Sobre eminente sitio, sublime puesto y delicioso trono, entorno y círculo vistoso de soberbios y lisonjeros montes; por lo excelso, con el portentoso imperio de todos ellos, si no de todo el orbe, perpetuo Príncipe se engríe y supremo Rey se constituye el nobilísimo, el insigne, el invencible siempre cívico monte de Toledo, metrópoli de todo el ínclito reino, de su noble ilustre corte y opulento solio un tiempo de felicísimos Reyes; glorioso siempre no sólo por quien le dio principio que fue (como quieren doctos escritores) cierto Ferrecio, insigne griego o, como escriben otros, el invencible Hércules Lívico y ciertos griegos robustos y fortísimos de su lucido ejército. Pero por sus ilustres trofeos y por los excesivos honores con que se enriquece, como son el perfectísimo temple de su cielo y suelo, sus gustosísimos frutos, su honorífico y suntuoso templo, diócesis insigne de los iberios por su Regente Pontífice y rico clero, por sus curiosos edificios, célebre río, eminente ingenio, y por el de sus nobles y discretos hijos, ilustres sujetos en lo científico de lo civil y divino, y en lo heroico del furor bélico, y por lo insigne de sus luminosos soles o mujeres de peregrinos rostros, sin otro esplendor que el del líquido elemento cogido en el corriente vidrio de su difuso río y undoso muro, glorioso objeto de eruditos ingenios (no sólo del Plinio, Tito Livio y Ptolomeo) por el oro de su centro, pero de otros muchos selectos históricos discursos y poéticos metros con elogios enriquecidos. En este pues riquísimo epílogo de perfecciones residió mucho tiempo cierto joven por nombre don Jerónimo, nobilísimo por su estirpe y de legítimo consorcio. Dejó un hijo que se nombró don Lope, mozo cortés y brioso, de gentil condición y honroso término, modesto en su proceder (no como otros), inquieto y orgulloso, pero honesto, curioso, prudente y bien entendido, y, sobre todo, rico y poderoso respecto de lo mucho que heredó de sus progenitores en censos y un vínculo de dos mil escudos por mes, por sí de excelente cobro, sin otros bienes y multitud de dineros en doblones. Pero no por eso se introdujo soberbio, común vicio de ricos, comedido sí, y primoroso, frecuente en honestos ejercicios y políticos respetos, eximiéndose siempre de los tributos de Cupido y de los deleites de Venus.
Sucedió, pues, que deseoso de ver que en Zocodover (sitio público de los festines y juegos) cierto domingo de los del fructífero septiembre, principio del fecundo Otoño, el encierro de los toros y un festín que se hizo entre los nobles, se entró en el domicilio de don Miguel, deudo suyo. Y entre el concurso de mujeriles sujetos vio dos soles de divino esplendor, oposición no del celeste, superiores sí en lo primero de lo pomposo y refulgente, siendo el vínculo del deudo sororios primos. No es epíteto el de soles, renombre sí, porque con el mismo oyó que los nombró otro concurso de ilustres jóvenes. Dos prodigios vio de perfección, dos celestes querubines; pero el uno le llevó el espíritu, si bien de él se vio correspondido por los mismos filos en recíproco cortejo. Sus nombres encubro por honestos respetos: pero nómbrese este peregrino sol Mitilene y el otro Nise. De Mitilene pues se vio en un momento de sus divinos ojos sin remedio preso y, como entre grillos de yelo, inmoble, sin que le fuese posible poder eximirse de rendido. Sin querer los miró y queriendo divertirse en los de Nise por menos peligrosos, no pudo; si bien en ellos notó un destrozo del modesto silencio y un fuego interno consumido del oculto sosiego de su pecho y quietud del espíritu, pidiéndole de hito en hito presuroso y dulce socorro. Motivo del incendio se conoció don Lope, pero no se dio por entendido ni les dio crédito, no sólo porque los presumió digno objeto de los de cierto mozo nobilísimo, por nombre don Gregorio, que en frente de ellos vio y juzgó por ellos perdido, pero porque en los de Mitilene (objeto de los suyos y su hermoso sol), se elevó todo y en ellos notó dos círculos, dos orbes digo o cielos, llenos de lucido esplendor, sin riesgo de soberbios por lo señoril, ni de menosprecio dignos por retóricos o elocuentes. Del rubio pelo de encendido color, los sutiles y curiosos rizos, no de finísimo oro, los consideró lucientes y preciosos hilos, ni costosísimo tesoro de Ofir, superior tesoro sí en lo rico, en lo refulgente y luminoso. Pero en el hermoso rostro y frente tres misteriosos vergeles o peregrinos pensiles vio de flores entretejidos de rosicler y nieve, divididos con un sublime y lindísimo retrete de olor en excelente proporción de relieve de nieve hecho, y de multitud de flores de los colores mismos con gentil primor compuesto. Los perfectísimos y menudos dientes entre el diviso y odorífero rubí (divino y precioso joyel) vistos, los juzgó hechos de lo mismo que en el cielo el sol y que, sentido Cupido de ver los de Venus y los suyos inferiores, se cubrió y vendó de vergonzoso los ojos por no verlos. En el eminente y terso cuello notó un mundo hecho del precioso mixto de rojo pórfido y misterioso hielo. Pero en lo poco que de los hermosos pechos vio principios, conoció ser dos perfectos globos, si no del yelo mismo, superior sí por los indicios de diferente género, pues los notó compuestos de purísimos lirios y multitud de flores de Venus, y de Cidros y de los fluecos de olorosos mirtos entre nieve y rosicler; los dedos entorno hechos y todo su distrito, con los vistosos pulsos, lo juzgó todo de lo mismo y prisiones lo miró todo de sus ojos, grillos de sus sentidos y suspensión de su espíritu. Y no menos le elevó de su hermoso dueño lo honesto, lo señoril, lo bien prendido y compuesto del vestido, que juzgó de terciopelo rizo ligero, color flor de romero, todo embutido de florones y lises de oro con huequecillo de negro y golpes de eses en los entremedios, con pespuntes de color de rubí y el entreforro de velillo de esplendor del mismo color rubicundo, y todo de suerte perfecto que ninguno de los hermosos sujetos le pudo competir, si no fue el del otro sol de Nise, porque en lo espléndido y señoril de sus ojos, nieve y rosicler de su rostro, terso de su frente, colorido del diviso rubí, si no fue todo en perfección lo mismo, fue muy poco diferente en el juicio de todos; sólo en el de don Lope desdijo mucho y no menos en el de don Gregorio porque no fue de Nise el sujeto el que le elevó, como pensó don Lope, sino el mismo sol de Mitilene; y no porque de Nise el brío y discreción fuese inferior ni menor lo costoso y lo lucido del vestido, pues se juzgó de espolín de oro, verde y negro (entretejido de flores de rizo, de oro el fondo y el rizo negro), con golpes de flueco por entre flor y flor en semicírculo, divididos por excelente modo, con molinillos de oro culebrinos, sino porque de Mitilene el destino fue superior en el dominio de los encendidos pechos de los dos jóvenes.
