chance de ne pas souffrir plus. Ma vie ne fut que folies douces, c’est
regrettable.<br />
Bah ! faisons toutes les grimaces imaginables.<br />
Décidément, nous sommes hors du monde. Plus aucun son. Mon tact a
disparu. Ah ! mon château, ma Saxe, mon bois de saules. Les soirs, les
matins, les nuits, les jours… Suis-je las !<br />
Je devrais avoir mon enfer pour la colère, mon enfer pour l’orgueil, — et l’enfer de la caresse ; un concert d’enfers.<br />
Je meurs de lassitude. C’est le tombeau, je m’en vais aux vers,
horreur de l’horreur ! Satan, farceur, tu veux me dissoudre, avec tes
charmes. Je réclame. Je réclame ! un coup de fourche, une goutte de feu.<br />
Ah ! remonter à la vie ! jeter les yeux sur nos difformités. Et ce
poison, ce baiser mille fois maudit ! Ma faiblesse, la cruauté du
monde ! Mon Dieu, pitié, cachez-moi, je me tiens trop mal ! — Je suis
caché et je ne le suis pas.<br />
C’est le feu qui se relève avec son damné.</div>
<div>
<span class="pagenum" id="21" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/22"></span>
<br />
<div style="text-align: center;">
<span id="Vierge_folle" style="color: black; font-size: 100%;"><b>DÉLIRES</b></span><br />
<br />
<b>I</b><br />
<br />
———<br />
<br />
<big>V I E R GE F O L L E</big><br />
<br />
—<br />
<br />
<b>L’ÉPOUX INFERNAL</b></div>
<br />
Écoutons la confession d’un compagnon d’enfer :<br />
« Ô divin Époux, mon Seigneur, ne refusez pas la confession de la
plus triste de vos servantes. Je suis perdue. Je suis soûle. Je suis
impure. Quelle vie !<br />
« Pardon, divin Seigneur, pardon ! Ah ! pardon ! Que de larmes ! Et que de larmes encore plus tard, j’espère !<br />
« Plus tard, je connaîtrai le divin Époux ! Je suis née soumise à Lui. — L’autre peut me battre maintenant !<br />
« À présent, je suis au fond du monde ! Ô mes amies !… non, pas mes amies… Jamais délires ni tortures semblables… Est-ce bête !<br />
« Ah ! je souffre, je crie. Je souffre vraiment. Tout pour <span class="pagenum" id="22" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/23"></span>tant m’est permis, chargée du mépris des plus méprisables cœurs.<br />
« Enfin, faisons cette confidence, quitte à la répéter vingt autres fois, — aussi morne, aussi insignifiante !<br />
« Je suis esclave de l’Époux infernal, celui qui a perdu les vierges
folles. C’est bien ce démon-là. Ce n’est pas un spectre, ce n’est pas un
fantôme. Mais moi qui ai perdu la sagesse, qui suis damnée et morte au
monde, — on ne me tuera pas ! — Comment vous le décrire ! je ne sais
même plus parler. Je suis en deuil, je pleure, j’ai peur. Un peu de
fraîcheur, Seigneur, si vous voulez, si vous voulez bien !<br />
« Je suis veuve… — J’étais veuve… — mais oui, j’ai été bien sérieuse
jadis, et je ne suis pas née pour devenir squelette !… — Lui était
presque un enfant… Ses délicatesses mystérieuses m’avaient séduite. J’ai
oublié tout mon devoir humain pour le suivre. Quelle vie ! La vraie vie
est absente. Nous ne sommes pas au monde. Je vais où il va, il le faut.
Et souvent il s’emporte contre moi, <i>moi, la pauvre âme.</i> Le Démon ! — C’est un Démon, vous savez, <i>ce n’est pas un homme.</i><br />
« Il dit : « Je n’aime pas les femmes. L’amour est à réinventer, on
le sait. Elles ne peuvent plus que vouloir une position assurée. La
position gagnée, cœur et beauté sont mis de côté : il ne reste que froid
dédain, l’aliment du mariage, aujourd’hui. Ou bien je vois des femmes,
avec les signes du bonheur, dont, moi, j’aurais pu faire de bonnes
camarades, dévorées tout d’abord par des brutes sensibles comme des
bûchers… »<br />
« Je l’écoute faisant de l’infamie une gloire, de la cruauté un
charme. « Je suis de race lointaine : mes pères étaient Scandinaves :
ils se perçaient les côtes, buvaient leur sang. — Je me ferai des
entailles partout le corps, je me tatouerai, je veux devenir hideux
comme un Mongol : <span class="pagenum" id="23" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/24"></span>tu
verras, je hurlerai dans les rues. Je veux devenir bien fou de rage. Ne
me montre jamais de bijoux, je ramperais et me tordrais sur le tapis.
Ma richesse, je la voudrais tachée de sang partout. Jamais je ne
travaillerai… » Plusieurs nuits, son démon me saisissant, nous nous
roulions, je luttais avec lui ! — Les nuits, souvent, ivre, il se poste
dans des rues ou dans des maisons, pour m’épouvanter mortellement. —
« On me coupera vraiment le cou ; ce sera dégoûtant. » Oh ! ces jours où
il veut marcher avec l’air du crime !<br />
« Parfois il parle, en une façon de patois attendri, de la mort qui
fait repentir, des malheureux qui existent certainement, des travaux
pénibles, des départs qui déchirent les cœurs. Dans les bouges où nous
nous enivrions, il pleurait en considérant ceux qui nous entouraient,
bétail de la misère. Il relevait les ivrognes dans les rues noires. Il
avait la pitié d’une mère méchante pour les petits enfants. — Il s’en
allait avec des gentillesses de petite fille au catéchisme. — Il
feignait d’être éclairé sur tout, commerce, art, médecine. — je le
suivais, il le faut !<br />
« Je voyais tout le décor dont, en esprit, il s’entourait ;
vêtements, draps, meubles : je lui prêtais des armes, une autre figure.
Je voyais tout ce qui le touchait, comme il aurait voulu le créer pour
lui. Quand il me semblait avoir l’esprit inerte, je le suivais, moi,
dans des actions étranges et compliquées, loin, bonnes ou mauvaises :
j’étais sûre de ne jamais entrer dans son monde. À côté de son cher
corps endormi, que d’heures des nuits j’ai veillé, cherchant pourquoi il
voulait tant s’évader de la réalité. Jamais homme n’eut pareil vœu. Je
reconnaissais, — sans craindre pour lui, — qu’il pouvait être un sérieux
danger dans la société. — Il a peut-être des secrets pour <i>changer la vie ?</i> Non, il ne fait qu’en chercher, me répliquais-je. Enfin sa charité est ensorcelée, et j’en suis la prisonnière. Aucune <span class="pagenum" id="24" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/25"></span>autre
âme n’aurait assez de force, — force de désespoir ! — pour la
supporter, — pour être protégée et aimée par lui. D’ailleurs, je ne me
le figurais pas avec une autre âme : on voit son Ange, jamais l’Ange
d’un autre — je crois. J’étais dans son âme comme dans un palais qu’on a
vidé pour ne pas voir une personne si peu noble que vous : voilà tout.
Hélas ! je dépendais bien de lui. Mais que voulait-il avec mon existence
terne et lâche ? Il ne me rendait pas meilleure, s’il ne me faisait pas
mourir ! Tristement dépitée, je lui dis quelquefois : « je te
comprends. » Il haussait les épaules.<br />
« Ainsi, mon chagrin se renouvelant sans cesse, et me trouvant plus
égarée à mes yeux, — comme à tous les yeux qui auraient voulu me fixer,
si je n’eusse été condamnée pour jamais à l’oubli de tous ! — j’avais de
plus en plus faim de sa bonté. Avec ses baisers et ses étreintes amies,
c’était bien un ciel, un sombre Ciel, où j’entrais, et où j’aurais
voulu être laissée, pauvre, sourde, muette, aveugle. Déjà j’en prenais
l’habitude. Je nous voyais comme deux bons enfants, libres de se
promener dans le Paradis de tristesse. Nous nous accordions. Bien émus,
nous travaillions ensemble. Mais, après une pénétrante caresse, il
disait : « Comme ça te paraîtra drôle, quand je n’y serai plus, ce par
quoi tu as passé. Quand tu n’auras plus mes bras sous ton cou, ni mon
cœur pour t’y reposer, ni cette bouche sur tes yeux. Parce qu’il faudra
que je m’en aille, très-loin, un jour. Puis il faut que j’en aide
d’autres : c’est mon devoir. Quoique ce ne soit guère ragoûtant…, chère
âme… » Tout de suite je me pressentais, lui parti, en proie au vertige,
précipitée dans l’ombre la plus affreuse : la mort. Je lui faisais
promettre qu’il ne me lâcherait pas. Il l’a faite vingt fois, cette
promesse d’amant. C’était aussi frivole que moi lui disant : « je te
comprends. »<br />
« Ah ! je n’ai jamais été jalouse de lui. Il ne me quittera <span class="pagenum" id="25" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/26"></span>pas,
je crois. Que devenir ? Il n’a pas une connaissance ; il ne travaillera
jamais. Il veut vivre somnambule. Seules, sa bonté et sa charité lui
donneraient-elles droit dans le monde réel ? Par instants, j’oublie la
pitié où je suis tombée : lui me rendra forte, nous voyagerons, nous
chasserons dans les déserts, nous dormirons sur les pavés des villes
inconnues, sans soins, sans peines. Ou je me réveillerai, et les lois et
les mœurs auront changé, — grâce à son pouvoir magique, — le monde, en
restant le même, me laissera à mes désirs, joies, nonchalances. Oh ! la
vie d’aventures qui existe dans les livres des enfants, pour me
récompenser, j’ai tant souffert, me la donneras-tu ? Il ne peut pas.
