Nadie lee a Saint-Simon hoy día y la verdad es que no pasa nada.
Pocas veces he llegado con tanta expectación a un libro; pocas he salido tan defraudado.
Lo de llamar "libro" a esta cosa es, por cierto, una licencia poética que voy a permitirme. Ocho volúmenes en La Pléiade, varios miles de páginas, cientos de ídem con notas y explicaciones... Libro, lo que se dice libro...
Bueno, lo cierto es que estas "Mémoires" son legibles hasta que se muere Louis XIV: a partir del Directorio son un coñazo. La boutade que siempre se trae a cuento a propósito de Wagner (eso de que para ver durante un minuto la belleza de un paisaje hay que atravesar antes media hora de monótono, de oscuro túnel), se cumple aquí a la perfección.
El punto fuerte del duque era el vituperio. Hay magníficos retratos escritos venenosamente. Poco más. Hubiera sido un magnífico contertulio de nuestras tardes televisivas. En vez de poner verde a la Pantoja, lo suyo hubiera sido acribillar a Fénélon, a la Maintenon, al Rey Sol. Muertos (u olvidados) estos personajes a los que tanto detestó, el libro se limita a dar cuenta de los vanos intentos de Saint-Simon por adoptar un papel activo, como hombre y como autor. Y el fracaso es estrepitoso. Pues su razón de ser era la reacción. Sólo sabía dar lo mejor de sí cuando tenía algo delante que, del asco que le daba, lo hacía reaccionar. Parte del encanto de Saint-Simon son las tonterías que pueden llegar a escandalizarle. El tiempo de la depravación tocó a su fin, y él se vio envuelto en la creación de un nuevo orden, que a buen seguro, le habría escandalizado cien veces más, de no haber tomado parte en él.
Los grandes momentos de estas "Mémoires" cabrían en 150 páginas, de las 7000 (¿?) que deben de tener. Son en su mayoría amontonamientos brutales de adjetivos, descripciones extenuantes, de una gran finura. Lo demás tendrá probablemente su interés para los estudiantes de Historia: para el que busque aquí un destello de literatura resulta prescindible, deleznable.
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