Fenecióse el encierro de los toros y el festín; deshízose uno y otro concurso; fuéronse los hermosos soles de Mitilene y Nise juntos en un coche. Pero don Lope los siguió en el suyo, y pretendiendo don Gregorio lo mismo, se lo estorbó Nise pidiéndole cortés que no lo hiciese; lo mismo hizo con don Lope Mitilene; pero él, por ver que se lo dijo sonriéndose y como por cumplimiento, porfió y con retórico estilo y primorosos conceptos le refirió los efectos del fervoroso incendio de su pecho; y viendo en el crédito que se le dio lucir su intento, prosiguió solícito su discurso y juró de ser firme si se viese correspondido: empeñó su fe, hipotecó su honor, y por veces lloró tierno, fogoso y líquido vidrio, munición con que rindió de Mitilene el pecho, y mereció por fin en breve tiempo en retribución felice de su empeño, un hermoso listón verde concedido con gusto y sin melindre. Desdoblóse luego, y en él leyó escrito en curiosos signos de oro: soy de Mitilene. De este modo se certificó en su nombre porque primero le supo del concurso y el sitio de su filice domicilio, bien conocido de él por ser el mismo que el de cierto don Pedro, enemigo suyo y tío de estos dos bellos prodigios, pero señor nobilísimo y muy rico.
Quedó con el listón don Lope contentísimo pero notó que Nise se disgustó en extremo de que Mitilene se le diese y que procuró por veces (no sin indicios de furiosos celos) divertir sus coloquios teniendo por desprecio que él no se diese por entendido de sus ojos ni de los equívocos con que le dijo el incendio de su pecho; y viendo Mitilene su enojo y los progresos de don Lope y sus empeños, le rogó que por desmentir los ojos de envidiosos émulos (linces del virgíneo incendio que, donde menos se presume, suelen sospechosos esconderse), se fuese por entonces. Y le permitió porque se le pidió con discreto término y sin que Nise lo entendiese, que por el vergel de su domicilio, de noche, pudiese proseguir sus desvelos y descubrir, si fuesen honestos, los ocultos indicios de su intento. Hízolo como se le ordenó, pues en medio del lóbrego y nocturno silencio, de pechos puesto sobre cierto postigo del dichoso sitio, bien que como prisión (sin serlo) hecho y entretejido de menudos hierros por el honesto y seguro decoro de sus dueños, felices testigos hizo del oculto fuego de su pecho los olorosos pimpollos y ejércitos de flores, los frondosos cedros, mirtos y chopos, pues en sonoro instrumento y dulces quiebros de su voz los obligó con lo fino de sus tiernos suspiros y cohechó con lo dulce de repetidos versos. Y si referirlo puedo es porque después Mitilene -según dicen- pidiéndoselos, hizo que con el buril o sutil cincel de un curioso punzón de su estuche en lo liso de cinco o seis presumidos y conjuntos olmos se esculpiesen; y yo mismo dellos los copié, y son éstos:
Pomposo mirto de Venus,
cedro oloroso y gentil,
verdes chopos y cipreses
briosos en competir.
Flores que en sublimes trinos
lisonjeros conducís
el primor y los fulgores
del sol, nieve y de rubí.
Del incendio de mi pecho
pues testigos sois, oíd:
que muere por Mitilene,
el dueño de este pensil.
Decídselo, flores, vos
mirto, vos se lo decid,
y sed mis terceros, chopos,
si su cielo me encubrís.
De los soles de sus ojos
esplendores merecí,
pero en mi destino temo
perderlos por infeliz.
En este vergel dichoso
verlos pude presumir,
no debo de merecerlos,
doleos, flores, de mí.
Soles son, yo lo confieso,
pero su esplendor sutil
pechos que no son de bronce
pudo en fuego convertir.
Y si victorioso en ellos
glorioso trofeo vi,
sé que es su querer muy niño
y puédese desdecir.
Yo estoy, flores, receloso,
porque opuesto tengo en fin,
y el querub que hermoso espero
es sujeto femenil.
Pero de suerte sus ojos
los quiero, que desistir
no podré si se opusiesen
mil reinos y mundos mil.
Que como por ellos muero
luego que feliz los vi
cobré bríos invencibles
con que poder resistir.
Pero socorredme, flores,
que si en verlos los perdí,
no puedo vivir sin ellos,
por ellos quiero morir.