J’ignore son idéal. Il m’a dit avoir des regrets, des espoirs : cela ne
doit pas me regarder. Parle-t-il à Dieu ? Peut-être devrais-je
m’adresser à Dieu. Je suis au plus profond de l’abîme, et je ne sais
plus prier.<br />
« S’il m’expliquait ses tristesses, les comprendrais-je plus que ses
railleries ? Il m’attaque, il passe des heures à me faire honte de tout
ce qui m’a pu toucher au monde, et s’indigne si je pleure.<br />
« — Tu vois cet élégant jeune homme, entrant dans la belle et calme
maison : il s’appelle Duval, Dufour, Armand, Maurice, que sais-je ? Une
femme s’est dévouée à aimer ce méchant idiot : elle est morte, c’est
certes une sainte au ciel, à présent. Tu me feras mourir comme il a fait
mourir cette femme. C’est notre sort, à nous, cœurs charitables… »
Hélas ! il avait des jours où tous les hommes agissant lui paraissaient
les jouets de délires grotesques : il riait affreusement, longtemps. —
Puis, il reprenait ses manières de jeune mère, de sœur aimée. S’il était
moins sauvage, nous serions sauvés ! Mais sa douceur aussi est
mortelle. Je lui suis soumise. — Ah ! je suis folle ! <span class="pagenum" id="26" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/27"></span>« Un
jour peut-être il disparaîtra merveilleusement ; mais il faut que je
sache, s’il doit remonter à un ciel, que je voie un peu l’assomption de
mon petit ami ! »<br />
Drôle de ménage !<br />
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
</div>
<div>
<span class="pagenum" id="29" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/30"></span>
<br />
<div style="text-align: center;">
<span id="Alchimie_du_verbe" style="color: black; font-size: 100%;"><b>DÉLIRES</b></span><br />
<br />
<b>II</b><br />
<br />
———<br />
<br />
<big>ALCHIMIE DU VERBE</big><br />
<br />
—</div>
À moi. L’histoire d’une de mes folies.<br />
Depuis longtemps je me vantais de posséder tous les paysages
possibles, et trouvais dérisoires les célébrités de la peinture et de la
poésie moderne.<br />
J’aimais les peintures idiotes, dessus de portes, décors, toiles de
saltimbanques, enseignes, enluminures populaires ; la littérature
démodée, latin d’église, livres érotiques sans orthographe, romans de
nos aïeules, contes de fées, petits livres de l’enfance, opéras vieux,
refrains niais, rythmes naïfs.<br />
Je rêvais croisades, voyages de découvertes dont on n’a pas de
relations, républiques sans histoires, guerres de religion étouffées,
révolutions de mœurs, déplacements de races et de continents : je
croyais à tous les enchantements. <span class="pagenum" id="30" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/31"></span>J’inventai la couleur des voyelles ! — <i>A</i> noir, <i>E</i> blanc, <i>I</i> rouge, <i>O</i> bleu, <i>U</i>
vert. — Je réglai la forme et le mouvement de chaque consonne, et, avec
des rythmes instinctifs, je me flattai d’inventer un verbe poétique
accessible, un jour ou l’autre, à tous les sens. Je réservais la
traduction.<br />
Ce fut d’abord une étude. J’écrivais des silences, des nuits, je notais l’inexprimable. Je fixais des vertiges.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
<div class="poem">
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Loin des oiseaux, des troupeaux, des villageoises,</dd><dd>Que buvais-je, à genoux dans cette bruyère</dd><dd>Entourée de tendres bois de noisetiers,</dd><dd>Dans un brouillard d’après-midi tiède et vert !</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Que pouvais-je boire dans cette jeune Oise,</dd><dd>— Ormeaux sans voix, gazon sans fleurs, ciel couvert ! —</dd><dd>Boire à ces gourdes jaunes, loin de ma case</dd><dd>Chérie ? Quelque liqueur d’or qui fait suer.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Je faisais une louche enseigne d’auberge.</dd><dd>Un orage vint chasser le ciel. Au soir</dd><dd>L’eau des bois se perdait sur les sables vierges,</dd><dd>Le vent de Dieu jetait des glaçons aux mares ;</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Pleurant, je voyais de l’or — et ne pus boire. —</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
<div class="poem">
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>À quatre heures du matin, l’été,</dd><dd>Le sommeil d’amour dure encore.</dd><dd>Sous les bocages s’évapore<br />
<dl><dd>L’odeur du soir fêté.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</div>
<span class="pagenum" id="31" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/32"></span>
<br />
<div class="poem">
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Là-bas, dans leur vaste chantier</dd><dd>Au soleil des Hespérides,</dd><dd>Déjà s’agitent — en bras de chemise —<br />
<dl><dd>
<dl><dd>Les Charpentiers.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Dans leurs Déserts de mousse, tranquilles,</dd><dd>Ils préparent les lambris précieux<br />
<dl><dd>
<dl><dd>Où la ville</dd></dl>
</dd><dd>Peindra de faux cieux.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Ô, pour ces Ouvriers charmants</dd><dd>Sujets d’un roi de Babylone,</dd><dd>Vénus ! quitte un instant les Amants</dd><dd>Dont l’âme est en couronne.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Ô Reine des Bergers,</dd></dl>
</dd><dd>Porte aux travailleurs l’eau-de-vie,</dd><dd>Que leurs forces soient en paix</dd><dd>En attendant le bain dans la mer à midi.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
La vieillerie poétique avait une bonne part dans mon alchimie du verbe.<br />
Je m’habituai à l’hallucination simple : je voyais très-franchement
une mosquée à la place d’une usine, une école de tambours faite par des
anges, des calèches sur les routes du ciel, un salon au fond d’un lac ;
les monstres, les mystères ; un titre de vaudeville dressait des
épouvantes devant moi.<br />
Puis j’expliquai mes sophismes magiques avec l’hallucination des mots !<br />
Je finis par trouver sacré le désordre de mon esprit. J’étais oisif,
en proie à une lourde fièvre : j’enviais la félicité des bêtes, — les
chenilles, qui représentent l’innocence des limbes, les taupes, le
sommeil de la virginité ! <span class="pagenum" id="32" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/33"></span>Mon caractère s’aigrissait. Je disais adieu au monde dans d’espèces de romances :<br />
<br />
<dl><dd>
<dl><dd><small><b>CHANSON DE LA PLUS HAUTE TOUR.</b></small></dd></dl>
</dd></dl>
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Qu’il vienne, qu’il vienne,</dd><dd>Le temps dont on s’éprenne.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>J’ai tant fait patience</dd><dd>Qu’à jamais j’oublie.</dd><dd>Craintes et souffrances</dd><dd>Aux cieux sont parties.</dd><dd>Et la soif malsaine</dd><dd>Obscurcit mes veines.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Qu’il vienne, qu’il vienne,</dd><dd>Le temps dont on s’éprenne.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Telle la prairie</dd><dd>À l’oubli livrée,</dd><dd>Grandie, et fleurie</dd><dd>D’encens et d’ivraies,</dd><dd>Au bourdon farouche</dd><dd>Des sales mouches.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Qu’il vienne, qu’il vienne,</dd><dd>Le temps dont on s’éprenne.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
J’aimai le désert, les vergers brûlés, les boutiques fanées, les
boissons tiédies. Je me traînais dans les ruelles puantes et, les yeux
fermés, je m’offrais au soleil, dieu de feu.<br />
« Général, s’il reste un vieux canon sur tes remparts en ruines,
bombarde-nous avec des blocs de terre sèche. Aux glaces des magasins
splendides ! dans les salons ! Fais manger sa poussière à la ville.
Oxyde les gargouilles. Emplis les boudoirs de poudre de rubis
brûlante… »<br />
Oh ! le moucheron enivré à la pissotière de l’auberge, amoureux de la bourrache, et que dissout un rayon ! <span class="pagenum" id="33" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/34"></span><br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd><b><small>FAIM.</small></b></dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Si j’ai du goût, ce n’est guère</dd><dd>Que pour la terre et les pierres.</dd><dd>Je déjeune toujours d’air,</dd><dd>De roc, de charbons, de fer.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Mes faims, tournez. Paissez, faims,
<br />
<dl><dd>Le pré des sons.</dd></dl>
</dd><dd>Attirez le gai venin
<br />
<dl><dd>Des liserons.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Mangez les cailloux qu’on brise,</dd><dd>Les vieilles pierres d’églises ;</dd><dd>Les galets des vieux déluges,</dd><dd>Pains semés dans les vallées grises.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Le loup criait sous les feuilles</dd><dd>En crachant les belles plumes</dd><dd>De son repas de volailles :</dd><dd>Comme lui je me consume.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Les salades, les fruits</dd><dd>N’attendent que la cueillette ;</dd><dd>Mais l’araignée de la haie</dd><dd>Ne mange que des violettes.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Que je dorme ! que je bouille</dd><dd>Aux autels de Salomon.</dd><dd>Le bouillon court sur la rouille,</dd><dd>Et se mêle au Cédron.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
Enfin, ô bonheur, ô raison, j’écartai du ciel l’azur, qui est du noir, et je vécus, étincelle d’or de la lumière <i>nature.</i> <span class="pagenum" id="34" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/35"></span>De joie, je prenais une expression bouffonne et égarée au possible :<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Elle est retrouvée !</dd><dd>Quoi ? l’éternité.</dd><dd>C’est la mer mêlée
<br />
<dl><dd>Au soleil.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Mon âme éternelle,</dd><dd>Observe ton vœu</dd><dd>Malgré la nuit seule</dd><dd>Et le jour en feu.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Donc tu te dégages</dd><dd>Des humains suffrages,</dd><dd>Des communs élans !</dd><dd>Tu voles selon.....</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>— Jamais l’espérance.
<br />
<dl><dd>Pas d’<i>orietur</i>.</dd></dl>
</dd><dd>Science et patience,</dd><dd>Le supplice est sûr.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Plus de lendemain,</dd><dd>Braises de satin,
<br />
<dl><dd>Votre ardeur</dd><dd>Est le devoir.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Elle est retrouvée !</dd><dd>— Quoi ? — l’Éternité.</dd><dd>C’est la mer mêlée
<br />
<dl><dd>Au soleil.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
Je devins un opéra fabuleux : je vis que tous les êtres ont une
fatalité de bonheur : l’action n’est pas la vie, mais une façon de
gâcher quelque force, un énervement. La morale est la faiblesse de la
cervelle. <span class="pagenum" id="35" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/36"></span>À chaque être, plusieurs <i>autres</i>
vies me semblaient dues. Ce monsieur ne sait ce qu’il fait : il est un
ange. Cette famille est une nichée de chiens. Devant plusieurs hommes,
je causai tout haut avec un moment d’une de leurs autres vies. — Ainsi,
j’ai aimé un porc.<br />
Aucun des sophismes de la folie, — la folie qu’on enferme, — n’a été
oublié par moi : je pourrais les redire tous, je tiens le système.<br />
Ma santé fut menacée. La terreur venait. Je tombais dans des sommeils
de plusieurs jours, et, levé, je continuais les rêves les plus tristes.