Todo lo oyó Mitilene, porque entre lo espeso de los mirtos y chopos se previno escondiéndose. Pero no pudiendo sufrir que el decoro de su fe estuviese en don Lope dudoso, se descubrió; y le certificó de ser él y no don Gregorio el querido objeto de sus ojos. Con esto se despidió don Lope y en cinco o seis noches, con el decoro posible del honor de Mitilene, logró dulces coloquios y felices discursos, y por segundo premio, trofeo de su fe, un curioso bolsillo de oro con botones, cordoncillos y fluecos de oro de sus rizos, cogidos de los revueltos despojos del ebúrneo peine, y dentro otro listón, color rojo lilio, y en un renglón de oro escrito: soy de don Lope. Pero él se desquitó del empeño con un costoso y precioso cupido de oro y rubíes que le dio con mil firmes prometimientos de ser su esposo, si no se lo impidiesen sus pocos merecimientos y corto destino respecto del odio que su tío don Pedro tuvo con sus progenitores sobre cierto litigio. Confirmó Mitilene su dudoso ofrecimiento con prometerle lo mismo y pedirle que, con todo secreto, se dispusiese el efecto de sus recíprocos deseos.
Pero como en el terrestre globo los gustos son veloces y no suceden siempre prósperos, presto se les enturbió su contento, presto el sereno cielo de sus conformes deseos se obscureció de nubes y furiosos truenos. Sucedió, pues, que don Lope se retiró de Toledo por tiempo de un mes por cierto fortuito suceso, sin ser posible, primero que se fuese, despedirse del bello sol de Mitilene; y Nise, sintiendo en lo oculto pecho el mismo fuego que Mitilene desde que en el festín le vio y en el coche oyó de los dos los requiebros y dulces coloquios, propuso en su mente dividirlos y sustituirse (si don Lope volviese) querido dueño suyo por todos los medios que le fuesen posibles. Y porque mejor se consiguiese el fruto y premio de sus desvelos y del efecto de su pretensión viese felices principios, lo ordenó su destino de suerte que todo sucedió como lo pudo pedir su deseo; porque corrido don Gregorio de ver que don Lope en su coche siguió el de Mitilene sin que se lo impidiesen, y el difuso tiempo que se entretuvo (que de todo dio fe siguiéndolos de lejos), viéndose consumir sin remedio de insufribles celos, sin poder eximirse del interno fuego consumidor de su pecho, hizo que sus deudos entre los de Mitilene y preferente don Pedro, su tío, propusiesen el consorcio. Y porque el efecto de él con resolución y en breve se dispusiese dio comisión de que sin dote ninguno se hiciesen los conciertos. Comunicóse todo entre uno y otro deudos y convinieron los de Mitilene en que se hiciese el desposorio, visto ser conveniente por los méritos de don Gregorio, noble y robusto joven, rico, de ilustre tronco y excelente sujeto, y por el venturoso empleo de Mitilene y no de menor cómodo de su tío y en el dote sin desembolso de dinero, condición y punto muy convenible, y en estos tiempos poco pedido de los novios. Con esto que se decretó dio luego el sí don Pedro, tío de Mitilene, y después se lo comunicó con excesivo contento, diciéndole que, conociendo lo mucho que su destino tuvo de venturoso, dio y otorgó luego en su nombre el consentimiento porque no se perdiese tiempo en disponerse lo preciso y conveniente, y que si con él después viniese don Gregorio su esposo, le recibiese cortés y prudente. Inmoble se quedó Mitilene de lo que le refirió su tío, y entre grillos de hielo no supo con el susto responderle; pero él, entendiendo procediese todo del virgíneo, y vergonzoso decoro y pundonor, se fue contentísimo, y no menos lo quedó Nise, que oyéndolo todo se prometió felice suceso en sus designios. Y lo primero que con Mitilene hizo fue deslucirle y oscurecerle los honrosos términos de don Lope, diciéndole se tuviese por feliz en perderle por ser hombre loco, necio, llorón, imprudente, lleno de mil vicios, perdido por mujeres, y que de diferentes se le conocieron tres hijos (conforme voz común del pueblo), y que no pocos disgustos le costó en cierto tiempo verse libre de él porque primero dio no sólo en pretender por prisión de sus ojos sino en decirle finísimos requiebros; pero que de don Gregorio siempre oyó mil virtudes: pintósele discreto, modesto, prudente, gentilhombre, rico, docto, elocuente y de otros mil epítetos honrosos le hizo digno. Lloró Mitilene su infeliz suerte; pero como lo que primero se quiere es sello que se imprime y difícilmente el entendimiento lo dimite y excluye, no por eso borró de lo interior de su pecho el buen concepto que de su querido don Lope siempre tuvo. Pero como sucedió el irse sin él despedirse y fueron terribles los impulsos de su tío y continuos los consejos de Nise, hubo de conceder en el desposorio que le propusieron con don Gregorio.
Vino en fin como novio lucidísimo por ver el ídolo de todo su contento: entretúvose cortés don Pedro; festejóle en lo exterior Mitilene porque no tuviese del interior disgusto indicios; pero en lo mejor de los dulces conceptos y tiernos coloquios entró el triste don Lope. No osó por el tío descubrirse, pero encubierto lo oyó todo: disimuló lo que pudo y procuró volverse; pero estorbóselo un sudor frío que como menudo rocío le ocupó los miembros todos de suerte que le fue imposible. Y si en los ojos de Mitilene que le divisó (puesto que les dio poco crédito) no viese vislumbres de sentimiento y un tierno y dulce esplendor, como pidiéndole con ellos humilde perdón del cometido yerro, no dudó de que el repentino dolor y susto le destruyese y pusiese en los últimos términos del vivir; pero como no pudo el vehemente dolor (por el presuroso socorro y pío remedio) vencer del todo los interiores espíritus, se vio en él otro repentino efecto, y fue romper de colérico en un vivo fuego con suspiros tristes, terribles extremos, exteriores movimientos del rostro y ceño. Y si es cierto que por los ojos se escriben los que bien se quieren, y que no es difícil poderlos entender los diestros, Mitilene y Nise en los de don Lope visiblemente vieron que de este modo se quejó diciendo:
-Cruel Mitilene, mentiroso cocodrilo, lumbre un tiempo de mis ojos, norte de mis sentidos un tiempo, firme escollo entonces, templo de perfección, ídolo querido de mi espíritu; y en un mes, que es de tiempo un momento, un soplo, noche triste de mis gustos, buido cuchillo de mis contentos. ¿Qué ímpetu furioso o qué ligero viento pudo cruel divertirte del prometimiento firme de consorcio que primero me hiciste? ¿Quién pudo de mí, triste, divertirte? ¿No eres tú quien por escrito en un curioso listón me dijiste soy de don Lope? ¿No fui yo tu querido esposo en el recíproco deseo? ¿No fui de todo tu contento el felice objeto? ¿Quién fue, pues, el que te mudó? ¿Quién el que te obligó o forzó que de tu honesto pecho me excluyeses? ¿Pero qué mucho, Mitilene, si eres mujer y yo, infelice, no pude en un mes verte?
Todo lo notó Nise y temiendo no se descubriese su enredo si don Lope y Mitilene pudieren verse solos, buscó modo como decirle que se fuese primero que lo viese don Pedro, su tío, y entendiese su intento; pero que si quisiese vencer de Mitilene el rigor y que se deshiciese el concierto hecho del desposorio, fingiesen los dos quererse en extremo, y de breve en breve tiempo se viesen y se escribiesen sutiles primores y conceptos porque el furor de los terribles celos rehiciese lo que su retiro deshizo; y Mitilene, conociendo bien el riesgo de perderle, viéndole querido objeto de otros ojos, se resolviese, por el envidioso efecto, en quererle por su esposo. Con este embeleco pretendió Nise disponer en el pecho de don Lope unos principios de odio y, con fingidos chismes, el desprecio de Mitilene, e introducido de su intento y designio, sustituirse firme en quererle; pero él, confuso con lo que vio y sospechoso con lo que oyó, se fue luego y consigo propuso de vencer todos los inconvenientes que se le ofreciesen y verse con Mitilene, por no morir sin el consuelo de poder decirle su dolor, que suele un triste divertirse con el mismo tormento de que muere y un hidrópico recibir breve consuelo y refrigerio con el beber que le consume; y por este respeto quiso entender y discernir qué delitos en él hubiese dignos del excesivo rigor de no quererle y elegir nuevo esposo. Con este deseo pues (perdido por los celos del decoro), se escondió en su vergel de noche, subiendo sin mucho riesgo por el muro, pues empezó por los hierros del mismo postigo y sitio donde los dos se vieron otro tiempo rindiéndose dulces y conceptuosos requiebros; pero guiólo su destino de modo que le vio subir y sintió esconder Mitilene, respecto de no ser muy obscuro y el nocturno silencio. Y puesto que por el riguroso informe de Nise estuvo por no verle ni oírle, con todo, los fervorosos impulsos del pecho no se los consintieron: ¡terrible riesgo y exceso en mujer noble! Llegóse en fin y determinóse (que todo lo emprende un firme querer), resuelto; y hechos fuentes los ojos de uno y otro, propusieron con enojos sus delitos, y entre sí confirieron sus deméritos; pero diéronse brevemente por libres porque les constó que ni en el uno ni en el otro hubo sino un firme, honesto y recíproco querer sin riesgo de olvido ni menos elección o pretensión de nuevo consorcio por gusto propio, pero todo por el opuesto de Nise conducido.
Con increíble contento quedó Mitilene de ver el noble proceder de don Lope y en retribución de su honroso y primoroso término votó y juró de unirse con él en el indisoluble vínculo del Himeneo y de no retroceder de ese intento, puesto que su riguroso tío, por diversos respetos, no lo consintiese, o él y Nise quisiesen que fuese mujer de don Gregorio. Don Lope lo remuneró con prometerle de ser siempre suyo y de verse con Nise y pedirle cortésmente no quisiese impedir de los dos los honestos deseos. Con esto se despidieron por entonces. Fuese don Lope y en su domicilio, según dicen curiosos que se los debieron de oír, celebró con estos sonoros versos en un músico instrumento su felice suceso:
¿Qué mucho mi fe sintiese,
mi bello sol, tu rigor,
si en peligro vi mi honor,
si temí que te perdiese?
¿Qué mucho que en mi creciese
el vivo incendio en recelos
si vi perder mis desvelos,
y viendo mi honor perdido
me vi sin ti, sin sentido
y sin socorro en mis celos?
Que puesto que yo en tus ojos
de mi honor vi los reflejos
no presumí que de lejos
viese en ellos sino enojos.
Pero si los desenojos
yo mismo los escuché,
revivir puede mi fe.
Dese el temor por vencido,
pues que victorioso he sido
y de celos me libré.