J’étais mûr pour le trépas, et par une route de dangers ma faiblesse me
menait aux confins du monde et de la Cimmérie, patrie de l’ombre et des
tourbillons.<br />
Je dus voyager, distraire les enchantements assemblés sur mon
cerveau. Sur la mer, que j’aimais comme si elle eût dû me laver d’une
souillure, je voyais se lever la croix consolatrice. J’avais été damné
par l’arc-en-ciel. Le Bonheur était ma fatalité, mon remords, mon ver :
ma vie serait toujours trop immense pour être dévouée à la force et à la
beauté.<br />
Le Bonheur ! Sa dent, douce à la mort, m’avertissait au chant du coq, — <i>ad matutinum</i>, au <i>Christus venit</i>, — dans les plus sombres villes :<br />
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Ô saisons, ô châteaux !</dd></dl>
</dd><dd>Quelle âme est sans défauts ?</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>J’ai fait la magique étude</dd><dd>Du bonheur, qu’aucun n’élude.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Salut à lui, chaque fois</dd><dd>Que chante le coq gaulois.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Ah ! je n’aurai plus d’envie :</dd><dd>Il s’est chargé de ma vie. <span class="pagenum" id="36" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/37"></span></dd><dd>Ce charme a pris âme et corps</dd><dd>Et dispersé les efforts.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Ô saisons, ô châteaux !</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>L’heure de sa fuite, hélas !</dd><dd>Sera l’heure du trépas.</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>
<dl><dd>Ô saisons, ô châteaux !</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
</dd></dl>
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
Cela s’est passé. Je sais aujourd’hui saluer la beauté.<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
</div>
<div>
<span class="pagenum" id="39" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/40"></span>
<br />
<div style="text-align: center;">
<span id="L.E2.80.99IMPOSSIBLE" style="color: black; font-size: 100%;">L’IMPOSSIBLE</span><br />
<br />
—</div>
Ah ! cette vie de mon enfance, la grande route par tous les temps,
sobre surnaturellement, plus désintéressé que le meilleur des mendiants,
fier de n’avoir ni pays, ni amis, quelle sottise c’était. — Et je m’en
aperçois seulement !<br />
— J’ai eu raison de mépriser ces bonshommes qui ne perdraient pas
l’occasion d’une caresse, parasites de la propreté et de la santé de nos
femmes, aujourd’hui qu’elles sont si peu d’accord avec nous.<br />
J’ai eu raison dans tous mes dédains : puisque je m’évade !<br />
Je m’évade !<br />
Je m’explique.<br />
Hier encore, je soupirais : « Ciel ! Sommes-nous assez de damnés
ici-bas ! Moi j’ai tant de temps déjà dans leur troupe ! Je les connais
tous. Nous nous reconnaissons toujours ; nous nous dégoûtons. La charité
nous est inconnue. Mais nous sommes polis ; nos relations avec le monde
sont très-convenables. » Est-ce étonnant ? Le monde ! les marchands,
les naïfs ! — Nous ne sommes pas déshonorés. — <span class="pagenum" id="40" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/41"></span>Mais
les élus, comment nous recevraient-ils ? Or il y a des gens hargneux et
joyeux, de faux élus, puisqu’il nous faut de l’audace ou de l’humilité
pour les aborder. Ce sont les seuls élus. Ce ne sont pas des
bénisseurs !<br />
M’étant retrouvé deux sous de raison — ça passe vite ! — je vois que
mes malaises viennent de ne m’être pas figuré assez tôt que nous sommes à
l’Occident. Les marais occidentaux ! Non que je croie la lumière
altérée, la forme exténuée, le mouvement égaré… Bon ! voici que mon
esprit veut absolument se charger de tous les développements cruels qu’a
subis l’esprit depuis la fin de l’Orient… Il en veut, mon esprit !<br />
… Mes deux sous de raison sont finis ! —— L’esprit est autorité, il
veut que je sois en Occident. Il faudrait le faire taire pour conclure
comme je voulais.<br />
J’envoyais au diable les palmes des martyrs, les rayons de l’art,
l’orgueil des inventeurs, l’ardeur des pillards ; je retournais à
l’Orient et à la sagesse première et éternelle. — Il paraît que c’est un
rêve de paresse grossière !<br />
Pourtant, je ne songeais guère au plaisir d’échapper aux souffrances
modernes. Je n’avais pas en vue la sagesse bâtarde du Coran. — Mais n’y
a-t-il pas un supplice réel en ce que, depuis cette déclaration de la
science, le christianisme, l’homme <i>se joue</i>, se prouve les
évidences, se gonfle du plaisir de répéter ces preuves, et ne vit que
comme cela ! Torture subtile, niaise ; source de mes divagations
spirituelles. La nature pourrait s’ennuyer, peut-être ! M. Prudhomme est
né avec le Christ.<br />
N’est-ce pas parce que nous cultivons la brume ! Nous mangeons la
fièvre avec nos légumes aqueux. Et l’ivrognerie ! et le tabac ! et
l’ignorance ! et les dévouements ! — Tout cela est-il assez loin de la
pensée de la sagesse de l’Orient, la patrie primitive ? Pourquoi un
monde moderne, si de pareils poisons s’inventent ! <span class="pagenum" id="41" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/42"></span>Les
gens d’Église diront : C’est compris. Mais vous voulez parler de
l’Éden. Rien pour vous dans l’histoire des peuples orientaux. — C’est
vrai ; c’est à l’Éden que je songeais ! Qu’est-ce que c’est pour mon
rêve, cette pureté des races antiques !<br />
Les philosophes : Le monde n’a pas d’âge. L’humanité se déplace,
simplement. Vous êtes en Occident, mais libre d’habiter dans votre
Orient, quelque ancien qu’il vous le faille, — et d’y habiter bien. Ne
soyez pas un vaincu. Philosophes, vous êtes de votre Occident.<br />
Mon esprit, prends garde. Pas de partis de salut violents. Exerce-toi ! — Ah ! la science ne va pas assez vite pour nous !<br />
— Mais je m’aperçois que mon esprit dort.<br />
S’il était bien éveillé toujours à partir de ce moment, nous serions
bientôt à la vérité, qui peut-être nous entoure avec ses anges
pleurant !… — S’il avait été éveillé jusqu’à ce moment-ci, c’est que je
n’aurais pas cédé aux instincts délétères, à une époque immémoriale !… —
S’il avait toujours été bien éveillé, je voguerais en pleine sagesse !…<br />
Ô pureté ! pureté !<br />
C’est cette minute d’éveil qui m’a donné la vision de la pureté ! — Par l’esprit on va à Dieu !<br />
Déchirante infortune !<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
</div>
<div>
<span class="pagenum" id="45" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/46"></span>
<br />
<div style="text-align: center;">
<span id="L.E2.80.99ECLAIR" style="color: black; font-size: 100%;">L’ÉCLAIR</span><br />
<br />
—</div>
<br />
Le travail humain ! c’est l’explosion qui éclaire mon abîme de temps en temps.<br />
« Rien n’est vanité ; à la science, et en avant ! » crie l’Ecclésiaste moderne, c’est-à-dire <i>Tout le monde</i>.
Et pourtant les cadavres des méchants et des fainéants tombent sur le
cœur des autres… Ah ! vite, vite un peu ; là-bas, par delà la nuit, ces
récompenses futures, éternelles… les échappons-nous ?…<br />
— Qu’y puis-je ? Je connais le travail ; et la science est trop
lente. Que la prière galope et que la lumière gronde je le vois bien.
C’est trop simple, et il fait trop chaud ; on se passera de moi. J’ai
mon devoir, j’en serai fier à la façon de plusieurs, en le mettant de
côté.<br />
Ma vie est usée. Allons ! feignons, fainéantons, ô pitié ! Et nous
existerons en nous amusant, en rêvant amours monstres et univers
fantastiques, en nous plaignant et en querellant les apparences du
monde, saltimbanque, mendiant, artiste, bandit, — prêtre ! Sur mon lit
d’hôpital, l’odeur de l’encens m’est revenue si puissante ; gardien des
aromates sacrés, confesseur, martyr… <span class="pagenum" id="46" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/47"></span>Je reconnais là ma sale éducation d’enfance. Puis quoi !… Aller mes vingt ans, si les autres vont vingt ans…<br />
Non ! non ! à présent je me révolte contre la mort ! Le travail
paraît trop léger à mon orgueil : ma trahison au monde serait un
supplice trop court. Au dernier moment, j’attaquerais à droite, à
gauche…<br />
Alors, — oh ! — chère pauvre âme, l’éternité serait-elle pas perdue pour nous !<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
</div>
<div>
<span class="pagenum" id="49" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/50"></span>
<br />
<div style="text-align: center;">
<span id="MATIN" style="color: black; font-size: 100%;">MATIN</span><br />
<br />
—</div>
<br />
N’eus-je pas <i>une fois</i> une jeunesse aimable, héroïque,
fabuleuse, à écrire sur des feuilles d’or, — trop de chance ! Par quel
crime, par quelle erreur, ai-je mérité ma faiblesse actuelle ? Vous qui
prétendez que des bêtes poussent des sanglots de chagrin, que des
malades désespèrent, que des morts rêvent mal, tâchez de raconter ma
chute et mon sommeil. Moi, je ne puis pas plus m’expliquer que le
mendiant avec ses continuels <i>Pater</i> et <i>Ave Maria</i>. <i>Je ne sais plus parler !</i><br />
Pourtant, aujourd’hui, je crois avoir fini la relation de mon enfer.
C’était bien l’enfer ; l’ancien, celui dont le fils de l’homme ouvrit
les portes.<br />
Du même désert, à la même nuit, toujours mes yeux las se réveillent à
l’étoile d’argent, toujours, sans que s’émeuvent les Rois de la vie,
les trois mages, le cœur, l’âme, l’esprit. Quand irons-nous, par delà
les grèves et les monts, saluer la naissance du travail nouveau, la
sagesse nouvelle, la fuite des tyrans et des démons, la fin de la
superstition, adorer — les premiers ! — Noël sur la terre !<br />
Le chant des cieux, la marche des peuples ! Esclaves, ne maudissons pas la vie.</div>
<span class="pagenum" id="51" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/52"></span>
<br />
<div style="text-align: center;">
<span id="ADIEU" style="color: black; font-size: 100%;">ADIEU</span><br />
<br />
—</div>
<br />
L’automne déjà ! — Mais pourquoi regretter un éternel soleil, si nous
sommes engagés à la découverte de la clarté divine, — loin des gens qui
meurent sur les saisons.<br />
L’automne. Notre barque élevée dans les brumes immobiles tourne vers
le port de la misère, la cité énorme au ciel taché de feu et de boue.
Ah ! les haillons pourris, le pain trempé de pluie, l’ivresse, les mille
amours qui m’ont crucifié ! Elle ne finira donc point cette goule reine
de millions d’âmes et de corps morts <i>et qui seront jugés !</i> Je me
revois la peau rongée par la boue et la peste, des vers plein les
cheveux et les aisselles et encore de plus gros vers dans le cœur,
étendu parmi les inconnus sans âge, sans sentiment… J’aurais pu y
mourir… L’affreuse évocation ! J’exècre la misère.<br />
Et je redoute l’hiver parce que c’est la saison du comfort !<br />
— Quelquefois je vois au ciel des plages sans fin couvertes de
blanches nations en joie. Un grand vaisseau d’or, au-dessus de moi,
agite ses pavillons multicolores sous les <span class="pagenum" id="52" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/53"></span>brises
du matin. J’ai créé toutes les fêtes, tous les triomphes, tous les
drames. J’ai essayé d’inventer de nouvelles fleurs, de nouveaux astres,
de nouvelles chairs, de nouvelles langues. J’ai cru acquérir des
pouvoirs surnaturels. Eh bien ! je dois enterrer mon imagination et mes
souvenirs ! Une belle gloire d’artiste et de conteur emportée !<br />
Moi ! moi qui me suis dit mage ou ange, dispensé de toute morale, je
suis rendu au sol, avec un devoir à chercher, et la réalité rugueuse à
étreindre ! Paysan !<br />
Suis-je trompé ? la charité serait-elle sœur de la mort, pour moi ?<br />
Enfin, je demanderai pardon pour m’être nourri de mensonge. Et allons.<br />
Mais pas une main amie ! et où puisser le secours ?<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
———</div>
<br />
Oui l’heure nouvelle est au moins très-sévère.<br />
Car je puis dire que la victoire m’est acquise : les grincements de
dents, les sifflements de feu, les soupirs empestés se modèrent. Tous
les souvenirs immondes s’effacent. Mes derniers regrets détalent, — des
jalousies pour les mendiants, les brigands, les amis de la mort, les
arriérés de toutes sortes. — Damnés, si je me vengeais !<br />
Il faut être absolument moderne.<br />
Point de cantiques : tenir le pas gagné. Dure nuit ! le sang séché
fume sur ma face, et je n’ai rien derrière moi, que cet horrible
arbrisseau !… Le combat spirituel est aussi brutal que la bataille
d’hommes ; mais la vision de la justice est le plaisir de Dieu seul.<br />
Cependant c’est la veille. Recevons tous les influx de <span class="pagenum" id="53" title="Page:Rimbaud - Une saison en enfer.djvu/54"></span>vigueur et de tendresse réelle. Et à l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides villes.<br />
Que parlais-je de main amie ! Un bel avantage, c’est que je puis rire
des vieilles amours mensongères, et frapper de honte ces couples
menteurs, — j’ai vu l’enfer des femmes là-bas ; — et il me sera loisible
de <i>posséder la vérité dans une âme et un corps.</i><br />
<div style="text-align: right;">
avril-août, 1873.</div>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-66888261971895996242012-05-17T02:44:00.002-07:002012-05-17T02:44:37.240-07:00Mme. LEPRINCE de BEAUMONT: La Belle et la BêteIl y avait une fois un marchand qui était extrêmement riche. Il avait
six enfans, trois garçons et trois filles ; et, comme ce marchand était
un homme d’esprit, il n’épargna rien pour l’éducation de ses enfants,
et leur donna toutes sortes de maîtres. Ses filles étaient très- <span><span class="pagenum" id="2" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/6"></span></span>belles,
mais la cadette sur-tout se faisait admirer, et on ne l’appelait, quand
elle était petite, que la BELLE ENFANT, en sorte que le nom lui en
resta, ce qui donna beaucoup de jalousie à ses sœurs.<br />
Cette cadette, qui était plus belle que ses sœurs, était aussi
meilleure qu’elles. Les deux aînées avaient beaucoup d’orgueil, parce
qu’elles étaient riches : elles faisaient les dames, et ne voulaient pas
recevoir les visites des autres filles de marchands ; il leur fallait
des gens de qualité pour leur compagnie. Elles allaient tous les jours
au bal, à la comédie, à la promenade, et se moquaient de leur cadette,
qui employait la plus grande partie de son temps à lire de bons livres.<br />
Comme on savait que ces filles étaient fort riches, plusieurs gros
marchands les demandèrent en mariage. Mais les deux aînées répondirent
qu’elles ne se marieraient jamais, à moins qu’elles ne trouvassent un
duc, ou tout au moins un comte. La Belle (car je vous ai dit que c’était
le <span><span class="pagenum" id="3" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/7"></span></span>nom
de la plus jeune), la Belle, dis-je, remercia bien honnêtement ceux qui
voulaient l’épouser, mais elle leur dit qu’elle était trop jeune, et
qu’elle souhaitait de tenir compagnie à son père pendant quelques
années.<br />
Tout d’un coup le marchand perdit son bien, et il ne lui resta qu’une
petite maison de campagne, bien loin de la ville. Il dit en pleurant à
ses enfans qu’il fallait aller demeurer dans cette maison, et qu’en
travaillant comme des paysans ils y pourraient vivre. Ses deux filles
aînées répondirent qu’elles ne voulaient pas quitter la ville, et
qu’elles avaient plusieurs amants qui seraient trop heureux de les
épouser, quoiqu’elles n’eussent plus de fortune.<br />
Les bonnes demoiselles se trompaient ; leurs amans ne voulurent plus
les regarder quand elles furent pauvres. Comme personne ne les aimait à
cause de leur fierté, on disait : Elles ne méritent pas qu’on les
plaigne, nous sommes bien aises de voir leur orgueil abaissé ; <span><span class="pagenum" id="4" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/8"></span></span>qu’elles
aillent faire les dames en gardant les moutons. Mais en même temps tout
le monde disait : Pour la Belle nous sommes bien fâchés de son
malheur ; c’est une si bonne fille ! elle parlait aux pauvres gens avec
tant de bonté ; elle était si douce, si honnête ! Il y eut même
plusieurs gentilshommes qui voulurent l’épouser, quoiqu’elle n’eut pas
un sou ; mais elle leur dit qu’elle ne pouvait pas se résoudre à
abandonner son pauvre père dans son malheur, et qu’elle le suivrait à la
campagne pour le consoler et lui aider à travailler.<br />
La pauvre Belle avait été bien affligée d’abord de perdre sa
fortune ; mais elle s’était dit à elle-même : Quand je pleurerai
beaucoup, mes larmes ne me rendront pas mon bien ; il faut tâcher d’être
heureuse sans fortune.<br />
Quand ils furent arrivés à leur maison de campagne, le marchand et
ses trois fils s’occupèrent à labourer la terre. La Belle se levait à
quatre heures du matin, <span><span class="pagenum" id="5" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/9"></span></span>et
se dépêchait de nettoyer la maison et d’apprêter à dîner pour la
famille. Elle eut d’abord beaucoup de peine, car elle n’était pas
accoutumée à travailler comme une servante ; mais au bout de deux mois
elle devint plus forte, et la fatigue lui donna une santé parfaite.
Quand elle avait fait son ouvrage, elle lisait, elle jouait du clavecin,
ou bien elle chantait en filant.<br />
Ses deux sœurs, au contraire, s’ennuyaient à la mort ; elles se
levaient à dix heures du matin, se promenaient toute la journée, et
s’amusaient à regretter leurs beaux habits et les compagnies. Voyez
notre cadette, disaient-elles entre elles, elle a l’âme basse et si
stupide, qu’elle est contente de sa malheureuse situation.<br />
Le bon marchand ne pensait pas comme ses filles. Il savait que la
Belle était plus propre que ses sœurs à briller dans les compagnies. il
admirait la vertu de cette jeune fille, et sur-tout sa patience : car
ses sœurs, non contentes de lui laisser faire tout l’ouvrage de la <span><span class="pagenum" id="6" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/10"></span></span>maison, l’insultaient à tout moment.<br />
Il y avait un an que cette famille vivait dans la solitude, lorsque
le marchand reçut une lettre, par laquelle on lui marquait qu’un
vaisseau sur lequel il avait des marchandises venait d’arriver
heureusement. Cette nouvelle pensa tourner la tête à ses deux aînées,
qui pensaient qu’à la fin elles pourraient quitter cette campagne, où
elles s’ennuyaient tant ; et quand elles virent leur père prêt à partir,
elles le prièrent de leur apporter des robes, des palatines, des
coèffures, et toutes sortes de bagatelles. La Belle ne lui demandait
rien ; car elle pensait en elle-même, que tout l’argent des marchandises
ne suffirait pas pour acheter ce que ses sœurs souhaitaient. Tu ne me
pries pas de t’acheter quelque chose ? lui dit son père. Puisque vous
avez la bonté de penser à moi, lui dit-elle, je vous prie de m’apporter
une rose, car il n’en vient point ici. Ce n’est pas que la Belle se
souciat d’une rose, mais elle ne voulait <span><span class="pagenum" id="7" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/11"></span></span>pas
condamner, par son exemple, la conduite de ses sœurs, qui auraient dit
que c’était pour se distinguer qu’elle ne demandait rien.<br />
Le bon homme partit ; mais quand il fut arrivé, on lui fit un procès
pour ses marchandises, et, après avoir eu beaucoup de peine, il revint
aussi pauvre qu’il était auparavant. Il n’avait plus que trente milles
pour arriver à sa maison, et il se réjouissait déjà du plaisir de voir
ses enfans ; mais comme il fallait passer un grand bois avant de trouver
sa maison, il se perdit. Il neigeait horriblement ; le vent était si
grand, qu’il le jeta deux fois en bas de son cheval : la nuit étant
venue, il pensa qu’il mourrait de faim ou de froid, ou qu’il serait
mangé des loups qu’il entendit hurler autour de lui.<br />
Tout d’un coup, en regardant au bout d’une longue allée d’arbres, il
vit une grande lumière, mais qui paraissait bien éloignée. Il marcha de
ce côté-là, et vit que cette lumière sortait d’un grand palais qui était
tout illuminé. <span><span class="pagenum" id="8" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/12"></span></span><br />
Le marchand remercia Dieu du secours qu’il lui envoyait, et se hâta
d’arriver à ce château ; mais il fut bien surpris de ne trouver personne
dans les cours. Son cheval, qui le suivait, voyant une grande écurie
ouverte, entra dedans, et ayant trouvé du foin et de l’avoine, le pauvre
animal, qui mourait de faim, se jeta dessus avec beaucoup d’avidité. Le
marchand l’attacha dans l’écurie, et marcha vers la maison, où il ne
trouva personne ; mais étant entré dans une grande salle, il y trouva un
bon feu, et une table chargée de viande où il n’y avait qu’un couvert.