Buscó después modo de poder verse con Nise en su domicilio, y conseguido (que no fue muy difícil, pidiéndoselo primero por un billete), le rogó con sumisión y primoroso estilo no quisiese ser cruel con ellos ni obscurecer sus conformes designios; que se doliese de sus desconsuelos y que con su tío deshiciese los conciertos de don Gregorio con Mitilene. Mostrósele reconocido de que en él pusiese sus hermosos ojos, pero certificóle ser imposible contribuir él con el debido culto y feudo por tener Mitilene el dominio de sus ojos y de sus sentidos y residir en lo interior de su espíritu. No pudo Nise en este conflicto riguroso encubrir el sentimiento, ni menos retener ni reprimir el húmedo corriente de sus hermosos luceros; pero oyendo en este ínter golpes y sintiendo gente y entendiendo que fuese don Pedro, su tío, los dos, por encubrirse mejor de que no los viese, se escondieron en el mismo retrete de Nise que, prosiguiendo y rompiendo en dolorosos suspiros, de este modo se quejó del inocente don Lope y de su riguroso destino diciendo:
-¿Dónde se vio ni oyó en el mundo hombre fementido, cruel e insensible este injusto proceder, este resuelto y defectuoso término ni con mujer de mi suerte este vil desprecio? De bronce debes de ser, infiel, o de terrible tigre debiste de recibir en tu niñez el pecho. ¿Es mejor que yo Mitilene? ¿No te rendí yo primero el invencible fuerte de mis deseos? ¿No te lo escribí de lejos con los veloces correos de mis ojos? Y después, ellos mismos, mil veces tiernos, húmedos, llorosos y en perennes fuentes convertidos ¿no te lo dijeron? ¿No leíste en diferentes tiempos, entre el rosicler y nieve de mi rostro, de tu rigor los efectos? ¡Oh terrible destino mío! ¡Oh insufrible e infelice suerte!
De este modo se quejó Nise, y sus voces, suspiros y sollozos fueron de suerte que, divirtiéndose don Pedro su tío por el corredor del retrete, los oyó y dudoso de quién fuese dellos motivo, colérico y con el estoque desnudo entró dentro. Confuso quedó don Lope en verle; pero cobróse presto lo mejor que pudo y fue bien menester todo su brío porque se vio en peligro de ser muerto y no en menor peligro Nise. Pero él, como noble, sirviéndole de escudo, tomó sobre sí todo el riesgo, y con esfuerzo gentil resistió todo el ímpetu y furor de don Pedro, e hiriéndole en el pecho, hizo que presto se fuese por do entró. Pero él, no pudiendo de otro modo volver por su honor, echó presto el cerrojo y los cerró en el retrete mismo. Procuró Mitilene vencer o disminuir prudente su enojo, pero no le fue posible porque luego hizo que, por un billete que en su nombre llevó un escudero, supiese el Corregidor todo el suceso y que con gente viniese y de todo diese por sus ojos fe como muy en breve lo hizo. Y viendo los presos del retrete les tomó luego su confesión. Pero don Lope dijo que, sin querer ofender el noble domicilio de don Pedro, entró en él con el consentimiento de Nise porque le fue forzoso pedirle diese orden cómo se deshiciese cierto enredo. Pero Nise, en cuyo pecho siempre se conservó luminoso y vivo el celoso incendio, por no perder el venturoso envite del destino en el confuso juego del tiempo, respondió que don Lope entró con título de su esposo y que si se lo consintió fue por este respeto y por pedírselo por un billete. Pero no pudiendo sufrirlo Mitilene se encolerizó de modo que perdiendo el honesto y virgíneo encogimiento y rompiendo por el respeto del tío, dijo:
-Eso de esposo no puedo yo consentir, Nise, porque lo es mío don Lope; y si entró en tu retrete no puedo creer que fue sino por mi respeto y no por el tuyo como dices, cocodrilo fingido, porque tus enredos debieron de ser motivo de todo este suceso; perdóneme mi tío si le pierdo el respeto y vénguese en mí si quisiere con mi muerte porque en este conflicto no puedo menos ni es bien encubrir lo que siento porque se opone mi honor, que es primero, y Nise con sus embustes quiere poseer el bien que yo poseo o poseer espero.
-¿Cómo puede ser eso -respondió don Pedro- si tu esposo es don Gregorio? Y si con efecto no, bien podemos decir que lo es pues te lo prometió, presente yo, y yo se lo prometí por tí y en tu nombre, y tú consentiste que él con ese título te viese.
Confuso se vio el Corregidor, pero pidiendo el billete se le dio Nise. Leyóle luego y ordenó que don Lope fuese puesto en prisión en un fuerte o torre, y Nise en depósito en un convento, y que don Pedro estuviese libre, pero que Mitilene tuviese por prisión su mismo domicilio y que él fuese su custodio fiel y confidente, y que de todo se hiciese proceso. Hízose todo como lo ordenó, y prosiguiendo después don Gregorio en su intento del pretendido desposorio con Mitilene, supo por voz del pueblo todo lo sucedido y se dio por ofendido porque, confiriéndolo con Mitilene, conoció un resuelto despego y en don Pedro, su tío, un proceder indiferente y confuso porque no osó decirle de sí ni de no por términos expresos, pero sólo le dijo que con Mitilene lo hubiese, y que si se eximiese de lo prometido le pusiese pleito, por donde se resolvió en seguir su consejo, como lo hizo, oponiéndose segundo pretensor del bello sol de Mitilene. Pero el pleito duró cinco o seis meses y fue no poco reñido. Pero lo que se sentenció fue que, visto don Lope ser cogido entreteniéndose con Nise en su mismo retrete, sitio sospechoso, y sin consentimiento de don Pedro, su tío, y el sucinto billete que escribió, de donde se pudo inferir oculto dolo, según los indicios, todo en deshonor de don Pedro y su noble progenie, se despose el dicho don Lope con Nise y que don Gregorio se despose con Mitilene, pues por los testigos constó de su consentimiento en los conciertos hechos.