Comme la pluie et la neige l’avaient mouillé jusqu’aux os, il s’approcha
du feu pour se sécher, et disait en lui-même : Le maître de la maison
ou ses domestiques me pardonneront la liberté que j’ai prise, et sans
doute ils viendront bientôt.<br />
Il attendit pendant un temps considérable ; mais onze heures ayant
sonné sans qu’il vit personne, il ne put résister à la faim, et prit un
poulet qu’il mangea en deux <span><span class="pagenum" id="9" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/13"></span></span>bouchées
et en tremblant ; il but aussi quelques coups de vin, et, devenu plus
hardi, il sortit de la salle, et traversa plusieurs grands appartemens,
magnifiquement meublés. À la fin il trouva une chambre où il y avait un
bon lit ; et comme il était minuit passé, et qu’il était las, il prit le
parti de fermer la porte et de se coucher.<br />
Il était dix heures du matin quand il se leva le lendemain, et il fut
bien surpris de trouver un habit fort propre à la place du sien, qui
était tout gâté. Assurément, dit-il en lui-même, ce palais appartient à
quelque bonne fée qui a eu pitié de ma situation. Il regarda par la
fenêtre et ne vit plus de neige, mais des berceaux de fleurs qui
enchantaient la vue. Il rentra dans la grande salle où il avait soupé la
veille, et vit une petite table où il y avait du chocolat. Je vous
remercie, madame la Fée, dit-il tout haut, d’avoir eu la bonté de penser
à mon déjeuner. Le bon homme, après <span><span class="pagenum" id="10" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/14"></span></span>avoir
pris son chocolat, sortit pour aller chercher son cheval ; et comme il
passait sous un berceau de roses, il se souvint que la Belle lui en
avait demandé une, et cueillit une branche où il y en avait plusieurs.<br />
En même temps il entendit un grand bruit, et vit venir à lui une bête
si horrible, qu’il fut tout prêt de s’évanouir. Vous êtes bien ingrat,
lui dit la bête d’une voix terrible ; je vous ai sauvé la vie en vous
recevant dans mon château, et pour ma peine vous me volez mes roses, que
j’aime mieux que toutes choses au monde. Il faut mourir pour réparer
cette faute ; je ne vous donne qu’un quart d’heure pour demander pardon à
Dieu.<br />
Le marchand se jeta à genoux et dit à la bête, en joignant les
mains : Monseigneur, pardonnez-moi ; je ne croyais pas vous offenser en
cueillant une rose pour une de mes filles, qui m’en avait demandé. Je ne
m’appelle point monseigneur, répondit le monstre, mais la Bête. Je
n’aime pas les compliments, <span><span class="pagenum" id="11" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/15"></span></span>moi ;
je veux qu’on dise ce que l’on pense ; ainsi ne croyez pas me toucher
par vos flatteries. Mais vous m’avez dit que vous aviez des filles, je
veux bien vous pardonner, à condition qu’une de vos filles vienne
volontairement pour mourir à votre place : ne me raisonnez pas, partez ;
et si vos filles refusent de mourir pour vous, jurez que vous
reviendrez dans trois mois.<br />
Le bon homme n’avait pas dessein de sacrifier une de ses filles à ce
vilain monstre, mais il pensa au moins : J’aurai le plaisir de les
embrasser encore une fois. Il jura donc de revenir, et la Bête lui dit
qu’il pouvait partir quand il voudrait ; mais, ajouta-t-elle, je ne veux
pas que tu t’en ailles les mains vides. Retourne dans la chambre où tu
as couché, tu y trouveras un grand coffre vide, tu peux y mettre tout ce
qui te plaira, je le ferai porter chez toi. En même temps la Bête se
retira, et le bon homme dit en lui-même : S’il faut que je meure,
j’aurai la consolation <span><span class="pagenum" id="12" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/16"></span></span>de laisser du pain à mes pauvres enfans.<br />
Il retourna dans la chambre où il avait couché, et y ayant trouvé une
grande quantité de pièces d’or, il remplit le grand coffre dont la Bête
lui avait parlé, le ferma, et ayant repris son cheval, qu’il retrouva
dans l’écurie, il sortit de ce palais avec une tristesse égale à la joie
qu’il avait lorsqu’il y était entré. Son cheval prit de lui-même une
des routes de la forêt, et en peu d’heures le bon homme arriva dans sa
petite maison.<br />
Ses enfans se rassemblèrent autour de lui, mais au lieu d’être
sensible à leurs caresses, le marchand se mit à pleurer en les
regardant. Il tenait à la main la branche de roses qu’il apportait à la
Belle, il la lui donna, et lui dit : La Belle ; prenez ces roses, elles
coûteront bien cher à votre malheureux père, et tout de suite il raconta
à sa famille la funeste aventure qui lui était arrivée.<br />
À ce récit, ses deux aînées jetèrent de grands cris, et <span><span class="pagenum" id="13" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/17"></span></span>dirent
des injures à la Belle, qui ne pleurait point. Voyez ce que produit
l’orgueil de cette petite créature, disaient-elles ; que ne
demandait-elle des ajustements comme nous ; mais non, mademoiselle
voulait se distinguer ; elle va causer la mort de notre père et elle ne
pleure pas. Cela serait fort inutile, reprit la Belle ; pourquoi
pleurerais-je la mort de mon père ? Il ne périra point. Puisque le
monstre veut bien accepter une de ses filles, je veux me livrer à toute
sa furie, et je me trouve fort heureuse, puisqu’en mourant j’aurai la
joie de sauver mon père et de lui prouver ma tendresse. Non, ma sœur,
lui dirent ses trois frères, vous ne mourrez pas ; nous irons trouver ce
monstre, et nous périrons sous ses coups si nous ne pouvons le tuer. Ne
l’espérez pas, mes enfans, leur dit le marchand, la puissance de cette
Bête est si grande, qu’il ne me reste aucune espérance de la faire
périr. Je suis charmé du bon cœur de la Belle, mais je ne veux pas
l’exposer à la <span><span class="pagenum" id="14" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/18"></span></span>mort.
Je suis vieux, il ne me reste que peu de temps à vivre ; ainsi je ne
perdrai que quelques années de vie, que je ne regrette qu’à cause de
vous, mes chers enfans. Je vous assure, mon père, lui dit la Belle, que
vous n’irez pas à ce palais sans moi ; vous ne pouvez m’empêcher de vous
suivre. Quoique je sois jeune, je ne suis pas fort attachée à la vie,
et j’aime mieux être dévorée par ce monstre, que de mourir du chagrin
que me donnerait votre perte.<br />
On eut beau dire, la Belle voulut absolument partir pour le beau
palais, et ses sœurs en étaient charmées, parce que les vertus de cette
cadette leur avaient inspiré beaucoup de jalousie.<br />
Le marchand était si occupé de la douleur de perdre sa fille, qu’il
ne pensait pas au coffre qu’il avait rempli d’or ; mais aussitôt qu’il
se fut renfermé dans sa chambre pour se coucher, il fut bien étonné de
le trouver à la ruelle de son lit. Il résolut de ne point dire à ses
enfans qu’il était devenu si riche, parce <span><span class="pagenum" id="15" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/19"></span></span>que
ses filles auraient voulu retourner à la ville, et qu’il était résolu
de mourir dans cette campagne ; mais il confia ce secret à la Belle, qui
lui apprit qu’il était venu quelques gentilshommes pendant son
absence ; qu’il y en avait deux qui aimaient ses sœurs. Elle pria son
père de les marier ; car elle était si bonne qu’elle les aimait, et leur
pardonnait de tout son cœur le mal qu’elles lui avaient fait.<br />
Ces deux méchantes filles se frottaient les yeux avec un oignon pour
pleurer lorsque la Belle partit avec son père ; mais ses frères
pleuraient tout de bon, aussi bien que le marchand : il n’y avait que la
Belle qui ne pleurait point, parce qu’elle ne voulait pas augmenter
leur douleur. Leur cheval prit la route du palais, et sur le soir ils
l’aperçurent illuminé comme la première fois.<br />
Le cheval fut tout seul à l’écurie, et le bon homme entra avec sa
fille dans la grande salle, où ils trouvèrent une table magnifiquement
servie, avec deux couverts. Le marchand <span><span class="pagenum" id="16" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/20"></span></span>n’avait
pas le cœur de manger, mais Belle, s’efforçant de paraître tranquille,
se mit à table ; et le servit ; puis elle disait en elle-même : La Bête
veut m’engraisser avant de me manger ; puisqu’elle me fait si bonne
chère.<br />
Quand ils eurent soupé, ils entendirent un grand bruit, et le
marchand dit adieu à sa pauvre fille en pleurant ; car il pensait que
c’était la Bête. La Belle ne put s’empêcher de frémir en voyant cette
horrible figure ; mais elle se rassura de son mieux, et le monstre lui
ayant demandé si c’était de bon cœur qu’elle était venue, elle lui dit
en tremblant qu’oui. Vous êtes bien bonne, dit la Bête, et je vous suis
bien obligé. Bon homme, partez demain matin, et ne vous avisez jamais de
revenir ici. Adieu, la Belle. Adieu, la Bête, répondit-elle ; et tout
de suite le monstre se retira.<br />
Ah ! ma fille, dit le marchand en embrassant la Belle, je suis à
demi-mort de frayeur : croyez-moi, laissez-moi ici. Non, mon père, lui
dit la Belle avec fermeté : <span><span class="pagenum" id="17" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/21"></span></span>vous partirez demain matin, et vous m’abandonnerez au secours du ciel ; peut-être aura-t-il pitié de moi.<br />
Ils furent se coucher, et croyaient ne pas dormir de toute la nuit ;
mais à peine furent-ils dans leurs lits que leurs yeux se fermèrent.