Todos se dieron por descontentos de lo que se sentenció, si no fue don Gregorio que con extremos celebró el verse de Mitilene repetido dueño, y Nise que, con verse en convento, sublimó con subidos hipérboles su contento. Pero fue teniendo por certísimo que don Lope, por no morir en prisión, quisiese ser su esposo. Pero él se tuvo por muy poco venturoso, y estuvo en peligro de serlo menos porque tuvo votos de que muriese por el delito, por el riesgo en que estuvo don Pedro, que ninguno juzgó que viviese por lo mucho que penetró el estoque. Y en fin se resolvió en elegir primero morir que vivir sin su Mitilene y en consorcio con Nise. Contribuyóle Mitilene con los mismos excesos de disgusto y sentimiento, porque con el intenso dolor convirtió en perennes fuentes sus hermosos ojos, teniéndose en todo por infelice, y tuvo impulsos de con mortífero veneno prevenir su muerte primero que tuviese efecto el desposorio de Nise con su don Lope. Pero eligiendo, como prudente, mejor medio y consejo, se deliberó en verse con él (si le fuese posible) en el fuerte de su cruel prisión, de noche, como lo hizo; y no le fue muy difícil el conseguirlo, porque con pocos doblones que sembró entre los porteros y confidentes ministros (simiente de que muy presto se suele coger el fruto, y unción de misterioso temple con que les untó los dedos), les templó el rigor; y no sólo entró pero oyó que le dijeron que como fuese de noche, fuese mil noches si quisiese.
Entró en fin, y viéndose con su querido don Lope, después que con honestos indisolubles nudos le significó el contento de verle, en sucintos términos, por no perder tiempo, de este modo le dijo:
-Mi bien, querido esposo y señor, si quieres que contigo me despose, si lo pretendes, y por mi infelice destino no lo desmerezco, te suplico que no me repliques ni divertirme procures de lo que pedirte quiero. Oye, señor mío, mi pretensión no frustres, ni tibio o tímido desprecies mi justo intento: estos vestidos míos femeniles que sobre otros viriles de mi tío (sin que él o Nise lo supiesen) me puse, sobre esos tuyos te viste. Permíteme, dueño mío, se logre el venturoso efecto de lo que te suplico, y que yo en este triste fuerte en tu nombre me quede, y tú en el mío por este postigo burles los intentos terribles de Nise y de nuestros poderosos opositores.
No podré referir el noble término ni el elocuente estilo con que prudente y primoroso se excusó don Lope, y como industrioso, discursivo, circunspecto y vivo, discreto y fino procuró vencer de Mitilene los fervorosos deseos, proponiéndole los inconvenientes y riesgos de infortunios; pero venció Mitilene, porque instó con el retórico estilo el de sus hermosos ojos, pidiéndoselo con vertientes de copiosísimo rocío.
Quedóse en fin en el fuerte, y don Lope se fue libre porque con el rebozo mujeril y ser de noche, no hubo quien se lo impidiese y se recogió en cierto cortijo suyo, no muy lejos de Toledo, donde llegó (puedo decir) que sin espíritu, porque se le quedó con Mitilene y, con ser de noche, estuvo por ver su sol mil veces por volverse, pero detúvole el temor y recelo de su enojo, y consolóse con ofrecérsele en Eugenio, fiel sirviente del cortijo, disposición con que poderle escribir y referirle los descómodos de su retiro y sus desvelos, como lo hizo dos o tres veces, porque fingiéndose Eugenio con vestidos de don Lope, señor de título y deudo de Mitilene, con pocos escudos de oro se pudo conseguir el efecto. Referiré, por no ser molesto, sólo un soneto que le envió entre el primer billete, porque le copió cierto culto por lo que contiene de curioso, y es el siguiente:
Dudoso estoy si bronce soy, si hombre,
pues vivo sin morir en mi tormento;
ser hombre no es posible, pues no siento,
y de hombre sólo tengo injusto nombre.
Bronce debo de ser, bronce me nombre
quien tuviere de hombre entendimiento;
que si vivir sin Mitilene intento
bien merezco de bronce vil renombre.
¡Oh bello querubín, dulce bien mío!
¿Cómo podré vivir sin tí, sin verte,
si de mí, con ser bronce, no me fío?
Pues te quiero, mis ojos, yo de suerte
que en el fuego del pecho el bronce es río
y puede ser el río de mi muerte.
Mitilene lo celebró en extremo y respondiendo por escrito, le pidió no se entristeciese ni de su prisión recibiese inquietud, poniendo los ojos en ejemplo de superiores rigores que en breve se vieron vencidos y deshechos del tiempo y del ingenio de los hombres.
Esto le escribió Mitilene entendiendo que, por mujer, brevemente venciese sus émulos, y que presto se le concediese poderse ir libre. Pero sucedió diferente todo lo que pensó, porque don Gregorio, imprudente, loco y ciego en su firme querer -que de todos se juzgó serlo en extremo por los terribles excesos de su empeño- no sólo no conoció lo terco de su principio, pero, sin inferir del suceso los peligros y riesgos de su honor, se limitó su discurso de suerte que contentísimo de ver que don Lope, su opositor, hubiese huido y que el pretendido objeto de Mitilene estuviese en el fuerte con vestidos viriles, notorios y conocidos por don Pedro su tío, infiriendo -no sé si por bien- conocer el honesto sujeto de Mitilene, que en su virgíneo honor ningún émulo pusiese el menor escrúpulo ni el sospechoso vulgo presumir pudiese detrimento, se sosegó en su pecho, y libre por entonces de estos recelos hizo que el Corregidor pusiese nuevos ministros y porteros, y que diese orden que ningún hombre ni mujer pudiese verse con Mitilene ni se le diese billete si no fuese suyo o de su tío y leído primero por los porteros y ministros, por suplicio del cometido delito; pero que si quisiese del todo eximirse y verse libre se recibiese con él conforme lo definido en el proceso.