Pendant son sommeil, la Belle vit une dame qui lui dit : Je suis
contente de votre bon cœur, la Belle : la bonne action que vous faites
en donnant votre vie pour sauver celle de votre père ne demeurera point
sans récompense. La Belle, en s’éveillant, raconta ce songe à son père ;
et quoiqu’il le consolât un peu, cela ne l’empêcha pas de jeter de
grands cris quand il fallut se séparer de sa chère fille.<br />
Lorsqu’il fut parti, la Belle s’assit dans la grande salle, et se mit
à pleurer aussi, mais comme elle avait beaucoup de courage, elle se
recommanda à Dieu, et résolut de ne se point chagriner pour le peu de
temps qu’elle avait à vivre, car elle croyait fermement que la Bête la <span><span class="pagenum" id="18" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/22"></span></span>mangerait
le soir. Elle résolut de se promener en attendant, et de visiter ce
beau château : elle ne pouvait s’empêcher d’en admirer la beauté.<br />
Mais elle fut bien surprise de trouver une porte sur laquelle il y
avait écrit : APPARTEMENT DE LA BELLE. Elle ouvrit cette porte avec
précipitation, et elle fut éblouie de la magnificence qui y régnait ;
mais ce qui frappa le plus sa vue fut une grande bibliothèque, un
clavecin, et plusieurs livres de musique. On ne veut pas que je
m’ennuie, dit-elle tout bas. Elle pensa ensuite ; si je n’avais qu’un
jour à demeurer ici, on ne m’aurait pas fait une telle provision. Cette
pensée ranima son courage. Elle ouvrit la bibliothèque, et vit un livre
où il y avait écrit en lettres d’or : SOUHAITEZ, COMMANDEZ ; VOUS ÊTES
ICI LA REINE ET LA MAÎTRESSE.<br />
Hélas ! dit-elle, en soupirant, je ne souhaite rien que de voir mon
pauvre père, et de savoir ce qu’il fait à présent : elle avait dit cela
en elle-même. Quelle fut sa surprise, en jetant les yeux <span><span class="pagenum" id="19" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/23"></span></span>sur un grand miroir, d’y voir sa maison, où son père arrivait avec un visage extrêmement triste.<br />
Ses sœurs venaient au-devant de lui, et malgré les grimaces qu’elles
faisaient pour paraître affligées, la joie qu’elles avaient de la perte
de leur sœur paraissait sur leur visage. Un moment après tout cela
disparut, et la Belle ne put s’empêcher de penser que la Bête était bien
complaisante, qu’elle n’avait rien à craindre d’elle. À midi elle
trouva la table mise et pendant son dîner elle entendit un excellent
concert, quoiqu’elle ne vît personne.<br />
Le soir, comme elle allait se mettre à table, elle entendit le bruit
que faisait la Bête, et ne put s’empêcher de frémir. La Belle, lui dit
ce monstre, voulez-vous bien que je vous voie souper ? Vous êtes le
maître, répondit la Belle en tremblant. Non, répondit la Bête, il n’y a
ici de maîtresse que vous ; vous n’avez qu’à me dire de m’en aller si je
vous ennuie, je sortirai tout de suite. Dites-moi, n’est-ce pas que <span><span class="pagenum" id="20" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/24"></span></span>vous
me trouvez bien laid ? Cela est vrai, dit la Belle, car je ne sais pas
mentir ; mais je crois que vous êtes fort bon. Vous avez raison, dit le
monstre ; mais outre que je suis laid, je n’ai point d’esprit : je sais
bien que je ne suis qu’une bête. On n’est pas bête, reprit la Belle,
quand on croit n’avoir point d’esprit : un sot n’a jamais su cela.
Mangez donc, la Belle, lui dit le monstre, et tâchez de ne vous point
ennuyer dans votre maison ; car tout ceci est à vous ; et j’aurais du
chagrin si vous n’étiez pas contente. Vous avez bien de la bonté, lui
dit la Belle ; je vous avoue que je suis bien contente de votre cœur ;
quand j’y pense, vous ne me paraissez plus si laid. Oh ! dame oui,
répondit la Bête, j’ai le cœur bon, mais je suis un monstre. Il y a bien
des hommes qui sont plus monstres que vous, dit la Belle, et je vous
aime mieux avec votre figure que ceux qui, avec la figure d’hommes,
cachent un cœur faux, corrompu, ingrat. Si <span><span class="pagenum" id="21" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/25"></span></span>j’avais
de l’esprit, reprit la Bête, je vous ferais un grand compliment pour
vous remercier ; mais je suis un stupide, et tout ce que je puis vous
dire, c’est que je vous suis bien obligé.<br />
La Belle soupa de bon appétit. Elle n’avait presque plus peur du
monstre ; mais elle manqua mourir de frayeur, lorsqu’il lui dit : La
Belle, voulez-vous être ma femme ? Elle fut quelque temps sans
répondre : elle avait peur d’exciter la colère du monstre en le
refusant ; elle lui dit pourtant en tremblant : Non, la Bête.<br />
Dans ce moment ce pauvre monstre voulut soupirer, et il fit un
sifflement si épouvantable, que tout le palais en retentit ; mais la
Belle fut bientôt rassurée, car la Bête lui ayant dit tristement, adieu
donc, la Belle, elle sortit de la chambre en se retournant de temps en
temps pour la regarder encore.<br />
La Belle, se voyant seule, sentit une grande compassion pour cette pauvre Bête. Hélas ! disait-elle, <span><span class="pagenum" id="22" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/26"></span></span>c’est bien dommage qu’elle soit si laide : elle est si bonne !<br />
La Belle passa trois mois dans ce palais avec assez de tranquillité.
Tous les soirs la Bête lui rendait visite, l’entretenait pendant le
souper avec assez de bon sens, mais jamais avec ce qu’on appelle esprit
dans le monde. Chaque jour la Belle découvrait de nouvelles bontés dans
ce monstre. L’habitude de le voir l’avait accoutumée à sa laideur ; loin
de craindre le moment de sa visite, elle regardait à sa montre pour
voir s’il était bientôt neuf heures, car la Bête ne manquait jamais de
venir à cette heure-là. Il n’y avait qu’une chose qui faisait de la
peine à la Belle, c’est que le monstre, avant de se coucher, lui
demandait toujours si elle voulait être sa femme, et paraissait pénétré
de douleur lorsqu’elle lui disait que non.<br />
Elle dit un jour : Vous me chagrinez, la Bête ; je voudrais pouvoir vous épouser, mais je suis trop sincère pour <span><span class="pagenum" id="23" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/27"></span></span>vous
faire croire que cela arrivera jamais. Je serai toujours votre amie ;
tâchez de vous contenter de cela. Il le faut bien, reprit la Bête ; je
me rends justice, je sais que je suis bien horrible, mais je vous aime
beaucoup ; cependant je suis trop heureux de ce que vous voulez bien
rester ici ; promettez-moi que vous ne me quitterez jamais. La Belle
rougit à ces paroles ; elle avait vu dans son miroir que son père était
malade de chagrin de l’avoir perdue, et elle souhaitait de le revoir. Je
pourrais bien vous promettre, dit-elle à la Bête, de ne vous jamais
quitter tout-à-fait ; mais j’ai tant d’envie de revoir mon père, que je
mourrai de douleur si vous me refusez ce plaisir. J’aime mieux mourir
moi-même, dit ce monstre, que de vous donner du chagrin. Je vous
enverrai chez votre père, vous y resterez, et votre pauvre Bête en
mourra de douleur. Non, lui dit la Belle en pleurant, je vous aime trop
pour vouloir causer votre mort ; je vous promets de revenir dans huit
jours. <span><span class="pagenum" id="24" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/28"></span></span>Vous
m’avez fait voir que mes sœurs sont mariées, et que mes frères sont
partis pour l’armée. Mon père est tout seul, souffrez que je reste chez
lui une semaine. Vous y serez demain au matin, dit la Bête, mais
souvenez-vous de votre promesse. Vous n’aurez qu’à mettre votre bague
sur une table en vous couchant, quand vous voudrez revenir. Adieu, la
Belle. La Bête soupira selon sa coutume en disant ces mots, et la Belle
se coucha toute triste de la voir affligée.<br />
Quand elle se réveilla le matin, elle se trouva dans la maison de son
père, et ayant sonné une clochette qui était à côté de son lit, elle
vit venir la servante qui fit un grand cri en la voyant. Le bon homme
accourut à ce cri, et manqua mourir de joie en revoyant sa chère fille ;
et ils se tinrent embrassés plus d’un quart-d’heure.<br />
La Belle, après les premiers transports, pensa qu’elle n’avait point
d’habits pour se lever ; mais la servante lui dit, qu’elle venait de
trouver dans la chambre voisine un grand coffre plein <span><span class="pagenum" id="25" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/29"></span></span>de
robes toutes d’or, garnies de diamans. La Belle remercia la bonne Bête
de ses attentions ; elle prit la moins riche de ces robes, et dit à la
servante de serrer les autres, dont elle voulait faire présent à ses
sœurs ; mais à peine eut-elle prononcé ces paroles, que le coffre
disparut. Son père lui dit que la Bête voulait qu’elle gardât tout cela
pour elle, et aussitôt les robes et le coffre revinrent à la même place.<br />
La Belle s’habilla, et pendant ce temps on fut avertir ses sœurs qui
accoururent avec leurs maris. Elles étaient toutes deux fort
malheureuses : l’aînée avait épousé un gentilhomme, beau comme l’Amour ;
mais il était si amoureux de sa propre figure qu’il n’était occupé que
de cela depuis le matin jusqu’au soir, et méprisait la beauté de sa
femme. La seconde avait épousé un homme qui avait beaucoup d’esprit ;
mais il ne s’en servait que pour faire enrager tout le monde, et sa
femme toute la première.<br />
Les sœurs de la Belle manquèrent de mourir de douleur <span><span class="pagenum" id="26" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/30"></span></span>quand
elles la virent habillée comme une princesse, et plus belle que le
jour. Elle eut beau les caresser, rien ne put étouffer leur jalousie,
qui augmenta beaucoup quand elle leur eut conté combien elle était
heureuse. Ces deux jalouses descendirent dans le jardin pour y pleurer
tout à leur aise, et elles se disaient : Pourquoi cette petite créature
est-elle plus heureuse que nous ? Ne sommes-nous pas plus aimables
qu’elle ? Ma sœur, dit l’aînée, il me vient une pensée, tâchons de
l’arrêter ici plus de huit jours ; sa sotte Bête se mettra en colère de
ce qu’elle lui aura manqué de parole, et peut-être qu’elle la dévorera.