Con exceso lo sintió Mitilene, pero no desconfió del todo, que (como prudente) supo encubrir en lo interior su dolor y disgusto; e inquiriendo en lo sutil de su entendimiento de qué modo pudiese disminuir o del todo romper el rigor de su prisión, se deliberó -si bien con riesgo infinito- en huir. Y del modo que lo intentó lo efectuó, porque por un portillo del fuerte se descolgó por los cordeles de su mismo lecho y se burló de los dormidos ministros y rigurosos émulos. Y viéndose entre el oscuro silencio libre, dio consigo en el cortijo de su querido don Lope que, incrédulo del poseído bien y dudoso de perderle, mudó luego de sitio y se recogió con su Mitilene en otro monte vecino y de éste después en Yepes, donde encubiertos residieron mucho tiempo. El Corregidor, en Toledo, bien que perseguido de don Gregorio y de don Pedro por lo mucho que sintieron el huirse Mitilene, hizo por descubrirlos terribles inquisiciones, pero no le fue posible.
Referir el exceso con que sintió Nise que don Lope se huyese téngolo por imposible, porque fue de suerte que de puro sentimiento enfermó, y del intrínseco dolor o furor de los celos se fue consumiendo de modo que se vio en peligro de morir y dio en unos delirios vehementísimos, por donde no consintieron los médicos que residiese en el convento y fue forzoso que su tío don Pedro diese orden de que en su propio domicilio estuviese, y en él recibiese todos los remedios convenientes. Pero después de muchos que no fueron de provecho, fue Dios servido que mejoró (que el remedio del tiempo suele ser el mejor récipe). Y porque se divirtiese de sus tristes suspensiones e inquietudes -que muchos dijeron ser hechizos, siendo sólo un intrínseco y vehemente incendio, procedido de lo refino de un bien querer, desentendiólo de su objeto y sin ánimo[1] de recíproco tributo- le trujo don Pedro, su tío, por eminente doctor un egipcio de éstos que sin serlo con invenciones y embelecos y con título de pobres corren todo el mundo. Éste, pues, que como diestro invencionero primero se informó del origen de su dolor, empezó por referirle el nombre de don Lope, y conociéndole en los ojos ser nombre de virtud, dijo que con pocos nombres, números y signos que él escribiese con cierto licor en un poquito de cuero curtido de puercoespín, y con que Nise los trujese junto del pecho, si en menos de un mes don Lope no viniese, no sólo no le creyesen si otros remedios diese, pero que le diesen mil muertes por suplicio de su delito. Diole Nise un doblón porque los escribiese y respondió que lo diese por hecho si el cuero del puercoespín se pudiese descubrir y pidióle se divirtiese en entretenimientos de gusto y diferentes juegos y se entretuviese en oír sonoros instrumentos y voces de selectos músicos, porque de este modo dispuesto el sujeto, el remedio surtiese mejor efecto, y que si quisiese ver de sus juegos, y sin interés ninguno, cinco o seis brincos de voleo diferentes y muy curiosos, se lo dijese. Dijo Nise que sí y él, pidiendo un ferreruelo, se tendió en el suelo y luego sobre los buidos extremos de dos estoques que sobre él puso en cruz, hizo con otro entre los dientes sus voleos o brincos con ligerísimo curso y gusto increíble de los presentes. Pero en el postrero le fue infelice su destino porque del pecho, sin verlo él ni sentirlo, se le descosió o desenvolvió otro brinco o joyel de oro que de todos fue visto entre los estoques del suelo; pidiéndole Nise (por verle mejor porque le contentó por lo curioso) conoció ser el mismo cupido de oro y rubíes que Mitilene recibió de don Lope en retorno del bolsillo, como en el principio dijimos.
Publicóse luego el hurto y don Pedro dio orden de que el egipcio fuese preso si no dijese lo cierto en todo: quién se lo dio o dónde le hubo, porque negó fuertemente y dijo que le compró en Burgos. Pero convenciéronle presto, porque él mismo, con miedo de ser preso, se equivocó y dijo que no quiso decir sino Burguillos porque en este pueblo se le dio cierto señor heredero. Pero mintió en todo porque el nombre que él refirió del heredero fue supuesto y fingido por ser muy conocidos en Toledo los de este pueblo; pero viéndose en el preciso riesgo y temiendo ser por este hurto y por otros puesto en tres leños si no dijese lo cierto, confesó que en Yepes le hurtó, y que en ciertos floreos que hizo en el domicilio de cierto hombre humilde le hubo de su mujer con cierto embeleco.
Diéronle todos crédito, y permitiéronle se pudiese ir libre donde quisiese. Y Nise, prendiendo de un cordón color celeste en un botón del jubón el cupido de oro, le puso como joyel sobre el pecho, y en él fijos sus hermosos ojos (bien que los del espíritu en don Lope) por mejor divertirse y disminuir su tormento, siguiendo del egipcio el consejo, pidió un músico instrumento, y en él (si curiosos no mienten) con los dulces quiebros de su voz, por lo fino y primoroso del concierto, elevó de los oyentes los sentidos lo sonoro de los versos:
Niño Dios, ciego Cupido,
mi niño de oro, mi bien,
¿cómo es esto, tú en prisiones?
Es querer que yo lo esté.
¿Qué fue, niño, tu designio?
¿Quieres el ídolo ser
de este templo de mi pecho?
Tuyo es siempre ¿no lo ves?
Si por el oro y rubíes
culto quieres pretender,
rubíes son sus primores,
mejor oro el de su fe.
Siempre del niño te puse
trono en mi pecho y dosel,
y tú siempre con él fuiste
ciego dios, injusto juez.
Pero no quiero ofenderte,
pues sin quererte ofender
de suerte me destruiste
que fue suerte el querer bien.
Porque si perdí el sentido
por quien no me quiere bien
¿qué suerte como perderle
perdiéndome yo por él?
Pero si en mis ojos, niño,
tus ojos quieres ceder,
yo sé bien que con ser ciegos
los suyos rendir podré.
Que sin los tuyos, chiquillo,
bien sé que imposible es,
pues por los de Mitilene
ciego vive el infiel.
Luego que su nombre supe
mi suerte infeliz juzgué,
y entre mí dije: don Lope,
nombre de crueles es.