Vous avez raison, ma sœur, répondit l’autre ; pour cela il lui faut
faire de grandes caresses ; et ayant pris cette résolution, elles
remontèrent, et firent tant d’amitié à leur sœur, que la Belle en pleura
de joie. Quand les huit jours furent passés, les deux sœurs
s’arrachèrent les cheveux, et firent tant les affligées de son départ,
qu’elle promit de <span><span class="pagenum" id="27" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/31"></span></span>rester encore huit jours.<br />
Cependant Belle se reprochait le chagrin qu’elle allait donner à sa
pauvre Bête, qu’elle aimait de tout son cœur ; et elle s’ennuyait de ne
plus la voir. La dixième nuit qu’elle passa chez son père, elle rêva
qu’elle était dans le jardin du palais, et qu’elle voyait la Bête
couchée sur l’herbe et prête à mourir, qui lui reprochait son
ingratitude. La Belle se réveilla en sursaut, et versa des larmes. Ne
suis-je pas bien méchante, disait-elle, de donner du chagrin à une Bête
qui a pour moi tant de complaisance ? Est-ce sa faute si elle est si
laide et si elle a peu d’esprit ? elle est bonne, cela vaut mieux que
tout le reste. Pourquoi n’ai-je pas voulu l’épouser ? je serais plus
heureuse avec elle que mes sœurs avec leurs maris. Ce n’est ni la beauté
ni l’esprit d’un mari qui rendent une femme contente, c’est la bonté du
caractère, la vertu, la complaisance, et la Bête a toutes ces bonnes
qualités ; je n’ai point d’amour pour elle, mais j’ai de l’estime, <span><span class="pagenum" id="28" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/32"></span></span>de
l’amitié, de la reconnaissance. Allons, il ne faut pas la rendre
malheureuse ; je me reprocherais toute ma vie mon ingratitude. À ces
mots la Belle se lève, met sa bague sur la table, et revient se coucher.<br />
À peine fut-elle dans son lit, qu’elle s’endormit, et quand elle se
réveilla le matin, elle vit avec joie qu’elle était dans le palais de la
Bête. Elle s’habilla magnifiquement pour lui plaire, et s’ennuya à
mourir toute la journée, en attendant neuf heures du soir ; mais
l’horloge eut beau sonner, la Bête ne parut point. La Belle alors
craignit d’avoir causé sa mort ; elle courut tout le palais en jetant de
grands cris : elle était au désespoir.<br />
Après avoir cherché par-tout, elle se souvint de son rêve, et courut
dans le jardin vers le canal, où elle l’avait vue en dormant. Elle
trouva la pauvre Bête étendue sans connaissance, et elle crut qu’elle
était morte. Elle se jeta sur son corps, sans avoir horreur de sa
figure ; et sentant que son cœur battait encore, elle <span><span class="pagenum" id="29" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/33"></span></span>prit de l’eau dans le canal, et lui en jeta sur la tête.<br />
La Bête ouvrit les yeux, et dit à la Belle : Vous avez oublié votre
promesse ; le chagrin de vous avoir perdue m’a fait résoudre à me
laisser mourir de faim ; mais je meurs content, puisque j’ai le plaisir
de vous revoir encore une fois. Non, ma chère Bête, vous ne mourrez
point, lui dit la Belle, vous vivrez pour devenir mon époux ; dès ce
moment je vous donne ma main, et je jure que je ne serai qu’à vous.
Hélas ! je croyais n’avoir que de l’amitié pour vous, mais la douleur
que je sens me fait voir que je ne pourrais vivre sans vous voir.<br />
À peine la Belle eut-elle prononcé ces paroles qu’elle vit le château
brillant de lumière : les feux d’artifices, la musique, tout lui
annonçait une fête ; mais toutes ces beautés n’arrêtèrent point sa vue,
elle se retourna vers sa chère Bête dont le danger la faisait frémir.
Quelle fut sa surprise ! la Bête avait disparu, et elle ne vit plus à
ses pieds qu’un prince plus beau que l’Amour, qui <span><span class="pagenum" id="30" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/34"></span></span>la
remerciait d’avoir fini son enchantement. Quoique ce prince méritât
toute son attention, elle ne put s’empêcher de lui demander où était la
Bête. Vous la voyez à vos pieds, lui dit le prince ; une méchante fée
m’avait condamné à rester sous cette figure jusqu’à ce qu’une belle
fille consentit à m’épouser, et elle m’avait défendu de faire paraître
mon esprit. Ainsi il n’y avait que vous dans le monde assez bonne pour
vous laisser toucher à la bonté de mon caractère, et en vous offrant ma
couronne, je ne puis m’acquitter des obligations que je vous ai. La
Belle, agréablement surprise, donna la main à ce beau prince pour se
relever.<br />
Ils allèrent ensemble au château, et la Belle manqua mourir de joie
en trouvant, dans la grande salle, son père et toute sa famille, que la
belle dame, qui lui était apparue en songe, avait transportée au
château. La Belle, lui dit cette dame, qui était une grande fée, venez
recevoir la récompense de votre bon choix : vous avez <span><span class="pagenum" id="31" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/35"></span></span>préféré
la vertu à la beauté et à l’esprit, vous méritez de trouver toutes ces
qualités réunies en une même personne. Vous allez devenir une grande
reine ; j’espère que le trône ne détruira pas vos vertus. Pour vous,
mesdemoiselles, dit la fée aux deux sœurs de la Belle, je connais votre
cœur, et toute la malice qu’il renferme ; devenez deux statues, mais
conservez toute votre raison sous la pierre qui vous enveloppera. Vous
demeurerez à la porte du palais de votre sœur, et je ne vous impose
point d’autre peine que d’être témoins de son bonheur. Vous ne pourrez
revenir dans votre premier état qu’au moment où vous reconnaîtrez vos
fautes : mais j’ai bien peur que vous ne restiez toujours statues. On se
corrige de l’orgueil, de la colère, de la gourmandise et de la
paresse ; mais c’est une espèce de miracle que la conversion d’un cœur
méchant et envieux.<br />
Dans le moment, la fée donna un coup de baguette qui transporta tous ceux qui étaient dans cette salle dans le royaume <span><span class="pagenum" id="32" title="Page:Beaumont_-_Contes_moraux,_tome_1,_Barba,_1806.djvu/36"></span></span>du
prince. Ses sujets le virent avec joie ; et il épousa la Belle, qui
vécut avec lui fort longtemps, et dans un bonheur parfait, parce qu’il
était fondé sur la vertu.Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1879396924401585006.post-54498462989746506372012-05-17T02:40:00.002-07:002012-05-17T02:40:48.049-07:00PERRAULT. Riquet à la houppeIl était une fois une reine qui accoucha d'un fils, si laid et si mal
fait, qu'on douta longtemps s'il avait forme humaine. Une fée qui se
trouva à sa naissance assura qu'il ne laisserait pas d'être aimable,
parce qu'il aurait beaucoup d'esprit; elle ajouta même qu'il pourrait,
en vertu du don qu'elle venait de lui faire, donner autant d'esprit
qu'il en aurait à celle qu'il aimerait le mieux.
Tout cela consola un peu la pauvre reine, qui était bien affligée
d'avoir mis au monde un si vilain marmot. Il est vrai que cet enfant ne
commença pas plus tôt à parler qu'il dit mille jolies choses, et qu'il
avait dans toutes ses actions je ne sais quoi de si spirituel, qu'on en
était charmé. J'oubliais de dire qu'il vint au monde avec une petite
houppe de cheveux sur la tête, ce qui fit qu'on le nomma Riquet à la
houppe, car Riquet était le nom de la famille. Au bout de sept ou huit
ans la reine d'un royaume voisin accoucha de deux filles. La première
qui vint au monde était plus belle que le jour : la reine en fut si
aise, qu'on appréhenda que la trop grande joie qu'elle en avait ne lui
fit mal. La même fée qui avait assisté à la naissance du petit Riquet à
la houppe était présente, et pour modérer la joie de la reine, elle lui
déclara que cette petite princesse n'aurait point d'esprit, et qu'elle
serait aussi stupide qu'elle était belle. Cela mortifia beaucoup la
Reine; mais elle eut quelques moments après un bien plus grand chagrin,
car la seconde fille dont elle accoucha se trouva extrêmement laide. "Ne
vous affligez point tant, Madame" , lui dit la fée ; " votre fille sera
récompensée d'ailleurs, et elle aura tant d'esprit, qu'on ne
s'apercevra presque pas qu'il lui manque de la beauté. - Dieu le veuille
, répondit la Reine, mais n'y aurait-il point moyen de faire avoir un
peu d'esprit à l'aînée qui est si belle ? - Je ne puis rien pour elle,
Madame, du côté de l'esprit, lui dit la fée, mais je puis tout du côté
de la beauté; et comme il n'y a rien que je ne veuille faire pour votre
satisfaction, je vais lui donner pour don de pouvoir rendre beau qui lui
plaira."<br />
A mesure que ces deux princesses devinrent grandes, leurs perfections
crûrent aussi avec elles, et on ne parlait partout que de la beauté de
l'aînée, et de l'esprit de la cadette. Il est vrai aussi que leurs
défauts augmentèrent beaucoup avec l'âge. La cadette enlaidissait à vue
d'oeil, et l'aînée devenait plus stupide de jour en jour. Ou elle ne
répondait rien à ce qu'on lui demandait, ou elle disait une sottise.
Elle était avec cela si maladroite qu'elle n'eût pu ranger quatre
Porcelaines sur le bord d'une cheminée sans en casser une, ni boire un
verre d'eau sans en répandre la moitié sur ses habits.<br />
Quoique la beauté soit un grand avantage chez une jeune femme,
cependant la cadette l'emportait presque toujours sur son aînée dans
toutes les Compagnies. D'abord on allait du côté de la plus belle pour
la voir et pour l'admirer, mais bientôt après, on allait à celle qui
avait le plus d'esprit, pour lui entendre dire mille choses agréables,
et on était étonné qu'en moins d'un quart d'heure l'aînée n'avait plus
personne auprès d'elle, et que tout le monde s'était rangé autour de la
cadette. L'aînée, quoique fort stupide, le remarqua bien, et elle eût
donné sans regret toute sa beauté pour avoir la moitié de l'esprit de sa
sœur. La Reine, toute sage qu'elle était, ne put s'empêcher de lui
reprocher plusieurs fois sa bêtise, ce qui pensa faire mourir de douleur
cette pauvre Princesse.<br />
Un jour qu'elle s'était retirée dans un bois pour y plaindre son
malheur, elle vit venir à elle un petit homme fort laid et fort
désagréable, mais vêtu très magnifiquement. C'était le jeune Prince
Riquet à la houppe, qui étant devenu amoureux d'elle d'après ses
portraits qui circulaient par tout le monde, avait quitté le royaume de
son père pour avoir le plaisir de la voir et de lui parler.<br />
Ravi de la rencontrer ainsi toute seule, il l'aborde avec tout le
respect et toute la politesse imaginables. Ayant remarqué, après lui
avoir fait les compliments ordinaires, qu'elle était fort mélancolique,
il lui dit : "Je ne comprends point, Madame, comment quelqu'un aussi
belle que vous l'êtes peut être aussi triste que vous le paraissez; car,
quoique je puisse me vanter d'avoir vu une infinité de belles dames, je
puis dire que je n'en ai jamais vu dont la beauté approche de la vôtre.