Pero el mío, que es de Nise,
peor mucho debe ser,
pues ni sé si por él muero
ni sé si vivo por él.
¡Oh si feneciese el tiempo
del rigor y del desdén,
y en sus ojos ver pudiese
desempeños de mi fe!
¿En qué le ofendí, bien mío,
o de qué tu enojo es,
si con él siempre fui firme
y él conmigo no lo fue?
Cese tu rigor, mi niño,
cese tu rigor, pues ves,
que si mi pecho encendiste
podré consumirte en él.
Retiróse Nise, y don Pedro hizo luego con el Corregidor que diese orden como de Yepes viniesen presos Mitilene y don Lope, como muy en breve se hizo, porque los cogieron de repente y con poco ruido. Y queriendo el Corregidor que los pusiesen en el Puesto, sitio común de los presos de Toledo, no lo consintió don Pedro, y pidió les diese por prisión su propio domicilio, como se hizo, porque él se entregó de ellos como fiel custodio y confidente; y por si lo impidiesen Nise o don Gregorio se obligó con sus juros y vínculos de responder por ellos y cumplir lo que en juicio se decidiese.
Usó de estos honrosos términos don Pedro por entender que con ellos convenciese los unidos designios de los reos y los pudiese dividir, teniéndolo por mejor que no que en consorcio se uniesen respecto del intrínseco odio que siempre tuvo con los progenitores de don Lope. Procurólo por mil modos, rogóselo ofreciéndole riquísimos dones y subidos intereses, probó períodos de rigor, mezcló tiernos sentimientos, hiciéronlos excesivos Nise y don Gregorio viendo perecer sin remedio sus fervorosos intentos y pretensiones. Pero los dos ilustres presos, unidos y conformes en su firme y eminente querer, siempre resistieron firmes, siempre finos y nobles. Y viéndolos don Pedro resueltos y ser imposible convencerlos, mudó su intento y se deliberó en consentirles su consorcio, si conformes Nise y don Gregorio, y uniéndose primero en el dichoso vínculo del himeneo, se lo permitiesen. Pidióselo con excesivos ruegos. Y don Gregorio, vuelto en su libre discurso, viendo ser imposible desdecirse Mitilene y el peligro y riesgo terrible de su honesto crédito dudoso, y en opinión del vulgo su virgíneo honor (puesto que le tuviese y se desdijese), vino en ello, si bien con indicios de poco gusto. Pero Nise, rompiendo en dos copiosísimos ríos que divirtió entre el hermoso rosicler y nieve de su rostro, respondió que pues por ser infelice y poco venturoso destino no mereció unirse en felice consorcio con don Lope que fue el primer hombre que en su noble pecho y honestos ojos tuvo dominio, no le permitiese el cielo escoger otro hombre por esposo que el mejor de los hombres, Cristo Señor Nuestro. En esto se deliberó, y con resolución ilustre y excelente en muy breve tiempo entró en religión en el mismo convento donde estuvo. Y despidiéndose primero de Mitilene y de don Lope, con tiernos coloquios (si bien con gozo interior de su mejor elección) les dio su cupido de oro y les pidió mil perdones de lo mucho que por su respecto sufrieron de disgustos, tormentos y descomodos. Y porque viviesen ricos y con gusto por público instrumento les dotó todo lo que de sus progenitores heredó en censos, que fueron poco menos de doce mil escudos, y sólo exceptuó un vínculo de quinientos escudos perpetuos de buen cobro, de que se cumplió su dote y se desempeñó el convento. Y enterneciéndose don Gregorio con este heroico ejemplo prometió seguirle, y lo cumplió, porque muy en breve entró religioso en cierto convento de Recoletos. Y todos sus bienes, que en multitud fueron pocos menos que los de Nise quiso que brevemente los hubiesen y poseyesen Mitilene y don Lope, pidiéndoles primero perdón de sus yerros y de lo mucho que por él sufrieron de prolijos descomodos e infortunios.
Querer en breve referir el excesivo de Mitilene y don Lope en verse libres de sus opuestos émulos y competidores y verse señores de todos sus bienes téngolo por imposible, si no es con decir que fue infinito, porque luego dispusieron el efecto de su consorcio. Y porque del todo fuese venturoso, don Pedro fue el primero que se lo suplicó y solicitó porque no sólo los perdonó e hizo que lo mismo hiciese el Corregidor, sino que les dotó de presente los dos tercios de todos sus bienes, censos, vínculos y muebles con que viviesen juntos, y que por su muerte libremente los poseyesen todos. Con que tuvieron felicísimo fin sus inquietudes y persecuciones y venturoso suceso los honestos progresos del eminente incendio de sus pechos y de lo fino su firme unión en sufrir y bien quererse.
Este, señor don Diego, es el discurso que de los dos Soles de Toledo prometí referiros; suplid, como prudente, los yerros de mi tosco pincel y corto ingenio, que conociéndolos yo primero dejo (por no seros molesto) de descubrir por extenso los diversos juegos y donosos entretenimientos, los insignes regocijos y curiosos festines que el noble concurso de los señores e ilustres jóvenes de Toledo con el de sus femeniles y peregrinos sujetos o hermosos querubines hicieron en este célebre desposorio. Y dejo por lo mismo de referir por menor multitud de heroicos y líricos versos que con mil primores en honor y decoro de los felices consortes compusieron selectos cisnes y eruditos ingenios y se repitieron en músicos instrumentos. Pero si excedí por difuso o perdí por prolijo, discúlpeme el fervoroso deseo que es de serviros y de que os gocéis y contéis por felices siglos, prósperos siempre y libre de críticos émulos, los sucesos; superiores siempre y libre de envidiosos cultos, los contentos. De este pobre domicilio, hoy Lunes.
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