- Cela vous plaît à dire, Monsieur", lui répondit la Princesse, et en
demeure là. - La beauté, reprit Riquet à la houppe, est un si grand
avantage qu'il doit tenir lieu de tout le reste; et quand on le possède,
je ne vois pas qu'il y ait rien qui puisse nous affliger beaucoup. -
J'aimerais mieux, dit la Princesse, être aussi laide que vous et avoir
de l'esprit, que d'avoir de la beauté comme j'en ai, et être bête autant
que je le suis. - Il n'y a rien, Madame, qui marque davantage qu'on a
de l'esprit, que de croire n'en pas avoir, et il est de la nature de ce
bien-là, que plus on en a, plus on croit en manquer. - Je ne sais pas
cela , dit la Princesse, mais je sais bien que je suis fort bête, et
c'est de là que vient le chagrin qui me tue. - Si ce n'est que cela,
Madame, qui vous afflige, je puis aisément mettre fin à votre douleur." -
Et comment ferez-vous ? dit la Princesse. - J'ai le pouvoir, Madame,
dit Riquet à la houppe, de donner de l'esprit autant qu'on en saurait
avoir à celle que je dois aimer le plus; et comme vous êtes, Madame,
celle-là, il n'en tiendra qu'à vous que vous n'ayez autant d'esprit
qu'on en peut avoir, pourvu que vous vouliez bien m'épouser."<br />
La Princesse demeura toute interdite, et ne répondit rien. "Je vois" ,
reprit Riquet à la houppe, que cette proposition vous fait de la peine,
et je ne m'en étonne pas; mais je vous donne un an tout entier pour
vous y résoudre." La Princesse avait si peu d'esprit, et en même temps
une si grande envie d'en avoir, qu'elle s'imagina que la fin de cette
année ne viendrait jamais; de sorte qu'elle accepta la proposition qui
lui était faite.<br />
Elle n'eut pas plus tôt promis à Riquet à la houppe qu'elle
l'épouserait dans un an à pareil jour, qu'elle se sentit tout autre
qu'elle n'était auparavant; elle se trouva une facilité incroyable à
dire tout ce qui lui plaisait, et à le dire d'une manière fine, aisée et
naturelle. Elle commença dès ce moment une conversation galante et
soutenue avec Riquet à la houppe, où elle brilla d'une telle force que
Riquet à la houppe crut lui avoir donné plus d'esprit qu'il ne s'en
était réservé pour lui-même.<br />
Quand elle fut retournée au Palais, toute la Cour ne savait que
penser d'un changement si subit et si extraordinaire, car autant qu'on
lui avait entendu dire d'impertinences auparavant, autant lui
entendait-on dire des choses bien sensées et infiniment spirituelles.
Toute la Cour en eut une joie qui ne peut s'imaginer; il n'y eut que sa
cadette qui n'en fut pas bien aise, parce que n'ayant plus sur son aînée
l'avantage de l'esprit, elle ne paraissait plus auprès d'elle qu'une
guenon fort désagréable. Le roi se conduisait selon ses avis, et allait
même quelquefois tenir le conseil dans son Appartement.<br />
Le bruit de ce changement s'étant répandu, tous les jeunes Princes
des Royaumes voisins firent grands efforts pour s'en faire aimer, et
presque tous la demandèrent en Mariage; mais elle n'en trouvait point
qui eût assez d'esprit, et elle les écoutait tous sans s'engager avec
l'un d'eux. Cependant il en vint un si puissant, si riche, si spirituel
et si bien fait, qu'elle ne put s'empêcher d'avoir de la bonne volonté
pour lui. Son père s'en étant aperçu lui dit qu'il la faisait la
maîtresse sur le choix d'un époux, et qu'elle n'avait qu'à se déclarer.
Comme plus on a d'esprit et plus on a de peine à prendre une ferme
résolution sur cette affaire, elle demanda, après avoir remercié son
père, qu'il lui donnât du temps pour y penser.<br />
Elle alla par hasard se promener dans le même bois où elle avait
trouvé Riquet à la houppe, pour rêver plus commodément à ce qu'elle
avait à faire. Dans le temps qu'elle se promenait, rêvant profondément,
elle entendit un bruit sourd sous ses pieds, comme de plusieurs gens qui
vont et viennent et qui agissent. Ayant prêté l'oreille plus
attentivement, elle entendit que l'un disait : "Apporte-moi cette
marmite"; l'autre : "Donne-moi cette chaudière"; l'autre : "Mets du bois
dans ce feu." La terre s'ouvrit dans le même temps, et elle vit sous
ses pieds comme une grande Cuisine pleine de Cuisiniers, de Marmitons et
de toutes sortes d'Officiers nécessaires pour faire un festin
magnifique. Il en sortit une bande de vingt ou trente Rôtisseurs, qui
allèrent se camper dans une allée du bois autour d'une table fort
longue, et qui tous, la lardoire à la main, et la queue de renard sur
l'oreille, se mirent à travailler en cadence au son d'une chanson
harmonieuse.<br />
La Princesse, étonnée de ce spectacle, leur demanda pour qui ils
travaillaient. C'est, Madame, lui répondit le plus apparent de la bande,
pour le prince Riquet à la houppe, dont les noces se feront demain." La
Princesse, encore plus surprise qu'elle ne l'avait été, et se
ressouvenant tout à coup qu'il y avait un an qu'à pareil jour elle avait
promis d'épouser le prince Riquet à la houppe, elle pensa tomber de son
haut. Ce qui faisait qu'elle ne s'en souvenait pas, c'est que, quand
elle fit cette promesse, elle était bête, et qu'en prenant le nouvel
esprit que le prince lui avait donné, elle avait oublié toutes ses
sottises. Elle n'eut pas fait trente pas en continuant sa promenade, que
Riquet à la houppe se présenta à elle, brave, magnifique, et comme un
Prince qui va se marier. "Vous me voyez, dit-il, Madame, exact à tenir
ma parole, et je ne doute point que vous ne veniez ici pour exécuter la
vôtre, et me rendre, en me donnant la main, le plus heureux de tous les
hommes." - Je vous avouerai franchement, " répondit la princesse, " que
je n'ai pas encore pris ma décision là-dessus, et que je ne crois pas
pouvoir jamais la prendre comme vous la souhaitez. - Vous m'étonnez,
Madame, lui dit Riquet à la houppe. - Je le crois, dit la Princesse, et
assurément si j'avais affaire à un brutal, à un homme sans esprit, je me
trouverais bien embarrassée. Une Princesse n'a que sa parole, me
dirait-il, et il faut que vous m'épousiez, puisque vous me l'avez
promis; mais comme celui à qui je parle est l'homme du monde qui a le
plus d'esprit, je suis sûre qu'il entendra raison. Vous savez que, quand
j'étais bête, je ne pouvais néanmoins me résoudre à vous épouser;
comment voulez-vous qu'ayant l'esprit que vous m'avez donné, qui me rend
encore plus difficile en gens que je n'étais, je prenne aujourd'hui une
.décision que je n'ai pu prendre dans ce temps-là ? Si vous pensiez
tout de bon à m'épouser, vous avez eu grand tort de m'ôter ma bêtise, et
de me faire voir plus clair que je ne voyais. - Si un homme sans
esprit, répondit Riquet à la houppe, serait bien reçu, comme vous venez
de le dire, à vous reprocher votre manque de parole, pourquoi
voulez-vous, Madame, que je n'en use pas de même, dans une chose où il y
va de tout le bonheur de ma vie ? Est-il raisonnable que ceux qui ont
de l'esprit soient d'une pire condition que ceux qui n'en ont pas ?
Pouvez-vous le prétendre, vous qui en avez tant, et qui avez tant
souhaité d'en avoir ? Mais venons au fait, s'il vous plaît : à la
réserve de ma laideur, y a-t-il quelque chose en moi qui vous déplaise ?
Etes-vous mal contente de ma naissance, de mon esprit, de mon humeur,
et de mes manières ? - Nullement , répondit la Princesse, j'aime en vous
tout ce que vous venez de me dire. - Si cela est ainsi, reprit Riquet à
la houppe, je vais être heureux, puisque vous pouvez me rendre le plus
aimable de tous les hommes. - Comment cela se peut-il ? lui dit la
Princesse. - Cela se fera, répondit Riquet à la houppe, si vous m'aimez
assez pour souhaiter que cela soit; et afin, Madame, que vous n'en
doutiez pas, sachez que la même fée qui au jour de ma naissance me fit
le don de pouvoir rendre spirituelle qui me plairait, vous a aussi fait
le don de pouvoir rendre beau celui que vous aimerez, et à qui vous
voudrez bien faire cette faveur." - Si la chose est ainsi, dit la
Princesse, je souhaite de tout mon cœur que vous deveniez le prince du
monde le plus beau et le plus aimable; et je vous en fais le don autant
qu'il est en moi."<br />
La Princesse n'eut pas plus tôt prononcé ces paroles, que Riquet à la
houppe parut à ses yeux l'homme du monde le plus beau, le mieux fait,
et le plus aimable qu'elle eût jamais vu.<br />
Quelques-uns assurent que ce ne furent point les charmes de la fée
qui opérèrent, mais que l'amour seul fit cette Métamorphose. Ils disent
que la Princesse ayant fait réflexion sur la persévérance de son amant,
sur sa discrétion, et sur toutes les bonnes qualités de son âme et de
son esprit, ne vit plus la difformité de son corps, ni la laideur de son
visage, que sa bosse ne lui sembla plus que le bon air d'un homme qui
fait le gros dos; et qu'au lieu que jusqu'alors elle l'avait vu boiter
effroyablement, elle ne lui trouva plus qu'un certain air penché qui la
charmait; ils disent encore que ses yeux, qui étaient louches, ne lui en
parurent que plus brillants, que leur dérèglement passa dans son esprit
pour la marque d'un violent excès d'amour, et qu'enfin son gros nez
rouge eut pour elle quelque chose de martial et d'héroïque.<br />
Quoi qu'il en soit, la Princesse lui promit sur-le-champ de
l'épouser, pourvu qu'il en obtint le consentement du roi son père. Le
roi ayant su que sa fille avait beaucoup d'estime pour Riquet à la
houppe, qu'il connaissait d'ailleurs pour un prince très spirituel et
très sage, le reçut avec plaisir pour son gendre. Dès le lendemain les
noces furent faites, ainsi que Riquet à la houppe l'avait prévu, et
selon les ordres qu'il en avait donnés longtemps auparavant.<br />
<br />
MORALITE<br />
<dl><dd>Ce que l'on voit dans cet écrit,</dd><dd>Est moins un conte en l'air que la vérité même;</dd><dd>Tout est beau dans ce que l'on aime,</dd><dd>Tout ce qu'on aime a de l'esprit.</dd></dl>
<br />
AUTRE MORALITE<br />
<dl><dd>Dans un objet où la Nature,</dd><dd>Aura mis de beaux traits, et la vive peinture</dd><dd>D'un teint où jamais l'Art ne saurait arriver,</dd><dd>Tous ces dons pourront moins pour rendre un cœur sensible,</dd><dd>Qu'un seul agrément invisible</dd><dd>Que l'Amour y fera trouver.</dd></dl>Theodorhttp://www.blogger.com/profile/05866985439304067831noreply@blogger.com0